Tumgik
#latinhetalia chile
mitsukim07 · 2 years
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Hace ya tiempo en el chat pechi salimos con la idea de un au pechi y brarg de spy x family y pues finalmente teerime este edit 🤭 planeo sacar más escenas de la serie o él manga y obvio Habrá brarg
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nitcross · 2 years
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¡Chibis!
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a-pair-of-iris · 10 months
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Para el prompt Childhood Friends✨
Dicen que pasar mucho tiempo con alguien hace que empieces a mimetizarte, y si es de toda una vida, aún peor adjdjsn xP
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makkykaos · 9 months
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✨These Barbies are so proud of their national culture✨
Martina y Manuela con los trajes oficiales de las Barbies argentina y chilena respectivamente
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ecuchi-finde · 11 months
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✨️¡ECUCHIFINDE!✨️
¡Hola a todes! Nos habíamos tardado en venir por aquí, pero de todas formas queríamos avisarles que este año se viene el primer evento ecuchi de la historia. Estaremos compartiendo cositas por esta cuenta y también en Twitter, por si quieren ir a seguirnos allá ¡Les estaremos esperando este 14, 15 y 16 de julio!
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creepywonderland-pony · 10 months
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Tiempo en las Bastillas
Manuel y Francisco llevan años pololeando, luego de conocerse en la universidad. Los pedazos de su vida cotidiana se entrelazan con sus recuerdos del pasado, a medida que van construyendo un futuro en conjunto. 
O, un montón de momentos fluff en este slice of life ecuchi. 
Historia para el Ecuchifinde 2023 disponible en Wattpad / Ao3
Cilantro, tomate, ají.
Bajo su mano entrenada por la experiencia, los ingredientes pasaban rápidamente por el cuchillo, formando una sintonía de olores que le hacía lagrimear al compás del filo. A esa hora de la tarde, cuando la última luz del sol se deslizaba por la ventana, la cocina parecía brillar con destellos dorados; y en la vieja radio que les había regalado su mamá, Pablo Alborán cantaba baladas de amor. Era viernes, y aunque la noche ya amenazaba con cubrir el firmamento, la temperatura todavía no bajaba de los treinta grados.
Manuel rebuscó a tientas en el canasto debajo de la mesa en la que estaba trabajando, y luego con sus ojos, cuando no pudo hallar lo que debería estar ahí. Su mirada se deslizó veloz por la cocina, indagando con esmero encima del fregadero, donde a veces dejaban las cosas recién traídas en espera de ser lavadas; en el pomo de la puerta, donde solían colgar las bolsas de las compras; en el dintel de la ventana que hacía tanto de asiento como de mesón extra; y hasta sobre el refrigerador, desde donde sus plantas le saludaron relucientes. Finalmente, se dio por vencido.
"¡Pancho!" Llamó por sobre el sonido de la música, atrayendo los pasos del moreno hasta el umbral.
"¿Mande?" Preguntó, apoyándose en el mesón, y aprovechando la ocasión para robar un puñado de las papas fritas que Manuel había puesto en un bol.
"No encuentro las cebollas. ¿Dónde las fondeaste?"
Francisco pareció palidecer brevemente. "Las cebollas," repitió tapándose la boca con una mezcla entre vergüenza y risa. Por supuesto, lo que Manuel más le había recalcado de la lista de compras para la feria, el ingrediente que les hacía falta para terminar el picoteo para esa noche. "Se me olvidó comprarlas," admitió, aprovechando de tragar lo que tenía en la boca.
Manuel detuvo lo que estaba haciendo solo para darse la vuelta y enfrentarlo, con las manos apoyadas en sus caderas; justo sobre el delantal que Francisco le había comprado hace unos meses, aburrido de lavar manchas de vinagre de sus pantalones cada que preparaba pebre. "¡Pero Francisco!" Exclamó indignado, "justo lo que más te pedí que no te olvidaras."
"Lo sé, lo sé. Pero te traje de las uvas que te gustan, y todo lo demás de la lista," se defendió.
"Pa que más po, seguro voy a hacer el pebre con uvas." Rezongó Manuel, aunque en el fondo de su corazón no podía esperar a zamparse el bol que esperaba por él dentro del refrigerador.
"No sea malito, Manu, no se enoje," suplicó Francisco, poniendo pucherito.
Una acción que la mayoría de las veces lograba convencer al corazón del chileno de dar su brazo a torcer y abandonar cualquier discusión. Pero esta vez no se lo dejaría pasar tan fácilmente. Después de todo, llevaba toda la semana pensando en el picoteo de esa noche; y su boca estaba ansiosa por sentir el delicioso ardor del pebre que le había enseñado a hacer su abuelita. Si Francisco quería zafarse de esa, debía ponerle mucho más empeño.
Manuel cruzó los brazos, en espera; y Francisco se sobajeó la nuca con nerviosismo.
"Es que me distraje cuando llegué con el casero de las cebollas," se excusó. "Manu, no tienes idea de la preciosura que había ahí en su puesto."
Manuel alzó la ceja, desconfiado. Si Francisco pensaba que contarle sobre sus amoríos de feria iba a servir para apaciguarlo en lo más mínimo, debía de estar loco. Dándose la vuelta, empezó a colocar los ingredientes ya cortados del pebre en un recipiente para dejarlos macerar en ají y vinagre en lo que duraba el asesinato de su pololo.
"¿Ah, sí?" Cuestionó, invitándolo a continuar, si es que se sentía lo suficientemente valiente. En su mano, ayudándolo a levantar el tomate y el ají de la tabla de cortar, el cuchillo resplandecía ansioso por saber qué diría después.
"Sí, era pequeña, con un pelazo negro y ojitos redonditos y resplandecientes. Apenas la vi me empezó a mover la cola y a saltarme encima, así que no pude dejar de darle mimos y besitos por un buen rato. El casero me dijo que se llamaba Cholita y que la había adoptado hace poco, por la página que le recomendé, esa de Chile Mestizo; y que seguramente la tendré de paciente pronto. Quizás pueda pedirle que me pague en cebollas," bromeó.
