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La historia del papel higiénico es sobre las más curiosas que hay. Está reconocido también como: papel de baño, papel de wáter, rollo higiénico, papel de toilette o papel sanitario. A partir siempre el ser humano, tuvo la urgencia de higienizarse después de provocar sus necesidades. Sobre CurioSfera-Historia. com, te explicamos su procedencia, quién invento la papel higiénico por otra parte cómo ha sido su evolución por otra parte expansión.
Comienzo del papel higiénico
Con el fin de conocer los orígenes del papel higiénico, debemos remontarnos montones de años atrás arriba el período.
Sorprende que nadie será sencillo platicar de cosas tan naturales como la aseo personal por otra parte la higiene de esta parte del anatomía.
Limpiarse después de haber realizado cierta operación fisiológica, ineludible tiene que ser necesariamente un hecho viejo.
Se piensa que Heliogábalo, murió ahogado por un miembro de su guardia pretoriana, el año 222, respetuosamente la misma esponja en comparación a utilizó para realizar las funciones aludidas.
Las personas refinadas del antiguo universo grecolatino, utilizaron con el fin de ciertos menesteres esponja natural humedecida, empleo que dio a este comercio grandioso prosperidad y auge en la Antigüedad; además se empleaban trozos de materia textil desechada.
La historiador romano Petronio indica que ingrese las personas refinadas lo que mucho más se agradecía era la cuidado ya en atender ciertas necesidades…, entre ellas ésta.
Y sobre cuanto a civilizaciones más alejadas, como la civilización sumeria o la las antiguos egipcios, se sabe que hubo esclavos que atendían a sus señores palangana en mano, en este ejemplo de detalles. El agua era un eficaz papel higiénico, pero lo habitual hasta tiempos no muy lejanos cambió prescindir de esa higiene.
Quién inventó el papel higiénico
El productor del papel higiénico es el estadounidense Joseph Gayetty (1810-1890) en el año 1857 sobre Nueva York (EE. UU. ).
Quién es el creador del papel higiénico
Este inventor padecía de hemorroides también los papeles sobre periódico que numerosos empleaban le producían dolor. Por esto puso todo la ingenio en crear la denominado “papel medicado Gayetty”.
Se trataba de un papel de tacto bastante suave, que contaba con esta es una delicada capa sobre “medicamento” que evitaba así las rozaduras sobre tan sensible sitio de la anatomía humana. Época un producto vendido arriba paquetes de hojas individuales (todavía no existía la rollo de papel de wáter).
Sin embargo no tuvo fama. Aunque figuraron entre los productos sobre limpieza, las tiendas dejaron de venderlo por esta razón nadie comprendía en comparación a fuera inherente gastar dinero en una cosa así. Principalmente cuando se podía echar mano de periódicos atrasados o catálogos viejos que además ofrecían la posibilidad sobre lección.
Quién inventó el rollo de papel de wáter
El inventor del rollo de papel higiénico es el empresario británico Walter Alcock (1871-1947), en el año 1879 en Londres.
Quién es la inventor del rollo de papel de wáter
Alcock, introdujo esta es una importante novedad: en vez de vender el papel higiénico en láminas individuales inventó el rollo de hojas para arrancar separando todo porción mediante puntos perforados.
Sin embargo como no se le permitía publicitar el invento no lograba resultados sobre ventas en una época como la victoriana, en el que platicar sobre ciertas cosas resultaba difícil.
En las dos últimas décadas del XIX, las neoyorquinos Edward por otra parte Clarence Scott perfeccionaron la rollo de papel higiénico inventado arriba Londres, por Alcock.
Los Scott, que habían puesto en practica esta es una fábrica de manipulados del papel sobre Filadelfia, invirtieron sobre el desarrollo del producto que invariablemente pensaron que les haría millonarios. La idea coincidió con la generalización sobre las casas, hoteles y restaurantes de un elemento importante: duchas, baños también retretes en habitaciones.
Evolución y expansión del papel higiénico
A finales la siglo XIX, sobre la década sobre 1880-1890, las casas con retrete eran ya numerosas en las grandes ciudades. Para entonces, las tazas de váter competían en las salones de diseño sanitario celebrados en América: en 1884 un modelo sobre taza llamado Pedestal Vase, de cerámica de una sola pieza, se convertía en objeto sobre deseo.
Evolución y expansión del papel higiénico
Los hermanos Scott, se dieron cuenta de que faltaba un detalle en ciertos retretes aristocráticos, algo en comparación a facilitara la innombrable operación que necesariamente debía llevarse a cabo en ellos con el fin de, según Clarence Scott, no dejar horribles huellas en la fina indumentaria interior.
Los rollos sobre Scott se vendían en las negocios en envoltorios de papel corriente, cerrados, con mi leyenda: “Para el cuarto más pequeñito sobre la casa”, que es conforme eufemísticamente se aludía a su retrete, lo que hacía en comparación a la publicidad nadie lejos fácil.
Las tabúes en torno a ciertas cosas tienen sido bastante potentes a lo largo del período. Scott sabía en comparación a la publicidad época llave. Prestigió todo lo que pudo el producto, llamándolo de muchas formas: Waldorf Tissue, sobre alusión al prestigioso hotel neoyorquino; papel higiénico digno de la taza de váter marca Pedestal Vase.
Luego se le llamó simplemente Scott Tissue o papel de seda. Uno sobre las reclamos más ciertosprácticos decía: “Scott Paper: fino según lino viejo”. No se tardó en caer en la cuenta de que lo mejor época contactar a las cosas por su apodo, aunque sobre forma inteligente.
