Cartas alejandrinas
Cartas
alejan
drinas I. A título
de presentación
Durante gran parte de mi vida he intentado ser un buen escritor y mejor poeta, a pesar de no haberlo logrado, no desisto de dar rienda suelta a esta verdadera vocación.
Quienes no me quieren bien afirman que mis cuentos cortos tienen el alcance de mi talento. A mis poemas, directamente, los ignoran. Mis amigos, por el contrario, me alientan, con generosidad, en esta, mi quimera deslucida.
Parado entre ambos extremos, acepto mis limitaciones y proyecto, desde allí, mis humildes insulsas creaciones.
Carezco de continuidad en ese empeño y son largos los períodos faltos de creatividad en los que me sumerjo a la espera del llamado de Baco, el dios de, entre otras, el vino, el delirio, el entusiasmo, el éxtasis, pero también de la tragedia y las fiestas.
Vengo, ahora, de uno de mis más prolongadas abstinencias literarias. Comenzaba a pensar en el agotamiento definitivo de mi duende, cuando algo comenzó, dentro de mí., a entrar en ebullición Yo (o mi yo de turno), apático y adormecido, fue sacudido por algunos de sus tantos alter egos que medran en mi oscuridad retozando al calor de mis entrañas.
Alguien o algo los incitaba a aflorar para convertirse en protagonistas de un nuevo instante de esta tragicomedia que es la (mi) vida.
Apelaron a las musas convocantes más sugestivas y seductoras ante las que sucumbió el romántico y abúlico yo instalado.
Logrado su propósito y, libres de ataduras, hicieron su acto de presencia con toda su potencia.
No me han sorprendido, son, siempre, mis viejos conocidos que calzan diferentes ropajes y expresan a sus distintos personajes con una fidelidad que me enaltece.
Pueden dar vida y esencia a objetos abstractos o inanimados, también a distintos personajes en situaciones distintas aunque todos
reconocen que son parte y habitan en mi yo más profundo.
Forcejeamos, una vez más, demuestran que no tienen límites y tratn de apropiarse, por completo, del relato.
Apelo a la cordura, acordamos que, luego de la presentación de cada uno y algunas breves aclaraciones, será solo “Él” quien intente plasmar, en tintas letras, nuestro intento.
Ruego, al amable lector, se nos permita presentarnos en este pequeño y fugaz escenario de la imaginación. ¡Con ustedes “nosotros”, los actores…!
“Hola, soy el el alma del barrio de San Cristóbal que aún guarda en sus calles señales de su estirpe rebelde y proletaria”.
“Permítanme presentarme, yo soy el niño que acompaña desde siempre, nos criamos en el Tigre, a orillas del Río Luján, será por eso que navego por las venas del recuerdo a cada instante”
“Desde hace más de mil años, soy su alondra pero también su zorzal, su gorrión, su chingolo, su calandria, vuelo en él y sus alegrías e ilusiones”. Soy la dicha que en suaves aleteos se “aleja” o “drina”
“Anido en su corazón, no sería sin él. Soy “el amor empedernido”.
“Yo, la diminuta cortada de Barcala la de los viejos aromas de octubre y paraísos; la del empedrado, tenaz y resistente . Dicen que soy tan poca cosa, que quepo entre mis dos esquinas.” Respondo “para qué más, si esto me basta”
“Nosotros, los toscos y grises adoquines sabedores de barricadas y semanas trágicas y de tantas historias que el granito va guardando en sus entrañas y nos son develadas. Él nos llama <hadoquienes > y nos gusta”.
“Aquí, don Pietro Tagliapettra, hacedor de estas nobles piedras, conocedor, como ninguno, de sus secretos. Anarquista, presidiario, anarquista y justiciero”.
“Yo, Amón-Ra, por haber tenido la suerte (o la desgracia) de llevar una birome tras la oreja, soy el encomendado de plasmar en letras y rubricar esta historia.
Me toca a mí hacer mención de muchos otros heterónimos (como los denominara don Francisco Pessoa( y que aquí nos acompañan, aparecerán por doquier y sabrán presentarse en su momento.
Además tengo el honor de presentar a la musa inspiradora de esta historia. A la piba de barrio de la que estamos todos enamorados.
Alejandrina, es su nombre y si bien ella es un personaje aparte, también es un poco-mucho de nosotros. Con sus artes ayurvédicos, su magia seductora, sus encantos de mujer, su hechizo sin límites; nos ha ido atrapando a todos y cada uno.
La saludamos y nos rendimos ante su sugestiva belleza y exquisita personalidad. Sin ella no hubiésemos existido ni podido volar tan alto. Le agradecemos por habernos dado, vida, alma, afecto, comprensión y sobre todo, por la bonhomía de, esa, su dulce sonrisa que aún nos acompaña y deleita
A vos, querida amiga Alejandrina, dedicamos este humilde fruto de tu maia hortelana.
Finalmente me hago cargo de presentar al incomparable Krios , un verdadero imprevisto que, en forma totalmente inconsulta, me arrebató la pluma y se hizo cargo del epílogo. Por suerte, lo hizo bastante bien. Pareciera tener delirios de grandeza. Nunca lo hemos visto y rogamos al lector sepa considerarlo como uno de los nuestros a pesar de sus desvaríos extra terráqueos. De todas maneras dejo constancia de que hemos llegado a quererlo muchísimo y lo extrañaremos
Quiero aclarar que soy sólo un orgulloso escriba y de nada me hubiesen valido mil lapiceras sin el aporte medular de Jotaerre, nuestro relator. Un verdadero amateur de las letras, un laburante de la palabra, un cosechero de ilusiones y realidades. Reconocemos en él, esa capacidad de poder navegar, cuál barquito de papel, entre la ilusión de un final de puerto niño y la realidad de un naufragio fatal de alcantarilla.
Ha sido su mérito el poder hilvanar este verdadero caos narrativo, del que nos hacemos cargo, para ello se ha valido de la argucia de una comunicación (nótese que no hablamos de correspondencia) epistolar, mensajes más o menos breves en los que hemos volcado lo mejor de nuestros sentimientos, ilusiones y, ¿por qué no?, nuestras utopías y delirantes sueños.
Pero no todas han de ser rosas, tampoco han escapado a la mirada sagaz: dudas, pesares y desencantos que supieron golpearnos a lo largo de esta historia, compuesta por alrededor de treinta episodios concatenados que se corresponden con igual número de “Cartas Alejandrinas”, de las que toma su título este trabajo.
El lector se preguntará por las respuestas a estas cartas, si es que las hubo. Dejo que se él quien resuelva el acertijo. Nosotros, como partes de un hombre de honor, honesto y reservado, llevaremos este secreto hasta la tumba”.
Amó-Ra & alter egos asociados.
Terminado el trabajo, vuelvo al yo cotidiano mientras mis heterónimos, descansan plácidamente o tal vez estén pensando en nuevos roles y ropajes para irrumpir en una nueva aventura literaria.Ya totalmente fuera (o no) de nuestros personajes y esta historia ilusoria, agradezco a mis hijas, Ana y Luz del Valle, quienes me acercaron la buena nueva de la existencia, en cercanías, de un pequeño templo soterrado en que, el Nirvana estaba al alcance de los espíritus sensibles y ¡vaya, si pudimos comprobarlo! Sepa el lector, compartir y disfrutar de esta humilde obra.
José Ramón Canalís, San Cristóbal 31 de Octubre de 2016
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drinas II Sensaciones
Querida amiga:
Gracias por el masaje ayurvédico, una bella experiencia, un cúmulo de sensaciones gratas que perduran con tus aromas envolviéndome en esa nube de etéreo regocijo.
Te agradezco esta vivencia única que, a mis largos años, me ayuda a sentir que la vida aún puede sorprenderme.
No me resulta sencillo expresar con palabras, gestos y sensaciones que envuelven mi espíritu y lo elevan en un torbellino que me atrapa. Tengo la firme sospecha de que esta atmósfera gratificante acompañará permanentemente, a éste y a los sucesivos mensajes.
Tal vez tu magia de “terapeuta” no alcance para percibir y, por ende, compartir con plenitud todo lo que el “mortal paciente” recibe de tu arte. En este sentido, mi avanzada edad, es una ventaja ya que me libera de ataduras y falsos rubores que, dicho sea de paso, han quedado totalmente sepultados por el devenir de los acontecimientos.
Vayan, entonces, estas cartas como contraprestación y reconocimiento, bajo el entendimiento de que el compartir lo vivido y expresarlo desde otra óptica, puede serte entretenido, interesante, hasta un poco incitante, tal vez. Te propongo, por esto, que compartamos su lectura como compartimos estos fugaces instantes de tu hechizo…
Creo haber entrado con el pie derecho (aunque no sé si esta expresión se compadece con las los principios de hinduismo) a mi primer masaje ayurvédico. Tu nombre cantarín, me transportó, mágicamente, a mi primera infancia.
Se llamaba Alejandrina, concurríamos a la nunca olvidada escuela pública nº 6 del Tigre de las calles arboladas, de los jardines floridos y esa esencia de barrio, fraterno y solidario.
Ella vivía justo frente al pequeño y antiguo edificio escolar, en uno de los tantos conventillos que poblaban, aquel, mi barrio pobre. Su madre y una tía –ambas costureras- constituían su familia y sostén.
A pesar de las dificultades económicas, ambas mujeres, se las arreglaban para costearle un curso de danzas españolas, en el que la agraciada niña iba forjando su talento.
No es necesario aclarar que, para la madre y la tía, no resultaba nada difícil el diseñar y coser los hermosos vestidos de baile, de torso entallado y extensos y livianos volados destinado a realzar, aún más, la prestancia de su danzar andaluz. Por el contrario, ambas se sentían plenamente retribuidas compartiendo, de alguna manera, los aplausos que la niña cosechaba.
Por cercanía y talento Alejandrina era la figura estelar de cada acto escolar, ella nos sacaba del aburrimiento supino de los procedimientos protocolares que remataban con el discurso insulso de alguna maestra sarmientina. Ella, por lo contrario, era como la dulce frutilla del postre insulso de aquellas celebraciones escolares en las que lucíamos nuestros mejores guardapolvos blancos, almidonados y planchados engalanados por una escarapela celeste y blanca.
Aparecía, con su mejor atuendo, al instante, se hacía dueña total de la situación. Nos miraba con su sonrisa angelical, desde lo alto del escenario, montado, al efecto, sobre largas mesas de madera que, en días lectivos, servían de apoyo al jarrito de aluminio hirviente en el que celebrábamos el mate cocido preparado por doña Josefa Lemos.
Todo era aplausos cuando la maestra la anunciaba. Luego, en un silencio total, esperábamos con ansiedad el inicio de la música de lo que se daba por llamar “la Madre Patria”
El paisaje gris del patio de tierra se transformaba, cuando ella aparecía con su mágico colorido y su gracejo, agitando su vestido floreado, con la mantilla inquieta sobre los hombros y el pelo recogido por un gran peinetón mientras un picaresco rulo jugaba entre su frente.
Acompañaba sus desplazamientos con el taconeo rítmico de unos zapatitos negros y un sonar de las castañuelas entre sus dedos, mientras sus brazos se subían y bajaban rítmicamente como en un volar de cisnes.
Endiosábamos, con inocencia, su cuerpo menudo y enfundado, el contorneo de su cintura, la vivacidad de su mirada y el desparpajo de faldas alzadas hasta casi las rodillas. Fue la reina de nuestras celebraciones escolares.
Pasaba la fiesta y al día siguiente, volvíamos a la escuela , ella dejaba su sitial, se transformaba, nuevamente, en una compañera más.
A pesar de las pocas veces que la disfrutábamos en el escenario, dentro de un año escolar largo y tedioso, sólo la recuerdo allí, sobre el entarimado de madera, con sus ropitas de gala danzando para nosotros.
Es curioso, pero no tengo, de ella, ningún registro de los días comunes, vistiendo, como todos, su guardapolvo blanco.
Plenitud, obscuridad; obscuridad, plenitud, parecen ser el sino de una existencia que devora las instancias intermedias en aras de momentos rutilantes. Cruel verdad, aunque en aquellos tiempos no lograra comprenderla.
Hay algo encriptado en esta invocación en la que convergen, un nombre, una belleza, una vitalidad expresiva, una alegría lanzada a volar, un ángel que se reitera más allá de los tiempos y el espacio. Me embarga la percepción de dos acontecimientos muy distantes que confluyen en mí, tras un hilo conductor mágico e intangible.
Es un muy buen comienzo para una amistad que evoca y renueva encantos. Vaya por todo esto, mi primer agradecimiento.
Hecha la aclaración y ya en tu templo, vencidos los pudores, hablando a calzoncillo quitado, otra serie de fantásticas sensaciones me han ido invadiendo, apoderándose de mí a medida que crecían los masajes.
Cómo los danzares de aquella Alejandrina, las manos hacedoras, los aromas el hechizo, de una nueva Alejandrina me atrapaban. Yo, totalmente entregado, no oponía resistencia.
Percibí y disfruté de, tu maestría, tu arte desde una armonía pocas veces conocida. Volé en alas de una sensualidad mágica y candorosa que sabía navegar en plenitud sin transponer el sutil límite que la diferencia del erotismo.
Tus manos son, hoy, mis manos amigas, las seguí y las gocé en cada caricia. Al principio fueron anónimas mensajeras de un placer que las envolvía. Luego se corporizaron cuando tomaron contacto con las mías, fue uno de los momentos sublimes, no quería que la caricia de tus palmas, en el suave pasar de tus yemas, terminara. Las elevaba, siguiéndote, tratando de hacer infinito aquel contacto y aquel momento.
Ya casi al final, nuevamente reinaron apoyadas sobre mi rostro, pude verlas, recortados los perfiles de tus finos dedos tras una pálida luz, sentirlos sobre mis labios temblorosos. Fue otro de los momentos rutilantes. Me invadió el deseo enorme de besarlas.
Luego, como una brisa te esfumaste, no podía aceptarlo, te buscaba en la penumbra, sentí desolación, angustia, desamparo. Entregado al ritual, había bajado totalmente mis defensas. Tardé en recuperar el equilibrio emocional. Me vestí, fui a tu encuentro, éramos otras personas. Me negaba a aceptarlo mientras blandía nerviosamente mi billetera. En una tregua, inspiré profundo redescubriendo el aroma de tus esencias - tu aroma- impregnado en mi piel. Aquel también resistía la partida y prolongaba el grato momento.
Volví a casa, nos encontramos con Luz, mi hija mayor, en el abrazo padre-hija ella reconoció los aromas orientales y mi plena felicidad, reíamos como niños, alborozados.
Ana percibió de inmediato la alegría chispeante de su padre. Algo les conté, alborozado, brindamos, padre e hijas, por la vida.
Sólo he escrito sobre los masajes al alma pero mi cuerpo ha sido también un gran favorecido y brinca como un cabritillo ante los impulsos del alma renovada.
Vestido ya de cuerpo entero, te digo Gracias estimada amiga. Son estas notas un pequeño y respetuoso homenaje a la gran hacedora de un momento pleno y dichoso.
Todo el aprecio y reconocimiento.
