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#humedales
m4ster--mnd · 1 month
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🪶 ENJOY THE SILENCE 🪶
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rutasandinas · 3 months
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Día Mundial De Los Humedales
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mariar-r · 3 months
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🍂🐌☀️
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resets-world · 2 years
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karina-flores · 1 year
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“Cuatro Primaveras”
Clorofilas, tubos de ensayo y tiempo.
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toledofrancisco · 2 years
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elchaqueno · 10 days
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La Cumbre de Sama busca consenso para proteger la Reserva y garantizar el agua en Tarija
La Reserva de Sama es un tesoro natural que provee de agua a la región de Tarija. Según el geólogo Daniel Centeno Sánchez, el acuífero se recarga de tres maneras distintas, pero también enfrenta desafíos como la degradación de fuentes de agua y la falta de gestión de su estatus Ramsar. Para abordar estos problemas, se llevará a cabo la Cumbre por la Sostenibilidad de la Reserva Biológica de la…
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hek4tos · 1 month
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un humedal en época de verano
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denorteanorte · 1 month
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Reserva Municipal Carapachay: el municipio liberó fauna en el delta de Tigre
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claubenaventer · 3 months
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“Los humedales y el bienestar humano”
El Día Mundial de los Humedales 2024, tiene como lema “Los humedales y el bienestar humano”, esto pone de relieve la gran interconexión entre los humedales y la vida humana, ya que las personas obtienen sustento, inspiración y resiliencia de estos productivos ecosistemas. Es importante resaltar que todos los aspectos del bienestar humano están ligados a la salud de los humedales del mundo, por…
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centraldenoticiasmx · 3 months
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Conmemoran Día Mundial de los Humedales en la Laguna de Hueyapan
🖊️#MedioAmbiente | Conmemoran Día Mundial de los Humedales en la Laguna de Hueyapan +INFO:
La Secretaría de Desarrollo Sustentable (SDS), encabezada por José Luis Galindo Cortez, a través de la Dirección General de Áreas Naturales Protegidas, conmemoró el Día Mundial de los Humedales con el inicio de limpieza y saneamiento de la Laguna de Hueyapan, ubicada en el “Parque Estatal El Texcal”. En ese sentido, Carmelo Robles Álvarez, director general de Áreas Naturales Protegidas de la…
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laopiniononline · 3 months
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Cerca de dos mil personas han visitado los humedales de Quillota con la oficina de Medio Ambiente.
Nueva publicación en https://ct2.cl/dT
Cerca de dos mil personas han visitado los humedales de Quillota con la oficina de Medio Ambiente.
Hoy 2 de febrero es el Día Mundial de los Humedales, una instancia para conmemorar el valioso aporte en la relación intrínseca entre los espacios naturales y el bienestar humano, donde el departamento de Medio Ambiente quillotano ha levantado una gran gestión para la recuperación, conservación, protección y educación sobre estos ecosistemas.
Desde el departamento de Medio Ambiente de la Municipalidad de Quillota sacan cuentas gratificantes, pues son cerca de dos mil las personas que han participado de las distintas instancias convocadas en los humedales de la comuna. Desde establecimientos educacionales, la red de Salud Quillota, organizaciones y ciudadanía. Y para muchos ha sido su primer acercamiento al río Aconcagua tras años viviendo acá. 
Sin duda esto es una una transformación cultural, en cómo nos vinculamos con nuestro patrimonio natural, es un paso a paso en la reconstrucción de un vínculo que alguna vez se rompió y hoy reconocemos la relación intrínseca entre los espacios naturales y el bienestar humano, es salud.
Mesa de gestión de humedales de Quillota
Desde el 24 de enero del 2020 Chile cuenta con la ley 21.202 de Humedales Urbanos, y en marzo del 2022 en Quillota se declaró el primer humedal urbano, denominado, ‘Mayaca’, gracias a una acción colaborativa entre la Ong Mujeres y Ríos Libres, quienes manifiestaron la intención de la declaratoria, y el equipo de Medio Ambiente del municipio que oficializa el trámite, logrando en conjunto, hasta el día de hoy, mantener acciones en pos de avanzar en la recuperación, conservación y protección de estos ecosistemas.