Por supuesto: una perra, literalmente.
Cómo pudo siquiera pensar que se trataría de otro ser humano si por más que la vecina voluptuosa del 503 y el mesero del restaurante peruano de la esquina se esforzaban por llamar su atención, Francisco jamás les devolvía nada más que la misma cortesía que le correspondía al resto del mundo. Manuel siempre consideraría un misterio el cómo había logrado ganarse el afecto de alguien tan dulce, buen mozo y simpático. Y aunque no lo recordaba, ya se había aventurado a cuestionar a su pololo al respecto en más de una noche con sabor a alcohol e inseguridad. Tanto así lo atormentaba el enigma.
En silencio, Manuel añadió el aceite, el vinagre y la pasta de ají, mezclando todo con esmero. Francisco le miró con ojos tristones, pensando a toda velocidad cómo sonsacarle una sonrisa a su novio. Aunque sabía que su molestia era sólo pasajera, y que apenas se sentaran frente al televisor cualquier resentimiento se habría esfumado ya de su cabeza, no le gustaba abandonar una habitación antes de haberse asegurado de que Manuel era todo lo feliz que podía ser. Tenía que hacer algo, cualquier cosa, para volver a alegrarle; y debía ser ahí y ahora mismo. Por fortuna, el universo parecía coincidir con él esa tarde, porque justo en ese momento Los Tres empezaron a tocar "Amor Violento" en la radio.
Francisco sonrió apenas los primeros acordes volaron a sus oídos, empezando a mover sus caderas al ritmo de la guitarra, en dirección a Manuel. El susodicho le lanzó una mirada de soslayo apenas reparó en la melodía que estaba sonando, atrapándolo en sus malas intenciones.
"No," negó, rotundamente; arrinconándose contra la ventana para prevenir que lo atrapase. Por desgracia, ahí no había salida alguna que no implicara romperse todos los huesos.
Francisco rio divertido. "Es nuestra canción, no podemos estar enojados cuando suena nuestra canción."
"No estoy enojado," repuso, tratando de esquivarlo estrujándose contra el fregadero, pero de poco le sirvió.
"Pues entonces baila conmigo, nadie puede vernos."
Manuel lanzó una mirada sobre sus hombros. "Los vecinos de al frente no estarían de acuerdo con esa declaración," repuso, tratando de empujarlo lejos.
"Son miopes," reparó, volviendo a acercarlo a su lado.
"Usan lentes," contrapuso, soltándose de su agarre con intención de huir al living.
"Manuel," lo llamó Francisco en ese tono suave que hacía que las sílabas de su nombre se derritieran en su boca, y que siempre atraía la atención de los ojos pardos. El susodicho se detuvo en seco, girándose a ver a su pareja.
"Baila conmigo," pidió extendiendo la mano, y sonriéndole con la mirada. Tal como aquella vez. De fondo, Álvaro Henríquez comenzó a cantar para ellos.
Manuel suspiró derrotado, y tras echar un discreto vistazo a la ventana al otro lado de la vereda, confirmando que seguía vacía; cedió finalmente su mano. Con una sonrisa, Francisco buscó su cintura, agarrándola con ternura. Y Manuel se dejó arrastrar hacia su lado sin quejas, hasta que estuvieron tan pegados el uno con el otro que le empezó a subir el pulso. Lentamente y sin mediar palabras, el moreno empezó a guiarle por su improvisada pista de baile, cuidándose de unir sus narices y entrelazar miradas. Sus cuerpos, fundidos en trance, se mecían suavemente al compás de la canción, invocando ojos chispeantes, rubores abochornados y rumores del pasado.
Cuando la guitarra volvió a apoderarse del silencio, Francisco acercó su boca a la mejilla de su novio y en un susurro comentó: "¿No te hace acordar a aquella vez?"
Manuel solo ahogó una risa en respuesta.
Por supuesto que sí. Había pasado una temporada entera de su vida invocando esa memoria cada vez que sus ojos amenazaban con cerrarse. El olor a alcohol y hierba flotando en el aire, una noche sin estrellas demasiado helada como para insistir en mantenerse al descubierto, ráfagas de luces de colores danzando sobre el patio casi vacío de la Facultad de Ciencias Veterinarias, y parejas comiéndose la boca y tanto más en los recovecos protegidos por la oscuridad. Todos detalles que se volvieron invisibles en el instante en que Francisco lo había arrastrado a la olvidada pista de baile, para el desmayo del castaño.
El suceso había acontecido tras un debate tan breve como poco fructífero. Francisco le había prometido que nadie se fijaría en ellos; que casi todo el mundo se había marchado ya y que los pocos que quedaban no estaban en condiciones de recordarles a la mañana siguiente, ni menos aún de reconocerle a él que ni asistía a ese campus. Todas observaciones de lo más razonables, pero que poco o nada contribuían a convencerlo de dejar a un lado su timidez y acompañarlo en esa pieza. No cuando lo que realmente atormentaba a Manuel era la idea de compartir un lento con el culpable de sus noches de desvelos.
Sabía que si lo hacía, si cedía a su insistencia y se dejaba llevar por las promesas de amor que se deslizaban por los parlantes; jamás lograría sacudirse de encima su fascinación por Francisco, ni soñar con alguien que no fuera él. Derrumbar sus últimas paredes era exponerse a que su corazón se rompiera hasta un punto irreparable el día en que el ecuatoriano finalmente desistiera de él, un riesgo que Manuel normalmente evitaría a toda costa.
Pero Francisco había lucido tan irrealmente guapo bajo la luz de la luna: todo sonrisas, cabello brillante y perfume amaderado.
Y el pack de cervezas que había ido consumiendo durante la velada para ahogar su ansiedad ya hacía rato que había hecho efecto.
