Tumgik
#como que escribí esto para un club de escritura de cuentos y me gustó mucho como quedó
zia-in-lowercase · 1 year
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Huesos
Ese no es mi padre. La Figura que, como una mariposa restringida por alfileres, yace boca arriba e inmóvil, no es mi padre. Sus ojos apenas se distinguen en su cara hinchada, pero sé, yo sé que miran hacia arriba, a las estrellas, y lo odio. Miran a las estrellas (o tal vez tubos fluorescentes), pero no las ven y no hay nada tras ellos, su cerebro está silencioso, mudo, y sé que no se moverá más. Sus huesos están expuestos en muchas partes, me asquea; son blancos-amarillentos, manchados de sangre y tierra. No, eso no es mi padre.
A pesar de su tatuaje, tan similar al que papá se hizo unas vacaciones en Indonesia (mi madre estaba enojada, pues relacionaba los tatuajes con la delincuencia aunque mi hermano decía Ay madre, no seai así. Los tiempos cambian), ese Monstruo no es mi padre. El tatuaje de papá es como una hiedra que abraza gentilmente su espalda, pecho, deltoide izquierdo, es de un negro brillante sobre su piel morena; es lustroso, elegante, complementa su cuerpo, realza su anatomía. El tatuaje de papá no es un amasijo de líneas groseras, tinta derramada sin consideración ni cariño sobre su piel, no, no se deforma alrededor de rasguños, moretones, y cráteres. ¿Cómo podría alguien confundirlos? (Mi hermano tiene ese mismo tatuaje se lo hizo en el muslo derecho a los dieciséis se lo hizo en el muslo para que mamá no lo viera mamá estaba furiosa luego calmada realmente eres su hijo sonrió)
La boca de la Cosa hace una mueca, algo a medio camino entre un grito, una sonrisa y un llanto. A pesar de que la boca esté abierta, no dice nada. Ya nunca dirá nada. Tick tock, pienso, hable ahora o calle para siempre. Todos quedamos mudos al final, pero yo quedo mudo al ver la parodia de su boca frente a mí. Mi padre sonríe cada vez que puede, es un hombre de risa fuerte y humor grosero pero bienintencionado (a pesar de que siempre le decía eso de pequeño mi padre nunca cambió siempre estuvo orgulloso de eso tal vez es eso lo que más admiro de él Dios sabe que pienso demasiado poco de mí mismo tal vez eso admiro o tal vez que se rió esa noche cuando nos enteramos que Sí, sí, lo siento. No pudimos hacer nada. Lamentamos su perdida, señor. Lamentamos su perdida. Sus ojos se llenaron de lágrimas y me miró y sonrió y me abrazó y lloró lloramos todos sí pero primero me miró y sonrió) No, él no quedaría mudo. ¿Cómo podría hacerlo? Toda su vida intentaron amordazarlo, pero el gritaba, gritaba a todo pulmón Aquí estoy, aquí estoy (y retumbaba contra los Andes Aquí estoy eso admiro de él que no dejaría que lo enmudecieran).
Muevo mi pulgar y revelo los jirones de brazos de la Criatura, veo sus huesos y músculos, como un libro de anatomía (si tu vida es normal nadie verá tus huesos de hecho mucha gente tiene huesos de colores extraños: azules, verdes, rosados, teñidos por medicamentos que tomas. Nadie se dará cuenta de eso hasta que mueras y de abran, ziiiiip. Aprendí eso cuando era pequeño y no lo puedo sacar de mi cabeza. Nadie ve tus huesos hasta que te abren). Y pienso, Oh, mi señor, no puedes decirnos tus secretos, pero ya no los puedes ocultar, están todos ahí a simple vista. Mis Ojos pueden ver: sangre, piel, músculo, hueso, tendón, sangre. Pueden ver: mugre, tierra, trozos de pavimento. Pero no te oyen. Eh, amigo, ¿por qué ocultas tu mirada? Tiemblo. Cuando se acaba todo y solo quedas tú en una sala oscura, con manos enguantadas explorando tus rincones, y todo tu Ser llenará quizás unas planas de formas clínicas, tal vez una noticia si tu partida fue divertidamente grotesca, tal vez una primera plana si tu rostro es conocidamente bello; cuando quiten todo lo que queda de ti, ¿quién escuchará lo que tenías que decir, quién te devolverá la mirada? Digo bien, tú, Bestia, decidme lo que ocultáis. Y entonces su alma se me revela (fue un milagro, o tal vez fue una mota de polvo que tapaba el Detalle Más Importante para luego volar y dejarme ver sus Ojos o tal vez me cuesta ver de cerca y debo ir al oftalmólogo o tal vez finalmente lo acepté).