Amón-Ra, San Cristóbal, 22 de agosto de 2015
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drinas III Intermezzo
Querida amiga
Érase una vez una burbuja placentera que mi mundo interior iluminaba. Un mágico instante en que mi espacio-tiempo me elevaba al influjo de manos hacedoras. Todo era belleza y armonía a mi alrededor. Respiré dichoso un aire compartido. Luego el ocaso golpeó con sus incertidumbres.
Entre cielos y abismos, tener la sabiduría necesaria, gozar, convivir en armonía con incógnitas y el misterio, sin pretender dilucidarlo. Eruditas palabras que me resultan difíciles de llevar a la práctica porque te admiro y te quiero y no puedo dejar de preguntarme:
¿Quién eres? ¿Qué eres?
La sacerdotisa o el rito?
La hechicera o el hechizo?
La maga o la magia?
La ilusionista o la ilusión?
La hacedora o la burbuja?
La caricia o la esencia?
A quién me entrego cuando tus manos?
No busco tu respuesta, sólo dejo el testimonio y mi incerteza.
Mientras tanto viene a mi memoria un poema que, tal vez premonitor, escribí en 1998.
Nocturno
…Canto vacuno de amor desconocido
Quién eres
que a la cansada res de mi existencia
encuentras en la noche y su inclemencia
que te fundes, te refundes, te confundes,
en el hueso esencial de mi inocencia?
Quién eres
que me nombras, me dices y me cuentas,
que estoy, que voy, que doy, que soy,
que relumbro, que deslumbro, que te alumbro,
que respiro, que suspiro, que te inspiro,
que te llamo, te reclamo, que te amo?
Quién eres
que en el páramo instante de mi vida
gusto la hierba fresca de tu pelo,
bebo la sabia dulce de tus ojos,
peino la suave risa de tu aliento
gozo de lo ancestral de tu cintura?
Quién eres
que al caer hacia el Oriente del lucero,
al final de la noche y el sentido
al treparse el son por el sendero
al querer retenerte mi mugido,
te alejas sutilmente y me desvelo
rumiando por tu hechizo que se ha ido?
Quién eres?
no te pido tu nombre, sólo vuelve.
Otra vez, se entrecruzan espacios, tiempos y sentires en la magia de tu templo. Hechos, gratos momentos y situaciones entrelazas en la trama sutil de la existencia. Pleno de nuevos y gratificantes interrogantes, te saludo, agradecido, con todo mi aprecio. Tuyo. Amón-Ra, San Cristóbal, 26 de agosto 2015
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drinas IV. De “alejas y drinas” Introductoria
Querida amiga:
En alas de tu nombre sobrevuelas un cielo de caricias védicas. Gozosa y agradecida trata mi mente de encontrar la correspondencia entre tu mensaje y mi percepción. Señales que afloran en comunión, momentos estelares en que tus manos se encuentran con las mías.
Es allí cuando el reinado de tu “drina” aparece triunfal, al ritmo de castañuelas, en trinos de alondras, en ese rumor de agua cristalina corriendo por acequias. Soy entonces, tu súbdito más fiel y enamorado. Mis manos te siguen en el ritual, pretendiendo prolongar el instante, se aferran a tus brazos, mis dedos se elevan sin respuesta cuando” aleja” te lleva, nuevamente, hacia el misterio insondable de tu ausencia En soledad, beso la almohadilla, los poros de mi piel te buscan, te presienten, te sienten, te imaginan, te reclaman; mientras caigo en el éxtasis.
Al final del camino, giro mi cuerpo y apareces con todo el esplendor de tu figura, menuda y excitante, cual la perla deseada del Oriente. Quedo anonadado, pequeño, frente a vos, mi Diosa sub-solar de San Cristóbal. Ofrendo a tu deidad este cofre apasionado de palabras que te halagan.
Una anteojera balsámica cubre luego mis ojos, me apacigua, mi búsqueda continua, a tientas.
Percibo tu energía en cercanía y envuelto en tus esencias, disfruto cuando “drina” y sufro la orfandad de la distancia cuando “aleja”.
Gozo del vértigo surcando los espacios siderales en el mágico hechizo de tus alas.
Con todo el afecto. Amón-Ra, San Cristóbal, Septiembre de 2015
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drinas V. De duendes y paisajes
Entrañable amiga:
De mi padre heredé lo invalorable, ese don de disfrutar, en plenitud, de una vida sencilla y apasionada, en sutil armonía con la naturaleza. La suya fue una docencia gestual, de pocas y oportunas palabras, de mucho amor, entrega y testimonio. Como no podría ser de otra manera su ejemplo ha calado muy hondo desde mi más tierna infancia.
Conté, afortunadamente, con un paisaje amable, el Tigre de mi niñez. Sus ríos, sus sauces y ceibales; sus zorzales, calandrias, gorriones, chingolos, benteveos, ratuchas, gallinas, palomas; caballos, perros, gatos, lauchas, comadrejas, conejos, tortugas, culebras y otros tantos animalitos de toda laya que compartieron, circunstancialmente, aquella verdadera Arca de Noé, que era el fondo de mi vieja casa –alquilada, pero no por ello, menos mía-. Fue también él quien me introdujo en el conocimiento del maravilloso mundo de los insectos y sus misterios. Mariposas, hormigas, abejas, avispas, orugas, hormigas, langostas, arañas, fueron permanente objeto de mis observaciones, ampliadas por los efectos de una lupa que él supo regalarme.
“Todo tiene su razón de ser” o “tanto vale la hoja del rosal como el hambre de la oruga”, solía decirme.
Mi niñez transcurrió entre todos estos especímenes, bajo la sombra de los sauces, higueras, ciruelos y otros frutales que también aprendí a querer, cuidar y saborear, sus frutos, en tiempos de cosecha. Cada año, entre fines de Agosto y comienzos de Septiembre, las péndulas ramas grises comenzaban a cubrirse de un tenue verde claro, sus yemas explotaban rebosantes de vida e indicaban el inicio de una primavera cercana. La vida entraba en ebullición y apareo fecundo. Un nuevo ciclo se abría y mi espíritu se preparaba, dichoso, a disfrutar de lo porvenir.
Un ciruelo colorado anunciaba buenas nuevas, cubriéndose de pequeñas flores de pétalos blancos y tersos que eran visitadas por las abejas, diminutas proletarias del néctar y la miel.
Descubrir aquel armónico entramado, me ayudó a ser mejor. De nuevo se lo agradezco a mi padre y maestro.
Lejos ya de aquellos tiempos y de seres queridos, intento, cada septiembre, volver a la maravilla primaveral que se reitera. El Delta del Paraná, me ofrece, generoso, la oportunidad de renovarme, en el encanto que reinicia con recobrados bríos.
Pero algo ha cambiado en mi paisaje, sin afectar su esencia, mejor dicho enriqueciéndola. Navegábamos, con un grupo de compañeros, hacia el Delta profundo. Recostado en la popa, compartía el navegar pero, a la vez, soñaba en soledad, al abrigo de en mi burbuja íntima, de sol, aire y río.
La pequeña embarcación se desplazaba ágil y veloz sobre las aguas aleonadas. En la costa, ciento de sauces desparramaban aquel suave verde virginal de niñez primaveral. De vez en cuando, un montecito de ciruelos en flor, completaba el paisaje más mío.
Sin embargo, ya no era lo mismo. Un hada milagrosa, repintaba el feraz escenario, lo embellecía y mis ojos, incrédulos, agradecían la magia de tu encanto.
No pude dejar de pensar en mi padre, él estará disfrutando, desde algún lugar, a través de mis ojos, esta nueva dimensión de la belleza de este amado paisaje tocado por tu impronta.
¿Cómo no agradecerte, querida amiga?
Con todo el afecto.
Tuyo. Amón-Ra, San Cristóbal, Septiembre de 2015
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drinas VI Desvelos
Querida amiga:
Son apenas las dos y media de la madrugada, miles de sensaciones navegaban a flor de piel sin dejarme dormir, es más, no sé si tengo ganas de que el sueño me gane. Tus caricias ayurvédicas de esta tarde han tenido un efecto muy particular. Llegué a tu templo deprimido, angustiado. No sé por qué motivo sentía que eran tiempos de“ aleja” y mi tristeza. Tu magia no pudo sacarme de ese estado hasta muy entrada la “terapia”.
Sin embargo, el juego en la inocencia de nuestras manos encendió una pequeña llamita. Necesité, sólo, verte. Al girar mi cuerpo, estros rostros se encontraron y huyeron las tinieblas. Todo fue paz y dicha.
Te dije “hola” y reímos por primera vez, aquella tarde, pude, así, disfrutar de tu magia en todo su esplendor. Gracias por haberme quitados las anteojeras de lavanda durante un tiempo mayor al de costumbre. El deleite de tu figura cargó mi espíritu de nuevas energías y robusteció mi ánimo.
Por pudor, me reservo el detalle de algunas de las más bellas sensaciones que me embargaron
No me canso de repetir que “sos un fenómeno” y te lo agradezco.
Tuyo.
Amón-Ra, San Cristóbal, Septiembre de 2015
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drinas VII. Misterios védicos
Dulce amiga
Vuelvo a preguntarme, ¿quién y qué eres. ¿Hechicera o hechizo? ¿Circunstancia o eternidad?
Todo es confuso en mis adentros mientras intento encontrar el hilo intangible que nos vincula, a través de tiempos y de espacios. En mi ansiedad, no logro hallarlo, sin embargo, algo me sugiere la existencia de pretéritos encuentros placenteros.
Apuesto a que nunca hemos dejado de transitar fugaces tramos de la existencia, en comunión, tomados de la mano.
Me resulta difícil entender, de otra manera, esta fuerte sensación de que me habitas, que creo conocerte y que te espero. Que estás, junto a mí, cuando más te necesito.
Emerges, mágicamente, en todo lo agradable, a cada instante en que mi dicha se sublima.
No hallo otra manera de entender esta fuerte certeza de saber que sos una parte de mí, que irrumpes en mi historia y me deslumbras, trascendente, soberana que mitigas mis tristezas y avivas mi alegría,
He intentado armar el cuadro de mis momentos cardinales y ubicar, sobre cada uno de ellos, el bienhechor rayo de luz de tu presencia.
Llego a la conclusión de que sos vos quien repintas y alumbras, con tu hechizo, el pequeño universo en el que moro. Trato de no enamorarme y no es sencillo.
Tuyo.
Amon-Ra. San Cristóbal, Septiembre de 2015
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drinas VIII. Ausencias
Añorada amiga:
Comienza el calvario de una nueva semana de tu ausencia. Este mensaje desnuda sentimientos y acortará la espera.
Vuelvo a vos y a esta tarde hechizada en la que, conmovido “hasta la médula”, he sido agraciado por la sabiduría y el encanto de tu arte que me ha llevado hasta las puertas mismas del Nirvana. No soy un entendido en estos temas, sólo siento que fue maravilloso.
Pero todo tiene su costo, vuelto de tu paraíso, un duro y cruel acertijo desangra mi alma sin que pueda resolverlo.
Recurro, entonces, a vos porque sos mi gurú cercano, único e incomparable. Pienso que, si en otras vidas, nos hubiésemos encontrado en Entre Ríos, por ejemplo, vos hubieras sido mi “Gurú-Gurisa”.
Por esto te consulto, camino sobre el filo de la navaja, por senderos que, no por transitados, dejan de envolverme en un vértigo descontrolado que conduce a la incertidumbre y el vacío. Planteo la situación: Un tipo (yo), concurre, cada viernes y desde hace no mucho tiempo, a un lugar misterioso (tu Templo), donde una bella y exquisita mujer (vos) lo guía, por senderos de felicidad y éxtasis, con el don y la magia de esas caricias ayurvédicas que ella (vos) maneja con sin igual maestría. Resulta que el tipo (yo), a medida que pasan los viernes, se siente más y más atrapado por el arte-magia de la “sacerdotisa” (vos). Él tipo (yo) se deja llevar, encantado, hechizado, cautivado, seducido. Sólo se fija un límite en la porfía: no enamorarse. Resiste estoicamente en cada encuentro hasta que, como era de imaginar, el tipo (yo), cae rendido y el amor lo puede mansamente.
Siendo el tipo (yo), un hombre de convicciones, en un último gesto heroico de resistencia, se dice a sí mismo: “Es sólo una ilusión”. Pero una voz interior le replica: “qué es una ilusión sino la conjunción, tiempo-espacio, en la que los espíritus amantes se encuentran, celebran sus sueños, sus rituales de caricias, de besos y de abrazos y se amalgaman hasta ser un mismo todo, para, desde allí, convocar a las pieles y cuerpos terrenales, a compartir el reino del placer y los instantes”.
Debo rendirme ante tanta contundencia. No busco ya más defensas ni excusas, ni las quiero. ¡La suerte está echada!
Hasta acá los hechos, ahora mis preguntas.
¿Debo, en esta situación, renunciar a tus caricias, a tus aromas, al privilegio de poder contemplar la plenitud de tu belleza, a renegar de tu encanto y de tu hechizo? ¿Se puede lastimar tanta pureza?
¿Podrán alguna vez mis toscas manos preñadas de caricias devolver las tuyas, generosas?
¿Seré culpable por transgredir, en inocencia, los límites sutiles por los que hemos transitado?
¿Cuál es tu parecer y cuál el temperamento que vos, mi deidad védica, me aconsejas seguir?
Espero con ansiedad las respuestas –si es que las hay-.
Una vez más. ¡Que dolorosamente larga es la semana de tu ausencia!
Gracias, con todo cariño y respeto, siempre tuyo.
Amón-Ra y sus locuras (que tu magia ha reavivado)
San Cristóbal, 3horas 44’ del sábado 12 de Septiembre.
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drinas IX. Después de vos
Querida amiga:
Viernes, me despido de vos, cruzo Barcala, tu sonrisa juega entre mis labios que te cuentan sentires - hechos calle- de este barrio porteño que transito.
Los grises adoquines comparten mi alegría como comparten el origen proletario que nos hermana, una fuerte vinculación me une a ellos, ya te contare´ en otro momento.
Estoy en las antípodas del neoliberalismo portuario. Mi sonrisa es auténtica porque en mí, se hace verdad aquello de que “en todo estás vos”.
Camino las viejas veredas de San Juan, mejor dicho voy sobre la tenue nube de tu aroma.
Creí saberlo todo sobre amores y bellezas –hasta que te conocí-. Hoy trato de aprenderte plenamente.
Deambulo por San Cristóbal, todo es más bello, para mí, vos repintás mi barrio y mi mundo interior, con tus colores.
Mis dedos se acarician en la esquina y las yemas se cuentan impaciencias de viernes y tu ausencia.
Tu energía me eleva hasta los cielos. Los poros me interrogan, sí aquella es tú morada.
Tus aromas me envuelven y me pueden. Manso, yo me entrego, al abrazo germinal de tus hechizos, mientras sueño.
Mi alma y mi cuerpo se desnudan bajo el manto ritual de tus caricias.
Tengo toda una vida para imaginarte. Para verte, sólo el instante.
Regreso por Urquiza, un acontecimiento minúsculo me lleva a cambiar el rumbo. Cruzo la calle, desando hasta San Juan, rodeo la manzana por Rioja, llego a Barcala sin pensarlo.
