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burakrevista · 1 year
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"Si (como el griego afirma en el Crátilo) El nombre es arquetipo de la cosa, En las letras de rosa está la rosa Y todo el Nilo en la palabra Nilo”
El Golem Jorge Luis Borges
Por Dana Babic
Cuando la revista nació no se llamaba Burak, tenía otro nombre. Tuve que cambiarlo. Ya había empezado a generar contenido, estaban funcionando las redes sociales. No había pensado otras opciones para identificarla, así que durante un breve tiempo fue la revista sin nombre.
Parece simple llevar adelante la acción de poner a cada cosa la denominación que le corresponde, pero no siempre lo es. Hice listas de lo más diversas, pedí colaboración entre mis amigos, no daba con el arquetipo de la cosa, como dice el poema El Golem. Dejé de forzar el encuentro: Ya va a llegar. Pero pasaban los días y nada. En Crátilo, el diálogo de Platón, Sócrates cuestiona tanto la teoría del nombre en sí como el naturalismo de que todo fluye. ¿Qué hago?, pensé. Me rendí.
Fue entonces que un amigo me sugirió leer El libro de los seres imaginarios, de Borges y Margarita Guerrero, como ejercicio de inspiración. Y ahí lo encontré: El Burak
«El primer versículo del capítulo diecisiete del Alcorán consta de estas palabras: "Alabado sea El que hizo viajar, durante la noche, a su siervo desde el templo sagrado hasta el templo que está más lejos, cuyo recinto hemos bendecido, para hacerle ver nuestros signos". Los comentadores declaran que el alabado es Dios, que el siervo es Mahoma, que el templo sagrado es el de La Meca, que el templo distante es el de Jerusalén y que, desde Jerusalén, el Profeta fue transportado al séptimo cielo. En las versiones más antiguas de la leyenda, Mahoma es guiado por un hombre o un ángel; en las de fecha posterior, se recurre a una cabalgadura celeste, mayor que un asno y menor que una mula. Esta cabalgadura es Burak, cuyo nombre quiere decir "resplandeciente". Según Burton, los musulmanes de la India suelen representarlo con cara de hombre, orejas de asno, cuerpo de caballo y alas y cola de pavo real.
Una de las tradiciones islámicas refiere que Burak, al dejar la tierra, volcó una jarra llena de agua. El Profeta fue arrebatado hasta el séptimo cielo y conversó en cada uno con los patriarcas y ángeles que lo habitaban y atravesó la Unidad y sintió un frío que le heló el corazón cuando la mano del Señor le dio una palmada en el hombro. El tiempo de los hombres no es conmensurable con el de Dios; a su regreso, el Profeta levantó la jarra de la que aún no se había derramado una sola gota.
Miguel Asín Palacios habla de un místico murciano del siglo XIII, que en una alegoría que se titula Libro del nocturno viaje hacia la Majestad del más Generoso ha simbolizado en Burak el amor divino. En otro texto se refiere al Burak de la pureza de la intención»
Burak se convirtió en una gran comunidad que comparte un interés común: la difusión de letras y arte. Mi deseo es que acompañen y participen, pero por sobre todo que disfruten de este espacio tanto como yo.
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burakrevista · 1 year
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Poemas de Lola Fantasma
Por Mirtha Caré
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Milo Lockett
Después de leer los poemas de Lola Fantasma, se me ocurrieron un montón de preguntas. Por ejemplo: ¿por qué dice las cosas de esa manera? ¿por qué habla de esto y de lo otro? ¿quién está detrás de ese nombre? Pero, sobre todo, ¿qué trae a Lola por acá? Hasta el momento, ninguna de esas preguntas tuvo respuesta. Pero me dieron ganas de compartir algo para que la empiecen a conocer. Tengo la impresión de que Lola anda en algo.
EMOCIÓN BÁSICA
Por qué será tan fácil
ejercer la ternura con desconocidos
anidar la nuca
surfear la curva de las manos.
Una tarde me pasé la tarde
acariciando un torso
que había conocido esa misma tarde
y fue todo
tan fútil y hermoso.
Al fin y al cabo es lógico
que la ternura y la desnudez
sean para los desconocidos
cristalino lugar
donde ocultarse.
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TODO POR UNA MANTA
 Hace un rato me han puesto una manta sobre las piernas
escocesa
como las que usan los ricos paralíticos en las novelas de Chandler.
Pensé que iba a ser pesada y que picaría
porque la lana siempre anda picando es su función en el mundo
pero resulta liviana, casi etérea
yo diría que puede volarse en cualquier momento y entonces
más que policial sería un Aladino confundido por el escocés
y luego caer al piso y ser franca observadora de un pícnic
donde hay una chica de pollera amplia y moño en la cabeza con una
cesta
—qué palabra, cesta—
que en vez de lo que ya sabemos tiene víboras
y detrás del moño le vemos los ojos rojos y la manta sale corriendo
para
convertirse en balsa en este río oscuro que
puede llevarme a cualquier lado.
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ESPOSA DE SERENO
 Estira una mano en la oscuridad
Tantea el aire
Encuentra la noche
Lola Fantasma tiene muchas edades y géneros. También oficios. Uno de ellos es el bordado, otro la escritura. Escribe poesías y novelitas policiales en ambientes rurales.
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burakrevista · 1 year
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Poemas del libro Servidumbres. Eduardo Magoo Nico
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La más perfecta carne
La más perfecta carne al partir Parte el ser En mil fragmentos desiguales Un sentimiento de profundo Y singularísimo Afecto Me inspiraba Noelia Cuando su rostro atravesó La ventana Su magnífica cabellera de lluvia y llanto Llamó la descarga Un fuego hasta ese entonces desconocido Que ni abraza Ni envuelve Ni quema Encendió la más perfecta carne... Que al arder Rompió su imagen En mil porciones diminutas Amarga y torturadora (No de Eros, no de Psique) Fue la convicción gradual De que en modo alguno Yo podría definir Su carácter insólito O regular su intensidad
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La niña mugrienta
Una vaga insinuación de brisa Simula Amaga Hasta casi tocarme la cara (Una vieja foto tajeada y enredada en un sauce) Mojada por las brumas del riachuelo Tenía que ser así y así ha sido El gotear monótono de las páginas Y de los días El clarear Una fecunda llovizna de oro En el cumplimiento del amanecer La lejana mancha negra y tuerta (Casi un insecto) Se acerca temerosa Me escucha con ojos desconfiados y tenaces Pide cuentos Avergonzada y lastimosa prueba Es su ausencia La hermosura no es indispensable
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Eduardo Magoo Nico
Nació en el año 1956 en Lomas de Zamora, Buenos Aires. 
En el 2001 se traslada a Trieste, Italia.
Libros publicados: La Polaca (Ed. Cronopio Azul, 1995), Puros por Cruza (Ed. El fin de la noche, 2011), Escuela de Sirenas, fotonovela (Alias, 2002 Italia), Servidumbres (La Cartonera, Roma, 2022)
Edita desde el 2005 su propio blog: Se escribe: Magoo 
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burakrevista · 1 year
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Demoliendo hoteles. Emiliano Pérez
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El domingo vi El evangelio según San Mateo de Pier Paolo Pasolini. Una película que narra la derrota de un Cristo con espada. Un Cristo radicalizado, decidido a transformar el statu quo del mundo. Lo más interesante de la película es lo que Pasolini hace con la palabra “derrota” que, etimológicamente, viene de derromper. El prefijo de y del latín rota que quiere decir: “fuga de un ejército”.
Pasolini encuentra una línea de fuga en El evangelio según San Mateo. Podemos relacionarlo con lo que dice Deleuze: “Líneas de fuga es ''algo'' que arrastra a la naturaleza, al organismo y al espíritu. Si pensamos que lo organizado hace referencia a la imposición de tal o cual régimen de totalización, de colaboración, de sinergia o integración, la hipótesis de las líneas de fuga sería que siempre hay lugares, situaciones, hechos, experiencias, etc., por donde todo se escapa”.
