Te atreves a escribirme después de 6 años y decirme que me amas.
Cuando no tuviste el valor de enfrentarlo desde el principio.
El que ama no abandona.
El que ama no lastima.
El que ama se entrega y lo da todo.
Cuando amas aceptas la esencia de la otra persona sin intentar cambiar ni imponer cosas.
Tu pareja importa.
Es tomar desiciones juntos.
Es ser mejores amigos, cómplices, compañeros, amantes.
Es pensar en lo mejor para ambos y dialogar sin imponer.
No teníamos eso.
Fuimos buenos amigos al principio pero después ya no.
Ser yo no era suficiente. Y sentía que tú no te sentías conforme ni contigo mismo.
Me reprochabas el amor a mi profesión. Te sentías menos tú solo, porque para mí no importa el grado sino la pasión con la que ejerces lo que amas.
Quería mi lugar y mi espacio como pareja y no lo recibí.
Al final ni siquiera tuve tu sinceridad.
Soy una mujer fuerte y me cortabas las alas. No tenía opinión. Porque hasta habías decidido la profesión del futuro hijo inexistente. Dejabas que tú familia tomara decisiones sobre nosotros.
Me acostumbré a aceptar tus sobras de tiempo. Me acostumbré a aceptar tu machismo y falta de empatía y tu cordón umbilical.
Creí absurda e ingenuamente que era lo más que podía aspirar y que estaba bien.
¿Pero cuánto tiempo crees que habríamos soportado?
Me hubiese encantado que tuvieras los pantalones de decirme lo que te hizo por fin liberarme.
Me apena pensar que Dios prefirió mi felicidad antes que la tuya.
Pero creo que aún estás a tiempo de redimir tu pasado, sanar tus heridas, amarte y amar a alguien tanto que sientas vivir el paraíso en la tierra.
Nos faltó madurez, John.
Nos faltó valor.
Así es la vida.
Fuimos el aprendizaje que necesitábamos para no cometer esos errores con la persona que tiene preparada Dios para nosotros.
Solo me queda decirte que hay más.
Hay mucho más de lo que vivimos y de lo que sientes ahora.
No te límites a algo que ya no volverá.
Aún estoy sanando mis heridas, pero ya no duelen.
Recogí mis pedazos y los pegué. Y una vez que fui capaz de amarme y perdonarme pude continuar.
Dios me unió al hombre que tanto le pedí.
Un hombre que me ama completamente por quién soy. Alguien que da impulso a mis alas y volamos juntos.
Alguien que me cuida y me pone incluso antes que a su propia vida. Y yo le amo de la misma manera.
Somos Dios, él y yo contra el mundo.
Nuestras familias nos aman y nos cobijan, nos aceptan y no hay intervenciones no solicitadas. Y nosotros los amamos también. Todos contamos con todos.
Me siento tan a gusto que cuando lo pongo en retrospectiva me parece increíble y me siento tan agradecida con Dios.
Nos salvamos en un petate angosto como dicen.
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“Es muy delicado el amor. Se rompe de nada, o se gasta, se envejece, se afea, se vuelve costumbre helada. Cuídalo, mi amor, vela sobre él”
— Gabriela Mistral en No leer.
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PRINCIPE FRIVOLIDAD
Escucho las voces de todos los que te rodean,
y veo como sus pasos se despliegan de entre la vanidad y la frivolidad
de sus egos impetuosos y sórdidos,
de cómo creen que la riqueza los convierte en sangre de reyes,
pero la realidad es que solo son una generación vacía y desechable,
donde solo tornan la mirada hacia otro ser humano
si el brillo de la etiqueta de su vestidura es más opulenta
que la nobleza de la burguesía.
Donde el amor se convirtió en una moneda
como trueque ancestral,
intercambiando afecto por devaluados bienes.
Pero cada sonrisa caída
maldice la perversidad implícita en su sarcasmo,
ahora mismo caminas por ahí como príncipe
haciendo ímpetu de tu estirpe,
creyendo que la popularidad y tu belleza te darán el paraíso,
pero olvidas que el que al caminar y dañar corazones inocentes
dejas una estela de espinas que no te permitirá regresar por el mismo sendero.
Tu vanidad tiñó de frio mis cálidas manos
y mis labios olvidaron la paz de la ternura.
Sé que aun sigues siendo el sultán de la vanidad
y de la superficialidad, en tu esfera luminosa,
donde la valentía se mide por la muchedumbre de tu harén
y por el narcicismo de tus bailes,
eres poseedor de todos los requisitos
que exige tu planeta de seducción y sadismo,
eres la culminación del desamor y el engreimiento,
pretendes que la popularidad, una silueta definida
y una cara hermosa sean las características definitorias de la felicidad.
Desgarraste corazones más puros que el canto de ángeles
y eso es atentar contra Dios.
Sé que no amas a nadie,
jamás te rebajaras a mirar a un ser humano
por la luz que emana de su corazón,
solo te dejas llevar por lo que crees te hace sobrenatural,
falta poco tiempo para planees sobre tus propios pies,
falta poco para que tu mundo fantástico desaparezca
y sea solo el espejismo que creaste ,
trataras de recuperar tu aliento
y querrás evocar el nombre de los que sostuvieron tu mano,
pero todos esos ya olvidaron tu nombre,
ya olvidaron el color de tu piel
y tu espacio y ahora ese espacio es encausado a encontrar
su propia paz dentro de un corazón sublime,
dentro de los que su reflejo no es tan privilegiado,
pero su alma es altruismo de la belleza aun imperceptible.
Tus palabras son solo conjeturas,
lo que procede de tu léxico es ahora inverosímil,
tu mirada ya no tiene credibilidad
y tu falsa sonrisa congelada de pasarela olvido decir la verdad.
Pero el tiempo me ha mostrado que algunas veces
abundancia no es traducción de felicidad,
así que cuida tus pasos, cuida tus alas,
porque no sabes si la sangre que derramaste de otros
aun siga manchando tus huellas.
— Alexia Gap.
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"Enseñen a los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el por qué de lo que se les manda hacer, se acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad, como los limitados, ni a la costumbre, como los estúpidos (...) Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra."
- Simón Rodríguez, "Para enseñar a pensar" 1826.
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