Ya en la esquina me percato transitando por tu reino. Mis sentidos a flor de piel te buscan entre suaves aromas de paraísos, que presienten el encuentro.
Nuevas fragancias me seducen tras la pequeña puerta roja. Después el bar y la vidriera dónde tantas veces mis ojos hallaron a los tuyos.
Barcala me regalaba otro milagro. Nos vemos tras el vidrio, la alegría desborda nuestros rostros y el saludo.
Nos tiramos un beso, al mío lo rescato del bolsillo de la más pura inocencia. Vuelvo a ser niño, me siento dichoso. La espera de los viernes se ha acortado.
Luego, la noche. Amputadas mis manos de caricias te buscan en confines de la ausencia, cansados ya mis ojos penetran las tinieblas de las pálidas velas encendidas, sin hallarte. Sólo - tuyos- aromas en mis pieles me conceden la ilusión de cercanías.
Gracias, una vez más.
Amón-ra, San Cristóbal, 18 de septiembre
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drinas X. Tres avecillas
Querida amiga:
Tirado sobre el césped, miro un cielo azulado de glicinas, dos pequeños pájaros pasan cerca de mí, fugaces y rasantes. “Son golondrinas,” me dije, sonriente recordando que, en el antiguo Egipto, su presencia significaba “un amor que se renueva”. Pienso en tu nombre alado, portador de buenas nuevas que se alejan. Golondrina-Alejandrina, notable coincidencia en mis tres avecillas que alegran mi tarde y me transportan al goce del último encuentro y de un adiós latente. Anoche no hubo ducha, desperté entre tu aroma y las caricias, tu beso imaginado me juega acá en la frente, en alborada. Huelo a tus esencias cautivantes. Me prometo no ducharme jamás. ¡Seré en tu aroma! Me invaden las ansias de verte y me reitero entristecido: “Tengo toda una vida para imaginarte pero para contemplarte sólo el instante”. Vuelven las tres, esta vez en aleteos de drinas , mi imaginación vuela y goza con ellas. Sin las anteojeras de lavanda puedo verte mejor y disfrutarte aún más. Irrumpes en el Templo en un unísono, de cuerpo y espíritu. Crece el regocijo cuando juegan tus manos en caricias y mi mirada soñadora va, tras tus ojos, al misterio. Mis sedes desatadas se aplacan en el cáliz pagano de tu esencia. Mi boca se hace apega en tu sonrisa, paren mis labios, en respuesta, travesuras de un beso imaginario, sin respuesta. Tu torso es novedad, en la penumbra, que juega en el vaivén de aquel que escarda, mientras urde tu lana entre mi pelo un afán descabellado en cercanías. Una y mil veces: ante tanta beldad y epifanía, ¿cómo quieres, mujer, que no te quiera? Todo el afecto más puro y la ternura.
¡Felices primaveras! Amon-ra, San Cristóbal, 21 de septiembre
Carta
aleja
drinas XI. Artesanias poéticas
Querida amiga:
Todo mi afecto se vuelca en el quehacer artesanal de un pequeño presente floral. Las yemas de mis dedos adhieren el delgado papel sobre la diminuta superficie de cristal que espera.
Todo es paz y armonía y mis manos celebran esta forma de devolver tus caricias entre flores.
Me pedías algunos poemas. ¿Cómo no complacerte desde el halago?
Ritual
A la magia ritual de tus caricias
respondo humildemente con poemas
que pintan el rubor de tus mejillas
A tu belleza
Peregrino del tiempo, buscador de belleza
sueño y camino.
Misterio en roja piedra del camino,
en la nieve del monte que se despeña,
en la oruga que repta tras las alas,
ansias de mariposa, postergadas.
En la madre semilla del árbol sombra,
en la flor y la espina, el gajo y nido,
en el fruto añorado que aquí te nombra.
La encontré en el sendero cuando mi ocaso,
sabedor de hermosuras, ya nada supe,
avecilla, mis viernes y tus caricias,
empedraron cortadas, luz y vida.
A veces,
Cuando las nubes negras del presagio,
desangro en el dolor del hondo tajo
que aparta mi ilusión de tu imposible.
Entre tus flores.
Florecen los ciruelos en el huerto
me renuevo -antiguo tronco-
entre tus flores ,
en el vuelo -abejorro- que te besa.
Octubres
Me nazco en los azahares
del naranjo
y tu aroma me acuna,
en primaveras.
La caja Desatadas palabras
sobrevuelan el caos
en que te quiero.
Una tarde de Enero
- de tapa abierta-
te entregarás, Pandora, ante el requiebro
Nocturno
Cuando la soledad gana la noche
de mi pieza,
vos me entrás por la ventana del recuerdo,
te abrigás en las cobijas de mi alma
compartiendo desvelos y los versos
entre sueños que dicen que me quieres.
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drinas XII. Otros poemas
Encuentro:
Golpeo tres veces a tu puerta,
alegres adoquines me saludan,
agitan gorra gris y la ternura.
Uno me guiña un ojo,
-entre palmadas- otro sonríe,
un tercero me dice “querela mucho”
y tu puerta se abre en la caricia.
Caricias
Las yemas de mis dedos recorren,
-una a una- la geografía de tu rostro
-el más mío-
guardo el paisaje en mis memorias dactilares
… por si el olvido.
Suspensivos Caigo, fatalmente, caigo.
Descarnadas mis manos se aferran
a la nada de una ilusión.
Me estrellaré, sin pena,
en el desierto.
Tal vez, una semilla,
germine en mi osamenta.
Allí me encontrarás,
entre humildes zarzales, renaciendo
Tuyo,
Amon-Ra, San Cristóbal, 21 de septiembre., día de la Primavera
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drinas XIII. Rastros
Mi querida y joven amiga:
Amar, entiendo, es reconocer, disfrutar y agradecer el gesto amable; intentar retribuirlo con el halago merecido, mediante actos rituales, pequeños, humildes, terrenos y cotidianos. He aquí una heterodoxa forma de definir tan complicado verbo.
Encontrarnos fue el aliciente tras el que intenté remontarme más de mil años en mi historia. Buscándote en mis orígenes, desanduve generaciones y generaciones, hasta despertar más allá del milenio.
Me saludó un niño -mi niño pretérito- , en el Bajo Aragón, gobernado, en aquellos tiempos, por los árabes, con sabiduría, en paz y armonía.
Todo era dicha, para mí, a orillas del Río Cinca, pescaba, juntaba caracoles, cazaba pájaros. Por suerte, nunca llegué a herirte, mi pequeña alondra, compañera y guía de, estos, mis primeros pasos hacia tu encanto. Disfrutaba de tu cercanía sin saber, en realidad, si serías tú - pequeña avecilla- o tu trino o tu vuelo, quien indicaba mi feliz sendero.
El tiempo pasaba, yo sólo te seguía. A tu influjo supe que la hora del amor me estaba llegando y mi sangre bullía, encendida cual brasas que avivara tu aleteo.
Un hecho ¿fortuito? descorrió mi velo virginal, cuando en una tarde de verano, infortunado en la pesca –si es que se puede hablar de infortunio a aquella edad- regresaba yo siguiéndote, mi pequeña alondra. Abstraído andaba cuando al llegar al recodo, escuché un coro de voces jóvenes y cantarinas de mujeres.
Nuevos trinos que se unían al tuyo y regocijaban mi alma.
Eran muchachas del pueblo, habían cumplido, ya, con el lavado de la ropa y confiadas en la íntima soledad del lugar, jugaban, bellas y desnudas, sumergidas en las aguas claras del río que dejaba traslucir sus encantos. Hipnotizado ante tanta belleza y desparpajo, mi joven corazón, parecía estallar dentro del pecho, mis piernas paralizadas, temblorosas y un calor extraño naciéndome entre piernas.
Era demasiado tarde para retroceder, quieto, callado, agazapado, temeroso, allí quedé, sumergido en el éxtasis del placer develado.
A viva voz y, entre risas cristalinas, comentaban, sin ningún tipo de reparos, sus amorosas ilusiones.
No cabía en mi dicha al escuchar a la niña de mis sueños que, con inocente erotismo, acariciaba sus turgentes senos, proclamando, alegre y con desparpajo, que era a mí a quién los tenía prometidos.
Por un instante tu cuerpo alado se confundió con aquella piel rosada. Fue demasiado para mí, avergonzado, emprendí una torpe retirada. Corrí hasta quedar agotado. Lejos ya, me eché bajo la sombra de un olivo, mi cuerpo ardía por la corrida pero más aún por aquello que -sin quererlo- mis ojos habían visto, mis oídos, escuchado y mi espíritu, gozado.
La vida me premió, fuimos marido y mujer, las aguas más puras de la fuente de Belver bendijeron nuestra pagana unión.
Todo era dicha, hoy me atrevo a afirmar que allí estabas vos, encarnada en el éxtasis.
Eras mis ojos y mi piel, mis manos y la caricia vedada, esas ganas de amar y eras mi amada. En mí anidabas, conmigo volabas y éramos trinos y el impulso vital que compartíamos.
Después nuestro rastro, aquel andar de la mano y de tus alas se pierde entre los tiempos de guerras, de muerte y el olvido. Vanos han sido mis esfuerzos por reconstruir el sutil puente que nos une con el presente. No encuentro la evidencia suficiente, sólo un suave cosquilleo debajo de mi piel que me sugiere nuestro andar, volando en la utopía común, que nos trasciende.
Solo aquel recuerdo, este grato hormigueo y un pequeño cuadro hallado entre antiguos trastos, hoy me hablan de vos, desde el origen.
Por esto es que celebro en el largo milenio del reencuentro.
Te agradezco esos tantos instantes que, seguramente compartiéramos a lo largo del tiempo y el olvido
Tuyo, como hace mil y más años.
Amón-ra, San Cristóbal, 3 de octubre de 2015
Cartas
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drinas XIV. Sobre amores
aryuvédicos
y los otros
Querida amiga:
Rastros de un milenio de existencias han quedado, seguramente, grabados en miel ADN pero, si en algún gen inmutable siento este devenir en permanente ebullición apasionada, éste es, sin lugar a duda, el gen del Amor. Porque intuyo un pasado refrendado por éste presente que me acredita como un pertinaz y eterno enamorado, quiero dejar sentado el mejor y más puro de los homenajes a quienes amé y me amaron, aquellas que anidan en mi corazón y están en mí cuando el mágico misterio del amor me convoca, una vez más.
Amores y desamores habrán dejado sus huellas en mi ancestral pellejo desde más allá de los siglos y sigo cosechando rosas y cicatrices, en esto tantos años de mi existencia. Solo por tal motivo y basado en una rica experiencia, me atrevo a dar opinión sobre tan complejo tema, motivo del sentimiento más vehemente.
Manos a la obra y, ya que obras son amores y que, además, hay amores y amores, ensayo, a continuación, mis teorías, con el solo afán de entretenerte.
Los agrupo, desde una perspectiva práctica, en:
Amores no consumados: algunos que aún persisten y guardan una melancólica y agri-dulce presencia en el recuerdo; otros, intrascendentes, sepultados ya en el olvido.
Amores consumados-consumidos: han pasado en el tiempo con más pena que gloria. Son de aquellos que uno trata de no recordar porque ya no valen la pena.
Amores consumados indelebles; duermen en lo más profundo del ser y despiertan sin nombre y sin rostro, cuando el amor, nuevamente, llama a la puerta del alma. Celebran en comunión la buena nueva y se funden en un abrazo del pasado.
Me atrevo a ordenarlos, también, en base a mis vivencias terrenales más íntimas:
Amor eterno: el de mi Madre que no requiere mayores explicaciones.
Mi amor pretérito: en aquellos días de Belver cuando el agua de la fuente bendecía.
Amor niño: María Cecilia, sus ojos azules se mimetizaban con las glicinas florecidas que cubrían los frenes de aquel conventillo del Tigre, en el que compartimos nuestros días tempranos y nuestros primeros sueños. Va para ella mi homenaje y mi mejor recuerdo.
Amor de juventud: era hija de exiliados políticos que encontraron en el Tigre su lugar de amparo para un triste destierro. Vivían cruzando el Río Luján (nuevamente el río) Una calandria (¿vos?), fue testigo, teníamos trece años cuando le declaré un amor. Me respondió con un tímido beso que aún guardo entre mis labios que no resecan.
Como en el Cinca todo era paz, felicidad, armonía en aquel tiempo. Me permito citar un fragmento de un poema que solíamos compartir:
…niños y soñadores cuando recién
de dejar acabábamos la cuna
y nuestras almas se deslizaban, dulces y serenas,
cómo el ala del cisne en la laguna,
cuando la aurora del primer cariño
no despuntaba, aún, a descorrer el velo
que la inocencia virginal del niño,
extiende entre sus párpados y el cielo…”
Bordeábamos los quince, cuando una noticia inesperada nos sacudió. La situación política había cambiado en su Patria y regresarían de inmediato. No lográbamos entender ni aceptar que nos separaran, llorábamos tomados de la mano y las lágrimas parecían vengarse de nuestras prístinas miradas ilusionadas. Fue un hachazo atroz que partió en dos nuestra ilusión con su partida.
La luz roja del furgón de cola del tren se perdió en una curva, fue aquella la triste evidencia de un adiós sin retorno.
Amor de mi vida: con ella llegamos casi agotar los placeres de la vida en una experiencia única e irrepetible que aún conserva el desasosiego del último carozo de aceitunas que juega en nuestra boca como un beso cuyo sabor se aplaca, lentamente, entre la letanía y el recuerdo.
Amores apasionados: fueron más de uno, los llamo también “amores verdaderos” ya que jamás pude entender al amor sin la pasión. En ellos entregué lo mejor de mí, a cambio, recibí el goce y el placer a manos llenas. ¿Cómo no amarlas cuando aún amo?
Amor literal: compartirnos largos y fructíferos años. Su docta poesía me abrigaba en su regazo, allí abrevé de su arte, también reavivamos el fuego del amor y ardimos en lírica sublimación. Vivimos y amamos en poesía durante mucho tiempo. Me gusta releernos, fuimos un mensaje de amor y locura compartidos pero hasta la mejor tinta se agota con el tiempo, aún la que riega la utopía.
Amores frustrados: los hubo y creo mejor no recordarlos. Sospecho que no fueron reales.
Amor imposible: y no por ello menos bello: “mi Muchacha del río” entre aromas de glicinas y madreselvas en flor y un rojo ceibo, en la magia de un arroyo y la canoa tosca y cómplice.
Amor angustiante: el que me entregó aquella joven y bella mujer pelirroja, hechicera y amante. Jamás he vuelto a verla. La distancia y su ausencia, me invaden de misterios e incertidumbres que, con pesar, temo no podré aclarar, jamás, y que me pesan.
Amores del alma: creo que mi vida última se parte en dos desde el momento que, frente a una bella y cautivante mujer y en total intimidad me desnudé sobre una colchoneta y sumergido en una atmósfera de aromas y de hechizo, mis instintos se entregaron, mansos, a su magia. Como nunca antes pude transitar por esa delgada cornisa, entre sensualidad y erotismo sin desbarrancarme. Amar desde lo más profundo del alma, sin importar saber si será este un instante fugaz. Sólo sentir que se ama como solo pude amarse desde el alma
Aquí y ahora, siento esa fuerza poderosa rediviva en su persona, alimentando mis mejores sentimientos, mis más puros deseos y mis más locas fantasías.