Además, muy dentro de sí presentía que era preferible llevarse consigo recuerdos agridulces a preguntarse eternamente qué habría podido ser, por más meloso que sonara. Con ello en mente, finalmente había aceptado asistir esa noche a un carrete en donde literalmente no conocía a nadie más que su acompañante. Y, por lo mismo, había decidido quedarse pasada la madrugada, aún a sabiendas que su madre lo reprendería apenas pusiera un pie devuelta en su hogar. Si no daba el salto, y se arriesgaba a aceptar su propuesta, por más doloroso que el mañana pudiese ser, probablemente se arrepentiría el resto de su vida.
Por fortuna, una vez se halló entre los brazos ajenos todas sus preocupaciones perdieron importancia. Tanto el regreso a casa, como la incertidumbre del futuro que se les abalanzaba encima parecían insignificantes ante el candor de la mirada que reposaba en la suya, y la sonrisa que le era dedicada. Esa noche Francisco lo había apegado a su lado con una dulzura tal que a Manuel le había sido imposible no derretirse ante la calidez de su tacto; y entre susurros y risitas había guiado sus torpes pies al ritmo de la música. Ahí, con las hormonas en plena piel, y la juventud escapándosele entre los dedos, se había permitido soñar con el amor eterno y profundo que la canción rezaba. Y bajo ese mismo cielo que despuntaba lentamente en alba, había terminado por sucumbir por completo a su violento enamoramiento, dejándose caer preso de sus propios sentimientos, por más necio que le supiese.
Posiblemente la mejor decisión que había tomado en toda su vida.
En la cocina, Francisco levantó la mano para hacerle dar un par de giros que finalmente liberaron la risa de los labios de Manuel. Sin detenerse ni un instante, volvió a atraer a su novio a sus brazos, uniendo sus frentes y meneando lentamente sus caderas al ritmo de la música. Manuel, por su parte, aspiró profundo, deleitándose con el aroma de la piel de su pololo antes de descansar sus brazos sobre los hombros de su pareja de baile. Y juntos terminaron los pocos acordes que restaban de la canción en un tambaleo rebosante de sonrisas.
"Me gustas mucho," susurró Francisco una vez acabada la pieza, volviendo a poner de punta la piel de su acompañante.
Pero a diferencia de aquella primera noche, Manuel no agachó el rostro para ocultar la mezcla de bochorno y emoción que había empañado su rostro, ni tampoco intentó huir tras murmurar su respuesta. Muy al contrario, sus manos se entrelazaron tras la nuca ajena, y su mirada castaña se clavó en la contraria.
"Y tú a mí," replicó con voz firme, ganándose una ráfaga de rubor que Francisco intentó ocultar girando su rostro. "Aunque siempre te olvides de traer lo que te pido," agregó juguetón, besando su mejilla antes de apartarse.
Francisco rio, negando con la cabeza.
"Dame pasando las llaves y voy ahora mismo a comprar algunas cebollas al almacén de la esquina," pidió, extendiendo la mano. "Además, la señora Elena siempre me da yapa cuando voy a comprar."
Manuel se dio la vuelta para abrir el refrigerador, rebuscando entre el compartimiento de vegetales. "No, ya va a comenzar Me Late." Entre papel aluminio, pulcramente envuelto contra el frío y la humedad, un par de cebollines le sonrieron. Bingo. "Además, solo te da de más porque eres un fresco, siempre haciéndote el lindo con la pobre viejita, ilusionándola."
Francisco sonrió, divertido. "No me hago el lindo, sólo le converso, a diferencia de otros que salen corriendo apenas tienen el vuelto en la mano."
"Es lo mismo," discrepó Manuel, comenzando a picar el cebollín recién lavado. "Así me engrupiste a mí."
Francisco río, acercándosele, y levantando su barbilla levemente en su dirección. "Y bien que te engrupí," declaró orgulloso, robándole esta vez un beso en la boca que le subió los colores al rostro de Manuel e hizo saltar su corazón. Era increíble cómo los años pasaban pero los labios de Francisco no paraban de sorprenderlo con el mismo ardor del primer beso. Suaves y amables, frenéticos y desesperados; no importaban cómo fuera, Manuel jamás quedaba indiferente a su toque.
"Ya oh," lo intentó retar Manuel, pero la risa que se le escapaba por las comisuras de los labios lo traicionó. "Llévate las cosas al living será mejor."
"Simón," asintió Francisco, abrazándolo por la espalda y depositándole un segundo besito detrás de la oreja antes de abrir el gabinete frente a ellos para sacar los vasos.
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Menos de diez minutos fueron necesarios para terminar ambos instalados frente al televisor con el viejo ventilador de pie apuntando hacia sus cabezas, dos vasos más llenos de hielo que otra cosa y la ventana abierta de par en par; todo con la esperanza de disminuir siquiera un poco el calor que incluso a esa horas hacía arder el departamento. A su lado, sus tres perros, Lola, Choclo y Copito, y su gata, Ágata; se repartían entre la cerámica y la alfombra en un intento de regular su temperatura corporal y, eventualmente, robar las sobras que cayeran al piso. Y sobre sus cabezas, colgando del techo, guirnaldas de luces ofrecían una tenue iluminación, ideal para acurrucarse.
"¿Cuándo fue la última vez que les dimos de beber a estas niñas?" Preguntó Manuel, revisando el estado de la planta más cercana. Su hogar entero estaba atestado de monteras, ficus y cuánta cosa conseguían cachureando en la feria, a un punto tal que a veces perdían la cuenta de a cuáles habían regado y cuáles no. Y entre estas y sus mascotas, no podían evitar ganarse el comentario de que vivían en una pequeña jungla; en especial cuando las visitantes eran las hermanas de Francisco.
"Estas ayer en la tarde, las del cuarto no sé."
