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#fantasía oscura
dmagro · 8 months
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Inmortal - Dioses de los Condenados.
«Con esto se equilibra la balanza». Esta frase, que resonó a través de la extraña luz azul, no tardará en llegar a oídos de los portadores de los Dioses de los Condenados. Tras alzarse victorioso después de la guerra, Iván Udodelig gobierna Frigia desde hace más de medio siglo con mano de hierro. Pocos a día de hoy saben que siempre ha jugado con ventaja. Por su parte, Koi, un joven sin recursos ni esperanzas, es acusado de un crimen que no ha cometido tras el acoso de las autoridades. Beth es solo una niña que fue separada de sus padres para iniciar una nueva vida con una extraña familia, pero su historia, contada hace tiempo, se ha olvidado y nadie sabe qué ha sido de ella a día de hoy. Finalmente, Damia, una joven periodista extranjera, es invitada a Frigia para realizar un informe sobre la hermética nación. El secreto que oculta pondrá su vida en peligro. Los caminos de Damia y Koi se cruzarán, ambos se verán envueltos en una revolución que les obligará a luchar por la libertad de todos los habitantes de la nación y les llevará a descubrir qué le ha ocurrido a Beth. Los Dioses de los Condenados han observado durante años cómo la balanza entre el bien y el mal oscilaba en el planeta Kondaria, pero ha llegado el día en el que han decidido equilibrarla. La revolución no ha hecho más que empezar.
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onziemevrtx · 10 months
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─── ᴍ ᴏ ɴ ᴏ ʀ ᴏ ʟ
‘ 𝐴𝑙𝑙 𝐬𝐮𝐟𝐟𝐞𝐫𝐢𝐧𝐠 𝑜𝑟𝑖𝑔𝑖𝑛𝑎𝑡𝑒𝑠 𝑓𝑟𝑜𝑚 𝒄𝒓𝒂𝒗𝒊𝒏𝒈,
𝑓𝑟𝑜𝑚 𝒂𝒕𝒕𝒂𝒄𝒉𝒎𝒆𝒏𝒕, 𝑓𝑟𝑜𝑚 𝒅𝒆𝒔𝒊𝒓𝒆.
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( sensitive content ⚠️ / original post )
. . . 𝟐𝟗𝒕𝒉 𝐀𝐩𝐫𝐢𝐥 𝟸𝟶𝟸𝟹
𝕾𝖙𝖆𝖙𝖊𝖓 𝕴𝖘𝖑𝖆𝖓𝖉, 𝕹𝖊𝖜 𝖄𝖔𝖗𝖐
Tinieblas de lo que parecía ser un grisáceo smog desdibujaban el horizonte trazado por restos de edificaciones en llamas, irregular, borrascoso; aquella traicionera tierra, rojiza por arcilla y sangre se extendía en infinitos kilómetros frente a mí. Y el olor a azufre calcinaba mis fosas nasales como respirar pegamento.
Bajé la vista hacia el suelo a mi derecha, agudizando el oído, y el sutil susurro de la arena me alertó: un artefacto punzocortante sobrevoló mi hombro rasgando la piel de mi mejilla como el pétalo de una rosa. No atiné a darme vuelta, una presencia de proporciones pequeñas pero condensadas se prendió a mi espalda y casi me hace trastabillar antes de que pudiera sujetar sus antebrazos y jalar de estos mientras me encogía para quitármelo de encima en un movimiento rápido.
El cuadro era antagónico, por no decir bizarro, un menudo hombre enfundado en negro de pies a cabeza aterrizó frente a mí, adoptando posición defensiva en menos que el aleteo de un colibrí, mientras que lo único cubriendo mi indecencia era un rojo estandarte raído por el fuego, lo último que quedaba de lo que parecía haber sido un campamento calcinado a kilómetros.
Busqué sus ojos, la única parte visible de su anatomía, pero no me sorprendió saber que no estaba mirando los míos. «𝑁𝑢𝑛𝑐𝑎 𝑣𝑒𝑎𝑠 𝑎 𝑙𝑜𝑠 𝑜𝑗𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑡𝑢 𝑜𝑝𝑜𝑛𝑒𝑛𝑡𝑒, 𝑙𝑜𝑠 𝑜𝑗𝑜𝑠 𝑙𝑜 𝑠𝑜𝑛 𝑡𝑜𝑑𝑜». No tardó en dar el primer golpe, duro y conciso, mi oxidación en artes marciales era algo de lo que avergonzarse, mucho más que mi pobre vestimenta, pero lo bloqueé, igual que el segundo y tercer ataque; la dinámica se constituyó en eso. Pero no sólo bloqueaba sus golpes: ante la desventaja en habilidad me centré en analizar su lenguaje físico. Reconocí los atentados como 𝐤𝐨𝐩𝐩𝐨̄𝐣𝐮𝐭𝐬𝐮, arte marcial orientada a romper los huesos y articulaciones, pero si bien sus movimientos poseían una agilidad ilusoria para los occidentales y una contundencia que me hacía temblar con cada impacto, no era tan rápido como debería.
En ese instante, otra cosa llamó mi atención, una mancha generaba un distinto tono de negro sobre su muslo, pegando la tela a la piel: sangre.
Mi mejor carta era la ignorancia, me mantuve ejecutando los bloqueos exagerados de un principiante, dándole confianza, y una breve crisis en su postura me propinó la oportunidad de despojarle de sus pilares con un golpe certero en su pierna herida, al mismo tiempo que abrazaba su antebrazo contra mi cuello.
Pero aún dominado por un ciego yin, seguía siendo un ninja, y yo un británico que se dedicó los últimos veinte años a cortar gargantas de neoyorquinos.
Ni siquiera supe cómo sucedió, en algún momento perdí toda mi ventaja y cuando mi espalda golpeó el suelo, arrebatándome el aire, no volví a abrir los ojos. Sabía que mi ritmo cardíaco era inexistente y contener la respiración no era un desafío, sólo procuré no toser por el árido polvo que el impacto de mi cuerpo desprendió del suelo.
Sentí su existencia sobre mí, vacilante ante la inhóspita conclusión del ataque sus dedos tantearon las venas en mi cuello, pero no hallaría signos vitales, aún así no titubeó en desenvainar el ninjatō que llevaba en la espalda, dejando el torso desprotegido, fue la oportunidad excelsa para arrancar el kunai que llevaba adosado a la cintura e incrustarlo entre sus costillas en ángulo oblicuo. Entonces le di una patada en el pecho para quitármelo de encima.
No aterrizó a más de un metro de distancia, mi puñalada fue letal, pero no perdí tiempo para incorporarme e ir hacia él, dándole un golpe a la empuñadura del kunai, enterrándolo más profundo, no lo dejaría al beneficio de la duda; también lo giré.
En cuanto confirmé su deceso, sin perder tiempo comencé a desarmarle para luego quitarle la ropa. Su chaqueta negra me calzaba a la perfección, y los pantalones samurai pasaban completamente inadvertida la diferencia de altura. Lo menos comedido eran los zapatos, pero debía admitir que se sentía como seguir desnudo.