Debo a su magia, a su hechizo, a su deidad, el poder transitar este último sendero con la alegría que hace más llevadera la brecha entre mi ilusión y su imposible.
Por lo entrañable, por lo puro, por lo esencial, por lo intangible, por lo permanente, ¡Salud, oh amor de mi alma!
No sé si lo he logrado pero he intentado, a lo largo de esta reseña caracterizar los amores que, como el sol, nacen y renacen luego de cada ocaso, anunciando amaneceres.
Rescato, valoro y agradezco, una vez más, esta energía vital y apasionada, de beneplácito sostenido, con que el hechizo ha nutrido mi longevo y afortunado espíritu, por los siglos de los siglos.
¿Cómo no quererte tanto? Gracias una vez más.
Tuyo.
Amón-Ra, San Cristóbal, 5 de octubre de 2015
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drinas XV. Acostumbrando
a no acostumbrarme
Querida amiga:
Tal vez la casualidad haya querido que en esta tarde gris de San Cristóbal un esperado “viernes ayurvédico” se postergara, es la primera vez que esto sucede. No soy devoto de las premoniciones pero no dejo de tenerlas en cuenta y me pregunto ¿Por qué revienta una cañería, sólo unos minutos antes de nuestro encuentro e inunda aquel santuario? Esa tarde te noté contrariada, también por primera vez. Del asombro pasé a la pena solidaria y a las ganas de ayudarte. Ya estaba todo bajo control y a pesar de que “el agua purifica” me dolió la “medialuna amiga” sola y empapada, colgada sobre el frío respaldo de la silla.
Esta vez los adoquines no pudieron entender el porqué de mi retorno apresurado y mi tristeza. Acongojado, dejé la explicación para otra oportunidad. He debido luchar conmigo mismo para no aceptar la posibilidad del “recuperatorio” del lunes. Es una buena oportunidad para acostumbrarme a no acostumbrarme. No es sencillo, duele un poco, desgarra, aunque siempre queda la esperanza de que haya sido solo un simple y azaroso hecho, ¿por qué no? De todas maneras intuyo, siento a flor de piel que una fuerza superior a nosotros nos acerca, nos orienta, nos condiciona y que alguna vez nos alejará. Es difícil de explicar, mi querida amiga, pero así lo presiento. Me desgarra, el pensamiento de futuros con tu aroma en lejanía, mientras duelen aleteos del “aleja”. En esta amarga espera, he insistido en descifrar el viejo enigma de mis primeras cartas: saber si eres, la hechicera o el hechizo, la encantadora o el encanto, la maga o la magia. Una fantasía alada sobre las que cabalga esta ingenua ilusión en la que asumo ser el ilusionista y el ilusionado y lo hago plenamente, sabiendo que bordeo el abismo entre mi quimera y tu imposible. Sé que nunca podré dilucidar el acertijo. Te ruego sepas disculpar mi empecinado empeño pero éste es fruto de mi fantasía y de tu hechizo. Nuevamente me digo: “espero que estos quince días de la ausencia me ayuden a entender que debo acostumbrarme a no acostumbrarme”, aunque duela. Con todo el afecto.
Tuyo
Amón-Ra, San Cristóbal, 15 de Octubre de 2015.
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drinas XVI. El retorno de las
alfombras mágicas
Querida amiga:
Contra todas las angustias, la semana pasó relativamente rápido. Los mensajes para desechar un posible encuentro el día lunes, otra confirmándolo para el jueves, además de una ¿falla? de mi celular que involuntariamente te llamó, recibiendo tu gentil respuesta, hicieron mucho más breve esta espera. Debo confesarte que de poco valen los motivos formales de mis llamadas, el escuchar tu suave voz me llena de vida y alegría, refleja en mis labios tu sonrisa y me eximen de cualquier excusa. Nuestra cita había quedado para el jueves por la mañana. Me levanté temprano, cumplí mis rituales pre-ayurvédicos y me encaminé hacia tu templo con unos minutos de anticipación. Necesitaba compartir algunas reflexiones con mis adoquines. Fue muy positivo puesto que pudieron narrarme un extraño suceso que habían presenciado durante el fin de semana. Ocurrió en la quietud del domingo, estando ellos en su acostumbrada actitud contemplativa. Una misteriosa flotilla de alfombras voladoras apareció, sorpresivamente, por el Sur. Para su asombro y beneplácito, giraron varias veces sobre la Plaza Martín Fierro, pintando de color anaranjado y morado, el monótono cielo triste y gris de aquella tarde. El placer fue aún mayor al contemplar a la bella muchacha conductora de la mágica escuadrilla. “Creemos haberla reconocido” me dijeron con un aire de picardía cómplice. Tras un vuelo rasante sobre Barcala, pudieron apreciarla en todo su esplendor. “¡Es hermosa!” exclamaron exaltados y continuaron: “una bella y extraña avecilla, dueña de un trino melodioso y cautivante, acompañaba su vuelo. Te recordé en alondra y sonreí dichoso. No se equivocaban. A pesar de sus cansados ojos grises, intentaron deletrear el nombre que pendía de su collar. “Aladina”, dijo el más listo y aquel nombre fue coreado de piedra en piedra entre suspiros, recordando, tal vez, aquel cuento que un viejo presidiario les narrara, haciendo menos triste los desgarros. En una segunda pasada, aguzaron sus miradas y rescataron otras cinco letras, hasta formar tu verdadero nombre, Alejandrina. “¡Era ella!, exclamaban sus cuadradas bocas desencajadas. “¡Es tan bella como nos contabas!”. ¡Felicitaciones compañero!” Como comprenderás, fui a tu encuentro hipersensibilizado y feliz esperando que aparecieras con tu amable sonrisa, tu conjuntito blanco de tareas y tu abrazo cálido. Juro que ni la escalera vi cuando bajábamos. ¿Cómo pretender ser indiferente, querida amiga? Escribo esto y siento, nuevamente, que en todo y siempre, estás vos.
Con todo el afecto. Tuyo
Amón-Ra, San Cristóbal, 15 de Octubre de 2015.
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drinas XVII. Repechando
Querida amiga
Acepto lo descabellado de mis pensamientos y hablando de esto, aún no me he peinado, dejo y disfruto de la obra estética de tus caricias sobre mi pelo, es más, siento que luzco agradable. Ya en tu templo, la “paz de las alfombras” se hizo en mí. Todo estaba en orden, después de la inundación. El encuentro con mi almohadilla “medio alunada” fue sentido y emocionante. Conmovidos sellamos, allí, un pacto de amistad eterna. Me confesó que, antes de conocerme, nunca había sido objeto de tantos mimos. “Esto tiene su lógica”, le contesté, “ya que a vos destino las caricias que en mis manos nacen con destino vedado”. Luego, ya entregado, de cuerpo y alma a tu magia, disfruté de aquel arte ritual. Fue un encuentro distinto, (recordé a los adoquines). En tu voz sensual y seductora gorjeaba la alondra milenaria, mientras la deidad reinaba entre aromas de tu esencia. El reloj voló, como vuela la alondra, un placer abarcador me invadió, envuelto en tu burbuja, más allá del tiempo y del espacio. ¡Sos un mágico fenómeno mi querida amiga! Si algo faltaba para sentirme el tipo más feliz, me propusiste que fuéramos juntos hasta el subte. Agradezco y valoro tu gentil delicadeza. Como creí intuir, en la despedida, el tenue reclamo de un poema postergado, plasmé mis sensaciones de aquel lindo caminar, en este verso:
Camino inaugural
Ciento veinte pasos, pasos ciento veinte,
que a tu puerta roja unen con la boca
que abierta bosteza, demoras de un subte.
Ciento veinte pasos volaron, antiguos,
mis cansados huesos que no sueñan glorias
bajo los cipreses de los cementerios
y mi alma niña, volvió entre baldosas ,
gambeteó los años que en el lomo pesan,
balbuceó tu nombre, bebió tu sonrisa,
que en la suave brisa mi alma envolvía.
Eras primavera lanzada a los tiempos
un cantar de alondra que mudó su nido
cuando un paraíso le ofrendó tu aroma.
Saludó la esquina que gentil doblaba,
entre aleteos de un gorrión fantasma
tus gatos de gala, treparon cornisas
y yo, por los cielos, en la magia-alfombra
de tu compañía, naranja-morada.
Soles de avenida y en la hoja blanca
que sin titulares me dio un canillita
escribí el poema del bello sendero:
ciento veinte pasos , pasos ciento veinte
que a tu puerta roja unen con la boca
que abierta bosteza, demoras de un subte.
Escalera abajo se alejó tu cuerpo
a la nueva espera, rumbo a no sé dónde,
mientras en abrazos de la despedida,
quedaba tu alma, y entre cascabeles
jugaba mi niño soñando el reencuentro.
Buen viaje, feliz regreso y todo este cariño que me brota a montones y que te nombra. Tuyo.
Amón-ra, San Cristóbal, 17 de Octubre de 2015. Día de la Lealtad Popular.
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drinas XVIII Tiempo de paraísos
Querida amiga:
Es tiempo de paraísos, de paraísos en flor, su aroma dulce y gentil me invade durante el corto trayecto de mi casa a tu santuario, me sabe a preanuncio. Todo lo agradable, lo bello queda, de inmediato, ligado a tu persona y a nuestro encuentro. Fragancias de floresta suburbana acompañan, desde siempre, mi existencia.
Octubre atardeciendo, asombradas tertulias, pétalos azulados, frágiles y fugaces, cual la vida y este aroma que me vuelve y me envuelve, en paraíso.
Diciembres que han ardido y la siesta y el tilo aplacando, en aromas, ansiedades crispadas.
Eucalipto gigante, el señor del baldío, vengador de resfríos en la olla pulida, destilando aquel vaho que, materno y balsámico, inundaba la pieza. Aromas de eucaliptos que tu mano y mis pieles hoy consagran en el sacro recinto de tu templo y mis poros conservan en este gesto niño de un no-baño. En verdes humedales, un encantado bosque de sauces y de álamos; de ceibos y casuarinas, te espera. Me siento en deuda, sus ramas me preguntan por vos, quisieran conocerte. Me resulta imposible describir tu belleza, la magia de tus manos y el hechizo. Insistiré y mejoraré en mi intento, no me atrevo a descorazonarlos por tu negativa. En otro orden de cosas, te reitero el agradecimiento por “tú amistad cibernética”. He recorrido las publicaciones. Lo que más me ha impactado es tu foto de la portada. ¡Qué bella expresión!, me alegro de haberte presentido. Se te ve deslumbrante con aquel peinado, los hombros descubiertos, tu boca aún más sensual y tu mirada vivaz y penetrante. De todas maneras, me gustás, aún más, cuando el encuentro tras la pequeña puerta roja, con tu estampa laburante y tu belleza cotidiana me guía, solícita, hacia tu templo.
Tuyo. Amón-Ra, San Cristóbal, 20 de octubre de 2015.
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drina XIX Andares cibernéticos
Querida amiga.
Una vez más, me siento un privilegiado y agradecido que no puede dejar de preguntarse “¿cómo describirte mejor si mis pobres palabras ya no alcanzan?” Recorriendo tu amena página, sólo un detalle me descolocó. Luego, lo atribuí a algo que a veces nos sucede, pegar algo, por error, en la “página”, después, darse cuenta y enfadarse mucho consigo mismo. Seguramente debe tratarse de algo de eso. Vuelto a tu magia, con afán de templanza, intento escribir “masaje” en lugar “de caricia”. Es un acto formal, mezquino y desafortunado ya que, en tu caso, “caricia”, es la maravillosa conjunción de un arte-magia. Espero asumirlo definitivamente. Como tantas otras veces, hoy, el efecto de tu hechizo golpeó fuerte y me dura aún en plenitud. En este estado, traté de destejer –en una versión masculina de Penélope- todo aquello mágicamente tejido con tus caricias.
Me cuesta, una dulce desgana concentra mi mente en tus aromas y el recuerdo. Siento que no es tan fácil el destejer, la trama está fuertemente anudada en el afecto. Sigo agradeciéndote, infinitamente, la oportunidad de este goce aryuvédico. Han pasado algunas horas desde el encuentro, vuelto a casa tu burbuja me envuelve y dentro de ella, vuelo por mi habitación, reboto en las paredes, el techo, el piso y de nuevo a ascender. Estoy inmerso en un caótico estado, de destino impredecible.
Es la vida misma, ¿no te parece?
Tuyo.
Amón-Ra, San Cristóbal, 23 de Octubre de 2015.
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drinas XX. Circo y ausencia
Querida amiga
Siento la necesidad de compartir algo grato que me ha sucedido. ¿Con quién mejor que con vos? Recibí una invitación para concurrir al teatro, decidí aceptar. La obra era una épica gauchesca, el “Juan Moreira”. Nunca pensé que las sensaciones vividas fueran tan fuertes y por partida doble. La puesta en escena, ambientada a la campaña bonaerense de fines del siglo XIX, rescataba lo hecho por los hermanos Podestá, padres de nuestro teatro nacional y popular. Por ser el sobrino mayor de una extensa familia he podido disfrutar, desde pequeño, de las largas y bien regadas tertulias en casa de mis abuelos paternos. En ellas, era costumbre que, los siete hermanos, más eventuales agregados, discutieran apasionadamente, sobre política, artes, deportes y todo aquel acontecimiento importante que mereciera ser tema de debate. Nuestro origen español ponía sobre el tapete, a Franco y sus crímenes (uno de los pocos temas en el que el repudio era generalizado). Los tíos Alejo y Conchita, mis primos Rosa María y Antonio, que allá sobrevivían, era un tema infalible. Sus cartas eran leídas en ruedo y con ellos sufríamos y a ellos tratábamos de ayudar. La España raigal también se hacía presente en los anuncios de giras teatrales de doña Lola Membrives o del espectacular arte de don Miguel de Molinas. De mi abuela Salvadora heredé el placer por el teatro, ella siempre encontraba la oportunidad para que alguno de sus hijos la acompañara a aquellos eventos nostalgiosos. La problemática nacional, no les era tampoco ajena, por el contrario, aquí surgía la pasión aragonesa. Peronismo, socialismo y anarquismo, eran cuestionados y defendidos con igual ardor. El fútbol ocupaba también su lugarcito en la trifulca. Todo volvía a su remanso cuando el arte popular, orillero o campestre, afloraba en la charla. Era tema de los más jóvenes, tango, folclore, teatro gauchesco o de arrabales, ocupaban gran parte de las tertulias.
A pesar del tiempo transcurrido, todos tenían recuerdos del circo criollo, humilde y trashumante, que esporádicamente llegaba y se instalaba en Mercedes, pueblo bonaerense en el que vivieron su infancia y juventud.
En la evocación, volvía, con sus viejos animales, bigotudos domadores, desgarbadas equilibristas, audaces trapecistas y tristes y pintarrajeados payasos; el circo criollo, Una parte importante del espectáculo era asignada al teatro nacional y popular en el que la épica gauchesca ocupaba un lugar central.