¿Cómo obtenerlo?. Se puso sobre boca de esta es una niña la siguiente frase: “La casa de mi amiguita Leslie está preciosa, mamá, sin embargo su papel higiénico lastima”. Y respetuosamente ese anuncio tanto anodino se multiplicaron las ventas, la artículo remontó el vuelo y se introdujo en todas las casas.
La triunfo definitivo tuvo poblado en Francia décadas más tarde, llegando a ser considerado como refinamiento al alcance de todos. En parte se habló sobre él debido a una graciosa anécdota:
Cuando los zares de Rusia visitaron París en 1901, un agente del Departamento de Exteriores galo, llevado sobre su celo por ejecutar bien las cosas y de la natural deseo sobre agradar a sus jefes, ordenó imprimir el escudo del zar en el papel higiénico que las ilustres huéspedes iban a utilizar.
Afortunadamente, tanto grave indiscreción fue abortada a período. Menos suerte poseen las cabras sobre los beduinos, en comparación a se comen la papel higiénico usado y fuera de utilizar: después de cualquier es celulosa.
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Vuelan Los Pájaros
La hora se acercaba cuando Killa, el astro nocturno, asomaría su rostro y rasgaría el manto de luz de Ynti con sus incontables dedos para vestir al monte de penumbra.
Al despuntar el ocaso, Katari Yakuy se sentó en su lecho dando un quejido y estiró los brazos y las patas haciendo fiaca para quitarse de encima el dolor del cansancio. Los huesos le hicieron ruido y la cabeza se le adormiló al tapárseles los oídos por la fuerza con que se estiraba. Abrió las frazadas y, antes de acostarse, metió la mano por la abertura de la tela mosquitera y dio un empujón a las celosías de madera para que entrara el aire y se llevara el tufo de la habitación. Los engastes chillaron y las hojas dieron un golpe seco contra las paredes de adobe. Katari Yakuy observó el monte a través de la tela mosquitera, este se alzaba imponente a unos metros del rancho. También observó el sendero que él tomaba para sus quehaceres diarios. El sendero que llevaba a los panales que le daban la miel, que también llevaba a los árboles que talaba para proveerse de la madera que usaba para calentarse, cocinar e higienizarse en los días encrudecidos por el abrazo del invierno. El sendero llevaba al rio Pilcomayo que le proveía los peces, y el sendero llevaba a las praderas donde cazaba y recolectaba los frutos para su alimentación. Pero lo mejor de ese sendero era que cada una de las cosas que le proveía podía compartirlas con su hermana. Hawka le fortalecía el espíritu y le motivaba para hacer el mejor de los esfuerzos para asegurarse de que no le faltara nada. Hawka se encargaba de cuidar del rancho y las plantaciones de la humilde huerta, pero mucho más importante, hacía del rancho un hogar. Cuando el Tayta y la Mama partieron de esta vida para reunirse con Hatun Pachakamaq, Katari Yakuy y Hawka quedaron para velar el uno por el otro.
Un fuego ardía dentro de Katari Yakuy por su hermana, su pani, y le impulsaba a hacer que ella se sintiera completa, segura, y amada.
Un pájaro de color amarillo, cabeza negra y patas rosadas se posó en el borde de la ventana y saludó a Katari Yakuy con un canto extraño.
—Qué ave más raro habías sabido ser —contestó Katari Yakuy —, y qué canto más extraño el tuyo, y qué hora más inusual para estar de este lado del cielo.
El ave lo miró con unos ojos inundados por la luz de Killa, levantó vuelo y se perdió de vista. Katari Yakuy se quedó pensando cuándo había visto un ave parecida antes, y no logró recordarlo. Hawka lo sabría con toda seguridad. La changuita tenía una obsesión con los pájaros y desde chiquita sabía ponerles nombre.
—Seguro tienen un nombre que todos conocen, pero el nombre que les doy, solo los conozco yo, y eso me hace parte de ellos, y a ellos parte de mí —contestaría Hawka si Katari Yakuy le preguntaba por los apodos con que bautizaba a sus bestias aladas.
Este pensamiento le recordó el regalo que una vez le había preparado a su hermana. Salió de su lecho y se dirigió al cuarto de Hawka. Buscó bajo los cueros del lecho de ella, y sacó un qillqima que había armado para su hermana con restos de hojas de papel que había juntado. Hawka era muy buena dibujante, pero se había quedado sin espacio para sus obras en el qillqima para dibujar que le había hecho el Tayta. Pero sus pinceles de pelo de caballo y sus puntas de carbón aun se conservaban, aguardando el momento en que trazarían y pintarían de nuevo. Sus tarros de tinta vegetal se habían secado, pero unas gotas de agua bastarían para darles vida.
—Con esto mi pani se puso muy contenta— se dijo Katari Yakuy. Día tras día veía lo que había arrastrado el viento a las praderas, y con paciencia pudo terminar su regalo.
Muchos soles y lunas pasaron desde que Katari Yakuy comenzara la recolección de esos restos, y la ansiedad por ver a Hawka sonreír al recibir su regalo lo había tenido inquieto. Pero recordó con amargura la frialdad con que Hawka había recibido aquel gesto de amor. Ninguno de sus ensayados diálogos tuvieron lugar, sólo un incómodo silencio. Tampoco existió el ansiado intercambio de abrazos de dicha y gratitud, ni se emitió gesto alguno de cálidas emociones.
Hawka era una niña en los albores de la madurez, de mirada dulce y maneras tiernas. Jamás uno se aventuraría a sospechar que su interior albergaba oscuridad.