Me hice con todas sus armas, incluyendo el kunai que estaba clavado entre sus costillas de forma grotesca, puse un pie sobre su pecho y extraje el arma sin cuidado; luego me amarré el cabello con una de las tiras que le hice sobrar al traje y por último me puse la cogulla, que más que un hábito se trataba de un abrigo entallado con terminaciones en cuero.
¿Era necesaria? En absoluto, pero esto no era igual que Culloden, ni la revolución. Estaba en el infierno, aquí nadie ponía las reglas.
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El soldador de estaño fundía mi dermis como si de cera se tratase, un dibujo en carne viva se plasmaba sobre el exordio de la zona pélvica, y otro aguardaba tranquilo sobre el pecho, entre el diseño de la calavera y el corazón entintado. Tracé la última línea y la punta cerámica del soldador finalmente culminó el flagelo, llevándose consigo algo de sangre, mi respiración se descomprimió igual que la férrea tensión de la mandíbula.
Por supuesto que ir por la máquina de tatuajes era mucho más sencillo que provocarme quemaduras de segundo grado, pero era pertinente poder cicatrizar las heridas más tarde.
Mi respiración iba y venía, el ardor era agudo, dejé el soldador sobre la bandeja de acero quirúrgico y volví a subir suavemente la cintura del pantalón de chandal justo sobre la herida.
El silencio de Boris me hizo echarle un vistazo, observaba la situación con lo que percibí como un ligero escepticismo.
──Sólo tendrás que activar el sigilo, estoy seguro de que lo preferirás a tener que colocarme un catéter para orinar ──estuve a punto de dar por concluida la explicación pero las manos del judío entraron en mi radio de visión y con una mueca agregué──: Y yo también lo prefiero.
El mano derecha de mi hermana sin dudas no era la primera persona en mi lista de candidatos 𝑖𝑑𝑜́𝑛𝑒𝑜𝑠 para llevar a cabo un procedimiento como tal… Pero decidí apelar a tener en consideración el motivo por el que lo hacía: Crystal. Sabía que para ella, Boris era tan elemental como Sigmund lo es para mí; por eso, si ella confiaba en el mastodonte ruso, le iba a dar su voto de profesionalismo. Pero debía admitir que la idea de que fuera mudo también me sedujo hasta este punto, la razón fría fue la encargada de preparar los medicamentos y orquestar la idea que mi inconsciente me invitó a acariciar desde hace días, pero esa gruesa 𝐚𝐫𝐦𝐚𝐝𝐮𝐫𝐚 𝐬𝐚𝐭𝐮𝐫𝐧𝐢𝐚𝐧𝐚 era la misma que quería esconder bajo la alfombra mi desesperación, el insomnio, las exacerbadas tazas de té que reemplacé por café y la profunda tristeza preliminar que dio el primer chispazo de acción en mi cerebro.
Todos los días al despertar y degustar el amargo sabor de seguir vivo e incapaz de recuperar el cuerpo de mi hermana, sentía el peso de mis propias palabras atadas al cuello, cada vez más pesadas, asfixiándome. ¿𝐶𝑢𝑎́𝑙 𝑒𝑟𝑎 𝑒𝑙 𝑝𝑢𝑛𝑡𝑜 𝑑𝑒 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑜 𝑠𝑖𝑛 𝐶𝑟𝑦𝑠𝑡𝑎𝑙? Mi fuerza de voluntad se erosionaba día con día y la demencia no parecía tan ilusoria cuando volvía a encontrarme completamente a solas entre las paredes de la iglesia. Una parte de mi existencia parecía haber muerto ese día; sus manuscritos sobre aquel libro de Hécate empezaban a perder efecto igual que la textura del glitter, al leerlos ya no le sentía susurrármelos al oído, lentamente todas sus memorias se disolvían como gotas de tinta en el océano. Y no importaba que pretendiera alargar mis noches hasta el mediodía sólo para encontrarnos en sueños, ni siquiera la magia era capaz de enmendar ese abismo.
──Muy bien ──anuncié aclarándome la garganta y dando vuelta para mirar al ruso de frente──. Repasemos ──reposé los dedos sobre una caja de medicamentos que estaba sobre la bandeja quirúrgica──... Después de que tome el midalozam esperaremos que actúe; yo te avisaré. Entonces inyectas la lidocaína y luego ──recogí la última aguja de la bandeja y revisé que no tuviera aire antes de buscar la mirada ajena── sigues con el propofol.
Le di la espalda durante un instante, por mudo que fuera, quería reservarme para mí mismo la vacilación que me atacaba cual espasmos. Pero no estaba en mis planes retractarme, me humedecí los labios y continué.
──Una vez que esté inconsciente, procedes con el bloqueador ──concluí──. ¿De acuerdo?
Recibí un tosco asentimiento por parte del hombre. Esto no se trataba más que de una formula designada para la eutanasia: primero un ansiolítico, luego inducción al coma y finalmente un bloqueador neuromuscular. Por supuesto que no tenía en mente llegar a tal punto, pero colocarle en las mismas circunstancias que tres tipos de agujas distintas que efectivamente debían ingresar en mi torrente y propiciarme sólo un ligero roce con la muerte, seguía sin parecerme una idea maravillosa, no porque dudase de su habilidad, sino porque nunca me abstuve de despreciarle, el oso tenía más motivos para inyectarme una dosis extra de veneno que para ayudarme.
Pero podía atesorar esta como una de las pocas veces en mi vida donde no estaba siendo racional. Mi irreverencia debía permanecer encriptada entre los muros de la iglesia, o en su defecto, pasar a la inmortalidad como un poeta maldito con una insana obsesión por su hermana.
Cerré los ojos ejerciendo un tenue movimiento de cabeza para dejar de pensar en la inscripción que llevaría mi tumba honorífica, y al abrirlos tragué saliva para mí mismo, me di vuelta, recogiendo un par de cartas selladas con lacre bajo una pomposa ‘M’ MacAlastair impresa en la cera.
──Recuerda: Si el proceso marcha bien ──elevé la primera, sellada en lacre verde──, enviarás esta. Y si las cosas no salen como deberían ──el vértigo de pronto me instó a humedecerme los labios de nuevo y pestañear un par de veces para continuar. Icé la segunda carta, esta llevaba lacre morado──... Entregarás esta otra. ¿Entendiste?
Para ser honesto, realmente esperaba que la segunda carta acabe en mi trituradora de papel cuando estuviese de regreso. Pero no era estúpido y no pensaba dejar nada librado al azar. Si no despertaba, existía sólo una persona merecedora de todas las adquisiciones que había amasado a lo largo de tres malditos siglos, cada grimorio, cada onza de conocimiento, cada tecla de piano; esa misma persona también era la única a la que le debía completa honestidad y eso se reflejaba en el grosor del sobre.
Volví a dejar ambas cartas sobre la bandeja, expectantes al resultado de todo, y me puse de nuevo la sudadera, listo para iniciar la cuenta regresiva desde la cama.
Extraje un comprimido de midalozam que coloqué en mi lengua y luego tragué con agua.
Estaba hecho.
Los fluídos en mi estómago parecían embravecidos como la marea, pero poco tenía que ver con el hecho de no haber comido. ¿Realmente era una buena idea autoiducirse un coma? Muchos buenos argumentos con nombre y apellido abogaban por un sólido no, pero sólo necesitaba una pequeña chance para inclinar la balanza hacia un sí. La impertinencia que bullía en mis venas me provocaba incluso picazón.
