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#me vi entre sables y miradas
t-annuki · 3 months
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El abogado
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vioredynamite · 4 months
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POR FIN vi Entre sables y miradas
Me quedé lagrimeando con el final
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penny-reader · 3 years
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Capítulo 6: Fantasma Toma a la Novia; El Príncipe Heredero Monta el Sedán Nupcial
Heaven Official’s Blessing
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LIBRO 1: LLUVIA CARMESÍ QUE BUSCA UNA FLOR
CAPÍTULO 6: FANTASMA TOMA A LA NOVIA; EL PRÍNCIPE HEREDERO MONTA EL SEDÁN NUPCIAL
Uno de los portadores del sedán no estaba prestando atención y pisó un brazo. Gritó sin pensarlo, entonces, instantáneamente, la procesión de bodas completa explotó. ¡Bien hecho! Una banda de gente salió de la nada, sacando de repente sus brillantes sables, y gritó.
—¿¿QUÉ PASA?? ¿¿HA VENIDO??
Había una gran conmoción en las calles. Cuando Xie Lian miró más de cerca, ese cuerpo con la cabeza cortada no era en verdad una persona real, sino que un títere de madera.
—¡Qué feo! —comentó Fu Yao de nuevo.
El Maestro del Té justo estaba trayéndoles la tetera de cobre. Xie Lian recordó su actitud de ayer, así que preguntó:
—Señor, vi a ese grupo de gente tocando tambores y gongs ayer, así que, ¿qué están haciendo hoy?
—Buscando su propia ruina —respondió el Maestro del Té.
—Jajaja... —Xie Lian no estaba sorprendido—. ¿Están tratando de atraer al Novio Fantasma?
—¿Qué más crees? —replicó el Maestro del Té—. El padre de una novia perdida está concediendo una gran suma de dinero para encontrar a su hija y capturar a ese Novio Fantasma, así que ese grupo ha estado alzando humo por ahí, todo el día, todos los días.
Fu Yao comentó disgustadamente:
—Si yo fuera el Novio Fantasma, aniquilaría al grupo entero por enviarme una cosa tan fea.
—Fu Yao, no estás hablando como un Inmortal debería —dijo Xie Lian—. Y, ¿puedes cambiar ese hábito tuyo de rodar los ojos? ¿Por qué no te pones un pequeño objetivo primero, y los ruedas solo cinco veces al día o algo así?
—¡Pon cincuenta veces al día y no será suficiente! —afirmó Nan Feng.
Precisamente entonces, un pequeño joven de repente salió de la procesión; guaperas y enérgico, él era el líder, juzgando por la vista. Levantó su brazo y gritó:
—¡ESCÚCHENME, ESCÚCHENME! ¡Es completamente inútil seguir con esto! ¿Cuántas veces hemos hecho este viaje en los últimos días? ¿¿El Novio Fantasma se ha mostrado alguna vez??
El grupo de grandes hombres estuvieron de acuerdo y comenzaron a quejarse, y ese pequeño joven dijo:
—Pienso que, ya que comenzamos con esto, simplemente deberíamos ir y cargar contra el Monte Yujun. ¡Buscaremos en la montaña y sacaremos a ese feo fenómeno para matarlo! Yo dirigiré la marcha. ¡En cualquier caso, los hombres valientes pueden seguirme, matar al feo fenómeno, y dividiremos la recompensa en dinero!
Solo había un pequeño y disperso número de hombres que respondieron su llamada en un principio, pero las voces gradualmente crecieron más y más. Al final, todos estaban rugiendo en acuerdo, sonando realmente algo grandes en fuerza.
Xie Lian preguntó:
—¿Feo fenómeno? Dueño, ¿quién es ese feo fenómeno del que están hablando?
El Maestro del Té respondió:
—Aparentemente, este Novio Fantasma es una criatura repugnante que vive en el Monte Yujun, y, porque es feo, ninguna mujer lo amaba. Es por eso que el odio creció en su corazón, robándoles a otros sus novias para arruinar la ocasión feliz como resultado.
El pergamino del Palacio de Ling Wen no mencionaba esto. Xie Lian inquirió:
—¿Esa explicación es real? ¿No es una especulación?
—Quién sabe —contestó el Maestro del Té—. Aparentemente, bastantes personas lo han visto; su cara completa envuelta en vendajes, con ojos salvajes. No sabe cómo hablar y solo puede gruñir como un perro lobo. Los rumores son bizarros.
Justo entonces, la voz de una joven llegó de la calle.
—No... que nadie lo escuche, no vayan, el Monte Yujun es un lugar muy peligroso...
Quien había hablado mientras estaba escondida en la calle principal era la chica, Xiao Ying, que estaba orando por bendiciones en el Templo de Nan Yang la noche anterior.
Cuando Xie Lian vio su rostro, pudo sentir el suya picar, y lo frotó inconscientemente.
Ese joven se puso severo cuando la vio, y la empujó.
—¿Qué hace una mujercita, interrumpiendo cuando los hombres grandes están hablando?
Xiao Ying se acobardó un poco cuando fue empujada, pero, después de reunió el valor, dijo en voz baja:
—Que nadie lo escuche. Ya sea falsificando una procesión de bodas o buscando por la montaña, ¿no están buscando sus propias muertes, haciendo algo tan peligroso?
—Bueno, no lo hagas sonar tan estupendo —el joven reprendió—. Nosotros estamos poniendo nuestras vidas en riesgo para exterminar el demonio por la gente, ¿pero qué hay de ti? Egoísta y codiciosa, negándote a actuar como una novia falsa y entrar al sedán, no tienes la mitad del valor de los ciudadanos aquí, ¿pero ahora nos estás obstruyendo? ¿Qué estás tramando?
Con cada palabra, empujaba a la chica una vez, tan fuerte que todos dentro de la tienda fruncieron el ceño. Xie Lian bajó la vista y desenvolvió la venda en su muñeca mientras escuchaba hablar al Maestro del Té.
—Ese pequeño jefe de pandilla quiso engatusar a esa chica a actuar de novia falsa antes, sus palabras tan dulces como la miel. Pero la chica se negó, así que ahora ha cambiado de cara.
En la calle, el grupo de hombres corpulentos también exclamó:
—¡Ya no te quedes ahí y bloquees nuestro camino, hazte a un lado!
Cuando Xiao Ying vio esto, su cara plana se volvió de un rojo brillante, lágrimas rodando de sus ojos.
—¿Por qué... por qué tiene que hablar así?
Ese joven continuó:
—¿Mentí? ¿No te dije que actuaras de novia falsa, pero te negaste?
Xiao Ying dijo:
—No me atreví, pero, no tuvo que cortar, cortar mi vestido...
En el momento en que mencionó esto, ese joven saltó instantáneamente como si lo hubiera pateado donde más dolía. Le apuntó a la nariz, gritando:
—¡Feo fenómeno, no calumnies a la gente aquí! ¿Yo? ¿Cortar tu vestido? ¿Me estás tratando de ciego? ¿Quién sabe si no eras tú quien quería deslumbrar a los demás y lo cortaste tú misma? Quién sabe si hay alguien que querría ver un feo rostro como el tuyo incluso con un vestido rasgado, ¡no me culpes a mí!
Nan Feng ya no pudo soportar escucharlo más, triturando la taza de té en su mano. Justo cuando estaba a punto de pararse, sin embargo, una silueta blanca pasó rápidamente por su lado. Al mismo tiempo, el pequeño jefe de pandilla por allá pudo saltar tres pies de altura[1], gritó y luego cayó sobre su trasero en el suelo, sosteniendo su cara mientras sangre se escurría de entre las aberturas de sus dedos.
Nadie en la multitud había tenido tiempo de ver qué pasó exactamente antes de que el chico estuviera ya sentado en el suelo. Primero pensaron que Xiao Ying se había vuelto loca. Mas quién habría sabido que, cuando fueron a verla, ya no pudieron hacerlo realmente porque un cultivador vestido de blanco había venido y la escudaba.
Xie Lian metió sus manos en sus mangas, sin molestarse en mirar atrás para nada, y le sonrió felizmente a Xiao Ying, doblándose ligeramente por el pecho para igualar sus ojos.
—Señorita, ¿me preguntaba si podría tener el placer de invitarla a entrar por un té?
El pequeño jefe de pandilla en el suelo estaba sintiendo un dolor agudísimo en su boca y nariz, y su cara completa estaba en agonía, como si acabara de ser azotado brutalmente por un látigo de acero. Pero este cultivador claramente no llevaba ningún arma, ni vio cómo el hombre lo había atacado o qué había usado para golpearlo.
Trastabilló para levantarse, después blandió su espada y gritó:
—¡ESTE HOMBRE USÓ MAGIA OSCURA!
Cuando el grupo de hombres corpulentos detrás de él oyó "magia oscura", todos blandieron sus espadas. Mas, inesperadamente, Nan Feng de repente golpeó con su mano desde atrás, y ¡CRAC!, un pilar chasqueó y se rompió.
Habiendo presenciado tal fuerza de los dioses, al grupo de hombres corpulentos instantáneamente se les fue el color de las caras, y temor atacó el corazón de ese pequeño jefe de pandilla. Aun así, se mantuvo terco y les gritó mientras escapaba.
—Concederé mi derrota hoy, ¿de dónde vienen, buenos hombres?, denme sus nombres, y nos encontraremos de nuevo algún día...
Nan Feng ni siquiera se molestó en responderle, pero, junto a él, Fu Yao contestó:
—Muy amable, muy amable, este es del Templo de Ju...
Nan Feng atacó con su otra mano, y esos dos comenzaron a hacer fintas[2] silenciosamente. Xie Lian quería invitar a la pequeña doncella a sentarse un poco primero, ordenar algo de fruta o lo que fuera, pero ella se fue por sí misma mientras se limpiaba las lágrimas. Mirando su espalda retirándose, suspiró, después entró solo.
Cuando entró, el Maestro del Té dijo:
—Recuerden pagar por ese pilar.
Por eso, cuando Xie Lian se sentó, se volvió hacia Nan Feng.
—Recuerda pagar por ese pilar.
Nan Feng:
—...
—Antes de eso, enfoquémonos en nuestros verdaderos negocios —dijo Xie Lian—. ¿Quién me puede prestar algo de poderes espirituales? Necesito entrar a la matriz de comunicación para verificar información.
Nan Feng alzó su mano, los dos chocaron sus manos como juramento, contándolo como crear un contrato extremadamente simple. Así, Xie Lian finalmente pudo entrar a la matriz de comunicación otra vez.
En el momento en que entró, escuchó decir a Ling Wen:
—¿Su Alteza finalmente se las ha arreglado para tomar prestado algo de poder espiritual? ¿Está yendo todo bien en el norte? ¿Los dos oficiales marciales junior que se ofrecieron voluntarios son de ayuda?
Xie Lian alzó la vista y le echó una mirada al pilar que Nan Feng rompió con su palma hace un momento. Entonces, observó a Fu Yao que actualmente estaba apoyado con sus ojos cerrados y un rostro frío y distante.
En ese momento, respondió:
—Los dos oficiales marciales junior ambos tienen sus propios méritos, y los dos son talentos que vale la pena nutrir.
Ling Wen se rio por lo bajo.
—Entonces debemos felicitar al General Nan Yang y al General Xuan Zhen. En palabras de Su Alteza, el futuro de estos oficiales marciales junior debe ser infinito, y pronto ascenderán solos.
No tomó mucho tiempo antes de que la voz de Mu Qing emergiera fríamente:
—Él no me informó de este paseo, así que déjalo ser. De cualquier modo, yo no sé nada.
_"Realmente estás vigilando la matriz de comunicación todo el día..."_, pensó Xie Lian.
—Su Alteza —dijo Ling Wen—. ¿Dónde te has asentado? El norte está gobernado por el General Pei, sus devotos son abundantes. Así que, si Su Alteza lo necesita, puede quedarse temporalmente en sus Templos de Ming Guang.
—No hay necesidad de molestarlo —contestó Xie Lian—. No encontramos ningún Templo de Ming Guang cerca, así que nos quedamos en un Templo de Nan Yang. Una pregunta rápida, Ling Wen, sobre este Novio Fantasma, ¿tiene más información?
—Sí —respondió Ling Wen—. El resultado de las evaluaciones de rango acaba de ser procesado por mi palacio. Es un Ira.
¡Un Ira!
Respecto a los monstruos, demonios y fantasmas que causaban gran alboroto dentro del reino mortal, el Palacio de Ling Wen los había categorizado basándose en sus habilidades. Los rangos eran los siguientes: Malicia, Ferocidad, Ira y Supremo.
Un "Malicia" asesinó a uno, un "Ferocidad" podría matar una secta, un "Ira" podría matar una ciudad completa. Respecto al más temible, los "Supremos", una vez uno aparece en el mundo, está destinado a traer ruina a las naciones y la gente, y llevar un completo desorden al mundo.
El Novio Fantasma que había estado refugiándose en el Monte Yujun en realidad había sido categorizado como "Ira", solo un nivel menos que ese de "Supremo". Eso significaba que nadie que lo viera podría retirarse ileso.
Por ello, después de que Xie Lian hubiera salido de la matriz de comunicación e informado a los otros dos sobre esto, Nan Feng dijo:
—¿Qué "hombre feo vendado"?, ese probablemente solo es un rumor. O vieron algo más.
—Hay otra posibilidad —afirmó Xie Lian—. Como, por ejemplo, bajo ciertas circunstancias este Novio Fantasma no causaría o no podría causar daño.
Fu Yao dijo con desaprobación:
—El Palacio de Ling Wen es tan ineficiente, tomándole tanto solo conseguir la clasificación, ¡¿cuál es el punto?!
—Al menos, tenemos un entendimiento de la fuerza del enemigo —indicó Xie Lian—. Pero ya que es un Ira, entonces el poder espiritual del Novio Fantasma debe ser fuerte, y un títere falso no lo engañaría ni un poco. Si queremos atraerlo, entonces no podemos echarle un hechizo de camuflaje a marionetas para la procesión de bodas, y tampoco podemos llevar armas. Lo más importante es, que la novia debe ser una persona viva.
—Solo encontremos una mujer de la calle para usar como carnada —dijo Fu Yao.
Nan Feng, sin embargo, rechazó la idea.
—No.
—¿Por qué no? —preguntó Fu Yao—. ¿No querrían? Entonces dales una gran suma de dinero, y aceptarán.
—Fu Yao, incluso si hay mujeres que aceptarían, es mejor si no usamos este método —afirmó Xie Lian—. Este Novio Fantasma es un Ira. Si hay algún percance, a nosotros no nos pasará nada, pero la novia será secuestrada, una señorita débil no podría escapar o defenderse, así que sería una muerte segura para ella.
—Si no podemos usar mujeres, entonces solo podemos usar hombres —marcó Fu Yao.
Nan Feng dijo:
—¿Dónde vamos a encontrar a un hombre que quiera...?
Se fue callando, y los dos se volvieron.
Xie Lian todavía estaba sentado allí, sonriendo.
—???
-
De noche, el Templo de Nan Yang.
Xie Lian salió de detrás de la parte trasera del templo, con su cabello suelto y ondeando. Los dos vigilando la entrada del templo lo miraron, y Nan Feng maldijo ahí mismo:
—¡¡¡MIERDA!!! —Después se precipitó hacia afuera.
Xie Lian se quedó sin palabras por un momento, luego dijo:
—¿Eso era necesario?
Sin importar quién lo mirara, podrían decir un vistazo que este era un hombre atractivo con cejas suaves. Pero esa era precisamente la razón por la que muchos no podrían soportar la imagen de un hombre perfectamente bueno y atractivo llevando el vestido de novia de una mujer. Nan Feng, por ejemplo, no pudo soportarlo para nada, que es el por qué su reacción fue tan extrema.
Xie Lian vio que Fu Yao seguía parado allí, escaneándolo de arriba para abajo con una mirada complicada.
Preguntó:
—¿Hay algo que desees decir?
Fu Yao asintió.
—Si fuera el Novio Fantasma y alguien me enviara a una mujer como esta...
—Aniquilarías al pueblo entero, ¿era eso? —terminó Xie Lian por él.
Fu Yao respondió frígidamente:
—No, mataría a la mujer.
Xie Lian sonrió.
—Entonces gracias a Dios que no soy una mujer.
Fu Yao dijo:
—¿Pienso que por qué no va a preguntar a la matriz de comunicación ahora a ver si hay algún oficial celestial que acepte enseñarle transformación mágica? Eso es más realista.
Ciertamente había muchos oficiales celestiales que, debido a necesidades únicas, sabían transformación mágica. Sin embargo, probablemente ya era demasiado tarde para aprender ahora. Desde el otro lado, Nan Feng llegó con un rostro grave. Estaba mucho más calmado después de haber maldecido; esa característica suya realmente era completamente igual a la del general al que servía.
Xie Lian vio que se estaba haciendo tarde, y dijo:
—Como sea, es lo mismo cuando me ponga el velo.
Estaba a punto de ponérselo cuando Fu Yao alzó la mano y lo detuvo.
—Espere, no sabe cómo ese Novio Fantasma lastima a la gente, así que, si alza el velo y se siente engañado, ¿no provocaría eso problemas innecesarios si se enfurece y causa un resultado inesperado?
Xie Lian pensó que eso tenía sentido cuando lo escuchó, pero después, cuando dio un paso, escuchó un KJJJJJ[3].
Ese vestido de bodas rojo que Fu Yao le consiguió realmente no le quedaba tan bien.
La figura de una mujer realmente era mucho más delicada. Después de que se puso el vestido, aunque su pecho estaba sorprendentemente bien, estaba severamente limitado al alzar sus brazos y elevar sus pies. Cuando el movimiento era demasiado amplio, la túnica se rasgaba. Justo cuando estaba buscando por todos lados dónde se había rasgado la tela, una voz llegó de la entrada del templo.
—Disculpen...
Los tres se fijaron en el sonido, y vieron a Xiao Ying sosteniendo una túnica blanca correctamente doblada en sus manos mientras se paraba en la entrada del templo, mirándolos con miedo.
—Recordé que fue aquí donde los conocí, así que quería venir a ver si me los encontraba de nuevo... —dijo Xiao Ying—. He lavado las ropas, las pondré aquí. Muchas gracias por lo de ayer y hoy.
Xie Lian estaba por sonreír en respuesta cuando de repente recordó su propia apariencia en ese momento, y decidió que era mejor si no hablaba para no asustarla.
Mas, inesperadamente, no solo es que Xiao Ying no estuviera asustada, sino que tomó otro paso más hacia adelante.
—¿Está...? ¿Puedo ayudarlo si quiere...?
—...No, mi señorita, por favor, no me malentienda, no tengo un pasatiempo así —explicó Xie Lian.
Xiao Ying respondió rápidamente:
—Lo sé, lo sé. Me refería a que puedo ayudarles si no les importa. Ustedes... ustedes van a atrapar al Novio Fantasma, ¿verdad?
Su voz y su expresión ambos se elevaron instantáneamente.
—Sé, sé cómo entallar ropa, tengo agujas e hilo conmigo todo el tiempo, puedo arreglar donde no le quede, incluso puedo ayudarle con el maquillaje, ¡déjeme ayudarle!
—...
Dos tiempos de incienso más tarde, Xie Lian salió una vez más de la parte trasera del templo con su cabeza baja. Esta vez, el velo de novia ya estaba en su lugar. En un principio, Nan Feng y Fu Yao habían querido echarle un vistazo, pero al final decidieron atesorar sus ojos. El sedán que llamaron ya estaba esperando en la entrada del templo, y los portadores de sedán cuidadosamente seleccionados también habían estado esperando por un largo tiempo.