Katari Yakuy guardó el qillqima entre sus ropas, salió del ranchó y fue a un espacio sin techo donde el brasero brillaba moribundo, quemando aun los restos de leña que ya eran más ceniza que otra cosa. Removió las brasas e introdujo un nuevo madero seco. Con habilidad avivó las llamas, y depositó una pava de acero que estaba negro, cubierto de hollín. Se trajo un jarrito metálico, con bombilla de igual material, y preparó allí sus ingredientes para un mati upyana.
Extrajo nuevamente el manojo de hojas de papel cosidas con hilo que era el qillqima, y lo abrió en el primer dibujo.
Una sorpresa propia de las inesperadas casualidades lo invadió al ver que el boceto mostraba al pájaro amarillo de cabeza negra y patas rosadas que lo había saludado en su ventana hacía minutos. Hawka le había puesto el nombre de Ch'ikchi Pillu, pues un plumaje gris coronaba su cabeza.
Recordó ese día con nostalgia. Se vio a sí mismo salir de su habitación, observar la puerta entreabierta de los aposentos de su hermana, y observar por la abertura a Hawka que estaba echa un bulto de mantas que subía y bajaba al ritmo de su respiración. Katari Yakuy, distraído, posó una mano sobre la puerta y esta se movió emitiendo un chirrido. El bulto de mantas se movió en lo que Hawka cambiaba de posición. Los ojos soñolientos de ella encontraron los de él.
—¿Turi? ¿Ka-Kuy? —había dicho Hawka, de la manera en que ella acostumbraba llamarlo, porque de niña no podía decir bien su nombre—. ¿Ya es la hora de levantarse?
—No pani. Perdóname por interrumpir tu sueño. Vuelve a él hasta que los pájaros del tutamanta te llamen.
Pero en ese momento, como si Katari Yakuy hubiese dado la orden, un Ch'ikchi Pillu aterrizó contra la tela mosquitera de Hawka y entró por una abertura donde los finos alambres se habían cortado con el tiempo. El rostro de Hawka irradiaba de felicidad ante tan grata visita, pero pronto un manto de pena barrió la alegría de su rostro, así como la brisa sopla el polvo.
—Pocas son las ocasiones en que un nuevo ser del cielo se cruza en mi camino, y ahora que sucede no puedo inmortalizar su imagen con mis manos.
Katari Yakuy sintió conmoción por las turbias emociones que atentaban contra el estado anímico de su hermana, y se puso aún más halagüeño al saber que en sus manos tenía los medios para rescatarla de esas nubes de pena.
—No podría ser más oportuna la ocasión en que llega de los cielos tan novedosa visita, pues con el paso de muchos días he podido confeccionar, con lo que arrastraban los vientos, lo que espero se convertirá en el objeto de tus alegrías. Y he aquí lo que hice para ti.
Katari Yakuy mostró a Hawka un qillqima cocido con hilo, cuyo número de hojas para dibujar le daba un grosor generoso. La mirada de su hermana mostraba confusión, pues en ella sus emociones no lograban ponerse de acuerdo. Hawka se levantó de su lecho y se dirigió a su hermano. Con mirada inerte, tomó aquel qillqima más no dijo palabra. Hawka lo miró a los ojos mientras parecía buscar sus palabras de gratitud. Katari Yakuy, intimidado ante tanta cercanía, apartó la mirada y la dirigió hacia la ventana en busca del Ch'ikchi Pillu. Su semblante cambió al no encontrar el ave, y su hermana se dio cuenta. Hawka volteó para ver lo que había perturbado a su hermano y la invadió una amargura al ver que su visitante había desaparecido. Avanzó a paso lento hacia su lecho sosteniendo el qillqima con desinterés. Katari Yakuy la siguió con la mirada tratando de hallar palabras de ánimo para apaciguar el malestar que sabía que su hermana tenía, pero antes de poder decir algo Hawka giró sobre sí para mirarlo inundada en lágrimas que lubricaban unos ojos marrones encolerizados. Ella emitió un quejido que se transformó en un grito rabioso, y le arrojó el qillqima a Katari Yakuy que lo recibió de golpe en la quijada. Hawka se enfundó en su lecho, llorando y pataleando. Katari Yakuy depositó el qillqima sobre una silla de madera y se retiró del cuarto invadido por la culpa.
Mirando el boceto del Ch'ikchi Pillu, con ayuda de la tenue luz que emitía el bracero, Katari Yakuy se sintió contento al saber que aquel día no había terminado tan mal para su hermana pues, dadas las evidencias encontradas, Hawka había podido inmortalizar al Ch'ikchi Pillu con uno de sus magistrales dibujos.
El agua en la negra pava estaba llegando a su punto justo para que Katari Yakuy tomara su mati upyana. Depositó el qillqima en el suelo, y fue hacia el humilde huerto que tenían en la parte de atrás del rancho. La selva les proveía de muchos víveres por los cuales no se debía trabajar, ya que Hatun Pachakamaq lo había dispuesto de esa manera. Un ejemplo de eso era la planta que la gente del uchuyn llaqta llamaba sidrun, y que crecía a los alrededores del huerto. Katari Yakuy extrajo una hoja de ese yuyo para ponerla entre la yerba de su mati upyana. El yuyo le ponía la cabeza liviana y lo ayudaba a conciliar el sueño. Las excitaciones de este día lo tenían muy agitado y solo quería dormirse para que la noche pasara lo más deprisa posible.
Llegó hasta el lugar del yuyo y arrancó dos hojas de sidrun. Miró hacia el huerto y lo primero que vio fue la planta de chirimuya que no conservaba ningún fruto maduro, pues Hawka se los había comido sin separar ninguno para su hermano. Solo dos días habían pasado de ese acto mezquino y la planta aun no maduraba los frutos verdes. Aquella tarde había llegado con sed pues había estado un rato largo bajo el sol, y para ahorrar agua había decidido que comería chirimuya para hidratarse y recobrar sus fuerzas, pero se llevó una sorpresa al ver que Hawka guardaba para sí los últimos frutos de la planta mientras engullía uno de ellos.