Mi padre tenía unos ojos pardos, cristalinos. Siempre parecía que iba a llorar o justo había terminado de hacerlo (siempre pensé que tantas penas se acumularon en sus ojos a lo largo de la vida), eran bellos. Eran Él. Siempre miraba a los ojos al hablar, y siempre se arrugaban, tan solo un poco, cuando estaba a punto de contar el remate de un chiste, y parpadeaban rápido, como si no quisiera perderse ni un instante del mundo. Recuerdo que una vez me llevó a ver las estrellas, en el Sur cerca de donde nació. Era muy pequeño pero aún lo recuerdo: sus ojos húmedos reflejaban la luz de los astros y pensé que si me concentraba lo suficiente podría ver a Orión o a las Pléyades en ellos.
Aprieto la fotografía en mi mano, y acaricio la imagen de mi padre, desnudo, tendido en una plancha de acero. Sí, es él, le digo a la detective. Lamento su perdida señor, lamento su perdida, dice ella, gracias (o algo a ese efecto) le respondo. Le tiendo la foto, pero me cuesta soltar los dedos; ella tira y el grueso papel se desliza por las yemas de mis dedos. No lo volveré a ver, pienso. ¿Así lo recordaré? Lo dudo. En mi memoria el ríe y canta y habla y su tatuaje brilla con el sudor y el sol en una tarde de verano. Sus ojos están llenos de estrellas y me abraza. Pero está abierto, y aunque nunca me ocultó nada finalmente lo conocí. Vi sus huesos.
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portvalefc · 6 years
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9 - Entorpeciendo el Sábado
Burslem Park. Con la bicicleta que me había comprado me gustaba salir algunos días a la tarde. Me había dado cuenta, ya pasados varios partidos, que los alrededores de Burslem eran muy bonitos. Tuvieron que llegar los primeros partidos de visitante para nuestro equipo para que pudiera darme cuenta de los verdes y grises que hacen el amor en las anchas carreteras inglesas. Mas precisamente me atraía el parque de Burslem, el Burslem Park.
Burslem Park.
Además me gustaba decirlo. Burslem Park.
Tanto que en mi cuaderno escribí un poema que... bueno, que ya sabrán. Decía algo así:
Gris cemento
que te hace el amor
y el verde ve nacer salamandras inflamables
que se empecinan con las ruedas
de mi angustiada
lánguida
nauseabunda bicicleta
y se arrastra ella,
y el gris cemento que le hace el amor
siento ese calor de costado, cuando voy
cuando vengo mucho mas.
Mañana de té insulso
te insulto
Es horrible, lo sé. Pero en aquel momento de mi escritura me atraían muchísimo los juegos de palabras. Té para tomar y te del articulo. ¿Ridículo? Quizás. ¿Innecesario? Quizás también. Pero disfrutable para mi, y seguramente para alguien mas en el planeta. No escribía en ese momento para la gente, para que alguien me leyera. Ni siquiera sabía si lo que escribía lo iría a leer alguien mas que yo. Por eso quizás esos poemas tienen la libertad del anonimato. Libertad que luego es difícil de alcanzar una vez que un ya sabe que mucha gente lo leerá. Solo los maestros pueden. Algunos leyeron este poema, a algunos les gustó: para mi esto no significa nada; el peor poema del planeta puede gustar a mucha gente.
Esos arboles dimensionales me inspiraron muchas cosas en aquellos momentos de mi carrera, hasta cantar. Los momentos de soledad en la naturaleza eran invaluables para mi. Me encontraba conmigo mismo de una forma que no se puede poetizar, de la cual no puedo escribir nada porque no existen palabras aun, en ningún idioma que describan lo indescriptible. Esa soledad me llevaba a otro lado. Porque el Burslem Park era uno cuando iba solo, otro cuando estaba lleno de gente, y otro cuando pasaba con el Bus del club. Era el mismo parque, pero era otro.
Amaba sacarme de los ojos el corto césped perfecto de las canchas, sintético por otra parte, y oler el aroma de la naturaleza real, imperfecta, hedionda pero real. Escribí una nota mental: "Traer a los jugadores a correr por el Burslem Park". Tampoco sería el mismo con ellos, pero lo disfrutarían. Algunos quizás no lo conozcan, otros tendrán mil recuerdos del lugar, en familia, con hermanos o hermanas, con perros, uno o varios, con novias, novios, con padres o madres ancianos en la hora de salir del asilo, en llantos solitarios. Algunos no querrán venir. Otros sabrán de antemano lo que les diré. Otro me esperará aquí, que soy yo, que estoy aquí. O estuve allí. Sobre la parte oeste, directamente enfrente a Vale Park, había un lago. Allí me detuve a detenerme, y no es un error o una redundancia. Me detuve a detenerme.