Era una noche donde la luna estaba oculta, y los vientos se elevaban. Llevando el vestido de novia nuevo, así, el príncipe heredero, montó en el sedán nupcial rojo brillante.
———————————————————————————
Notas:
[1]3 pies: 0,91 metros.
[2]Hacer fintas: En este caso, se refiere a que estaban haciendo el ademán de golpearse pero sin golpearse.
[3]KJJJ: Se supone que es la onomatopeya de un rasgón, según yo.
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«Historia de la mano cortada», Wilhelm Hauff.
Nací en Constantinopla: mi padre era dragomán (intérprete) en la corte turca y además comerciaba en una escala bastante considerable con olorosas especias y sedas. Me dio una buena educación, en parte enseñándome él mismo y en parte poniéndome bajo la dirección de uno de nuestros sacerdotes. En principio me destinó a continuar con sus negocios, pero, al dar muestras de mayor capacidad de lo que había esperado, por consejo de sus amigos me orientó a la medicina, en la idea de que un médico que ha aprendido algo más que las charlatanerías habituales puede hacer fortuna en Constantinopla. Frecuentaban nuestra casa muchos francos y uno de ellos convenció a mi padre para que me permitiera viajar a su patria, a la ciudad de París, donde tales cosas se podían aprender gratuitamente y de manera inmejorable. Él mismo se ofreció a llevarme con él a su vuelta sin ningún gasto. Mi padre, que también había viajado en su juventud, accedió; el franco me dijo que en tres meses debía estar listo. Estaba fuera de mí por la alegría de ver lejanas tierras y esperaba con impaciencia el momento de embarcarnos. Por fin el franco cerró sus negocios y estuvo dispuesto para el viaje. La víspera de la partida, mi padre me llevó a su dormitorio, donde vi sobre la mesa hermosos trajes y armas. Pero sobre todo atrajo mis miradas un gran montón de oro, pues nunca había visto tanto reunido. Mi padre me abrazó y dijo:
—Mira, hijo mío, te he procurado trajes para el viaje. Estas armas son las que tu abuelo me dio cuando viajé al extranjero: ahora son tuyas. Sé que tú puedes llevarlas, pero no las uses más que cuando seas atacado: entonces te aconsejo ser valiente con ellas. Mi capital no es grande: como ves, lo he repartido en tres partes, una es tuya, otra será mi sustento y mi reserva, y la tercera será un bien intocable, porque te servirá en la hora de la necesidad.
Así habló mi anciano padre, y sus ojos se llenaron de lágrimas, tal vez por la sospecha de lo que sucedería, pues nunca volví a verlo.
El viaje transcurrió sin contratiempos y pronto llegamos a la tierra de los francos; después de seis jornadas, llegamos a la gran ciudad de París. Mi amigo franco alquiló para mí una habitación y me aconsejó que gastara juiciosamente mi capital, que en total ascendía a dos mil táleros. Tres años viví en aquella ciudad y aprendí lo que ha de saber un buen médico, pero mentiría si dijera que estuve a gusto allí, pues las costumbres de ese pueblo no me agradaron; sólo tenía unos cuantos amigos, si bien éstos eran jóvenes nobles.
La añoranza de mi patria se hizo fuerte en mí. En todo el tiempo no había noticias de mi padre y por ello aproveché una oportunidad para volver a casa.
Una embajada del país de los francos se dirigía a la Corte. Me uní a la comitiva como médico de la embajada y regresé feliz a Estambul. Encontré cerrada la casa de mi padre, y los vecinos se asombraron al verme y me dijeron que mi padre había muerto hacía dos meses. El sacerdote que me había enseñado en mi juventud me trajo la llave; solo y desamparado entré en la casa. Encontré aún todo como mi padre lo había dejado, pero faltaba el oro que prometió dejarme. Pregunté por él al sacerdote y éste se inclinó y dijo:
—Vuestro padre ha muerto como un santo, pues ha legado su oro a la Iglesia.
Esto me resultó incomprensible, pero ¿qué podía hacer? No tenía ningún testigo contra el sacerdote y aún debía alegrarme de que no hubiera considerado también como herencia la casa y las mercancías de mi padre. Ésta fue la primera desgracia que me afligió, pero desde entonces los golpes se sucedieron. Mi fama como médico no acababa de propagarse, porque me avergonzaba actuar como un pregonero de mercado y me faltaba la recomendación de mi padre, que me habría introducido entre los ricos y poderosos, que ahora ya no pensaban en el pobre Zaleuco. Tampoco las mercancías de mi padre hallaban salida, pues los clientes se habían esfumado después de su muerte y sólo poco a poco se adquieren otros nuevos. En una ocasión en que reflexionaba desconsolado sobre mi situación, recordé que entre los francos había visto hombres de mi pueblo que recorrían el país mostrando sus mercancías en los mercados de las ciudades; recordé que se les compraba con gusto, porque venían de lejanas tierras, y que en este comercio se podía ganar el cien por cien. Inmediatamente tomé la decisión. Vendí la casa de mi padre y di una parte del dinero conseguido a un amigo para que me lo guardara: con el resto compré cosas que escasean entre los francos, como chales, sedas, ungüentos y aceites; busqué lugar en un barco e inicié mi segundo viaje. Pareció como si la fortuna se me hiciera otra vez favorable en cuanto pasé el estrecho de los Dardanelos. Nuestro viaje fue corto y feliz. Atravesé ciudades grandes y pequeñas de los francos y en todas partes encontré gente dispuesta a comprar mis mercancías. Desde Estambul, mi amigo me enviaba de vez en cuando nuevas existencias y yo me hacía más rico de día en día. Cuando hube ahorrado tanto que creí poder emprender un negocio mayor, me trasladé con mis mercancías a Italia. He de reconocer que mis conocimientos de medicina me proporcionaron no pocas ganancias. Al llegar a una ciudad, anunciaba que se encontraba en la ciudad un médico griego que había curado ya a muchos; y de hecho mis bálsamos y medicinas me aportaron bastantes cequíes. Así llegué a la ciudad de Florencia, en Italia. Decidí permanecer más tiempo en esta ciudad, en parte porque me encontraba muy bien allí y en parte porque quería descansar de las fatigas de mis andanzas. Alquilé una tienda en el barrio de Santa Croce y, en una hospedería no lejana, unas hermosas habitaciones que daban a una galería. Enseguida hice circular anuncios que me dieran a conocer como médico y comerciante. Apenas había abierto mi tienda, los compradores acudieron, y aunque había puesto precios un tanto elevados, vendía más que otros por ser amable y complaciente con mis clientes. Había pasado ya cuatro días gratos en Florencia, cuando una tarde, después de haber cerrado mi tienda y revisado las existencias en mis cajas de ungüentos, como era mi costumbre, encontré un mensaje en una cajita que no recordaba haber traído. Lo abrí y encontré la siguiente invitación: «Esta noche, a las doce en punto, en el llamado Ponte Vecchio». Pensé mucho tiempo quién podía ser el que me convocaba allí, pero, como no conocía a nadie en Florencia, consideré que tal vez quisieran llevarme en secreto junto a algún enfermo, como había ya sucedido a menudo. Decidí por tanto acudir, aunque, por precaución, me ceñí el sable que mi padre me había regalado.
Cuando era ya casi la medianoche, me encaminé al Ponte Vecchio y pronto estuve allí. Lo encontré desierto y decidí esperar hasta que apareciera el que me había llamado. Era una fría noche; la luna brillaba y yo contemplaba las ondas del Amo, que resplandecían al reflejarse su luz en ellas. En las iglesias de la ciudad dieron las doce; me volví, y delante de mí se hallaba un hombre totalmente envuelto en una capa roja y con uno de sus extremos tapándole la cara.
Al principio me sobresalté un poco por su repentina aparición, pero me recobré enseguida y dije:
—Decidme qué deseáis para haberme hecho venir hasta aquí.
La capa roja se movió y dijo lentamente:
—Sígueme.
No me resultaba nada grato ir solo con el desconocido, me quedé parado y dije:
—No sin que me digáis primero adónde, querido señor; podríais mostrar vuestro rostro para que vea si tenéis buenas intenciones conmigo.
Él no pareció prestar atención:
—Si no quieres, Zaleuco, quédate —respondió continuando su marcha.
Mi cólera estalló y exclamé:
—¿Creéis que un hombre como yo permite que cualquier loco se burle de él y le haga esperar para nada en medio de la fría noche?
Le alcancé con un par de zancadas, le tiré de la capa y grité aún más alto cogiendo con la mano el sable; en la otra quedó la capa, pero el desconocido había desaparecido por la primera esquina. Mi indignación se fue aplacando: tenía además la capa, que me daría la clave de mi extraña aventura. Me la colgué y me dirigí a casa. Apenas me había alejado cien pasos, alguien pasó a mi lado y me dijo:
—Tened cuidado, conde, esta noche no se puede hacer nada.
Antes de que pudiera mirar a mi alrededor, ya había pasado el que me habló y sólo vi desaparecer una sombra entre las casas. Comprendí que sus palabras iban dirigidas al de la capa y no a mí, pero esto no arrojó ninguna luz sobre el asunto. A la mañana siguiente andaba yo reflexionando sobre qué hacer. Al principio estaba resuelto a anunciar la capa como que la había encontrado, pero el desconocido podía enviar a buscarla a un tercero y yo perdería mi conexión con el asunto. Mientras pensaba, miré la capa con más detenimiento. Era de grueso terciopelo genovés, color rojo púrpura, orlada con piel de astracán y ricamente bordada en oro. La contemplación de la lujosa capa me dio una idea que decidí poner en práctica. La llevé a mi tienda y la puse en venta, pero a un precio tan alto que estaba seguro de no hallar comprador. Mi intención era mirar bien a los ojos a quien se interesara por la piel, pues estaba seguro de reconocer entre mil la figura del desconocido, que percibí aunque fugazmente al perder su capa. Hubo muchos que se interesaron por la prenda, cuya extraordinaria belleza atraía todas las miradas, pero ninguno se parecía ni de lejos al desconocido, ni estaba dispuesto a pagar por ella el alto precio de doscientos cequíes. Me llamó la atención que, al preguntar a unos y otros si en Florencia se encontraban capas así, todos me respondían negativamente y aseguraban no haber visto jamás un trabajo tan magnífico y elegante.
Iba ya a anochecer, cuando al fin llegó un joven que había acudido otras veces y que también hoy había ofrecido mucho por la capa. Arrojó sobre la mesa una bolsa con monedas y exclamó:
—¡Dios mío, Zaleuco, tengo que conseguir tu abrigo aunque me cueste convertirme en mendigo!
Inmediatamente empezó a contar sus monedas de oro. Me vi en grave aprieto, porque sólo había expuesto la capa con objeto de atraer al desconocido, y ahora venía un joven insensato a pagar aquel precio disparatado. ¿Pero qué otro remedio me quedaba? Acepté, pensando en el otro aspecto de la situación, el de ser tan espléndidamente compensado por mi aventura nocturna. El joven se puso el abrigo y se marchó, pero en el umbral se volvió despegando un papel que estaba adherido a la capa, y me dijo tendiéndomelo:
—Aquí hay algo, Zaleuco, que no es de la capa.
Miré con indiferencia la hojita, pero vi lo que llevaba escrito: «Esta noche, a la hora que sabes, trae la capa al Ponte Vecchio: te esperan cuatrocientos cequíes». Quedé como fulminado por un rayo. ¡Así que yo mismo había echado a perder mi fortuna y había errado por completo mi blanco! Sin embargo, no lo pensé dos veces, recogí los doscientos cequíes, alcancé al comprador de la capa y le dije:
—Tomad vuestros cequíes, amigo mío, y devolvedme el abrigo: me es imposible vendéroslo.
Al principio tomó el asunto a broma, pero, al advertir que iba en serio, se encolerizó por mi pretensión, me trató de loco y finalmente llegamos a las manos. Conseguí arrebatarle la capa y ya me disponía a irme, cuando el joven llamó en su ayuda a la policía y me llevó a los tribunales. El juez estaba muy sorprendido por la acusación y adjudicó a mi contrario la capa. Pero ofrecí al joven veinte, cincuenta, ochenta, hasta cien cequíes, además de los doscientos suyos, si me entregaba la capa. Lo que no lograron mis ruegos lo consiguió el oro. Tomó mis monedas y yo me marché triunfante con la capa, exponiéndome a que en toda Florencia me tuvieran por loco. La opinión de la gente me era indiferente, sabía mejor que ellos que había ganado con el asunto.
Esperé con impaciencia la noche. A la misma hora que el día anterior me dirigí al Ponte Vecchio con la capa bajo el brazo. Al sonar la última campanada del reloj vino hacia mí la figura de la noche anterior. Sin duda era el mismo hombre.
—¿Tienes la capa? —me preguntó.
—Sí, señor —respondí yo—, pero me ha costado cien cequíes en efectivo.
—Lo sé; pero mira, aquí hay cuatrocientos.
Contó conmigo las monedas de oro: eran cuatrocientas, en efecto. Brillaban magníficas a la luz de la luna y su resplandor alegraba mi corazón, sin sospechar, ¡ay!, que ésa sería su última alegría. Metí el dinero en la bolsa; quería ver bien al desconocido benefactor, pero llevaba un antifaz detrás del cual me escrutaban agudamente unos ojos negros.
—Os agradezco vuestra bondad, señor —le dije—, pero ¿qué queréis ahora de mí? De antemano os prevengo que no puede ser nada malo.
—Preocupación innecesaria —dijo, poniéndose la capa sobre los hombros—. Necesito vuestra ayuda como médico no para un vivo, sino para un muerto.
—¿Cómo puede ser eso? —pregunté lleno de asombro.
—He venido con mi hermana de tierras lejanas —me contó haciéndome al mismo tiempo una señal para que le siguiera—. Vivía aquí con ella, en casa de un amigo de mi familia. Mi hermana murió ayer repentinamente de una enfermedad y los parientes quieren enterrarla mañana. Sin embargo, según una antigua costumbre de nuestra familia, todos han de reposar en el mausoleo del padre. Muchos de los que mueren en el extranjero, reposan allá embalsamados. A mis parientes les concedo sólo el cuerpo, pero he de llevar a mi padre al menos la cabeza de su hija para que la pueda ver siquiera una vez más.
Esta costumbre de cortar la cabeza de los seres queridos me pareció un tanto siniestra, pero no me atreví a objetar nada por miedo a ofender al desconocido. Por ello le dije que podía encargarme de embalsamar el cadáver y le pedí que me condujera junto a la fallecida. No pude resistir el deseo de preguntar por qué había de ser todo tan secreto y en medio de la noche. Me respondió que sus parientes, que consideraban cruel su propósito, se lo impedirían de día, pero, una vez cortada la cabeza, no tendrían mucho más que decir. Habría podido traerme él la cabeza, pero un sentimiento natural le impedía cortarla con sus propias manos.
Entretanto habíamos llegado a una soberbia mansión. Mi acompañante me la señaló como meta de nuestro paseo nocturno. Pasamos junto a la entrada principal y penetramos por una pequeña entrada, que el desconocido cerró cauteloso tras de sí, y subimos en la oscuridad por una estrecha escalera de caracol. Conducía a un pasillo escasamente iluminado, por el que se llegaba a una habitación que alumbraba una lámpara fijada en el techo.
En esta estancia había una cama en la que yacía el cadáver. El desconocido volvió su rostro pareciendo querer ocultar sus lágrimas. Me señaló el lecho y me ordenó cumplir mi cometido correctamente y con presteza, y se dirigió de nuevo a la puerta.
Saqué el cuchillo, que como médico llevaba siempre conmigo, y me aproximé a la cama. Sólo era visible la cabeza del cadáver, pero era tan hermosa que involuntariamente se apoderó de mí la más profunda compasión. El cabello negro se repartía en largas trenzas; tenía la cara pálida, los ojos cerrados. Primero hice un corte en la piel, al modo de los médicos cuando quieren seccionar un miembro. Tomé rápidamente mi cortante cuchillo y de un solo tajo desprendí la cabeza. Pero ¡horror!, la muerta abrió los ojos y los cerró de inmediato, pareciendo que era entonces cuando en el sollozo exhalaba su último suspiro. De la herida saltó un chorro de sangre caliente. Me convencí de que era entonces cuando yo había matado a la desdichada, pues no cabía ninguna duda de que estaba muerta, ya que no hay salvación posible de una herida así. Permanecí unos minutos en una angustiosa consideración de lo que había sucedido. ¿Me había engañado el de la capa roja, o tal vez su hermana estaba muerta sólo en apariencia? Esto último me pareció más verosímil, pero no debía decir al hermano de la difunta que tal vez un corte menos precipitado la habría despertado sin matarla, y por ello quise desprenderle por completo la cabeza; pero la moribunda gimió una vez más, se agitó por el dolor y murió. Me quedé sobrecogido y me precipité horrorizado fuera de la estancia. El corredor estaba oscuro, pues la lámpara se había apagado. No descubrí ni rastro de mi acompañante y hube de avanzar en la oscuridad guiándome por la pared para llegar a la escalera de caracol. Por fin la encontré y descendí cayendo y resbalando. Tampoco abajo había ni un alma. La puerta la encontré sólo entornada y respiré más libremente al hallarme en la calle, pues el interior de la casa me resultaba insoportable. Espoleado por el terror, corrí a mi casa y me hundí en las almohadas de mi lecho para olvidar el horror que había vivido. Pero el sueño había huido y sólo al amanecer se apoderó de mí. Me parecía probable que el hombre que me había inducido a aquel crimen atroz, que es como entonces lo consideraba, no me denunciara. Decidí dirigirme a mi tienda y continuar en mi negocio, con aspecto despreocupado en la medida de lo posible. Pero ¡ay!, sólo entonces caí en la cuenta de una circunstancia que aumentó todavía más mi preocupación. Me faltaban mi gorra y mi cinturón, así como el cuchillo, y no estaba seguro de si los había dejado en la habitación de la muerta o los había perdido en mi huida. Por desgracia, lo primero me parecía más verosímil y por tanto me podrían descubrir.
Abrí el almacén a la hora acostumbrada. Como solía hacer todas las mañanas, acudió mi vecino, que era un hombre hablador:
—¿Y qué me decís del espantoso suceso —comenzó— que ocurrió anoche?
Hice como si no supiera nada.
—¿Cómo podéis no haberos enterado, si toda la ciudad no habla de otra cosa? ¿No sabéis que esta noche ha sido asesinada Bianca, la más hermosa flor de Florencia, la hija del gobernador? ¡Ah! La vi ayer, tan feliz aún, recorrer las calles con su prometido, ya que hoy debían celebrar sus bodas.
Cada palabra de mi vecino era como un pinchazo en el corazón. ¡Y cuán a menudo se repitió mi tormento, ya que todos los clientes me contaban la historia, más espantosa cada vez, pero que en ningún caso podía decir todo el horror que yo mismo había presenciado! Alrededor de mediodía se presentó un hombre del juzgado en mi almacén y me pidió que despidiera a la gente.
—Signore Zaleuco —dijo mostrando los objetos que yo había perdido—, ¿os pertenecen estas cosas?
Consideré si no debía negarlo por completo, pero vi a través de la puerta entreabierta a mi patrón y a varios conocidos que podían testificar contra mí y decidí no empeorar más el asunto con una mentira, reconociéndome dueño de los objetos que me mostraban.
El alguacil me ordenó seguirle y me condujo a un gran edificio, que pronto reconocí como la cárcel. Allí se me asignó por el momento una celda.