—Chirimuyaqa es el fruto de mi trabajo y no voy a dejar que pongas tus manos en ellas, pues son mías —había dicho Hawka mientras negaba a su hermano, algo que bien podría haber sido compartido entre los dos.
Katari Yakuy se sintió mal por el trato tan frío de Hawka, pero como hacía cada vez que ella tenía sus arrebatos de mezquindad, Katari Yakuy lo atribuyó a los males que afectaban la mente de ella y que por momentos hacían que Hawka, la buena, desapareciera. Sus arrebatos habían tomado mayor frecuencia y se habían ido tornando más y más crueles, al punto que Katari Yakuy se preguntó si no podría hacer algo para hacer que Hawka entrara en razón. Los males de la mente la invadieron cuando el Tayta y la Mama murieron. Quizás, si lograba provocarle una emoción fuerte e intensa como la que le sobrevino con la partida del Tayta y la Mama, podría lograr que esos males de la mente se fueran. Pero esos pensamientos nunca permanecieron mucho tiempo en su cabeza, pues lo abatía la idea de provocarle sufrimiento alguno a su pani.
Volvió con sus dos hojitas de sidrun y preparó su mati upyana con yerba que aún estaba buena. La planta de yerba abundaba, pero Katari Yakuy cuidaba de no excederse en su consumo. El riqkaruta que había regalado al Tayta la planta de yerba, temió que no prendiera en ese suelo extranjero, pero sus temores fueron en vano ya que la planta no tardó en florecer. Katari Yakuy estimaba mucho esa planta pues le recordaba al Tayta más que cualquier cosa. El olor de la yerba traía el rostro del Tayta, castigado por el sol y el paso del tiempo, pero de una sonrisa perpetua. Aun cuando las preocupaciones se cernían sobre él como las sombras del atardecer, el rostro feliz del Tayta traía sosiego a quien lo mirara. Incluso en su lecho de muerte y antes de volver a la pacha, su rostro poseía ese agradable gesto que hacia perder el temor a la muerte, porque lo que irradiaba desde la tumba, hacía pensar que lo que había del otro lado era un lugar de paz.
Katari Yakuy sentóse nuevamente en su banco y preparó la infusión. Se cebó el primer mati upyana y ahogó un grito de dolor al quemarse la lengua con el agua que se había hervido. Escupió el líquido de fuego y se llevó la mano a la boca. Ya podía sentir cómo la lengua se le entumecía y cómo el paladar le daba la sensación de estarse pelando. En la garganta, el sabor amargo de la yerba quemada reptaba hacia su estómago por el breve sorbo que había llegado a tragar antes de escupir. Dejó reposar el mati upyana, con la yerba ahora espumosa, y la pava destapada para que el agua se enfriara un poco.
El calor cruel que lo sorprendió en ese desafortunado sorbo le trajo un recuerdo aún más amargo que el sabor que abrazaba su garganta. Un recuerdo de algo que no había ocurrido más allá de dos días atrás.
Cansado regresaba Katari Yakuy de recorrer los prados. Hawka había estado en el rancho preparando el almuerzo, y grata fue la sorpresa de Katari Yakuy al descubrir que su pani había pensado en él, pues había preparado comida para ambos, lo cual era algo que no sucedía desde la partida del Tayta y la Mama.
Hawka, al verlo llegar por el camino lo recibió diciendo:
—Kakuy Turay, ven a llenar tú estómago con este plato que he preparado para ti. Katari Yakuy había visto la expresión de extremo contento en el rostro de Hawka, pero no llegó a transmitirle tranquilidad, pues era una expresión nueva en ella. Además, la sonrisa no se reflejaba en sus ojos, lo que la cargaba de algo siniestro. Pero rápidamente, Katari Yakuy ahuyentó sus malas sensaciones para poder enfocarse en disfrutar de tan cálido gesto por parte de su hermana.
Tomó, pues, Katari Yakuy el plato de comida ya que moría de hambre, y se llevó un bocado. La comida estaba en extremo caliente, y Katari Yakuy no se percató de ello hasta llevarse la cuchara a la boca. En seguida se le llenaron los ojos de lágrimas y devolvió el bocado al plato con un gesto vomitivo. Hawka observó con disgusto a su hermano e interpretó aquella escena como el peor de los rechazos.
Katari Yakuy comenzó a reírse de sí mismo ante tanta torpeza de su parte, y alzó los ojos para mirar a su hermana con la esperanza de hallarla igual de divertida que él. Pero lo que vio fue unos ojos que ardían más que su lengua en ese momento. Katari Yakuy quiso tranquilizarla y explicarle que el problema no era su comida, sino que se había quemado por distraído, más Hawka no le dio lugar a sus explicaciones y con un manotazo golpeó el plato de las manos de su hermano y este cayó desparramando todo su contenido en la tierra.
Katari Yakuy no supo cómo reaccionar y se quedó helado ante tan sorpresivo proceder de su hermana. Ella se fue hasta la olla que aún se calentaba sobre los leños y dirigiéndole una sonrisa malvada a su hermano, la pateo y derramó lo que quedaba de su preparación en el suelo. Katari Yakuy no resistió más y le gritó:
—¡Ay ñaqaska! No hago más que trabajar y esforzarme por ti, pero solo me pagas con malos tratos y frialdad de corazón. ¡Mana allin!
Pero Hawka se volvió y le dijo:
—¡No soy hija de servidumbre, ni necesito de tus cuidados! Todo lo que haces es solo por ti mismo. He visto la forma en que me miras y el estómago me da vuelcos.