Ya seguramente estarán al tanto del ritmo al que son arrastrados todos los que viven del fútbol. La Liga Skybet Championship Two (la cuarta división del fútbol ingles), no es la Premier League (la primera división), pero no por eso carece de exigencias. El calendario de un club como el Port Vale está casi tan cargado como el calendario del Chelsea o el del Manchester United. Jugamos la liga, La FA Cup, la copa de la liga y demás partidos circunstanciales. Solo nos faltaba la Copa de Campeones de Europa (la Champions League). Jugamos partidos todos los fines de semana y a veces entre semana, lo cual deja a los jugadores agotados y a nosotros también, que tenemos que llevar la planificación de partidos, revisión de rivales, revisión de las estrategias y dinámicas de juego, etc. Eso, sumado a entrevistas, reuniones, compromisos corporativos, hace que la agenda se cargue mas y mas. Es casi un trabajo de twenty four seven, el anglicismo para veinticuatro por siete. Por eso me detuve a detenerme. Bajé de la bicicleta y la dejé en un hermoso quiosco a un lado de la laguna. No un quiosco de revistas ni de caramelos, sino una construcción como la que se ve las películas donde se casan las parejas en las bodas inglesas. La dejé suelta, y me reí. Algo impensado en las cercanías del estadio del Mercados Unidos. Caminé hasta esa laguna y me senté a mirar el agua. Y allí pasarían mas cosas de las que podría imaginarme. Y tengo mucha imaginación.
Estaba equipado con mi morral de días libres, mucho mas liviano que mi pesado bolso de todos los días de entrenamiento. Alguna que otra hoja flotaba y ondulaba por el agua y se reflejaban esos tonos verdes-gris, y nunca celeste o azul. Las hojas que flotaban nunca se chocaban, nunca se encontraban, pero convivían en el mismo lago. Si conocían agua era la de esa laguna, y si se mojaban era por una lluvia que luego los llevaría al cuerpo de agua. Todas eran de un tono verde. De un solo tono verde, que cambiaba siempre de hoja en hoja. Entonces el lago, laguna, cuerpo de agua, o como quieran llamarlo, estaba poblado de balsas miniatura, hojas que paseaban, se saludaban, navegaban y, si eran muy desafortunadas, quedaban agarradas del césped de las orillas, para secarse o no, pero morir seguro, allí, para siempre.
Lo que nunca iba a imaginar era que mientras me hallaba recostado en el césped mirando el cielo, haciendo como que recuperaba algún tiempo perdido de la juventud, pude ver la figura volteada de mi querida ex-traductora acercarse y decirme:
─ ¿Ahora andas en bicicleta?
Me levanté de golpe de modo que me crujió gran parte de la espalda. Entonces comprendí que cuando uno se sumerge en un clima en el que cree estar recuperando un tiempo perdido de la juventud, los huesos y demás sistemas del cuerpo no recuperan la juventud de la misma forma. Mis vertebras dorsales quedaron pensando en esto varios minutos mas. Me paré, pero cuando terminé de pararme ella ya estaba sentada al lado mío, donde había estado sentado.
─ ¿Te vas? ─ me preguntó, irónica, mofándose de nuestra diferencia de forma física.
Reí.
─ Buen movimiento ─ dije mientras me iba ─ Creo que me voy a fijar si todavía está mi bicicleta.
Era un momento original por parte del Gran Guionista. Debía tomarme un tiempo. Debió ser raro para ella que apenas llegase yo me fuera. Pero volví en seguida. No llegué a ver la bicicleta desde esa posición pero era lo último que me interesaba. Sólo fue una excusa para justificar mi puesta de pie.
─ Caminar es muy fácil ─ dije volviendo a mi posición ─ los deportistas preferimos la bicicleta.
Reímos. Me senté unos centímetros mas cerca ella de lo que hubiera sido lo esperable. Lo esperable para mi. Amé que se quedara, y que no siguiera de largo, pensando que prefería soledad. Prefería Isabel.
─ Siempre busco el verde en las ciudades en las que me toca parar. Es como un respiro. La gente que anda por las zonas verdes está de mejor humor que la que anda por la ciudad, con humo y el gris del cemento. ¿O no?
─ Puede ser ─ contesté antes de tener una real respuesta, mas para salir del paso ─ Si fuera tan fácil como cambiar de color en el entorno para ser feliz o no, la ciudad sería un arcoiris.
Ella revoleó los ojos y me dijo que era muy absolutista.
─ Buscar naturaleza no es todo para estar bien ─ dibujaba ciudades en el aire, con gestos que lo rasgaban ─ también hacen falta otras cosas
─ Un trabajo, una casa ─ aporté
─ Una mente despejada, quietud.
─ No tener deudas, ni hipotecas ─ me obstinaba en lo mundano del mundo.
─ Silencio, intimidad, esparcimiento
─ No tener enemigos, ni adicciones...
─ Confianza, esperanza, amistad, amor ─ ella se enderezó y me miró como retándome por mi obstinación.
─ No tener padecimientos físicos, no nacer en la pobreza absoluta.
─ No te falta razón, Cristian ─ finalmente cortó la lista contrapuesta que no nos llevaría a ningún lugar, mientras las hojas aun caían ─ pero estás nombrando las cosas que no hay que tener, mientras yo las que sí. Las que nombras vos son materiales, y las que te nombro yo, no.
