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#pero muy iluminadora.
gay-debord · 5 months
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Eso fue un momento de revelación inesperada de villano.
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jartitameteneis · 9 months
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No es Aznar pariente suyo o solo yo veo el parecido físico?
Henry Moseley, el joven que ordenó el rompecabezas de la tabla periódica y podría haber sido nominado tanto al Premio Nobel de Física como al de Química, pero falleció en 1915, a la temprana edad de 28 años, mientras luchaba con el ejército inglés.
Antes de Moseley y su ley, los números atómicos se consideraban como un número ordenante semiarbitrario, que aumentaba vagamente con el peso atómico, pero que no estaba estrictamente definido por él. El descubrimiento de Moseley mostró que los números atómicos no se asignaban arbitrariamente, sino que tenían una base física definida. Moseley postuló que cada elemento sucesivo tiene una carga nuclear exactamente una unidad mayor que su predecesor. Moseley redefinió la idea de los números atómicos de su estado anterior como una etiqueta numérica ad hoc para ayudar a clasificar los elementos en una secuencia exacta de números atómicos ascendentes que hacían exacta la Tabla Periódica. (Más tarde, esto sería la base del principio de Aufbau en los estudios atómicos).
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en Europa Occidental, Moseley dejó atrás su trabajo de investigación en la Universidad de Oxford para trabajar como voluntario en los Ingenieros Reales del Ejército Británico. Moseley fue asignado a la fuerza de soldados del Imperio Británico que invadió la región de Gallipoli, Turquía, en abril de 1915, como oficial de telecomunicaciones. Moseley fue asesinado a tiros durante la Batalla de Gallipoli el 10 de agosto de 1915, a la edad de 27 años. Los expertos han especulado que, de lo contrario, Moseley podría haber recibido el Premio Nobel de Física en 1916.
El científico Robert Millikan escribio sobre la muerte de Moseley:
“En una investigación que está destinada a clasificarse como una de las doce más brillantes en concepción, hábil en ejecución e iluminadora en resultados en la historia de la ciencia, un joven de veintiséis años abrió las ventanas a través de las cuales podemos vislumbrar el mundo subatómico con una definición y certeza nunca antes soñada. Si la guerra europea no hubiera tenido otro resultado que la extinción de esta joven vida, eso solo la convertiría en uno de los crímenes más horribles e irreparables de la historia."
Niels Bohr dijo en 1962 que el trabajo de Rutherford "no se tomó en serio en absoluto" y que "el gran cambio provino de Moseley".
George Sarton escribió: "Su fama ya estaba establecida sobre una base tan segura que su memoria será verde para siempre. Es uno de los inmortales de la ciencia, y aunque habría hecho muchos otros aportes a nuestro conocimiento, si se le hubiera perdonado la vida.
Las contribuciones ya acreditadas a él fueron de una importancia tan fundamental, que la probabilidad de que se superara a sí mismo era extremadamente pequeña. Es muy probable que, por larga que fuera su vida, habría sido recordado principalmente por la 'ley de Moseley' que publicó a la edad de veintiséis años".
Isaac Asimov escribió: "En vista de lo que él [Moseley] aún podría haber logrado ... su muerte bien podría haber sido la muerte más costosa de la guerra para la humanidad en general".
Rutherford creía que el trabajo de Moseley le habría valido el Premio Nobel (que, sin embargo, nunca se otorga póstumamente).
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jrlrc · 1 year
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Lo que se les olvida sobre Monsi
La idolatría de la que gozó Carlos M no se ha extinguido pero noto que no se le cita mucho, no fuera de los grupos de viudos y fans. Estos años -después de su muerte- no ha sido una referencia constante sino infrecuente y, me parece, menguante en la esfera pública. No ha resucitado como lectura renovadora o muy iluminadora, ni creo que se le esté leyendo tanto o más (caso de Octavio Paz). Su nombre vacío, su figura -la imagen de- tenían y tienen mayor poder que su obra.
Se le ha recordado como personaje, como escritor/apellido famoso, como “gloria” del pasado a la que se debe homenaje en ciertas fechas, y poco más. Se está vaciando su recuerdo en general? Eso parece. Y esto conlleva algo importante: la manipulación, de antes, de ahora... Quienes más recordarán al Monsi serán quienes quieren aprovechar la fama de su nombre. Como Jesús Ramírez Cuevas. Y esto me lleva a lo que quiero recordar porque se olvida, entre las flemas y flamas, las frías (oportunistas, calculadoras) flamas del amor Monsivaiano: el Monsi es responsable del primer encumbramiento inmerecido de “intelectuales” como el plagiario serial Fabrizio Mejía Madrid y de uno de los Goebbels de AMLO (no Hitler), el mencionado Ramírez Cuevas. Los ayudó, los protegió, sin tener grandes méritos. Por qué lo hizo? Porque Monsi era afecto a la grilla cultural. Bloqueó a “competidores” e intentó destruir carreras (Jorge Arturo Ojeda). A otros, como aquellos dos obradoristas, los ayudó para que le sirvieran como orejas e informantes, promotores y defensores; los protegió a cambio de lealtad. Algo peor que lo que hizo García Márquez con Jorge Castañeda, por poner un ejemplo. Se olvida, entonces, que Carlos M era mafia cultural.
Mucho indica que a ello, lo mafioso entre “la alta cultura”, se deben sus estrechas relaciones con Carmen Lira, jefa de izquierda trasnochada, y Consuelo Saizar, alta funcionaria panista. Ambas repartidoras de premios y castigos culturales. Y eso debería recordarse. Con algo más: Monsi tuvo muchas omisiones críticas sobre López Obrador; fue evidentemente lento para entender a ese personaje -a diferencia de Bartra o González de Alba.
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LA PERSONA PERTURBADORA...TU MEJOR MAESTRO
La gente que aparece en nuestra vida y con la que estamos de acuerdo y compartimos intereses similares, fáciles de aceptar; nos enseña de hecho muy poco.
Pero aquellos otros, capaces de sacarnos de quicio y encolerizarnos a la menos provocación son nuestros verdaderos maestros.
La persona que realmente puede perturbar tu estado de paz es aquella que te recuerda que no te encuentras verdaderamente en el estado de paz o iluminación que brota de la confianza.
En ese momento, esta persona se convierte en tu mejor maestro, y es a ella a quien debes dar las gracias, y al universo, por haberla enviado a tu vida.
Cuando llegue el día en que puedas trascender el cólera, la rabia y la alteración que esa persona parece provocar, y decirle: "Gracias por ser mi maestro", habrás reconocido a un compañero del alma.
Todo aquel que aparezca en tu vida y pueda sacarte de quicio y hacerte sentir frenético es un maestro disfrazado de ser manipulador, desconsiderado, frustrante y no comprensivo.
La paz iluminadora significa que no sólo estás en paz con aquellos que comparten tus intereses y que están de acuerdo contigo, o con los extraños que van y vienen, sino también con aquellos maestros que te recuerdan que todavía te queda mucho que hacer para estar en paz contigo mismo.
Da gracias por todos esos grandes maestros espirituales que han aparecido en tu vida en forma de hijos, cónyuges actuales o pasados, vecinos irritantes, compañeros de trabajo, extraños detestables y otras personas similares, pues ellos te ayudan a permanecer en estado de paz e iluminación. Te permiten saber día a día cuánto trabajo te queda realmente por hacer; y en qué aspectos no has logrado aún dominarte a ti mismo.
LO QUE TE HACE EVOLUCIONAR
Aquello que te molesta de los demás, te enseña a trabajar la paciencia y la aceptación.
Aquel que te abandona, te da la oportunidad de trabajar el desapego.
Aquello que desata tu ira al extremo, te muestra que has de trabajar la compasión y la misericordia.
Aquellos que tienen poder sobre ti para cambiar tus estados emocionales, te enseñan que has de aprender a ser dueño de ti mismo.
Aquello que odias y repugnas en los demás, es una oportunidad para trabajar el amor incondicional.
Aquello que no puedes controlar , te está mostrando que debes soltar y dejar fluir en entera libertad.
Todo, absolutamente todo, es una proyección, una manifestación de tu estado de consciencia, que te está mostrando constantemente aquellos aspectos de tu identificación con el "yo inferior" (el ego) que debes soltar y trascender. 🙌🏻💗🔥🐲
* Sendero espiritual *
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comodebeser · 3 months
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Why the Dutch are Different
Título: “Why the Dutch are Different” Autor: Ben Coates Año: 2015 País: Reino Unido Idioma: inglés
A pesar de que el libro está hecho en el Reino Unido, y el autor es del Reino Unido, todo el libro es sobre y transcurre en los Países Bajos, con la excepción de un par de páginas al final del libro. Agarré el libro porque yo también soy un inmigrante viviendo en los Países Bajos, y lo seguí leyendo porque me recordó a Bill Bryson, un autor estadounidense que escribió algunos libros sobre su experiencia viviendo en el Reino Unido. A Bill Bryson lo leí cuando me estaba yendo del Reino Unido, y leer el libro me dio una sensación de que me estaba perdiendo cosas grandiosas yéndome. A Coates lo leí en plena experiencia de vivir en los Países Bajos, y me dejó una sensación muy mixta.
Por un lado fue lindo ver que a otro inmigrante le pasan cosas similares a las mías. Por otro lado, me da la impresión de que los Países Bajos en los que él vive es un país completamente diferente del que yo conozco. Yo no veo el fanatismo generalizado por el fútbol que él ve. Yo considero que parte de la actitud directa y sin vueltas de los neerlandeses se confunde a veces con grosería, y creo que los neerlandeses deberían hacer algo de autocrítica con respecto a ese punto.
También me pareció interesante que en ningún momento habla de lo que a mí menos me gusta de vivir en los Países Bajos: el clima. Supongo que eso es porque el autor es del Reino Unido, un país en donde el clima no es mucho mejor que acá.
En líneas generales, le veo tres problemas al libro:
La sección sobre los inmigrantes me pareció muy injusta con los inmigrantes. El autor dice que él considera que el experimento multicultural no funcionó. Pero me parece que, injustamente, y al igual que muchos neerlandeses, le asigna la responsabilidad a los inmigrantes. Yo considero que, si el gobierno de los Países Bajos se equivocó en adoptar ciertas políticas que invitaron a que vinieran un montón de turcos y marroquíes al país, y eso derivó en situaciones que no son deseables, entonces la sociedad toda, incluyendo descendientes de marroquíes y turcos pero también todos los demás, debería resolverlos. Lo cual me lleva al segundo punto:
Si bien el autor no duda en criticar a los neerlandeses cuando tiene que hacerlo (Zwarte Piet, la comida), el libro en su totalidad, y sobre todo los últimos capítulos, es una especie de oda a los Países Bajos, y parece escrito más para neerlandeses que para británicos. Me parece que es un libro que un neerlandés puede leer y decir “sí, así es, somos un país buenísimo”. Y esto me lleva al tercer punto:
Bill Bryson, en su libro “The Road to Little Dribbling: More Notes from a Small Island”, nos transporta en una aventura en la que nos reímos constantemente, y podemos ver lo negativo y lo positivo del Reino Unido. Un lector británico puede leerlo y decir “sí, es verdad, todas las cosas que critica son ciertas”. Mientras que un lector neerlandés de “Why the Dutch are Different” probablemente se quede sólo con lo positivo, y hasta les diga a sus amigos “lean este libro; yo no concuerdo con las cosas que nos critica, pero está interesante”. Como dice Coates mismo en su libro, los neerlandeses son casi estadounidenses en su convicción de que su país es fantástico.