Mi situación me pareció desesperada cuando, al quedarme solo, me puse a reflexionar. Una y otra vez me venía la idea de haber cometido un asesinato, aunque involuntario. Tampoco podía engañarme: el brillo del oro me había deslumbrado, porque en caso contrario no habría caído tan fácilmente en la trampa. Dos horas después me sacaron de la celda. Descendimos varias escaleras y llegué a una gran sala. En torno a una mesa larga, cubierta con un paño negro, estaban sentados doce hombres, en su mayoría ancianos. A los lados de la sala había bancos ocupados por los próceres de Florencia; en las galerías que se hallaban en la parte alta se apiñaban los espectadores. Cuando llegué ante la mesa negra, se levantó un hombre de aspecto abatido y sombrío, el gobernador. Dijo a los reunidos que, siendo el padre, no quería ser juez en este asunto y que en esta ocasión cedería su lugar al más anciano de los senadores. Era éste un anciano de noventa años por lo menos; caminaba encorvado, y sus sienes estaban orladas de escasos cabellos blancos; pero sus ojos brillaban todavía llenos de viveza y su voz era fuerte y segura. Comenzó preguntándome si me confesaba culpable del crimen. Pedí la palabra y relaté sereno y con voz clara lo que había hecho y lo que sabía. Observé que, mientras hablaba, el gobernador tan pronto empalidecía como enrojecía y, cuando terminé, exclamó encolerizado:
—¡Ah, miserable! ¿Conque quieres cargar sobre otro un crimen que has cometido por codicia?
El senador le censuró la interrupción, ya que había renunciado voluntariamente a su derecho y tampoco estaba probado que yo hubiera cometido un delito por codicia, pues, según su propia afirmación, no le habían robado nada a la difunta. Continuó diciendo que debía informar sobre la vida que había llevado su hija, pues sólo así podía averiguarse si yo había dicho la verdad o no. Después levantó la sesión por ese día para, según dijo, investigar en los papeles de la joven que el gobernador iba a entregarle. Me devolvieron a mi celda, donde pasé un día triste con el ardiente deseo de que se pudiera descubrir alguna relación entre la muerta y el hombre de la capa roja. Al día siguiente entré en la sala del tribunal lleno de esperanza. Había varias cartas sobre la mesa; el viejo senador me preguntó si la letra era mía. Las miré y encontré que debían ser de la misma mano que los dos mensajes que yo había conservado. Así se lo manifesté a los senadores, pero no parecieron prestar atención y respondieron que yo mismo podía haberlos escrito y así habría sido, puesto que la firma de las cartas era evidentemente una Z, la inicial de mi nombre. Las cartas contenían amenazas a la muerta por el matrimonio que quería contraer.
Parecía que el gobernador les había proporcionado informaciones particulares en relación con mi persona, pues ese día se me trató con más desconfianza y severidad. Para justificarme, me referí a los papeles, que debían hallarse en mi habitación, pero se me dijo que los habían buscado y no habían encontrado nada. Así se desvaneció toda esperanza para mí y, cuando al tercer día fui conducido a la sala, me leyeron la sentencia: probado que había cometido el crimen de que se me acusaba, era condenado a muerte. A eso había llegado: abandonado por todo lo que en la tierra me era aún querido, lejos de mi patria, debía ser ajusticiado a pesar de ser inocente y estar en la flor de mi juventud.
En la tarde de aquel día aciago en que se había decidido mi destino, estaba sentado en mi celda solitaria, desvanecidas mis esperanzas y con mis pensamientos dirigidos a la muerte, cuando inesperadamente se abrió la puerta y entró un hombre que me contempló largo rato en silencio.
—Así que te vuelvo a encontrar, Zaleuco —dijo.
Al débil resplandor de mi lámpara no le había reconocido, pero el sonido de su voz despertó en mí viejos recuerdos: era Valetty, uno de los pocos amigos que hice en la ciudad de París cuando estudiaba allí. Dijo que casualmente había venido a Florencia, donde vivía su padre, hombre respetado, y había oído mi historia, por lo que había venido para verme una vez más y oír directamente de mí cómo había podido ponerme en tan tremenda situación. Le conté toda la historia. Pareció muy asombrado y me exhortó a confesarle todo a él, a mi único amigo, y a no morir con una mentira sobre mi conciencia. Le juré con la mayor solemnidad que había dicho la verdad y que no pesaba sobre mí más culpa que la de, cegado por el brillo del oro, no haber reconocido la falsedad del relato del desconocido.
—¿Así es que no conocías a Bianca? —me preguntó.
Le aseguré que jamás la había visto. Valetty me contó entonces que había en el asunto un grave secreto, que el gobernador había precipitado mi juicio y se había extendido entre la gente el rumor de que yo conocía a Bianca hacía tiempo y que, para vengarme de su matrimonio con otro, la había asesinado. Le hice observar que todo esto cuadraba bien al poseedor de la capa roja, pero que su participación en el hecho no podía probarse con nada. Valetty me abrazó llorando y me prometió hacer todo lo posible al menos para salvar mi vida. Tenía poca esperanza, pero sabía que Valetty era un hombre sabio y conocedor de las leyes y que haría lo que fuera por salvarme. Pasé dos largos días en la incertidumbre, al cabo de los cuales apareció Valetty.
—Traigo un consuelo, aunque doloroso. Vivirás y quedarás libre, pero perderás una mano.
Conmovido, di las gracias a mi amigo. Éste me explicó que el gobernador se había mostrado implacable en cuanto a investigar otra vez el asunto, pero que finalmente había concedido, para no parecer injusto, que, si en los libros de la historia de Florencia se hallaba un caso semejante al mío, mi pena se ajustaría a la que allí se impusiera. Su padre y él habían buscado día y noche en los viejos libros y habían terminado por encontrar un caso muy parecido al mío. La sentencia era que al culpable se le cortaría la mano izquierda, se le requisarían sus bienes y sería desterrado para siempre. Así era también mi condena y debía por tanto prepararme para la dolorosa hora que me esperaba. No quiero hablaros de esos terribles momentos, en que, en medio de la plaza del mercado, puse mi mano para recibir el tajo, y mi propia sangre se derramó abundantemente sobre mí.
Valetty me acogió en su casa hasta que estuve restablecido y luego me surtió generosamente de dinero para el viaje, ya que todo lo que con tanto esfuerzo había conseguido quedó en poder del juzgado. Viajé de Florencia a Sicilia y de allí a Constantinopla en el primer barco que encontré. Mi esperanza estaba en la suma que había entregado a mi amigo, al que también pedí que me alojara en su casa. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando éste me preguntó por qué no me instalaba en mi casa. Me dijo que un extranjero había comprado una casa a nombre mío en el barrio de los griegos, diciendo al vecino que yo llegaría pronto. Inmediatamente me dirigí allí con mi amigo y fui recibido con alegría por todos mis vecinos. Un viejo mercader me entregó una carta que había dejado para mí el hombre que compró la casa.
La carta decía así:
Zaleuco:
Hay dos manos dispuestas a hacer que tú no sientas la pérdida de una. La casa que ves y todo lo que hay dentro es tuyo, y todos los años se te entregará lo suficiente para que te cuentes entre los ricos de tus conciudadanos. ¡Ojalá puedas perdonar a quien es más desgraciado que tú!
Podía suponer quién lo había escrito, pero además el mercader respondió a mis preguntas que había sido un hombre que le pareció un franco, vestido con una capa roja. A decir verdad, sabía de sobra que el desconocido no estaba desprovisto de algún noble propósito. En mi nueva casa encontré todo dispuesto de la mejor manera posible y un almacén con mejor mercancía de la que yo nunca había tenido. Diez años han pasado desde entonces; más por la vieja costumbre que por necesidad, continuó mi comercio, pero nunca he vuelto a ver aquella tierra en la que fui tan desgraciado. Desde entonces recibo cada año mil monedas de oro, pero, aunque me complace saber noble a aquel desdichado, no puede el dinero redimir el dolor de mi corazón, pues vive eternamente en mí la espantosa imagen de Bianca muerta.
Autor: Wilhelm Hauff
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cronicasdelhuesped · 5 years
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Hoy resucitó un dolor maldito. Te vi cruzando la calle, tranquilo, sin prisa. Apenas nos separó el aliento, busqué tu mirada. Casi probé tus caricias. Volteaste el rostro, ella se acercó suavemente, tejió sus dedos entre tus manos y una sonrisa en común brilló. Retrocedí nerviosa. Mi mente voló a otra fecha: la misma calle, la misma hora… Tu, yo. Ella al acecho. Alucinaron mis ojos, recordé cuando eras buitre volando en círculos de aurora tras mi negra cabellera. Volví a sentir el fuego de tu sable y tu boca hurgando en mi boca. El llanto reventó en mi cara, congeló mi sangre. Se entumieron mis manos… Tu, ella. Yo en el olvido. Me di la vuelta, caminé con prisa. vomité tu nombre en la siguiente esquina.
Resucitado recuerdo, Lina Zerón.
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ninidreamworlds · 5 years
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general hux enamorado
todo empezo con un susurro, empezaron a oirse rumores por toda la nave sobre una chica de jakku, una joven chatarrera que por la casuadilad de la vida, se habia topado con un droide que buscaba la primera orden, y por supuesto yo estaba enterado, habia hablado directamente con el lider smoke, y necesitabamos conseguir el droide y tambien a la chica por si sabia algo mas, kylo ren era el encargado de encontrarla, y por supuesto dio con ella aunque no con el droide, pero ella sabia algo y era valiosa, llego a la nave y yo predispuse todo, kylo ren la llevaba dormida bajo un efecto sith, ella era tan joven, tan delgada, y iba tapada con unos arapos del desierto, aunque su cara angelical, y su pelo en tres moños castaños la hacian resplandecer, tenia una luz interior que brillaba por si sola, me impacto, aqui entre tanta oscuridad, hacia años que apenas salia al exterior, aqui enclaustrado en la nave de ebano, mi corazon se habia enegrecido, pero llego ella , la famosa chatarrera y me abrio el corazon y la luz a la vida, estuve espiando a kylo ren, y vi como la trataba con delicadeza, la puso en el interrogatorio de la nave sin dañarla ni rozarla , se me paso por la cabeza que quizas tb le habia pasado igual que a mi, le habia inundado la luz de su sencillez y su belleza, un alma pura y limpia, no corrompida por las ordenes ni los bandos, libre en un desierto, entonces me entraron celos, no se porque motivo, kylo ren siempre conseguia todo, era el favorito del lider snoke, y yo solo era un general pelirrojo de la primera orden, tenia un rango alto y era temido, pero no amado, aunque kylo ren tampoco era amado, la gente huia de el, tenia un caracter fuerte, y de vez en cuando le  daban ataques de ira y destrozaba todo a su paso, era un tipo dificil, pero yo tenia que trabajar con el , asi me lo habia pedido el lider supremo, y aunque no me gustaba nada, teniamos que hacerlo, pero lo de la chatarrera me habia dejado tocado, ella me encantaba, pero sabia que jamas se fijaria en mi, y mucho menos amarme, pero kylo ren era una persona alta, joven atractivo, con carisma, y podia intentar embaucarla y engañarla para su interes personal, cuando vi que despertaba me escondi, y escuche y vi la conversacion desde la retaguardia, ella tenia poder pues kylo ren no consiguio meterse en su mente y sin embargo ella si, aparte ella engaño a un soldado de asalto para poderse escapar, yo no dije nada, no queria que estuviera con aquel monstruo encerrada, asi que la segui en su fuga, se movia tan agilmente, era tan guapa, y tenia esa mirada salvaje y sincera, inteligente y astuta, pero sin maldad, sin odio, sin presiones, creo que ella era lo que yo estaba anhelando, estaba cansado de la presion y de la carga de mi puesto, del estress y de no ser como yo era, estaba atado, y todo por culpa de meterme en la primera orden, estaba atado como un perro a su cadena, y ademas el lider snoke, era un lider cruel y sin piedad, estaba encerrado en un infierno del que queria salir, pero no era posible, solo mi sueño, la chica del desierto, iba a conseguir salir de mi prision, y me di cuenta de que la envidiaba y a la vez la amaba, era todo lo que siempre me hubiera gustado de una mujer, ella era mi sueño no realizado, y por encima de todo , ya que no iba a estar conmigo, queria que fuera libre, que se marcha de este horror, despues le perdi la pista, y lo siguiente fue un caos, tuvimos que abandonar la base, y yo tuve que recoger a kylo ren que estaba herido, cogi mi nave y nos alejamos de alli justo cuando empezaba a desmoronarse todo, el tenia una herida muy fea desde la cara a mitad del pecho, bajandole por el cuello, era una herida de sable laser ya que la carne estaba abierta y quemada pero no sangraba, le comente que habia pasado, y empezo a contarme la lucha con el soldado de asalto que habia escapado, con la chica y el sable laser, lo de han solo y el disparo de chewabacca el wokie amigo de su padre, me conto con detalle el duelo con la chica, lo sorprendido que estuvo de como lucho, y note que la admiraba, el intento sacar su odio, pero yo lo vi claro, esa chica tb le gustaba, mi odio hacia el fue mayor, pero tenia que disimularlo, ya que era un amor imposible, pero me molestaba mucho que kylo sintiera lo mismo, ojala que no se fuera con el, pero el destino es caprichoso, yo siempre que estuviera en mis manos la iba a salvar.
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Crónicas Imperiales: El Legado Oculto - Capítulo Uno
–Vaya estupidez de viaje–, pensé mientras el piloto nos avisaba que habíamos entrado a la superficie del planeta.
Si se preguntan quién soy, mi nombre es Kyle Van Hyden, y soy el actual príncipe y futuro heredero al trono del Imperio Veraliano, y debo de decir que las misiones diplomáticas siempre me han parecido molestas e innecesarias. Ir de planeta en planeta para simplemente sonreír de manera forzada y soltar cientos de mentiras mientras adulas al o a los gobernantes del lugar, todo eso para esperar que no se unan a ninguna revolución en contra de tu padre.
–Qué idea más estúpida–, me decía a si mismo cada vez que la idea de una revolución se me cruzaba por la cabeza. ¿Quién sería tan tonto como para desafiar al imperio más poderoso en toda la galaxia?
–Solo un idiota suicida–, pensaba y aquel pensamiento desaparecía al mismo tiempo que la aeronave diplomática entraba a la se acercaba al puerto espacial de Valoch, un planeta selvático escondido en el rincón más apartado de la galaxia. No entendía para que necesitábamos mejorar nuestras relaciones con ellos. Los informes tampoco hacían que mi interés aumentara. No contenían ningún recurso que el imperio no tuviera, ni concedía alguna ventaja estratégica. Ni siquiera poseía ejército alguno. El planeta era totalmente inservible.
–Deyna, ¿quieres decirme por qué estamos en este planeta abandonado por la mano de los Conquistadores? –, le pregunté a mi escolta, quien se encontraba en frente mío arreglándose sus pistolas giratorias y sable de combate. Al escuchar mi pregunta me miró como si fuera la centésima vez que preguntara. Pff, tan solo era la décima vez (creo).
Deyna Fallstone era mi escolta personal. La conocía desde que tenía diez años. A primera vista, no parecía muy peligrosa, sobre todo con sus trenzas y semblante tranquilo, pero con el tiempo aprendí que un aspecto así no debía de ser subestimado. Sobre todo, después de aquel incidente en Craguiz, hace ya cinco años.
A diferencia mía, quien tenía una tez un tanto morena y pelo castaño (rasgos comunes entre la realeza veraliana), Deyna poseía una piel blanca y su pelo era de un rojo intenso. Eso hacía que su aspecto fuera aún más de temer, sumándose a la imponencia que entrega su armadura.
Las armaduras imperiales consistían en un par de hombreras azules y una armadura de color negro. Dependiendo del rango asignado, el triángulo que se encontraba en el pecho izquierdo de la armadura tenía un color distinto. En el caso de Deyna, el triángulo era de color añil, dando a conocer su rango de escolta real.
–Usted, como príncipe, debe de asegurar que todos los planetas que se encuentren bajo el gobierno del Imperio Veraliano tengan una buena relación con este. No podemos arriesgarnos a otra revolución.
–¿Otra?
–La Guerra Carmesí. ¿Ha estado prestando atención a sus clases de historia?
–Ah, eso. Ni tú ni yo habíamos nacido para esa época, Deyna. Mi madre recién había iniciado sus deberes reales como princesa.
–Eso no significa que no pueda haber ocurrir otra vez. Ya sabe, “aquel que no aprende de sus errores…”
–“…está condenado a repetirlos”. Lo sé, Deyna. ¿Me puedes decir de donde sacaste esa estúpida frase? La has estado repitiendo desde que te asignaron como mi escolta.
Deyna soltó una pequeña risa y le contestó.
–De un texto que se encontró en los archivos de una de las ruinas de un planeta en el cuadrante Orson, su majestad.
–Deberías pasar menos tiempo en esos archivos. Te están convirtiendo en una sabionda. Además, casi ni queda rastro alguno de lo que fue esa antigua civilización.
–Eso no significa que no podamos aprender de ellos.
Di un suspiro y decidí terminar esa conversación ahí.
Pareció lo mejor, ya que después entró uno de los pilotos de la nave avisándonos que ya habíamos aterrizado.
La nave llevaba una pequeña tripulación. Aparte de mi escolta, tan solo me acompañaban dos pilotos y dos guardias reales. Estos dos últimos ya se encontraban afuera cuando yo y Deyna salimos de la nave. Ambos tenían sus armaduras negras, con el triángulo amarillo que daba a conocer su rango de guardias reales.
–Supongo que leyó sobre las costumbres del planeta, mi señor.
–Por supuesto que sí, Deyna–. De hecho… Nope. No lo hice.
Deyna se me quedó mirando fijamente con enorme sospecha en sus ojos, sin decir nada.
–Ok, tan solo llegué hasta la mitad del informe cultural del planeta.
Deyna siguió sin cambiar su expresión. Sabía que estaba mintiendo.
–¡Ok, por los Conquistadores! ¡Deja de mirarme así! No he leído el informe cultural del planeta.
Deyna cambio su expresión de sospecha a una de enojo.
–¡Se supone que deberías de haberlo hecho! ¡Se encuentra en una misión diplomática con una cultura totalmente distinta a la nuestra!
Kyle se limitó a encogerse de hombros.
–No veo la necesidad. Hasta donde yo sé, yo soy su futuro gobernante.
–¡Agh! Bien, fíjese en lo que yo haga y tal vez no causemos una declaración de guerra.
–Ok–, respondió sin prestarle mucha atención.
Entonces, un hombre de piel azul y pelo amarillo chillón apareció por la puerta.
–¡Príncipe Van Hyden! –, exclamó el hombre. –Es un honor recibirlo. Permítame presentarme, mi nombre Erikson Kirgeril, embajador del Imperio aquí en Valoch.
–Un placer conocerlo, Embajador. Mi nombre es Deyna Fallstone, escolta personal del príncipe Van Hyden. Supongo que usted será nuestro guía en el planeta, ¿cierto?
–Así es. Es mejor que nos vayamos yendo–, dijo caminando hacia la puerta por la que entró, haciéndoles señas para que lo siguieran.
–Ferrus, quédate aquí resguardando la nave. Lexis, ven con nosotros–, le ordenó Deyna a los guardias, quienes obedecieron sin rechistar. Entonces los tres procedimos a seguir al embajador.
–Desde su reciente ascenso al trono, el gobernador Hilboc está ansioso por conocerlo, su majestad. Supongo que leyó el informe cultural que hablaba sobre las tradiciones del planeta, ¿cierto? –, dijo el embajador mientras caminábamos por el pasillo.