─ Yo no la tuve fácil, Peine. Sé lo que es no tener tiempo para pensar en las mariposas y los colores, porque tenía que estar ahí, siempre presente, porque sino en la cancha alguien te sacaba el lugar, y andá a saber si lo volvías a recuperar algún día.
─ Yo tampoco la tuve fácil. Creo que nadie, en cierta forma. Pero eso es lo que te hace ver las cosas de otra forma ─ Miraba el agua entrecerrando los ojos, y la comisura de los labios se le erizaban de una forma que nunca vi.
─ Lo sé, perdón. No quise decir que vos no, ni hacerme la víctima pero bueno. Hace diez años no te pisaba un parque ni por error ─ La miré queriendo abrazarla con la mirada ─ Creo que es un comienzo ¿no?
─ Si ─ me sonrió, piadosa ─ Supongo que sí.
Una tímida brisa nos barrió las palabras necias y trajo algo de silencio que aprovechamos para bajar las pulsaciones del sol y de la tierra. El pasto húmedo se sentía entre los dedos y la tierra dejaba que uno hiciera bolitas. Algún que otro guijarro se podía tirar al agua. El cabello de Isabel flameaba pero no como en un cuento. Le tapaba la cara, le molestaba. Me pareció poético de todas formas. O quizás mas. Rebuscó en su bolsito algo para atarse el pelo. Esa fue la pintura que guardé para siempre. Ella al lado mío inclinada sobre su bolso buscando en lo hondo de este algo que le permitiera disfrutar sin trabas la contemplación de semejante paisaje, o la vivencia de semejante momento. Quise romper ese hechizo. Hablé.
─ Estamos frente a mi lugar del trabajo. En Burslem Park, frente al Vale Park, en Burslem, hogar del Port Vale. Estamos disfrutando de un momento frente a mi lugar de trabajo. Bueno, esto es porque, básicamente, no hay mucho lugar al cual ir. Mas allá están unos niños jugando con unos juegos y hay como un circuito para bicicletas con curvas suaves. Si venís temprano se escucha las explosiones de la mina de acá a unas cuadras. También está la fabrica de no se qué acá cerca y los barrios del centro. Pero a esos pajaritos no les importa una mierda ─ señalé un par de gorriones que estaban cuerpeándose en una rama en el árbol que ocupaba el centro del lago ─ Nada de eso nos importa porque estamos acá, charlando de cosas que nos importan, un poco al menos. Estamos sentados en el césped húmedo, nos estamos mojando el culo ─ ella se rio y yo un poco también ─ pero no nos importa porque si la lluvia mojo el césped, por algo será. Muchas cosas no encajan pero estamos acá, como muchos en otras partes, tratando de gambetear la rutina.
─ Una vez te dije ─ me interrumpió en seco, quizás con el afán de romper un hechizo también ─ que eras muy poético para hablar. Bueno, esas siendo muy poético ahora también.
─ Bueno, la poesía me tiene un poco loco últimamente ─ Rememoré los últimos sucesos ─ Aunque mejor hablemos de otra cosa. La última vez que hablamos de mi afición a los poemas terminé postrado en tu sillón con la cara bañada de sangre.
Ella se rió pero enseguida se le ensombreció el rostro, como si se sonrojara recordando que el trance, aunque recordado con humor, seguía siendo lamentable. Enseguida me daría cuenta de que había recordado otra cosa, de que sus pensamientos no siempre iban por donde yo pensaba. Amé eso.
─ Cristian─ miró hacia abajo. Ahora con el cabello tomado hacia un lado, podía verla sin interrupciones visuales. Me miró directamente para continuar hablando ─ Hay gente que está bastante preocupada por vos.
Me volteé. Eso no estaba en mis planes. Creía tener atados los hilos del dialogo. No los tenía ni por asomo. Ella arremetió con el tema de una forma que no hubiera imaginado ni aunque la repitiera un millón de veces.
─ No tiene que preocuparse por mi, yo puedo preocuparme solo.
La salida del humor era siempre la mas cómoda para mi, pero ella no estaba acostumbrada a esto, por lo tanto no le era indiferente, por lo tanto lo detectaba y me lo marcaba diciendo:
─ Esa salida hacia el lado del humor no te va a servir en este caso, Cristian, perdón. Me podes mandar a la mierda si querés. Al fin y al cabo no soy mas que tu ex-traductora. Pero trabajé con vos, y estuvimos hablando, y nos conocimos un poco, creo, y no puedo salir a pasear libremente por la calle sabiendo que no te digo esto, y que si no te lo digo yo quizás nadie te lo diga. Hay mucha gente preocupada por vos. Mas gente de la que pensás.
─ No me termina de cerrar lo que me decís. Es como si fuera mas gente que mi jefe y vos.
─ Es mucha mas gente que 'nuestro' jefe y yo.
─ Ah ─ no terminaba de entender quiénes se refería ─ No creo que nadie de toda esa gente entienda lo que estoy viviendo. Siempre viví intensamente y este es un momento así. Aunque un poco diferente.