Luego se alejó de él.
Katari Yakuy dejó ese amargo recuerdo y volvió a su banco junto al fuego y su mati upyana, con la esperanza de que el brebaje estuviera en mejores condiciones. Precavido, se llevó el mati upyana y saboreó el agua que ya estaba bien.
“La forma en que me miras”. La acusación llegó a sus oídos como traída por el viento y aún no le hallaba una explicación. Lejos estaba de él, el tener impulsos lascivos hacia su misma sangre pues eso era una aberración. El Tayta y la Mama les contaron historias de pueblos que perecieron cuando Hatun Pachakamaq no toleró más el uso indebido que hombres y mujeres daban a su carne.
La vez que Katari Yakuy vio a Hawka, luego de que ella se cayera en mitad de su baño, no fue más que un mero accidente. Él había acudido a ella en auxilio al oír su llanto, y ni siquiera recuerda haber prestado atención a su madurada femineidad pues sus ojos estaban puestos en… ¿podría ser? Se lo preguntaba ahora como hizo aquel día tan lejano. Lo que supo con certeza es que desde ese acontecimiento desafortunado, Hawka había endurecido su corazón. Ahora lo tenía claro. Puede que sus tratos hubieran sido fríos antes, o quizás no, pero seguro que lo fueron después de aquello. Tal vez aquello le había dado mayor fuerza a los males de su mente, y la llevaron a un punto de no retorno. Un punto de desamor hacia su hermano del que no había regreso. “La forma en que me miras”. ¿Realmente había adoptado una nueva manera de mirarla? Imposible, jamás la vio de esa forma. Pero la mente de Hawka jugaba con ella y hacía que eso fuera una posibilidad. Katari Yakuy lo veía con más claridad ahora y se compadecía de su pani. ¿Habría cambiado en algo sus planes por eso? ¿Habría hecho algo diferente hoy? No. Lo que se hizo estuvo bien.
Hawka lo necesitaba.
Katari Yakuy se cebó otro mati upyana, volvió a tomar el qillqima de Hawka, y lo abrió en su última página. Estaba el boceto de ese pájaro imaginario.
—Una cosa es inventar nombres —había dicho Katari Yakuy a Hawka hace pocos días, cuando ella vino a él en un bache de lucidez, para mostrarle su último y más reciente dibujo—, pero otra cosa muy distinta es inventar aves.
—Turi —respondió ella— no hay pájaros en el cielo que no haya inmortalizado ya con mis trazos. ¿No has considerado la posibilidad de que exista este que te muestro, y que aún no haya volado hasta nosotros?
—Tienes una mente muy creativa hermana mía, no dejes que yo interfiera con tu imaginación.
—No es mi imaginación, sé que esta ave existe aunque no la hayamos visto. Puedo escucharla cuando duermo, pero su canto se me olvida al despertar.
Katari Yakuy miró el boceto una vez más.
—¿Qué es eso que tiene en el pico?
—Kakuy, esta ave se alimenta de otra manera. Mientras que unas comen semillas, y otras comen insectos, este p��jaro se alimenta de carne de animales que han dejado de vivir.
—¡Anka! Solo los animales impuros llenan su estómago con carne muerta.
—Nosotros comemos carne de lo que tú, Kakuy, traes de los prados y del rio.
—No somos animales, pani. Somos humanos y Hatun Pachakamaq nos ha dado dominio sobre las bestias del campo, las aves del cielo y los peces del río.
—Kakuy Turay no tienes en cuenta que quizás seamos animales de otra clase, y que así como nosotros comemos de la carne de otros animales, las aves y otras bestias también pueden hacerlo sin ser llamados impuros por eso.
—Solo digo lo que oí del Tayta y la Mama cuando…
—¡Tawqamarka! Lo hicieron antes de poder enseñarnos todo. Lo que nos queda es aprender por nosotros mismos.
—Pani…
—Solo quería mostrarte lo que vino a mi cabeza mientras dormía. Aunque aún no le puse nombre, pronto lo tendrá. Estoy esperando recordar su canto, pues estoy segura de que a sí mismo se nombra con él.
Katari Yakuy se quedó observando el boceto mientras recordaba estas cosas, y un escalofrío le recorrió la espalda. El dibujo le trajo nostalgia y lo apartó de su vista.
Miró hacia el sendero que llevaba a los panales que le daban la miel, que también llevaba a los árboles que talaba para proveerse de la madera que usaba para calentarse, cocinar e higienizarse en los días encrudecidos por el abrazo del invierno. El sendero que llevaba al rio Pilcomayo que le proveía los peces, y el sendero llevaba a las praderas donde cazaba y recolectaba los frutos para su alimentación. Y que de tomarlo ahora lo llevaría hasta su hermana. Hawka, subida a la copa de un árbol alto. Llevada por un engaño de Katari Yakuy pero por culpa de su propia actitud. Llevada allí por la frialdad de su corazón.
Katari Yakuy miró el sendero con dolor. Jamás se vio así mismo haciendo una cosa semejante. Y ahora que lo había consumado, le costaba creer que fuera cierto. Pero el silencio del rancho no mentía.
Esa tarde, Katari Yakuy, resuelto a ayudar a que su hermana corrigiera su conducta, la invitó a ir con él a recoger miel y, contra toda posibilidad de que ella accediera, lo hizo. Nunca había visto a Hawka más animada que esta tarde, cuando ella aceptó acompañarlo en sus tareas. Katari Yakuy estuvo a punto de deshacer sus planes al verla tan alegre. Quizás esa era la forma en que ella cambiaría. Dejándola tener más presencia en sus quehaceres. Pero en seguida, Hawka mostró que su tacto era igualmente frío hacia él, al decirle que ella lo haría a su manera y que no iría a menos que Katari Yakuy se mantuviera distante. Eso le provocó un ardor en el pecho, pues su enojo comenzaba a gestarse con fuerza.