Y yo sé que esto es una crítica del país y no del libro, pero creo que esa es una línea que, cuando se cruza, me satura completamente: un país que no es capaz de autocrítica me hace sentir excluido por definición.
En definitiva, este libro es entretenido e interesante. Las partes en las que cuenta la historia del país a través de la historia del agua, la historia de la religión y la historia del comercio son realmente iluminadoras. Pero los últimos dos capítulos me parecen una propaganda política de una mentalidad con la que no puedo comulgar, y tengo la impresión de que el libro termina más débil de lo que comienza.
Como nota aparte, me pregunto si el bienestar que se vive y se siente en este momento en los Países Bajos no serán una calma que antecede al huracán como el período anterior a la primera guerra mundial que relata Stefan Zweig en “Die Welt von Gestern”.
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nievesmorena · 10 months
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LA PERSONA PERTURBADORA...
TU MEJOR MAESTRO.
La gente que aparece en nuestra vida y con la que estamos de acuerdo y compartimos intereses similares, fáciles de aceptar; nos enseña de hecho muy poco.
Pero aquellos otros, capaces de sacarnos de quicio y encolerizarnos a la menos provocación son nuestros verdaderos maestros.
La persona que realmente puede perturbar tu estado de paz es aquella que te recuerda que no te encuentras verdaderamente en el estado de paz o iluminación que brota de la confianza.
En ese momento, esta persona se convierte en tu mejor maestro, y es a ella a quien debieras dar las gracias, y a Dios, por haberla enviado a tu vida. Cuando llegue el día en que puedas trascender la cólera, la rabia y la alteración que esa persona parece provocar, y decirle: "Gracias por ser mi maestro", habrás reconocido a un compañero del alma.
Todo aquel que aparezca en tu vida y pueda sacarte de quicio y hacerte sentir frenético es un maestro disfrazado de ser manipulador, desconsiderado, frustrante y no comprensivo.
La paz iluminadora significa que no sólo estás en paz con aquellos que comparten tus intereses y que están de acuerdo contigo, o con los extraños que van y vienen, sino también con aquellos maestros que te recuerdan que todavía te queda mucho que hacer para estar en paz contigo mismo.
Da gracias por todos esos grandes maestros espirituales que han aparecido en tu vida en forma de hijos, cónyuges actuales o pasados, vecinos irritantes, compañeros de trabajo, extraños detestables y otras personas similares, pues ellos te ayudan a permanecer en estado de paz e iluminación. Te permiten saber día a día cuánto trabajo te queda realmente por hacer; y en qué aspectos no has logrado aún dominarte a ti mismo."
#Porsimelees
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viajeenmoto · 2 years
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Las motos se rinden ante la escultura de una diosa griega
Marcelo Hidalgo Sola descubre en la tradicional Avenida de Mayo la historia de una escultura que es un emblema de la libertad de Prensa. Los vaivenes que sufrió, producto de las circunstancias históricas, nos dicen también mucho de nuestra historia como país.
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Le dicen“La Diosa” y está fundida en bronce. Su porte se luce en la calle más parisina de Buenos Aires, en donde la dejan brillar a pesar de que los transeúntes pasan de largo frente a ella sin mirarla. Pero tan sólo si se alza la cabeza se la puede contemplar y allí encandila con su porte griego ya que representa en su silueta de bronce a la diosa Palas Atenea. Muy griego y clásico el conjunto visual que se despliega al contemplar la pieza con la fachada en la que está emplazada, en el edificio de La Prensa. Así debía ser y para ello fue pensada la escultura y el diseño de este frente, su misión fue engalanar arquitectónicamente la Avenida de Mayo, dar la impronta de una ciudad a la talla de las del primer mundo: París, Roma , Viena y Buenos Aires.
A pocas cuadras de la Plaza de Mayo, esta estatua de cuatro mil kilogramos de peso corona la torre central del edificio de la Prensa. Quien le dio su porte de diosa griega y la hizo nacer de su taller de fundición en Francia fue el escultor Maurice Bouval (1863-1916). En barco cruzó el Atlántico hasta desembarcar en el puerto de Buenos Aires y poder finalmente ser la diosa oficial de la Avenida de Mayo. Y se hizo entonces su elevación al trono el 8 de noviembre de 1898, izándola desde un elevador montado en la misma torre en la que luego fue emplazada. La ceremonia, fue un espectáculo público inédito para la época-explica Marcelo Hidalgo Sola-, del cual participaron alrededor de 20.000 espectadores. El público en su mayoría, se convocó ante el colosal despliegue técnico y operativo que demandó la tarea. Se debía elevar la escultura de Palas Atenea 50 metros y el peso resultaba excesivo para realizar la maniobra de modo seguro dado los precarios medios técnicos de los que se disponía en la época. Pero, afortunadamente, el espectáculo de izamiento de la diosa terminó bien, sin inconvenientes ni heridos y así pasó a convertirse en un símbolo del diario y de la libertad de prensa.
La estatua muestra en la mano izquierda un periódico, en forma de proclama, que lleva la revelación de la Palabra a través del globo terráqueo. Enseña un pecho como la imagen de La Libertad guiando al pueblo de Delacroix (1830). Además porta, elevada en su mano derecha, una antorcha que nunca se apaga, que en vez de iluminarse con aceite y arder de verdad, se resolvió que la llama perenne fuera eléctrica, motivo por el cual a la diosa Palas Atenea se la conoce popularmente como “La farola”. El común de la gente, suele simplificar las cosas y mentalidad práctica mediante, identifica lo existente con su utilidad concreta, más allá de su función artística, que en tan esmerada escultura, sería la de brindar belleza y si es posible, representar virtudes y valores que son símbolos de los valores del pueblo. Lo cierto también es que la antorcha eléctrica se alza como una propuesta contestataria si se la mira desde una óptica vanguardista. Los futuristas italianos veían en la naciente electricidad un rol preponderante en el escenario de los tiempos futuros. Progreso, desarrollo y crecimiento iban de la mano con el simbolismo de la luz como iluminadora de las conciencias.
En este caso concreto la antorcha que luce Palas Atenea representa al fuego sagrado de los dioses, elemento que robó Prometeo para beneficio y progreso de los hombres. Emana rayos de luz que son el emblema de la nación. Una similar resolución da el escultor francés Auguste Bartholdi, en la estatua de La Libertad iluminando al mundo, monumento a la Independencia de los Estados Unidos. Es la antorcha de la Libertad que “ilumina los horizontes”.
Tiempos borrascosos para la escultura porteña
Sin embargo, la diosa sufrió no tanto con la inclemencia del tiempo y los elementos naturales, porque éstos no afectaron su belleza de formas, luce intacta a pesar de sus más de cien años de edad. Le tocó enfrentar, muda, los vaivenes de los huracanes políticos: la antorcha eléctrica dejó de iluminar el tradicional portal cuando el diario La Prensa fue confiscado en 1951. Pasaron, por fortuna, escasos cuatro años para que Palas Atenea fuera devuelta a su trono original en la Avenida de Mayo. En 1955, la diosa griega volvió a iluminar con su tenue llama de libertad el boulevard más bonito de la ciudad y se deleitó en volver a ver transcurrir la vida, desde la altura de su rincón urbano. Ser tan simbólica y representar valores tan altos, le acarrearon grandes inconvenientes, pero la parte positiva de su tiempo de retiro, fue que la devolvieron más linda que antes, con una restauración incluida aquel año de 1955, cuando el edificio de La Prensa fue recuperado por sus legítimos dueños.
Las motos, que habían estacionado para escuchar atentamente el relato del guía , vuelven a encender sus motores. Hay que emprender la vuelta pero, una vez más, el recorrido urbano estuvo compuesto por la dosis exacta de cultura, historia y aprendizaje in situ. La gente que pasa se sorprende al ver tantas motos en un mismo lugar pero, enseguida, los moto kultural explican el motivo de la congregación e incentivan a todos a que conozcan un poco más de cada lugar de la ciudad. El equipo de paseadores urbanos en moto, comprobó una vez más, que Buenos Aires tiene magia a cada paso y que solo es cuestión de salir a ver lo que la ciudad ofrece. Recorriendo las calles con tranquilidad y buena disposición se pueden encontrar esos lugares cargados de historia, con sus edificios, monumentos y esculturas emblemáticas tan interesantes. Aprovechar lo que la experiencia brinda es parte de una buena actitud personal y los moto kultural lo saben y muy bien.
Originally published at on https://viajeenmoto.com.ar July 27, 2022.
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las-microfisuras · 3 years
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CONCIENCIA Y ELECTRICIDAD
Me quedo en el porche de la cabaña leyendo los diarios de Sontag. Mis brazos y piernas, un manjar para los mosquitos. Por encima de mí, los escarabajos azotan sus tercos exoesqueletos contra el único foco, las polillas blancas giran en torno a su halo para luego caer de golpe, y una araña teje su trampa en la intersección de una viga y una columna. A lo lejos, una constelación intermitente de luciérnagas perfila la oscura inmensidad que se extiende más allá del rectángulo del porche.
Yo no llevo un diario. Mis diarios son las cosas que subrayo en los libros. Nunca le prestaría un libro a nadie después de haberlo leído. Subrayo demasiado, a veces páginas enteras, a veces con doble subrayado. Una vez, mi esposo y yo leímos juntos este mismo ejemplar de los diarios de Sontag. Acabábamos de conocernos. Los dos subrayamos pasajes enteros del libro, con entusiasmo casi frenéticamente. Leíamos en voz alta, turnándonos, abriendo las páginas como si consultáramos un oráculo -nuestras piernas desnudas entrelazadas en una cama individual-. Supongo que las palabras, en el orden correcto y el momento oportuno, producen una luminiscencia. Cuando lees palabras como ésas en un libro, palabras hermosas, te embarga una emoción intensa, aunque fugaz. Sabes que, muy pronto, el concepto que recién aprehendiste y el rapto que produjo se van a esfumar. Surge entonces una necesidad de poseer esa extraña y efímera luminiscencia, de aferrarse a esa emoción. Así que relees, subrayas, y quizás incluso memorizas y transcribes las palabras en algún sitio -un cuaderno, una servilleta, en tu mano-.
De nuestro ejemplar de los diarios de Sontag, subrayados una, dos veces, con ocasionales recuadros y notas al margen:
«Una de las principales funciones (sociales) de un dietario o diario consiste justamente en la lectura furtiva de otras personas, la gente (como los padres + los amantes) sobre la que se ha sido cruelmente sincera sólo en el diario».
«En tiempos vaciados por el decoro, se debe dominar la espontaneidad».
«1831: Muerte de Hegel».
«Y mientras, aquí estamos con el culo en esta ratonera acrecentando nuestra eminencia, madurez y barriga…».
«La contabilidad moral requiere un ajuste de cuentas».
«En el matrimonio he sufrido alguna pérdida de personalidad; al comienzo la pérdida fue agradable, fácil…».
«El matrimonio se funda en el principio de inercia».
«El cielo, visto en la ciudad, es negativo; donde no están los edificios».
«La despedida fue vaga, porque la separación aún parece irreal».