─ Sin embargo pareciera que no estás acostumbrado a que te pasen estas cosas ─ dijo Isabel con voz grave, tratando de clavar en la tierra sus palabras, bien profundo ─ se nota cuando no sabes cómo reaccionar...
─ Porque siempre es diferente, Peine ─ la interrumpí levantando un poco la voz ─ Soy un tipo grande, hace décadas que me dedico a esto. Mi cuerpo y mi mente no sabe hacer otra cosa. ¿Cómo tiene que reaccionar alguien que ve que toda su vida se derrumba frente a él?
─ No sé, pero seguro que auto-destruyéndose no.
─ No me autodestruyo ─ me froté el rostro, tratando de darme claridad. La conversación empezaba a ser clave para mi, como un diálogo conmigo mismo: estaba evaluando mis fundamentos, mis razones, mis pasiones y sus costos ─ Me estoy liberando de algo que me oprime, pero... ─ con un largo suspiro busqué la palabra mas digna, pero no la encontré ─ pero no le encuentro la vuelta.
─ ¿Qué te oprime? ─ preguntó mi compañera de contemplación, mas curiosa que preocupada.
La miré. La vi. Había detenido su caminata al verme allí en el parque. Hubiera podido estar haciendo otra cosa pero estaba ahí, sentada en el pasto con ese vestido que seguramente no era para sentarse en el pasto mojado, preocupándose por mi. No la quería como actriz de reparto.
─ Y a vos. ¿Qué te oprime?
─ No, Cristian, estamos hablando de ...
─ Si, estamos hablando de mi, ya sé. Pero no, estamos hablando nosotros. Vos y yo. Isabel Painhache, alias Peine, y yo Cristian Pueblos ─ una sonrisa asomó en su comisura izquierda ─ Y eso nos incluye a vos y a mi, no a mi solo ─ mi tono era como de quién explica la fotosíntesis ─ Decime Peine ¿Qué te oprime?
Miró las aguas oscuras, entre un verde musgo y un gris cemento. Buscó la respuesta achinando los ojos. Miró el pasto con la misma intención. Pareció contestar antes de terminar de buscar, queriendo salir de la encrucijada.
─ Creo que no poder echar raíces... ─ hizo una pausa en que carraspeó para aclararse la voz ─ no poder estar en un mismo lugar. Y...
Yo podía ser un poco arrogante en cuanto a lectura de personas se refiere. Podía equivocarme muchas veces en las que creía adivinar qué estaba pensando un persona. Pero esta vez estaba completamente seguro de que Isabel no pudo seguir hablando porque pensaba en sus hijos. La oprimía el no verlos crecer, la oprimía no tenerlos en la casa, con sus problemas de adolescentes, in cressendo hacia la adultez. La oprimía el ser la victima de su propio trabajo, de su propia elección de vida, elección que hizo en un momento en que no pensaba que esto sucedería. La oprimía también no encontrarle la vuelta o la salida, o el término medio entre la ausencia absoluta y la convivencia. Entre seguir viviendo con la profesión de sus pesares, y abandonarla. La oprimía finalmente, el hecho de no saber si abandonar su profesión significaría realmente acercarse a sus hijos, ahora que quizás tengan su vida hecha. No poder, en definitiva, volver el tiempo atrás.
Pero ¿qué me oprimía a mi?
─ Creo que lo que me oprime a mi es no saber cómo vivir con una duda ─ intervine, interrumpiendo su lapsus.
Ella, sin tiempo a terminar su frase, reaccionó con sorpresa ante mi arremetida y me preguntó:
─ ¿Qué duda?
─ Trabajo en un ámbito que repele totalmente las normas de ese ámbito que me gustaría frecuentar.
─ Y... ¿Traducido?
─ Vos sabés que el fútbol y la literatura, la poesía, son incompatibles y...
─ Cristian, Cristian ─ repitió para que yo frenara en seco ─ ¿Sabes qué veo? Estas frente a un universo nuevo, y te da miedo meterte en él. Yo también tengo cosas que me oprimen, como todos en esta ciudad, en este mundo. ¿ves esa mujer que va en bicicleta por ahí enfrente? ─ me señaló una mujer que iba por la calle trasera del estadio del Port Vale ─ A ella le oprime algo seguramente, o muchas cosas, y quizás por momentos la opresión es insostenible, pero sigue adelante. No hay otra: ir hacia adelante. Yo tengo mis fantasmas, mis miedos, y mis deseos que tardaré en cumplir, si es que los cumplo algún día. Pero sigo adelante. Tengo un trabajo que me da de comer y me hace viajar. ¿Me quejo de viajar porque no me permitió estar con mis hijos? Quizás, si, seguramente ─ me agarró del brazo firmemente ─ Pero también, por sobre el eterno lamento, lo veo como una oportunidad para viajar, conocer lugares, conocer personas de todo tipo, conocerte a vos, y a un montón de personas. ¿No echo raíces? , ¿no puedo asentarme en un lugar? Es cierto, y un poco me molesta, pero por sobre eso veo la oportunidad de estar en eterno movimiento, de estar viva, en acción, conociendo culturas y lugares que amo, y a los que algún día siempre quiero volver. Ahora decime ¿Cómo ves lo que te oprime a vos como una oportunidad?