–Por supuesto. No queremos causar ningún incidente, ¿verdad, Deyna? –, respondí, mientras le golpeaba con mi hombro a Deyna. Esto me consiguió una mirada de reprimenda, a la cual respondí con una sonrisa, haciendo que ésta volteara sus ojos.
Los cuatro continuamos nuestro camino hasta a llegar a lo que parecía una especie de estación de tren. En esta estaba detenido un tren bastante grande, supuse que contaba con unos diez u once vagones.
–Iremos al palacio de gobierno a través de la línea de tren.
–¿Me estás diciendo que hemos de viajar en un servicio público? –, pregunté, indignado. Me rehusaba a transportarme de una manera tan despreciable. El vagón ni siquiera se había abierto y ya podía oler la putrefacción.
Al parecer, el embajador se percató de mi inconformidad.
–¡Por supuesto que no, su majestad! Este es un servicio privado, usado exclusivamente por los miembros del gobierno, y por supuesto, de la realeza.
Dicho eso, las compuertas del vagón del medio se abrieron y me di cuenta de que había varias personas armadas a bordo de este. Todos usaban la misma armadura gris y cascos rojos que les cubrían las caras, así que supuse que era seguridad del planeta. No dudé en expresar que me parecía innecesaria. Nunca fui muy fanático a viajar en espacios cerrados con tanta gente acumulada.
–¿Tanta seguridad es necesaria? –, pregunté.
–Valoch es un lugar muy peligroso, su majestad. De hecho, esto me parece muy poca seguridad.
–¡No me diga que usted cree en los mitos de la “Incidencia”! ¡Todo el mundo que esa historia fue inventada por los prisioneros de guerra durante el gobierno de mi abuelo! –, exclamé. No podía creer que aun hubiera gente que aun creyera esas estupideces.
–Es mejor prevenir que curar, su majestad. Exista o no la “Incidencia”, no queremos arriesgarnos. Por favor suba–, dijo el embajador.
Miré a Deyna, quien me asintió, dando a entender que era seguro. Suspiré y entre al vagón. Si hay alguien en quien confió, es en Deyna.
 Servicio privado mi abuela. Si esto era lo que usaban las autoridades del planeta, no me quiero imaginar lo que use la gente común. En cierto modo, me alivia saber que podría ser peor. Por otro lado, había estado mirando a ese marlov pegado en el techo y no se ha movido ni un poco en los veinte minutos que llevamos de viaje. Empiezo a dudar de que esté vivo.
El resto del vagón no es ninguna excepción. Creo haber visto a un guardia meterse el dedo a la nariz para luego chupárselo. Repetidas veces.
A mi guardia real (¿Cuál era su nombre? ¿Alex?) tampoco parecía gustarle mucho el ambiente, ya que había vomitado cinco veces durante el transcurso del viaje. Por suerte, Deyna había traído un paquete de bolsas de emergencia para que la chica vomitara. Pero lo malo es que ya se habían acabado y la guardia parecía con ganas de ir por una sexta.
Entonces algo llamó la atención de Deyna.
–¿Sucede algo?
–Vi algo en la ventana. Quédate donde estas–, dijo con un tono que mezclaba seriedad y preocupación. Al ver su expresión, supe que hablaba en serio.
Entonces algo golpeó el vagón. La sacudida me hizo caerme de mi asiento.
–¡¿Qué fue eso?! –, exclamó Deyna. Entonces el vagón se volvió a sacudir. Todos los guardias del tren se pusieron en modo de alerta. Hasta mi guardia real pareció recapacitar.
El embajador se levantó de su asiento y se acercó a una consola de comunicación que había en la pared.
–Vagón frontal, este es el vagón central, respondan. ¿Qué es lo sucede?
–Algo se ancló al tren, señor embajador. Parece ser una especia de aeronave. Espere, ¡algo está haciendo un agujero en el techo! ¡Parece que va a entrar! ¡Cuida-...! –. La comunicación se cortó y lo siguiente que escuchamos fue un grito proveniente de más adelante.
Otra voz empezó a hablar por la consola.
–Vagón central, aquí el vagón trasero, ¿están ahí? Algo se acopló a nuestro techo y el vagón frontal no responde. Esperen, algo acaba de hacer un agujero en el techo. ¿Eso es...? ¡Arrg-...!
Y volvió a reinar el silencio. Fue el inesperado frenazo del tren lo que nos hizo espabilar, a lo que Deyna sacó sus pistolas y empezó a dar órdenes a diestra y siniestra.
–¡Quiero guardias tanto en la puerta delantera como en la trasera! ¡Su majestad, levántese del suelo y quédese a mi lado! ¡Lexis (Ahh, ¡conque así se llamaba!), encárgate del embajador! ¡No podemos dejar que se acerquen al príncipe!
Una tercera voz habló por el comunicador, pero no creía que fuera parte de la seguridad del tren.
–Escuchen atentamente. No queremos lastimar a nadie. Se encuentran rodeados por la Incidencia. Ríndanse antes de que la situación se vuelva peor.
Deyna se acercó al comunicador y respondió de muy mala manera.
–Escúchame bien, idiota. Si crees que nos rendiremos así de fácil, te equivocas. No nos dan miedo–, dijo para luego dispararle a la consola. No creo que nadie más fuera a hablar por ahí.
¿Honestamente? Deyna estaba un poco equivocada. Se podría decir que si tenía un poco de miedo. Ok, tal vez tenía bastante miedo. O sea, no todos los días te intentaba secuestrar una célula terrorista la cual creías inexistente. Creo que tengo mis justificaciones para tener miedo.
–Embajador, ¿cuánto cree usted que se tarden en llegar? –, preguntó mi escolta.
–Bueno, hay aproximadamente diez guardias en cada vagón. Y son de lo mejor que hay en todo Valoch. Deberían tardarse lo suyo.
–Mmm. Lexis, contacta con la nave diplomática y diles que tenemos una situación de emergencia nivel 5.
–¿Les digo que contacten con el Imperio?
–No. Es mejor no exagerar la situación, tan solo diles que estén alerta. ¿Quién está al mando en este lugar?
–Ese sería yo–, dijo uno de los guardias. –Capitán Leon Maverick a su servicio, madame.
–Necesito que contacte refuerzos. Necesitamos una extracción, de inmediato.
El capitán asintió y volvió con el resto de los guardias.
Entonces empezamos a escuchar gritos provenientes de adelante y de atrás. Se estaban acercando.
–¡Dijiste que se tardarían los suyo, embajador! –, exclamé.
–¡Son los mejores guardias en todo Valoch! ¡O al menos eso se supone!
–¡Pues parece que se equivocaron y mandaron a lo peor de este planeta a protegerme!
–¡Posiciones! –, exclamó Deyna, a lo que yo me escondí a su lado. ¿No quiero que me secuestren, ok?
Y entonces, ambas puertas, la de adelante y la de atrás, salieron volando.
–¡Están aquí! –, escuché a alguien decir.
Lo siguiente que escuché fueron disparos y gritos que parecían provenir de todas partes. Lo más extraño que escuche fue a alguien decir:
–¡Recuerden! ¡Sin asesinatos!
Me lancé a los pies de Deyna para evitar el fuego cruzado.
Enfrente mío vi a caer alguien que vestía una especie de mascara. No era un casco de combate, más bien, parecía más bien una especie de máscara ceremonial (soy de la realeza, así que soy un tanto experto en ese tema). Estuve a punto de avisarle a Deyna, pero me di cuenta de que tenía todo el pecho destrozado.
Estaba muerto.
Tenía un cadáver en frente mío.
Y como todo ser viviente con algo de sentido común que ve un cadáver por primera vez en su vida, procedí a vomitar.
El problema es que vomité en los pies de Deyna.
–Pero ¿qué…? –, dijo ella para luego recibir un disparo en la nuca. No pareció matarle, ya que su cabeza seguía en su lugar al golpear el suelo.
Entonces alguien me agarró del cuello de mi chaqueta y exclamó:
–¡Tengo al príncipe! –, y luego perdí la conciencia.
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loveyouressence · 4 years
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El Dominio II
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Días de función antes que la razón, él se ahogaba bajo el amparo del entrenamiento para olvidar aquello que le conducía al recordatorio de su oscura fase, si a algún ser de mediano juicio se le ofreciera dirigir la palabra a aquel sujeto, tendría que hacerlo en medio de sudor, sangre y lucha, más allá del área de enfrentamiento no se tenía siquiera certeza de su aun latente palpitar. Se manifestaba el alba por encima de los árboles, el viento frío se distribuía a través de cada superficie labrada por la naturaleza, el corte audaz de su katana contra las hojas producía la efímera aglomeración de corpúsculos sobre la tierra, el sudor se agrupaba bajo las capas compuestas por su uniforme umbra, adaptando su figura a la dinámica que éste exigía al conducirse para aportar en la pelea. En algún punto no se permitió medir la incidencia de su arma contra el árbol, probablemente los Teram le lincharían de encontrarle empleando como compañero de lucha a aquel grueso tronco ajeno a su necesidad, como si éste finalmente hubiera reunido las fuerzas para responder, el rebote de la hoja sobre la espesura provocó que el filo se echase hacia atrás, provocando que éste inclinase por completo su anatomía antes de recibir un corte seco en el cuello, ¿Suicidio accidental? “¡Torpe, sangre!” —Calla, Simio, lo sé. El tenebris soltó un taco al elevar su diestra y percibir la sangre sobre su piel, una herida apenas superficial. Cualquiera que se atreviere a allanar en aquellas horas podría llegar a pensar que el Umbra había despertado con anticipado apresuramiento para someterse a la práctica, lo cierto es que ni siquiera se había permitido cerrar los ojos, había amanecido en el bosque, la oscuridad ayudándole y sus sombras alimentándose con la baja incidencia del astro sobre su cuerpo. ¿Quién sería tan chalado como para permitirse una lucha entre conversación con el hombre?
Era un secreto a voces el esfuerzo que los elegidos debían poner en su empeño por evolucionar; era un secreto a voces lo mucho que el caballero de la noche podía llega a entrenar. La noche anterior, cobijado por la penumbra lo vi partir del castillo cargado de armamento, no debía ser una genio para el saber que destino iba a tomar, mas en ese momento no lo seguí, emplee con sabiduría mi tiempo. Acomodé mis ropas, programé la alarma y en los brazos de Morfeo me dediqué a descansar. Fueron las cuatro horas mejor invertidas pues desperté antes de que el sonido del agudo timbre el silencio de la habitación pudiese perturbar. Metí comida, fruta, agua en cantidad en una mochila que sobre mi hombro fue a descansar. Vestía el rojo y el blanco de la nación de la luz, mas el arma de mis ancestros no fui a tomar, simplemente encendí la lámpara de noche y en el halo que formaba me zambullí sin dudar. Imutable emergí fuera de la academia, justo donde las últimas farolas marcaban la frontera con el bosque, ahora solo debía sentir su palpitar para dar con el umbra que deseaba encontrar. No fue necesaria demasiada búsqueda, mi caballero se encontraba en el lugar que pactábamos siempre para entrenar, un claro alejado de la mirada pero accesible para quienes el conocimiento de su presencia tuvieran en cuenta. Silencio, casi no respiré tratando de esconder mi esencia, casi saltando en el tiempo al pasado en el primer entrenamiento que tuve con él. La fatídica nostalgia se animo a emerger de mi, mas al sonrisa contuve para reemplazarla por la decisión que me llevaba. Dediqué al menos media hora a observar sus movimientos, yo no era experta en el arte del sable, pero por los años practicando artes marciales algo había podido asimilar; lancé mi mochila, tomé una rama caída, bastante recta de un metro de largo, y la embebí en mi luz para recubrirla, broma o no, aquello parecía un sable de luz que brillaba en tono azulado delatando mi nivel de poderío- Ey -Avancé, sin presentaciones o protocolos, con mi mano derecha por encima de la siniestra que al final de la rama se sujetaba. La primera daba la fuerza, la segunda la dirección, con la punta en perspectiva apuntando al rostro de Ivar, el cuerpo levemente rebatido hacia adelante, la pierna derecha con un paso adelantado, la izquierda a la distancia de un poco más de un puño, las rodillas semi flexionadas y los codos en un talante similar casi formando una circunferencia entre ellos y mi torso acomodado a 45°, estaba lista para pelear- Dame una estocada -
Él no era bueno con los números, no con la pericia de un matemático, pero ciertamente era consciente de los metros de distancia entre sus cuerpos con una precisión inhumana, produjo un leve siseo en cuanto la presencia de la mujer se desató sobre el viento, trasladándose armoniosa hacia sus fosas nasales, ¿Cómo no iba a sentirle? Si su aroma inconfundible pronosticaba su cercanía antes de que siquiera pisara el sitio. Aun así dibujó el trazo de su filo sobre el viento y produjo la magnitud de minutos transformados en media hora de movimiento sin reposo, a estas alturas el mango se postraba ante el dominio del Umbra, y mientras su sombra le gritaba contra los tímpanos que era tiempo de descanso, él sabía que su cuerpo podría aguantar un poco más, hasta el límite, o hasta que el azote de quien se sumaba a la práctica cayese contra sus hombros, sólo en ella radicaba la habilidad de domar a aquel monstruo, y cuando ésta hubo demandado una ejecución, él no vaciló, no por su mérito a la obediencia, sino por una razón simple y lógica que completaba el cuadro de seguridad, si aquella mujer era la única responsable de su control, entonces su poder y técnica tenían que aumentar en igual magnitud o mayor, conocer sus movimientos, su ritmo. Contrario a lo demandado, él se abalanzó hacia el frente con el arma sujeta por encima de su hombro, sus brazos rectos y sus piernas separadas con el impulso correcto para provocar un corte cruzado descendente, con fuerza, presión, sin la cortesía característica en su trato y con la ayuda de la corriente del viento en su coordinación. —El siguiente periodo será más difícil, seré más fuerte, más astuto, probablemente use armas de filo, y no existirán reglas, demandas o pausas. —espetó tras el golpe, sus ojos entrecerrándose en una fina línea concentrada en las orbes de la dama a su frente, tan cercano a su posición que podía medir su ritmo respiratorio con la eficacia de un reloj, y la fuerza puesta en sus brazos ejercía el empuje hacia ella.   —Si necesita dañarme, hágalo, si tiene que dejarme moribundo, ejecútelo.
Mis pupilas se dilataron, lo vi allí, con su energía mermando, luchando por terquedad extrema, pero el pronunciar aquello era tabú, ambos conocíamos los límites del otro, qué lo provocaba, qué encendía su alma y qué encordonaba nuestras entrañas. Mis labios se cerraron, presionaron entre si y no esperé demasiado al desenlace de la petición dada a mi caballero. Reacción milimétrica ejecuté, la punta del sable hacia la derecha, donde el golpe descendente se dirigía; La empuñadura a la altura de mi cabeza, cubriendo el golpe con un bloqueo superior, acondicionando la pendiente del sable hacia abajo sin mantenerlo recto por la primordial necesidad de desviar la energía del golpe. Sentí la presión, la fuerza de mi caballero que hacía temblar mis brazos, pero como era de su conocimiento, yo no era una mujer cobarde; Eso me agradaba de entrenar con Ivar. Se hizo uno en la cercanía, entintado de la fuerza de la guerra, embriagándome del jazmín que era medicina y problemas en una sola fragancia. Nuestras miradas se encontraron en un contexto diferente, en una charla de espadas que nunca habíamos experimentado, por ello comprendía la importancia de sus palabras para que no se repitiese el canto de la última noche en que la luna sopesó su venganza. Por mi posición, yo tenía la ventaja, Abrí un paso de mi pie izquierdo a 45°, me acerqué a su cuerpo y aprovechando la cuasi distracción a pesar de no perder la tensión, me guié por la fuerza del mismo caballero para la siguiente jugada. Un segundo fue en el que el filo de la improvisada espada aprovechó la posición de sus brazos para llegar hasta su pecho, la luz disminuyó su potencia con claras intenciones de solo quemar parte de sus ropas y no herirlo de manera grave y de lleno, con la fuerza del movimiento de mi cuerpo, ejecuté un "corte" horizontal del pecho, saliendo por detrás de él. Me giré sin esperar respuesta, la punta de mi sable debía apuntar a Ivar, por lo que guiada por esta premisa en guardia volvía a estar. Con ese movimiento la espalda de mi contrincante quedaba lista, predispuesta a mi velocidad de reacción para ser el blanco de mi arma, pero esperé un segundo a que él volviera su atención a mi para luego  realizar un corte que comenzaba por la guardia y se dirigía de manera lateral y circular desde afuera a la rodilla derecha del umbra con el cual mi destino se ataba.  
En aquel instante supo que no había cometido un error al no subestimarle, pues su respuesta al ataque fue pronta, precisa y combinada, su pecho ardió bajo el flujo de la luz, tibio, sólo con la calidez discreta para marcar una seña contra su traje, el corte que le acompañó, el cambio de posición y un ataque en retaguardia, todo ello ocurría tan pronto que se vio obligado a elevar la velocidad en su control de reacción. “Mía” Resolvió en un mínimo rango de tiempo el ignorar por esta vez la conversación con su guía, quien en lugar de servir como un faro direccional, parecía buscar aplastarle contra el suelo para defender al contrincante, ¿El destino le había entregado al aliado correcto? ¿Existían devoluciones? Clamó el cobijo de sus habilidades, ejecutando una que le permitiese retroceder unos tres metros en menos de un segundo para alejarse del siguiente ataque, su mano sostuvo el peso de su espada para hacerle girar hacia atrás en modo cruzado, pronto colocándole en línea recta, dirección hacia la víctima y expulsándole mediante el manejo de sombras por sí misma hacia el frente como una bala, él desapareció entre las sombras y fue retornado justo tras la espalda de la mujer, efectuando un giro en sus caderas, con las piernas separadas y elevadas del suelo hasta asestar una patada contra la espalda de la lux en disposición horizontal, la espada ciertamente no llegaría a clavarse en ella, pues su control sobre el material permitiría que sólo se pronunciara como una distracción para ayudar al ataque en la retaguardia. Aun en aquel instante y bajo las ideas que le agobiaban, no podía dejar de pensar en su reticencia a siquiera rozar la piel pulcra de su compañera, pero esta vez existía la disposición de no sólo vencerla a ella, sino de modificar la negativa en su cabeza para ayudarse a crecer con mayor prontitud a un nivel físico. ¡MÍA! El tronido de la voz de su sombra golpeó su sentido auditivo con una sentencia a su coordinación, ¿Cómo, por un demonio, podía entrenar con un simio en la cabeza gritando que no le hiciera daño a su mujer?