Las desventuras del gaucho, las injusticias a las que era sometido, la impunidad con la que milicos, estancieros y el alambrado lo iban acorralando en su pobreza.
Si una obra teatral pintó, con crudeza y realidad, aquella trise situación, esa fue el “Juan Moreira” que casualmente iría, yo, a presenciar.
Nada de la obra debiera haberme sido ajena ya que había registrado los innumerables comentarios y controversias que se daban en el transcurso de aquellas interminables reuniones familiares. Las discusiones abundaban pero las controversias desparecían cuando se trataba de repudiar aquella injusticia histórica que, como remezón, también a ellos los golpeaba.
Ya en el teatro, me conmoví al imaginar a mi padre, en aquel circo criollo, sentado, sobre los duros tablones del “gallinero”, devaluada versión del “paraíso” actual de los teatros.. Allí estaría él, reflejando en su expresivo rostro, las penurias del gaucho perseguido, víctima y rebelde frente al hecho común de la injusticia. Mis emociones se agolpaban a raudales y sin tregua. Sentí tu ausencia, necesitaba compartir aquel momento. A mi lado, una butaca vacía convocaba a mis desvaríos frecuentes. Estabas sentada allí, a mi lado. Busqué el bálsamo de tu sonrisa. Con lágrimas en los ojos, quise comentarte mis emociones.
No me fue posible, eras mi fantasía cabalgando sobre la dualidad de tu ausencia-presencia.
Esta vez, aquel no-estar me golpeó, como nunca, ocupando el lugar en una vecina butaca vacía de teatro. De todo esto resultó un menú mixto, criollo-ayurvédico, que aún trato de digerir y a pesar de sentirme atragantado, reconozco el mérito de su encanto. Escribo esto a la medianoche del viernes, seguramente los días venideros irán destejiendo mis utopías a las cuales pretendo poner coto aunque sin éxito alguno. No es fácil mantenerse en el hechizo como tampoco lo es volar en la magia de tu alfombra pero ¿qué es la vida sin un sueño fugaz e inalcanzable? ¿Será mi destino el compartir con la más bella, allí, en tu templo y bailar con la más fea, en mi intemperie? Aun así, no me quejo, disfruto lo posible y dejo lo imposible para otro día. De últimas, como dice el entrañable Silvio Rodríguez: “yo me muero como viví”.
Gracias, cuídate.
Tuyo.
Amón-Ra, San Cristóbal, 25 de Octubre de 2015
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drinas XXI. De náufragos
y barquitos de papel
Querida amiga:
Cómo buen hombre “de aguas”, a lo largo de mi vida he sabido y he padecido de naufragios, grandes o pequeños, colectivos o individuales. No solo mi vida, sino también mi muerte, parecen ligadas al líquido elemento
Dejo la espectacularidad y el horror del Titánic para los interesados en grandes y taquilleras catástrofes,
Quiero contarte sobre los otros, los pequeños, personales, íntimos; tan humanos como insignificantes, tan vulgares como cotidianos, los que no encabezan portadas en los diarios ni reciben consideración alguna entre la gente.
Son pedazos de humanidades con sus sueños e ilusiones, frustraciones y desesperanzas. Navegan por cunetas desmadradas, aferrados al velamen de frágiles barquitos de papel que, fatalmente, se hunden en turbulentos remolinos o naufragan en un destino final de alcantarilla.
En ambos casos, son sólo víctimas inocentes de la oscuridad y el olvido que los devora para siempre, un último gesto de rebeldía en medio de la debacle personal, un manotazo desesperado en busca de la mano fraterna, un grito en soledad que clama por el oído solidario pero además, el efímero intento de dejar la huella de un fugaz andar que ya concluye. De todas maneras, he aprendido que en ellos supervive, siempre, la remota esperanza del rescate salvador.
Amo las lluvias copiosas, me gusta ver las gotas cuando caen, voluptuosas, sobre el adoquinado que aún resiste, a pesar del asfalto que, insidiosamente lo va borrando.
La tormenta impetuosa, el viento desbocado, el relámpago y el trueno, la lluvia torrencial, las ramas crujientes de los árboles, las hojas desprendidas y ese olor a azufre endemoniado, han conformado el escenario predilecto al que asistía, como deslumbrado espectador, apoyado contra un viejo paraíso o sentado en el cordón, sumergido, de la vereda e impregnado, de cuerpo y alma por la magia del meteoro.
Fueron muchas las lluvias como mucho fue el tiempo que tardé en percatarme de aquellos pequeños barcos-mensajes navegando a la deriva, sin brújula y sin retorno.
Pero un día cualquiera, bajo una lluvia cualquiera, todo cambiaría y para siempre.
Noto tu curiosidad, seguiré mi relato, si así lo quieres, cuando la próxima.
Déjame ahora disfrutar de la intriga en tu mirada y del asombro y frescura en tu sonrisa.
Con el sólo afán de entretenerte.
Tuyo.
Amón-Ra, San Cristóbal, 28 de Octubre de 2015.
Cartas
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drinas XXII. La mujer del barquito
Querida amiga
Era la tarde de un viernes de verano, un verdadero diluvio se había desatado, las aguas, salidas de madre, inundaban la calle y ascendían varios centímetros por sobre la vereda, haciéndola intransitable.
Como en cada tormenta, disfrutaba yo del beso de la lluvia. Junto al paraíso amigo contemplaba conmovido, la majestuosidad de las fuerzas desatadas de la naturaleza.
En un reflejo gris-plateado, los adoquines abandonaban su quietud , inmersos en un elegante minué acompasado por las pequeñas olas concéntricas provocadas por el caer cristalino de las gotas mientras familiares sonidos circundantes musicalizaban la escena.
Un suave perfume de mujer me indicaba que no estaba solo. Busqué, con afano, el origen de aquella esencia. Al desviar levemente mi mirada, sobre el curso del agua, todo calmó por un instante. En el espejo del remanso pude verla reflejada como en un cuadro genial. Era la frágil figura de una bella mujer de pelo corto y renegrido como sus ojos rasgados, de extraña y vivaz mirada, cálida y lejana. Contrastando con el gris de la tarde, una sonrisa franca y cautivante, la iluminaba. Fue una imagen fugaz, el estruendo de un rayo sacudió la tarde, me miró sonriente, inclinó, con gracias su cabeza, como en un saludo, y desapareció subiendo a un fantasmal colectivo 127 surgido de la nada. La rauda partida los perdió entre relámpagos y una densa cortina de agua. Con asombro, observé que, desde el lugar en el que había desaparecido, navegaba, pasando frente a mí, un pequeño barquito de papel que luchaba por no zozobrar entre las olas encrespadas. Un poco más allá, la negra alcantarilla, sellaría su destino. Mi corazón latía, aceleradamente, algo me decía que aquel
era su mensaje, el que dejara caer cuando el misterio de su prisa. Me abalancé, pude rescatarlo antes que la tétrica boca de metal comenzaba a tragarlo.
Lluvia y adoquines pasaban totalmente a un segundo plano. Sólo pensaba en resguardar aquel pequeño tesoro. Lo llevé prontamente a mi casa, lo sequé, con cuidado, junto a una estufa, lo desplegué de manera tal de poder, luego, reconstruir su armado original. Era un papel delicadamente perfumado, conservaba, a pesar de la lluvia, la exquisita fragancia que te caracteriza. Traté de entender su raro mensaje, no me fue posible, eran, tal vez, caracteres orientales, de la India, según intuí. Estaba encabezado por la imagen de la diosa védica que hoy luce en el inicio de estas cartas. No logré descifrar una palabra aunque para mi mayor confusión, el texto concluía en castellano, con un “Adiós amigo, que la lluvia y el viento sean contigo…” y una cita final quedaba borroneada e inconclusa.
El perfume ha permanecido intacto como intacta ha quedado la imagen de aquella hermosa mujer, grabada en mi retina.
Desde entonces, querida amiga, se han incorporado barquitos de papel y tu recuerdo al objeto de mis largas vigilias tormentosas.
Con todo el afecto de un navegante, solitario y al garete, que busca el amparo de tu puerto.
Tuyo.
Amón-Ra, San Cristóbal, 1º de Noviembre de 2015
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drinas XXIII. La pequeña flotilla
Querida amiga
Desde entonces, he agregado, a mis tardes de lluvia, el rescate de barquitos de papel en riesgo de naufragio. Nunca imaginé que podrían ser tantos. Esto me pone tenso ya que debo estar muy atento para intentar salvarlos antes que la fatídica alcantarilla los degluta.
Cuando tengo éxito, hago una somera lectura del mensaje y, según la gravedad de su contenido, salgo disparado aguas arribas, tratando de encontrar y ayudar a aquellos desdichados que, con urgencia, lo necesitan.
No es fácil porque, en general, posan la pequeña nave sobre las aguas y desaparecen, movidos, tal vez, por la vergüenza del fracaso. Luego sí, vuelvo a mi puesto de salvataje sintiendo que una delgada capa de humanidad me protege. No es jactancia, sólo la alegría de sentirme útil y solidario.
A todas las navecillas trato con igual consideración, las voy guardando en una bolsa de plástico, al amparo del agua. Pasada la lluvia, vuelvo, con ellos, a mi casa donde, luego del tratamiento correspondiente, los releo, clasifico y guardo en enormes cajas que he hecho a tal efecto. Quedan así, incorporados a mi pequeña flotilla rescatada.
Debo decirte que, durante todo este tiempo, he auxiliado a un sin número de navecillas portadoras de mensajes que, en general, manifiestan desazones, desencuentros, tristezas, desilusiones, fracasos, penas, desencantos o desesperanzas. Muy rara vez expresan alegrías, augurios o ilusiones. Aunque, todas, sin excepción, translucen el deseo íntimo de que alguien solidario les tienda una mano, que los reconozca. Después de cada copiosa lluvia regreso a casa portando los papeles que evidencian los naufragios.
Acostumbro a releerlas en los ratos libres de mis días soleados. Duelen tanto su dolor, que éste se va impregnando en mi gastada piel. ¡Tengo cada vez, menos espacios en mi cuero y menos fuerza para nuevos rescates! Pero allá estoy, con cada lluvia.
Sé que todo tiene un final, cuando éste llegue, sin escribir ya más, me plegaré como aquel primer barquito y, bajo el torrencial aguacero, me dejaré llevar, por las cunetas. Rogaré a mis hermanos adoquines que no me detengan aunque, al final del viaje me espere la oscura alcantarilla y el olvido.
Aquel primer barquito tiene su sitial de honor, sigo sin entender tu mensaje pero el papel conserva intactos el hechizo y tu fragancia. A ellos recurro en mis tardes de lluvia y de desgano y siento que tu recuerdo y me da fuerzas para seguir con la tarea aunque el remanso me oculte aquel reflejo que endiosa tu presencia.
Sin otra intención que el afán de entretenerte.
Todo el aprecio.
Tuyo.
Amon-Ra, San Cristóbal, 3 de Noviembre de 2015.
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drinas XXIV Ser en “hadoquienes”
Querida amiga:
Un manto de angustia y pesimismo me va envolviendo lentamente, intuyo que esta increíble aventura va camino a su fin, aun contra mi voluntad.
Aleja golpea con sus malos augurios. Intento sobreponerme, apelo a tu sabia sentencia: “No te preocupes por el ayer, porque ya fue, ni por el mañana que aún no llegó, preocúpate por el ahora y cambiarás el mundo”. Trato de aplicarlo en este momento pero me cuesta.
Mucho te he hablado de los adoquines que han empedrado, poniendo el lomo, las calles de Buenos Aires y mantienen su terca vigencia a pesar de ir desapareciendo, año a año, bajo la mortaja irreverente de una capa de asfalto.
Te aseguro que me duele, somos leales amigos y confidentes.
Hace tiempo te prometí contarte esta historia, creerás que estoy totalmente loco, yo también lo pensé en un momento. Ya verás como cambias de opinión a lo largo de este apasionante relato.
No puedo dejar de ligarlos a tu magia, por lo que, por esta única vez, los llamaré “hadoquienes”, en alusión a tu encanto y a su misterio.
No estoy delirando, ni mi imaginación se ha desbordado, todo lo que a continuación te contaré se corresponde con una extraordinaria experiencia que he vivido.
Si desde niño, el río y la lluvia marcaron mi destino de “aguas”, en una segunda etapa de mi vida, fueron los adoquines quienes me signaron. A partir de conocerlos, fui transformándome, además, en un hombre de “piedras”.
Todo comenzó en mí viejo Tigre, el Río Luján fue mi segundo padre y de sus aguas desmadradas recibí el bautismo pagano, cuando las sudestadas.
No es novedad que la lluvia fue mi hermana de aventuras. Amaba las tormentas, el resplandor del relámpago, el estallido del rayo, conmoviendo a la tierra. Andar y recibir el acicate acariciante de las gruesas gotas cristalinas que embebían mi cuerpo y mis sentidos.
Adulto ya, en ocasión de una de aquellas tormentas desatadas, apoyado contra el viejo paraíso, un enceguecedor relámpago cegó mis ojos.
Tardé en reaccionar y al abrirlos, me topé con un sujeto tan estrafalario y empapado, como yo. Creí que era otra mala jugada de mi fértil imaginación, instintivamente exclamé: ¡El viejo de la lluvia!
Pero mi vista no me engañaba, una voz gruesa y aguachenta me contestó, no sin cierto fastidio:
“No jovencito, ni hombre de las lluvias, ni nada que se le parezca, sólo un amante del meteoro pluvial, como usted, por lo visto. Pero además, si usted quiere saberlo, soy un empedernido admirador de estas grises y sensible criaturas que conforman el empedrado de las calles de la ciudad. Conozco de estos seres de granito casi tanto como de mí mismo, nos hemos dedicado muchos años a forjar una sólida amistad. Soy un preferencial testigo de su rica y fina espiritualidad que aflora de sus opacas superficies. Son inteligentes, memoriosos, fraternos, locuaces y gentiles. Todo es cuestión de aprender a conocerlos.
He dedicado gran parte de mi vida a éste menester pero, lamentablemente, nada es eterno y menos yo. No se imagina lo que lamentaría que todo este saber se vaya, conmigo, a la tumba.
Ya hace tiempo que busco a alguien que se anime a tomar mi posta, a alimentar la llama de esta pétrea antorcha para que no se extinga.
Te noto interesado, muchacho, creo haberte encontrado y esto es un acontecimiento digno de celebrar.
Si es que te consideras a la altura de las circunstancias y estás de acuerdo, te invito a que, cuando conozcas algo más de mi historia, te juramentes, repitiendo conmigo, esta liturgia que te inicia: ¡Venimos de la lluvia y de la piedra, un destino empedrado nos convoca al ritual ancestral que nos hermana indisolublemente. De aquí y ahora seremos uno más, en la gris cofradía de los nobles y pétreos adoquines!
No te asustes ni te preocupes, sólo dale tiempo al tiempo.
No creas que estoy loco, solo tengo una larga historia que contarte. Te interesará de sobremanera, aunque no creo que sea éste el momento ni el lugar adecuado. Encontrémonos mañana, aquí, en el boliche, a esta misma hora, si no llueve. Charlaremos largo y tendido sobre todo esto. Magia y misterio, te atraparán, de una vez y para siempre, te lo aseguro”
.