Estábamos mirándonos y ella me sostenía la mirada exigiendo una respuesta, porque sabía que encontrar esa respuesta me haría bien. La amé. Otra vez. Me seguía apretando el brazo y bajo presión comenzaba a rebuscar en mi interior una respuesta a una pregunta que jamás me había hecho. El tiempo no se detenía. En absoluto. Pasaba y pasaba y las hojas seguían cayendo. Su presión fluctuaba.
─No hay sólo una forma de llegar a unir esos dos polos opuestos que ves en tu vida: Fútbol/poesía. Arte y deporte ─ bajó un par de tonos su voz, ahora sonaba mas apacible, mas confidente ─ No veo a mis hijos, es cierto. Me gustaría verlos mas, es cierto. Pero esas tres o cuatro veces que los veo por año tengo miles de cosas para contarles y ellos también a mi. Nos quedamos hasta el amanecer los tres, hablando de la vida, y les hablo de cosas de mi propia adolescencia que nunca pude contarles, y se sorprenden. Cuento con el apoyo de su padre que entiende mi ocupación y no pone trabas. Mi encuentro con mis hijos es especial. No es en cantidad, pero es de calidad, mágico, mejor de lo que jamás hubiera imaginado. Eso, a costo de no vivir con ellos y no verlos crecer. Son raras las formas que tiene la vida de compensarnos, pero siempre lo hace.
Hizo una pausa en la que no pude acotar nada, y tampoco me presioné a hacerlo. Ella esperó. Buscó palabras. Sucedían cosas alrededor, la mujer de la bicicleta volvía con una bolsa de madera en el canasto delantero y las hojas caían.
─ Vos ves que el fútbol es algo áspero y la poesía algo suave. Bueno. No vas a encontrar en ningún lugar del mundo un equipo de fútbol completo, ni veintitrés, ni once, que sean amantes de la poesía.
─ Tampoco es lo que busco ─ atiné a aclarar.
─ ¡Pero pareciera que sí! ─ abrió mas los ojos y aparentaba estar ofuscada frente a un necio que no entiende razones ─Y no los vas a encontrar. Pero si puede que en algún momento, hablando con un periodista de un medio de la otra punta del Reino Unido, o con un aficionado del club, o con un jugador del clásico rival, te encuentres con que esa persona te recomienda poetas nuevos y vos a ella. Se encuentran a hablar de lo bello de un verso, de lo superficial de otro. Cosas de ustedes, los poetas ─ Sonrió de un solo lado, pero doble sonrisa ─ Algo mínimo es todo. No todo es mínimo.
La charla siguió pero quizás ese nivel de detalle no interese. En esos momentos hablamos y me sentí un tanto en el aire. Sentía que no había ni un ápice de tierra en el cual pisar firme. Las cursilerías del amor, aparte. Mi extravío, en realidad, venía de no saber cuáles eran las bases de mi propia vida. El deporte mundial se diluía en mis manos y practicarlo con delicadeza nos había dado un par de resultados favorables pero no parecía agradar a la comisión el estilo con el que llevaba adelante el juego, la identidad del equipo. "El presidente se queja de que no usas nada del equipamiento nuevo que compró el club para los entrenamientos", me decía Isabel, y yo le contestaba que será porque no me sirve. Ella me planteaba que estaban ofuscados porque no usaba a los refuerzos, que tienen nombres importantes, y yo le contestaba "todos tienen nombres y apellidos importantes, porque sin ellos no tendrían identidad, juegan los que mas listos están para jugar. Los que mejor entienden la mecánica de jugar en equipo". Así tambaleaba, entre respuestas firmes que no me llevaban, a pesar de su firmeza, a ningún lado, porque seguía sin enterarme cuál era la razón de remar contra la corriente, viviendo de forma nueva un deporte plagado de tradiciones. Con todo lo que ello significaba. Los jugadores no presentaban mayores quejas, solo miradas raras. Ganaban y a veces jugaban bien. Eso a ellos les alcanzaba.
Me seguía planteando encrucijadas, allí sentados, mi ex-traductora (y aparentemente mi nueva confidente) menos para trasladarme preocupaciones que para evidenciarme a mi mismo que tenía una real idea de cómo llevar las cosas adelante. Preguntaba ella. Respondía yo. Mágicamente así se iba pintando un suelo que pisar. Una base firme. Una confirmación de que las respuestas estaban. Me faltaba claridad. Que la comisión está molesta por cómo tratas a la prensa, me planteaba ella, y "la prensa no me ha dicho que está enojada" contesté yo. "Además, les contesto la verdad, sin indirectas. Quizás eso les moleste a los de la comisión". Que los jugadores no van al "ganar como sea" y terminan regalando puntos a costa de un buen juego. "A eso tengo para decir", contestaba yo, "que el buen juego nos dará mas resultados que el ir hacia adelante 'como sea', porque el resultadismo nunca fue mi estilo". Aunque era mentira. En algún momento por supuesto que lo fue.