Los minutos comenzaron a morir lentamente, uno tras otro empezaron a caer sobre el precipicio de lo flemático y el más claro indicativo de que la droga empezaba a hacer efecto eran mis pies, envueltos en medias oscuras, que dejaron de frotarse entre sí con ansiedad.
Sentía la boca seca y el corazón enlentecido, como a punto de caer en un profundo sueño mientras las proporciones de la habitación oscilaban ante mis ojos y emití un profundo bostezo involuntario.
No era capaz de percibir el tiempo, este se distorsionó y respirar era difícil, sin siquiera la intención de articular palabras. En algún punto comencé a salivar más de lo que mi ofuscado reflejo de deglutir era capaz de tragar y las náuseas no tardaron en hacerse presentes, quemando mi tráquea. Cerré los ojos y respiré, amainando la sensación, e hice un gesto a Boris para que continúe.
Este se acercó, maniobrando la aguja con excelencia pero le detuve, había recordado algo y —evidentemente drogado— le sujeté el brazo.
Volví a tragar saliva.
──No olvides activar los sigilos con la grabación.
Su afirmativa salió en forma de gruñido y le solté. Estaba entregado, por primera vez después de más de cien años depositaba mi inconsciencia en manos de alguien más. Y para ser honestos, si no estuviese inhibido por la droga, aquello me aterraría.
Esta era la recta final.
──No puedo creer que serás lo último que vea ──murmuré haciendo eco de mis pensamientos, de pronto la idea me pareció irónicamente graciosa y no pude evitar reír, pero tampoco obtuve respuesta.
Ni siquiera sentí el pinchazo cuando la aguja del anestésico local ingresó en mi vena, pero una vez que extrajo la jeringa, dejé caer mi cabeza sobre la seda negra de la almohada y cerré los ojos por un par de segundos.
Sólo quedaba un último paso.
La puerta de la habitación chirrió, y a trompicones, mi sistema entró en estado de alerta, no necesitaba una presencia no planificada en tan delicada circunstancia, pero volví a bajar la guardia cuando Sigmund saltó sobre la cama. Sabía que ya era tarde para oponerse —y agradecía que no tuviese intenciones de hacerlo en estos momentos—, simplemente se acercó e hizo un ovillo su existencia de hurón entre mi cuello y hombro.
Flexioné el brazo no anestesiado para dejarle un breve toque en la cabeza, las palabras ya no tenían congruencia y volaban inconexas en mi mente. No era así como imaginaba mi lecho de muerte, en realidad nunca tuve en mente morir, pero tampoco me importaba si llegaba a suceder, no cuando después de tanto tiempo empezaba a sentir alivio. Verdadero alivio.
Con un último asentimiento, el ruso se armó con el propofol.
No veía con claridad, pero mis ojos estaban puestos en la incisión mientras la sustancia líquida abandonaba aquel tubo de plástico y empezaba a danzar con mi sangre, aún en estado crítico, mi sistema tenía problemas para entregarse.
Pestañeé lento, despegué la vista del brazo y mi atención, borrosa y disociada de la realidad, cayó sobre el lomo de aquel libro en mi biblioteca, el libro de Hécate. Los iris se me dieron vuelta y los párpados cayeron, incapaces de mantenerse abiertos siquiera por inercia, entonces volví a escucharlo, mi nombre en la voz de Crystal. La sutil sonrisa que se formó en mis labios fue el último impulso cerebral emitido, ya no había consciencia para cuestionar si era verídico, para preocuparme o enfadarme, ya no interesaba. El sólo hecho de volver a oírlo hacía que cualquier medida valiera la pena. La expectativa me acompañó hasta las puertas de la inconsciencia, pero ella, junto al miedo, la tristeza y el control, quedaron a oscuras, entregándome en brazos de un alivio inconmensurable que me conduciría hacia lo único que me importaba hallar: Crystal.
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loreartm · 11 months
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I am really going to do a study portrait with this one, I love the expression, I love the makeup I simply love everything on this portrait.
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magadeqamar · 1 year
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Tras nuestro último encuentro han pasado más de cien años. Durante todo este tiempo he seguido enfrentándome a enemigos del lado oscuro, de las sombras y de mi propia especie, y he continuado alimentándome de aquellos humanos que están aquí porque, como dicen ellos, tiene que haber de todo, pero que nadie, ni siquiera ellos mismos, podrán echarse de menos. Limpio esta sociedad absurda de seres innecesarios. [...]
Nunca se puede subestimar a una banshee y mucho menos a Letania, cuyas malas artes superaban a las de cualquier ser oscuro. La batalla iba a ser cruenta. Todos mis flancos estaban custodiados. El propósito estaba claro: una especie de embudo para llevarme hacia ella. Qué absurdo modo de enfrentarse a mí. [...]
“Finitud” ©ɱağa
Si deseas leer por completo, pasa por la Trastienda: https://latrastiendadelpecado.blogspot.com/2023/04/finitud.html
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natguix · 1 year
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Me queda anunciar que las fantásticas administradoras del canal de lectura Merienda de libros han tenido la amabilidad de poner a nuestra disposición su plataforma en Telegram
https://t.me/+qt7Xl6FbItRlNDhk
Para hacer una lectura conjunta del libro, donde también estaré presente, para que, juntos, podamos comentar, criticar y debatir Los Summergild Vol.1: Los Pecados del Padre. Lo que me ayudará a crecer mucho más como autor.
Empieza mañana, el Lunes Diez de Abril.
Subíos al caballo, tomad vuestro sombrero, vuestra pistola y ¡Animaos a leerlo con nosotros!
¡Lo leeremos aquí!
https://t.me/+7s1pEoUXavxmY2M0
¡No nos faltes! Necesitamos de tu pericia con las armas de fuego para sobrevivir.
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ladybethanybells · 6 days
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Princesa de Doreldei 3: En el castillo del rey de los humanos
EN EL CASTILLO DEL REY DE LOS HUMANOSPrincesa de Doreldei [3/3]Yolanda Díaz de TuestaFantasía / RománticasoloDdT21 marzo 2024Ebook / Tapa blanda / Tapa duraCOMPRAR EN AMAZON2,99 €Kindle Unlimited Aldric de Windmill y Jaedyth Lass’Caut continúan su azaroso viaje a través de las tierras de Doreldei. Entre aventuras sorprendentes y grandes peligros, en los que son perseguidos por Auguste Devyan,…
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loshijosdebal · 2 months
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Capítulo VIII: La caída de los Athan
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En la mesa más apartada del Brezal, Alicent rompió otro pedacito de su bollo de crema y se lo llevó a la boca. Fingió mordisquearlo antes de volver a dejarlo en el plato tras asegurarse de que Benor no miraba. El mercenario había tenido el bonito detalle de invitarla a merendar aquella tarde, pero ni su dulce favorito había conseguido abrirle el apetito. Aunque pensó que pasar la tarde con Benor la ayudaría a despejar la mente, seguía sintiendo como si tuviera un enjambre de avispas zumbando en el estómago. Le costaba respirar cada vez que pensaba en Seth, y no podía sacarlo de su cabeza. Tanto así que no pudo reprimir un sollozo ahogado al recordar lo que había ocurrido esa mañana en la tienda.