En esas fugas es donde el Cristo de Pasolini encuentra un espacio para demoler los paradigmas que gobiernan el mundo. Rompe con la típica figura blanca y luminosa que propone la iglesia, opta por un Jesús de tez oscura, ojos negros, con rostro sombrío. El cristo de Pasolini hace de su discurso una política del lenguaje. En la derrota construye un cristo de mayor dimensión humana y social que el evangelio de Mateo. No es casual que en la película no haya imágenes de flagelación, ni dolor, cristo avanza con la mirada en alto. 
Pasolini construye a partir de la derrota una nueva manera de observar, una estética, un lenguaje nuevo. En una entrevista dijo “Soy un hombre que prefiere perder más que ganar con maneras injustas y crueles. Grave culpa mía, lo sé. Lo mejor es que tengo la insolencia de defender esta culpa, y considerarla casi una virtud". 
Es interesante pensar en la etimología de la palabra “perder” que viene del latín perdere y significa “dejar algo”. ¿Y si usamos la palabra derrota como un punto de fuga hacia otro lado y la palabra perder como dejar algo para encontrar otra cosa? 
Perderse tiene que ver con la desaparición de lo conocido. Perderse tiene que ver con la aparición de lo desconocido. Como dice la poeta Elizabeth Bishop “Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aún más: algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente. Los extraños, pero no fue un desastre”
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Emiliano Pérez nació un día nublado en Ingeniero Maschwitz. Es Farmacéutico. Publico dos poemarios, Insomnio (Halley Ediciones, 2021), Diccionario para amantes (Halley Ediciones, 2020). Es un apasionado del cine y de las palabras.
Instagram: @leondaer
Blog: https://papelesparaprenderelfuego.blogspot.com/
Twitter: @leondaer
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burakrevista · 1 year
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Microcentro Cuenta
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Javier Grosman - Director de Microcentro Cuenta (Foto Sebastián Pani)
Presentado por el Ministerio de Cultura de la Ciudad, a través de Mecenazgo Participación Cultural, con el apoyo de Banco Macro y en alianza con instituciones públicas y privadas, del 2 al 12 de febrero, a partir de las 18 horas y con acceso gratuito, se podrán disfrutar activaciones artísticas, performances e instalaciones visuales y de diversas disciplinas, que se desplegarán entre Avenida Santa Fe y Avenida de Mayo, por un lado, y entre Avenida 9 de Julio y El Bajo, por el otro. Microcentro Cuenta busca poner la mirada en ese espacio reconocido por ser un faro cultural, social, gastronómico y turístico. 
Luciana Acuña - Alejo Moguillansky, Martín Churba - Guillermo Cameron Mac Lean, Elena Dahn, Tobías Dirty, Ana Groch, Luciana Lamothe, Marcos López, Hernán Marina, Luis Felipe “Yuyo” Noé, Federico Orio, Fernando Rubio, Agustina Sario - Matthieu Perpoint, Marcela Sinclair, Eli Sirlin - Magalí Acha - Matías Sendón y Tambor Fantasma -Bruno Lobianco y Oscar Albrieu-, son algunos de los artistas convocados para este evento.
Microcentro Cuenta se propone articular y generar redes propias artísticas, culturales, sociales y gastronómicas para conformar agendas comunes interconectadas y potenciar sus desarrollos de manera estratégica y coordinada y de este modo ofrecer una experiencia integral para quienes viven, visitan y transitan la zona.
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Luis Felipe “Yuyo” Noé
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Goethe-Institut El centro ha muerto, viva el centro (Foto Leandro Dopacio)
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Fernando Rubio Mirar. Un retrato en el Microcentro (Foto Santiago Pianca)
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Tambor Fantasma Timber
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Tobías Dirty Combate de susurros
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Algunos lugares que participan del proyecto:
Alianza Francesa / Arcimboldo Arte Contemporáneo / Arthaus / Banco Macro / Bisman Ediciones Galería y Residencia de Arquitectura / Centro Cultural Paco Urondo / Del Bit al Átomo / Esmeralda / Fundación Federico Jorge Kleim / Fundación Luis Felipe Noé / Galerías Larreta / Galería Phuyu / Galería Ti / Goethe-Institut / Icana / Isla Flotante / Manzana de las Luces / Mite Galería / Museo Banco Central / OHNO Galería / Piso 13 Art Studio / PM Galería / Rata Kiosko / Sagai / Talenta Galería / URRA Cerrito
Prensa: Marisol Cambre
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Desde el 2 hasta el 12 de febrero.
A partir de las 18 horas.
MICROCENTRO CUENTA
Instagram: microcentrocuenta
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burakrevista · 1 year
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Poemas de Claudia Azpilicueta
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© Sol Halabi - Home (2003)
Por Mirtha Caré
En los poemas de Claudia Azpilicueta, podemos apreciar dos formas de arte trabajando juntas: la poesía y la pintura. A través de las imágenes y las metáforas, la autora crea un nuevo lenguaje que invita al lector a explorar los temas que la convocan.
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Al amanecer, el papel en blanco espera una pregunta. Lo más sencillo se vuelve sagrado y cada objeto es parte de una pintura mayor.
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Llevo conmigo algunas fórmulas desordenadas que selecciono a ciegas. Sé adormecerme con los viejos trucos humanos. Pero a veces el aire se vuelve respirable y la rueda gira de nuevo trayendo una leve esperanza.  Con las manos intento protegerla de mi propia torpeza.
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El ayer era de agua, no había sostén en mi caída hacia la nada. Entre paredes huecas, tejí palabras que me sujetan al mundo.
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Cuando estoy feliz, el invierno cabe en mis bolsillos.
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Un pequeño hilo de agua traza el camino. Camino por el papel y voy recorriendo mi vida. Los trazos se diluyen o se enredan. Callo y pinto en silencio. Muerdo el pincel y lo baño en témpera. Lo sacudo, lo deslizo, lo estrujo. Me agoto y duermo para renacer.
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Hoy me desperté y sentí que, en la noche, una mano cálida y fuerte había enjuagado con agua limpia hasta el último rastro de tristeza de mi corazón, y lo había puesto con cuidado sobre una piedra, a secarse al sol de la mañana.
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Claudia Azpilicueta nació en Punta Alta (Bs. As. Argentina) en 1966. Estudió bioquímica en la Universidad Nacional del Sur, desarrollándose posteriormente en docencia e investigación en la Universidad de Buenos Aires, donde realizó el doctorado. En su búsqueda de otras formas expresivas, asistió al taller de escritura del periodista y escritor Luis Gruss y al de plástica con el artista Víctor Sitá.
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burakrevista · 1 year
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El otro Borges. Mariana Lirusso
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Estoy sentada en el piso frente al lavarropas como en trance, el movimiento circular me apacigua. Temo ser hipnotizada por el aparato blanco. No me importa.  La muerte es una vida vivida, digo en voz alta.
Mientras intento recitar el verso del verdadero, recuerdo el día en que el otro llegó a casa. Lo trajo una mujer con buenos modales y mal aspecto. Apenas lo vi, empecé a proponer nombres. Pasé de Roma, con Nerón, Augusto y algún otro más, a los más triviales como Mishi, Pompón o Pelusa. Luego mi mente, rebosante de letras, —a eso me dedico (o intento)— me llevó a un repaso veloz de la literatura universal.
—¡Borges! —grité entusiasmada, pensando que no hacía falta vagar por países lejanos.
La buena señora preguntó con una gran sonrisa de dónde había sacado ese nombre tan raro mientras me contaba que recogía gatos abandonados, los castraba y “regalaba” a cambio de un módico precio. Tendría un Borges asexuado.
Cuando ella se fue, el gatito gris encontró rápidamente un lugar seguro para pasar sus primeras horas: detrás del lavarropas. Había observado al instante los rincones de la casa, con una sagacidad desconocida para para mí, y ese le pareció el mejor sitio para protegerse.
Le puse comida y le confirmé su nombre.
—Te llamarás Borges —dije en forma solemne sin dejar de sonreír.
Borges amaba a los gatos, yo amaba a Borges y ese bautismo era mi humilde homenaje. Beppo no alcanzaba.
Los primeros días fueron de llantos nocturnos, lánguidos y tristes, que me hicieron enternecer y estremecer al mismo tiempo. Era mi primera experiencia con felinos. Luego de cuatro días intensos, logró juntar coraje y salir de su escondite. Ningún sector quedó sin explorar, todo fue examinado por esos ojos amarillos letales.   