La última línea está subrayada con lápiz, luego marcada con un círculo de tinta negra y también destacada al margen con un signo de exclamación. ¿Fui yo quien la subrayó? No lo recuerdo. Pero sí recuerdo, en cambio, que cuando leí a Sontag por primera vez, como cuando leí por primera vez a Hannah Arendt, a Emily Dickinson o a Pascal, experimentaba cada tanto uno de esos éxtasis repentinos, sutiles y tal vez microquímicos -pequeñas luces centelleando en lo más hondo del tejido cerebral- que ocurren cuando encontramos finalmente las palabras para expresar un sentimiento muy simple que, sin embargo, había permanecido innombrable hasta ese momento. Cuando las palabras de alguien más entran en la conciencia de ese modo, se convierten en pequeñas marcas de luz conceptuales. No es que sean necesariamente iluminadoras. Un cerillo encendido de pronto en un pasillo oscuro, la brasa de un cigarro cuando se fuma en la cama a media noche, los rescoldos en una chimenea que se apaga: ninguna de esas cosas tiene luz propia suficiente como para revelar nada. Tampoco las palabras de otro. Pero a veces una luz, por chica y tenue que sea, puede evidenciar la oscuridad, ese espacio desconocido que rodea, y la ignorancia sin bordes que envuelve todo aquello que creemos saber. Y esa admisión y aceptación de la oscuridad es más valiosa que todo el conocimiento factual que podamos llegar a acumular.
Al releer los fragmentos subrayados en este ejemplar de los diarios de Sontag, al encontrarlos poderosos una vez más, al cabo de los años, y subrayar de nuevo algunos de ellos -especialmente sus reflexiones en torno al matrimonio-, caigo en cuenta de que todo lo que leo fue escrito entre 1957 y 1958. Hago la cuenta con los dedos. Sontag tenía sólo veinticuatro años en ese entonces, nueve menos de los que yo tengo. Siento una vergüenza repentina, como si me hubiesen sorprendido riéndome de un chiste antes de que termine o aplaudiendo entre dos movimientos de un concierto. Así que me salto hasta 1963, cuando Sontag tenía ya treinta y tantos, un divorcio a cuestas y tal vez más claridad sobre el presente y el futuro. Pero estoy demasiado cansada para seguir leyendo. Doblo la esquina de la página, cierro el libro, apago la luz del porche -el foco un enjambre de escarabajos y polillas- y me voy a la cama.
- Desierto Sonoro, Valeria Luiselli. Traducción de Daniel Saldaña París y Valeria Luiselli. Sexto Piso
- Sontag y su hijo David Rieff, a quien tuvo a los 19 años. Foto: Susan Sontag Papers. Library Special Colecctions, UCLA
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theiamentis · 3 years
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Merodeadores; R.A.B
Soy una ferviente creedora de que Regulus está demasiado infravalorado/ no se le da el protagonismo necesario, para mi, Regulus, es un personaje que combate entre el bien y el mal, entre la manipulación y el desprecio de sus padres o el camino blanco con Sirius y sus amigos, siempre sintiéndose en segundo lugar. Regulus sin duda fue un luchador, luchaba contra su mente y sus principios, unos de los que dudaba constantemente. 
Para mí, Regulus era sensible, le encantaba dibujar, y tocar/componer música clásica en su piano, en el piano familiar, su adoración por Oscar Wilde era muy notable, pero también su desprecio por él. Si, era tímido, pero no por naturaleza sino por elección, ya que nunca nadie le pregunto que prefería o tal vez, solo tal vez preguntarle un, ¿Qué te gusta hacer?.  
Regulus tenía mucho para dar; sus bromas irónicas, su sonrisa iluminadora, el brillo de sus ojos que desprendían cuando algo le apasionaba, sus mil vinilos secretos sobre cantantes muggles y su perspicaz mente llena de revolución.
Regulus brillaba por él solo, lo que pasa es que encandilaba tanto, que solo algunos se daban cuenta de que era especial y cada vez su brillo se iba volviendo en oscuridad. 
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ensayosobrenada · 4 years
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El Reinado del Circo
Fruto de reiterada conversación nostálgica con mis pares cogeneracionales y de profunda meditación acerca de los tiempos de la humanidad, ha surgido en mi psiquis con mucho ímpetu y fundamento la idea de que el mundo se ha vuelto, en los últimos años, más gris, en contraposición con los primeros años de la década de 2010. Con una bonanza económica generalizada casi a nivel mundial, producto de las políticas neo keynesianas adoptadas por la mayoría de los países occidentales para la recuperación de la crisis financiera del 2008; con gran parte de América Latina siendo presidida por Estados del bienestar ceontroizquierdistas, que tenían en el centro de sus desvelos la reducción de la desigualdad de clases y, en cierta medida, el desarrollo humano sustentable; y con el Uruguay consagrándose a nivel internacional en avances en materia de derechos humanos, calidad democrática e incluso logros deportivos, los 2010 comportaron una buena cara para las sociedades capitalistas y para quien les escribe. Claro está, persistiendo aún la pobreza y el desempleo, las guerras en Medio Oriente, la fobia y el racismo, y con naciones extremistas aún sumidas en la amenaza constante del secretismo. Claro está, el mundo no era ni por asomo perfecto. Pero se respiraba un aire de optimismo. La revolución digital se encontraba aún en una etapa prematura, la población mundial era un colosal niño estrenando un juguete nuevo y parecíamos percatarnos poco o nada de los grandes desafíos que devendrían.
A un nivel personal, mi psicología era más simple. Esperaba menos de mí mismo, mi autocrítica era más autocomplaciente y mi precario plan de vida parecía ser a prueba de epifanías. Brindaba importancia en sobremanera a aspectos de mi existencia que hoy veo como mundanos, posponía en el tiempo cualquier decisión con un prospecto autoevolutivo que involucrase un mínimo esfuerzo espiritual y solo aparecía en mi horizonte la esperanza de que todo se mantuviese igual. ¿Mi teoría? Un miedo galopante al cambio.
Muy en el fondo lo sabía, y creo que lo sabíamos todos: no iba a ser 2015 para siempre. Las democracias son cíclicas, la economía capitalista es episódica, las opiniones públicas fluctúan, el tiempo pasa y uno, como ser social activo y pasivo en igual medida, se acopla al cambio por más resistencia que oponga.
¿Qué fue, entonces, más allá de estos procesos inherentes a la vida que mencionaba, puntualmente lo que echó por borda mis deseos ingenuos de eterna continuidad de la prosperidad? ¿Qué chispa encendió las máquinas a vapor del cambio social? Causas siempre las hay, incluso para eventos inevitables. ¿Mi teoría? Donald J. Trump. Sí, Trump, ese Trump. No tanto la payasesca figura política en sí, sino todo lo que la engloba simbólicamente. No es preocupéis, esto tiene un fundamento.
Hasta acá mi lectura de por qué me encuentro sentado en una computadora escribiendo acerca de un cambio que para mí resulta tan evidente como que el agua es transparente, pero que sin embargo para algunos puede haber pasado desapercibido. Paso entonces a enumerar los paradigmas que tuve en consideración, los procesos racionales que atravesé y las conclusiones que me llevaron a poner a Donald J. Trump en el centro de mi análisis y a bautizar estos últimos cuatro años como El Reinado del Circo.
Cuando uno observa hacia atrás y adopta la siempre tan iluminadora posición de la retrospectiva, puede observar que, a grandes rasgos, las condiciones políticas de nuestro mundo no se vieron tan afectadas en relación a su estado de principios de la última década. Seguro: el iPhone creció en tamaño, Cristiano Ronaldo dejó el Real Madrid y cerraron la gran mayoría de los videoclubes; pero en cuanto a reglas del juego se refiere, excepto por el traslado de la vida política hacia Twitter, el manual no se ha visto casi que afectado. Cabe señalar, sin embargo, una serie de acontecimientos y fenómenos que han dado lugar al cambio, al Reinado del Circo.
El término “globalización” viene usándose desde la invención de los primeros medios de comunicación remota a mediados del siglo XIX. Estos son el telégrafo y las primeras formas de teléfono. Sin embargo, y como es esperable dada la naturaleza progresiva del fenómeno, nunca ha tenido tanta vigencia como en el presente, en el que estamos a dos taps en nuestra pantalla de ponernos en contacto directo e instantáneo con nuestros allegados y con cualquier persona en el planeta. Las formas de globalización que trajo consigo la Revolución Digital son diversas, y como parece obvio recalcar, no todas son netamente positivas. Algunas de ellas ponen de manifiesto grandes falencias de nuestras sociedades y nuestra propia psicología, brindando nuevas herramientas a los filósofos que se cuestionan si somos tal o cual cosa por naturaleza, ya que una vez en nuestras manos tan poderosa herramienta, lo que elegimos hacer de ella dice mucho de nuestro carácter inherente. Es acá donde quiero detenerme: en lo que hemos hecho de esta herramienta en los últimos años, en lo que el manejo de ella ha hecho de nosotros y en lo que ha resultado de esto a nivel global.
El constante flujo colosal de información (Circo) al que nos vemos expuestos todos los días es muy claro. Puede apreciarse, si uno se detiene a pensar cuando sucede, en el multi-screening, es decir el uso de varias pantallas, en el que nos encontramos a nosotros mismos absorbiendo información de una al momento de cerrar otra; en la evolución sin precedentes de las técnicas de la publicidad, que tienen a sus mejores mentes pensando a toda hora métodos para atraer nuestra atención y convencernos de algo; en el alcance y velocidad que ha adquirido la información, con las implicaciones éticas que esto supone; y, por último pero no menos importante, en el impacto que ha tenido en nuestra psiquis.
Esto no pretende ser una lección de moral sobre la peligrosidad de los medios de comunicación digitales, ni mucho menos. Quien les escribe lo hace desde un medio digital, y es acérrimo usuario de ellos. Aspiro únicamente a lograr trazar una línea entre la causa y la consecuencia, y es en esta línea que quiero hacer hincapié en uno de los aspectos del Circo: el rol que ha tenido este en la definición por parte de nuestras sociedades de los estándares.
Por estándar se entiende una referencia moral de un mínimo aceptable respecto de algo. Los hay de tipo personal, en los cuales se afirma la idea de subjetividad, y los hay de tipo generalizado, que surgen de acuerdos implícitos y espontáneos en cada una de nuestras sociedades. Este ‘algo’ respecto del cual establecemos un mínimo aceptable, varía desde la intensidad que debe tener un sabor de helado hasta el brillo que solemos ponerle a nuestras pantallas. Pero son los más asociados a la expresión de la cultura de nuestra época los que más nos conciernen. Estos son la belleza y la calidad de vida.
No es cosa poco usual estar navegando por cualquier plataforma online y ver publicidades o simples posts que rinden culto a estándares que describen un determinado estilo de vida. Las grandes mansiones en las colinas de la ciudad de Los Ángeles, los autos deportivos, la ropa de marca, los cuerpos literalmente esculpidos bajo la luz del sol poniente; toda esta imagenología y la sustancia cultural que le subyace rinden un culto a la sociedad de consumo que la lleva a niveles insostenibles. La aspiración colectiva hacia un determinado nivel de vida no se había visto tan consolidada desde la difusión del American Way of Life mediante las películas de Hollywood a mediados del siglo pasado, e incluso entonces no se contaba con la mitad de los recursos que hoy ofrece la revolución digital para el esparcimiento masivo de estos estándares.
Hagamos un ejercicio hipotético. Supongamos una persona de clase media-baja en un poblado pequeño de Honduras en el año 1950. Esta persona sabe que es relativamente pobre, ya que no es delirante, no vive debajo de una roca y ha visto algún rico que otro a lo largo de su vida. Esto, junto con alguna ida muy esporádica al cine local a ver una película hollywoodense, si es que ha tenido suerte, le ha servido como punto de referencia para establecer que no se encuentra entre las personas más ricas del mundo. Pero el haber visto algún que otro rico o una película no le ha servido a esta persona para concientizarse sobre su propia pobreza más de lo que a uno le ha servido ver las estrellas en el cielo para pronunciarse sobre si hay o no un Dios. El rico es para este pueblerino hondureño del siglo XX lo que para uno es la luna: un objeto esotérico e inalcanzable. Limitado por su propia ignorancia y la estrechez del mundo que lo rodea, nuestro hondureño no se cree tener derecho a más, salvo que haya sido bendecido con la mente de un implacable emprendedor, aceptará “lo que le ha tocado” como tal y vivirá su vida en estas condiciones con la mejor cara que pueda.