"Hay que darles agüita antes de acostarse," concedió Manuel, agarrando un puñado de galletas para por fin concentrarse en la pantalla. Ese día tocaba discutir el caso relojes, panorama que había estado esperando con ansias toda la semana. Nada le causaba más placer que ver figuras públicas siendo expuestas en sus crímenes, en especial cuando llevaba años desconfiando de las mismas, para la irritación de medio mundo.
Desde su puesto en el sillón, Francisco podía observar con atención todas las expresiones de su novio: desde su semblante concentrado con el que analizaba toda la evidencia presentada por el programa de farándula, hasta sus jadeos de sorpresa y la indignación con la que sostenía su propio pecho cuando se enteraba de algo nuevo sobre el caso. Por sus reacciones, casi parecería que la situación le afectaba directamente, y aunque sabía que detrás de todo ello se escondía nada menos que una pasión por el chisme (que por lo demás el propio Francisco compartía), no podía evitar enternecerse.
Después de todo, Manuel siempre había sido así. Aunque muy poca gente era capaz de percibirlo, debajo de todos sus silencios y omisiones se hallaba un corazón que vivía todas sus emociones intensamente. Así lo había percibido desde el primer instante, cuando lo había descubierto solo y medio escondido en un rincón de universidad, riendo a carcajadas junto a un grupo de perros. Y desde entonces había sido incapaz de ignorar la viveza que se ocultaba en la profundidad de su timidez. Por no mencionar la dulzura que celosamente escondía del resto del mundo.
"¡Yo sabía weon que la Tonka tenía que estar metida!" Exclamó de repente Manuel, interrumpiendo sus cavilaciones. "si el cuento de que no se daba cuenta de nada sonaba muy estúpido, y en esa relación el único aweonao es el Parived."
Francisco devolvió la mirada a la televisión, tratando de entender un poco de todo lo que estaban hablando, a sabiendas que sería el tópico obligatorio de conversación una vez estuvieran acurrucados en la cama; pero pronto se dio por vencido. Tenía cosas mucho más serias de las que preocuparse esa noche. Así lo había decidido a principio de la semana, y así se había seguido prometiendo a medida que los días avanzaban, decidido a no arrepentirse a último minuto, tal como las otras veces. La idea lo llevaba carcomiendo por dentro a un nivel tal que en tan solo ese día se había puesto los zapatos al revés en la mañana, había extraviado el historial clínico de al menos tres pacientes, y se había olvidado de traerse consigo la bolsa de cebollas que efectivamente í había comprado en la feria.
Pero a pesar de toda sus resoluciones y convencimientos, llegado el momento resultaba que se sentía demasiado nervioso para siquiera vociferar una sílaba, menos aún una pregunta entera. Lamentablemente, no tenía opción alguna de volver a postergarlo. Así lo había decidido el Francisco del lunes pasado al notificarles de sus intenciones a sus hermanas, previniendo con ello que se volviera a tragar sus dudas otra semana entera. Ahora que se había sincerado, no era una alternativa llegar a la próxima reunión familiar sin noticias sobre el asunto, y así bien lo sabía.
"Oye, Manu," le llamó suavemente, ganándose solo un gruñidito en señal de atención de parte de su pareja, que parecía incapaz de despegarse de la pantalla siquiera por un segundo. "¿Te puedo hacer una pregunta?"
Manuel cerró los ojos, soltando un suspiro cansado. "Francisco Burgos Torres," lo llamó de vuelta con ese tono que siempre indicaba una futura reprimenda. Y girándose por fin para mirarle añadió, "no podemos traer más mascotas al apartamento, ya escuchaste al administrador. Uno más y nos echan de patitas a la calle. Y vete a conseguir otro departamento en esta comuna a un arriendo decente."
"No es eso lo que iba a preguntar," negó su novio. "Aunque no podrían quejarse si es algo pequeño que no haga ruido, como unos peces, o una tortuga," propuso.
Manuel solo le dedicó en respuesta una mirada desafiante. Y Francisco dejó pasar el tema, al menos de momento.
"Pero como dije, no era eso lo que quería preguntarte," repuso de inmediato.
"¿Y qué es entonces?" Preguntó Manuel, volviendo a enfocarse en el programa, a la par que tomaba un sorbo de su vaso.
Francisco aprovechó esa pausa para secar las palmas de sus manos en su pantalón, y tras tragar saliva con dificultad, decidió hacer la pregunta sin mayores reparos. Después de todo, si seguía retrasándolo posiblemente nunca la haría.
"Estaba pensando," musitó con suavidad, sintiendo como su corazón galopaba dentro de su pecho de puro nerviosismo. "¿Te gustaría casarte conmigo?"
Manuel no pudo evitar atragantarse de la pura impresión. Sus oídos debían estar traicionándolo. O quizás la cerveza aparte de bajarle a los pulmones se le había subido a la cabeza.
"Ay, Manu, no era para que reaccionaras así," repuso Francisco, sobándole la espalda con la esperanza de ayudarle a respirar. "Por favor no te mueras, ¿qué tendría que decir en tu funeral al respecto?" Bromeó con la esperanza de alivianar el ambiente, aunque por dentro le hería el silencioso rechazo de su pareja.
"¿Me estás pidiendo matrimonio?" Preguntó Manuel atónito, una vez que hubo recuperado el aliento. Su rostro estaba rojo y sus ojos llorosos del esfuerzo. "¡¿Así?!" Exclamó abriendo sus brazos para abarcar todo a su alrededor, desde el cuarto a medio ordenar, hasta los calcetines viejos y disparejos que coronaban su outfit casero, sin mencionar el buzo roñoso que llevaba encima. De todos los escenarios y situaciones en los que se había imaginado esa pregunta, este era sin dudas el menos glamoroso y memorable de todos.
Francisco sonrió, comprendiendo por fin su reacción. "Oh, no, no, no," negó alzando las manos en señal de inocencia. "Solo tengo curiosidad, nunca hemos hablado de ello, y no sé si está entre tus planes. Pero no, esta no es para nada una pedida de mano oficial."