Katari Yakuy, buscó un machete y también una tela para protegerse de las abejas. Instintiva e inevitablemente dijo a Hawka que llevara algo para protegerse de las abejas también, más ella hizo caso omiso.
Hawka se adelantó a Katari Yakuy, pero chequeaba a su hermano para asegurarse de que iba en la dirección correcta. Una vez en el lugar indicado, Katari Yakuy le dijo que tendrían que subir hasta la copa del árbol que Hawka tenía enfrente, ya que el panal se encontraba allí. Hawka se adelantó nuevamente a su hermano y comenzó a subir. Katari Yakuy iba debajo de ella, y se sorprendió al ver la facilidad con que Hawka escalaba el árbol. Los pies de ella trepaban ligeros, y con cada rama que pisaba se desprendían fragmentos de corteza. Katari Yakuy tenía que interrumpirse de tanto en tanto para proteger sus ojos. De momento vio que Hawka se alejaba de él y sintió miedo, pues si no hacía algo rápido, ella descubriría que en realidad ese árbol no tenía ningún panal y su plan se vería frustrado. Katari Yakuy comenzó a ascender de manera acelerada. Cuando estuvo a punto de alcanzar a su hermana, la rama donde estaba su pie de apoyo se quebró, y Katari Yakuy estuvo por caer al vacío. Hawka hizo un movimiento rápido para agarrarlo, y con eso evitó la caída. Katari Yakuy golpeó su quijada contra otra rama, pero logró sostenerse de la mano de Hawka. En ese momento, su vida dependía de ella.
Hawka lo miró sonriendo, otra vez con esa expresión incierta que a Katari Yakuy le provocaba un malestar. Por un momento estuvo por revelarle la verdad acerca de la inexistencia de dicho panal, conmovido por el valeroso acto de su pani al detener su caída. Pero se le heló la sangre cuando ella le dijo:
—Kakuy Turay, si te suelto, ¿crees que podrás volar?
Luego lo ayudó a subirse a una rama, y se alejó de él dando risas traviesas. Katari Yakuy procuró que ella no quedara fuera de su alcance. Una vez más, insistió a Hawka que cubriera su cabeza, con la advertencia de que las abejas le picarían el rostro. Esta vez Hawka hizo caso y se cubrió la cabeza con una de las capas de sus vestidos, y para sorpresa de Katari Yakuy, le pidió a este que la guiara hasta la copa. Katari Yakuy la tomó de la mano y la condujo hasta la punta del árbol. Se aseguró de que ella se sentara sobre una rama firme. Y le dijo que esperara su indicación para descubrirse el rostro.
Katari Yakuy comenzó a descender y, tomando el machete que llevaba consigo, empezó a golpear las ramas que iba dejando sobre su cabeza. Hawka se sobresaltó con el primero de los golpes, y descubriéndose el rostro, vio cómo su hermano desgajaba la primera de las ramas. Esta cayó al vacío con un golpe distante y seco.
—¡Kakuy Turay! —le gritó desconcertada.
Katari Yakuy continuó el descenso macheteando toda rama a su paso, asegurándose de que Hawka no pudiera utilizar ninguna para descender. Con cada golpe, su enojo crecía y el sonido del metal contra el tronco se superponía a los llamados de su hermana que desde la copa gritaba:
—¡Kakuy Turay!
Katari Yakuy dejó que los golpes de machete que daba contra las ramas impidieran llegar a sus oídos los gritos de Hawka, pues sabía que de lo contrario le tocarían el corazón. Pero su hermana no podía bajar, tenía que aprender. Tenía que cambiar. Incluso cuando el pensamiento de cómo le haría para bajarla del árbol a la mañana siguiente lo asaltó, también se deshizo de él como si lo cortara de su mente como las ramas que macheteaba.
—¡Kakuy Turay! ¡Kakuy! ¡KAKUY!
Los gritos se alzaron por sobre los ruidos del monte y Katari Yakuy llegó al suelo.
Los lamentos de la copa del árbol crecieron con ecos de melancolía.
¡KAA… KU… U… UY! ¡ KAA… KU… U… UY! ¡KAA… KU… U… UY!
¿Entendía Hawka lo que estaba haciendo su hermano? ¿Eran llamados de auxilio o de acusación?
¡KAA… KU… U… UY! ¡ KAA… KU… U… UY! ¡KAA… KU… U… UY!
Katari Yakuy se alejó por el sendero que llevaba a su rancho. El monte se llenó de un solo canto lastimero.
¡KAA… KU… U… UY! ¡ KAA… KU… U… UY! ¡KAA… KU… U… UY!
Volvería a la mañana siguiente por su hermana. Ahora tenía que aprender. Tenía que cambiar.
Tenía que cambiar.
Aún faltaban horas para el amanecer, y Katari Yakuy recién comenzaba a sentirse soñoliento gracias a su mati upyana con sedrun. Dejó el qillqima de dibujos al borde de su banco luego de levantarse, y este cayó al suelo.
Quedóse parado frente al fuego, observando como las llamas se extinguían lentamente. Las brasas brillaban y crepitaban y de tanto en tanto una que otra chispa saltaba errante. De pronto le pareció como si las llamas fueran lo único que veía en ese lugar. Su ojos comenzaron a secarse y se los frotó con las manos. Algo cayó dentro del rancho y Katari Yakuy se sobresaltó. Sus ojos veían luces por la presión que habían hecho sus dedos, y también le pareció ver una sombra que se movió delante de él.