Algo refulgía en mi pecho, este entrenamiento era diferente a todos los que habíamos tenido hasta el momento pues siempre mi caballero había procurado de manera desmedida el protegerme, pero hoy era diferente, estaba buscando que mis habilidades se desarrollaran, me estaba viendo de alguna manera como su igual y eso me gustaba. Me sorprendió sobre manera el movimiento habilidoso que lo alejó de mi presencia, mas no logró hacerme perder el hilo del encuentro. Mis ojos de almendra se posaron en el arma del umbra que prono era disparada en mi dirección; un movimiento natural de defensa, un escape en movimiento en el que el caer , apoyar el antebrazo como timón, y permitir que mi columna acariciara el suelo en un rol fue la que me permitió alejarme de aquella afrenta, terminado de pie una vez más con el arma asegurada aún en la diestra; cada día lo admiraba más. Su jugada fue excelente, caí como una niña inocente y ahora estaba demasiado cerca como para esquivarlo nuevamente, era hora del contra ataque, la siniestra, se encargó de tomar la pierna que el golpe encestaba, la aferró abrazándola contra mis costillas para no soltarla (debía ser rápida, las sombras contra mi jugaban) me adelanté hasta que dar prácticamente pegada a él, como en otra ocasión de la cintura lo abrasé,  busqué con la inercia y mi propio peso el tirarlo al suelo gracias a la pérdida del equilibrio. Mi espada de luz había sido liberada para poder ejecutar aquella jugada. Por mi error anterior, mis cosillas habían recibido parte del impacto y eso me molestaba, entorpecía mis movimientos pero me esmeraba en que él no lo notara. Debía demostrarle que era lo suficientemente fuerte para ser su compañera, que no era ninguna niña débil en la que debía invertir su energía desde cero, pro ello, y en pos de continuar con el entrenamiento, bañé mi mano derecha que por la posición de mis falanges se volvió tiesa, buscando dar con el canto de la mano en el área del cuello del moreno. “Gala, cálmate”
Dentro de todo el entorno de entrenamiento no había existido, y jamás en sus años existió algo que le apartara de la concentración en cada movimiento, incluso era capaz de medir la densidad del aire para emplearle a favor del puño, sin embargo, en aquel instante, con aquellos brazos rodeando su torso en un abrazo fugaz consumiendo el aroma a flor de loto contra la entrada de sus fosas nasales, y la presión en las molduras de aquel femenino cuerpo contra la dureza del propio, cedió, cuando hubo sido capaz de medir la intención de la fémina, ya se encontraba en el camino hacia el suelo, con su espalda impactando contra las rocas y su ceño frunciéndose en una mueca distorsionada por el impacto. No hubo transcurrido siquiera un segundo, tan pronto estuvo tumbado alzó sus piernas y las enredó entre las adversas, ejerciendo la fuerza concreta para hacer caer a la mujer a la par con su posición, con la posibilidad de recibir su peso contra su propio cuerpo y el agitar de su respirar mezclándose a la alteración en aquel cuerpo dispuesto a quebrarle los huesos en entrenamiento. —Calma, pequeña fierecilla, podría ser sorprendida por la retaguardia. Comentó con el humor que no se había manifestado en su persona desde hace días, y sus palabras se afianzaron con el toque de la punta de su espada aun suspendida contra viento a espaldas de la mujer, como si se tratase de un guerrero más, otro apoyo en batalla. Sin duda alguna la nación de Umbra podía sacar todo un equipo de un solo individuo si se analizaban las habilidades y se adherían al uso de sombras y clones, la sincronía en cada apoyo guiada por un mismo cerebro.
Casi podía saborear la victoria cuando el mundo se vino abajo; mi cuerpo perdió el equilibrio, mis piernas cedieron ante la presión y mi figura desprovista de armamento se desplomó en terreno suave, trabajado a la vez. Caí sobre la silueta de aquel umbra, quedé acobijada, con ambas palmas sobre su pecho, palpando su respiración que de manera rítmica se bamboleaba sin control para ser descubierta por mi tacto. Recorrí con la mirada sus ojos, bajé suavemente por el tronco de su nariz y me detuve en sus labios para leer cada palabra que de ellos salía mientras el calor por el ejercicio aumentaba en los resquicios donde nuestros cuerpos se tocaban. Mi busto casi desparramado contra su pecho, nuestros vientres planos y de niveles diferentes tonificados; las caderas que se enredaban, rozaban y luchaban con fiereza como sus dueños. El rojo había invadido mi rostro, era un entrenamiento, había luchado así con muchos compañeros, pero con él se sentía can extraño y culposamente placentero. Sentí en aquel entonces la presión de una punta sobre mi espalda, necesité en ese momento corroborar el por venir, aclarando que la katana me amenazaba- y usted por la luz -Desaparecí en menos de medio segundo, absorbida por uno de los reflejos luminosos de aquel claro, mi cuerpo quedó a la vista una vez más de pie al lado del arma del umbra mientras mi mano derecha se estiraba en dirección al rostro del moreno. De la nada, la luz se hizo corpórea, se estiró hasta quedar el filo cercano al cuello de mi compañero, amenazante con una espada media luminosa nacida de mi propia esencia sin ningún agregado extra. Era mi cuerpo firme como la roca que lucha contra el mar pero poco a poco se percude por las caricias de las olas. Me mantuve así pro largos minutos hasta que de un chasquido mi arma desapareció y solo ofrecí mi mano a mi compañero de guerra, extremidad que con la delicadeza del loto, floreció para dejar expuesta la palma ofrecida para mi mayor- Vamos a descansar, usted necesita comer y beber algo -El agua aún le aguardaba junto con la fruta fresca. Era plenamente consciente de que la pelea no hubiera terminado de aquella manera de no ser por el cansancio nocturno que el umbra cargaba sobre su espalda antes de la pelea. Él debía aprender a no sobre exigirse demasiado o su cuerpo terminaría por colapsar y todo sería en vano.
Lo que había supuesto como la suspensión del enfrentamiento no era más que la presentación de todo, ella se disipó sobre su cuerpo, con el peso siendo arrebatado de su cobijo y la sensación amoldada de aquella piel evaporándose hasta dejarle con la necesidad de un retroceso en el tiempo, aquella bravía figura que con envalentonado gesto se redireccionó a su frente, alzando el filo de luz contra la proximidad de su cuello, significaba su dosis torrencial de perdición, ¿Pero qué hacía un guerrero anhelando el tacto de su contrincante? Observó su palma contra su postura, ofertando un ancla para su sostén, pero él optó por incorporar su torso por sí mismo, guiando el impulso en su cinto, un rechazo que necesitaba en aquel instante, trazando a la par una línea de distancia entre ambos. —Usted debería regresar al instituto, yo proseguiré hasta el punto que considere oportuno. Por un segundo buscó impulsarse mediante la fuerza de sus pies, pero éstos cedieron a la faena de toda la madrugada sometiéndose a la lucha y finalmente se negaron sus rodillas siquiera a ejecutar una mínima orden de alzamiento, provocando un improperio seco sobre la boca del hombre. —¿Dijo comida y bebida? El cambio de opinión más veloz que había sostenido en toda su vida, con su estómago rugiendo y sus labios resecos contra el sol, desplomó su espalda de regreso a la arena, su respiración descompasada y su ritmo cardíaco rivalizando en sus oídos.  Su espada había caído a un lado, sus sombras no soportaban mayor presión y prefirieron dormir antes que acompañar la impresión del hombre, con el ronquido tórrido de Ragnar en su oído y la disipación de su ira. —Una corta siesta, y luego podré cumplir lo que propone. Palmó la calidez de la arena a su lado, indicando el acercamiento de su compañera, la invitación tras el distanciamiento, como si hace unos segundos no hubiese interrumpido su intento de tacto, con las partículas elevándose contra viento y su cabellera disfrazada por la blanquecina base, entrecerró sus ojos y visualizó desde su posición la estética delicada en el paisaje sublime de la anatomía femenina, con el cabello revoloteando contra su rostro y las mejillas enrojecidas por la experiencia física, cómo podía existir tal combinación de efectos en un mismo ente.
Esperé, y vamos que esperé a que tomara mi mano, pero claro, el umbra no lo haría, y justamente pasó lo que profeticé; lo vi moverse en pos de ponerse de pie por motus propio, y a esas alturas y con la sinceridad acariciando mi piel, rasgando las vestiduras del recato, mis ojos puse en blanco y solté un sonoro- Aish -en señal de disgusto a sabiendas de cómo era mi compañero de guerra. Arreglé mi uniforme, acomodé como pude la chaqueta, ajusté el cinto y crucé mis brazos bajo mi busto en señal de negación mientras desviaba la vista al horizonte lejano con tal de no verle pues le soltaría un buen insulto en cuanto no pudiese levantarse por si solo. No era novedad que lo conociera a niveles íntimos, nuestras energías eran piezas que encajaban de alguna manera inexplicable y las palabras la mayoría del tiempo sobraban en nuestras charlas, por ello, no era necesario que él expresara el agotamiento de sus fuerzas, que su cuerpo necesitaba reposo, recobrar lo que había gastado. Según la visión oriental, la energía "tierra" es la que nos dan los alimentos, y cuándo agotamos la misma, comenzamos a consumir la energía "cielo", la ancestral, fuerza no renovable que no se podía recuperar, y este hombre terco justamente estaba haciendo eso al querer continuar. Escuché como la arenisca cedía ante el movimiento, no pude evitarlo, de reojo lo aprecié sin que él lo notara para corroborar su estado. Estaba cansado, demasiado. Me derretí, lo admito, como las nieves ante la cálida caricia del sol del verano. No era su propuesta, no era el tono, era él por completo que provocaba que quisiera matarlo y al mismo tiempo protegerlo con mi vida, en este presente y todas las veces que fuera necesaria mi alma dar por este caballero. Como la barcaza es guiada por la corriente, mi rostro buscó el paradero del umbra yaciente, mis ojos se llenaron de él, se alimentaron en silencio de su perfil, de su cabello alborotado, de sus ojos cuasi cerrados, de su alma, de su perfume a flores salvajes; por qué ¿por qué mis luceros se llenaban de vida al verle? Enfilé hacia mis cosas, tomé el agua y la mochila, tratando de desligarme de aquel bobo gesto que seguramente tenía en el rostro, regresé sobre mis pasos, me arrodillé a su lado y dejé a su disposición de la orilla contraria a la donde me hincaba, el agua y la fruta dispuesta a ser tomada. Acomodé mi cabello tras mi oreja, le di una última mirada al caballero y utilizando la fuerza de mi abdomen, me recosté en la arena junto a él. Centímetros me separaban, pero mi aura silenciosa lo acariciaba, aguardé a que se quedara dormido y simplemente fui egoísta y una vez más me quedé prendada de su perfil. Se había quedado dormido en un parpadeo. Si hay algo que siempre recordaré de él, es la bravura de su alma, el ímpetu que impone simplemente con estar de pie y la paz, esa calma que expele cuando navega por el mundo de los sueños al cual a veces me gustaría acceder para saber qué por esa cabeza pasa. Me fui quedando dormida, lentamente primero y luego de golpe, tal cual como algunos relataban que con el amor pasaba.
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ff85yg · 7 years
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Day 3: Historical AU
Soukoku Week 2017
Fandom: Bungou Stray Dogs
Pairing: Soukoku [Dazai Osamu x Chuuya Nakahara]
La desalmada jauría de llamas aullaba a la luz de una luna indiferente, gigante y frívola. Los aldeanos huían de las brasas saltando de las fogatas aledañas en que se convirtieron las casas de los vecinos. El incendio avanzaba de la periferia del pueblo hacia el centro, arrinconándonos. En las calles estrechas la gente gritaba, y su miedo y sufrimiento era ensordecedor, aturdía los sentidos, apagaba cualquier calma que pudiera tenerse, convirtiendo a seres con un grado de raciocinio en meros animales asustados porque no sólo el fuego los asechaba.
El fuego era el esbirro menor de un mal mayor montado a caballo, estandarte enemigo empuñado en una mano, anunciando que no habría sobrevivientes, que éramos la declaración de guerra firmada con sangre a nuestro señor feudal.
Las personas corrían llevando lo importante en brazos. Los niños cargaban con sus juguetes de trapo o mascotas, y los padres con su tesoro más preciado, sus hijos. Nadie me llevaba a mí. Entre botes de semillas, con la espalda convulsa de hipidos, rodillas dobladas al pecho, cubriéndome los oídos, ojos cerrados; lloraba cubierto de heridas en un callejón. Las heridas no eran producto del ataque, sino de la vida diaria de un bastardo de nueve años.
Brazos cubiertos de marcas rojas, espalda repleta de moratones y pies ampollados. Considerado menos que un animal. Un hijo no reconocido de un noble, abandonado a su suerte en un pueblo, desde que alcanzó a ponerse en pie. Un desecho que se refugiaba donde podía y que comía lo que alcanzaba a mendigar o a robar. Un niño sin amor que desconfiaba de la caridad, y que en el secreto de sus noches solitarias y heladas, añoraba cariño.
Era un niño solo en la guerra, rogando a los dioses (si existían) que se apiadaran de él.
—¿Qué tenemos aquí? —la voz áspera de un soldado de raída armadura, y el murmullo de su katana, fueron la negativa de los dioses a mi suplica.
El hombre se acercó, y con el filo de su sable reflejando las lenguas rojizas y naranjas, que empezaban a consumir la pared de la casa contra cuya pared me refugiaba, me hizo levantar el mentón. Aterrado, sabiéndome abandonado, dos gruesas lágrimas rodaron hasta mis puños.
"Un bastardo como yo no tenía derecho a vivir, ¿cierto, mamá?", pensaba, ella lo había dicho cuando llegamos a ese lugar y soltó mi mano en la multitud. Pero yo me había aferrado tercamente a la voluntad de vivir.
—No vayas a moverte, pequeño —retrocedió la katana un centímetro, tomando impulso para clavármela en la garganta.
Apreté los dientes, odiando a la vida, odiando el ser un crío incapaz de moverse, y acepté mi patético destino.
—Hagamos esto rápido...
—Estoy de acuerdo.
La katana cortó mi carne... en una línea oblicua que subió superficial del cuello al mentón, y el hombre cayó contra la casa del frente.
Abrí los ojos, confundido... y lo vi.
Lo vi de pie, frente a mí, con el cabello naranja del atardecer ondulando sobre el rojo, negro y blanco de sus ropas, no era una armadura samurái, sino un conjunto soberbio de simple tela, conformando por un haori, kimono y hakama. Ningún humano que blandiera una katana como la suya, con la tsuba de oro, iría al centro de la batalla sin armadura. No un humano, sí un demonio que me doblaba la edad.
—¿Puedes levantarte? —su mirada azul penetrando mi alma aterida.
Asentí.
—Pues hazlo y corre al templo. Ve directo con el general Mori y dile que me hice cargo de los imbéciles del este.
—Pero... —aun escuchaba gritos en las calles de junto.
El demonio me ignoró, caminó a la batalla y abrió las puertas del infierno a los enemigos, acabándolos sin esfuerzo, haciendo llover sangre, carne y muerte delante de mí.
—¿Por qué sigues aquí? —cuestionó al girarse, tan pequeño para el tamaño de los demás hombres, tan grande a mis ojos.
Pensé rápido.
—No sé quién debo decirle al general que se hizo cargo de los rebeldes —necesitaba conocer su nombre.
—Nakahara Chuuya —limpió la katana en el interior oscuro del haori—. Ahora vete. Debo cumplir mi palabra antes de que llegue a oídos del general.
Asentí una, dos veces y eché a correr rumbo al templo, por un camino cubierto de cadáveres, de fuego y locura. Corrí con el nombre de mi salvador retumbando en mi pecho, en mis labios. El nombre de mi demonio. Y cuando por fin pude decirlo, cuando el mensaje fue entregado, lo supe.
—¿Y quién eres tú, niño? —preguntó el general por mera cortesía, luciendo una inquietante sonrisa calma.
—Yo —dudé un segundo. Me armé de valor y lo dije. No iba a rogar, no iba a suplicar. No. Me concedería mi deseo por mi cuenta—... soy su aprendiz.
Quisiera mi demonio o no, lo seguiría hasta los confines del mundo y me convertiría en un ser como él, capaz de estar a su lado. Esa promesa me la hice a mí mismo, y esa promesa la he mantenido, cuidando sus espaldas, compartiendo la oscuridad, sujetando su mano en el campo de batalla que me parece más normal y cotidiano que la vida diaria. Un demonio que nació por otro, que de niño lo idolatró, y de adulto lo ama, apoya y protege en una época de guerras.
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d-r-a-g-o-n-e-s · 7 years
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Acabo de soñar algo horrible.
Son las 2:00 a.m. y hay una tormenta. No recuerdo haber estado antes en una situación así. Despertarse por pesadillas en una madrugada con truenos y relámpagos es algo que me parecía único de películas de terror. Es horrible. No me quiero volver a dormir.
Mi sueño empieza en una plaza comercial muy grande. Especificamente, en el estacionamiento. Era de noche y soplaba fresco el viento. Yo estaba acostado en el pasto mientras esperaba a que diera la hora para que mi mamá llegara y le dijera a Rosita que ya podíamos cerrar la veterinaria e irnos. Había gente cargando despensa, cerrando las puertas de sus coches y pagando el estacionamiento. Creo que escuché a alguien gritar porque volteé a mi derecha: había parado un joven de mediana estatura con un paliacate negro tapándole la cara y una pistola en la mano. Me levanté y vi en cámara lenta cómo le disparaba a una señora cargada con bolsas de mandado mientras intentaba abrir la cajuela de su coche. De pronto me di cuenta de que no era solo un armado, sino muchos. Entonces, comencé a escuchar balazos por doquier. Decidí que fingirme muerto era la mejor idea, así que me tiré al pasto de manera un poco dramática; sin embargo, el chico que había matado a la señora se dio cuenta y me apuntó con el arma antes incluso de que tocara el suelo.
Creo que la siguiente situación pasó así únicamente porque era un sueño. Tal vez parezca que fui valiente, pero en esos momentos yo temía inmensamente morir. Todo fue en cámara lenta. Recuerdo haber sentido un miedo tremendo mientras me impulsaba rápidamente e intentaba ponerme en posición para esquivar y correr. El chico disparó. Pensé que me moría. Un “no” salió de mi boca cuando creí que era el final. Pero falló. En ese momento supuse que podía esquivar la siguiente bala, así que cuando él volvió a apuntar, me moví rápido de lado, y volvió a fallar. Me acerqué a él mientras disparaba varias veces. Estaba seguro de que algún tiro me alcanzaría. Me miró con una mezcla de sorpresa y miedo cuando llegué. Forcejeamos. Le arrebaté la pistola, intentó correr y le disparé. Por la forma en que me miró, me pregunté si no estaba metido en algo de lo que no se podía zafar. Vi el miedo que había sentido yo unos momentos antes.
Corrí hacia la plaza mientras me disparaban por todos lados y entré. Salté, me agarré de la cortina y la bajé de golpe. Puse los seguritos, pero sabía que no serían suficientes; necesitaba un candado. La mayoría de las tiendas estaban cerrando cuando subí las escaleras principales gritando: -¡ROSITA, ROSITA! -¿Qué ocurre?- me había dicho ella con cara de preocupación mientras salía del local al fondo del pasillo. -¡Dame un candado, tenemos que cerrar esta cortina!- le exigía yo, al tiempo que llegaba hasta donde estaba. Sin embargo, el sonido de la cortina correr y abrirse me invadió de un miedo tremendo: habían entrado. Corrí hacia el inicio del pasillo y bajé una segunda cortina. Supuse que Rosita podía ver desde el balcón a los hombres armados que entraban, porque puso un candado de seguridad y lo cerró.
Antes de continuar con la historia, quiero decir que la lluvia y los truenos cesaron. Hay un silencio muy profundo. No sé qué es peor.
Yo no supe cómo, pero pudieron abrir el candado. Corrí hacia una ventana, la abrí y le dije a Rosa que trepara y se deslizara hasta abajo (la forma de la pared del edificio lo permitiría, dolería y mucho, pero se podría). Pero dudó. Y ese segundo de titubeo le costó la vida. Un disparo retumbó en el local y yo no me esperé a ver cómo su cuerpo caía; me tragué un grito y me tiré. Cuando toqué el suelo, corrí con todas mis fuerzas hacia la avenida. Para mi suerte, ya no había gente con armas afuera, todos habían entrado. Seguí corriendo a lo largo de la calle. Justo cuando llegué al final para dar vuelta, vi cómo figuras negras y grises comenzaban a salir por la puerta principal de la plaza. Pasó un autobus y yo me trepé. Se comenzaron a escuchar sirenas de patrulla.