Pronto se convirtió en el rey de la casa. Yo lo dejaba hacer, obsesionada como estaba en ¿reacomodar? mi vida y amigarme con la soledad. Nunca supe si era la palabra correcta, pero prefería esa a la espantosa frase de empezar de nuevo. Sonaba a fracaso y no me gustaba, aunque recordé las palabras del Maestro y me sentí mejor: nadie fracasa tanto como se cree.  Muy adentro de mí, no estaba tan segura. En esas transiciones de la vida, que algunos crédulos llaman crisis porque crisis significa oportunidad y qué bueno es tener la oportunidad de cambiar, etc, etc, no existe mejor elixir que las amigas, o, mejor aún, las amigas con vinos. Vivía recibiéndolas en casa para paliar la soledad, la crisis, la transición y todo eso que me pasaba por esos días. Por eso el gato, por eso, también, las cartas natales y los registros akáshicos.
Empecé a notar que a Borges no le gustaban las chicas, el bullicio, la alegría que traían a este reducto silencioso y triste. Su gesto cambiaba y nos miraba de un modo extraño, caminaba despacio alrededor nuestro, observaba, si podía tiraba alguna copa. Yo sonreía, inocente aún, en cualquier situación presentía una historia para contar, la escritora que no triunfaba.  Vana, entusiasta y ridícula.
Recién cuando comprobé que el gato entendía el lenguaje humano, me preocupé. Sus ojos se achicaban y hasta su ceño se fruncía si escuchaba algo que no le gustaba.  Si yo hablaba por teléfono, él estaba allí, si charlaba con mis amigas en el living, él estaba allí. Lo mismo si dormía o iba al baño.  
Empecé a evitarlo, pobre ilusa, pensando que no lo advertiría. Eso lo hizo enojar cada vez más. Sus iras eran nocturnas, descargaba su furia contra libros, diarios y revistas, aunque estaba especialmente ensañado con mis libros. Fue destruyendo los clásicos preferidos con dedicación y maestría: El Juguete Rabioso sufrió más que ninguno, Aguafuertes Porteñas dejó de ser libro a las pocas noches.   
Para aniquilar mi débil paciencia, también cambiaba cosas de lugar. No había dudas de que era un gato inteligente. Bah, como todo gato, según lo que me habían contado. Malo, malazo, como decía el otro.  
Cada mañana algo faltaba en mi mesa de luz: un aro, el papel de un caramelo o una muestra de crema. Todo era llevado a su primer escondite, al que llegaba bajando por la escalera del dúplex a velocidad de la luz. Detrás del lavarropas estaba la mitad de mi vida. Quizás por eso no le encontraba la vuelta. A la vida.
Aquella madrugada que me levanté al baño y se me ocurrió observar la escalera, me aterré. Sobre un escalón estaba mi linterna nocturna, la que guardaba debajo de mi almohada.  Encendida y apuntando contra el retrato de mi padre, el maligno.
No me animé a bajar, la dejé allí hasta el día siguiente, ambos, gato y padre, me asustaban. Cuando me levanté, mal dormida a pesar de la dosis aumentada de ansiolítico, ya no estaba en el escalón, tampoco detrás del lavarropas. Ya aparecerá, pronuncié fuerte, intentando demostrarme y demostrarle que no me afectaba.
Cuando fui a tender la cama, encontré la linterna debajo de mi almohada.
 —¡Ay dios! — grité agarrándome la cabeza, aunque no creo en dios.
Perdí la poca paz que tenía, corrí, busqué a Borges por la casa, lo miré fijo y entendió. Ya no lo quise nada y él lo supo. Caótico define bien lo que siguió. ¿Y si le daba mis ansiolíticos? Por qué no se robaba la media pastilla en lugar del aro o del anillo fino.
A partir de ese día, cerré con llave el dormitorio, temí que me observara mientras dormía. Lo había hecho seguramente, lo imaginé tan cerca que me dio escalofrío. No solo eso. Revisaba el lavarropas cada día, hablaba en clave con mis amigas, dejaba todas las luces prendidas. No pude dormir más a pesar de la media pastilla que ya no sobraba.  
Sus maullidos eran agudos, crueles, inundaban la noche silenciosa como una catarata gutural que lo envolvía todo.  Caminaba por la planta alta con pasos casi humanos, o bien, intentaba abrir la puerta manoteándola con toda su fuerza. Como no lo lograba, empujaba contra ella su cuerpo, provocando golpes secos que retumbaban en mi cabeza dopada.
Acabo de levantarme al baño, es de madrugada. Vuelvo a encontrar la linterna en el mismo escalón, encendida y apuntando a la cara de ese hombre que fue mi padre. No soporto más, bajo corriendo, la agarro y la tiro contra la pared, intento estrellarla contra el retrato y no puedo. Me hubiera gustado. Me miro en el espejo, soy tan parecida a él, aunque no me reconozco. Pelo enloquecido, ojos desorbitados, mueca heredada.  
Aparece Borges con su mirada escrutadora, me observa indulgente, tiene otra hoja de mi libro en la boca. Lo persigo hasta arrinconarlo en el lavadero y se la saco con bronca.
—¡Bioy no se toca! —grito enloquecida. Por suerte, Silvina se salvó, solo fue lamida.
No me animo a agarrarlo, temo a sus garras, miro a mi alrededor. ¿Con qué le puedo pegar? ¿Quizás ponerle un fuentón encima y dejar que se ahogue?
El juego de sábanas blanco está para lavar, puede servir. Las rescato del canasto suavemente y se las tiro encima, lo mareo y envuelvo. Tomo el bulto y lo sostengo con firmeza, se mueve enloquecido. Por suerte no maúlla.
Lleno el cubículo con mucho jabón de color rosa. Pongo las sábanas con fuerza y presiono decidida el botón de lavado intenso.
Acá sigo, sentada en el piso. El cigarrillo me sosiega, lo aspiro lento, igual que el movimiento circular. Sonrío, pienso que a Borges siempre le gustó el lavarropas. Y que en cambio no le gustaba Carver. No pude salvar nada de Catedral.
—Paff! —apoya su pata en el vidrio y logro ver sus ojos desencajados. Es solo un segundo porque al instante desaparece entre las sábanas, que se tiñen de a poco de otro tono de rosa. No es el jabón.
El color aumenta de intensidad y me maravillo. La sangre me refresca la mente, o será la venganza, no sé, pero logro recordar parte del poema del verdadero. Lo recito en voz alta, cual ofrenda a los dioses: No son más silenciosos los espejos, ni más furtiva el alba aventurera…digo al compás del fiel lavarropas.
Fumo y fumo mientras miro como hipnotizada. Todos los días alguien nace, todos los días alguien muere, se escucha en la tele. Pienso en mi corazón lleno de rejas, lloro con el botón de intenso.   
La vida es una muerte que viene. Alguien sueña y, aunque a veces quisiera, no soy yo. 
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Mariana Lirusso
Ig: mari.liru
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Foto de Cleomar Mattos
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burakrevista · 1 year
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Poema del libro “Bajo el camisón sonreía una mosca”. Isaura Duarte (Venezuela)
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Foto: Isaura Duarte
C o n e x i o n e s
Minutos portátiles, rígidos,
escandalizados,
curtidos de arterias y plomo.
Recluidos bajo el suelo
de los montículos regresivos,
del resto de la toalla diseccionada
en el ataúd del baño de huéspedes,
donde se apiña el rasguño de la luz
que ya no se lava la cara.
Mi cuerpo rojo.
La llaga.
La acústica de la noche reposada.
El cromático recuerdo.
Espasmo.
El crimen de la flauta.
El último aviso de salida roído
en un ticket donde mis manos
arrojaron el adiós a su existencia.
 Esta ciudad que se ha ido al borde
de unos ojos cartesianos,
de un cuerpo que se ha quitado el pecho
porque no le late y su mirada se acumula
en el vacío amansando el fuego vivo.
 Enigma taciturno,
de nuevo llegas
con mi olor de tierra sacra anclada
a tu lenguaje mítico,
 a tu voz inadvertida de hombre herido
tras la pared de otras que no
atravesaron tus puertas.
Tus ojos.
Tus arenas.