—Bueno, ¿no me vas a contar qué te pasa?
Alicent cogió su jarra de zumo de calabaza y lo miró de reojo. Benor se cruzó de brazos, esperando, y la tela de su camisa se estiró sobre sus músculos. Tenía el ceño fruncido bajo su pelo largo y desaliñado, algo que acentuaba su aspecto recio y rudo.
Ella dio un par de tragos en silencio y tomó aire. Se sentía algo ridícula por molestarlo con sus problemas, pero él la había visto tan triste en la tienda que había intentado animarla con aquella invitación. Y ahora allí estaba, sentada en silencio, malgastando la comida que le había pagado. No era justo dejarlo sin respuesta. No cuando se había portado tan bien.
—Es Seth. Ya no me hace caso...
—No sabía que os habíais hecho amigos —comentó despreocupadamente, dando un trago a su aguamiel.
Alicent asintió vagamente, volviendo a posar la mirada en su propia bebida aún entre sus manos.
—Nos veíamos bastante desde el Festival de la Bruma. Creí que... Tal vez... —suspiró, sin saber cómo seguir. De normal solo hablaba de aquellos temas con Idgrod—. Pensé que me pediría ser su novia —confesó al fin—. Pero ahora no me hace ni caso.
Benor carraspeó, incómodo.
—Bueno, mujer. Estará ocupao —concluyó con simpleza, como si eso fuera todo y ella estuviera haciendo una montaña de un grano de arena.
—Eso dijo Idgrod. La echo de menos —se lamentó, inflando las mejillas—. Y a Joric. No sabía lo mucho que me estaban ayudando con mi pena hasta que se marcharon a Soledad.
—A lo mejor no pue venir mucho por Morthal —intentó animarla Benor—. Viviendo donde vive... El camino hasta el pueblo en esta época es complicao.
Pero Alicent negó.
—Qué va, no es eso. Hoy vino a la tienda. Me preguntó por los huevos de cabro, puso cara de fastidio cuando le dije que todavía no los teníamos y se fue sin decir nada. Está muy raro desde... Desde la última vez que estuvimos juntos —dijo, recordando aquella última tarde con Seth e Idgrod tras el aserradero.
—¿Discutisteis por algo?
Alicent volvió a negar. Había repasado cada detalle de esa última tarde en su cabeza una infinidad de veces y seguía sin tener una pista de qué había dicho o hecho mal para ganarse su indiferencia.
—Ya veo...
En ese momento Lurbuk, el bardo de la taberna, empezó a recitar su última pieza. A su corta edad, Alicent no había escuchado a muchos bardos pero le costaba imaginar uno peor que el orco quien, para colmo, tenía la fea costumbre de narrar las desventuras de los aldeanos del pueblo. En aquella ocasión le tocó a Benor, que gruñó al escuchar cómo Lurbuk empezaba a cantar sobre su relación con Alva. Incluso aquello la hizo pensar en Seth.
Para Alva sí que tiene tiempo, protestó para sí al recordar lo que le había contado Joric antes de partir hacia la capital. Su amigo los había visto hablando a escondidas entre dos casas y, según él, no había sido la primera vez.
—Benor —lo llamó, haciendo que volviera a mirarla—. ¿Puedo preguntarte algo? —él asintió y tuvo que detenerse un segundo para escoger bien sus palabras—: ¿No te molesta que Alva hable siempre con otros chicos?
Benor entendió a la primera qué quería decir con aquello y desvió de nuevo la mirada, otra vez incómodo.
—Alva nunca superó lo que le pasó a su familia —respondió al fin.
—¿Y eso qué tiene que ver? —preguntó ella, con el ceño fruncido.
—Esta vida es dura y a tos nos forja distinto —explicó—. Alva vivía muy bien en Markarth y siempre odió Morthal. No la pueo culpar por querer recuperar lo que perdió. Y ya sabes lo que dicen, siempre hay un roto para un descosío.
Alicent dio algunas vueltas a las palabras de Benor, hilándolas con lo que Idgrod le había contado el día del festival, antes de la ceremonia.
—Ahora que estamos hablando de esto... ¿Qué fue lo que le ocurrió a su familia?
Benor se tensó en el asiento.
—No sé si... —empezó él.
—Sus padres murieron durante la revuelta en la que también lo hizo el padre de Seth, ¿verdad? —interrumpió Alicent.
Benor asintió con reticencia.
—Sí, Alva estaba allí ese día. Tenía un año menos que tú cuando pasó. Aún...
Benor dejó la frase a medias y ella se inclinó un poco hacia él.
—¿Aún qué? ¿Estaba allí? O sea que, ¿lo vio? ¿Pasó el mismo día? ¿Por qué los mataron? ¡Benor! —el nórdico carraspeó y la miró de una forma muy extraña por un momento, antes de desviar la vista. Movida por la curiosidad, trató de llamar su atención zarandeando su brazo—. ¡No puedes dejarme así! —protestó—. ¿Sabes cómo murieron sus padres o n...? ¡Ay! —gritó al sentir un pisotón en su pie derecho—. ¿Por qué me pisas?
—Para que lo dejes de interrogar sobre mi pasado, niña —dijo Alva tras ella.
Alicent se sintió palidecer y, casi al instante, se puso roja de la cabeza a los pies.
—A-Alva, yo...
Alva la ignoró y arrastró una silla, sentándose entre ella y Benor. Alicent bajó la cabeza y dejó la mirada fija en la mesa mientras Jonna, la posadera, les tomaba la comanda. Alva pidió una botella de vino de Alto y Benor otra jarra de aguamiel; él pagó ambas consumiciones por adelantado. Cuando Jonna los volvió a dejar a solas, Alva fue la primera en hablar.
—¿Te han pagado ya el último encargo? —preguntó directamente a Benor.
Aliviada porque Alva estuviera más preocupada por la economía de Benor que por pedirle explicaciones, Alicent se animó al fin a levantar la mirada. Alva tenía el cuerpo orientado hacia Benor y ni siquiera la miraba. Benor asintió con orgullo.
—Y muy bien. ¡Mil septims! Qué me dices, mujer, ¿hacemos el viaje ese que querías por Saturalia?
Alicent no pudo ver la cara de Alva, pero se dio cuenta de que cerró el puño con rabia sobre la mesa.
—En realidad tengo que irme a otro viaje —se excusó en un tono de disculpa raro para ella.
—¿Cómo que a otro viaje? —preguntó Benor con decepción.
—Me ha escrito mi tío Harkon. Quiere que los visite. —Alva no parecía muy entusiasmada.
—¿Harkon? —Benor la miró con sospecha— Nunca me hablaste de ningún Harkon.
En ese momento Jonna volvió con las bebidas y en la mesa se hizo un silencio que se prolongó hasta que volvieron a estar solos.
—Nunca tuvimos mucha relación. —Alva llenó su jarra de vino—. No sé qué querrá, pero supongo que lo sabremos pronto.
—Podría acompañarte —propuso él.
Alva tensó los dedos alrededor de la jarra antes de vaciar casi la mitad de un solo trago. Entre tanto, Alicent se preparó para dar una excusa e irse de allí. Desde que ella había llegado tenía la sensación de estar de más, por no hablar de lo incómoda que se sentía aún porque la hubiera pillado preguntando algo tan personal. Como si pudiera oler sus intenciones, Alva la encaró.