Manuel suspiró aliviado, colocándose una mano en el pecho para recuperar el aliento. Una vez más calmado, no fue necesario siquiera pensar su respuesta, ya la conocía hace tiempo.
"Sí," declaró, apoyando su espalda en el sillón y escondiendo sus manos bajo sus piernas, con algo de nerviosismo. "Obvio que sí. Claro que no por la Iglesia, por motivos evidentes," bromeó, "pero sí me gustaría la ceremonia, la fiesta, los anillos y bueno, todo eso," agregó con una sonrisa soñadora que le iluminó el rostro. "Aparte ya llevamos como 6 años viviendo juntos así que básicamente es como si estuviéramos casados," señaló, rascándole la cabeza a uno de los perros que se había acercado a robar algo de comer. "¿Por qué? ¿Tú no quieres casarte?" Preguntó nervioso.
"¡Claro que sí!" Exclamó Francisco inmediatamente. "Ya me imaginé todo: el casorio, mis votos, la luna de miel, la casa, las nuevas mascotas, los niños, las vacaciones, nuestra vejez juntos. Todo."
"Ah chuta," exclamó Manuel, sin poder evitar que la risa y el bochorno bañaran su rostro. "Vas años luz adelantado tú."
Francisco asintió orgulloso. "Lo tengo todo fríamente calculado más o menos desde el día en que te conocí, e incluso un poco antes de eso."
Manuel no pudo evitar sonrojarse hasta las orejas, lo que no pasó desapercibido por su pareja. Y tras acurrucarse en el pecho de Francisco añadió: "Pues entonces procura pedir mi mano de forma más romántica para la otra, y ojalá cuando esté mejor vestido," bromeó, volviendo a poner su atención en el programa. "Eso, sí es que no te adelanto."
Francisco solo le besó la cabeza en respuesta, sonriendo para sus adentros.
Ya quisiera su chilenito.
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La tragedia sucedió a mediados de junio, cuando los cielos se teñían de un gris azulado, y los vientos orquestaban danzas nebulosas sobre sus cabezas. Había empezado de a poco, un par de saltitos en medio de la caminata usual por el parque, uno que otro gemido cuando tocaba bajarse del sillón, y pasos más descoordinados de lo común. Cambios lo suficientemente sutiles y paulatinos como para que pasaran totalmente desapercibidos por los instintos sobreprotectores de Francisco, permitiendo así que la cojera terminara por apoderarse de Lola, su perrita más viejita.
"¿No debería ser voh el primero en saber qué le pasa?" Se quejó Manuel, rebuscando las llaves del auto alrededor del living. "Sigo sin entender por qué me haces llevarla a otro lado."
"Ya te dije, Manu," se defendió Francisco, removiendo los cojines para aportar en la búsqueda, "la Lola es mi mascota, no tengo objetividad profesional con ella."
Manuel resopló, atravesando a zancadas el pasillo para revisar en los veladores. "Eso nunca te había molestado antes," gritó. Aunque no fue necesario, Francisco le había seguido de cerca para ayudarlo a buscar con dedos nerviosos dentro de su propia mesa de noche.
"Porque antes solo habían tenido resfriados."
Manuel se sentó sobre la cama, frustrado. "Nada aquí. ¿Y tú?"
Francisco negó con la cabeza, interponiéndose frente al velador por si las moscas. "Tampoco," negó.
Manuel se sobajeó las sienes tratando de recordar. "¿Dónde las pude haber dejado? La última vez que usamos el auto veníamos con la mercadería del mes, dejamos las bolsas en el pasillo y..."
Sin mediar más palabras, se puso de pie de un golpe, caminando con paso decidido de regreso a la cocina. Y Francisco le siguió pisándole los talones, como ya era costumbre esa mañana.
"¡Voilá!" Exclamó victorioso, recuperando las llaves desde arriba del refrigerador. "Las dejé aquí para meter las verduras dentro y luego me olvidé de ellas."
Francisco asintió aliviado, revisando de reojo la hora en el reloj de pared.
"Ya, nos vamos." Declaró Manuel, devolviéndose al living para ir a recoger a su perrita. "Venga Lolita, vamos a ir a verle la patita, ¿ya?" La perrita solo sacudió la cola en respuesta, sin entender una sola palabra, pero agradeciendo el tono de bebé con el que le hablaban.
"Espera un tantito, Manu. Primero tienes que cambiarte, no puedes salir así."
Manuel se detuvo un instante, confundido. "¿Así como?" Preguntó incorporándose para enfrentar a su pololo.
"Con esas fachas." Aclaró Francisco, apuntando al polerón viejo y el pantalón de buzo que Manuel llevaba encima. Por no mencionar las chanclas con calcetines que iban a juego con su tenida de fin de semana.
Manuel pestañeó, aún sin entender a dónde quería llegar su pololo. "Solo voy a ir al veterinario, nada más. Y aparte voy atrasado, si no te recuerdas."
"Ay, Manuel," se quejó Francisco, hurgando en su cabeza por una respuesta sensata. "Como te ven te tratan."
Su novio no pudo suprimir una carcajada en respuesta, que le iluminó el rostro y le hizo encogerse sobre su estómago. "¿Estás sugiriendo que tú gremio es clasista?" Preguntó, una vez se le paso la risa.
Francisco se sonrojó, sin saber muy bien qué decir. "Yo diría que es un problema más a nivel país."
Manuel soltó un jadeo cargado de indignación falsa, aún divertido. "Tienes suerte de que eri bonito porque si no te agarraría de las mechas. Mírenlo: primero critica mi estilo y luego a mi país." Hizo un esfuerzo por sonar ofendido, negando con la cabeza y limpiándose lágrimas invisibles; pero la risa que se le escapaba por los ojos . "Ya oh, me voy a cambiar pero solo porque la última vez que fui por esos lados me encontré con unos ex compañeros, y antes muerta que sencilla. Eso sí, quiero que sepas que si perdemos la hora te culparé a ti."