Tus tiempos distintos
arrojados al tacto de la savia.
 Mientras me ves
mientras me veo
en este enlace acrílico
donde habitan las tecnologías
y el verbo amar se ocupa del
derrumbarse ante la caricia
que penetra la distancia entre
Alma y Alma.
 Y el silencio atardece
en las aceras que camino
con la sed de un nómada
que esquiva fronteras.
 Con el sonido del borrador
de una máquina que ya no escribe
y se ahonda el olor a tinta que
ahora está completamente seca.
Y jalo el gatillo.
Y arranco las cintas y me veo
manchada de amarillos y verdes,
de voces lejanas que se escurren
y dibujan un nuevo rostro.
 Y quedo tendida.
Absorta.
Penetrada.
Callada.
 Callada en esta nada.
+
+
Isaura Duarte
(Caracas, Venezuela)
Es poeta, actriz, artista visual y gestora cultural. Trabaja la performance y la video-poesía como un medio de expresión para sus escritos.
Autora del libro Bajo el camisón sonreía una mosca (Fundarte) y miembro fundador de Pulsión Poética
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burakrevista · 1 year
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Poemas del libro Los restos del bambú de Josep Piella Vila
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Un coche fúnebre acaba de saltarse un semáforo en rojo. Me ha parecido escuchar las voces de unos niños en la playa, creo que una de ellas es la mía. Mi enfermera me acompaña en los paseos fuera de la residencia. Su vestido huele a pasillo de hospital. Me he acostumbrado a su olor. Tengo miedo de vivir en una ciudad donde los coches fúnebres tienen prisa.
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Nos detenemos a cien metros de la frontera, unos militares juegan al fútbol al lado de sus fusiles, se escucha la carcajada del comandante desde el interior del puesto de aduana. Allí deben de ser más felices, pensamos, mientras el bebé suelta el pezón de mi mujer y se une a la fiesta. Huimos de la guerra y estas fueron sus primeras palabras: -La única solución, mi comandante, es convertirnos en personas éticas.
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Josep Piella Vila
https://joseppiella.com/
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burakrevista · 1 year
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Penélope. Gabriela Valledor
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Son las 19.53. Hago los deberes en la cocina. Hoy no se cortó la luz. Los últimos días se cortó todas las tardes.
La radio está encendida, siempre en el mismo dial, Radio Colonia. Son los minutos finales del programa. El locutor de “La ruleta de los éxitos” anuncia el último número. Se escucha el ruido del bolillero. “¡Veintisiete! Joan Manuel Serrat con su tema Penélope”, decía la voz metálica y mal sintonizada.
“Penélope Con su bolso de piel marrón Y sus zapatos de tacón Y su vestido de domingo…”, cantaba Serrat, profundo y castizo.
Hoy, a las 19.55 es esa canción, mañana puede ser cualquier otra. La canción cambia siempre.
Te escucho cantarla. Al tercer verso la estás tarareando. Revolvés la olla que humea y empaña la ventana. Bajás el fuego, al mínimo. La salsa se apacigua, ya no se escuchan los borbotones rojos. Tapás la cacerola, deslizándola apenas para dejar una pequeña abertura a modo de chimenea. Apoyás la cuchara de madera en el platito de postre sobre el que hace un rato retiraste una papa, la cortaste y probaste para ver si todavía estaba dura . Te quemaste la lengua, te escuché quejarte. Dijiste “la puta madre”, como tragándotelo. Ayer hiciste lo mismo con los ravioles. Abrís la canilla y te lavás las manos.
Estoy de espalda a vos, recostada sobre el brazo estirado en la mesa de fórmica. Con el lápiz en la boca, blando y baboseado, trato de resolver la sopa de letras que me dieron de tarea. No necesito verte, ni siquiera concentrarme demasiado, conozco de reojo cada trazo de tus movimientos, identifico cada mínimo acorde gastronómico.
Doblás el repasador y lo dejás sobre la mesada. Te sacás el delantal de cocina, si mal no recuerdo hoy tenés el cuadrillé celeste y amarillo. La tela es áspera, se escucha como se deslizan las tiras cuando deshacés el nudo. Lo colgás de la manija de la mesa con rueditas. Con las manos alisás la pollera y emprolijás la blusa. Pasás a mi lado y me acariciás la mejilla. “Sentate bien, te vas a quedar dormida, y sacate el lápiz de la boca”, decís suave. Todo, a tu alrededor, suena más que vos.
Son las 19.57, termina la música y va a empezar el noticiero pero antes el pronosticador del tiempo anticipa una noche cálida de luna llena. Los tacos de tus zapatos percusionan el parquét del living. Entrás al baño, te escucho acomodar los paneles de espejo del botiquín. Uno está oxidado. Hace un chirrido agudo cuando lo ponés en ángulo recto. Comprobás que todo tu pelo está contenido en las horquillas de tu rodete. Retocás el delineado, prolongás la colita de la línea para rasgar más tus ojos y a esta hora te pintás con un labial bordó. La tecla de la luz del baño es dura, con mi dedo índice sobre el cuaderno imito el movimiento contundente que hace tu dedo índice para bajarla. Otra vez tus pasos sobre el piso de madera y la punta del zapato pisando el botón de la lámpara del living. Hoy te pusiste los que son color caramelo y tienen boquita de pez.
Mi cara se esconde tras el ángulo que forma el codo. Mis ojos te siguen como desde un periscopio. Pasás por delante de la cocina. Cómo una ráfaga perfumada. La puerta del balcón se desliza pesada y torpe. Otra vez te veo pasar pero detrás del vidrio. Caminás apurada hacia el otro extremo y desaparecés.
Son las 20. Se detiene la acción. Apago la radio. La escena suspendida requiere silencio. Podría ser una foto, sino fuera por la cortina de voile que aletea junto a la ventana abierta.
Empujo la silla despacito hacia atrás para pararme. Me deslizo en medias por el piso de madera. La cortina me envuelve y en un giro, convertida en fantasma estoy afuera. Me siento en el piso entre los malvones y te observo. Quiero interrumpirte, ofrecerte un juego que te traiga de vuelta, para que no juegues sola. Pero de vos, en el otro extremo, solo queda una silueta negra que se imprime sobre las luces de la avenida de la esquina. Ya no estás, ya te fuiste.
El contorno de tu cuerpo recostado sobre la pared dibuja una línea de curvas suaves. Estás fumando. Veo como la lucecita naranja se aviva con cada inhalación y el humo chiquito se aleja con formas caprichosas. Trato de decodificar si exhalás deseos o desilusiones en cada pitada. Siempre entrecerrás los ojos cuando fumás, como si intentaras ver más allá, como si algo te estuviera siendo develado o estuvieras alcanzando una comprensión pacífica de algo.
Escucho la llave de mi papá abriendo la puerta, a las 20.30, como todas las noches. Abandono mi camuflaje de malvones y me sumerjo en tu universo oscuro de barandas blancas. Me quedo a unos pasos detrás tuyo. Puedo sentir tu perfume que se mezcla con el olor a cigarrillo
“¿Qué hacés, ma?” te pregunto en voz baja como si un tono más alto pudiera disipar las señales de humo que enviás con tu boca.
No me mirás ni te sobresaltás. Como si el tiempo y el espacio hubiesen perdido toda referencia para vos y entonces todo fuera posible.
“Espero, mi amor, espero”
Suavemente deslizo mi mano entre tu brazo y tu cuerpo. Me quedo allí tratando de adivinar si entre los focos de la calle y las bocinas de los autos se descifra algún mensaje que yo no estoy entendiendo. Quizás si fumara uno de tus cigarrillos. Me cuelgo apenas de vos y giro la cabeza para mirarte. No digo nada más. Es el perfil de la estatua de una diosa si no fuera por las aletas de la nariz que se sacuden ansiosas como olfateando la posibilidad de algo diferente.
Son las 4 de la madrugada, treinta años después. Dormida escucho tu voz, esa voz nueva que te impuso la enfermedad para ir transformándote en una extraña. Adivino el susurro gastado, tu cuarto queda lejos. No entiendo qué decís. Intuyo que me buscás, aunque solo sea para ser testigo. No quiero que nadie más se despierte en la casa y dudo que sea un sueño. Tuyo o mío.