Bola que caía al área, bola que paraba de pecho y chutaba, como diría un gallego, a la escuadra mas lejana. Hasta que a Peine se le ocurrió preguntar algo que hizo retroceder todos los trazos de base o suelo que se iban dibujando en mis pies, y comenzaban a sostener las bases de una coherencia vital.
─ Bueno, bien. También están preocupados por tus salidas, por tus lapsus en cancha. Bueno, vos sabes de lo que te hablo, cuando... te "vas".
─ No... ─ la miré dudando, curioso porque me había perdido en la conversación ─ No entiendo. ¿A qué te referís con que me "voy"?
─ Eh... ─ miró hacia abajo y, lo que me sorprendió sobremanera, miró hacia atrás, donde se encontraba mi bicicleta, en clara seña de que quería que yo saliera corriendo. O creía que lo haría ─ Cristian, cuando estás en el banco y de repente te "vas".
─ Bueno, a ver, eso no me aclara nada, no entiendo a qué te referís ─ me estaba poniendo un poco nervioso porque la conversación se volvía extrañamente críptica.
─ Viste que hay veces que estás en medio de un partido ─ creo que la vi comenzar a transpirar, también ella se estaba tensando ─ y te vas para el vestuario gritando ─ La miré sin poder creerlo, ella me devolvió la mirada, preocupada, como si temiera, esta vez, romper un hechizo ─ O entrás a la cancha a gritarle al arbitro. Cristian, tenés que ser consiente de estas cosas. Perdón. Álguien te las tiene que decir. Sos un excelente director técnico, tus chicos empiezan a remontar de a poco...
A partir de ese momento no escuché mas. Algo cerró mi persiana. Un montón de esquemas se configuraban a mi al rededor y era abrumador. Transpiraba. Me toqué la frente, y esta me devolvió un par de dedos con sus yemas rojas. Otra vez. Y no había hooligans ni tubos de PVC, ni hinchas del PVFC, ni era una noche apacible con pizzas en la casa de Isabel. Cuando me quise dar cuenta estaba caminando y la voz de Isabel me llegaba desde atrás, lejos. Cada vez mas lejos. Y mis pasos comenzaron a aligerarse. "Te vas al vestuario gritando" me había dicho. Imposible. La única vez que recordaba haberlo hecho fue cuando hablé con mi madre. "Entrás a la cancha a gritarle al arbitro". Imposible. No recordaba jamás haber hecho algo así. No era mi estilo. Sí me recuerdo pasando largos ratos en la cancha sin saber qué hacer, porque las indicaciones ya están dadas y el equipo funciona. Y esos largos periodos donde no recuer...
Una gota llegó a mi nariz. La limpié y parecía ser mas oscura. Corrí, sin proponérmelo. Atravesé calles sin mirar, por lo que sabría después. Gente me gritaba cosas que no entendía. Cuando me cansaba de correr, descansaba caminando, pero jamás me detenía. ¿Podía ser cierto? En ese momento no atinaba a plantearme absolutamente nada. Sólo quería huir. Recuerdo comercios aislados, y la voz de Isabel que se aproximaba de vez en cuando, como ecos de las profundidades. Las nubes que techaban toda Burslem parecían perseguirme y no distinguía obstáculo humano de obstáculo mueble o inmueble. Me mojé con algo que alguien me volcó y que cuando se secó quedó pegajoso en todo mi costado izquierdo. Un par de viejos hablaban del Brexit, y los miré. Estaba cansado. La ciudad giraba sobre mis pies haciéndome dibujar un espiral con mi linea recta. Escenas aparecían y los trazos que iban dibujando una base sobre la cual pisar, se entreveraban con los personajes, que salían y entraban a escena. Mis jugadores al rededor mío, preguntándome si estaba bien. El presidente del club tomándome de las solapas en una reunión, violentamente, con mucha gente de traje alrededor. No recordaba nada de estas cosas y no sabía hasta qué punto eran reales. Me daba miedo pensar que lo fueran. Por eso corría. Qué iluso. Vi en otra escena a Isabel agarrándome de las ropas, como sosteniéndome, como atajándome para que no avanzara mas. La extraña familiaridad que sentí cuando me había tomado del brazo hacía unos instantes, tenía quizás su razón de ser en que ya me había tomado firmemente otras veces, en lugares y situaciones que no recordaba. ¿Qué me pasaba? Escribiría todo esto en algun momento. Pero el llanto en aquellos momentos no me dejaría ver el papel. Debía esperar.