Hoy tenemos una Mesa intersectorial de Humedales Urbanos, constituida en octubre del 2023, donde estamos creando en conjunto la Ordenanza de Gestión de Humedales de la comuna, para continuar protegiendo otros cuerpos de agua como el humedal ‘Las Galegas’ de San Pedro, que se encuentra en trámite en la Seremi de Medio Ambiente, así como el humedal de Santa Rosa de Colmo, entre otros. 
La mesa está compuesta por las organizaciones socio ambientales Mujeres y Ríos Libres, San Pedro Digno, Fundación Bosque Esclerófilo además de instituciones públicas, tales como Corporación Nacional Forestal (CONAF), Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), Dirección General de Aguas (DGA), Delegación Presidencial Provincial de Quillota,Centro de Promoción y Salud (PROMO), CENTRO EMERGER como también el Museo Histórico-Arqueológico, Oficina de Turismo, Unidad de Gestión de Riesgos, Secretaría de Planificación (SECPLAN), Departamento de Educación Municipal (DAEM) Departamento de Medio Ambiente, Territoriales de Unidades Vecinales y DIDECO de la Municipalidad de Quillota. En representación de la academia y la ciencia están Centro CERES y DUOC-UC.
Invitamos a toda la comunidad a ser parte esta transformación cultural y regresemos al río en respeto, cuidado y armonía. Sígannos en nuestras redes sociales ‘Medio Ambiente Muni Quillota’ y súmense a las próximas convocatorias.
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anmibi · 3 months
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Día de los humedales/Wetlands Day
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comunidadpueblaverde · 5 months
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¿Que son los humedales y cuál es su función? 🪷🌾
Edición: Lizbeth Cortero
Publicación: Abigail Bautista
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ecoactivismo · 8 months
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La Magia y Poder de los Humedales
Los humedales son maravillas ecológicas que juegan un papel fundamental en el equilibrio de la Tierra. Desde Argentina hasta el mundo, estos ecosistemas requieren nuestra atención y protección.
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diario-vespertino · 10 months
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Argentina, un país prendido fuego
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¿Por qué el país arde, a lo largo y ancho de su territorio, desde los bosques patagónicos al monte cordobés, pasando por los humedales rosarinos? ¿Cómo podemos defendernos de este humo que no nos deja respirar? Compartimos la introducción del libro "Argentina en llamas. Voces urgentes para una ecología política del fuego", que acaba de lanzar Editorial El Colectivo. Escribimos esta introducción en Buenos Aires, durante un marzo inusual, con 41 grados de sensación térmica. Culminamos este libro atravesando la ola de calor más prolongada de la historia argentina, sobre todo para la zona centro y este del país. Entre sofocos, nos enteramos de que este ha sido el verano más cálido desde 1906 y de que, también, será el menos caluroso de lo que resta de nuestras vidas. La falta de lluvias, además, produjo una sequía histórica que, según informan los titulares de los principales diarios del país, ha generado pérdidas millonarias para los productores de soja y de maíz. La sequía –sumada a factores como el cambio climático y la multicausalidad antrópica de la bajante histórica del río Paraná– viene generando la sucesión de incendios más grande de la que se tenga memoria. Pero no es un fenómeno exclusivo de Argentina.  En 2020 ardían Australia, California y Siberia, en regiones que tuvieron su peor temporada de incendios en veinte años. En 2019, el mundo se estremecía ante las imágenes de la quema simultánea y coordinada en distintos puntos de la selva amazónica que tenían, como denominador común, extender la frontera agrícola y ganadera. Mientras el humo cubría grandes ciudades como San Pablo y Río de Janeiro, se viralizaba el hashtag #PrayforAmazonas y Greta Thumberg sentenciaba: “nuestra casa está en llamas” (1). El saldo fue la quema de 2,5 millones de hectáreas del Amazonas (Greenpeace, 2019) (2). Cuando arrasa el fuego, las comunidades afectadas también pierden hogares, pertenencias, cultivos, ganado y mascotas. A veces, a sus seres queridos (humanos y no humanos). Con ello, parte de su presente, de su historia y de su identidad.  La deforestación del Amazonas tiene consecuencias para el régimen de lluvias en otras zonas. En efecto, el 19% de las precipitaciones que caen anualmente en la cuenca del Plata se originan por la humedad de la selva amazónica que se dispersa hacia el sur (Maretti, 2014; FARN, 2020). Esto influye, a su vez, en el sistema hidrológico del Gran Chaco y del sistema de humedales de los ríos Paraguay y Paraná. El descenso de los niveles de estos ríos desde 2020 es de los mayores en los últimos 100 años, y va de la mano de la modificación del régimen de incendios. En nuestro país, el fuego alcanzó cifras récord en los últimos meses. Solo en 2022, se contabilizaron más de 700 mil hectáreas (ha) afectadas por el fuego, más del doble que en 2021 (3), pero considerablemente menos que en 2020, cuando la superficie alcanzada fue mayor a 1 millón de ha (SNMF, 2023).