Supongamos ahora lo mismo: una persona de clase media-baja que reside en un poblado de Honduras, pero esta vez en pleno 2018 y, para equilibrar la balanza, supongamos que es una chica. Esta chica tiene en la sala principal de su pequeña casa un modesto televisor. En él puede ver la programación nacional que remite algunas series de reality estadounidenses traducidas. Cuando cumple 15 años, sus padres le regalan, con mucho esfuerzo y posibilitados por el pago a crédito, un teléfono celular inteligente, con el cual puede, evidentemente, acceder a internet. En este, la chica hondureña puede someterse voluntariamente al Circo, y como todos sus amigos lo hacen, ella no piensa perderse de nada. Es entonces cuando se verá expuesta al constante flujo colosal de información, cuando pasará a elaborar una serie de estándares sobre lo que debe ser su propia belleza, su propia idea de sí misma y el estilo de vida que debe llevar. Por supuesto que puede combatir esto con herramientas de integridad mental como la humildad y el pragmatismo, pero al haber sido criada por una generación que vivió la pobreza generalizada del siglo XX, al haber nacido en un país de escasos recursos y no haber recibido la mejor de las educaciones, es probable que no sea el caso y que sea en gran medida más vulnerable a estos estímulos. Nuestra hondureña es joven y crédula, vive rodeada del culto al American Way of Life posmoderno. La susceptibilidad que supone todo esto por parte de ella a ser influenciada en sus ideas, a ser moldeada por el mundo que la rodea al igual que todo individuo nacido en la modernidad, es evidente.
La tradición budista, por su parte, considera al deseo (tanhá) como el origen de todo sufrimiento (dukkha). Uno desea y, al no poder tener, sufre. Es una verdad tan simple y tan naturalmente esquemática que refutarla parece difícil. Bajo este paradigma resulta escalofriantemente evidente que la sociedad de consumo es una gran, sino la más grande fuente de sufrimiento que tienen los pueblos hoy por hoy. Este abismo puesto de manifiesto por los medios de comunicación digitales y la expansión, por consiguiente, de la cultura occidental, esta brecha del nivel de desarrollo entre los países y del poder adquisitivo entre las clases sociales, la consolidación con fundamento de la idea de que uno tiene el mismo derecho que el otro a vivir una vida digna, y el estándar que hemos puesto sobre esta idea de “vida digna”, han traído consecuencias ineludibles. Desde un aumento exponencial en el padecimiento de problemas de ansiedad y cuadros de depresión en la población juvenil, hasta olas de inmigración desde países pobres como Honduras hacia países más ricos y con un mayor abanico de oportunidades como Estados Unidos. Esto último en particular, este fenómeno demográfico, este éxodo transnacional, creo yo (y es ahora cuando comienzo a hilar fino), ha sido la causa de que vuele una mariposa en el norte y se desate un tornado en el sur. De que 6 mil hondureños crucen ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos y el pueblo norteamericano, sumido en la fobia, opte por ser gobernado por una figura de reality televisivo ultraconservadora. De que vuele una mariposa en el norte y, por alguna razón, este joven uruguayo haya visto sus deseos ingenuos de eterna continuidad de la prosperidad venirse abajo. ¿Por qué entonces?
Los invito a ver el planisferio. El típico. Con todas las potencias mundiales arriba, y los países subdesarrollados abajo. En orden de lectura: con Norteamérica al comienzo, con Europa siguiéndolo, China; luego bajamos el renglón, y nos encontramos con el resto del mundo. Es una coincidencia geométrica por demás interesante: cómo incluso en el mapa del planeta está inscripta la idea de la hegemonía de los países protagonistas del universo capitalista, de la cultura occidental.
Previo a la europeización del planeta, estas tierras eran habitabas por tribus y comunidades primitivas. Hoy estamos en gran medida sujetos económica y culturalmente a los estándares de la organización social europeísta: mercados, ciudades, bolsas de valor, trajes con corbata, calles de pavimento. Estas cosas pueden considerarse hoy básicas y de natural surgimiento en la organización de una sociedad, pero al fin y al cabo no lo son. Son una imposición producto del proceso de colonización que tuvo lugar hace cientos de años. Es natural pensar que sucesos que tuvieron lugar hace tanto tiempo no deberían considerarse relevantes a la hora de analizar el presente de las sociedades, pero de ser así no se escribiría la historia, no tendría sentido. Para saber dónde uno está parado debe ser consciente de su camino desde el inicio. Esta calidad de naciones europeizadas, de economías pequeñas que ofician de satélites de las economías grandes, de simples proveedores de materia prima y mano de obra barata, de consumo internacional y de ejércitos de adeptos a la cultura occidental; esta calidad de subordinación a las potencias mundiales, deriva de la historia.
A la cabeza de estas potencias, en el centro del Circo y de la cultura occidental, en medio de todo, debemos ubicar nada más ni nada menos que a los Estados Unidos de América. Ninguna otra nación gobierna la economía mundial por medio de una moneda hegemónica como el dólar, posee la mayor parte de la riqueza mundial y, por sobre todo, ninguna otra exporta entretenimiento de forma tan globalmente industrializada. Estados Unidos es el ombligo económico y cultural del mundo. Cuando los yanquis estornudan, el planeta se resfría. Paralizan el mundo no solo con sus partidos de deportes que nadie entiende y ceremonias de premiación a películas que pocos vieron, sino también y en particular con sus periodos electorales.
Desde enero de 2009 hasta enero de 2017, en los Estados Unidos gobernó un simpático abogado de ascendencia afro llamado Barack Obama. Su gobierno se caracterizó por una fuerte agenda de derechos humanos, reducción de la desigualdad, democratización de los servicios públicos, diplomacia conciliadora y combate al cambio climático. Si bien al final de su segundo período de gobierno el pueblo estadounidense y el planeta entero se encontraron con que la estrecha minoría de los ítems de esta agenda habían logrado consolidarse, las razones subyacentes podían explicarse por el hecho de que las ideas de Obama habían encontrado gran oposición en las cámaras legislativas e incluso en el propio pueblo que lo había puesto en el poder. Impotente ante el rechazo del conservadurismo bien arraigado en la cultura yanqui y en las jerarquías de la Rama Legislativa, Barack Obama abandonó la oficina de la Casa Blanca habiendo alcanzado grandes logros, pero con el agrio retrogusto de no haber podido alcanzar la mayor parte de sus ambiciones políticas. Sin embargo, durante sus períodos de gobierno, que abarcaron gran parte de la década de 2010, el mundo se vio sumido en este estado de optimismo generalizado al que hacía mención al principio. Si bien las políticas de desarrollo humano sustentable de Obama no se vieron del todo consolidadas, el hecho de que temas de relevancia mundial como el cambio climático, la desigualdad social y los derechos humanos estuvieran en la agenda inmediata del gobierno del ombligo cultural del mundo, significaba una enormidad para el resto del planeta. El repunte económico del país donde se originó la crisis financiera global del 2008 representó a su vez un crecimiento para varias de las economías satelitales afectadas. El mundo veía con buenos ojos el proceder de la potencia mundial por excelencia. Estados Unidos se ponía de pie, y con ello el resto del mundo.
Pero recordemos las consecuencias de la revolución digital, el devenir del constante flujo colosal de información y los procesos demográficos que lo sucedieron a raíz de la evidenciación de la desigualdad entre los países desarrollados y subdesarrollados. Recordemos la naturaleza episódica del capitalismo y el hecho de que un período de bonanza de ciertas economías satelitales no dura para siempre. Recordemos la condición cíclica de la democracia, y que la fobia conservadora profundamente arraigada en la vida política norteamericana llevaron al pueblo yanqui a poner en el poder, una vez más, a una figura pública del entretenimiento retrógrada y multimillonaria.
Al mediodía del día viernes 20 de enero de 2017, Donald J. Trump se sentó en la oficina oval de la Casa Blanca a hacer uso de sus facultades administrativas conferidas por el pueblo como Presidente de los Estados Unidos. Las promesas de campaña que lo llevaron al poder incluían el proyecto de un muro masivo que abarcaría toda la frontera con México a los efectos de evitar las olas de inmigración, con un discurso extremadamente fóbico que atribuía todas las falencias de la sociedad norteamericana al fenómeno demográfico. Conformaba también su agenda la retirada de los Estados Unidos de todos los acuerdos internacionales de cuidado ambiental y desarrollo sustentable, basado en una profunda negación de los efectos del cambio climático y un rechazo a la comunidad científica. Mencionaba también Trump en su campaña la necesidad de hacer funcionar la economía mediante la aplicación de políticas económicas neoclásicas-conservadoras, que liberarían el mercado y achicarían el intervecnionismo del Estado del bienestar. A partir del 2017 Estados Unidos marca la pauta del regresionismo, de la fobia y del negacionismo a nivel mundial. Pone como dueño del Circo a un sujeto despreciable, con delirios de grandeza, con una profunda distorsión de la realidad y por consiguiente de lo que es prioritario para transformarla. A partir del 2017 Estados Unidos estornuda y la Tierra se enferma. Vuela una mariposa en el norte y se desata un tornado en el sur.
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miyoko9 · 4 years
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que hacer con esas penas madrugadoras, que hacer con las infinitas cosas que siento, que de alguna manera se hacen imposibles explicarlas, dime que hago con lo que siento por ti, tener que darme cuenta que cada momento, te alejas mas, que cada momento me recuerda a que tengo que vivir sin ti, esto no queria escribirlo sobre ti, pero al final mis pensamientos terminan en ti, en tu esencia, en tu silueta, en esa persona que tanto amaba, a esa que siempre estaba conmigo, a la que no me dejaba sola un segundo, a la que siempre me consolaba por cada estupidez que me pasaba, a la que me recordaba en cada momento del dia lo mucho que me amaba, amaba porque no se si lo sigues haciendo, no se si me amas como el primer dia, no se si quieres seguir con alguien como yo, que de verdad da todo por ti, todo absolutamente todo, que te ama mas a ti que a si misma, muy egoista para mi, pero es lo que realmente siento, te necesito, necesito de ti, de tus mensajes, de tus audios, de esa voz que me alegraba en un par de segundos, esa voz que cerraba mis ojos y te veia en frente de mi con una sonrisa iluminadora, pensando en cuanto amaria estar cada minuto contigo, en tu pecho, en tu corazon, en tus brazos, en cada parte de ti, queriendo sostener tu mano mil años, sin que nada pase, verte sonreir y alegrarme por tenerte a mi lado, ojala todo pudiera ser como antes...
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r-tierno · 5 years
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“Este proyecto es de todas las mujeres”: Crece TEJIENDO REDES
La iniciativa nació a partir del encuentro de mujeres mexicanas en Argentina y este año tiene sede en la Ciudad de México con actividades programadas durante todo el año. Hablamos con una de sus creadoras, la directora de teatro Faviola Llamas.