Bajo la escalera confundida. Sigo los sonidos sordos que se recortan en el silencio nocturno.
Te veo sentada en el sillón del patio. No registrás mi llegada. Tu mirada se pierde en la enredadera de la medianera. No puedo descifrar lo que decís, quizás solo estás tarareando una canción. Me siento al lado tuyo. Me hago un ovillo y apoyo la cabeza en tu hombro.
Te miro mirar. Te espero esperar.
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Gabriela Valledor
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burakrevista · 1 year
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Mi polis seductora. César Mundaca (segunda parte)
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MI POLIS SEDUCTORA
(Segunda parte)
Por César Mundaca
 Las calzadas y las aceras de Buenos Aires son, por lo general, muy anchas. Como ancha fue la hospitalidad que me brindó la poeta Paloma Raskovsky, la cuentista Paula Ruggeri (quien tuvo el generoso gesto de obsequiarme dos títulos de su autoría), el periodista Cristian Vázquez, el productor Alexis Leiva y el novelista Enzo Maqueira, con el cual mantuve una buenísima charla en Radio Provincia.
Pero no pude saldar toda la cuenta. Faltaron los encuentros con Eugenia Coiro, Tatiana Goransky, Fernanda Volpi, Natalia Orrego, Dana Babic, Gabriela Mayer, Bibiana Ricciardi y Luciana Strauss. Confío en el advenimiento de una nueva oportunidad para departir con cada una de ellas. Sea alrededor de unas medialunas, facturas, alfajores, tostadas de campo, bifes, asados, dulces de leche, panchos, bondiolas, mates, birritas o vinos mendocinos.
En la Avenida De Mayo, visité más de una librería de viejo. Impregné la mirada en los lomos de las publicaciones de Ovidio, Beatriz Guido, Borges, lienzos cortazarianos, recuadros de Gardel y textos sociológicos ochenteros. En la pila de estos últimos, descubrí un compendio titulado El modo de vida socialista, escrito por un conjunto de académicos pertenecientes a la República Democrática Alemana, Hungría, la ex Checoslovaquia, Polonia, Mongolia y Rumanía. Atrapé el compendio como si se tratara de una esmeralda al pie de un yacimiento bahiano.  
La avenida Corrientes es una arrolladora marea artística. Por sus largas cuadras, caminé estirando mis piernas, me detuve ante sus venerables teatros, ante sus cobijantes librerías como Losada, Hernández, Sudeste, Dickens, Galerna, Cúspide y tantas otras. Almorcé de cara al Obelisco, de cara a la magnánima avenida 9 de julio, dejándome llevar por la frescura de sus vientos, oxigenándome con la vibrante argentinidad al palo. Abandoné Corrientes con un texto parteaguas camuflado en mi morral, El 45, del historiador Félix Luna.
Tras pasear enamorado por la parisina calle Arroyo, la Estación Retiro-Mitre y la plaza Fuerza Aérea Argentina, enrumbé hacia Eterna Cadencia, nutrida morada cultural ubicada en el barrio de Palermo. Ni bien cerré la puerta, me deslumbró sus torres librescas de ficción y no ficción; sus mesas plagadas de narraciones impresas traducidas al castellano, la rizada muchacha de ojos azules que me atendió en caja, las intensas tertulias de sus comensales. Saqué los pesos y pagué por Hija de revolucionarios, de Laurence Debray; Los niños perdidos, de Valeria Luiselli; Los pichiciegos, novela ambientada en la guerra de Malvinas y escrita por Rodolfo Fogwill; Estertores de una década. Nueva York 78, de Manuel Puig y Rebeldes, soñadores y fugitivos; del marplatense Osvaldo Soriano.
De vuelta al microcentro, hurgué en las estanterías de La librería de Ávila, la más antigua de Buenos Aires. Muy señorial. Encontré desde los duros volúmenes de literatura griega hasta lo último de Caparrós. Miraba, ojeaba, decía sí, luego dudaba, para volver a decir sí, tal vez, puede ser, no o después me lo llevo. Qué lector más estresante, ¿verdad?, pues, así parece.
La Casa Rosada no me fue indiferente. Planté la mirada frente a su puerta central, frente a su entrada lateral izquierda, frente a sus balcones, frente a sus cortinas, frente a los avatares de la historia. Cuando escudriñé al icónico Cabildo, rememoré aquella mañana primaveral que alumbró el retorno a la democracia en 1983.
El postre Balcarce fue el apoteósico concierto ofrecido por la Orquesta Estable del Teatro Colón. Prístino espectáculo que difícilmente olvidaré. San Telmo me regaló un buen tango en la Plaza Dorrego, la serenidad del extenso Parque Lezama y un cartel metálico donde Mafalda decreta esto: “No permitiré que nadie camine por mi mente con los pies sucios”. Otro indicio de su restallante lucidez.
También deambulé por la avenida Rivadavia. Arteria movida que algunos citadinos la catalogan como la más larga del mundo. En el trayecto, aproveché para tomar fotografías a los impetuosos afiches políticos del momento. Luego, descansé en una banqueta de Caballito por poco más de tres cuartos de hora.
Plaza de Mayo y tu memoria vivificante/Parque Rivadavia y tu feria sexagenaria/Núñez y tu predilecto hijo multicampeón, River/Palermo y tu simpático Ecoparque/Recoleta y tu conmovedora esencia francesa/Puerto Madero y tu encanto colosal/Buenos Aires, buenas lindas, buenas bellas, ¿cómo no querés que te quiera?
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César Mundaca 
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Foto: Lucía Montenegro
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burakrevista · 1 year
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Bailando con la escoba. Poesía reunida de Daniel Fara
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“El recorrido por las distintas ventanas que abre Daniel nos lleva a respirar el aire que provee la saudade (palabra portuguesa que va más allá de la palabra nostalgia). Esa saudade no provoca tristeza ni amargura: baila con el color azul, juega a lo imposible, rubrica personajes que se alejaron y que vuelven a nuestros días gracias a la memoria poética. Personajes que se convierten en un cuadro pintado por un artista, similar al trabajo que realiza Lily Briscoe en Al faro de Virginia Woolf. Los recuerdos de estos poemas proveen felicidad: son mágicos destellos de un pasado que se acerca como el lente luminoso de una cámara”
Fragmento del prólogo de María Eugenia Fernández
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Compartimos algunos poemas del libro:
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Ángel del rincón
ángel del rincón
sombra de harina
dorabas la noche
con un bostezo de polen
yo navegaba
en tus pupilas
batía agua y estrellas
con mis remos
por las orillas
corrían desvelados los ratones
en el aliento celeste
de la estufa
crecía la onda tibia
de mi almohada
nona melina
ángel del rincón
sombra de harina
dorame esta noche
con tu bostezo de polen
*
Venecia negra
Encalló mi témpano
y tuve que nadar hasta tu jardín.
¿Para qué había llevado
en bandolera
el arcabuz de los buenos tiempos?
¿Para quién mi antigua mirada
prisionera
tras los barrotes de mis pestañas?
(Un heraldo de la muerte a contraluz
había clavado la noticia en mi joroba.
Fue cosa de salir latiendo fuerte,
de navegar hacia tu casa
sobre el oleaje de las esquinas mal dobladas)
Una brisa negra me abrió la puerta,
retrocedió el sollozo violeta
por tu amado perdido
¿Y qué pude hacer yo
salvo aceptar que tus lágrimas
formaran curso lejos de mi pañuelo?
Sí, quise retar a duelo
a mi nuevo rival, el Destino,
pero el guante se hundió en tu herida
42
y el sol en mi taza de café.
Te di el pésame,
recuperé la calle, el frío
Dejé atrás la góndola encallada
y avanzando en los zancos de mis remos
lloré por mí,
que ni siquiera había muerto
para convertirme en fantasma.
*
Dos estrellas
Amanece.
Dos estrellas se demoran
conversando
en el mostrador del cielo.
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Nostalgia, belleza, cierta ternura de la infancia, el dolor y el amor, el amor y el dolor. La vida misma reunida en un edición muy cuidada. Algunos temas con los que trabaja Fara, también la naturaleza y los sueños, nos llevan de paseo por recuerdos que todos tuvimos o tenemos. Es muy interesante su obra poética. 