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En 2022, la provincia con mayor superficie incendiada fue Salta, con 126 mil ha quemadas. Le siguieron San Luis, con 121 mil ha, y Corrientes, con 89 mil. Durante 2021, la provincia más afectada había sido Córdoba, con más de 300 mil ha prendidas fuego. En varias ocasiones, la capital provincial quedó tapada por columnas de humo y lluvias de cenizas que hacían arder los ojos y dificultaban la respiración, componiendo escenas cuasi apocalípticas. Otro dato que ilustra la gravedad de esta oleada de incendios es que se vieron afectadas áreas tradicionalmente “húmedas” de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, particularmente en la zona de humedales. En el Delta del Paraná, entre 2020 y 2022, se incendiaron cerca de 600 mil ha. En marzo de 2020, mientras el resto del país se resguardaba en sus casas ante la irrupción de la primera ola de contagios de COVID-19, el humo proveniente de las islas penetraba los hogares de la ciudad de Rosario y dejaba a sus habitantes sin aire y sin lugar para refugiarse ante la llegada del virus y de los humos tóxicos. Tampoco el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) escapó a los incendios arrasadores. El año pasado se detectaron focos en la Reserva Natural provincial Santa Catalina, en Lomas de Zamora; la reserva Isla Verde, en El Palomar; y la Reserva Natural de Laferrere, en La Matanza. A comienzos de 2023, se prendía fuego la Reserva Ecológica de Costanera Sur, en el mismísimo centro porteño. En un contexto de fuerte sequía y desmonte para ampliar la frontera agropecuaria, cualquier chispazo es, en potencia, un incendio incontrolable. Si desde la ciudad la naturaleza suele ser percibida como una entidad lejana de la que vivimos alienados buena parte del año, eventos como las nubes de humo de pastizales quemados en el Delta sobrevolando Buenos Aires ponen en cuestión la posibilidad de seguir con nuestra negación ecológica, expresión que refiere al mecanismo cognitivo colectivo por el cual naturalizamos y elegimos desentendernos de eventos climáticos y ecológicos extremos (4). Si los problemas ambientales parecían no cuestionar nuestra identidad o seguridad como sociedad, el olor a quemado que sentimos al traspasar el umbral del hogar, el enrarecimiento del aire en los espacios abiertos y los atardeceres color naranja fosforescente reflejo del fuego, nos hacen oler, ver y palpar hasta qué punto nuestro accionar sobre el planeta se está haciendo sentir, incluso contra nosotros mismos (5). El humo se volvió tan ubicuo que ya es una variable más que nos informa el servicio meteorológico, junto a la temperatura o la probabilidad de precipitaciones. Pero el fuego perturba nuestras vidas cotidianas también en formas más espectaculares, como cuando el 1 de marzo pasado un incendio de pastizales en la localidad de General Rodríguez –donde se encuentran varias líneas de alta tensión– provocó un apagón masivo en el país, en el que casi 20 millones de personas de diferentes provincias quedaron sin electricidad durante horas. Que este fuego también esté siendo investigado como doloso, le otorga un tinte siniestro a una realidad ya de por sí suficientemente asfixiante.