Francisco sonrió victorioso, "me parece razonable," concedió dándole un besito en la frente antes de mandarlo a cambiarse.
Quince minutos después, Manuel salía del cuarto perfumado, peinado y con sus mejores pilchas: botines, jeans negros, beatle color beige y un abrigo cuadrillé a juego con el resto de las prendas. A ojos de Francisco, parecía listo para atravesar una pasarela, en especial con las gafas de sol que se había puesto para ignorar a propósito a cualquier conocido que se encontrara en un radio de diez metros. Nadie jamás sospecharía que su destino era nada más ni nada menos que a la veterinaria Dr. Firulays.
"¿Dónde está la niña?" Preguntó apenas entró al living, ganándose la atención de todos sus perros y, milagrosamente, también de su gata, quienes acudieron a restregarse contra sus piernas. Por su parte, sentada en su cama como era costumbre, Lola solo movió la cola en respuesta.
"Venga Lolita," la llamó Manuel, instándola a acercarse.
Al oír el llamado, la perrita se levantó, cojeando con su pata delantera, y a saltitos se acercó a darle besitos en la cara a Manuel. "Ay bebita," se lamentó Manuel, tomándola en sus brazos para transportarla al auto. "Ya nos vamos. Te escribiré apenas esté dentro de la consulta para que juzgues todo desde la comodidad del sillón," le espetó el chileno, tomando las llaves del auto, su celular y su billetera, a la par que equilibraba a la perra en sus brazos.
Ignorando sus provocaciones, Francisco les abrió la puerta, acompañándoles hasta el ascensor. "Que les vaya bien," se despidió dándole un beso en los labios a su pareja.
Manuel solo asintió en respuesta, apoyándose contra el espejo mientras esperaba a llegar al estacionamiento. Por la forma en que su pie no podía mantenerse quieto podía suponerle más que nervioso por la situación, lo que solo lograba llenar el corazón de Francisco de culpa. Si hubiera sido por él, le habría confesado ahí mismo que solo era un truco que le había enseñado a a hacer cada que la llamaba. Pero no podía flaquear a esas alturas, la decisión ya estaba tomada y los planes armados. Y aunque sin duda se ganaría el resentimiento de Manuel con lo que estaba a punto de hacer, con algo de suerte en una década más ya se habría olvidado del asunto y dejaría de recriminarle al respecto. Fue así que no dejó que palabra alguna saliera de su boca, y con una mano se despidió nuevamente mientras las puertas del ascensor se cerraban.
Luego, sin perder un segundo más, Francisco envió dos mensajes por su celular, corriendo de vuelta a su apartamento. Debía apurarse si quería tener todo listo antes de que regresasen.
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El cielo se desteñía con las últimas luces del día cuando Manuel llegó por fin al apartamento. Desde la ventana de su habitación Francisco lo observó estacionar el auto en su lugar habitual, para luego de ayudar a Lola a bajarse, sosteniendo la correa en una mano y una bolsa de papel en la otra. En silencio revisó por última vez tener todo preparado: la bolsa con su ropa y zapatos esperándolo detrás de la puerta, el mensaje aguardando sobre su velador de Manuel, y sus bolsillos cargados con lo que su mesa de noche había custodiado por semanas. Estaba listo para dar cierre a esa velada.
"Llegamos," gritó Manuel, una vez hubo atravesado el umbral. Aunque no era realmente necesario que anunciara su presencia. Francisco estaba tan pendiente de todo que hasta había escuchado cuando la llave hizo contacto con la chapa, así de tenso se sentía.
"Hola," saludó con un grito, apareciéndose por el living y dándole un beso a Manuel. "¿Qué pasó? ¿Cómo les fue?" Preguntó, tratando de fingir preocupación respecto al diagnóstico de su perra, por más que esta batiera la cola dichosa de volverle a ver, evidentemente feliz e intacta. Por suerte, llevaba todo el día con los nervios en punta, y su rostro lo evidenciaba.
Manuel bufó, sacándose su abrigo y dejando su bolsa sobre la mesita de café antes de dejarse caer sobre uno de los sillones. "¿Por dónde empiezo?" Murmuró.
"Quizás por el principio," sugirió Francisco, sentándose en el brazo del sillón. "¿Qué le hicieron? ¿Le recetaron algo?"
Manuel suspiró, incorporándose para sentarse con algo más de dignidad antes de contar su historia. "Yo creo que la Lola quedó traumatizada," declaró mirándole a los ojos, "¿qué no le hicieron Francisco?"
"¿Cómo así?"
"La doctora esa parece que no tenía nada que hacer en todo el día. Yo llegué y le expliqué lo que le pasaba, y supuse que iba a pedir un escáner para revisarle la patita, como toda persona sensata. Pero no, quiso hacerle un chequeo completo porque 'estas cosas suelen ser más complejas de lo que parecen'," dijo haciendo comillas con sus dedos e imitando la voz de la veterinaria en tono burlesco. "Así que le hicieron exámenes de sangre, de orina, la midieron, la pesaron, la masajearon, la escanearon. Y todo ese manso webeo para después descubrir que la perla esta cojea para llamar la atención," exclamó, señalando con el ceño fruncido a la perrita que nuevamente descansaba acostada en su cama, y que sacudió la cola apenas vio a Manuel mirándola. "¿Puedes creerlo? ¡No tiene absolutamente nada! Está más sana que los dos juntos la muy malcriada."
Francisco abrió la boca fingiendo sorpresa "¿Cómo es eso? ¿En serio no le encontraron nada?"