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Tejiendo Redes es un proyecto que, tal como su nombre lo indica, tiene como objetivo principal tejer una red de jóvenes mujeres hacedoras de teatro, de entre 25 y 35 años. Esta conexión primero se está dando en Argentina y México, pero la idea, según comentó una de sus creadoras, Faviola Llamas, es lograr que crezca a nivel mundial, que estés donde estés, si haces teatro, tengas un grupo de contención y apoyo para el intercambio y la creación.
Esta idea nació de la creadora escénica Susana Meléndez y la directora Faviola Llamas, que lejos de su tierra natal, se conocieron en el país sureño, Argentina, mientras cursaban sus maestrías. “Fui a Tandil (Provincia de Buenos Aires), que es donde estaba estudiando ella, y empezamos hablar de hacer algo para que se conozcan las mujeres artistas”, cuenta Faviola en entrevista para Cartelera de Teatro. “Las dos estamos muy influenciadas por nuestra tendencia política y filosófica, de trabajar con nuestro cuerpo y crear espacios para nosotras. Decidimos trabajar con dramaturgas y directoras, fuimos uniendo ideas, e hicimos el primer encuentro de jóvenes”.
Este primer encuentro, apoyado por la embajada mexicana en Argentina, se realizó el año pasado en la Ciudad de Buenos Aires, y se presentaron tres textos de dramaturgas mexicanas (seleccionadas mediante convocatoria), dirigidas por directoras residentes en Argentina de distinta nacionalidad. Fue el primer paso de lo que ya está ocurriendo este año, una Red Activa de conversatorios y talleres en el Teatro El Milagro (CDMX) que se realiza cada mes con temáticas diferentes.
“A partir del primer encuentro nos dimos cuenta que tienes que estructurar las ideas, necesitamos propiciar el encuentro, que esta lectura realmente suceda. Creamos una Red de Contención, que la hacemos por primera vez este año, que consiste en que directoras y artistas de diferentes disciplinas tengan conversatorios, que se genere esa plática, sobre el teatro y las artes”, explica Llamas. Esta Red de Contención se realizará del 27 de septiembre al 18 de octubre, previo al II Encuentro de Lecturas Dramatizadas, y tendrá como invitadas a la investigadora Fernanda del Monte, las artistas visuales Mónica Mayer y Karen Cordero, las directoras Lydia Margules y Carmen Ramos, y las artistas Alicia Lagunas y Mariana García Franco.
Tejiendo Redes actualmente es llevado adelante por un equipo permanente, conformado por Susana Menéndez y Faviola Llamas en la dirección artística, Berenice Nava en la producción artística, Natalí Stein en la producción ejecutiva y Itzel Lapizco en asistencia de dirección.
Lo interesante de este proyecto es que plantea un esquema horizontal, no sólo pretende acercar y unir a mujeres dentro del quehacer teatral, sino que pone el foco en crear una base donde las futuras generaciones puedan aprovechar este recorrido, apelando a una forma basada en la colaboración para ganar espacios, puestos, y desechando la competitividad que nos impregna el sistema capitalista, sobre todo al género femenino.
“Existen recorridos hecho por mujeres que nos han facilitado el camino, nosotras queremos facilitarle el camino a las futuras generaciones, y que también ellas vayan por más. La sociedad nos enseña mucho a competir, y son tan pocos los puestos de poder que tienen las mujeres que vemos a otra mujer como una amenaza. Esto es ‘estamos juntas, vamos por estos cinco puestos más’, es facilitar el trabajo. Cuando cumplamos los 35 años ya no entramos en la convocatoria de Tejiendo Redes, entonces la idea es dejarle el espacio a otras mujeres. Este proyecto nació, pero no es nuestro, sino de todas las mujeres alrededor”.
Otra de las iniciativas que pretende llevar adelante este proyecto, es la descentralización de los encuentros, que normalmente se realizan en las colonias más transitadas de la Ciudad de México, “Fuimos sumando otros espacios, la idea es salir de la zona centro, salir de la Condesa y la Roma, sumar otro tipo de espacios, como la Casa de Cultura de UAEMex, en Tlalpan, donde este año serán las lecturas dramatizadas”.
¿Cómo funciona la red? ¿Han recibido apoyo?
Hay gente más grande que nos ha ayudado un montón, nuestras juradas son gente más grande y eso tiene que ver con romper con esa estructura piramidal, de acercarnos a personas que tienen un recorrido y que realmente son muy amorosas, somos todas personas. Hemos encontrado también hombres que nos han ayudado con este proyecto, el agregado cultural de la embajada, Diego de la Vega, abrazó el proyecto y nos ayudó a realizar el encuentro en el Centro Cultural 25 de Mayo (Ciudad de Buenos Aires).
Este año vamos hacer Tardes de té, entre mujeres, quien quiera sumarse es bienvenida, vamos a estar buscando apoyo entre artistas, va a tener un costo, pero es para fondear y crear recursos, en nuestra sede, la Casa de Tlalpan.
Hoy vemos muchas más mujeres creadoras en el teatro, ¿crees que existe una temática o forma de creación específica del género?
La expresión de líneas temáticas es diferente, es decir, nada de lo que es humano es ajeno a las personas, como decía Shakespeare, pero las temáticas sí se abordan diferente, no es lo mismo que una mujer hable de la trata de mujeres, a que lo haga un hombre. Un hombre tendría que cuestionarse sus privilegios para poder llegar a la raíz, y una mujer debe cuestionarse sus privilegios también y desde dónde escribe, los elementos que te vas cuestionando van creando otro tipo de estética y discurso.
¿Cómo te imaginas un mundo donde la mujer no esté reprimida, y tenga toda su fuerza de creación?
Una utopía. Falta mucho tiempo, el otro día leía una estadística y decía que faltan 400 años para que se empiece hablar de equidad de género. Se están rompiendo estructuras pero que se vienen rompiendo desde los años 50, hace muy poquito. Dentro de las mujeres existen otro tipo de presiones, no es lo mismo ser una mujer blanca que negra, a ser una mujer indígena, dentro de cada sociedad y qué tipo. El capitalismo influye mucho, tu nivel adquisitivo, es romper y cambiar una estructura que hemos tenido por muchos siglos. Actualmente existe un boom del feminismo, y hay que buscar espacios y ganarlos, y no perder lo que ya tenemos. Aun así sigue siendo una cosa no tan frecuente y violenta, por eso se ve este boom, porque no es normal.
¿Cómo se ven a futuro?
La expectativa más grande es efectivamente crear una red. Que realmente un día estés en un café en alguna parte del mundo y que puedas tener  mano a la dramaturga mexicana, y que se vaya generando esta cosa, de armar encuentros. Que se conozca el trabajo de diferentes territorios y mujeres. Esto genera intercambio cultural, y te da una perspectiva del discurso generacional que estamos teniendo.
El encuentro de Tejiendo Redes, será Red Activa, en el Teatro El Milagro, ubicado en la Colonia Juárez, bajo la temática Iluminadoras, el próximo 20 de mayo a las 18:oo horas.
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pepetesoro · 6 years
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Dad is dead
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Wallace Foster Wallace sigue siendo una figura controvertida, cuya obra y vida han proyectado tanto un fanático seguimiento como una vasta incomprensión. No pretendo sintetizar, en un mero artículo, la inprehensible complejidad del personaje. Trataré, por el contrario, de trazar tres reflexiones sobre su obra de ficción, su obra de no-ficción y su figura como personaje público, para tratar de despertar, una vez más, la fascinación con la que algunos redescubrimos una y otra vez al volver a la enigmática figura del autor norteamericano.
Siempre supuse que antes o después acabaría escribiendo sobre David Foster Wallace. Lo que no se me ocurría era cómo ni qué podría escribir. La obra y la vida del autor es tan grande, tan llena de sutilezas y de cambios, de evolución, de genialidad y de vicio, de verdad y de mentira, que intentar decir algo al respecto sin recaer en banalidades incompletas y tópicos relamidos me parecía imposible. Pero hoy, aceptando todavía lo inabarcable de la reflexión que David Foster Wallace puede suscitar, me he animado a realizar un pequeño repaso al autor en tres partes, apuntando a tres pequeños segmentos, tres ideas iluminadoras que me recuerdan y, con suerte, pueden suscitar al lector de estos artículos, las originales lecturas que el autor norteamericano nos brindaba sobre su mundo, sobre el texto y sobre esa cosa tan rara que es ser humano (ahí va el primer tópico relamido).
Primera parte: La ficción
David Foster Wallace era ese tipo que podía decir que había escrito un libro de más de 1.000 páginas más 200 páginas de notas porque "quería escribir algo triste". Sin duda, la tristeza atraviesa la obra de Foster Wallace, desde la angustia y el terror suicida, que él conocía bien, hasta la anhedonia y la indiferencia; el abandono y la soledad que parece que conlleva estar consciente y vivo en el mundo contemporáneo. Mucha de esa soledad y tristeza radica en el anhelo por un sentido perdido, un individualismo que conduce al desarraigo y a la autodestrucción. Pero, si es esta nuestra situación, ¿queda algo que decir?
"No tenía nada en materia de concepto divino y en aquel momento quizá menos aún en términos de interés en todo este asunto; trataba la oración como si pusiera la temperatura de un horno siguiendo las indicaciones de la caja. Pensar en ella como si hablara al techo era de algún modo mucho mejor que imaginarse hablando con Nada. Y le daba vergüenza ponerse de rodillas en calzoncillos, [...] pero lo hacía y suplicaba al techo y agradecía al techo, y unos cinco meses más tarde [...] se dio cuenta de que habían pasado bastantes días en los que ni siquiera había pensado en el Demerol o en el Talwin, ni siquiera en la marihuana." (La broma infinita, Debolsillo, p. 531)
Para superar su adicción, a Don Gately bien le vale rezarle a un techo. Para salir del sumidero es necesario encomendarse a algo. Quizás Dios (es decir, papá) haya muerto, quizás ya no quede nada verdadero ni racional a lo que encomendarse pero quedarse a vivir en el sumidero tampoco parece una opción. En este conflicto se juega gran parte de la ficción de David Foster Wallace. Por un lado el mundo de los medios de comunicación, las mentiras de la publicidad, la ironía inoculada por la televisión, el individualismo... etc. es un mundo sin sentido, histórico, banal, caduco e intrascendente. Y, sin embargo, impregnados como estamos por esa realidad, no podemos evitar sentir el anhelo por algo más. Por ejemplo, la sensación de que somos irrepetibles, que hay algo de especial en nosotros.
"[T]odo el mundo es idéntico en su secreta y callada creencia de que en el fondo es distinto de todos los demás" (Ibíd., p. 236)
Y este es uno de los gestos más humanos que existen. Como lo es ponerse de rodillas y rezarle a un techo. Si me atreviera a intentar pensar en el elemento primordial de la ficción de David Foster Wallace, este sería la búsqueda de un punto de vista humano, un discurso sincero y honesto, en un mundo asolado por el cinismo y la indiferencia. Y quizás ese sentido anhelado haya estado delante de ti en todo momento, quizás lo más humano que se puede decir es que eres un humano, que estás vivo. Antes de convertir esto en el gran misterio, debes aprender a reconocerlo como el gran milagro. Mucho antes de inmortalizar esta idea en su famoso discurso y posterior ensayo Esto es agua, Foster Wallace nos daba pistas en su gran novela.