Mi querida amiga, supongo que este relato te ha sorprende tanto como a mí me ha sorprendido
Como aquel viejo, debo decirte: “No, no estoy del todo loco” y si tu curiosidad se siente estimulada, seguiré, en próximas cartas, con la historia.
Presiento que así será, me alegra y me congratula.
Abona mi afán de entretenerte y encontrarme en tu sonrisa cautivante y en tu mirada incrédula. Esta es mi humilde manera de quererte
¡Empedraré el sendero de tu dicha con todo este naciente cariño adoquinero!
Tuyo.
Amón-Ra, San Cristóbal, 6 de noviembre de 2015.
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drinas XXV Don Pietro Tagliapetra
Don Pietro
Querida amiga:
La historia continúa.
Al día siguiente, nos encontramos en el viejo bodegón de Urquiza y Barcala.
Ansioso, llegué poco antes de lo acordado. Él fue puntual, entró, se acercó a mi mesa, extendió la mano y me saludó con un fuerte apretón que no parecía corresponderse con su añosa figura. La blancura, de su cabello ensortijado, su larga y descuidada barba, también blanca, su arrugado rostro, sus manos rústicas y sarmentosas, hacían suponer que superaba, con creces los cien años, en contraposición, su cuerpo era espigado, magro, de movimientos, ágiles y vivaces.
Tomó una silla, se sentó y dijo:
Hola amigo, me llaman Pietro, Pietro Tagliapetra
No ha supuesto mal, soy ya muy viejo, varias veces viejo.
Larga podría ser mi historia pero no se asuste, no lo voy a cansar, sólo quiero contarle sobre esta extraña relación forjada con estas piedras grisáceas que visten nuestras calles, poniendo el lomo a todo, sin quejas y sin arrugues”
Soy hijo de un anarquista italiano muerto por los carabineros, cuando participaba de una huelga, en su Nápoles natal. Mi madre –su compañera- fue presa y jamás volví a saber de ella. Era casi un niño, logré escapar gracias a la ayuda de camaradas de mis padres. Me embarcaron como polizón en un buque carguero con destino a España. Allí estuve, clandestinamente, durante largos meses. No fue en vano ya que con mis nuevos compañeros aprendí el idioma y me inicié como aprendiz en la imprenta clandestina de un periódico libertario.
El ambiente político y social madrileño, entraba en ebullición y mi situación de vulnerabilidad aumentaba.
Con la convicción de que “era preferible un lejos y libre que un aquí y prisionero” me propusieron viajar hacia Sudamérica (nuevamente como polizón). Ellos se encargarían, durante el trayecto, en Buenos Aires, ese era mi destino, compañeros de la F.O.R.A. se encargarían de facilitarme radicación y encuadre político.
Todo salió tal cual fue planeado, si bien era un indocumentado, comencé a trabajar en el taller tipográfico del Barrio de Boedo. A pesar de mi corta edad, mis arraigadas ideas libertarias y el profundo conocimiento de una profusa literatura afín a nuestro ideario, fueron motivo para que, al poco tiempo, me ofrecieran la conducción político-técnica del periódico. Fue para mí un alto honor que acepté sin dudar.
Tal distinción me duró muy poco, meses más tarde, la tipográfica fue allanada y fui preso como el resto de los camaradas del taller. Se nos acusó de: asociación ilícita, difusión clandestina de ideas ajenas y contrarias a los intereses de la Nación, incitación a la subversión del orden público, resistencia y atentado a la autoridad y varios otros delitos que ya no recuerdo.
Mis compañeros, todos inmigrantes, fueron deportados por aplicación de la “Ley de extranjería”. El hecho de ser menor de edad y carecer de un documento que indicara mi nacionalidad, hizo que recibiera un trato especial. Fui enviado sin juicio ni sentencia al Penal de Sierra Chica donde quedé olvidado.
No todo me fue mal en aquella horrible prisión, un viejo prisionero italiano me ofreció su protección, rebautizándome “Pietro Tagliapietra”, en alusión a la tarea de picapedrero que la cárcel me tendría reservada por muchos y largos años.
Fue como un padre para mí, con él supe los secretos del duro oficio. Condenado a cadena perpetua, ya muy viejo y medio loco, según los guardias. Supo explicarme los misterios que encerraban los bloques de granito arrancados a la sierra.; cómo tratarlos con respeto, cómo cortarlos siguiendo las vetas, sin dañarlos más de lo necesario, quererlos y valorarlos, aprender a escucharlos y a ser escuchado por ellos.
Al principio, creí, como el resto, que deliraba, con el correr del tiempo, lo conocí en su más profunda humanidad y compartimos un afecto mutuo.
De su mano, fui aprendiendo los secretos de esta noble roca, desde el bloque desgarrado a la sierra, hasta el adoquín tallado, listo para empedrar las calles. Su erudición rozaba con el delirio cuando, en plena exaltación, contaba que aquellas piedras hablaban, que sabían y decían cosas que solo él escuchaba.
Por su supuesta alteración mental y su avanzada edad, , tenía ciertas libertades que, de paso, servían para divertir y sacudir la pobreza de espíritu de aquellos cancerberos.
Era al único recluso que tenía permitido permanecer en la cantera bajo las lluvias más torrenciales.
Los penitenciarios rompían su tedio viéndolo, totalmente exaltado, frente a las enormes pilas de adoquines, a las que hablaba mientras y gesticulaba con grandilocuencia.
Pasado el chubasco, se calmaba y volvía mascullando: “¡ellos me han dicho que mi injusta detención cesará pronto¡” y reía con fuerza, haciendo un corte de manga a los guardias que festejaban sus desaforadas ocurrencias.
Comencé a prestarle más atención cuando me mostró un cuaderno con anotaciones sobre sonidos emitidos por los adoquines y su significado. Una suerte de código “pica-pica”, por llamarlo de alguna manera. Generosamente, me lo ofreció, diciendo: “Guárdalo muchacho, es mi único tesoro y en ti confío. Te enseñaré a escuchar a los adoquines en los días de lluvia, ya verás que conservan muchos tesoros en su prodigiosa memoria noble e inquebrantable. Te paso la posta, hay sólo una forma de profundizar su conocimiento y esta es, aprender a quererlos. Algo me dice que no te vas a arrepentir. Yo, mientras tanto, voy concluyendo mi misión. Siento un profundo alivio y ellos me dice que pronto terminarán mis sufrimientos”.
Días después, bajo una lluvia pertinaz, más exaltado que de costumbre, paró frente a sus piedras, parecía despedirse, corrió hacia las sierras. El guardia del retén quiso suponer que el viejo pretendía huir. Cuatro certeros disparos de Máuser, acabaron con su sufrida vida.
Lo extrañé, oculté el cuaderno entre mis cosas. Lo hojeaba de noche, en secreto, cuando el brillo la luna me lo permitía.
Tal vez por falta de otras alternativas, me fui interesando más y más en el asunto.
Cambié mis rutinas, encontraba los tiempos para permanecer, en soledad, junto a las piedras. En días de lluvia, era el último en volver de la cantera. Por inercia, los carceleros fueron aceptando mis demoras, tal vez con la esperanza de tener un loco de reemplazo que los divirtiera.
Aprovechaba para prestar la máxima atención a los imperceptibles sonidos cada vez más familiares e inteligibles. Incorporé señales y significados al viejo diccionario, logré un primer grado de comunicación, con aquellas piedras”.
Quedamos en encontrarnos al día siguiente.
Veo que no merma esa bella expresión de curiosidad e intriga que juguetea en tos ojos. Esto me mueve a continuar con el relato, salvo que opines lo contrario.
Todo mi aprecio.
Tuyo.
Amón-Ra, San Cristóbal, 12 de octubre de 2015.
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drinas XXVI. Tiempos de libertad
Mi querida amiga:
Al día siguiente, don Pietro continuaba, de esta manera, con su relato:
“Tiempo después quedaba yo en libertad, amnistiado, por ser un detenido sin juicio ni sentencia, olvidado por la burocracia judicial en aquel tétrico lugar.
En una tarde lluviosa, atravesé, por última vez, el portón de la prisión, me guarecí junto a unos adoquines apilados, listos para despachar. Un profundo temor de sentirme en libertad y no saber qué hacer con ella, me embargaba.
De pronto, percibí sonidos conocidos, provenían de los adoquines. Pude entender su mensaje: “No olvides a tu Maestro, no nos olvides a nosotros, no te des por vencido, pide trabajo al carrero, todo andará bien.
Sin mucha expectativa, seguí el consejo, tenían razón, el hombre se había quedado sin ayudante y me ofrecía el reemplazo. La propuesta era simple. Me llevaría hasta Buenos Aires, a cambio debía yo colaborar en la carga y descarga de los adoquines y hacerme responsable de la alimentación y cuidado de los ocho caballos percherones. Compartiríamos la comida y, llegado a destino, me daría unos pesos como para hacer pié en la ciudad. Allí concluiría nuestro trato. Era un hombre derecho. Le caí bien, aun , sabiendo mi situación y, ya cerca de Buenos Aires, me ofreció hablarle a su paisano, a cargo del adoquinado del barrio de San Cristóbal, tal vez tuviera algún trabajo para mí. Acepté, agradecido.
Fueron varias semanas de penurias que, para mí, sabían a libertad. Llegamos finalmente a nuestro destino. Comencé a descargar y a acomodar los adoquines. El carrero charlaba con su amigo él que, viéndome trabajar, me ofreció sin más, un conchabo. No pude quejarme de mi suerte, ni dejar de agradecer a aquel buen hombre, recién llegado a la ciudad, tenía trabajo. Recordé las estibas que me despidieron, allá, en el patio de cargas.
Me sentía en mi salsa, colocaba los adoquines con precisión y ternura, me destacaba por mi habilidad y esmero. A tal grado valoraron mi tarea que me ofrecieron un cargo de capataz. Por supuesto, no acepté –yo no había nacido para mandar a nadie.
Terminado el empedrado, me volvieron a tentar, esta vez con el cuidado y mantenimiento de la obra concluida. Trabajaría solo, tendría a cargo algunas manzanas, esto me gustó más, acepté y me hice cargo de la nueva tarea.
Mi vida, por quién sabe qué raro designio, se iba ligando más y más al destino de estas piedras grises y cálidas. Bueno amigo, no quiero cansarlo, la seguimos, si le parece, mañana o cuando usted disponga, vea que para mí, los plazos siempre se acortan”.
Asentí con un movimiento de cabeza, “mañana” - le respondí-, mientras él, con ojos enturbiados, por los recuerdos, ganaba la puerta.
Mi querida amiga, como aquel hombre, sentía yo que, también mi destino comenzaba a ligarse a lo grises adoquines del empedrado.
Si te entretiene, con todo gusto seguiré con el relato.
Con todo afecto.
Tuyo
Amón-Ra, San Cristóbal, 19 de octubre de 2015.
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drinas XXVII
.Más sobre adoquines
Mi querida amiga:
Dos nuevos descubrimientos.
A pesar de haberme anticipado a la hora de la cita, el hombre estaba esperándome, observé en su rostro una mayor ansiedad como deseando concluir una historia que comenzaba a pesarle. Me saludó con su mano extendida, señaló la silla desocupada. Pedimos lo habitual y sin esperar las copas llenas, se lanzó a una nueva maratónica charla:
“Sólo un vez utilicé un adoquín como arma, fue en esta esquina, cuando la semana trágica. Un milico ametrallaba a los trabajadores en huelga. Rodilla en pie disparaba a mansalva contra los indefensos. Tomé la piedra amiga que estaba a punto de colocar. Apunté a la gorra, la piedra voló por los aires y dio en el blanco.
La ametralladora cesó su trágico canto de fuego y muerte.
Tuve suerte, en el tumulto, no fui identificado, me perdí entre la multitud. Decidí alejarme de las luchas, mis antecedentes no me auguraban nada bueno, si volvía a caer preso. Volqué mi afecto y pasión a mis adoquines. Ellos pasaron a ser mi razón y sostén.
Me adentré más y más sobre sus misterios. Aprovechaba los días lluviosos para contactarlos, enriqueciendo aquel diccionario heredado. Muchos de sus secretos me fueron develados. Me sentía entre ellos, casi como uno de ellos, afortunado de poder acceder a sus relatos guardados en su pétreo archivo”.
Hizo una pausa, clavó la mirada profunda de sus ojos, en los míos y embargado por la emoción me dijo:
“Espero, muchacho, legarte este privilegio”
Luego continuó:
“He recopilado en voluminosos cuadernos las cosas de mayor interés. Mi espíritu curioso me llevó a nuevos descubrimientos que facilitaron aún más, la relación.
Mis huesos cansados me dieron otra pista. Contemplaba una lluvia torrencial. Me senté sobre el cordón de la vereda, ya totalmente superado por las aguas desmadradas en las se sumergían mis sentaderas y parte de mis piernas.
Concentrado en la comunicación, noté que recibía las vibraciones con mayor potencia. Era un efecto “cable a tierra” simple y eficaz, en el que nunca antes había reparado. Lo corroboré en varias nuevas experiencias hasta incorporarlo, finalmente, a mis apuntes.
M i curiosidad y el destino, me pusieron frente a otros secretos. En un local de compra-venta de libros usados encontré un antiquísimo texto de alquimia. Tenía un capítulo especial destinado a rocas graníticas. Resaltaba que: < estas, debido a su composición y estructura cristalina, poseían una alta concentración energética que intercambiaban, fluidamente, con su entorno. Estos flujos se darían bajo la forma de emisiones sonoras, vibraciones y aún como transferencia de de infinitésimas cantidades de materiales sub-atómicos, hasta aquel momento, desconocidos. Como frutilla de un postre, remarcaba que estos procesos aumentarían su intensidad en medios acuosos o sub-acuosos…>.
Tuve así los elementos teóricos mínimos para comprender este nuevo fenómeno físico-químico.
Me llamó la atención una cita en la que se que indicaba que pueblos de la antigüedad, conocían y utilizaban asiduamente estas propiedades de las rocas graníticas, para vehiculizar su relación cósmica y contactos con la Madre Tierra, que veneraban.
Chamanes, brujos y hechiceros conocían estos secretos que les permitían actuar como interlocutores válidos con el más allá. A lo largo de muchos siglos de observación y experimentación, desarrollaron no sólo la capacidad de descifrar los mensajes acumulados sino además (y esto fue lo deslumbrante) la de poder registrar los suyos propios, en el seno de las rocas, conservándolos, así, para conocimiento de las generaciones venideras.
Me resultaba, todo, maravillosos y apasionante, ya no creo que sólo haya sido una casualidad.
Para colmo de mi avidez, más adelante, detallaba el procedimiento de acopio de información. Guardaban, por lo general, mensajes rituales grabados, con pinturas sagradas, sobre láminas vegetales secas. Estas eran, luego, quemadas en pequeñas vasijas de arcilla, totalmente herméticas. Dejaban enfriar el contenido hasta la condensación de los gases y precipitación de las cenizas. En este material residual quedaba registrado el mensaje, bajo un nuevo código molecular.