"Nada de nada," repitió Manuel, alzando los brazos de la pura indignación antes de dejarse desplomar sobre el sillón como gesto de derrota. "Igual te traje todo el papeleo que me dieron para que tú mismo los revisaras, pero yo mismo lo leí y efectivamente, no tiene nada en la pata. Por suerte a la veterinaria le dio risa la situación al final y me dijo que porque habías sido su amigo de la universidad no nos cobraría nada. Ya veía que teníamos que vender un par de órganos porque la doña se quiso hacer la inválida."
Francisco sonrió, divertido con las reacciones de su pareja; pero recobró la compostura rápidamente. "Ya me parecía raro que se hubiera enfermado tan de repente," coincidió.
Manuel suspiró, recostando su cabeza sobre las piernas de Francisco en búsqueda de consuelo. A pesar de que estaba inmensamente aliviado, no podía evitar sentirse frustrado luego de haber perdido casi todo su sábado sin motivo alguno.
"Estoy cansado," declaró. "¿Podemos pedir comida hoy?"
Francisco sonrió nuevamente, jugueteando con el cabello de su novio. "No es necesario, cociné tu favorito."
"¿Completos?" Exclamó Manuel, emocionado.
"Ok, tu segundo plato favorito."
"¿Bife a lo pobre?"
Francisco suspiró, divertido. "Risotto con salmón. La última vez que te lo preparé dijiste que era tu plato favorito."
Manuel giró la cabeza para mirarlo a los ojos. "Ah, sí. Es que lo comemos tan poco que se me olvida, pero es verdad. Gracias, amor," aclaró, sonriéndole de vuelta. "Te quiero mucho."
Francisco sonrió levemente en respuesta. "Ve a lavarte las manos y te sirvo un plato," ordenó.
"Altirísimo," repuso Manuel, tomando en sus manos la bolsa que había traído consigo y dirigiéndose al baño del pasillo. "Y más vale que te prepares, porque yo también te tengo una sorpresa."
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Cuando Manuel finalmente salió del baño, con el rostro refrescado, las manos limpias y su bolsita colgando de su brazo, ningún humano quedaba en el departamento. En la sala de estar la televisión y las luces estaban ya apagadas, en la cocina no habían platos esperando a ser servidos ni sartenes recalentándose, y en la mesa del comedor solo una pequeña nota lo aguardaba. Era como si de repente Francisco hubiese decidido desvanecerse de la faz del planeta sin siquiera advertirle primero, y para colmo se había llevado su cena con él.
"Veme en el techo," leyó Manuel en voz alta, con la suspicacia deslizándosele por la lengua. A su lado, Copito levantó las orejas, confundido. "¿Qué estará maquinando ahora?" Preguntó en voz alta, devolviéndole la mirada al perro, pero este solo le movió la cola en respuesta, sin entender ni una palabra; y Manuel suspiró resignado.
Solo había una forma de descubrirlo.
Arriba en el techo la brisa nocturna se colaba a borbotones, saludando a los recién llegados con su frío beso. El rumor de los autos sobre la acera se deslizaba por sobre los techos, arrullándoles. Y la luna, borracha de trasnochos yacía acurrucada entre sábanas de nubes, bella y misteriosa en partes iguales.
Sin embargo, el verdadero espectáculo se hallaba más abajo. Manuel casi no podía darle crédito a sus ojos. Alguna magia debía haberse gestado en ese pequeño y olvidado rincón del edificio para justificar tamaña transformación. Donde antes el polvo y la soledad habían construido su reino, ahora los pétalos de cientos de rosas cubrían todo con su manto carmesí. Macetas repletas de dalias, crisantemos y ásteres se esparcían por todo el lugar, llenándolo de vida. Y un centenar de velas iluminaba el piso, compitiendo con las luces de navidad que colgaban sobre sus cabezas, aprovechando inteligentemente la altura de la malla de protección. Era como una escena sacada de un cuento de hadas; tan irrealmente despampanante que Manuel empezó a temer estar viviendo el sueño más bizarro de su vida.
"Llegaste," celebró Francisco, con una sonrisa brillando en sus labios, llamando por fin su atención.
Manuel tragó saliva, lanzándole una mirada fugaz solo para reparar en el pulcro traje que lucía de repente. "¿Qué es todo esto?" Murmuró atónito, e incapaz de mantener su vista fija en un solo sitio. Jamás en todos los años que llevaba viviendo en ese edificio había visto ese lugar lucir tan bien. Ni siquiera podía calcular cuánto tiempo le habría llevado a Francisco preparar todo ello.
"Una sorpresa que armé para compensarte por no haberte acompañado hoy," explicó, tomando a Manuel de la mano para llevarlo a un sector entre las plantas donde había colocado una pequeña mesa adornada con un mantel blanco. Sobre esta descansaban dos cubreplatos de metal, acompañados de sus respectivos cubiertos y servilletas de tela, dos copas finas que el chileno jamás había visto en su casa, un vino tinto demasiado elegante para pertenecer a su despensa y un macetero de cristal adornado con un ramo de rosas rojas. Por segunda vez en esa velada Manuel tuvo que restregarse los ojos para convencerse de no estar soñando despierto.
"Le pedí a la administración que nos prestaran este lugar por hoy, así que nadie debería interrumpirnos," explicó Francisco, descorchando el vino.
Manuel parpadeo confundido, asimilando todo a su alrededor con una mezcla de nerviosismo y culpa.
"¿Qué ocasión celebramos?" Preguntó finalmente, aceptándose incapaz de recordar evento alguno que justificara tal exceso de romanticismo. Por más que pensara en ello, estaba completamente seguro que todavía no era la fecha ni de su primer beso, ni de su primera cita, y menos aún de cuando empezaron a pololear. Así que a menos que Francisco hubiese decidido unilateralmente añadir un nuevo aniversario a sus vidas, todo ese esmero no hacía sentido alguno; por más encantador que resultase.
"Nada en especial," repuso su novio, sonriendo con culpa a la par que le tendía una copa llena de vino.