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La intensidad y extensión de los incendios por todo el mundo condujo a autores como el norteamericano Stephen Pyne a sostener que estamos viviendo un piroceno. Esta noción refiere al legado de los seres humanos en el planeta y a cómo su accionar estaría creando una era del fuego equivalente a la era glacial (Pyne, 2022). Este concepto se basa en la idea de antropoceno –popularizada en 2000 por el científico Paul Crutzen– que califica la fase geológica actual como aquella de mayor impacto antrópico y destructivo sobre el planeta, en la cual las emisiones de dióxido de carbono, la elevación del nivel del mar, la contaminación causada por los plásticos y la deforestación, entre otros factores, estarían dando por terminado el Holoceno y abriendo una nueva fase geológica. Si bien, como señalan Svampa y Viale (2020), el concepto funciona como una suerte de “categoría síntesis” que permite el diálogo entre distintos actores e, incluso, entre distintas disciplinas, consideramos necesario entender la dinámica de degradación ambiental de los últimos dos siglos como un proceso social e histórico complejo. Conceptos como el de capitaloceno (Moore, 2015) permiten comprender que el principal responsable de la destrucción del mundo natural no es “la humanidad toda”, sino aquella fracción pudiente que controla los medios de producción. Solo en 2022 se contabilizaron más de 700 mil hectáreas (ha) afectadas por el fuego, más del doble que en 2021, pero menos que en 2020, cuando la superficie alcanzada fue mayor a 1 millón de ha. En este debate, otros autores han propuesto el término de ecocidio (6) para dar cuenta del avance del daño ambiental sobre la sociedad mundial y sobre la vida en el planeta. Desde nuestras latitudes, el movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir propone hablar de terricidio (Millán, 2019), como síntesis de todas las formas violentas que el sistema desarrolla para atacar la vida. Según Moira Millán, lideresa weychafe del pueblo mapuche, dentro del concepto de terricidio  están contemplados el ecocidio, el epistemicidio, el genocidio, el feminicidio; es decir, todas las maneras en las que la vida de los pueblos y de la naturaleza es arrebatada. A través de esta noción, las mujeres indígenas denuncian el proceso de arrinconamiento y destrucción que sufren en la actualidad las formas de vida indígenas, incluidas su cultura, espiritualidad y relación con los territorios sagrados. Desde una perspectiva anticolonial, antipatriarcal y anticapitalista, la lucha contra el terricidio significa, para este colectivo de mujeres indígenas, llevar adelante una serie de acciones que conviertan al concepto en una categoría con la que se pueda juzgar y condenar a los sectores dominantes que lo provocan. Dicho esto, nos preguntamos ¿qué se pierde con cada incendio?
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Los incendios forestales de gran envergadura e intensidad, como los que vimos expandirse en los últimos tres años en nuestro país, afectan a los ecosistemas y a la biodiversidad, a la capacidad de reproducción de la flora y la fauna. Aumentan el nivel de carbono en la atmósfera, lo que contribuye al calentamiento global, a la variabilidad del clima y a una mayor ocurrencia de eventos climáticos extremos. A su vez, la pérdida de la cobertura vegetal afecta a las dinámicas hidrológicas y acelera la erosión de los suelos. Cuando arrasa el fuego, las comunidades afectadas también pierden hogares, pertenencias, cultivos, ganado y mascotas. A veces, a sus seres queridos (humanos y no humanos). Con ello, parte de su presente, de su historia y de su identidad. Los terrenos se desvalorizan, quedan más expuestos a riesgos y sus dueños se empobrecen, tal como ilustra Julieta Quirós en Eco-etno-cidios de la vida rural en campo cordobés. Por un ambientalismo inclusivo de lo humano (en este volumen), capítulo centrado en el caso del Valle de Traslasierra, provincia de Córdoba. Algunos pobladores deben abandonar sus tierras o venderlas a precios viles y migrar a la ciudad, empeorando el signo expulsivo del campo a la ciudad que agudiza las problemáticas de desigualdad en el acceso al hábitat y de hacinamiento en las periferias de las ciudades. Los incendios arrasadores dejan pérdidas invaluables. Como se interroga la escritora y periodista Gabriela Cabezón Cámara en el relato Yo vi morir (incluido en este libro) al ver el desastre que dejaron los incendios en Corrientes: “Dentro de la lógica de mercancía en la que se sume todo, ¿el dolor cómo cotiza?, ¿dónde entra?, ¿cómo se calcula la pérdida, el duelo?”