"Pienso en ti muy despacio, como si te dibujara dentro de mí y quedaras allí grabado. Quisiera tener la certeza de que te voy a ver mañana y pasado mañana y siempre en una cadena ininterrumpida de días; que podré mirarte lentamente aunque ya me sé cada rinconcito de tu rostro; que nada entre nosotros ha sido provisional o un accidente."
Precisamente como la tortuga , cargamos con nuestra casa a cualquier sitio donde vamos. No hay necesidad de apresurarse, no hay necesidad de buscar refugio en todas partes.
No necesitas hacer más que descansar en la plenitud de lo que eres ahora mismo. Si deseos, esperanzas y sueños se están disolviendo, mejor. Su desaparición está abriendo espacio para que se produzca un nuevo tipo de quietud y aceptación de lo que es.
A cada momento uno tiene que encontrarse a gusto consigo mismo, sin intentar mejorar sin cultivar nada, sin practicar nada. Caminar es Zen, sentarse es Zen, hablando o en silencio, inmóvil o movimiento. Lo esencial se encuentra en el sosiego: esta es la frase clave, la afirmación clave, hagas lo que hagas, en lo más profundo de tu ser, permanece sosegado, relajado, en calma, centrado.
Cuando perdemos de vista al Señor Jesucristo, nos alejamos del verdadero propósito de nuestra existencia. Creemos que debemos amar más, dar más, hacer más, y nos afanamos tanto que dejamos a un lado nuestra propia vida esperando y luchando por conseguir un futuro que aún no existe y desperdiciando el presente que es la única realidad que realmente podremos aprovechar... No te afanes corazón, no dejes de latir siendo feliz cada día, todo todo tiene su tiempo 💗✨
Empezando con los dedos de mis manos que suben por tu abdomen... Despacio... Que buscan estacionarse distraídamente en tu pecho, en tu nuca... Lentamente hasta tu boca, en tus labios carnosos... Y en un suspiro exhalas tus ganas de mi.
Busco tus besos, me regalas caricias... Amo esos bellos instantes de pasión y locura.
Leregi Renga
(...) Yo jugaba arrastrando
un gran bieldo blanquísimo por el llano. Juanico
daba portes con sacos vacíos, desde un carro
hasta el patio. Las horas se fundían despacio
sobre el jardín, caían sobre los eucaliptos
repletos de chicharras, que sonaban lo mismo
que cuando las patatas se fríen en aceite
muy caliente. Juanico sudaba. Pero cuando
penetraba en la sombra del portón, una lengua
de aire fresco lamía su pecho, despegaba
el pañuelo empapado, le entraba por debajo
de los perniles, como una larga serpiente,
y le dejaba un pétalo de rosa entre las piernas.