"Se inclina acercándose aún más a Gately y grita el chiste que había mencionado: Un pescado viejo y sabio nada hacia otros tres pescaditos y les dice: «Buenos días, chicos, ¿cómo está el agua?», y se aleja, y los tres pescaditos le mirar alejarse nadando y se miran y dicen: «¿Qué mierda es el agua?»" (Ibíd., p. 506)
Para muchos David Foster Wallace era un gran farsante, un tipo solo interesado por sí mismo y ebrio de arrogancia. Y el primero que pensaba esto fue él mismo. Quizás esta estuviera entre las razones que le llevó finalmente a ahorcarse a los 46 años. Y este triste final puede servir de prueba, penosa y paradójica, de que no había nada de falso en los desgarros existenciales y pensamientos desesperados que en ocasiones describía con una minuciosidad única en sus novelas y relatos. Pero aunque esa fuera la conclusión de su vida, no se puede decir lo mismo de su ficción. La depresión no es el punto final de la narrativa de David Foster Wallace. Es más bien su punto de partida. Puede que el camino emprendido nos conozca a un final satisfactorio, como, por ejemplo, tratar de acordarnos cada día que esto es agua, que la cotidianidad de cada instante, la ordinariedad más absoluta, está impregnada del trascendental hecho de que estamos vivos, de que estamos aquí. O no, puede que sea en el fondo el camino (por concluir con otro tópico) lo que tiene valor en sí mismo. Ese será un juicio que quedará siempre en manos del lector.
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Segunda parte: La no-ficción
Como otro tópico contemporáneo dicta, David Foster Wallace también escribió (y habló), y mucho, sobre cómo escribía. La literatura sobre la literatura es un género que a ratos fascina y a ratos satura y se vuelve resabida y egocéntrica, y muy sospechosa de no responder para nada a la realidad. Pero, fuera un retrato veraz o no de lo que en el fondo creía y practicaba, existe un ensayo de escasas cinco páginas de Foster Wallace, La naturaleza de la diversión, que es seguramente de lo mejor que nunca he leído de un escritor reflexionando sobre su propio proceso creativo.
En él, Foster Wallace dibuja una breve historia de su motivación a la hora de ponerse a escribir, desde el rebelde e intelectual-wannabe de sus años de universidad hasta el de reputado escritor adulto. Y, maravillas de la composición, los pasos de esta pequeña historia se revelan como las piezas de una paradoja.
"Al principio, cuando empiezas a probar a escribir narrativa, todo está orientado divertirte. No esperas que nadie más te lea. Lo escribes prácticamente todo para excitarte a ti mismo. Para permitirte tus fantasías y tu lógica desviada y también para eludir o bien transformar partes de ti mismo que no te gustan" (En el cuerpo y en lo otro, Pálido Fuego, p. 190)
Los problemas llegan cuando entra en la ecuación el gran e indispensable elemento de discordia en los conflictos internos de todo escritor: la audiencia. Cuando uno empieza a ver que los demás no solo leen lo que escribe, sino que, además, les gusta lo que escribe, empieza a gustarle mucho gustar, y se ve tentado a dar un peso excesivo a esa necesidad en su trabajo.
"Llegado este punto, más del noventa por ciento de las cosas que estás escribiendo ya están motivadas e informadas por una necesidad abrumadora de gustar. Y esto genera una narrativa de mierda. Y la obra de mierda debe acabar en la papelera, no tanto por una cuestión de integridad artística como por el simple hecho de que la obra de mierda va a hacer que no gustes"  (Ibíd., p. 191)
El deseo de gustar conduce, paradójicamente, a hacer una obra que no le gusta a nadie, y mucho menos a ti mismo. El escritor acaba deseando algo que el propio intento de alcanzarlo le conduce a perderlo. Recuperar tu capacidad de gustar, es decir, de hacer narrativa de calidad, pasaría por recuperar la motivación inicial: la diversión. Pero esto requiere, por el otro lado, renunciar a tu necesidad de gustar a los demás.
"Bajo la nueva administración de la diversión, escribir narrativa se convierte en una forma de adentrarte en ti mismo e iluminar esas mismas cosas que no querías ni ver ni que nadie más viera, y resulta (paradójicamente) que estas cosas son justamente las cosas que todos los escritores y lectores comparten y sienten y a las que reaccionan. La narrativa se convierte en una forma extraña de aceptarte a ti mismo y de decir la verdad en lugar de ser una forma de escapar de ti mismo o de presentarte a ti mismo de una forma que supones que hará que gustes al máximo número de personas" (Ibíd., p.192)
En un mundo en el cual la vanidad y la egolatría parecen cualidades indispensables para ser un artista, donde si no estas enamorado de tu atormentada y trágica existencia no parece que tengas motivos suficientes para expresarte, una declaración así es mucho más que refrescante. Es el recuerdo de que el arte es, ante todo, compartir, y que compartir no es aparentar, no es enseñar, sino exponer las extrañas partes de nosotros que temíamos que produjesen rechazo, miedo o incomprensión con la esperanza de que se revelen como elementos en común con los demás. Y que todo esto es muy divertido.
Pese a todo, David Foster Wallace fácilmente puede pasar por un atormentado. No es demasiado difícil presentar su vida como una tragedia, aunque no fue nada épica (era un tipo solitario y en ocasiones insípido, poco interesado en salir de los EEUU). Se puede ver perfectamente su obra como el artificio de un egocéntrico esforzándose por parecer intelectual. Pero, en mi humilde opinión, son fragmentos como este ensayo, y como otros que aparecen de vez en cuando en sus obras de ficción, en sus artículos o sus entrevistas, las que creo que verdaderamente reflejaban al David Foster Wallace en su mejor versión. Un David más humano, más cercano, terriblemente sincero y honesto, un sencillo chaval algo paranoico del Midwest norteamericano interesado principalmente, como casi todos nosotros, en divertirse.
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Tercera parte: el personaje
Mucho se puede decir y se ha dicho sobre quién fue David Foster Wallace. Las fuentes no son escasas. Entre sus propios artículos, la biografía de DT Max, las conversaciones con David Lipsky, las numerosas entrevistas que quedan esparcidas por Internet y el testimonio de sus amigos como el propio Jonhatan Franzen nos ofrecen una imagen rica, aunque fragmentaria y en ocasiones contradictoria. La lecturas son múltiples y todas imperfectas, pero eso no quiere decir que menos valiosas. En este momento me gustaría rescatar al David Foster Wallace como personaje hiperconsciente, constantemente analizando y descomponiendo lo que le rodeaba, tratando de encontrar los mínimos elementos y las más lejanas consecuencias. Una de sus grandes preocupaciones, que le mantuvo en reflexión constante y en un combate interminable con su escritura, fue el estado de la literatura en su momento, como así se puede ver en una de las más especiales entrevistas que existen con él.
"Mira, tío, probablemente la mayoría de nosotros estamos de acuerdo en que vivimos tiempos oscuros, y además estúpidos, pero ¿necesitamos ficción que no haga sino dramatizar lo oscuro y lo estúpido que es todo? En épocas oscuras, el arte aceptable sería aquel que localiza y efectúa una reanimación cardiopulmonar sobre aquellos elementos mágicos y humanos todavía vivos y resplandecientes a pesar de la oscuridad de los tiempos. La ficción [...] encontraría el modo de representar ese mundo oscuro y de iluminar las posibilidades de estar vivo y ser humano en él". (Conversaciones con David Foster Wallace, Ed. por Stephen J. Burn, Pálido Fuego, pág. 53)
Foster Wallace era muy consciente de que la literatura en su momento (y, por extensión, su propia literatura) podía fetichizar la denuncia del mundo frío, comercial y desapasionado del capitalismo tardío y convertirse en una broma tonta vuelta sobre sí misma, una mera repetición de un gesto gastado, cerrado en la propia crítica a todo, incapaz de solucionar nada. No se trataba de dar la espalda a ese mundo oscuro, sino de intentar encontrar en él los resquicios de humanidad, tratar de saltar más allá del cinismo en una época donde el cinismo parecía ser la única opción racional.
"La ironía posmoderna y el cinismo se han convertido en un fin en sí mismas, en una medida de la sofisticación en boga el desparpajo literario. Pocos artistas se atreven a hablar de lo que falla en los modos de dirigirse hacia la redención, porque les parecerán sentimentales e ingenuos a todos esos ironistas hastiados. La ironía ha pasado de liberar a esclavizar. [...] ...la ironía es la canción del prisionero que llegó a amar su jaula" (Ibíd, pág. 81)
En nuestro mundo, que con tanto terror en ocasiones se nos aparece como una acentuación del de Foster Wallace, la verdad y la sinceridad, o cualquier tipo, por pequeño e irrisorio que sea, de camino redentor para la oscuridad del ser humano, se presenta como ingenuo, deslegitimado. Foster Wallace está cifrando aquí en pocas palabras el bien conocido pavor que hasta hoy nos persigue: hicimos bien en descabezar la tradición, pero, ¿quién se suponía que debía decirnos qué hacer? ¿Qué viene después? La ironía parece la reacción adecuada ante un mundo irónico y desencantado, asolado por el discurso retorcido, la instrumentalización y la hipocresía. Pero la ironía no puede ser la respuesta por sí sola, pues en sí no constituye ninguna respuesta positiva.
"...lo que percibo en mi generación de escritores e intelectuales o lo que sea es que son las 3:00 a.m. y el sofá tiene varios agujeros por quemaduras y alguien ha vomitado en el paragüero y estamos deseosos de que el disfrute termine. La labor parricida de los fundadores posmodernos fue magnífica, pero el parricidio produce huérfanos". (Ibíd, pág, 86)
Como más o menos dijo cierto señor con bigote cien años antes que Foster Wallace, papá (o Dios) ha muerto, y (lo que es más importante) nosotros lo hemos matado. Foster Wallace era consciente que asumir ese asesinato era una de las tareas fundamentales de nuestro momento, pero ni siquiera debíamos quedarnos ahí. Muy bien, hemos matado a papá, ahora bien, ¿qué demonios viene ahora? Si bien hay muchos que capitulan fácilmente ante la idea que un nuevo padre, o bien no es deseable, o bien no es necesario, o bien no es posible, Foster Wallace se pasó toda su vida, a través de cientos y cientos de páginas de su ficción y de sus ensayos, tratando de encontrar esas partes humanas, intento buscar la poca magia que nunca estuvo seguro de haber encontrado, pero que siempre supo que quedaba. O al menos supo que era su tarea buscarla.
Si lo logró, es una decisión que recae en el lector. Su trágico final quizás no nos de muchas esperanzas. ¿Acabó Foster Wallace admitiendo que no había salida a este problema? No podemos estar seguros. Lo que sí sabemos con certeza es que fue él quien con más sinceridad supo formularlo.
"En cierto modo sentimos el deseo de que algunos padres vuelvan. Y por supuesto nos inquieta el hecho de que deseemos que vuelvan. [...] Y, claro, la sensación más inquietante de todas es que gradualmente comenzamos a darnos cuenta de que, a decir verdad, esos padres no van a volver nunca. Lo que implica que nosotros vamos a tener que ser los padres" (Ibíd. pág. 86)
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aura-r-a · 2 years
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SEMANA XI
marzo 28 a abril 1 del 2022
¿Qué pasó?
Esta semana empezó con la ida al paso de gato de la Caja Negra por la materia de Taller de Vocal y la iluminadora Anahí nos dio un tour y explicaciones acerca de cada cosa, porque es importante conocer cómo funciona el espacio en donde trabajamos y conocer acerca más sobre detrás de escena. 
Ya respecto al montaje esta semana conseguimos las botas negras que usaremos las Cassandras y ya encargar los leotardos con respectivo colores (Naneth y Sofia: gris; Estela: blanco; Maye: negro; Aura: rojo). Fuimos al centro para hacer un scouting de lo que ocupamos de indumentaria. 