. En este tono, la comunicadora y habitante de la Comarca Andina, Gioia Claro, en su relato Memorias del fuego patagónico (también en este libro) reflexiona sobre las pérdidas materiales y simbólicas que dejan los incendios, y sentencia: “no hay justicia que nos devuelva lo que perdimos”. Cuando los impactos del fuego se manifiestan en incendios fuera de control, las tareas desarrolladas por las mujeres se intensifican, al verse urgidas a desplegar fuerzas protectoras que garanticen un mínimo de supervivencia y de sostenibilidad de la vida. Fuegos ancestrales y extractivismo incendiario A los incendios deliberados suele seguir un cambio de usos del suelo. Tierras con bosque nativo que, al perder su “valor de conservación”, dejan de estar amparados por la Ley de Bosques, cambian de estatuto legal y pueden ser explotados para fines productivos, turísticos, inmobiliarios. En un contexto de altos precios de los commodities agrarios y de un desarrollo basado en el agronegocio, la quema intencionada en áreas rurales y boscosas sirve para extender este sistema productivo a regiones extra-pampeanas. En zonas periurbanas, para proyectos de urbanización, desarrollo de infraestructura, expansión inmobiliaria y, también, para el turismo (7). El fuego a gran escala es funcional al extractivismo. Este proceso refiere a la intensificación, a partir del siglo XXI, de la explotación de grandes volúmenes de recursos naturales que se exportan en calidad de commodities. Si bien la región latinoamericana siempre tuvo una inserción en el mercado mundial como exportadora de materias primas, este concepto nos permite entender la dinámica de acumulación actual, basada en la amplificación de procesos de despojo territorial y en una mayor presión sobre los bienes naturales, que en el nuevo milenio ha adoptado características particulares (Gudynas, 2015; Svampa, 2016; Wagner, 2020). Algunas de estas características son la profundización de nuestra inserción subordinada al mercado internacional; la reprimarización y extranjerización de la economía; y la consolidación, en suma, de un modelo de producción agroindustrial basado en el monocultivo, altamente demandante de nutrientes, de agua, y dependiente de sustancias químicas para garantizar el control de especies. Algunos de los elementos de esta matriz extractiva pueden observarse crecientemente también en las ciudades, cuando el suelo urbano se vuelve un campo de renta, la gestión pública abre paso a la participación privada, y el capital financiero marca las reglas del juego, replicando los procesos de desposesión (8). El avance de la frontera extractiva se vale, pues, de la generación de incendios a gran escala. Pero aquí es preciso hacer una aclaración. Como señalan Brián Ferrero, Bibiana Bilbao y Adriana Millán en “Sin fuego no hay isla”. Los usos del fuego en el delta superior del río Paraná (en este libro), no es lo mismo un incendio, una quema o un fuego. En el caso que estudian, las islas del río Paraná, la quema de campos o bosques ha sido una práctica tradicional que realizan campesinos para cocinar, para calentarse, para generar humo y espantar insectos; también para limpiar, de modo acotado y circunscripto, algún pajonal cercano a la vivienda (9). Sin embargo, en un contexto de fuerte sequía y desmonte para ampliar la frontera agropecuaria, cualquier chispazo es, en potencia, un incendio incontrolable. Podemos afirmar, entonces, que otra de las cosas que se han perdido con esta oleada ígnea es la posibilidad, para muchas familias campesinas, de continuar con sus prácticas tradicionales de uso del fuego sin ser señaladas, perseguidas y sancionadas.