Revisé mi teléfono y vi que que mi mamá me había mandado un mensaje:
Édgar, toma el pesero que te trae al centro y bájate en el negocio, no voy a poder llegar. Dile a Rosita que cierre. Besos.
Intenté llamarle pero me mandaba a buzón. El autobús que acababa de tomar no me llevaba hacia el centro, así que me bajé en una parada y esperé. La parada consistía en dos plataformas, una encima de la otra, unidas por una escalera. Los camiones que pasaban tenían dos pisos, por lo que tenía lógica la doble plataforma (qué raros los sueños, ¿no?). Decidí subir para tener mejor visibilidad. Me parecía raro que la gente ahí no hablara sobre el tiroteo en la plaza comercial, pero supuse que la noticia aún no se había propagado. Había un chico vestido de blanco que tenía la mirada en su celular. Le pregunté si sabía cuánto tardaba el bus y me respondió que no, que era la primera vez que visitaba el lugar. De repente el silencio invadió el sitio y a mí el miedo. Antes de siquiera pensarlo bien, salté por el barandal de la escalera y vi por el rabillo del ojo cómo un cuchillo se clavaba en la cabeza del chico. Uno de los asesinos tenía apariencia de orangután, con sus brazos enormes y el cuerpo regordete y pequeño. Lo escuché decir que les faltaba una llave no sé para qué y que tenían que seguir. Corrí calle arriba con todas mis fuerzas sin prestarle atención al ardor de mis piernas. Decidí no voltear, a pesar de los gritos. Un autobús pasó en la esquina, le hice la parada y nos fuimos. No podía creer lo que estaba sucediendo. ¿Una llave? ¿Matar gente a sangre fría por unas llaves? No sabía qué significaban ni por qué eran importantes. Me di cuenta de que había tomado un autobús que me llavaba al centro. Cuando llegamos, bajé y caminé rápido entre el bullicio de la gente hasta llegar al negocio, pero estaba cerrado. Me invadió de nuevo el pánico. Vi una notita pegada en la puerta y me acerqué a leerla: “Édgar, regreso en 15”. No sabía si iba a soportar siquiera cinco minutos, así que crucé la calle y entré a una cafetería para calmarme. Subí a la segunda planta y pedí un capuccino. Me senté en una mesa circular y miré por la ventana: la luna reflejaba su luz sobre las nubes nocturnas. Mi café llegó, pero todos mis intentos por tomármelo fueron inútiles, no podía tragar. Se lo llevé a la mesera y le dije que me perdonara, pero no me lo podía acabar. Entregué unas monedas y me volteé para dirigirme a las escaleras; en ese momento, caí en la cuenta de que las luces del pasillo acababan de apagarse, y una mezcla de terror y resignación por la muerte (pues las ventanas eran demasiado pequeñas para que me pudiese aventar) me recorrió el cuerpo. Los hombres subieron blandiendo sables y cuchillos, y yo vi cómo la mesera tomaba un cuchillo e intentaba defenderse en vano: ellos eran más rápidos. Una hoja de metal le degolló el cuello y su sangre comenzó a salir a borbotones. Empecé a llorar porque sabía que no volvería a ver a mi mamá, cerré mis ojos… y me desperté.
No tengo idea de para qué eran las llaves, pero espero no continuar nunca con ese sueño ni averiguarlo. Aún tengo miedo. Son las 3:30 a.m., espero no soñar ya nada.
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omg-rebecca-ad · 4 years
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Hoy resucitó un dolor maldito.
Te vi cruzando la calle,
tranquilo,
sin prisa.
Apenas nos separó el aliento,
busqué tu mirada.
Casi probé tus caricias.
Volteaste el rostro,
ella se acercó suavemente,
tejió sus dedos entre tus manos
y una sonrisa en común brilló.
Retrocedí nerviosa.
Mi mente voló a otra fecha:
la misma calle,
la misma hora...
Tu, yo. Ella al acecho.
Alucinaron mis ojos,
recordé cuando eras buitre volando
en círculos de aurora tras mi negra cabellera.
Volví a sentir el fuego de tu sable
y tu boca hurgando en mi boca.
El llanto reventó en mi cara,
congeló mi sangre.
Se entumieron mis manos...
Tu, ella. Yo en el olvido.
Me di la vuelta,
caminé con prisa.
vomité tu nombre en la siguiente esquina.
-Lina Zerón-
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bruixagalactica · 7 years
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COUSIN WARS II {ACTO II}
EMBLEMA JEDI
  El hangar del Templo estaba inusitadamente transitado esa mañana. La mezcolanza de los dispares idiomas, innumerables como estrellas en la Galaxia, era amortiguada únicamente por el agudo silbido de los motores de las naves al aterrizar o despegar. El batiburrillo de ruidos les castigada los oídos, envolviéndolos en una anárquica cacofonía.
—¿Ese es Nando?
La pregunta apenas fue audible por encima del zumbido de una lanzadera tomando tierra.
—No, Adrián —le contestó Noelia, bajándole la mano que señalaba con la suya propia.
Su hermano se zafó de ella, volviendo a señalar.
—¿Y este, Noelia?
—No —gruñó tajante.
Ya hastiada de repetir esa misma escena durante las horas que llevaban esperando, le sujetó firmemente la muñeca entre sus dedos.
Resopló para intentar calmarse, manteniendo la mano de Adrián pegada a su pierna. En el fondo comprendía por qué su hermano estaba tan revoltoso. El lánguido pasar del tiempo, el incesante y ruidoso flujo de personas y naves, la inquietud por cómo les habrá ido en la misión a sus primos... El pobre intentaba paliar la situación como podía, quizás tenía que dejar de ser tan dura con...
—¿Y este, Noelia?
—Por enésima vez... No, Adrián, eso es mi nariz.
La mayor le dedicó una mirada de soslayo a su hermano que, desde el suelo, se retorcía de la risa. Con un suspiro, volvió la vista al frente y corrigió su postura para adoptar un aire de solemnidad.
Se sintió orgullosa de sí misma. Un año atrás habría caído en las tretas del pequeño para sacarla de quicio, pero ella había cambiado. Desde que la habían nombrado Caballero tras salvar al Canciller Supremo Andy, había madurado a pasos agigantados. La responsabilidad de tener bajo su dirección y cuidados a no solo uno, sino tres Padawan, la había obligado a convertirse en una persona más paciente.
¿Todos los Maestros pasarían por esa sensación? Ese miedo a no estar haciendo lo correcto, esa angustia de fallarle a los que confían y dependen de ti...
¿La Maestra Maika dudó antes de hacerlo?
¿Se lo pensaron ambos hermanos antes de traicionar a la Orden?
¿Realmente les habrían matado?
El ruido de un motor pasando peligrosamente cerca de su cabeza la avisó con apenas tiempo para apartarse del errático vuelo del claramente inexperto piloto.
—¿Es ese Nando? —preguntó Adrián, señalando a la nave que casi la decapita.
Recomponiéndose del susto, se alisó la túnica con las palmas de sus manos, sintiendo el relieve del emblema del Sable Alado bajo las yemas de sus dedos. Eso le hizo recordar que era una Caballero y que debería haber mantenido mejor la compostura.
—Si lo es, se va a enterar...
La nave tomó tierra bruscamente, sin utilizar el sistema gravitacional de aterrizaje, con su vientre metálico arañando el suelo. El chirrido que emitió hasta que perdió toda la inercia hizo que las caras de todos los allí presentes se contrajeran en una mueca de dolor.
—¿Pero qué...?
—¡Steven!
La voz de la Maestra Perla les llegó un segundo antes de que pasase como una exhalación por su lado con el rostro compungido de preocupación, seguida muy de cerca por una Maestra Amatista riendo a cada paso que daba y de una Maestra Granate tan impasible como siempre.
—Mission complete. Perfect! —dijo el Padawan con aire misterioso abriendo la cabina de cristal con actitud autosuficiente, sin percatarse de que su aspecto transmitía todo lo contrario.
Su pelo ensortijado se hallaba hecho un arremolinado nido de pájaros, su cara redonda manchada de suciedad y ceniza, sus vestiduras destrozadas, su cuerpo adornado de cientos de pequeñas magulladuras...
—¡Chicas! —exclamó con los ojos brillantes como estrellas, poniéndose en pie sobre el asiento con los brazos extendidos hacia sus Maestras.
—¡Os dije que era muy pequeño para hacer una misión solo! ¡Mirad en qué estado ha vuelto! —les llegó la nerviosa verborrea de Perla, que no se decidía entre mirar el estropicio del aterrizaje, al propio Steven, o tirarse del pelo—. Y la nave... ¡Está destrozada! Toda esta gente aquí... ¿¡Os dais cuenta de lo que podría haber pasado!?
—Sí, podría no haber hecho... ¡Un aterrizaje tan molón! —contestó Amatista recorriendo los últimos metros hasta la nave.
—Tranquilas, lo tenía todo bajo control —dijo Steven a la vez que ponía los brazos en jarra, asintiendo lentamente con seguridad.
La casualidad quiso que en ese preciso instante el motor de la aeronave cayese al suelo estrepitosamente, formando un charco de aceite y una estampida de gente alarmada alejándose de la zona.
Perla parecía a punto de desmayarse.
—Granate, tú me entiendes, dile algo... —le suplicó por encima de las risotadas de Amatista.
Granate le mantuvo la mirada en silencio al Padawan. Steven tragó saliva.
—¿Te divertiste? —preguntó la Maestra sin cambiar su expresión.
Steven asintió.
Granate alzó el pulgar.
Noelia observaba estupefacta el desarrollo de la escena. Sin más preámbulos, la Maestra Granate cogió al pequeño Padawan en sus brazos, y el grupo emprendió el camino de vuelta, pasando cerca de donde estaban ellos dos.
—¿Cómo ha ido la primera misión del gran Steven Universe? —escucharon que le preguntaba a Steven con evidente cariño.
—Pues llegué al sitio y exploré la zona, y entonces escuché un ruido sobre mi cabeza e intenté espantar a la enorme bestia que resultó ser un mapache... ¡Pero muy grande! Y luego me metí a la cueva, y vi una roca muy guay...
La voz emocionada del muchacho se acabó perdiendo en la lejanía. Noelia los vio partir con una sonrisa agridulce. Parecían estar muy unidos, tanto como deberían estarlo Maestro y aprendiz.
Bajó la vista al sentir un pequeño tirón de la manga.
—¿Te imaginas tener familia?
Si le hubieran arrancado el corazón le habría dolido menos.
—¿Ese es Nando? —volvió a preguntar Adrián sin variar el tono, haciendo caso omiso de las ruinas del alma de su Maestra.
Aún aturdida, Noelia miró en la dirección que apuntaba.
—Sí. Sí son ellos.
Una nueva nave había aterrizado en el hangar durante su trance. Solamente le hizo falta ver los destellos de luz naranja y violeta chocando entre sí dentro de la cabina para saber que eran ellos.
—No, definitivamente no somos esa clase de familia... —murmuró Noelia mientras observaba a Nando caer rodando a trompicones por la pasarela.
—... ¡Y además Pugcarlino era mi nick! —gritó Lucía, apareciendo desde el interior de la nave hecha una furia mientras agitaba el sable en dirección a su hermano— Eres un copiota, ¡me estás robando la personalidad!
Nando, aprovechando los giros que daba al descender por la rampa, calculó la forma de quedar arrodillado en el momento de frenarse.
—Para eso tendrías que tener una —declaró con chulería, apuntillando su bravata con un dabeo perfectamente ejecutado.
Desde la multitud se escucharon un par de tímidos aplausos dubitativos que rápidamente murieron al no ser respaldados por nadie más.
—¡Es Nando! —exclamó Adrián, arrancando a correr hacia su primo.
Noelia abrió la boca para intentar frenarlo, pero la riña murió en sus labios en forma de suspiro de resignación. Tampoco tenía tanta importancia, ella también se alegraba de verlos.
—¿Cómo os ha ido la misión, Nando? —preguntó Adrián cuando los alcanzó, con la ilusión propia de un niño de su edad.
—Como solo podría ir conmigo al mando, crack —respondió él, revolviéndole el pelo con la mano.
—Menos mal que habéis vuelto —continuó el pequeño—. El Templo era un aburrimieeeento de muerte sin vosotros.
... Noelia se alegraba de verlos, se alegraba de verlos, se alegraba de verlos, se alegraba de ver...
Arrastró los pies hasta llegar a Lucía, que en ese momento acababa de bajar de una innecesaria voltereta lateral.
—Hola, Lucía... —la saludó, ya agotada.
Lucía volvió a colgarse el sable en el cinturón, cambiando el mohín por una deslumbrante sonrisa.
—¡Hola! —la saludó ella de vuelta, abrazándola efusivamente por la cintura—. Por fin una chica...
Noelia se rió por lo bajo, acarciándole el pelo.
—¿Cómo ha ido todo? —le preguntó la joven Caballero.
Lucía se separó de ella y alzó la barbilla para mirarla a los ojos con orgullo.
—Ha sido estupendo —empezó la menor, agitando las manos frenéticamente al ritmo que la emoción ascendía en el tono de su voz—. He mejorado muchísimo, ahora estoy mucho más atenta, sin que se me rompa la concentración. ¡Lo hice todito del tirón! A veces incluso me adelanté a los acontecimientos, adivinando que iba a pasar. He batido mi propio récord —se cruzó de brazos, asintiendo para sí—. Estoy segura de que ya puedo enfrentar las pruebas de Caballero.
Noelia enarcó las cejas, impresionada.
—Vaya, Lucía, quizás para la próxima vez te ponga al mando.
Lucía aplaudió emocionada, dando un par de saltitos de alegría.
—¡Genial! —exclamó la pequeña, frenándose en seco. Se llevó un dedo a la boca, pensativa— Pero me tenéis que decir de qué tipo os gustan...
Noelia enarcó las cejas de nuevo, solo que esta vez sabía que algo no iba bien. Contra su propio juicio, hizo acopio de toda su paciencia para preguntarle.
—¿De qué tipo nos gustan el qué?
Lucía la miró confundida.
—Para elegir las series que ver, obviamente. Si no, os aburriréis antes de llegar a los doscientos capítulos seguidos.
...los se alegraba de verlos se alegraba de verlos se alegraba de verlos se alegraba de verlos se alegraba de verlos se alegraba de verlos se alegr...
—Calla, Lucía, no le hagas perder el tiempo —interrumpió Nando el mantra al que se aferraba para conservar la cordura—. Deja que hablemos entre Caballeros titulados por el Consejo.
Noelia le clavó una mirada escéptica.
—La única que tiene el emblema de la Orden soy yo —dijo señalándose el bordado del símbolo del Jedi.
Los hombros de Nando se sacudieron en una risa silenciosa, negando con un dedo frente a su sonrisa presuntuosa.
—Eras la única que lo tenía... ¡Hasta ahora!
Todos en el hangar se protegieron los ojos del fulgor del emblema que refulgía en su pecho a la luz del potente Sol de mediodía.
Cuando la multitud recobró la visión, descubrieron a Noelia arrancando impasible el emblema de la túnica de su primo.
—Nando, es un pin de la Legión de Reconocimiento de Shingeki no Kyojin... —dijo mientras lo observaba dándole vueltas entre los dedos. Suspiró y se lo guardó en el bolsillo, aseverando la entonación al hablar—. Si hubieses prestado atención a las clases, sabrías que el sable alado es un bordado, no un pin... Además, el de Shingeki ni siquiera tiene una espada...
—Ya, pero era lo más parecido que encontré en la tienda de Watto... —masculló Nando por lo bajo, agachando la cabeza a cada palabra.
Noelia boqueó como un pez.
—¿Wa... Watto? ¿La tienda de Watto? —preguntó alarmada—. ¿Pero a qué clase de trato has llegado con él para que te de esto?
La expresión de Nando se ensombreció bruscamente, haciéndole envejecer treinta años en una fracción de segundo.
—Tuve que hacer cosas.
Ninguno quiso preguntar.
—No sé cuántas veces tengo que repetir que lo mejor es no hacer nada, como decía mi Maestro...
—Lucía.
La chiquilla enmudeció en el acto ante la amenaza no pronunciada de Noelia, germinando de ésta un silencio opresivo e incómodo. Lucía, con gesto arrepentido, trató de romperlo con un hilito de voz vacilante:
—Yo solo...
—Os tengo dicho que no habléis de ellos —la interrumpió, endureciendo la voz—. Ya hace un año que se demostró la dudosa fiabilidad de sus palabras como para que sus enseñanzas se tengan en consideración o estima.
Los ojos de Lucía se anegaron de lágrimas, pero no desvió la mirada. Adrián se escondió detrás de Nando.
Noelia sintió el remordimiento carcomerle por dentro. Tal vez había sido demasiado dura. No era justo proyectar su propia frustración en quienes tenía a su cargo, y esta no era la bienvenida que se merecían.
La atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza.
—Echas de menos a alguien que nunca existió —dijo suavizando el tono, mirando a los demás intencionadamente, enfatizando que también eran objetivo de esas palabras. Le dio un último apretón y la separó para poder mirarla a los ojos—. No necesitas la influencia de nadie para demostrar lo que vales.
Lucía asintió con una risita temblorosa.
Noelia se enderezó, exhalando el aliento que sin darse cuenta había estado conteniendo.
—Volvamos al Templo —susurró dibujando una tímida sonrisa.
Algo punzante le atravesó el subconsciente. Una vaga sensación se le escapaba en la frontera entre el recuerdo y el olvido. ¿Dónde había dicho algo parecido...?
—¡De acuerdo, Caballero Noe! —la voz de Lucía le llegó lejana, como a través de un velo.
Noelia, algo desorientada por el dolor, intentó sobreponerse.
—Lucía, aclárate... —su propia voz le sonó enrarecida, distorsionada. Todo a su alrededor comenzaba a perder nitidez, como si estuviese bajo el agua—. Usa el... El honorífico o el mote... pero no los dos... a la vez...
«Vale, Senpai-sensei. Pues como le iba diciendo...»
Y entonces, la oscuridad la envolvió entre sus zarpas.
                                                      «Por fin, ¿eh? Te ha costado. Llevo horas intentando contactar contigo.»
Noelia reconoció enseguida la voz que resonaba en su cabeza.
«Y pensaba que yo era la reprimida... Esta actitud no te pega para nada.»
La joven Caballero empezó a pelear contra su invasión mental.
«Vale, vale... Cómo se nota que te han promocionado. Intentaba hacerlo menos violento.»
Noelia redobló los esfuerzos por expulsarla.
Súbitamente, una fuerza muy superior a la suya la arrinconó en un recoveco de su mente.
«Bien. Se acabó el buen rollo. Me has puesto de mal humor. Estate quieta y escucha.»
Noelia se sentía totalmente anulada, incapaz de defenderse.
«Tenemos que hablar todos. Nosotros estaremos en una cantina del Sector 1313. Venid solos y no le digáis nada de esto a nadie.»
Y así, la presencia de su Maestra desapareció tan inesperadamente como había llegado, llevándose la oscuridad con ella.
                                                        Noelia despertó con Adrián a horcajadas sobre su pecho, llorando desconsoladamente mientras la abofeteaba sin descanso.
—¡Está muerta! —vociferaba el pequeño, desgañitándose tanto como su garganta le permitía.
Lucía buscó con los ojos llorosos la mirada de su hermano, con los labios tiritándole en un puchero a punto de estallar.
—¿Nando...?
Éste estaba pálido, con un pánico que apenas podía controlar agarrotándole el cuerpo.
—Q-que no, hombre... Cómo... Cómo se va a morir sin... —Nando hizo una pausa en la que su mente buscaba frenéticamente cómo continuar la frase—... ¡Sin decir sus últimas palabras! Todo el mundo sabe que hasta que no las dices, no te puedes mo...