Avanzamos hasta la canción de Agamenón y poco a poco fuimos limpiando las escenas anteriores y ya el principio se siente un más fuerte y conciso. Hasta ahora vamos ya casi a la mitad del montaje.
¿Qué sentí?
Un poco de estrés al saber que ya en una semana más salimos de vacaciones de semana santa y regresando ya faltan pocos días para estrenar. Me siento feliz por otra parte de ir viendo cómo poco a poco va tomando forma ya viendo el vestuario y conforme vamos montando las demás escenas, ya esta semana llegamos a la canción de Agamenón y ya estamos casi a la mitad del montaje. 
Por otra parte también me sentí muy frustrada por la cuerda, tal vez sea mi espíritu independiente que no me quiero sentir atada a nadie más, pero también pienso en cómo se va construyendo nuestra poética y estética. Al final me siento feliz de crear este nuevo elemento, pero he sentido trabas personales para continuar.
¿Qué aprendí?
Voy haciendo relación con mi tema de titulación acerca del vestuario y cómo cada una de nosotras nos hemos tenido que hacer cargo del vestuario por falta de vestuaristas para el teatro y es interesante ver cómo lo vamos resolviendo. Pero sí me da ímpetu a terminar de desarrollar mi tema de investigación y la necesidad que en cierta parte hay de hacer algo al respecto y me gustaría desarrollarme en esa área del teatro.
¿Qué propongo?
Apurarnos un poco más respecto al montaje, no dispersar tanto la atención que luego tendemos más a hacerlo, pero cuando nos concentramos como grupo es mucho más fructífero. 
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soldemedianoxe · 2 years
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LA PERSONA QUE TE PERTURBA...
ES TU MEJOR MAESTRO....
La personas que aparecen en nuestra vida , con las que estamos de acuerdo y compartimos intereses similares fáciles de aceptar; nos enseñan de hecho muy poco.
Pero aquellas otras , capaces de sacarnos de quicio y encolerizarnos a la menor provocación , son nuestros verdaderos maestros...
La persona que realmente puede perturbar tu estado de paz es aquella que te recuerda que no te encuentras
verdaderamente en el estado de paz o iluminación que brota de la confianza.
En ese momento, esta persona se convierte en tu mejor maestro, y es a ella a quien debieras dar las gracias, y a Dios, por haberla enviado a tu vida.
Cuando llegue el día en que puedas trascender la cólera, la rabia y la alteración que esa persona parece provocar y decirle:
"Gracias por ser mi maestro", ...
habrás reconocido a un compañero del alma..
Todo aquel que aparezca en tu vida y pueda sacarte de quicio y hacerte sentir
frenético es un maestro disfrazado de ser manipulador, desconsiderado, frustrante y no comprensivo.
La paz iluminadora significa que no sólo estás en paz con aquellos que comparten tus intereses y que están de acuerdo
contigo, o con los extraños que van y vienen, sino también con aquellos
maestros que te recuerdan que todavía te queda mucho que hacer para estar en paz contigo mismo.
Da gracias por todos esos grandes maestros espirituales que han aparecido en tu vida en forma de hijos, cónyuges actuales o pasados, vecinos irritantes
compañeros de trabajo, extraños detestables y otras personas
similares...pues ellos te ayudarán a permanecer en estado de paz e iluminación.
Te permitirán saber día a día cuánto trabajo te queda realmente por hacer; y en qué aspectos no has logrado aún dominarte a ti mismo."
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miguelmarias · 2 years
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TIEMPO DE GODARD
Volver a ver ahora «Pierrot le fou» es una experiencia iluminadora. Si hace dieciocho años pudo parecer oscura, desordenada, irregular, confusa, heterogénea, críptica, desconcertante y casi incomprensible, hoy se ha convertido, creo yo, en una obra clásica del cine. Extraña ciertamente, única y sin descendencia directa, pero igual que «Amanecer y Tabú» de Murnau, «Zéro de conduite y L'Atalante» de Vigo, «Germania, anno zero y Viaggio in Italia» de Rossellini, «Johnny Guitar» de Nicholas Ray... o «À bout de souffle y Les carabiniers», del mismo Jean-Luc Godard, igual que llegará a serlo, dentro de algún tiempo, alguna de sus películas más recientes, por ejemplo, «Sauve qui peut (la vie)».
UNA OBRA VIVA
Como esas y alguna otra, «Pierrot» se mantiene curiosamente fresca y desafiante, sin ingresar en ese museo imaginario de las obras maestras del cine al que, evidentemente, nunca estuvo destinada, en el que carecería de espacio para proseguir su marcha y haría el mismo efecto que un toro en una cacharrería. Hasta tal punto era de verdad para usar una expresión de Godard, un film en train de se faire (un film que se está haciendo) o, recurriendo a una definición empleada a propósito de James Joyce, una Work in progress (una obra –o un trabajo– en curso), que todavía ahora, muchos años después, se está haciendo, sigue creciendo y desarrollándose, evolucionando con el paso del tiempo y con la vida de sus espectadores de antaño, para los que es tan nueva a cada visión que volver a verla supone un riesgo y una incertidumbre –no sabemos si seguirá emocionándonos e impresionándonos tanto como la vez anterior, ni si lo hará del mismo modo y por las mismas razones o por otras distintas–; los que la vean ahora por vez primera, más vale que olviden cuanto hayan leído y oído, y que hagan caso omiso de su relativa «antigüedad», pues daría lo mismo que Godard hubiese acabado de montarla hace quince días. La razón de que se produzca con una intensidad desusada este fenómeno, no muy frecuente, de que una película no envejezca, y retenga su capacidad de sorprender pese a su fama y a lo mucho que se ha discutido acerca de ella, es, creo yo, que se trata de una auténtica obra abierta.
Este concepto, popularizado por Umberto Eco y muy manido durante los años 60 –pues se aplicó a obras de arte perfectamente cerradas y refractarias a la participación del espectador, sólo cobra sentido si se oyente o lector– sólo cobra sentido si se reserva a las que permanecen inacabadas o incompletas sin un público que se enfrente con ella y trate de comprenderla. Y eso sucede, a mi entender, con «Pierrot le fou» y otras películas de Godard, que no existía cuando no era más que una imagen intuida por Godard y a la que había que llegar para luego seguir desde ella, ni cuando se convirtió en una serie de anotaciones garabateadas con rotulador en un cuaderno de espiral o de tapas de hule, del mismo modo que sigue sin existir cuando se lee su guión, reconstruido a partir de la película; tampoco existe, salvo materialmente, mientras permanece enroscada, encerrada en unas latas o guardada en los depósitos de una Filmoteca, sólo existe, en estado de residual, probablemente desordenado y aún más incompleta, en la memoria de los que la hemos visto muchas veces, y sólo cobra vida y sentido, realmente, cuando se proyecta ante un público: da lo mismo que sean pocos o muchos los que la ven, que la conozcan al dedillo o que la descubran ahora.
No pretendo que Godard llevase al pelotón del cine de su tiempo una ventaja tan grande que éste todavía no haya sido capaz de darle alcance. Pienso más bien, que Godard se ha especializado, por vocación y necesidad, en abrirse huecos –unos mayores y otros reducidos– al margen del curso establecido, fuera de la carretera principal; huecos que el resto del cine, menos curioso, más conformista y gregario, no ha explorado: no le hacía falta, seguramente no tenía cabida en ellos y pasó de largo y a bastante distancia. Como las películas de otros autores que he mencionado, la mayor parte de las que dirigido Godard, y muy particularmente, «Pierrot», son desviaciones –algunos las calificarían de aberraciones, sin duda–, excepciones a la regla, atajos casi intransitables. Las obras citadas indican que el fenómeno, aunque infrecuente, no es nuevo; lo insólito es la frecuencia con que se dan tales «escapadas» en la obra de Godard: su carrera es una sucesión de puntos de fuga que, si no se abren nuevos caminos al resto del cine, sí permiten que su autor se adentre, en solitario, por zonas vírgenes o inexploradas, en rincones deshabitados y olvidados. Más descubridor que colono, ni el propio Godard quiso establecerse en los nuevos territorios, sino que siguió su camino, como el alpinista que, tras escalar una cima, no se queda a vivir en ella, sino que parte en busca de otra, o como el espeleólogo que, tras descender a una cueva, se contenta con recorrerla antes de volver a la superficie y planear otra aventura, en lugar de explotar posibles yacimientos.
EL RITMO DE LA MARCHA
Aunque siempre avanzó a salto de mata, con el tiempo ha ido cambiando el ritmo de su marcha, y no es que con los años se haya hecho más lento, sino que para hacer cine son precisos unos recursos económicos con los que no siempre ha contado. Además, si la velocidad se ha reducido, la longitud de los saltos ha aumentado. Era más llamativo y evidente su progreso, y también más fácil de seguir y de entender, cuando Godard corría a dos o tres películas por año, a mediados de los 60, que en los 80, cuando sus zancadas se han ido distanciando, y ya no empalma un rodaje con otro –llegó a filmar simultáneamente dos de sus películas más diferentes, «Made in U.S.A.» y «2 ou 3 choses que je sais d'elle»–  sobre todo porque antaño –cuando proclamaba On peut tout mettre dans un film, on doit tout mettre– sus experimentos, sus borradores, sus bocetos, logrados o fallidos, tenían cabida en sus películas, que exponían a la curiosidad de los demás todo su trabajo, casi hasta los descartes, mientras que ahora tantea en privado, por lo general en vídeo, y sólo muestra los resultados –por provisionales que sean–, los objetivos alcanzados o avistados, las plataformas desde las que se dispone a tomar impulso para el salto siguiente. Por eso, aunque son más «comprensibles» sus últimas películas, su trayectoria reciente resulta más sorprendente: nos faltan datos que nos habíamos acostumbrado a recibir. Hoy se hace preciso medir la distancia entre una obra y las que la rodean, porque no hemos asistido al recorrido de los tramos intermedios; hay que intentar deducir lo sucedido, y se ha hecho todavía más difícil prever el curso futuro de su carrera: no estamos ya al corriente, no sabemos exactamente donde está Godard en cada momento, y saber su situación hace seis meses o un año equivale para nosotros a que se halle en paradero desconocido. Es menos fácil, por tanto, seguirle la pista, y más necesario que nunca tener presentes las huellas anteriores.
EL RUMBO
Es cierto que algo ha cambiado en su cine, más allá de la oscura y confusa etapa, llena de contradicciones –más todavía de lo normal en Godard–, que va, aproximadamente, de Mayo de 1968 –aunque anunciada desde «Pierrot» y con más antecedentes parciales desde 1963– hasta el retorno al público que supuso, en 1972, «Tout va bien». Pero se trata, más que nada, de diferencias de matiz, de tono, de intensidad, de modales, de abordaje de los temas y del peso relativo de los elementos preexistentes; la actitud de búsqueda incesante es la misma en 1983 que en 1959, incluso si ahora, más maduro y con más experiencia, con menos reductos pendientes de exploración, tiene una idea más precisa de a dónde quiere llegar. Eso es lo que aleja tan radicalmente su cine, aún hoy, de la ilustración de un guión, del cumplimiento de un programa, de la defensa de una tesis, de la demostración de una teoría, de la materialización en celuloide de algo entrevisto, soñado o proyectado. Nada está previamente fijado, sino conseguido o encornado, a veces inesperadamente, sobre la marcha. Incluso hay cosas que, en su momento, no fuimos capaces de ver, o que, por ignorar su existencia, no nos llamaron la atención, y que más tarde, con la perspectiva que dan el transcurso del tiempo y la evolución –o el estancamiento, o el retroceso, según se entienda y se valore por cada cual– del cine, cobran un interés, una importancia o una fuerza de las que no éramos conscientes entonces. Por eso las películas de Godard debieran estar siempre disponibles, a nuestro alcance, ya que permanecen abiertas a nuevos descubrimientos, a una mejor compresión: lo que entonces chocaba hoy puede parecer normal, mientras que lo que hace unos años era imperceptible se destaca ahora con nitidez.