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Incendios y pandemia: dos caras de la “extracción” del derecho a la salud Sobre la pregunta acerca de qué se pierde con cada incendio, queremos señalar un último aspecto: con los incendios, también perdemos salud. Los humos emanados por el fuego incluyen sustancias cancerígenas. Tras los incendios que afectaron a la ciudad de Rosario y alrededores en 2020, se encontraron concentraciones de partículas tóxicas en el aire en valores cinco veces superiores a lo permitido (Gabellini, 2020). Mientras el gobierno nacional nos exhortaba a quedarnos en casa para no sobrecargar el sistema de salud en el marco de la pandemia, las salitas, hospitales y clínicas de Rosario se vieron desbordadas de consultas por afecciones respiratorias, molestias oftalmológicas, irritabilidad y mareos (Verzeñassi, 2020). Si algo nos mostró la pandemia es que el cuidado de la salud humana va de la mano del cuidado de los ecosistemas y de las condiciones de producción. Los efectos destructivos del modelo extractivista tienen cada vez más impacto en los procesos de salud-enfermedad-muerte y generan un malestar cada vez mayor en nuestras sociedades (Breilh, 2010; Borde y Torres-Tovar, 2017). Como muestra Delia Ramírez en el capítulo Plantaciones forestales en Misiones: un ejército en llamas, el arrinconamiento –o cercamiento de los comunes (Federici, 2020)– se expresa en la asfixia que experimentan las comunidades cuando un paisaje de plantaciones es impuesto por la industria agroforestal, en la misma medida en que se agravan los déficits en servicios básicos, incluidos los recursos para enfrentar el fuego. Previo a la pandemia, en 2019, un informe emitido por la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) destacaba, entre otras cuestiones, que el impacto humano sobre el planeta estaba llevando a que, entre 540 y 850 mil virus de origen zoonótico, tuvieran potencial para “saltar” a la salud humana y transformarse en virus dañinos, tal como sucedió con el COVID-19. Si bien la pandemia ha sido inédita en su escala, no se trató de un hecho aislado, sino que ha sido un evento provocado por un cambio climático reiteradamente señalado (IPCC, 2018) y por un deterioro acelerado de la biodiversidad (Díaz et al., 2019; ipbes, 2019) que se combina con una desigualdad social y concentración de la riqueza crecientes, tanto entre países como al interior de cada uno de ellos (Díaz et al, 2020). Como corolario, el grupo de científicas y científicos nucleado en el ipbes ha destacado que ya no es posible pensar la salud humana, la de los ecosistemas y la sanidad animal de manera fragmentada, sino que es necesario y urgente adoptar el enfoque de “una sola salud” (10).
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Durante las primeras semanas de cuarentena, en Argentina creímos estar ante una especie de “Estado social de emergencia” que, si bien improvisado y limitado en su alcance, daba pasos firmes hacia el fortalecimiento de un sistema de salud desguazado por décadas de neoliberalismo. Sin embargo, centrado en un aspecto meramente sanitario del cuidado, muy pronto vimos desvanecerse la ilusión del “Estado que nos cuida”, mientras este redoblaba la apuesta por el extractivismo (11), callaba frente al avance de los incendios, reglamentaba el pago de la deuda externa y confirmaba la sujeción a un modelo que enferma, sofoca y mata. En el contexto actual, con plazos venideros de pago al fmi, el margen para cuestionar este modelo extractivista como única vía posible de ingreso de divisas se reduce, y nos empuja a tomar una posición integral en contra del capitalismo depredador que financiariza y mercantiliza cada espacio de nuestras vidas. Escrito con la urgencia de los territorios ardientes, "Argentina en llamas" invita a pensar los incendios desde la ecología política, tal como indica la frase popularizada por muchos de los colectivos nacidos al calor de la destrucción ígnea: “Todo fuego es político”. Los incendios vistos con gafas ecofeministas Esta ola de incendios también nos mostró sus impactos diferenciados en cuanto a desigualdades sociales, brechas de género y discriminaciones raciales. Las diversas maneras de relacionarse con el fuego –así como los diversos modos de combatirlo– pueden comprenderse mejor a partir de los conceptos y nociones de la ecología política feminista latinoamericana, la economía feminista y el ecofeminismo crítico. Amaia Pérez Orozco (2014), posicionada desde la economía feminista, señala que asistimos a un momento histórico marcado por el conflicto capital/vida. Read the full article
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