El paso siguiente era el de diluir, aquel material, en agua pura, y verter el contenido final, en pequeñas grietas de rocas graníticas, al pié de sus montes sagrados. Todo el proceso era acompañado por cantos y danzas que invocaban a sus dioses, a la naturaleza y a sus antepasados.
También lograron precisar lo que yo descubriera tantos años después: las lluvias copiosas facilitaban la recíproca comunicación.
Así, los días lluviosos no sólo fueron considerados como portadores de buenas cosechas sino , que, también quedaron ligados a los actos rituales en los que aquellos se comunicaban con la Madre Tierra y rescataban relatos que hacían a su propia historia e incorporaban otros que servirían a quienes los sucedieran.
Embargado por la mayor excitación, adecué el proceder a mis posibilidades. A título experimental, escribí una encendida arenga anarquista sobre un papel, lo quemé en una lata cerrada, lo dejé enfriar, luego agregué agua pura, cerré nuevamente el recipiente y esperé, con ansiedad, un día lluvioso. Vertí el contenido en las comisuras de estos adoquines. Días después, bajo otra copiosa lluvia, el mensaje me era retrasmitido”.
Solo lo vi una vez más, llegó al lugar con un bolso marinero cargado de cuadernos y anotaciones que, según dijo, eran el fruto de tantas y tantas observaciones hechas sobre aquellas nobles piedras.
Parecía, haber envejecido otros cien años, como si hubiera volcado, en aquel bolso, aquella energía interior que mantenía su firmeza de cuerpo y espíritu. Me detalló el contenido del bolso, me dijo que siempre debiéramos seguir aprendiendo y que sabía de mi compromiso que garantizaba la continuidad de todo un esfuerzo que lo trascendía. Su misión estaba cumplida y el final de su vida podía, ya, llegar en paz y armonía.
Me honraba con su legado. Recordé las palabras de su viejo maestro.
Me rogó, nuevamente, que no dejara morir estos conocimientos, que los sostuviera y los trasmitiera, por lo menos, una vez aunque fuera a una sola persona.
Fue nuestro primer abrazo, noté lágrimas en sus ojos. Salió como había entrado, esfumándose en la tarde ya brumosa.
No volví a verlo.
Eres, mi querida amiga, la primera persona a la que me atrevo a contar esta experiencia inigualable.
No puedo, desde el afecto, dejar de pensar en que seas vos una las personas elegidas para el futuro legado. Tengo la total seguridad que sabrás sostener, preservar y transmitir estos misterios y secretos del maravilloso mundo de los graníticos “hadoquienes”.
Espero tener la fortuna de Pietro Tagliapietra para poder partir de este mundo, así como él, en paz y armonía.
Con todo el cariño y al sólo afán de entretenerte.
Tuyo
Amón-Ra, San Cristóbal, 28 de Octubre de 2015.
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drinas XXVIII. Cuesta abajo
Querida amiga:
Me cuesta abandonar meteoros y empedrados afables porque, fuera de ellos, el destino nos enfrenta a tiempos de divergencias. Mal día para empezar esta carta, me ha resultado difícil superar un viernes, como el pasado, cargado de amarillos globos engañosos. A mis dudas y frustraciones se sumaban a las tinieblas nacientes de tu templo, las velas encendidas renegaban de su oficio. No brillaba, tampoco, tu luz propia, todo mal en mi ceguera; y por si algo faltaba, tu té, siempre exquisito, y hospitalario, estaba frío e insulso. Todas pequeñeces que, acumuladas, iban convirtiendo a mí tarde en un verdadero fracaso.
Te eximo de toda responsabilidad, eran tal vez, sólo alteradas percepciones, y estas corren, exclusivamente, por mi cuenta. Todo mal, querida amiga pero todo mal porque yo venía mal y esto merece alguna explicación. No debe haber escapado a tu observación que mi vida se funda sobre dos pasiones: la política y el amor, a ambas he tratado y trato de ser leal. Soy, hasta ingenuamente, peronista. Un fanático sentimiento me vincula, indisolublemente, a mi Pueblo y a su destino. Sé que, lamentablemente, no compartimos pareceres, en estos temas. Acepto el pluralismo, como no niego la existencia de las “grietas que “alejan”. En pocos días se juega el destino de los que amo y por los que he dado y seguiría dando mi poca vida. Me duele mucho y me frustra el no poder contarte entre nosotros. Respeto tu derecho, tu voluntad y tu sentimiento. Trato de no apreciarte menos, de seguir estimándote porque te quiero y te admiro como a pocas personas. Siento que un abismo comienza a abrirse. Soy un barquito al garete, desafío al destino, lucho porque lo sueños compartidos no naufraguen. Se acercaban las elecciones, la suerte está echada, que los dioses iluminen a nuestro Pueblo y “que en todo y siempre estés vos”, aunque sería mejor tenerte de nuestra parte. Este es mi deseo. Gracias por todo lo lindo de estos viernes ayurvédicos.
Todo el cariño más sentido.
Tuyo.
Amón-Ra, San Cristóbal, 13 de noviembre de 2015.
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drinas XXIX. E-lecciones de amor
Querida compañera:
Sostenemos distintos pareceres, sobre temas trascendentales que llevarán a diferente puerto y no creo equivocarme. Es una de las pocas ocasiones de contradicción profunda, por eso, con mucho afecto van estas Veinte Verdades convocantes, nacidas desde adentro de uno de “estos”. Es sólo una manera de expresar este culto pagano de amor y entrega que desde el sentimiento nacional y popular cultivamos y ofrecemos compartir, aun cuando el disenso.
Porque somos un sentimiento:
Nuestras veinte Verdades
Amor es mi culto pagano que te endiosa.
Amor es ese sentimiento que, aunque los contiene, está más allá del abrazo, del beso o la caricia; está más allá del tiempo o el espacio, está en el Pueblo y el Pueblo es inmortal.
Te quiero a cada instante, en cada gesto, en cada pensamiento y mi soledad me dice que tal vez me quieres.
Un pedazo de pan y un vino compartido, una rosa y el canto enamorado de la alondra, todo esto y mucho más, serás junto a mi Pueblo, querida amiga.
Esto de andar los trechos del camino de tu mano me vuelve a la niñez de mi inocencia aunque los años muerdan desencantos.
En medio de tu hechizo me he preguntado una y mil veces quién eres. No intento, hoy, saberlo. Mi tiempo ya no alcanza para quererte.
Si se rompe tu encanto, no estaré para verlo.
Sé que voy a enamorarme de vos en cada una y todas las veces que yo ame.
Cuando mi alma golpea a tu puerta, yo te espero, feliz, en el abrazo.
Si he desnudado mi alma frente a vos, ¿qué importa el cuerpo?
Magia de una almohadilla enamorada guardiana del secreto.
Tus manos me recorren en tu Templo y celebran mis pieles las caricias.
Me entrego a tu magia soberana que me eleva –en alfombras- hacia los cielos.
Vencerás a mi muerte, en mis cuencas vacías reinará tu mirada y en mis labios ausentes pintará tu sonrisa.
¿Por qué si te encuentro los viernes, fugazmente, te ama apasionada mi semana?
Yo ya no creo que el amor sea un misterio. El misterio sos vos, sencillamente.
Sé que voy a partir cuando una tarde, no guardes mi recuerdo, él tiene su lugar entre adoquines de Barcala y mi Pueblo.
Porque tanto te quiero, ruego a los Dioses, te iluminen y elijas con tu Pueblo por “Victoria”,
De no serte posible, que tus labios lo callen, ya lo dirán tus ojos en mi tristeza.
Pase lo que pase, te voy a querer con mucho más “convencimiento”.
Con afán, una vez más, de entretenerte y convencerte.
Tuyo, pero más que todo, de mi Pueblo
Amón-Ra, San Cristóbal, 8 de noviembre de 2015.
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drinas XXX. Remezones
Mi querida amiga.
Mientras espero el acto eleccionario, un fatalismo cruel sobrevuela mi pensamiento y cuando creo que todo está perdido aparece tu magia reavivando esta agónica relación. Todo era oscuridad pero allá estaba tu luz, más radiante que nunca. La diosa del templo volvía, con su hechizo, por sus fueros y yo rendido a sus pies, de cuerpo y alma.
Eres, mi pequeña amiga, encantadora, no exagero al decir que respiro, agradecido, tu atributo que me acerca a las puertas del Nirvana. He vuelto a renacer en la caricia, he volado en aromas y en esencias por un mundo de alfombras celestiales, he reído y llorado como un niño, he gozado de tu hechizo, ha cantado la alondra y la almohadilla amiga ha vestido de fiesta en sus lunares.
Celebraba, la vida, su reinado y yo, vivía aquel ahora. De pronto, el hechizo cesó y fue la realidad, triste tiniebla. Ya no eras vos, la maga, solo eras la magia en que partías (Aleja), y el encanto un recuerdo moribundo. Nada es eterno, acepto –bajo protesta- esta amarga jugada del destino y a él agradezco el milagro del encuentro. Lo importante es el hoy, aunque éste sea el último de una larga serie de presentes felices e ilusorios. Como ya he dicho, “la suerte está echada”. Una vez más te digo que, te quiero, te admiro y te respeto.
Te abrigaré, naciente, en el recuerdo.
Más tuyo que nunca.
Amón-Ra, San Cristóbal, 13 de noviembre de 2015.
Cartas
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drinas XXXI. Vuelos que “alejan”
Querida amiga
De poco ha servido mi humilde intención, el Pueblo ha sido derrotado políticamente y las nefastas consecuencias recién comienzan a sentirse. Todo es duro y muy triste. El pasado ya fue y es un hecho irreversible, pero, a veces, mi querida amiga, en tiempos aciagos, el pasado deja heridas que duelen y sangran en un presente que, sin dudas, pesará en las espaldas del futuro. Somos, mal que nos pese, sujetos de la historia que nos puede y es, inagotable, colectiva, irredenta y justiciera. Nadie escapa a ella. Discrepamos y te respeto, no hay enfado, sé que la razón política es solo la excusa divergente que nos separa, cumpliendo con un designio insoslayable. Soy la hoja otoñal arrastrada por los caprichos del viento desatado. La misma fuerza misteriosa que nos acercó, hoy nos aparta, mi pequeña amiga. Un ciclo se cierra y otro se abrirá seguramente. Son tiempos de “Aleja” mientras “Drina” calla sus penares en la copa reseca del paraíso perdido. El tiempo de andar caminos, tomados de la mano, llega, fatalmente, a su fin. Gracias por tu mágica amistad que iluminó, radiante, instantes y espacios compartidos. Seré huella de rumbos divergentes que vuelvan, cada viernes, a salvar el abismo, a celebrar en el cáliz de tu esencia, instantes que han nacido en el fugaz encuentro de mi loca ilusión y de tu magia. No me “aleja” la derrota, somos parte de un Pueblo en el que el “siempre“ es un “ ahora” de lucha y esperanza, un camino a transitar en el que nuestros espíritus, tal vez, confluyan andando, de la mano, nuevos tramos . Cuesta partir, y en la partida, crece este bello sentimiento de amor más puro, de amistad, de reconocimiento, de agradecimiento por tu inigualable hechizo, por tu magia hacedora de encantos y caricias.
Hasta el milagro del reencuentro.
Qué la dicha te acompañe.
Una vez más, tuyo.
Amón-Ra, San Cristóbal, 29 de noviembre de 2016
Cartas
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drinas XXXII. Final cantado,
triste, ma non troppo
.
Mi querida amiga:
Cuando en el fugaz instante llamado “presente” hacía el duelo necesario, para proyectarme desde una envolvente melancolía y el recuerdo amable, hacia un futuro alado, sin ataduras; de rosas, sin espinas; un nuevo acontecimiento me lleva a escribir estas últimas líneas. Dispuesto a dejar atrás antiguas rémoras decidí entregar mi amada colección de barquitos de papel, al ritual ancestral de la
Incineración y entregar, luego las cenizas a los hermanos adoquines para que fueran ellos los custodios de aquellos amargos testimonios del infortunio. Entendí que era, éste, el mejor homenaje para a aquellos que, en los plegados del papel, intentaron la ciclópea quimera de dejar su lábil huella. Fue, tal vez, la manera más sencilla de atender sus deseos. La misión ya está cumplida. Sólo perdurarían, en mí, estas etéreas cartas, frutos de una pasión incontenible, de un hechizo total, de una amistad sincera. Como aquellos náufragos, me hubiese dolido que, este testimonio, un grito estentóreo, puro y bello, se pudiera perder por los laberintos del olvido y la intrascendencia. Pienso en participar de mi angustia a los adoquines. Me reclamarán, seguramente, ser ellos, los custodios de esta historia. He querido, por esto, consultarte e invitarte a compartir aquel ritual de los pueblos milenarios. Será un viernes lluvioso cualquiera después del mediodía, junto al viejo paraíso de Barcala. Allí te esperaré, entre fantasmas, sólo seré lluvia y llanto. Estarás, querida amiga, junto a mí, reflejada en el remanso, aunque no vayas. Lo esencial de estas amadas cartas, anidará en mi imaginación y en tu sensible espíritu. Debo confesarte que dudo haberlas escrito, alguna vez, por lo que difícilmente llegarán a tus manos, pero sí a tu alma, por ser vos parte de un maravillosos hechizo que te ha elegido como protagonista y destinataria imaginaria de esta historia; lo esencial de ellas, digo, estará a resguardo eternamente. Cumpliremos, aunque más no sea, en espíritu, con el rito final. De todas maneras, el recuerdo está salvado. No sé quién, ni cómo, ni cuando ha trasmitido esta mágica historia a nuestros adoquines quienes la conservarán con el mejor esmero y fidelidad.
Durante la última lluvia me lo han comentado y se sienten dichosos de ser nuestros custodios.
Como ves, tu hechizo y mi ilusión quedan en las mejores manos. Ya no importa tanto que el antiguo ritual quede pendiente, el tiempo nos ayudará, alguna vez, a consumarlo.
Aquí concluye este fugaz andar llevados de la mano de tu encanto y mi ilusión. Nuestra huella, perdurará eternamente, entre adoquines aun cuando el oscuro asfalto, intente, en vano, sepultarnos en olvidos.
Que nada contraríe tu paz y tu armonía,
Todo mi amor, mi embeleso.
Todo mi agradecimiento y reconocimiento.
Celebro tu belleza, tu magia y el hechizo.
Hasta que nuestras almas se reencuentren
Tuyo, por siempre.
Amón-Ra, San Cristóbal, 8 de diciembre de 2016.
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drinas XXXIII. Epílogo
Me llamo Krios y me toca a mí epilogar esta bella y mágica saga de amor. Provengo de un lugar que pocos conocen, se llama Epticón, es una de las pequeñas lunas – y la única habitada- que gira alrededor del planeta Niburi, conocido y temido por su órbita errática e imprevisible, por lo que siempre se lo asocia a cualquier potencial choque cósmico. Erraticidad e imprevisibilidad han marcado, históricamente, la conducta de los epticóneos, según los tiempos.
A pesar de eso, o tal vez por eso, hemos sido un pueblo tenaz que, aunque poco numeroso y conocedor de sus limitaciones, logró amalgamar una sociedad, justa, fraterna, igualitaria con un alto desarrollo intelectual, con una alta responsabilidad ambiental y una gran capacidad tecnológica. En síntesis, pudimos alcanzar un desarrollo del que nos sentíamos muy orgullosos.