—Ya lo hablaremos esta noche, Beni —cortó secamente mientras se giraba sobre la silla, quedando ahora en su dirección—. Al parecer aquí hay alguien que tiene demasiado interés en mi familia.
Alicent se intentó esconder tras su jarra bebiendo un trago.
—Déjala —la defendió Benor—. Tiene mal de amores.
—¿Mal de amores? —Alva alzó una ceja, y miró de reojo a Benor—. Bueno, me extraña que Joric haya tardado tanto en conocer a alguien más.
—¿¡Qué!? Joric y yo... —Alicent suspiró y dejó la bebida sobre la mesa, aceptando que Alva no iba a dejar pasar aquello así como así, de modo que decidió sincerarse—. No era por ti Alva, te lo prometo. Solo quería saber qué le pasó a la familia de Seth.
—¿De Seth? —Alva achinó los ojos hasta que la comprensión la atravesó como un rayo y los abrió de par en par—. Ah, ya veo. Así que el mal de amores es por él.
La bretona vació el líquido que quedaba en su jarra y la volvió a llenar hasta arriba. Hasta ese momento Alicent no se dio cuenta del mal aspecto que tenía. Seguía estando más guapa que cualquier otra mujer de Morthal, pero no parecía tan arreglada como de costumbre y las ligeras manchas oscuras bajo sus ojos daban a entender que llevaba varios días sin dormir demasiado.
—Si yo fuera tú, me mantendría alejada de él —dijo de pronto.
Alicent parpadeó sorprendida, y recordó una vez más lo que le había dicho Joric sobre ella y Seth. Aquello sumado a sus palabras la consiguió enfadar.
—Seguro que eso te encantaría —espetó a la defensiva.
A Alva se le escapó una risa seca, irritada.
—Deja de montarte teatrillos en la mente y acepta el consejo, niña. Aléjate de Seth Athan. Te lo estoy diciendo por tu bien.
—¿Por mi bien? —repitió sin creerla—. ¿Por qué por mi bien?
Alva apretó los labios antes de volver a beber, ahora un trago más moderado.
—Ya sabes lo que dicen. La manzana nunca cae muy lejos del árbol.
Por algún motivo, Benor lanzó una mirada de advertencia a Alva. Este gesto avivó la curiosidad de Alicent, que insistió.
—¿Y eso qué significa?
—Pues que el chico se parece a su padre.
—Alva —advirtió Benor.
El tono negativo con el que Alva se refirió al padre de Seth sorprendió a Alicent. Por cómo había hablado Seth de él, el señor Athan parecía una persona bastante respetable.
—Lo dices como si fuera algo malo.
—Porque lo es —gruñó Alva. Estaba claro que algo la irritaba. Benor la miró con desaprobación, pero ella dio un nuevo trago de vino y siguió—. Seth no te ha contado nada de nada, ¿no es cierto? —Alicent negó y ella sonrió con cinismo, con los labios apretados—. ¿De verdad quieres saber lo que pasó aquel día, Alicent?
Aunque la pregunta sonó como una amenaza, ella asintió. Benor se inclinó sobre la mesa, hacia Alva.
—¿Es necesario? —preguntó, en un susurro mosqueado—. Es una niña.
Alva lo calló con la mirada.
—¿Sabes quién era también una niña? Yo, cuando vi cómo mataban a mis padres por culpa de los suyos. —Alva apretó su jarra con fuerza—. Lord Athan era un monstruo. Y Seth, su ojito derecho. El único al que trataba bien.
—¿Cómo...? —empezó Alicent. Pero Alva la cortó.
—¿...lo sé? —la sonrisita ácida de Alva desapareció y a Alicent le dio la sensación de que la pena apareció en sus ojos—. De aquella era muy amiga de Parker Athan, el mayor de los tres hermanos.
—¿Tres? —preguntó, confundida. Alva arqueó las cejas, sin entender la pregunta—. Seth me dijo que eran cuatro —rebatió con desconfianza.
Alva frunció el ceño y negó. 
—Eran tres: Parker, el mayor, y los mellizos, Hugo y Seth. Pasé muchos días en aquella casa, lo recuerdo bien. Lord Athan solo trataba bien a Seth. Al otro, Hugo, lo ignoraba. Hacía como si no existiera. Y entre nosotras, era lo mejor que le podría haber pasado, viendo cómo trataba a Parker. Le daba igual que hubiera invitados en casa; cualquier cosa que Parker hiciera, una tontería como dejar un plato sucio sobre la mesa o arrugar una alfombra al pasar, servía de excusa para ponerle la mano encima.
Alicent abrió los ojos con sorpresa. Ni siquiera la manera pastosa con la que Alva hablaba por culpa del vino consiguió quitar hierro al asunto. Alicent miró de reojo a Benor, entendiendo ahora su actitud. Incluso ella sabía que contar cosas así de una familia tan importante no era muy buena idea, pero Alva siguió su historia.
—Un día Parker desapareció durante semanas. Lo intenté visitar muchas veces, pero no me dejaron. Un mes después su madre me dejó entrar en la casa. Él estaba destrozado. Su ojo... —su voz tembló y quedó pensativa por un instante, tras el cual volvió a beber—. No sé si al final lo perdió. Tenía las costillas rotas y cortes por todo el cuerpo. Por lo que él me contó, sobrevivió de milagro. Después de eso huyó y no he vuelto a verlo.
—Es horrible —consiguió susurrar Alicent. 
Alva tenía la mirada perdida, pero asintió.
—Después de que Parker huyera, las cosas entre Lord Athan y su mujer se fueron al traste. No era algo que saltara a la vista, pero yo lo sabía porque mis padres lo sabían y hablaban de ello cuando estábamos solos en casa. Aunque Lady Athan siempre había frecuentado la corte del jarl, empezó a pasar más tiempo allí que de costumbre. Puede que ella me salvara la vida —añadió con una amargura que desconcertó a Alicent—, pero sé lo que vi. Ella estuvo tras el ataque.
Ese último detalle terminó por sacarla de la historia. Había algo en aquello que no terminaba de encajar.
—Pero... al padre de Seth lo mataron los Renegados —replicó, repitiendo lo que tanto él como Idgrod le habían contado.
—¿Y qué sabes tú de los Renegados? Dime —exigió Alva con desdén.
Alicent se encogió de hombros, sin tener nada que aportar. Lo cierto es que no tenía muy claro lo que era un Renegado.
—Los Renegados gobernaban en la Cuenca hasta que Ulfric Capa de la Tormenta los conquistó, antes de traicionar al Imperio —explicó Alva. En ese momento parecía más concentrada en el poco vino que quedaba en su copa que en cuanto la rodeaba—. Después de eso, los Renegados que no fueron ejecutados fueron tratados como delincuentes y condenados como tal. Entre ellos estaba su rey, Maddanach, que terminó volviéndose un títere del jarl.
Alicent frunció el ceño. Aquella explicación le había dado más dudas que respuestas.
—Pero si quien los conquistó fue Ulfrid... ¿Qué tienen que ver los Athan?