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La obra reunida donde se lee este fragmento, en el primer poema del libro, Como si fuera un prólogo: A raíz de un malentendido Si uno quiere escribir un poema / lo escribe / en la oficina / en la ladera de un pecho / o en la cuerda de su horca / y no se ausculta a cada rato / el corazón / para saber si le duele o no le duele / lo escribe / en el último renglón de su conciencia / alumbrado por el miedo a lo imposible  
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Para comunicarse con el autor o con la editorial hacen click en sus nombres.
Bailando con la escoba. Poesía reunida
Daniel Fara
Gayheart Ediciones, 2022
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burakrevista · 1 year
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En el acto ingenuo
de tropezar dos veces
con la misma piedra
algunos perciben
tozudez.
Yo me limito a comprobar
la persistencia de la piedras
el hecho insólito
de que permanezcan en el mismo lugar
después de haber herido a alguien.
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+
Cristina Peri Rossi
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Foto de Ihsan Adityawarman
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burakrevista · 1 year
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Reseña: A la caza de la ballena. Martín Pomter
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A la caza de la ballena. Lecturas de Moby Dick.
Martín Pomter  
I.  
Cada lectura es un mundo, seguramente.
Mi primera vivencia de "Moby Dick", la ballena, se dio a través de las estampas de una curiosa adaptación gráfica: se trataba de figuritas que, una vez cortadas de la planchuela troquelada en la que venían, debían pegarse secuencialmente al relato (cruelmente abreviado, como era de esperar) de la trágica historia del Pequod. Estas imágenes me atraían de una manera casi obsesiva, recuerdo, al punto de que frecuentemente sus detalles se me aparecían como el fantasma de alguno de mis sueños. ¿Cómo llegaron estas estampas a mis manos? No tengo memoria de ello. Igualmente, ¿cómo es que se fueron?… ¿las perdí, por casualidad? Y, si así fue, ¿cuándo, exactamente? Tampoco puedo recordarlo. Pero en algún momento dejé de tener conmigo este pequeño libro-álbum con la historia adaptada en figuritas. Los dibujos aquellos vinieron y, del mismo modo, luego se fueron, dejando una impresión enérgica e indeleble en mí…
…Porque no mentiría si dijera que estos dibujos a color fueron, si acaso, una motivación evocada —años más tarde— de camino hacia el sudeste asiático, embarcado en un viaje transoceánico que me llevó hacia otras aventuras, no menos fantásticas y terribles. Se ve que la idea del mar, así como la idea del misterio indomable del mar, se quedaron conmigo desde esa lectura infantil. No sé qué era lo que esperaba o buscaba, y de seguro emprendí aquel viaje por infinidad de razones. Pero sí sé que mi primer encuentro con esta trágica historia no fue inocente, ya que de seguro signó mi imaginario y mi sed de aventuras.  
Durante la travesía fue algo decepcionante que ni una sola ballena de ningún tipo se cruzara con nosotros en nuestro camino a Indonesia, debo decir. Conjeturé batallas a muerte —eso sí— en las profundidades debajo de nosotros: los cachalotes de leyenda combatían para mí con monstruos abisales, en duelos sin fin. En la medida en la que la realidad de los cetáceos me eludía certeramente, supongo que la fantasía de la ballena calaba aún más hondo en mi mente.
No pude alejarme de "Moby Dick" por mucho, de todos modos. Entre las ricas experiencias de esos tiempos, entre las alocadas vivencias que caracterizaron mi estadía en tierras lejanas, el territorio de la ballena blanca no se encontraba lejos.
II.
Luego de aquellas lecturas infantiles, la imagen de la otra ballena, la cinematográfica — igualmente irreal, aunque menos inverosímil gracias a la suspensión del descreimiento un tanto más cómoda de la pantalla—, en efecto me llegó poco después del vasto océano, durante una tarde de lluvia en la que, hastiado de hachís y aburrimiento, me metí a una vieja y algo sórdida sala de cine en los suburbios de Yakarta. Si creyera en el azar, diría que el azar me llevó allí; prefiero pensar que la casualidad no existe, que estaba yo predestinado a sentarme en una de esas desvencijadas butacas de cuero bordó, a encender uno de esos cigarritos franceses que fumaba entonces, a apoltronarme ahí mismo colmado de ocio y de tedio, para presenciar la proyección de la película de John Huston doblada al malayo (lengua en la cual no hablaba yo ni una palabra).
En verdad, todavía no había llegado a conocer la historia completa; tiempo después habría de saber que el film no era tan —digamos— infiel a la novela que lo inspiró, a pesar de las inconmensurables distancias entre ambos medios. Podía establecer entonces, sin embargo, que sí había una incongruencia entre este Capitán Ahab y el de mi memoria visual, el que me habían legado las estampas troqueladas. Aun a pesar de que nunca había leído el libro hasta ese momento, y aun cuando el film poseía para mí una innegable resonancia shakesperiana de dramática belleza, quizás yo ya intuía que el cine no podía jamás hacerle justicia a literatura tan compleja. (Al otro lado de mi vida futura, así como al otro lado del mundo, iría a encontrarme con las palabras del director, que llamaba tanto a su obra como a la de Melville una "blasfemia". Si consideramos mi fascinación, podríamos afirmar que yo ya era un creyente en los demonios que asolan el espíritu del hombre.) En cualquier caso, el pathos mismo del relato, aunado además a esa suerte de naturalismo pictórico de las escenas en pantalla, ciertamente me impresionaron. Posiblemente fue esta fuerte impresión —un juego de mi subconsciente, imagino— y, claro está, el alterado estado de mi percepción, lo que me transportó a una suerte de instante místico. Supongo que, como éramos varios los fumadores, el humo de tabaco que poblaba el recinto no ayudaba para nada. O que quizás ayudaba por demás. Sea como sea, la suma de tantos factores tan intensos había sido demasiado para mí.
Más mareado de lo que estaba al entrar, abandoné la sala y vomité en uno de los callejones cercanos. Poco después dejaría aquellas islas en las que cualquier semblanza de "Moby Dick" seguía escapándose de mí, para pasarme un año y medio en el Mekong, en donde sólo encontré grupos de delfines beluga de río, pero —claro— nunca una ballena.  
III.
Muchísimo más tarde, cuando tenía ya unos treinta años, iba camino a una reunión con una amiga escritora que vivía en New York, cuando la equivocación al doblar una esquina hizo que terminara en una pequeña galería del SoHo, que en esos días montaba una pequeña muestra nada menos que sobre el tema de la novela de Melville. Allí vi por primera vez unas ilustraciones del argentino Leopoldo Durañona, una veintena de planchas en formato comic. Era mi primer encuentro con "Moby Dick" en blanco y negro, y confieso que no me causó tanta impresión frente al recuerdo de mis otras ballenas. (A esas alturas, estos dibujos ya tenían unas décadas de viajes propios, me contaron, y supe algunos años después que Enrique Breccia terminó el trabajo de Durañona, quizás con una maestría de estilo bastante más contundente.) Pero fue lo que vi en una de las paredes de la exhibición lo que marcó el despertar de mi viejo interés por la ballena imaginada: colgados allí, se encontraban varios de los grabados originales con los que Rockwell Kent urdió, convocándolo del modo más vigoroso y potente, el leviatán de Herman Melville. Todo con lo que yo había fantaseado, todas las imágenes que —dormidas, aletargadas— sin duda me habitaban todavía, habían sido indudablemente evocadas —y opacadas, al mismo tiempo— por estas ilustraciones tan poderosas. Salí de la galería alucinado.
En el curso de la semana siguiente, ya había conseguido mi copia original de la edición de 1930 del libro de Melville ilustrado por Kent. Podríamos afirmar que venía leyendo Moby Dick por años, aunque sin leerla, pero había tenido que esperar casi dos décadas desde mi primera ballena para encontrarme con el libro en cuestión. Ésta, curiosamente, era mi primera llegada a la novela en sí, al hipotexto completo en su original en inglés. Tener este volumen en mis manos fue leerlo inmediata y febrilmente en un par de noches de insomnio.  
Desde entonces, nunca dejé que la novela descansara. La novela, a su vez, nunca dejó que tampoco descansara yo.  