Los brazos de Noelia se alzaron en alto, intentando aplacar los golpes de Adrián a duras penas.
—Chicos, chicos, que est...
—¡ESTÁ VIVA! —gritó Adrián por encima de ella, incrementando la velocidad de sus golpes de la emoción.
Tras un minuto de forcejeo en el que Adrián le propinó la azotaina de su vida, pudieron despegarle de su hermana el tiempo suficiente para que se levantase. En cuanto se liberó, corrió hacia ella para aferrársele como un koala.
—Estar viva duele... —musitó Noelia con una vocecita quejumbrosa, tambaleándose mientras volvía del todo a la realidad—. Ahora entiendo a Maika...
Los primos la miraron, atónitos.
—¿No se suponía que no tenemos que hablar de ellos...? —preguntó Adrián confuso, sorbiendo por la nariz en las últimas sacudidas de su llanto.
Noelia bajó la mirada para evitar el contacto visual, suspirando.
—Tengo que deciros algo —empezó a desgana, casi a regañadientes—. Mientras estaba en trance, tuve un recuerdo que creó un vínculo y...
Todos aguardaron en silencio a que terminase de narrarles lo sucedido.
—... Así que así están las cosas —finalizó, dejando que el silencio se extendiera entre el grupo. Cuando por fin tuvo el valor, los miró antes de romperlo—. ¿Qué hacemos?
—Está claro que tenemos que avisar al Canciller Supremo Andy —dijo Lucía inmediatamente.
Noelia se sintió ruborizar levemente. ¿Por qué había dudado tan siquiera? Ella misma les acababa de decir que sus primos mayores eran criminales buscados por la justicia y traidores a la Orden, no podía haber pensando en serio en darles una oportunidad...
—Tú lo que quieres es jugar con el Canciller —vino la vocecita de Adrián, apagada contra la túnica de su hermana.
Lucía soltó una risita, claramente descubierta.
—Si es que... —bufó Nando poniendo los ojos en blanco—. Lo que deberíamos de hacer es avisar al Consejero Pau para que...
Esto captó la atención de Noelia, quien ladeó la cabeza con interés.
Nando cerró la boca, inseguro ahora que tenía la atención.
—No, no, continúa —le instó la joven Caballero a seguir, haciendo un gesto con la mano—. Por fin dices algo con cabeza.
Nando, sin percatarse del insulto velado, rebuscó rápidamente en su túnica Jedi, mascullando por lo bajo algo sobre que "estas cosas se avisan con tiempo", hasta que, tras un grito triunfal, sacó sus gafas de sol y se las puso.
—Los grandes Caballeros piensan igual —dijo haciendo pistolitas con las manos en dirección a Noelia.
Ella suspiró por la nariz, armándose de paciencia.
—El Consejero Pau es la cabeza del dispositivo antiterrorista —finalizó Nando la frase que había dejado a medias.
—Y con Pau estará el Canciller Supremo... —añadió Lucía sin darse cuenta de que estaba hablando en voz alta.
—Eso, y con un poco de suerte los impresionaré tanto que me ascenderán a Caballero...
—Y yo podré hacerle fotos al Canciller...
Ambos hermanos chocaron las manos, satisfechos consigo mismos.
Noelia pensó que era la primera vez que los veía totalmente de acuerdo en algo. Decidiendo hacer caso omiso a la extraña escena, habló:
—Aun si vuestros motivos no son los más... honorables, es lo que hay que hacer —y no estaba segura de si se lo decía a ellos o así misma.
Sacudió la cabeza para despejarla de sentimientos innecesarios, y con ella liderando, se encaminaron al Senado.
EMBLEMA SENADO
El aerotaxi les dejó al otro lado de la plaza, exactamente igual que la primera vez que fueron convocados ante la presencia del Canciller. Atravesándola, los cuatro jóvenes Jedi apreciaron que no quedaban pruebas visibles de que hacía un año se había producido la lucha final contra la Dama Oscura y su organización separatista ahí mismo.
La gente caminaba y charlaba alegremente, pareciendo haber olvidado todos aquellos sucesos, ajenos a que estaban caminando sobre lo que fue un campo de batalla. Los primos sorteaban los fantasmas de los recuerdos, intentando evitar pensar demasiado en cuán distinto podría haber sido si no hubiesen derrotado a la Zarpa aquel día.
Seguramente los fantasmas no serían un recuerdo, sino reales.
Avivando el paso, acabaron de cruzar la plaza y comenzaron a ascender las escaleras. Cuando llegaron a su cima, la imponente presencia de la Torre del Canciller volvió a hacerles sentirse muy pequeños. Por más veces que la vieran, no se acostumbraban al aura de poder y autoridad que emanaba de ésta.
Tan sumidos en sus pensamientos se encontraban que no repararon en que un hombre se les había acercado.
—¿Qué desean, honorables Jedi? —les preguntó a modo de saludo con gesto cortés, devolviéndolos al presente.
Noelia se adelantó un paso antes de que cualquiera de los tres abriese la boca y pudiera meter la pata.
—Buenos días, señor...
El hombre realizó un saludo militar.
—Sargento Haflomal, a vuestro servicio.
Noelia inclinó la cabeza en respuesta.
—No tenemos cita con el Consejero Pau, pero han ocurrido cosas importantes que apremian su atención sobre ellas —le explicó deliberadamente escueta, sin querer revelar más de lo necesario—. ¿Podría preguntar si accedería a recibirnos?
El sargento asintió y se alejó unos metros, llevándose a la boca un comunicador que sacó de su uniforme.
Adrián le dio unos suaves tironcitos de la túnica, como ya era costumbre cuando quería llamar la atención de su hermana. Ella se encorvó ligeramente cuando vio el gesto que les animaba a los tres a acercarse.
—¿Os habéis fijado en lo bien que haflaba Haflomal?
Noelia se llevó una mano a la boca, poniéndose roja al instante por el esfuerzo de contener una carcajada que amenazaba con hacerse oír hasta en el Borde Exterior, mientras que los otros dos se retorcían en silencio chistándose el uno al otro para mantener las formas.
—El Consejero Pau me ha ordenado que suban de inmediato —les comunicó el sargento, ignorante de ser el objeto de burla—. Les recibirá en el despacho del Canciller Supremo.
—Eeeh... Sí, sí —dijo Noelia sin atreverse a mirarle por miedo a romper a reír, poniéndose en marcha—. Conocemos el camino, no se preocupe.
Los cuatro anduvieron todo el camino hasta el ascensor en un tenso silencio. No fue hasta que las puertas de éste se cerraron que se permitieron reír a gusto todo el recorrido hasta la última planta.
                                                      Los dos primos mayores hicieron uso de la Fuerza para abrir las dobles puertas del despacho a distancia, antes de que el Huracán Lucía arrasase con todo a su paso en su carrera desbocada por ser la primera en irrumpir en la estancia.
—¡AAAAANDYYYYYYYYY! —gritó a pleno pulmón mientras recorría el espacio entre la entrada y el cojín del Canciller Supremo de un salto.
El Canciller seguía exactamente igual.
Cuando los otros tres llegaron a paso normal, vieron los últimos vestigios de rosa moteando las plumas de Pau, y a éste resoplando repetidamente para recuperar el aliento.
—Discúlpela, Consejero Pau —dijo Noelia—. Ya sabe lo efusiva que es... con el Canciller —terminó señalando con la cabeza a Lucía alternándose entre jugar a que el Canciller volaba y restregar la cara por todo su pelaje.
Pau chasqueó el pico, más calmado, arrullando con conformidad.
—¿Han tenido algún tipo de premonición...? —preguntó.
El grupo se miró entre sí. Noelia tomó la palabra.
—La verdad es que...
—... Porque sin duda tienen que ser excelentes Caballeros para haber predicho que les iba a convocar hoy mismo.
—... SÍ, la verdad es que sí —interrumpió Nando, adelantándose a Noelia—, yo mismo tuve el presentimiento esta misma mañana, sí, sí, sabía que nos quería aquí, pero no sabía el por qué.
Adrián lo miró maravillado, mientras que Noelia observaba la escena boquiabierta, sin poder dar crédito a lo caradura que era.
Pau gorjeó, gratamente impresionado.
—Sus avances son impresionantes, joven Nando. Seguro que la Orden aguarda impaciente su cumpleaños para nombrarle Caballero.
Nando le guiñó un ojo, alzando el pulgar.
—Chachi, crack.
Unas cuantas de las plumas de la corona del Fosh se comenzaron a erizar.
—Lo que quiere decir —se apresuró a remarcar Noelia, fulminando a su primo con la mirada—, es que está honrado de que se le tenga en consideración para tal prestigiosa posición.
Pau asintió. Algo cambió en su expresión. Parecía preocupado.
—Quería hacerles llamar para encomendarles una misión de gran urgencia y delicada ejecución  —les informó, mirándoles uno a uno—. Otra vez —añadió en un susurro suave, casi arrepentido.
El cambio en el ambiente hizo que Lucía se acercara a ellos con el Canciller Supremo descansando sobre su cabeza, impasible.
—¿Qué ha pasado? —preguntó al alcanzarlos.
—Esta mañana... —algo en él parecía hacerle incapaz de sostenerles la mirada. Hizo una pausa, vacilante, antes de volver a retomar la frase— Esta mañana fue saboteado el aerodeslizador policial blindado que transportaba... a la Dama Oscura, provocando que durante el accidente... escapase.
La noticia los aplastó como una losa, dejándolos helados de estupor.
—Pero... —Noelia compartió una fugaz y alarmada mirada con su grupo. A juzgar por sus caras drenadas de color, no quería ni imaginar cómo estaría ella.
—Sí, lo sé, lo sé... —la interrumpió Pau, alzando una garra para pedir silencio. Su mirada aún seguía esquivando las suyas, con las antenas totalmente caídas en señal de vergüenza—. Nuestra gente sigue investigando cómo pudo ocurrir. Temo que esto signifique que la vida del Canciller vuelve a estar el peligro...
Lucía ahogó una exclamación de conmoción.
—Por eso se pusieron en contacto con nosotros —Adrián viró sus ojos azules hacia Noelia.
—¿Ponerse en contacto? —preguntó Pau sin darle la oportunidad a nadie más de intervenir—. ¿Quién? ¿Cuándo?
Los tres miraron a Noelia, expectantes de ver qué haría.
—Justo antes de venir aquí, yo... Mai... —Pau la observaba en silencio, con sus grandes ojos penetrantes fijos en ella. Tosió para aclararse la voz de los nervios que la atenazaban— Mi antigua Maestra contactó conmigo para citarnos a los cuatro en algún lugar de los sectores pobres de la ciudad.
Pau afiló la mirada.
—¿Qué más?
—También... Nos pidieron que fuésemos sin avisar a nadie —por el rabillo del ojo, Noelia podía notar la incomodidad del resto.
El Consejero se reclinó en su asiento, reposando el pico contra sus garras de punzantes uñas entrelazadas, dándose un alto en la conversación para cavilar sobre los motivos que podrían tener los miembros de la Zarpa para esa reunión.
La voz inusualmente seria de Nando se abrió paso en la sala.
—La prioridad debería ser encontrar a la Dama Oscura. No podemos dejar que un usuario del Lado Oscuro tan poderoso ande suelto por ahí.
Como si esa frase hubiese sido un detonante, Pau se levantó cual resorte, con las plumas encrespadas y violentamente teñidas de carmesí, propinando un golpe a la mesa que les hizo dar un respingo y provocó que el Canciller se precipitase al suelo desde la cabeza de Lucía.
—¡Eso es! ¡Eso es lo que quieren! —exclamó con vehemencia— Son una organización moribunda. Sin duda lo que buscan es llevaros al Lado Oscuro para revivirla, y al mismo tiempo quitarse el obstáculo más grande que tienen para eliminar al Canciller Supremo.
El Consejero empezó a pasearse por la sala, nervioso.
—Pero no contaban con nuestra astucia... Utilizaremos sus planes contra ellos mismos. Iréis a esa reunión, y cuando estén los tres juntos sin forma de escapar... ¡Los mataréis! ¡Les haréis pasar tal dolor que...!
Pau frenó su arrebato al ver las caras horrorizadas de los Jedi.
—Oh, perdonad, quería decir apresadlos —se apresuró a aclarar, usando sus garras para alisarse las plumas, que poco a poco volvían a recobrar su típico azul—. Tal vez me haya excedido en la crudeza de mis palabras. No he tenido en cuenta el rango de edad de la audiencia a la que me estoy dirigiendo. Aceptad nuevamente mis disculpas.
Pau volvió a sentarse en su sitio detrás del escritorio, no sin antes recoger al Canciller del suelo y dejarlo sobre su cojín. Abrió un cajón y colocó un pequeño comunicador sobre la mesa.
—Este comunicador es un nuevo modelo ultra seguro, de tecnología Fosh. Cuando tengáis confirmación visual de que los tres están en el mismo lugar, que uno de vosotros me avise discretamente a través de él.
Noelia lo cogió de encima del escritorio y se lo guardó en un bolsillo escondido del cinturón.
—El destino de la Galaxia vuelve a estar en sus manos —dijo Pau con una mezcla entre vergüenza y orgullo—. Que la Fuerza les acompañe.
El grupo, que seguía en silencio, hizo una reverencia y se dieron la vuelta para salir por las dobles puertas.
—Seguramente intentarán engañarles —la voz de Pau sonó a sus espaldas—. No confíen en nadie.
El sonido de las puertas al cerrarse le puso el punto y final a la frase.
EMBLEMA JEDI
Con un desenfadado giro de muñeca, Lucía cerró la puerta y se despidió del taxista mecánico con una entusiasta sonrisa.
Nunca antes habían agradecido tanto los gruesos ropajes de la Orden Jedi. Este sector, muy por debajo de los niveles superiores, se hallaba huérfano de Sol. El bajo mundo de Coruscant se encontraba a cientos de pisos por debajo de los pináculos de los rascacielos de la zona alta de la ciudad galáctica, creando un ecosistema de luces artificiales como si de un arrecife bioluminiscente se tratase.
—No os separéis de mí —les ordenó la Caballero en un susurro discreto, empezando a caminar—. Y no llaméis la atención. La gente de aquí no devuelve sonrisas.
El grupo de Jedi avanzó en conjunto, dejando que las sombras de sus capuchas les ocultasen la cara.
El inframundo, como también se les conocía a los barrios bajos de la ciudad, daban refugio a millones de seres que carecían de la protección de las fuerzas de seguridad planetarias de los niveles superiores. Esto hacía que, entre los desvencijados edificios del suburbio, desvalijadores y maleantes campasen a sus anchas como amos y señores de la zona, utilizando como matones a las pandillas del área.
Mientras caminaban por las angostas callejuelas llenas de basura compactada de las altas esferas, podían sentir las intensas vibraciones de la maquinaria que servía a la élite social de los niveles que estaban por encima de ellos, retumbando de manera ensordecedora.
—¿Por qué la gente querría vivir aquí abajo? —preguntó Adrián, esquivando un charco de procedencia inidentificable con una mueca de asco.
—No es que quieran —contestó su hermana, manteniendo la alerta a su alrededor—, es que no tienen otra opción.
—Lo peor son los que la tienen y eligen esto —dijo Nando, mirando de reojo cómo un par de pandilleros acorralaban a su víctima en un callejón, perdiéndose de vista tras el humo espeso de la infraestructura ingeniera. Apretó los puños para refrenar el impulso de ir tras ellos a imponer justicia—. Si no tuviéramos que pasar desapercibidos...
—Pero debemos —le cortó de manera tajante Noelia, echándole un rápido vistazo por encima del hombro—. No quiero heroicidades. Aquí hay gente muy peligrosa.
—Pues mamá cuando se enfada da mucho más miedo que todo el inframundo junto... —comentó distraída Lucía a media voz, mirando con descaro a todas partes, ajena al temor del resto del grupo.
Los otros tres no pudieron evitar reír por la nariz, y toda la tensión que habían acumulado pareció disiparse.
—¿Y tú me reprochas que no me tomo las cosas en serio? —le recriminó Nando desenfadadamente, con un suave codazo amistoso.
—Si en serio es, dime que es mentira —le contestó su hermana con una risita, devolviéndole el codazo.
Nando trastabilló en su andar por el impacto.
—¡Me has empujado! —se quejó irritado al tiempo que la empujaba él, haciéndola retroceder un par de pasos.
Lucía infló los mofletes, dando una patada al suelo de rabia.
—¡Yo no te he empujado! —replicó a la vez que le propinaba un empujón con ambas manos—. ¡Tú me has empujado
Nando se desplazó unos cuantos metros hacia atrás por la fuerza del golpe, derribando un cubo de basura con gran estrépito.
—¡Deja de llamar la atención! —le gritó desenvainando el sable, bañando la calle con su luz naranja.
—¡¡PUES DEJA DE GRITAR!! —estalló Lucía, cargando hacia él sable en mano como un iracundo relámpago violeta.
Ambos hermanos se enzarzaron en un duelo, causando el caos a su paso, llegando a cortar alguna farola con los tajos que no encontraban el bloqueo del otro.
—Y ahí se va nuestra confidencialidad —dijo Noelia con la serenidad del que ha aceptado el abrazo de la muerte, sonriendo al vacío—. Otra vez.
Se imaginó en un lugar feliz, tal vez su habitación, su casa... O tal vez a lomos de un unicornio en una pradera verde, cabalgando hacia el blanco Sol del amanecer...
—¡Noelia! —interfirió la voz de Adrián a lo lejos.
Confusa, la Caballero buscó con la mirada a su hermano. Estaba ahí hacía un segundo, ¿dónde...?
Lo encontró al otro lado de un triple macrocruce de carreteras altamente transitadas, frente a la entrada de una cantina de dudoso aspecto.
—¡Es aquí, ¿no?! —preguntó, señalando el cartel de neón que parpadeaba sobre su cabeza.
El corazón de Noelia se le subió a la garganta.
—¡NO TE MUEVAS DE AHÍ! —chilló al borde de un ataque de pánico.
El entrechocar de sables se detuvo tan rápido como había comenzado.
—Baja la voz, nos vas a delatar —le recriminó Lucía, con un chasquido de la lengua lleno de reproche.
—Nos pones en vergüenza a los Caballeros exponiéndote de esa forma —dijo Nando con altivez, negando con la cabeza condescendientemente.
Noelia arrancó a correr sin perder más tiempo.
—¡Ya habrá tiempo para vuestras tonterías! ¡Ahora seguidme!
Los tres potenciaron su velocidad poniéndose en sintonía con la Fuerza, adquiriendo con ella la agilidad para esquivar el congestionado tráfico del triple cruce, y llegar hasta Adrián justo a tiempo para separarlo de la puerta que ya estaba asiendo con una mano para adentrarse él solo.
Sin detenerse, siguieron calle abajo hasta llegar la esquina y perderse de la vista de los transeúntes.
—¿Cómo... haces... esto...? —consiguió preguntar Noelia entre jadeos, intentando recuperar el aliento tras la carrera.
—Esperé a que se pusiera en rojo antes de cruzar —respondió Adrián con una lógica aplastante.
Nando y Lucía ahogaron una risa, ocultándose de las miradas.
—Me refiero a que en qué estabas pensando para ir tú solo —dijo Noelia a punto de caer en la desesperación.
La barbilla de Adrián se alzó ligeramente, y clavó en ella una mirada desbordante de serenidad que la descolocó.
—En qué haría un auténtico Caballero...
Noelia sintió una calidez propagarse por su pecho, colocándose el pelo detrás de la oreja con timidez, esbozando una sonrisa tonta llena de orgullo.