Alva tornó los ojos, supuso que estaba irritada por tener que dar tantas explicaciones. Aquello le generó una punzada de inseguridad.
—Tras la reconquista, los Athan se convirtieron en los dueños de la mina de plata de Cidhna, la principal fuente de riqueza de la Cuenca. Esa mina es una bestia inmensa y peligrosa, y hacen falta muchos hombres para explotarla. Por supuesto, pagar a tantos trabajadores supondría repartir el botín, así que Lord Athan ideó una manera ingeniosa de conseguir mano de obra barata. Cuando cometes un delito en Markarth, no te llevan a prisión, sino que te envían a las minas. Y, créeme, nadie sale nunca de esas minas.
Los labios de Alicent se separaron hasta formar una "o". Si lo que Alva decía era cierto, ¿por qué querría Seth heredar ese legado?
—El problema está en que nunca hubo tantos delincuentes como mano de obra se necesitaba. Así que cada cierto tiempo, muy oportunamente, los guardias descubrían que algún puñado de hombres jóvenes en edad de trabajar se habían unido a los Renegados. Aunque las familias jurasen que era mentira, poco podían hacer para salvar a sus hijos de la condena. Irónicamente, algunos de los familiares de estos hombres acabaron uniéndose a ellos de verdad movidos por el resentimiento.
»El día que pasó todo mi familia había asistido a una cena privada organizada por Lord Athan. Todavía no habíamos llegado al postre cuando irrumpieron en la casa. Eran seis y llevaban una espada dentada en cada mano. Mataron al edecán de la familia y arrojaron a mi padre por la ventana. Mi madre intentó impedirlo y corrió la misma suerte que él. —Alva hizo una pausa—. La casa de los Athan estaba en la zona más alta de la ciudad, fue como si los hubieran tirado desde un barranco. Con Lord Athan no fueron tan clementes. No hubo una espada que no desgarrara su carne.
»Cuando terminaron con él fueron a por mí, pero Lady Athan se interpuso; se metió entre nosotros y empezó a gritar a los atacantes que me dejaran en paz, que solo era una niña. Pensé que tendría que verla morir a ella también. Uno de ellos levantó su arma, pero...
Alva dejó la frase a medias y vació su copa.
—Si hubieras visto el odio en su mirada... No creo que pueda olvidar nunca esos ojos. No me conocía de nada, pero quería verme muerta. Por suerte, el que debía ser el líder lo detuvo. Les recordó a los demás que tenían órdenes de Maddanach de no dañarla ni a ella ni a sus hijos. Después de eso, se fueron. No mucho después llegó la guardia.
—¿Pero cómo podría haber planeado eso la madre de Seth? —preguntó Alicent, aún llena de dudas—. Ella no era amiga de Maddanach. En realidad, a él ni siquiera debería caerle bien, ¿no?
Alva soltó un bufido.
—Ya te lo dije antes, niña. Maddanach era un títere del jarl. Olivia era íntima del jarl. Ella fue el cerebro tras el ataque, estoy segura.
En ese momento Benor se puso en pie, llamando la atención de ambas.
—Me parece que ya has bebío demasiao, mujer. Y hablao también. Mejor será que vayamos a casa.
Alva se quedó mirando a Benor unos segundos antes de rodar los ojos perezosamente hacia ella. La analizó, como buscando algo en su rostro. Algo que no encontró. Soltó un último resoplido de resignación y se puso en pie con un ligero tambaleo.
—Sí, será lo mejor —aceptó—. Pero antes, niña, —Alva señaló a Alicent con un dedo—, No olvides mis palabras. De tal palo tal astilla. Debe haber algún motivo por el que de sus tres hijos, solo Seth le pareció lo suficientemente digno ¿no crees?
—¡Que ya está bien por hoy! —zanjó el mercenario.
Benor la tomó de la cintura para alejarla de la mesa. Antes de irse, le revolvió el pelo a Alicent con cariño como despedida.
 —Enana, no le hagas mucho caso, ¿vale? Y si no hablas de esto, mejor. Nos vemos.
Tras eso abandonaron la posada, pero Alicent se quedó allí sentada todavía un rato más, dando vueltas a todo lo que acababa de escuchar. Si la historia era cierta, ¿por qué Seth querría que alguien como su padre se sintiera orgulloso de él?
De tal palo tal astilla. Aquello no tenía ningún sentido. Seth no podía ser malo, ninguna persona malvada haría lo que él: la había consolado cuando más miedo tenía y, además, prometió protegerla de la bruma. Vale que ahora no le estaba haciendo caso, pero como Idgrod y Benor habían dicho, a lo mejor estaba muy ocupado. Igual hasta lo que lo tenía tan ocupado era algún plan para proteger al pueblo de los nigromantes. Así que, aunque Alva había ahondado en detalles y parecía honesta, no podía creerla. Además, ella había negado la existencia de Eve, la más pequeña de los hermanos. Si había mentido en eso, ¿por qué no podría haberlo hecho en todo lo demás?
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sonsofks · 5 months
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¡Conquista el Futuro de Camelot! La Explosiva Expansión "Legion IX" de King Arthur: Knight's Tale Aterriza en Steam a Principios de 2024
NeocoreGames Anuncia una Nueva Amenaza en Avalon: ¡La Novena Legión Romana Desembarca en la Isla Mística! NeocoreGames nos emociona al revelar que la expansión tan esperada de King Arthur: Knight’s Tale, titulada “Legion IX”, llegará a Steam a principios de 2024. Nuevos héroes, enemigos, mecánicas de combate y un grupo más grande son solo algunas de las características que ofrece esta desafiante…
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zuleelibros · 2 years
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Jillian y Vela son dos Hijas del Velo que llevan entrenándose para ser Desveladoras desde su más tierna infancia. Ese entrenamiento las ha preparado para desentrañar unos misteriosos asesinatos que les cambiarán la vida tanto a ellas como a todo Éterdar. Fantasía oscura y Novela negra todo en uno.
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wolfcocoa · 2 years
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Curiosidades Curiosas
Datazo de Albina: ella realmente no tenía un nombre propio. Su madre, Raccon, Nana, los sirvientes y los cocineros le dicen «niña». Esto se da porque al momento de su nacimiento, las damas no conocían lo que era el albinismo, por lo que lo asociaron con que la niña estaba maldita. No quisieron nombrarla y por eso fue recluida.
No la mataron porque incluso Ada (su madre) tenía un extraño vinculo con ella que al día de hoy no sabe explicar. NO LA AMA y tampoco la reconoce como su hija, pero tampoco la odia. Es su mascota.
¿Quién le pone el nombre de Albina? Indirectamente, Lio. Cuando se conocen, él menciona su apariencia casi al instante (por curiosidad, no de mala manera), ella ya había leído sobre el albinismo, así que lo primero en lo que pensó fue en el nombre de Albina. A Lio le gustó, pero aun así de cariño la llama Nina.
- Morán Silver
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verso-abstracto · 6 months
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La realidad es bastante oscura: Por está razón, he decidido dejarte en mis fantasías...
Mabel
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onziemevrtx · 10 months
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─── ᴍ ᴏ ɴ ᴏ ʀ ᴏ ʟ 𝀊
‘ 𝘞𝘩𝘦𝘳𝘦'𝘴 𝘺𝘰𝘶𝘳 𝘤𝘳𝘰𝘸𝘯 𝑲𝒊𝒏𝒈 𝑵𝒐𝒕𝒉𝒊𝒏𝒈?