IV.
Estaba viviendo en Buenos Aires en el 2005 cuando el Malba presentó parte de la Serie "Moby Dick" del artista Frank Stella. Entre aquel lejano encuentro con la película de Huston, y mi descubrimiento de la relación de mágico embeleso que Stella ha sostenido siempre con la obra de Melville, ya había visto yo incontables encuentros de este libro con las artes. Pero la serie artística que el Museo ahora exhibía tuvo en mí un efecto similar al que, años antes, había tenido conocer la interpretación personal que de la obra había hecho Rockwell Kent: frente a la ballena cinematográfica, mi cabeza estalló en mil millones de pequeñas esquirlas; en esta oportunidad mi mente implosionó, por así decirlo, en una anagnórisis de millones de nuevas reflexiones. No podía creer que la interpretación personal pudiese recorrer este tipo de grandes distancias; la remake que Stella había realizado (porque eso era: una verdadera remake del original, aunque en otro lenguaje) era fresca, era inspiradora. Venía, no obstante, a reafirmar las mismas concepciones, a conjurar las mismas viejas nociones, que yo encontraba en la novela. Me acordé, riéndome para mí mismo, de la idea de Huston sobre la blasfemia; volví a estar en aquella sala de cine en Yakarta; me sentí intoxicado nuevamente, mareado de humo y de placer.
Con estas nuevas imágenes de “Moby Dick” volví —una vez más, como tantas veces antes— al texto de la novela. Fijé en mi mente la visión de una de las obras de Stella en particular (un grabado que recuerdo se llamaba “Jonah Historically Regarded”) y, una vez en casa, abrí mi copia del libro. Era el Capítulo 111, y esto es lo que decía allí:
“There is, one knows not what sweet mystery about this sea, whose gently awful stirrings seem to speak of some hidden soul beneath” (algo así como: “No se sabe qué dulce misterio hay en este mar, cuyos movimientos suaves y espantosos parecen hablar de algún alma que se esconde bajo la superficie”).
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V.
La relectura tal vez sea una forma de homenaje, no lo sé. Tal vez sólo sea otra forma de la afinidad. Yo la practico cada vez que puedo, en especial con ciertos textos. Encuentro un placer infinito en la relectura de un libro que significó algo sólido y verdadero en mi experiencia de vida. Así, releer Moby Dick ha sido para mí uno de esos rituales que, cada dos o tres años, uno celebra como una costumbre, como una obligación, o si se quiere como una re-afiliación amistosa con alguien, o algo, a quien nunca conocimos personalmente, pero que sabemos tan cercano. Una afirmación ritualista de, digamos, nuestra identidad construida en el tiempo. O bien revisito la novela en su totalidad, o bien sólo releo algunos pasajes y partes fragmentarias —a veces dejando que el libro se abra con la disposición caprichosa del azar; otras veces eligiendo un pasaje con una finalidad específica especial, tomando la novela con la misma oracular disposición con la que uno consulta el I Ching—.
Es un alivio saber que la historia de esta lectura no ha concluido. Por caso, mis amigos traductores y yo reanudamos a menudo nuestra convicción común en el viejo dicho que reza “traduttore, traditore”: todavía, después de tantos años, aún discutimos no sin cierto fervor nerd cómo trasladar al castellano la famosa línea —tan íntima, tan peculiar—, que sigue diciéndome (a mí, a mí solo) “Call me Ishmael”.
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Martín Pomter
https://www.instagram.com/martin.pomter/
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burakrevista · 1 year
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Mi polis seductora. César Mundaca
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MI POLIS SEDUCTORA
(Primera parte)
 Por César Mundaca
Trece veces Buenos/Trece veces Aires/Concluido mi periplo/yo no me olvido de vos. Esta es la primera estrofa que brotó de mis labios cuando abandonaba la ciudad de Buenos Aires. Intenté desarrollar aún más el naciente poema de curtida nostalgia. Sin embargo, tras algunas cavilaciones, comprendí que esa estrofa condensaba todo mi amor, sí, mi explosivo amor, por la majestuosa, vivaz e imponente capital argentina. Fueron trece días de inconmensurable alegría. Me desplazaba de aquí para allá, de allá para allá, de allá para acá y así. Caminatas-subte-taxis-caminatas. Esa fue la tónica. A la semana, el cuerpo me exigió moderar el ritmo aventurero, pero mi potente entusiasmo jamás se vio truncado. La llaman la ciudad de la furia. Yo prefiero rebautizarla como mi polis seductora.
Cómo no me voy a enternecer contigo/si el arte en ti/constituye la envolvente omnipresencia/Cómo no me voy a enamorar de ti/si ajusticiando un bife sanjuanino/hallé tu vecina sonrisa hedonista. Recoleta, Palermo, Retiro, Almagro, Caballito, Puerto Madero, San Telmo y Núñez fueron los barrios que recorrí. Ah, y el histórico Microcentro (que en realidad debería llamarse Macrocentro). Siempre respirando muy hondo para nutrirme del vigor urbano. Caminando como si fuese el esperado revitalizador de la patria y el pueblo exultante me lanzara rosas rojas desde sus balcones de estilo parisino. Tras esa desopilante alucinación callejera, solía detenerme a contemplar la exuberancia arquitectónica de sus edificios, la frondosidad de sus parques, sus placas conmemorativas, sus altivos monumentos y, por qué no decirlo también, la incontestable esbeltez de sus muchachas. Mención aparte merece el sabroso acento porteño que, durante toda mi estadía, osé imitar.
Buenos Aires es, por antonomasia, un deleitoso enjambre de librerías, museos, teatros y cafés. Al día siguiente de haber aterrizado en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, emprendí la marcha hacia el Ateneo Grand Splendid, una de las librerías más hermosas del planeta. Sublimemente extasiado por sus instalaciones, rodeado por sus bellas estanterías, susurré: este es tu lugar, César, tu lugar. Disfrútalo, carajo.
En la primera visita al Ateneo, elegí, después de ojear un listado de textos, un ensayo titulado Cuatro verdades sobre nuestras crisis, del filósofo Raúl Scalabrini Ortiz. Quería profundizar mis conocimientos acerca de los quiebres políticos, económicos, sociales y culturales del país. En la segunda, poco más y necesitaba una canastilla de supermercado: atrapé El arte de mantener la calma, de Séneca; Vírgen de Luján - La madre de todos, El diario secreto de Pulgarcito, de Philippe Lechermeier; Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi y traducido por Guillermo Piro; Estás para más, de Daniela De Lucía y, por supuesto, un manojo de imanes con gráficos del emblemático Obelisco.
Debo confesar la sísmica emoción que sentí al divisar a tantos lectores de diferentes edades, de múltiples nacionalidades, deambulando por los pasillos alfombrados, llevándose montones de novelas contemporáneas, cuentos clásicos latinoamericanos, mucha manga, ensayos del psicoanálisis, colecciones de poesía anglosajona y tantos ventanales del saber. Este apasionado testimonio continuará…
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César Mundaca
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Foto de Sebastián Godoy
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burakrevista · 1 year
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Teatro: Encuentro de poetas. Alejandro Spangaro. Dirección de Ana Yovino
Por Dana Babic
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“Jacobo Fijman es el filósofo Samuel Tesler del Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal que compartió trabajo con grandes poetas y periodistas de su época, fue amigo de Oliverio Girondo, de Marechal, de Enrique Molina, de Pablo Neruda. En un momento llegó a tener un reconocimiento muy importante en la literatura y en el periodismo argentino, pero también es cierto que sufrió ciertos desequilibrios espirituales que lo llevaron primero al aislamiento de sus amigos y compañeros escritores y poetas de la época y que termina olvidado y dado por muerto en el Hospital Borda”
Vicente Zito Lema
“¿Podrán saber que hablo con Dios, que me besan los ángeles? ¿O burdamente piensan que deliro cuando me niego a repetir que dos más dos son cuatro? Me pregunto, usted ama la poesía, pero vive fuera del hospicio, ¿eso lo salva del delirio?”
Jacobo Fijman
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Encuentro de poetas se presenta todos los domingos a las 19 horas en Mil80 Teatro (Muñecas 1080, Villa Crespo). La obra, basada en textos de los poetas Vicente Zito Lema y Jacobo Fijman, cuenta con la actuación de Alejandro  Spangaro y dirección de Ana Yovino.