—... Como Nando.
Ambos chicos chocaron los cinco sin mirarse, instintivamente.
—Yo dimito... —dijo la verdadera Caballero en un susurro trémulo, al borde de las lágrimas.
Lucía puso los ojos en blanco y, tirando de la mano de Noelia, los puso en marcha de nuevo hacia la cantina.
—No les hagas caso, los chicos son unos bobos —masculló Lucía a paso airado, prácticamente arrastrando a la mayor—. Deberíamos hacernos un grupo solo de chicas... Como una mafia...
—¿Y qué vais a hacer? —se burló Nando a sus espaldas, siguiéndolas de cerca junto con Adrián, que reía travieso—. ¿Vestiros de rosa como cerditos?
Lucía les sacó la lengua por encima del hombro.
—Chicos, ya basta. Recordad que estamos en una misión —les pidió Noelia, soltando la mano de Lucía con delicadeza. Cuando el grupo estuvo reunido, prosiguió—: Vamos a entrar en un nido de vándalos para hablar con dos de los criminales más buscados en la Galaxia.
Los otros tres asintieron, y fingiendo una seguridad que no sentían realmente, cruzaron juntos la entrada del tugurio.
                                                      La visibilidad en la cantina era extremadamente reducida debido a las inmensas nubes de Ryll que la inundaban. El olor de la especia alucinógena les hizo toser incontrolablemente al pasar cerca de los fumaderos. La clientela habitual del antro les echó una vaga mirada de curiosidad cuando cruzaron el umbral de la sala principal del local, volviendo rápidamente a sus asuntos, apartando la vista del grupo.
—No busquéis problemas —murmuró Noelia a los otros tres.
Las mesas de juego se encontraban repletas de ludópatas de cada rincón de la Galaxia, llenando el local de risas, festejos y amenazas por igual. Un conocido grupo bith del Borde Exterior ponía la banda sonora en directo a los actos sin ley que allí acontecían con una alegre sintonía, que poco tenía que ver con el ambiente sombrío del establecimiento. La amplia diversidad de vestimentas y razas aglomeradas en ese pequeño infracosmos local era el escondite perfecto para aquel que no deseara ser encontrado.
—Abrid bien los ojos —añadió mientras se hacían paso entre la gente—. No sabemos qué aspecto pueden tener ahora, ni cuál es su verdadero plan. Seguramente intentarán pasar lo más inadvertidos posi...
Ahí mismo, en pleno centro de la pista de baile, bajo un potente foco fijo sobre su cabeza, una parca de vivo color escarlata sobresalía entre el anodino mar policromático. Sobre su pecho, el emblema blanco de la Zarpa destacaba, irónicamente, como la sangre sobre la nieve. Su postura era extremadamente relajada, con los brazos laxos colgando a cada lado de su cuerpo. Pese a que la ancha capucha y el visor que llevaba cubrían sus facciones al estar levemente inclinado hacia delante, no había espacio para la duda.
Era Jose.
«La discreción no es el fuerte de nuestra familia, está claro...», pensó Noelia.
La Caballero les bloqueó el paso con un brazo, obligándolos a parar.
—Id con cuidado —les advirtió, señalándoles con los ojos los sables que llevaban al cinto—. Es un antiguo Maestro, no os dejéis engañar por su postura relajada. Sin duda, ya sabe que estamos aquí —volvió a clavar la vista en él, mientras bajaba la mano hacia la empuñadura de su arma, preparada para sacarla al menor indicio de peligro.
Nando dejó escapar un largo suspiro.
—Es verdad, que tú no te has enfrentado a él... —dijo mientras dejaba caer los hombros. Negó con la cabeza, con los ojos fijos en la nada—. No creo que ni sea consciente de dónde está ahora mismo...
Noelia frunció el ceño, sin comprender. Nando le dedicó una amarga sonrisa de labios apretados y una mirada carente de esperanza.
—Enseguida lo entende...
—¡Maestro Jose! —les interrumpió la voz de Lucía elevándose por encima de la música—. ¡Aquí, estamos aquí!
La figura se estremeció como recorrida por un espasmo. Miró confundido a derecha e izquierda hasta que reparó en la presencia del grupo de Jedi. Entonces se cuadró con ademán suntuoso y regia postura, entretejiendo los dedos de sus manos entre sí a la altura de su abdomen.
—¿Estaba...? —comenzó a preguntarle a su primo.
Nando asintió con la cabeza.
—Estaba dormido.
—¿Estamos a tiempo de abandonar la misión? —inquirió la mayor rozando la súplica.
—Eso no es lo que haría Nando —dijo Adrián como si la sola idea le pareciese ofensiva.
—No te creas... —contestó éste por lo bajo.
Lucía, obviando la negatividad del grupo, tomó la iniciativa y se acercó a su antiguo Maestro, obligando a los demás a seguirla para no quedarse atrás.
Cuando le alcanzaron, se abrieron en semicírculo frente a él.
—Os estaba esperando —les saludó la voz distorsionada que, pese a ello, era incapaz de enmascarar totalmente la pomposidad que impregnaba su tono—. Parece que habéis aprendido algo en este último año si habéis podido...
—¡Hola, Maestro Jose!
—¡Hola, peque! —la saludó cariñosamente, despeinándola con una mano—. Dame un momento, que tengo el discurso preparado... —le pidió en confianza antes de volver a dirigirse con su tono anterior al grupo—... Detectar mi presencia mimetizada con el entorno a la perfección.
Se miraron entre sí por enésima vez en lo que llevamos escrito.
Una risita de sorna le retumbó en el pecho al Jedi renegado.
—Veo que mi sola presencia os deja sin palabras —dijo malinterpretando el silencio estupefacto que parecía haberse asentado entre ellos—. Tranquilos, lo comprendo. Suelo causar esa reacción.
—Te entiendo, te entiendo —concordó Nando—. Es la dura carga de los triunfadores.
Todos salvo Noelia chocaron los puños a modo de brindis, compartiendo el mismo sentimiento que Nando había expuesto en palabras.
Noelia no concebía cómo sus tres compañeros se habían olvidado tan rápido de sus advertencias. Se había asegurado de recalcarles que eran criminales, además de usuarios del Lado Oscuro, y traidores a la Orden. Necesitaban acabar rápido esta misión, o su influencia los corrompería a ellos también.
—Fue Maika la que me pidió que viniésemos. ¿Está aquí? —dijo intentando encauzar de nuevo la situación hacia sus objetivos.
Jose la miró a través del níveo visor.
—Por supuesto, se encuentra en un reservado en la parte de atrás de la cantina. Acompañadme, sed discretos.
Con una elaborada filigrana, asió el extremo de su capa para que, al girar, el arco de la prenda carmesí hiciese un vuelo más elegante.
El dramático giro a ciegas del antiguo Maestro acabó con el choque y derribo de una camarera que transportaba copas y botellas, que estallaron en miles de fragmentos al impactar contra el suelo, haciendo girar todas las cabezas del tugurio en su dirección. Tal fue el escándalo, que hasta los músicos bith dejaron de tocar.
—¡Tranquilos, tranquilos! ¡La chica está bien! —dijo Jose apresurándose a levantar a la afectada del suelo—. ¡Sigan bebiendo tranquilamente, no se preocupen, aquí no ha pasado nada! —chasqueando los dedos, apuntó en dirección a la banda—. ¡Sois los mejores, chicos! ¡No sabéis lo que se agradece la buena música en una vida de prófugo de la justicia! Venga, primitos, seguidme. ¡Chao, gente!
Absolutamente todos y cada uno de los clientes les siguieron con la mirada hasta perderlos de vista entre las sombras de la zona privada.
                                                      —¿Estáis seguros de que nadie nos ha seguido? —les interrogó el adulto frente a la puerta que daba acceso a uno de los reservados.
Más roja que la túnica del renegado, Noelia asintió, muerta de vergüenza.
El grupo, echando un último vistazo nervioso alrededor, aguardó a que Jose abriese la entrada. Una vez confirmado, el antiguo Maestro se quitó la máscara y asió el picaporte.
—Ya esta... —Jose se quedó petrificado durante un par de segundos con la puerta a medio abrir, y comenzó a cerrarla lentamente de nuevo. Muy lentamente.
Cuando se escuchó el suave click de la lengüeta encajando en la cerradura, empezó a dar pasitos cortos hacia atrás sin dejar de mirar a la puerta, con una sonrisa congelada en los labios. Lucía pálido, como si el miedo más primitivo le hubiese desgarrado el temple a zarpazos.
—¿Dónde están mis modales? —se reprendió a sí mismo con el disonante frenetismo propio del miedo en la voz—. ¡Pasad, pasad vosotros primero!
Sin necesitar mayor invitación, Adrián abrió la puerta.
Algo pareció distorsionarse en el espacio-tiempo. En lugar de que la luz del pasillo penetrase en la habitación, la oscuridad de ella pareció salir para inundarlo. Un par de ojos brillantes flotaban en la penumbra, inmóviles. Una brisa helada les erizó la piel incluso a través de los gruesos ropajes que tanto habían agradecido antes.
—¿A quién vamos a matar por ser un inútil...? —un exageradamente edulcorado canturreo infantil se abrió paso entre las tinieblas, junto lo que parecían ser un par de sonoros besos al aire.
Un escalofrío les recorrió de pies a cabeza. Si la antigua Maestra ya era de temer de por sí, ahora que parecía haber perdido la cordura... era terrorífica.
—Sííí, le vamos a hacer muuucho daaaño... Ha llamado la atencióóón de tooodo el bar...
Los Jedi, lo suficientemente sintonizados en la Fuerza para no depender de las palabras, comenzaron a acercar disimuladamente las manos a los sables al unísono.
—¿A que nos ha puesto en peligro? ¿A que sí?
De repente, un agudo ladrido hizo las veces de respuesta.
Lucía, tragando una bocanada de aire con sorpresa, apartó a sus compañeros de su paso a empujones hasta llegar a la habitación. Cuando traspasó el marco de la puerta, tanteó a golpes por la pared hasta dar con el interruptor.
El fluorescente llenó la sala de luz, revelando a una Maika confundida, parpadeando por el súbito cambio de iluminación, y a un pequeño perrito en su regazo que le mordisqueaba los dedos. La antigua Maestra se encontraba a la cabecera de una larga mesa rodeada de sillas.
—¡UN PERRO! —chilló la pequeña, emocionada, echando a correr hacia ellos.
A los pocos pasos, frenó en seco su carrera. La renegada, dignándose a reconocer por primera vez su presencia, le había anclado en el sitio con una mirada autoritaria, aseverando el gesto.
—Yo no lo haría —le advirtió con frialdad.
Lucía asintió y se sentó lo más cerca posible, sin dejar de mirar al perro. Maika atrajo al animal hacia sí.
Los cuatro restantes entraron y tomaron asiento alrededor de la mesa.
—¿Por qué tenéis un perro? —preguntó Lucía.
—Yo pensaba que la zarpa era de un gato —observó Adrián—. Los perros no tienen zarpas.
—Los perros pueden tener lo que quieran —replicó Lucía tajantemente. Maika concordó con un discreto asentimiento de la cabeza.
—Lucía, Adrián tiene razón —intervino Nando—. Es físicamente imposible que un perro tenga zarpas.
—Lo que es imposible es capturar un legendario en el Starsmon Go —dijo Lucía.
—No tenéis ni idea —objetó Adrián—. Lo que es imposible es vencer a Kali Mera...
—¿Calimera? —preguntó Jose confundido, metiéndose en la conversación—. ¿La serie del pájaro negro con una cáscara de huevo en la cabeza? Te estás equivocando, se llamaba Calimero y era un chico.
—No, Ka-li Me-ra, del Yo-Kai Watch —aclaró Adrián.
—Ah, pues esos no los conozco...
—¿Podemos centrarnos en lo que hemos venido a hacer? —preguntó Noelia, irritada por la tensión que acumulaba en sus adentros.
El torbellino de emociones que sentía en ese instante no le permitían pensar con claridad. Una y otra vez, le venían a la mente recuerdos del Templo con su Maestra, la cual no le había dirigido ni una mirada.
Se volvió a hacer el silencio, y todas las caras se giraron hacia la que presidía la mesa. Maika, que durante todo el transcurso de esa banal conversación de besugos había estado jugando distraídamente con el perro en su regazo, alzó la vista al percibir que se habían callado.
—... Eh... Bu... Ah... —trató de empezar varias veces, balbuceando inútilmente, evitando hacer contacto visual con todos los ojos puestos en ella.
—Fuiste tú la que nos ha convocado —replicó Noelia con más vehemencia de la necesaria, incapaz de contener la frustración por la situación.
La desertora mantuvo el silencio, ignorando el comentario de su antigua Padawan.
Noelia inspiró profundamente por la nariz, dejando escapar el aire con un bufido que amenazaba con el inminente desbordamiento de su paciencia. Nando, presintiéndolo, se decidió a mediar para calmar los ánimos.
—Vamo a calmarno —dijo mostrando las palmas de sus manos—.  Así como el gran Maestro Willyrex me dijo una vez, no hay mayo...
—Yo solo quiero decir —le interrumpió Noelia, alzando la voz por encima de la de su primo—, que si estamos aquí cuando podríamos haberlos entregado directamente, lo mínimo que merecemos es que se nos expli...
La frase murió en sus labios al ver cómo la que fue su Maestra, haciendo oídos sordos a sus palabras, se cubría lentamente la cara con la máscara que hasta entonces había estado descansando sobre la mesa.
La joven Caballero dejó escapar una risa airosa cargada de sarcasmo.
—Ah, vale, pues fantástico —escupió atónita ante lo absurdo de la situación mientras se cruzaba de brazos, hundiéndose en el respaldo de su asiento.
Y con eso, el silencio imperó de nuevo.
Los tres Padawan saltaron con la vista de una a otra, debatiéndose entre a cuál de las dos hablarle para continuar con la conversación, hasta que repararon en un extraño y monótono ruido que sonaba sospechosamente parecido al ronroneo de un gato.
—¿La Dama Oscura está aquí? —preguntó temeroso Adrián, acercando su silla a la de Noelia.
Maika debió escucharle, ya que la máscara se levantó e hizo un barrido por toda la habitación.
Entonces, el ronroneo se convirtió en un estruendoso ronquido. El Maestro Jose se había quedado dormido de nuevo apoyado sobre la mesa, utilizando una de sus manos como almohada.
—Maestro Jose... —susurró Lucía, maravillada ante la demostración de Vagología— Qué técnica, qué habilidad...
Valiéndose de la Fuerza, la enmascarada desestabilizó el brazo que lo sostenía con un fugaz ademán de su mano. Su hermano, todavía dormido, se estampó dolorosamente sobre la mesa, haciéndola vibrar.
—... Qué porrazo —terminó la Padawan en un hilito de voz.
Jose se incorporó rápidamente, obviando la brecha que empezaba a sangrar en su frente.
—Bueno, entonces todo claro, ¿no? Vamos a buscar a Taiga —dijo poniéndose en pie como si nada hubiese pasado.
Noelia se enderezó de nuevo, arrugando el entrecejo.
—¿Cómo que buscar a la Dama Oscura...?
—¿No está con vosotros? —inquirió Nando—. ¿Entonces cómo ha escapado del furgón...?
Jose se giró a su hermana, torciendo el rostro con confusión.
—¿Todavía no les has dicho nada? —le preguntó, desconcertado.
Maika se encogió de hombros y continuó jugando con el perro.
—¿Por qué me toca hacerlo todo a mí...? —se quejó para sí mismo mientras se volvía a sentar a la mesa.
Todos sus primos volvieron la atención hacia él, esperando algún tipo de explicación.
—Nosotros no tuvimos nada que ver con la huida de Taiga. Habíamos ideado un intrincadísimo plan lleno de disfraces, muertes y un apoteósico final en el que todo culminaba con un número musical... Inmediatamente descartado por Maika, y sustituido por un simple asalto frontal a base de sables láser una vez bajada del furgón. Lo cual, a mi parecer, fue una auténtica lástima...
Maika carraspeó para cortar las divagaciones de su hermano.
—Bueno, pues... El caso es que sabemos a dónde fue Taiga, pero no dónde está —dijo Jose, retomando el hilo de la conversación.
—¿Cómo se puede saber y no saber algo? —cuestionó Adrián.
—Es... complicado de explicar. Digamos que en ese lugar convergen muchas realidades alternativas.
—O sea —empezó Nando a cavilar en voz alta, mientras que el resto del grupo trataba de asimilar lo que acababa de decir Jose—, me estás diciendo que en algún lugar de este universo existe, no solo otro Nando, sino muchos.
—No exactamente eso, pero... Sí, se podría decir que sí.
Nando y Lucía abrieron la boca para hablar al unísono:
—Qué guay.
—Qué horror.
Noelia no podía dejar de pensar en las múltiples yo que estaban sufriendo el calvario de aguantar a los múltiples grupos.
—Espero que al menos algún Adrián siga teniendo Club Penguin... —murmuró éste cabizbajo con aire melancólico.
—Pues eso no lo sé, pero lo que sí que sé es que en uno de los...
Maika tamborileó los dedos sobre la mesa, y Jose sintió como si con cada golpe de sus yemas contra la madera le fuese constriñendo el gaznate.
—... T-total, que por eso os necesitamos. Solo la luz es lo suficientemente poderosa como para cazar a las tinieblas. Así que necesitamos que vosotros entréis en las diferentes realidades y encontréis a nuestra líder, porque no sabemos dónde está.
Noelia entrelazó los dedos por delante de su boca.
—Vamos, que lo que nos estáis diciendo es que “nos subamos al robot”.
—... Básicamente —dijo Jose frotándose la nuca con nerviosismo.
—Somos conscientes de qué os estamos pidiendo —la voz queda de Maika que, a pesar del modulador, no se levantaba de un susurro, pareció embrujar el ambiente como un maleficio. Regalándose un segundo al acariciar al perrito que descansaba en sus faldas para poner en orden sus palabras, prosiguió—: Y tenéis la opción de negaros.
Antes de que Noelia pudiese lanzar el predecible e incuestionablemente impertinente dardo verbal envenenado, la renegada, alzando la cabeza, se dirigió a ellos de frente por vez primera.
—Solo quiero a mi gata de vuelta.
Los Padawan miraron a su Caballero, aguardando expectantes su decisión.
Noelia, en el fondo, sabía que no la tenía. Estaba segura de que no les habían contado toda la verdad, y que sin duda habría algún plan detrás de todo esto. Pero sus órdenes eran claras.
Reunirlos a los tres líderes de la Zarpa y capturarlos al mismo tiempo.
Simplemente tendría que estar atenta a la inminente traición cuando cumpliese sus objetivos, y evitar que escapasen.
—... De acuerdo —accedió la Caballero—. ¿Dónde le perdisteis el rastro?
—Endor.
—... ¿Y dónde está Dor? —preguntó Nando—. Jamás había oído hablar de ese sitio.
—No, no. En la luna de Endor. Allí, en lo más profundo del bosque, fue donde aterrizó la lanzadera en la que escapó la Dama Oscura.
—Pues no perdamos más tiempo y pongámonos en marcha —dijo Noelia, poniéndose en pie—. Acabemos con esto cuanto antes.
—En ese caso, seguidme. Tengo una nave preparada —anunció Jose, imitándola—. Vuestra búsqueda empieza con este primer paso —añadió ominosamente.
Recibió cinco miradas inexpresivas, a las que contestó con un bufido de frustración.
—Jo, no tenéis ni idea del sentido del dramatismo —salió mascullando por la puerta.
El resto lo siguió poco después.
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