𝘖𝘩, 𝘺𝘰𝘶'𝘳𝘦 𝘫𝘶𝘴𝘵 𝘯𝘰𝘵𝘩𝘪𝘯𝘨 . . .
ABSOLUTELY NOTHING
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( sᴇɴsɪᴛɪᴠᴇ ᴄᴏɴᴛᴇɴᴛ ⚠️ / original post )
. . . 𝟎𝟓𝒕𝒉 𝐉𝐮𝐧𝐞 𝟸𝟶𝟸𝟹
𝕾𝖙𝖆𝖙𝖊𝖓 𝕴𝖘𝖑𝖆𝖓𝖉, 𝕹𝖊𝖜 𝖄𝖔𝖗𝖐
𝑳as cortinas estaban abiertas de par en par queriendo otorgarle algo de ánimo al lugar, como intentando convencerme de que siempre hay un mañana, pero la lúgubre luz diurna de un cielo encapotado llenando cada rincón de la habitación, mostraba la realidad de los hechos.
Esta no era la forma en la que me imaginaba volviendo; prácticamente postrado, con heridas que ni siquiera había tenido el gozo de devolver y las manos vacías, con el amargo sabor de haber fallado enraizándome a la cama como hiedra.
Aquel plato de comida a mi derecha permaneció allí desde el ayer, helado, al igual que todos los anteriores, no tenía apetito a pesar de haber subsistido durante semanas a punta de suero con veneno, ¿Para qué? Para nada. Todo había sido en vano, y sólo por un estúpido desliz. El teléfono también descansaba sobre la mesa, junto al plato, muerto; para mi sorpresa, cuando desperté hace días sólo hallé mensajes irrelevantes y llamadas perdidas de Lorraine: no había rastro de Jettomōn.
¿Acaso Irlanda había sido sólo una excusa para irse? Lo creía, o 𝘲𝘶𝘦𝘳𝘪́𝘢 𝘤𝘳𝘦𝘦𝘳 poco probable, pero haber estado inconsciente durante tanto tiempo me propinaba una distorsionada percepción de la realidad. ¿Y si Asmodeo le encontró? El silencio permitió que mis conclusiones proliferen, era tan posible como imposible, y la idea de haber destrozado el presente de tal forma, me sepultaba. No había sido tan imbécil desde finales del siglo dieciocho, esa mancha negra en mi historial.
𝑌𝑎 𝑠𝑎𝑏𝑒𝑠 𝑐𝑜́𝑚𝑜 𝑠𝑜𝑙𝑢𝑐𝑖𝑜𝑛𝑎𝑟 𝑒𝑠𝑡𝑜, me susurró aquella voz oscura y profunda que pareció resonar en cada esquina de la habitación y no sólo en mi cabeza, como de costumbre.
Apreté los párpados y mi semblante se contrajo buscando mitigarla, mientras recordaba lo bien que se había sentido prescindir de ella en el infierno; siempre atormentándome ante el más leve tropiezo.
¿𝑄𝑢𝑒́ 𝑒𝑠 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑒𝑠 𝑠𝑒𝑔𝑢𝑖𝑟 𝑝𝑟𝑜𝑏𝑎𝑛𝑑𝑜? No importa lo que hagas, todos siempre terminan muertos.
Respiré hondo, solté el aire sin prisa y abrí los ojos, necesitaba otro estímulo, una distracción, algo que mantuviera en silencio a esa voz, porque lo único que me detenía era el hecho de que esta vez ya no había nadie para detenerme. Tener a Wolfgang merodeando en la iglesia le inducía una cuota adicional de incomodidad a la situación, para bien o para mal; perder la compostura frente al vampiro no cabía en mis posibilidades.
Posé la vista sobre la biblioteca empotrada a unos metros del pie de la cama; conocía todos esos títulos de memoria, de la 𝘈 a la 𝘡, desde aquel libro sobre Hécate, hasta la última de mis ediciones de Poe. Ninguno me generaba interés. ¿El piano? Sí, 𝑝𝑒𝑟𝑜 . . . La sola idea de permanecer quieto me exacerbaba y reproducía mi ansiedad como una célula cancerígena.
Necesitaba un objetivo. Algo útil.
Junté los pies, encauzado por el instinto de frotarlos pero un vívido dolor se extendió por mi pierna al intentar siquiera mover el derecho. 𝐿𝑜𝑠 𝑝𝑢𝑛𝑡𝑜𝑠.
La herida tenía poco más de diez días, la carne suturada apenas empezaba a fraguar y mis defensas eran deplorables, mi estado no colaboraba en lo más mínimo a la recuperación. Aún así, no pude evitar pensar que esto no pasaría si Crystal estuviera viva, su simple toque sería un bálsamo para las heridas y mi alma desahuciada.
Y lo más cercano a su toque, eran sus remedios. Debía tener algo de aquel ungüento cicatrizante, 𝑒𝑠𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑢𝑛𝑐𝑎 𝑢𝑠𝑒́.
Manoteé la muleta a mi izquierda y bajé de la cama por ese mismo lado. «𝘗𝘢𝘳𝘢 𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳 𝘮𝘰𝘷𝘪𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥» había dicho. Lo detestaba. El apetito de hacerme un harakiri con aquel armatoste de madera y cuerina, era bestial.
Bajé al subsuelo con la brevedad que esta nueva minusvalía me permitió.
Encendí la luz y fui directamente hacia el escaparate principal, ni siquiera intenté encontrarme en aquella habitación, volver a conectar con todo lo que allí había, mi zona de trabajo, 𝑚𝑖 𝑙𝑢𝑔𝑎𝑟. Cada mota de polvo acentuada sobre la superficie de los elementos de trabajo me presentaba un vacío desolador, que aparecía de la mano con el inherente pasar del tiempo.
No era diferente a aquellos ácaros que cubrían la tapa de mi frasco con germicida, o a la sangre de Jettomōn que pincelaba la pared. Un fracaso. Una sombra sombra sin presente ni futuro. Un espectro de lo que alguna vez fui.
Mi respiración tembló, ni siquiera lograba concentrarme en lo que había venido a hacer, me empeciné tanto en no ver más allá del escaparate que hasta olvidé cómo era el bote de ungüento que buscaba.
La empuñadura de la muleta se volvió el blanco de mi fuerza, de todos esos sentimientos a los que no les quería, 𝘯𝘪 𝘪𝘣𝘢 a dar identidad, el color en mis nudillos se desvaneció y procuré respirar profundamente una vez más, pero antes de siquiera exhalar mi sangre alcanzó su punto de ebullición: me dí la vuelta y barrí violentamente con los brazos todo lo que había sobre la mesa quirúrgica.
Los frascos, probetas e instrumentos quirúrgicos cayeron al suelo casi al mismo tiempo que la muleta, pero sin el mismo espectáculo: cristales explotaron, líquidos se derramaron y el agudo sonido de cientos de elementos de acero impactando sobre piedra se instaló en mis oídos durante más tiempo del que realmente se pronunció.
No esperé.