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El encuentro transcurre en un escenario donde lo único que se ve es una caja de cartón, como un residuo, pero intervenida con poemas y dibujos. “Entre mi pintura y mi poesía hay una sola mano”. Fijman
Los movimientos del protagonista —por momentos muy sutiles —, las máscaras, el juego de luces, la música en vivo y el vestuario, logran que el espectador se imagine frente a estos dos grandes poetas contemporáneos: Jacobo Fijman (1898-1970) y Vicente Zito Lema (1939)
El escenario tiene dos niveles. En lo alto, Gerardo Morel, hace sonar instrumentos que, en consonancia con la caja, son ‘desechos’. Junto a una novia que hipnotiza a la sala a través de su voz dulce como el canto de una sirena, Julia Conlazo (la Novia de Jacobo, la Virgen María). En el nivel inferior, acompaña a la maravillosa actuación de Spangaro un violinista, Brian Andrés Pombinho Soares, que hace de Fijman (también era violinista), y recibe al público ya caracterizado, en la puerta de entrada al teatro.
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Alejandro Spangaro vuelve a ponerse en la piel de un poeta recluido, hizo de Hölderlin en Hölderlin. La Torre del Neckar (leer aquí), una vez más nos sumerge en un clima íntimo con cada palabra, pose, incluso en las mínimas pausas donde habla con su mirada. Tiene la capacidad extraordinaria para recitar hasta cuando se está cambiando dentro de la caja. 
Impecable la dirección de Ana Yovino, actriz, directora y docente teatral de gran trayectoria y multipremiada, que logra potenciar a partir del cruce de textos y de la puesta en general, el respeto, la admiración, la confianza, el amor entre los dos escritores.
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Cuenta la historia que Zito Lema estaba fascinado con la poesía de Fijman, y luego de años de búsqueda por distintos hospicios logró dar con su paradero en el Hospital Borda. Vicente se ocupó de su amigo incluso luego de su muerte. Hay una entrevista que le hace para la revista Crisis donde le promete algo:
— ¿Puedo pedirle un favor? —Sí. —Sé que dentro de muy poco me voy a morir. Ya soy viejo y he sufrido lo suficiente. Pero tengo miedo de lo que me espera. No de la muerte, porque ya estoy muerto en Cristo, sino de que me abran la cabeza como hacen con todos los internos... ¡No quiero presentarme ante Dios cuando resucite con el cerebro dañado y chorreando sangre! Mi vida ha sido el estudio, la poesía; quiero estar hermoso, digno...  Además va a estar ella, la Virgen, la única que no se burló de mi amor ni me rechazó... ¿Se ocupará de mí cuando muera? Sáqueme a toda prisa de la morgue. No deje que me destrocen, ¿me lo promete? —Se lo prometo.
La pregunta con la que esta obra recibe a los espectadores es “¿Qué hiciste con el amor mientras el otro sufría?”, que es parte de un poema de Zito Lema, y nos permite entender ese vínculo que no fue más que una ceremonia de amor, como también definió el encuentro, el día del estreno, el mismo Vicente (pueden escucharlo aquí)
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Una hermosa obra. No se la pierdan.
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Una yapa
III
Amor, Amor, Amor, estamos en el abrazo de la tierra y el cielo; veo fragancias abiertas; siento fragancias abiertas. Corren fragancias de las aguas, corren fragancias de las llamas. Soplos perfectos del azul de la noche perfecta, besan las almas. Besan en nuevo, suben en nuevo las moradas de oro. En las rodillas de Cristo se asientan las moradas. Todo de todo se asienta en mi morada, soplos perfectos del azul de la noche perfecta que sube de la nada a las criaturas. Amor, Amor, Amor, la oscuridad del viento, la luz del viento. Aspiran las estrellas por mi alma y tu alma y el sabor de los días con sus noches de tierras olorosas donde vienen los soles a aspirar los bosques olorosos.
Estrella de la mañana. Jacobo Fijman
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FICHA TÉCNICA
Elenco: Vicente Zito Lema/Jacobo Fijman: Alejandro Spangaro El Anunciado: Gerardo Morel La Novia: Julia Conlazo Fijman Violinista: Brian Andrés Pombinho Soares
Textos y Poemas: Jacobo Fijman y Vicente Zito Lema Dramaturgia: Alejandro Spangaro y Ana Yovino Escenografía: Giselle Rodríguez Bosio, Alejandro Spangaro Realización escenográfica: Alejandro Spangaro Vestuario, diseño y realización de máscaras: Giselle Rodríguez Bosio Diseño de Iluminación: Betina Robles Música original y diseño sonoro: Gerardo Morel Cantante: Julia Conlazo Violín grabado: Corina Guerrero Asistencia de dirección: Ana Belén González Operación de luces: Ezequiel Mateo Bravo Foto y video: Silvio Gatto Diseño gráfico y redes sociales: Gabriela Ramos Prensa: Prensópolis Dirección: Ana Yovino Agradecimientos: Javier Margulis, al equipo de Mil80 Teatro y a Alejandro Mazza. Funciones: Domingo a las 19 horas Sala: Mil80 (Muñecas 1080, Villa Crespo) Entradas: Por Alternativa Duración: 60 minutos
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burakrevista · 2 years
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La hiena. Valeria Verona
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Hace un calor de esos que deforman el horizonte. Estoy tirada en la tundra caliente, el abdomen desgarrado, las tripas al sol. Un arbusto espinoso me raspa la planta de los pies cuando se mece con la brisa ocasional, leve como un soplido. Allá viene la hiena, con sus ojos taimados, de bicho tramposo, esa mirada que esconde lo siniestro. La veo venir. Siempre la vi venir, pero antes podía correr o esconderme. Ahora no puedo. Mi cuerpo destrozado apenas sobrevive, lucha en terreno árido y ardiente. Solo mi mente resiste. Los niños se fueron, tomados de la mano, a pedir ayuda a alguien de la tribu. No saben que hoy la hiena viene por todo. Son niños, no saben o eligen no saber, porque saber duele. Solo espero que no sean testigos de lo que está por suceder.
La bestia llega con la cabeza gacha, se acerca despacio y en silencio, porque a pesar de verme abatida, es cautelosa. No confía ni en su propia sombra, como buen animal cleptoparásito. Camina en ronda alrededor de mi cuerpo desgajado, me huele, me vigila. Siento su respiración hedionda cada vez más cerca. Con su gran pata callosa, tantea mi tórax, mi abdomen. Mi indefensión la envalentona e hinca sus dientes filosos en mis vísceras. Comienza a masticar, despacio. No se apura. ¿Para qué? Tiene todo el tiempo del mundo.
Por el rabillo del ojo, descubro que mis hijos han vuelto sin ayuda y observan en silencio el banquete que se está haciendo la hiena conmigo. No gritan, no se asustan, solo observan, como el público expectante al matador antes del estoque. Quisiera gritarles que huyan, que la hiena los va a dañar, los va a engañar, pero mi voz es interna. Es mi mente la que habla. Ya no tengo lengua.
Los niños se toman de la mano de nuevo. La hiena hunde su hocico en mi organismo deshecho, saca lo que queda de intestinos, se come el hígado, desparrama el epiplón, desgarra músculos y membranas con sus incisivos. Tiene la cara cubierta de sangre, disfruta de su festín, lo saborea. Tantos años de acecho han dado sus frutos: hoy es su día. Cuando siente que ya está satisfecha, levanta la cabeza y posa su mirada en mis hijos. Se acerca a ellos con la lentitud del que se sabe triunfador. Entre mis párpados caídos, me parece ver que conversan. No oigo nada, solo el ruido del silencio.
Los niños me lanzan una última mirada. Creo distinguir vestigios de lástima en sus ojos. O tal vez de compasión. En cualquier caso, se dan vuelta y caminan hacia el oeste, allí donde ahora comienza el ocaso. Tres sombras se pierden en el horizonte, los tres en fila, uno junto al otro. Siento el olor a sangre en la tierra regada y, todavía, las espinas me rayan los pies.
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Valeria Verona
facebook.com/valeverona
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