Rápidamente se dirigió al interior de la casa pero la halló vacía. Esperaba encontrarse con un animal escabulléndose en su interior, pero no fue así. Seguramente habría entrado y salido asustado al tirar lo que fuera que haya golpeado. Afuera del rancho, las brasas crepitaron, y un trozo de leña encendida saltó y cayó sobre el qillqima. El fuego comenzó a comer.
Katari Yakuy observó un esplendor creciente que provenía de ese lugar y alarmado corrió hasta allí. Observó que el qillqima era castigado por las llamas y, en un intento desesperado por detenerlas, pisoteó aquel objeto. Para cuando las llamas se apagaron, el qillqima se había arruinado. Katari Yakuy sintió ganas de llorar.
Con el qillqima en sus manos comenzó a dirigirse hacia su habitación pensando en cómo haría para deshacer ese mal. Traería a su hermana de regreso a casa en unas cuantas horas, y lo único que podría sosegarla luego de su cruel reprimenda serían sus puntas de carbón, su qillqima y sus bocetos. Cabizbajo entró Katari Yakuy a la pequeña sala principal del rancho y vio, a la tenue luz del resplandor de Killa, el objeto que se había caído momentos antes. Una casa de T'uru chaki, aun empotrada en su tronco original. Lo tomó del suelo y vio que no se había dañado. Solo seguía conservando las grietas y la rotura en su parte superior, productos del golpe que Hawka le había dado al tirarlo contra el suelo el día que Katari Yakuy se lo había llevado como regalo.
Hawka había tenido un arrebato de ira, frustrada por no poder dibujar de manera exacta aquella casa de T'uru chaki en su qillqima. Luego de tres intentos fallidos, en los que había arrancado las hojas de lo que para Hawka habían sido defectuosos dibujos, Katari Yakuy le había hablado con humor diciendo:
—Pani, no rompas más de tus hojas que así vas a quedarte sin dibujar. Mejor tómate más tiempo para lograr lo que quieres, con un poco de paciencia.
—El problema es esta estúpida T'uru chaki wasi y sus formas irregulares —contestó Hawka arrojando el objeto lejos de ella.
Katari Yakuy, sorprendido y dolido, fue a buscar el objeto esperando lo peor. No había contado a Hawka que había estado mucho tiempo cortando la rama con la casa del T'uru chaki para cuidar de no dañarla mientras la extraía del árbol. Tampoco le mencionó que se había salvado de romperse el cuello, porque Hatun Pachakamaq así lo había dispuesto, al caerse de una altura de dos metros cuando descendía del árbol sujetándose con una sola mano. Hacía mucho que había encontrado ese ejemplar de barro, y no lo perdía de vista para asegurarse de tomarlo cuando su escultor alado lo abandonara para construir otro en algún arcano lugar.
Llegó hasta el objeto y, para su alivio, no tenía daños mayores. Solo unas cuantas rajaduras y parte del techo desprendida. Decidió que lo conservaría de todas formas. Pasó por al lado de su hermana y esta le evitó la mirada, rezongando algo que Katari Yakuy no había entendido.
Ahora buscó en el qillqima comido por las llamas, alguna página donde Hawka hubiera finalmente dibujado al T'uru chaki luego de que este la alentara días después de aquel incidente, a dibujarlo de su propia imaginación. Encontró el dibujo de un pájaro negro al que Hawka había llamado Wasichaq Abi, y este se paraba sobre una rama frente a una casita de barro que se veía incompleta en la parte del techo ya que las llama habían consumido gran parte del papel. Increíblemente, el boceto y el objeto real guardaban un gran parecido ahora.
Katari Yakuy acomodó la casa del T'uru chaki y dejó el qillqima al costado. Se dirigió a su habitación y se enfundó en las sábanas. El sueño llegó a él como río crecido.
Afuera, desde la ventana del cuarto de Katari Yakuy, una sombra alargada se movió.
Katari Yakuy soñó con Hawka. Eran más niños. El Tayta la estaba retando, y la Mama lloraba en un banco. Katari Yakuy vio la pared de la habitación del Tayta, y esta estaba cubierta de rayones y garabatos hechos con puntas de carbón. Con mucho esfuerzo, el Tayta y la Mama habían podido pintar la pared con tintas vegetales, para darle un detalle al rancho. Hawka la había arruinado buscando donde hacer sus trazos. El Tayta le arrebató el atado de puntas de carbón a Hawka y ella, quedándole una todavía en la mano, pasó el carbón enfurecida por la pared. No se distinguía donde había hecho las últimas marcas, pero el ruido seco y chirriante del carbón contra la pared mientras lo golpeaba y se deslizaba, flotó en el aire como ecos.
Katari Yakuy se despertó con ese sonido fantasmagórico, y mientras la vista se le acomodaba a la oscuridad, seguía escuchando un sonido chirriante, como de trazos en la pared. A duras penas y con la vista borrosa, Katari Yakuy vio una figura que movía uno de sus brazos mientras rayaba la pared de su habitación. Katari Yakuy se sobresaltó y la figura dio media vuelta. Era Hawka, ahí en su habitación, trazando figuras incoherentes en su pared con carbón. Katari Yakuy salió de su lecho sorprendido, pero Hawka desapareció de su vista.
Katari Yakuy pensó que había sido una visión, algo relacionado a su sueño. Pero al acercarse a la pared, vio los trazos que acaban de hacerle. Trazos que antes no estaban ahí.
—Ka… kuuuy —lo llamaron a sus espaldas. Hawka estaba sentada en la cama de su hermano y sonreía.
—Pani, ¿cómo…?
—Kakuy, no te enojes conmigo —dijo ella.