Y es posible que, cuando Godard no sólo ha vuelto a dirigirse a un público más amplio, sino que gracias al premio otorgado en Venecia a «Prénom: Carmen», se dan las condiciones para que se restablezca la comunicación en ambas direcciones cortada unilateralmente por el cineasta en su temporada de mayor radicalismo (porque para ello era preciso, no conviene engañarse, que Godard emprendiese una maniobra de acercamiento y, además, que volviese a estar de actualidad, que recuperase el prestigio que llegó a tener), haya llegado el momento de pasar revista a su trayectoria, de situarla en sus circunstancias históricas, y de intentar calibrar la importancia de cada película dentro de una obra profundamente coherente por encima de la irregularidad de algunas, al margen de la influencia más o menos superficial que ejerciesen sobre otros directores, del eco que tuviesen en la prensa o de su aceptación comercial.
De todos modos, hay que tomar ciertas precauciones. Siempre es arriesgado dar por vista una película, opinar acerca de ella si no se tiene reciente o, por lo menos, se ha visto tantas veces y el curso de tantos años que ya es difícil –aunque nunca imposible– que cambie nuestra relación con ella, con las de Godard la revisión permanente se hace imprescindible: por su propia naturaleza inconclusa y abierta, por su arraigo en el momento en que están hechas y la falta de elaboración de buena parte del material utilizado, son mucho más cambiantes. No en vano dijo Godard a mediados de los 60, algo así como el cine no está realmente en la pantalla, sino en el camino de ida y vuelta entre aquella y el espectador, en la relación que se establece entre la película y quienes la presenciamos cada vez que se proyecta: en la medida en que el que la ve quien le da sentido –su sentido–, toda modificación de perspectiva, cualquier evolución personal –incluso el mero envejecimiento– del espectador, transforma la película. Los que hemos crecido con Godard mantenemos, inevitablemente, una relación particularmente estrecha quizá incomprensible para los que, desconociendo las anteriores, no hayan visto más películas de Godard que las últimas, y no porque éstas carezcan del empuje suficiente para ello, sino simplemente porque conviene estar al tanto de las demás, muchas de ellas fundamentales para entender esa autobiografía en celuloide que está construyendo Godard (y no es ocioso conocer también sus críticas, que son un poco su «prehistoria»). Por eso siempre será oportuno revisarlas, si se conocen, o descubrirlas, aunque sea con retraso, sobre todo las del periodo 1959-65. No importa tanto que haya lagunas: hasta viéndolas, todas habría huecos entre una y la sucesiva; y es tal, en el fondo, la coherencia de su discurso sobre el cine y la realidad que no resulta difícil reconstruir una cierta continuidad a partir de algunas huellas que dejó a su paso. La misma actitud deductiva, casi detectivesca, que supone esta tentativa, ayudará a comprender mejor cada una de las pistas, ya que es ése el trabajo que exige del espectador cualquier película de Godard.
EL PAPEL DEL ESPECTADOR
Es curioso que se haya tildado a Godard de críptico y elitista, cuando muy pocos directores han demostrado una tan decidida e incluso desgarrada voluntad de comunicación, tal afán de descubrirse a través de las películas, de tal deseo de hacer confidencias. Quizá se deba a que, por una mezcla de pudor, coquetería intelectual y timidez, Godard ha tratado muchas veces de disimular su sinceridad, de ocultar su emoción recurriendo al humor o a efectos de distanciación, actitud que, además de revelarnos aún más el carácter del autor, ha de resultar particularmente emocionante para quien se dé cuenta de que equivale a la forzada sonrisa o la fingida indiferencia que algunas personas adoptan para esconder la turbación, la desesperación o las lágrimas: también las caretas elegidas sirven para reconocer al que se enmascara tras ellas.
Esa necesidad de contacto ha llevado a Godard al extremo de forzar la colaboración del espectador, de obligar a convertirse en su cómplice, casi en coautor de las películas: de ahí su repercusión, minoritaria porque pocos han estado dispuestos a realizar el esfuerzo requerido, pero muy profunda porque supone, por parte del espectador que responde, un compromiso activo, una participación total, un diálogo permanente. Claro de Godard dispuesto a dar todo, exigía mucho en contrapartida, y sabía arreglárselas para que el perezoso no recibiese nada. Esta demanda, a menudo directa y provocadora, de una respuesta, además de inusitada puede ser molesta. Por eso tienden a ser pasionales las reacciones que suscitan tanto su cine  como su persona, lo mismo cuando son negativas, que cuando son positivas. De hecho, más que dividir en dos épocas el cine, «antes de Godard» y «después de Godard», lo que hizo fue dividir a los aficionados, críticos y profesionales en dos bandos enfrentados: los «godardianos» y los «anti-godardianos». Y esta escisión, aunque menos tajante encarnizada en los años 60, subsiste hasta cierto punto todavía; aunque muchos se han pasado al bando enemigo, Godard sigue siendo una «piedra de toque». Y no es sorprendente que ocurra tal cosa: más que de un enfrentamiento entre los abanderados de la «tradición» y los defensores de la «modernidad», se trataba de conflictos entre dos concepciones distintas del cine, incluso, a veces, entre dos tipos opuestos de personas, como se ha podido ver más claramente con el paso del tiempo, ya que es frecuente que los defensores de Godard lo sean también del «cine de autor» y del cine clásico americano, mientras que entre sus detractores se pueden encontrar, en extraña compañía, partidarios del «realismo» (socialista crítico o el que en cada momento se lleve), fanáticos del cine como «industria» y mero «entretenimiento», campeones del cine «de mensaje» y otros varios, a menudo irreconciliables y sólo de acuerdo para atacar a Godard. Hay que tener en cuenta, además, que para los cineastas más acomodaticios y rutinarios, Godard representaba una amenaza, una acusación, o un «Pepito Grillo», que les hacía tener mala conciencia, y que a muchos espectadores les irritaba, precisamente el sentirse interpelados tan brusca y directamente, que les pidiese una participación activa y sincera; y no hay que destacar, como a causa del odio que muchos han sentido hacia Godard, la simple incompatibilidad de caracteres, inevitable cuando alguien interviene tan a título personal, tan en primera persona, como Godard. A Godard se le entiende o no se le entiende, se le acepta o se le rechaza, y no caben términos medios; y, en el segundo caso, su presencia ha de resultar tan invasora, insistente y agresiva que no es raro que produzca aversión.
Creo, sin embargo, que nunca es tarde para hacer un esfuerzo y tratar de comprender una obra que ha cobrado, con el tiempo, una importancia creciente, y puede que de signo distinto del que parecía tener en su momento, porque hoy no es tanto el innovador, el revolucionario, el que descubre caminos por los que el cine tendría forzosamente que seguirle si no quería quedarse rezagado, el vanguardista, lo que cabe apreciar en Godard –como se pensó o se creyó en los 60–, sino el creador inimitable, único, personal como ninguno hasta entonces y –mucho me temo– ninguno todavía de los posteriores, que –pese a conocer y amar el cine del pasado– supo apartarse de la tradición y de los senderos más seguros y transitados porque no le servían para comunicarse con la fuerza necesaria, y creó un estilo propio, sin pretender que nadie le siguiera (y nadie, o casi nadie, y en muy contadas ocasiones, se atrevió a seguirle, o fue capaz de hacerlo, aunque algunos tratasen de imitarle; otra cosa es que los directores más jóvenes sean tributarios, lo sepan o no, de la libertad que Godard supo reclamar para sí, o tomarse, y de la que otros no tardaron en beneficiarse). Godard iba a lo suyo, y en esa empresa sigue empeñado, más solitario que nunca, sin preocuparse del camino que siguen los demás; en ese sentido y aunque no alardee de ello e incluso parezca lo contrario, Godard ha hecho siempre lo que Bresson ha pretendido hacer pero evidentemente no hace.
PRIMERA PERSONA DEL SINGULAR
Si no el inventor –pues hasta en el cine americano hay precedentes de esa idea: véase el caso de Nicholas Ray, en ocasiones el de Welles– del cine en primera persona, sí puede considerarse a Godard como su máximo exponente: el que más lo ha practicado y el que ha llegado más lejos en esa dirección. Hasta él –y no tanto en sus primeras películas como las realizadas entre 1966 y 1968, y en las que ha hecho desde el comienzo de la década actual– ningún cineasta había osado ser tan directo, ni prescindir tan olímpicamente de personajes-intermediarios y del soporte y escudo que representa una ficción dramática. Porque es Godard el director que más ha servido, para hablarnos, del lenguaje cinematográfico en sí; se comunica mediante la luz y el color, los movimientos de cámara, y ha llegado, incluso, a aparecer en pantalla, a hablarnos en off,  a filmar páginas de sus cuadernos manuscritos. Por eso tuvo que ir más allá de lo que él y sus compañeros, primero como críticos de Cahiers du Cinéma, luego cineastas de la Nouvelle Vague, llamaron «puesta en escena»: porque ésta servía, ante todo, para contar historias y representar dramas, pero suponía una mediación entre el autor y la obra y entre ésta y cada espectador que, cuando el objetivo no era primordialmente narrativo, se convertía en un estorbo, en un obstáculo. Además, Godard no podía hacer confidencias a un público tan numeroso como indiscriminado, sino a cada individuo, tal vez esperando una posible respuesta que convirtiese en diálogo sus confesiones unilaterales; esa imposibilidad le llevó, por desesperación, a aceptar el liderazgo que se le atribuía, a caer ocasionalmente en la tentación de convertirse en un maestro, un conferenciante o un predicador, papeles todos ellos inconciliables con su aspiración a una discusión en términos de igualdad, que luego trató de hallar, de nuevo infructuosamente, adelantando el momento del debate a la preparación o el rodaje, tanto mediante la formación del Grupo Dziga-Vertov, que aspiraba a la creación colectiva, como buscando denodadamente colaboradores fieles y constantes, que le entendiesen lo bastante como para poder discutir con ellos; pero era demasiado total su compromiso con el cine, y estaba demasiado obsesionado por la idea de demostrarse a sí mismo, de encontrarse en sus películas, de desahogarse, como para que tal colaboración tuviese éxito y sentido: si en algo no podía convertirse Godard era en portavoz ajeno, del mismo modo que no podía compartir con nadie sus películas. El precio de voluntad es, como para el escritor, la soledad; y hasta que aprendió a soportarla no ha podido serenarse lo preciso como para ver el mundo con un mínimo de objetividad, sin distorsionarlo y deformarlo completamente cuando se hubiese conformado con exponer su punto de vista. Ese paso adelante lo dio con «Sauve qui peut (la vie)», película con la que ha abierto a su cine las puertas de un futuro tan prometedor como imprevisible. Ahora es cuando puede poner en práctica una hermosa idea del cine que se le escapó en una entrevista de 1965: «Este doble movimiento que nos proyecta hacia otro al mismo tiempo que nos retrae al fondo de nosotros mismos define físicamente el cine. Insisto en la palabra: físicamente. Casi podría decirse: táctilmente, para distinguirlo de las demás artes».
Miguel Marías
IV Festival Internacional de Cine de Sevilla, 1983
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