Rápidamente giré y me lancé sobre la otra, barriendo también todo lo que había sobre esta; aquel sonido metálico se prolongó, una sinfonía de vidrios rotos y un espíritu colapsando. ¿Para qué quería todo esto? Ni siquiera era capaz de traer a mi hermana de vuelta. 𝘕𝘪 𝘢 𝘌𝘷𝘦𝘭𝘺𝘯. 𝘕𝘪 𝘢 𝘓𝘪𝘭𝘪𝘵𝘩. 𝘕𝘪 𝘢 𝘊𝘳𝘺𝘴𝘵𝘢𝘭.
Me aferré al borde de la mesa, mi respiración había escalado un par de niveles, no podía saber si era por la acción en un cuerpo apenas vivo o la agresividad de mis pensamientos, pero sin duda la adrenalina me había cegado los suficiente como para no notar que la sutura en mi pierna había vuelto a sangrar.
Como un golpe de realidad eso me llevó a tragar saliva y bajar los decibeles. Haciendo uso de mi oxidada motricidad me senté sobre el suelo y arremangué la pierna del pantalón, que lucía una creciente mancha húmeda y carmesí; la venda ya había cumplido sus servicios prestados, estaba empapada, pero los puntos seguían en su lugar.
Tras confirmar aquello, dejé caer mi cabeza contra el acero, cerré los ojos y solté un largo y exhausto suspiro. Era un desastre y esto estaba siendo demasiado difícil, pero al menos la 𝑎𝑛𝑠𝑖𝑒𝑑𝑎𝑑 se había aplacado.
𝘜𝘯 𝘥𝘪́𝘢 𝘢 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘻, 𝘊𝘰𝘭𝘪𝘯.
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elbiotipo · 2 months
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También un dato muy interesante que les puede servir para escribir si les interesa: ustedes notaron que el tema de "colapsa un imperio llevando a una edad oscura" es muy recurrente en la fantasía, ciencia ficción, etc. en inglés? Por supuesto que es por la edad media, es la clásica historia de "cae el Imperio Romano y todo se va a la mierda".
PERO, hay algo interesante acá, que es que el Imperio Romano no cayó igual en todos lados. En Inglaterra (Britania) fue catastrófico. Se fue todo a la mierda mal, pero mal. Se cortaron las rutas comerciales, las ciudades quedaron deshabitadas, se perdió la alfabetización, guerras y edad oscura, una ausencia total de la educación, el comercio y el bienestar mantenidos por el estado (hola Milei) romano. Por algo Tolkien habla tanto de las ruinas perdidas de imperios en una edad oscura. Porque realmente fue así. En Inglaterra.
En el resto del imperio romano, no pasó así, y en muchos lugares directamente NO CAYÓ (Imperio Bizantino, el favorito de los gordos Paradox). En Medio Oriente permaneció la prosperidad y la riqueza, las ciudades permanecieron habitadas y prósperas por la mayor parte (no en todos lados pero esa es la idea), y cuando los Árabes conquistaron su imperio, pusieron su administración directamente en tope de la administración romana ya existente, y en vez de una era de ignorancia y etc. tenían todo el acceso a la literatura y al comercio que les permitió lograr la era de oro islámica.
En España, bueno Iberia, también fue algo parecido. No hubo tanto vacío de poder porque después de los romanos siguieron los visigodos (en donde hubo muchos desarrollos culturales), y después de ellos los árabes. Iberia bajo Al-Andalus tuvo posiblemente las ciudades más ricas de Europa con un desarrollo cultural fenomenal.
La edad media pero bien medieval fue más que nada un fenómeno inglés, y más o menos francés y los alemanes son otro tema. Pero interesante, como ahora los ingleses y los yanquis dominan la cultura, SU percepción de la edad media es la que domina.
Y también la de España, que quiso borrar su legado musulmán, pero ese es otro tema.
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loreartm · 11 months
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cuando-fingi-quererte · 9 months
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Fantasía prohibida
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Parece casi una fantasía prohibida, una niebla dentro de mi mente, de alguien tan cercano en el pensamiento privado, pero muy lejano en el tiempo.
De piel tan suave y tierna que se siente en un pensamiento a las maravillas suavemente onduladas con puntas oscuras y turgentes.
De actitud, madura y fértil.
Tan suave y tan maravillosa.
De mirada secreta, que oculta su mirada que solo puedo imaginar.
Sus labios privados estaban húmedos de rocío, su fragancia era tan dulce.
Las yemas de mis dedos acariciaban su piel suave.
Los sentí separarse lentamente con cada caricia.
Mi virilidad haciendo esfuerzo por el regalo primordial de la mujer, esperando los sonidos y sentir el levantamiento de sus caderas.
Mi entrada, lenta y gentil entre sus muslos.
El mundo se convirtió en ella y yo en ese antiguo juego de dos.
Sus manos acariciaron mi cuerpo, su jadeo jadeante, en mi cara.
Sus labios murmuraban silenciosos murmullos.
Sus muslos abrazaron mi cintura.
Primero lento, luego rápido, luego más rápido aún cuando los parpadeos se convirtieron en llamas, luego ardieron como el infierno que no puede tener un nombre.
Sus besos me quitaron el aliento y luego me llenaron con ellos.
Su cuerpo se retorcía debajo de mí.
Ella arqueó su espalda y gimió.
En esa unión exquisita, viejo como el tiempo mismo, subimos las alturas del éxtasis y nos tambaleamos en la plataforma del cielo.
Mis esfuerzos tensos, devueltos en respiraciones profundas.
Eso me empujó a sus profundidades.
Su vagina sobre mi pene.
El levantamiento de nuestros pechos.
Sus uñas se clavaron con fuerza en mi espalda, sus caderas empezaron a torcerse, luego se estremecieron y caímos al abismo.
Su grito fue suave y suplicante cuando me habló de lo que quería.
Tiré de su cuerpo hacia mí y la llené con mi semilla.
Nos recostamos en el silencio.
Aún encerrados en ese abrazo.
Sus manos acariciaron mi espalda.
Sus labios acariciaron mi rostro.
El recuerdo aún permanece allí, flotando en mi mente.
Aquella noche, una fantasía prohibida.
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love-letters-blog · 7 months
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Pecado o expiación
Te volviste mi sueño más anhelado, esa fantasía loca que me lleva a imaginar mil cosas, sueños envueltos en fuego y pasión que mi mente pecaminosa evoca en el subconsciente... pecados que se disfrazan de sueños y deseos.
Eres ese pecado por el cual me condeno al fuego eterno, más, si me hundo en el averno que sea por disfrutar cada palmo de tu piel desnuda, por ahogarme con tu suave aliento que aviva el fuego que consume mis ansias, que sea por beber de tu cáliz sagrado el vino de la lujuria que dentro de ti guardas...
Quiero ser un ángel, más tu esencia me arrastra al pecado...
No, no eres tú, pues tu pureza es magica y seductora, es mi mente oscura que imagina poseyendo tu alma, llevando tu cuerpo hasta el cielo, para despertar en el vacío de cuatro paredes...
Se mi pecado o se mi salvación, conduceme a tu cielo o envíame al infierno de la soledad más no me dejes en el limbo de la desesperación, solo tu puedes ser mi condena o mi expiación... tu decides hoy.
—-☮️
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