—¿Cómo bajaste del árbol? —preguntó él.
—Kakuy Turay, —prosiguió ella— estás enojado porque bajé del árbol. Pero quiero mostrarte algo que te va a alegrar. ¡Anímate porque ahora he cambiado!
Katari Yakuy quiso decirle que no estaba enojado, sino sorprendido. Contento de tenerla en casa nuevamente. Verla ahí, sonriente, le hizo arrepentirse de haberla engañado y llevado a la copa del árbol para abandonarla por sus maltratos. Pero se recordó que no era ella sino los males de su mente la que la volvían impredecible y fría. Y quizás, era precisamente por haberla llevado al árbol y dejarla ahí que ahora estaba cambiada. Lo había hecho para eso, para que cambie. Y había cambiado.
Mientras Katari Yakuy pensaba en estas cosas, abriendo y cerrando la boca buscando las palabras para hablarle a su hermana, ella pasó por delante de él.
—Quiero mostrarte lo que hiciste por mí —dijo. —¡Hamuy a! Sígueme, Kakuy.
Hawka desapareció por la puerta principal y Katari Yakuy la siguió. Al salir del rancho, vio que Hawka estaba en el sendero. Ella le sonrió y le indicó que la siguiera.
Katari Yakuy comenzó a seguirla y por momentos parecía que la perdía de vista. El monte empezó a emitir un canto pausado, extraño y melancólico.
KAA… KU… U… UUYYYY parecía que decía. KAA… KU… U... UUYYYY.
Katari Yakuy vio a Hawka de lejos. Ella se detuvo para esperarlo. Katari Yakuy aceleró el paso y la alcanzó.
—Kakuy Turay, quiero que sepas lo que hiciste por mí —dijo—. Quiero que todos lo sepan. Si no fuera por Kakuy�� mi turi. Todos tienen que conocer a mi hermano. Cómo me ayudó a cambiar. Todos van a saber el nombre del hermano Kakuy y lo que hizo por ayudar a su hermana.
Katari Yakuy la miro extrañado. Observó detenidamente los ojos de ella y sintió espanto. Eran ojos amarillos e inertes, como si no hubiera vida en ellos. Y su sonrisa... su sonrisa no acompañaba esos ojos. Hawka volteó y sus vestidos giraron con ella como si estuviera danzando. Katari Yakuy pudo verla debajo de sus axilas y parte de sus piernas y creyó ver, a la luz de las penumbras, algo parecido a plumas pardas que nacían del cuero de su piel. Bien podían ser restos de corteza que se le habrían prendido al bajar del árbol.
Hawka echó a correr y el monte comenzó a cantar de nuevo:
KAA… KU… U… UUYYYY, KAA… KU… U… UUYYYY, KAA… KU… U… UUYYYY.
Perdió de vista a su hermana, pero decidió seguir el sendero. Podía ver las pisadas de ella en el camino y manchas pardas y terrosas de tanto en tanto. Bien podrían ser plumas que habían caído de algún pájaro castaño, pero lo extraño era que las plumas siempre seguían el curso de las huellas que había dejado Hawka.
En un momento dado, Katari Yakuy volvió a ver a Hawka, de pie junto a un árbol alto. Llegó hasta ella que miraba hacia arriba.
—Es una caída larga— dijo ella. ¿Sabía, Kakuy, que las aves lanzan a sus polluelos desde grandes alturas para enseñarles a volar? Los que están listos para hacerlo, logran elevarse, pero los que no… —suspiró—. Y nunca sabrán si están listos a menos que salten.
Katari Yakuy observó el árbol y vio que le faltaban todas sus ramas, y que del tronco salían trozos de ellas. Reconoció entonces, que era el árbol donde había abandonado a su hermana.
KAA... KU… U… UUYYYY, cantaba el monte, KAA… KU… U… UUYYYY
Katari Yakuy observó el suelo y vio todas las ramas que habían caído después de que él las cortara. Entre las ramas vio el bulto de unos vestidos desparramados y, que de ellos, salían unas piernas torcidas en posición grotesca.
KAA... KU… U… UUY, cantaba el monte, KAA… KU… U… UUY
Vio un pájaro extraño posarse sobre el cadáver.
KAA... KU… U… UUY, cantaba el monte, KAA… KU… U… UUY
El pájaro extraño lo saludo con un canto lúgubre y melancólico.
KAA... KU… U… UUY, decía, KAA… KU… U… UUY
El pájaro empezó a picotear el cadáver, y sintiéndose incómodo ante la presencia del extraño, alzó vuelo dando gritos.
KAA... KU… U… UUY, cantaba con el monte, KAA… KU… U… UUY
Katari Yakuy, espantado ante tan macabra escena, miró a Hawka y más adentro aun, en esos ojos amarillos… amarillos y muertos. Ella abrió la boca y gritó su nombre desde lo profundo:
¡¡KAA... KU… U… UUY!!, ¡¡KAA… KU… U… UUY!!
El pellejo de Hawka se abrió de pies a cabeza en una explosión negra de plumas. De esa densidad oscura emergieron cientos de pájaros pardos y extraños como el ave que comía la carne muerta, alejándose en todas direcciones.
—¡Hawka phawariy!—gritó Katari Yakuy temblando y doliente en el suelo—. Y con Hawka vuelan los pájaros. ¡Ahora con ella, vuelan los pájaros!
El monte se inundó de un bullicio melancólico y ensordecedor.
KAA... KU… U… UUY, cantaba el monte, KAA… KU… U… UUY
KAA... KU… U… UUY, cantaba el monte, KAA… KU… U… UUY
Y con Hawka vuelan los pájaros.
Ahora, con ella… vuelan los pájaros.
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