Dentro de la pequeñez de nuestra luna, pudimos armonizar progreso y sustentabilidad en nuestro frágil ecosistema.
Nuestros pueblos vecinos habían sucumbido en el intento, tanto Niburu como sus otras lunas estaban devastadas y desiertas. Sólo Epticón, tal vez por su pequeñez, quedó al margen de la catástrofe.
Un híper consumo basado en la sobre expoliación de los recursos y innecesario fue la causa de aquellas decadencias, así aprendimos la sencilla lección que nos ayudó a sobrevivirlos.
Erráticos y a la vez, previsores, logramos durante milenios sobrevivir sin mayores complicaciones hasta que una catástrofe natural, previsible pero incontenible, cambió nuestro destino para siempre.
Me parece necesario aclarar que nuestro eco sistema funcionaba en forma bastante similar al terráqueo, con la diferencia que sus cadenas orgánicas, sobre las que se estructura la vida, tuvieron como base al Hierro y no al Carbono. Nuestra energía vital provenía de procesos metabólicos de óxido-reducción férrico-ferrosos que posibilitaban los intercambios de energía que sustentaban la vida epticoneana.
Todo se desarrollaba casi con normalidad hasta que comenzamos a avizorar la hecatombe. El errático Niburu se acercaba peligrosamente al sol y nuestra luna, con él. Fatalmente, vendrían tiempos muy duros en los que el sobrecaliento global nos afectaría gravemente.
Tomamos las medidas del caso y el riesgo hubiera sido conjurado si, a esta amenaza en ciernes, no se hubiesen sumado potentes explosiones solares que ocurrieron en simultáneo. Para cualquier civilización hubiera sido el acabose. Nosotros, aunque maltrechos, logramos sortear las tremendas consecuencias del cataclismo. Una situación fortuita nos ayudó, dentro de la gran tragedia. Epticón, nuestra luna, se encontraba más o menos protegida por la posición en su órbita. Niburi funcionó como pantalla y absorbió lo más potentes de las ondas solares liberadas, direccionadas a Epticón
Sin embargo, superamos lo que considerábamos “lo peor”, podríamos habernos recuperado pero tremenda hecatombe dejó, en nosotros, secuelas muy graves no solo en lo físico sino y sobre todo en lo psíquico. Nuestra sociedad lunar, basada en la organización, fraternidad y equidad social, se desbarrancó. Comenzaron a imperar el individualismo y el sectarismo.
Volvieron rencores del pasado, se iniciaron las reyertas por los menguados bienes dejando de lado criterios solidarios. Dos bandos enfrentados, se consolidaron y disputaron la hegemonía sobre la nada.
Los esfuerzos, que debimos haber destinado a la reconstrucción, se desviaron hacia una carrera armamentista sin sentido. Los arsenales nucleares se multiplicaron. Un pequeño incidente encendió la mecha, en pocos tiempo se desató una guerra de todos contra todos, en la que, naturalmente, perdimos todos.
Esta vez la devastación fue total, nos habíamos auto aniquilado.
Explosiones nucleares, en cadena, hicieron el resto aunque, increíblemente, “algo” quedó y somos la evidencia.
No nos resulta sencillo, ni aún hoy, reconstruir, por completo, la trágica y confusa historia que nos tocó en desgracia.
Trataré de explicarlo desde mi propia experiencia, a la que sumo el aporte de una ciencia antropológica reveladora que henos comenzado a desarrollar en busca de nuestra identidad pretérita.
Aquel fenomenal cataclismo nos borró literalmente del mapa, nuestra frágil materia se transformó, calcinada.
Evidentemente, no éramos solo materia ni una forma clásica de su energía equivalente, algo distinto, que no pudo ser destruido, aun bajo aquellas condiciones extremas, no sólo perduraría sino que se constituiría en la base de nuestra reconstrucción como emergentes de la tragedia.
Debe haber pasado mucho tiempo hasta que comenzara a recuperar conciencia sobre mi nueva existencia. Sé que es imposible entender esta situación sin haberla vivido. Al principio, fue un suave cosquilleo acompañado por la tenue sensación de poder percibirlo. Fue un duro y angustiante camino el de reconocerme como un ser, superviviente de algo trágico y desconocido que no llegaba a dimensionar.
Después, quién sabe cuánto tiempo después, comencé a superar mi angustia individual. Surgieron evidencias de que no estaba solo, supe que éramos algunos más los ¿privilegiados? Que nos fuimos redescubriendo mediante señales inequívocas.
El sentirnos acompañados y la posibilidad de poder registrarlo inteligentemente nos dio el impulso necesario para encarar, con éxito, todo lo que después vendría
No nos resultó sencillo pero logramos averiguar que, luego de las explosiones, cuando todo parecía devastado, el núcleo de nuestro ser, inmaterial, intangible y nunca antes tenido demasiado en cuenta; aquello que nuestros filósofos denominaban: “alma” o “espíritu” o “esencia”, había permanecido, indestructible, flotando en esa atmósfera incandescente.
La menguada fuerza gravitacional de Epticón, nos permitió, a unos pocos, persistir en su entorno sin perdernos en el espacio infinito. Esto no ha sido un detalle menor ya que un sentido de pertenencia espacial compartido nos permitiría lanzarnos, más adelante, al proyecto común.
Mientras tanto, flotábamos libremente, en una atmósfera de gases incandescentes que comenzaba a enfriarse.
De allí partió nuestra lenta evolución siguiendo un patrón increíblemente similar. Nuestros núcleos protoplasmáticos comenzaron a “alimentarse”, por decirlo de alguna manera, del flujo energético más inmediato que intermediaba con el exterior, sobrecalentado.
A medida vez que nos alejábamos del sol, la temperatura descendía, facilitando los sucesivos cambios, lentos e irreversibles.
Alrededor de los 1600ºC comenzaron a condensar moléculas de hierro que, absorbidas por los núcleos esenciales, permitieron reiniciar la reconstrucción de nuestras cadenas orgánicas. Dimos un paso trascendental, nos transformamos en “proto-seres” en los que, esencia y materia, comenzaban a confluir.
A partir de allí, no sólo tomamos conciencia de nuestra existencia colectiva, sino que logramos comunicarnos mejor. Debimos ensayar nuevos códigos para entendernos. Este intercambio de experiencias aceleró nuestro proceso evolutivo. Reafirmamos que lo esencial de nuestra inteligencia había permanecido inalterado en nuestro núcleo madre.
Entrábamos en una nueva y promisoria etapa, no tardamos en ingeniarnos para cubrirnos con una tenue membrana de Titanio. Esto nos posibilitó regular el intercambio de energía y materia con el medio que circundaba a nuestros novedosos organismos.
Luego, ideamos un complejo sistema de intercambio energético que nos permitió rodear a la recién adquirida membrana, con una capa de contacto refrigerada. Adquirimos una mayor ductilidad en nuestros movimientos. Orientamos los desplazamientos de aproximación mediante emisiones energéticas. Los ajustes posteriores los hacíamos mediante movimientos ameboideos facilitados por nuestra incorporada elasticidad.
Pero todo era insuficiente para la precisión requerida en la ejecución práctica de las órdenes emitidas por nuestro núcleo. El siguiente paso fue forzar la conformación de pequeñas evaginaciones de nuestra membrana. Pudimos, así, contar con una serie de diminutos órganos prensiles ciliados de alta sensibilidad y precisión.
Todo fue más sencillo, a partir de allí. Habíamos reforzado los conocimientos sobre el manejo de la energía y nuestros cilios actuaban como herramientas de precisión en el armado de los nuevos ingenios que diseñábamos.
Avanzamos en lo organizativo, con chatarra espacial, construimos nuevas naves en las que convivíamos en pequeños grupos. Recuperamos, así, el sentido de comunidad para cuyo funcionamiento acordamos un sistema de participación que emuló, instintivamente, nuestras prácticas ancestrales.
Por métodos no convencionales fuimos recuperando la memoria histórica, aplicamos una suerte de arqueología virtual y con información que encontramos archivada en rocas de granito (no se asombren), reconstruimos un relato de nuestro pasado. Lo que, aún hoy, no logramos saber es cómo era el paisaje de nuestra luna y cual el aspecto de nuestra flora, fauna y aún nuestra propia fisonomía.
Iremos resolviendo estas incógnitas, con el tiempo. Hemos avanzado sobre la recuperación de nuestra perdida identidad. Llegamos a un punto de inflexión a partir del cual comenzaremos a ocuparnos, más, de nuestra espiritualidad porque son, entendemos, las cuestiones del espíritu las que dan el verdadero sentido y trascendencia de la vida.
Nos encontramos en una etapa fundacional de una nueva sociedad que demorará, seguramente, pero que finalmente se consolidará.
Todo es excitación mientras tratamos de acordar las futuras bases rescatando y valorizando lo mejor de nuestras experiencias pasadas e intentamos enriquecerlas para asegurarle a las generaciones futuras, que alguna vez habrá, su mayor felicidad.
Buscamos, en otros planetas, información sobre las formas de relacionarse, sentimientos, conductas, actitudes que, aplicados a nuestra proyectada sociedad, aporten los elementos para una armónica convivencia.
Fue así que consultando archivos graníticos, encontramos algo que nos resultó, desconocido, novedoso, sugestivo y atractivo. Un
término, una palabra, un vocablo, denominado “AMOR” que nos era desconocido y que, según pudimos entender, era algo así como un sentimiento, una sensación, un estado en el que los seres, en forma particular o colectiva, se sienten fuertemente atraídos por un apasionado deseo de unirse en proyectos comunes y participar, en comunión y dicha, en la concreción de los mismos. Este fenómeno, ajeno a nuestra experiencia, estaría, además, ligado a la reproducción. La fuente aclaraba que, este era un fenómeno emotivo en extinción y que sólo en contados lugares de unos pocos planetas, aún se manifestaba con cierta intensidad. Daba como ejemplo de área relicto al planeta Tierra y a una ciudad en particular, Buenos Aires.
Demás está aclarar nuestra voluntad y entusiasmo por poder incorporar algo tan maravilloso a nuestro modelo de sociedad soñado.
La misión fue aprobada por aclamación y yo tuve el honor de ser su responsable y ejecutor. El objetivo, entonces, recabar la información disponible sobre este extraño comportamiento, teniendo como base del seguimiento de un caso terráqueo, lo más cercano a lo imaginable y posible
Mi éxito sería evaluado en función de la calidad de la información recabada, de práctica aplicación, que trajera a Epticón.
¡Enorme tarea la que me tocó, enorme y alucinante! Pusimos manos a la obra. Dado lo irregular de nuestra órbita era necesario apurar los tiempos, pronto estaríamos en una posición de aproximación ideal para alcanzar la Tierra sin dificultades y esto no se repetiría en milenios. Tampoco tenía yo más de seis meses, en términos terráqueos y contados a partir del lanzamiento, para ejecutar mi misión. Pasado ese lapso, Niburi iniciaría el alejamiento, a velocidades exponenciales por lo que, mi retorno sería imposible.
Nos dividimos en grupos de trabajo, uno se encargó de la construcción de la sonda espacial, otro de lo relacionado con los cálculos de trayectoria, aproximación y retorno. Otro de la logística y comunicaciones y un cuarto, el mío, a resolver todo lo concerniente a la ejecución, sobre el terreno, de la misión misma.
Fuimos estrictos y eficientes en la aplicación de los conocimientos científicos. En mi grupo optamos por la simulación, como método de trabajo de aproximación a la problemática en cuestión. Si bien teníamos a la Ciudad de Buenos Aires como epicentro, fue necesario acotar el escenario a un barrio, más aún a unas pocas cuadras en las que debíamos direccionar todo el poder de nuestras antenas.
El requisito físico: la presencia de masas graníticas, de fuerte magnetismo, y un espacio verde. Ambas condiciones facilitarían el fluir e intercambio de las comunicaciones. Seis fueron los sitios preseleccionados.
Más difícil aún fue detectar a los protagonistas centrales de esta historia, un escritor romántico, soñador, apasionado y enamoradizo empedernido. La suerte estuvo de nuestro lado ya que además localizamos, en la vecindad, a una agraciada mujer cuyos encantos inspirarían a nuestro personaje provocando en él, una verdadera explosión de amor desenfrenado que nosotros registraríamos, en detalle y absoluto respeto. el satisfacer el requerimiento de un escritor apasionado, un loco por la vida, un poeta enamorado, con la capacidad intacta y la energía vital suficiente como para que, puesto frente a un nuevo desafío amoroso, pudiera expresar sus sentimientos con la mayor naturalidad, con toda su fuerza, sin filtros ni reparos.
Solo uno de los seis lugares preelegidos cumplía, mínimamente, todas las exigencias planteadas. Se situaba en el barrio de San Cristóbal y tenía como epicentro a la Plaza Martín Fierro y calles circundantes, entre ellas, la cortada Barcala que aún conservaba intacto su original adoquinado y aportaba la masa granítica necesaria; El espacio libre necesario para nuestra comunicación quedaba asegurado por la extensión de la plaza. .
Confieso que por razones de urgencia, hemos actuado, como facilitadores de encuentros, relaciones y situaciones y hemos favorecido el ágil desarrollo de los acontecimientos mediante el aporte de personajes secundarios, contextualizando los hechos de manera tal que, toda esta aventura, llegara a un final deseado.
Confieso no saber a ciencia cierta si estas Cartas alejandrinas fueron solo fruto de la imaginación del entrañable personaje o si alcanzó a plasmarlas en el papel. Si debiera arriesgar una opinión, les diría que creo que, realmente, las ha escrito.
De todas maneras no regresaría tranquilo sin que quedara testimonio de tan grata historia entre ustedes, los verdaderos hacedores.
Queda, entonces, esta fiel transcripción de los hechos que, siguiendo rituales ancestrales, he depositado en el registro de los adoquines de Barcala. En ellos sobrevivirá a las contingencias y será material de consulta para los estudiosos y para las nuevas generaciones terráqueas.
Para mis coetáneos y los más perezosos dejo esta copia escrita Espero sepan disfrutarla.
Me alejo de la esfera de atracción de la Tierra, mis señales son, cada vez, más débiles, escucho un tango y se me pianta un lagrimón. Agradezco a Alejandrina, a don Pietro y a Amón-Ra, a los adoquines, al barrio de San Cristóbal, a la cortada Barcala, a la Plaza Martín Fierro, a mis hijas, toda la dulzura, todo el afecto volcado en estas amorosas páginas.
Esto y todo lo demás ha sido, en su mayor parte, producto de mi imaginación en concurrencia con la del compañero, amigo, heterónimo y autor a quién, reitero, los Epticones le estaremos eternamente agradecidos.
A título de despedida, quiero agregar que, con mis renovados cilios, he logrado construir un barquito de papel el cuál, misteriosamente no se ha quemado.
En su velamen he escrito un “te amo”.
Lo llevo, con toda ternura, hacia mi luna. Ya tiene una feliz destinataria.
Al lector, podrá parecerle extraño pero, “a estas alturas”, me siento total y erráticamente enamorado.
Krios
Rumbo a Epticón, 28 de diciembre de 2015.
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