Isabel me alcanzó. Venía en mi bicicleta y se me adelantó para cruzarse en mi camino. La esquivé como pude, pero se bajó y me agarró. La aparté con la fuerza que pude, pero no fue suficiente. Se fue por un instante. Lo siguiente es que estaba en el suelo, caído de bruces, por algo que me agarró de los pies para hacerme caer. Había sido ella. Se me puso encima. No pude moverme. Mi físico no era mas grueso que el suyo, por lo que realmente no pude moverme. La tapa de una alcantarilla estaba en mi omóplato izquierdo, traqueteando con el forcejeo de ambos. El paragolpes de un auto apareció de repente a mi derecha, a su izquierda, con sus faroles encendidos, e incineró sus ojos oscuros como dos carbones. Ella se asustó pero yo ni eso podía hacer. Me habló. Me dijo cosas que hicieron aparecer el mundo a mi alrededor, de repente y de a poco. Una imagen que intento trasladar a palabras desde que sucedió y nunca he podido. Ella vistió mis delirios de mundo. Les puso ropa de calle. Los pintó y así se materializaron edificios, coches, faroles, personas, diálogos y miedos. Sueños y compartires. Hizo que las partículas disueltas en mi realidad alterna se condensaran en aquello que debía saber de este mundo y de lo cual no me estaba enterando. Seguía hablando y de alguna forma podía recibir un significado sin entender las palabras. Sin reconocerlas. Sacó de su bolsito su teléfono. Buscó desesperadamente algo en él. Los autos tocaban las bocinas y nos insultaban. Creo que un uniformado estaba de pie a un lado de la escena: algo nos decía. Encontró finalmente lo que quería mostrarme y me lo mostró. Videos. Era yo. En la cancha, de diferentes ángulos, grabado con celular. El primer video lo reconocí. Era yo mirando las palomas del techo de la platea del estadio del Port Vale. Los siguientes me dieron náuseas y no pude evitarlo. Era yo también, en escenas que no recordaba.
─ ¡Cristian! vino porque se preocupó. No vino a decirte nada a vos. Vio en internet que pasaba algo, y se acercó. Nada mas. ¡Por favor!
─ ¿Pero qué tiene que hacer acá? ¡Es un hijo de puta! Estaba contando que...
─ Cristian Walcott es mi amigo. Te pido que te tranquilices
¿Esto era lo que realmente había sucedido aquella noche? Estaba comenzando a recordar escenas diferentes, nuevas, que por supuesto, y afortunadamente no habían sido grabadas en video. Pero las veía como grabadas por mis ojos, en archivos encriptados. Mientras tanto el teléfono de Isabel proyectaba en mis corneas, en mis cráneos, videos de aficionados en los que se me veía entrando a la cancha a increpar al arbitro, a abrazarlo, a decirle algo a un jugador. Siempre me iba expulsado. No tenía presente ninguno de estos momentos. Había mas. Había algunos en los que algún colaborador del equipo contrario me seguía grabándome mientras me iba de la cancha al vestuario gritando necedades. Había mas. Pero un oficial levantaba del suelo a Isabel, con mucha amabilidad para la fuerza con la que estábamos aferrados. El oficial no quiso ser descortés, pero invitaba a Isabel a pararse. Estábamos entorpeciendo el tránsito. Entorpeciendo el Sábado. Ella se soltó bruscamente de él y me dijo algunas cosas de cerca. Muy cerca. Yo no podía dejar de estar mareado, nauseabundo. Todo daba vueltas y ella seguía diciendo cosas hermosas, que si no le hubiera preguntado al otro día nunca las hubiera podido recordar. Mi convulsión era muy profunda. Pero aún así, algo de mi recibió las palabras y su significado. Algo detrás de mi corazón, detrás de mi conciencia. Y quedaría guardado eternamente allí, sin que yo pudiera recordarlo, o recurrir a ello, pero de todas formas siempre presente, irradiando un resplandor revelador que hacía retroceder las tinieblas. Esas palabras eran de una profundidad que no había conocido. Me soltó las manos (porque me tenía aferrado para que no la apartara) y me agarró la cara, me decía mas cosas que me llenaban el pecho de energía y de ganas de gritar. Mas mareado estaba porque seguían apareciendo escenas en mi cabeza, mientras ella me dedicaba poemas que nunca podría escribir. Porque ese momento no se puede volver a repetir ni en el mas complejo laboratorio. Así surge el poema mejor, cuando lo que hay que decir nos desgarra el alma y el cuerpo. Cada vez me hablaba mas de cerca. Hasta que no habló mas. Me besó y la besé, pero no por mucho tiempo. El oficial, al ver por dónde venían los tiras, ya la estaba levantando, y yo que no pude aguantar mas las nauseas. Tuve que inclinarme hacia un costado porque ya sentía subir los fluídos en mis tubos internos. Me volqué y vomité todo lo que tenía para vomitar. Sentí también que se iban volando muchas cosas, y quería cortar los hilos que acaso podían retenerlas. Mientras Isabel se iba detenida por un oficial. Otro se acercaba a mi para preguntarme si estaba bien.
─ Si ─ contesté terminando de escupir los agrios ácidos que todavía había en mi boca ─ Nunca estuve mejor.
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