Manuel le dedicó una mirada que Francisco no pudo descifrar por completo, pero que sin duda alguna venía acompañada de sospecha.
"¿Estás seguro?" Insistió, "si me olvidé de algo puedes recriminármelo ahora, me lo tengo más que merecido."
"Segurísimo," confirmó Francisco. Sirviéndose en su propia copa, y evadiendo la mirada inquisitiva de su novio. Lo que al susodicho no le supo nada de bien. Algo debía estar tramando, y por como lo esquivaba no parecía ser una noticia muy feliz.
Manuel lanzó una mirada a su alrededor, admirando por milésima vez la grandeza de todo ese inexplicable gesto. "¿No debí al menos traerte un regalo?"
Francisco le devolvió una sonrisa cargada de cariño. "No te has olvidado de nada, mi amor," le prometió.
Manuel asintió en silencio, más para sí mismo que para su pareja; y sin mediar palabra alguna tomó su lugar en la silla, dejando junto a sus pies la bolsa de papel, que había traído consigo hasta el techo. "Está bien," repuso, bebiéndose toda la copa de un solo sorbo y plantándola de vuelta sobre la mesa con un golpe. "Cuéntamela firme," exigió, "¿qué cagá te mandaste?"
Francisco parpadeó sin entender una palabra. "¿Cómo dices?"
"Alguna lesera habrai hecho para andar disculpándote así," declaró. "Y no me vengas con que de verdad preparaste todo esto por no haberme acompañado al veterinario, porque no soy ná material de los weones yo. Dime la verdad, estoy listo." Espetó , cruzándose de brazos en espera a una respuesta. "¿Qué está pasando?"
Francisco soltó una risita nerviosa. "Nada está pasando," insistió. Pero la culpa y el nerviosismo volvió a pintar su rostro, evidenciando su mentira.
Manuel solo suspiró en respuesta, apretándose el puente de la nariz para darse fuerzas a sí mismo. "Me engañaste," soltó de repente, devolviéndole una mirada angustiada.
"¡Por supuesto que no!" Saltó Francisco, espantado.
"Hipotecaste el apartamento para comprar una mascota exótica en el mercado negro."
Francisco retrocedió un paso, exaltado. "¡Jamás compraría una mascota! ¡Menos aún de traficantes!"
Ante eso, Manuel se cubrió la boca con ojos llorosos, solo quedaba una opción. "Oh no, Pancho," le llamó con un hilo de voz, "te estás muriendo," soltó finalmente.
"¡No!" Exclamó Francisco, acercándose para sostener su rostro y limpiarle las lágrimas que amenazaban con caer por sus mejillas. "Mi vida, escúchame, nada ha pasado. No tienes de qué preocuparte."
"Y entonces, ¿cómo explicas esto?" Inquirió extendiendo los brazos vagamente y echando un vistazo a su alrededor, "sé que tienes tus momentos románticos de vez en cuando, pero esto ya es otro nivel. Y en un día cualquiera además."
Francisco sonrió suavemente, plantándole un besito en la frente para tranquilizarle. "Me decepciona saber que no fui un pololo del que esperarías esta clase de detalles," admitió con voz bajita, rebuscando con esmero el par de ojos que le esquivaban.
Manuel levantó la vista, inseguro de querer enfrentar lo que vendría. "Pero," susurró en tono de pregunta, incapaz de ignorar el verbo en pasado que había usado su pareja.
"Pero," admitió Francisco, "tienes razón en que hay un motivo para todo esto."
Manuel asintió en silencio, esperando con el estómago apretado el siguiente golpe. Por supuesto, lo sabía, tenía que existir una razón para semejante espectáculo. Él no era la clase de persona que mereciera tales gestos espontáneos.
Francisco, por su parte, no dijo nada más, y en cambio estiró el brazo en búsqueda de su propia copa de vino, que igualmente vació en un parpadeo, para la angustia de su pareja.
"Ven para acá," le llamó, tomándole la mano y guiándolo hacia el centro del techo, donde las velas formaban un semicírculo inundado en calidez, y los pétalos parecían querer tragarse el piso bajo sus pies. La noche había caído sobre ellos sin aviso alguno, y en el firmamento los primeros luceros comenzaban a asomarse, curiosos de conocer qué sucedía bajo las nubes.
"José Manuel González," le llamó, colocándolo frente a sí, y tomando sus manos. "He estado enamorado de ti desde el primer instante en que te vi. Mucho antes, incluso, de que supieras que existía."
Ante esto Manuel arqueó las cejas, dubitativo.
"Nunca te lo dije, pero pasé semanas observándote desde lejos antes de siquiera poder reunir el valor para hablarte. El día en que te conocí, te descubrí jugando con los perros del campus de humanidades en uno de mis turnos para alimentarnos, y desde entonces nunca pude quitarte el ojo de encima. Iba más temprano de lo normal solo para buscarte, y me quedaba escondido deseando y temiendo en partes iguales acercarme a ti. No podía evitar deslumbrarme contigo, y tu infinita calidez. Porque tú, de entre todas las personas que día a día iban y venían, eras el único lo suficientemente dulce y atento como para quedarte a jugar con ellos y darles cariño verdadero. Ni los otros estudiantes, ni los guardias, ni los voluntarios que los alimentaban, ni yo siquiera. Solo tú, y nadie más que tú. Y esa no fue ni por lejos la única vez que fui testigo de tu bondad."
Manuel sintió como el corazón se le hacía más pesado, y su cabeza daba vueltas. Tragó saliva en silencio, incapaz de responder con palabra alguna, o de siquiera procesar todo lo que Francisco le estaba contando.
"Soñé con tenerte para mí antes de saber siquiera tu nombre. Para mí, siempre has sido y serás la persona más amable, cariñosa y hermosa que haya alguna vez conocido. Cada momento que te he tenido a mi lado, cada instante que hemos compartido ha sido inconmensurablemente valioso. Has hecho de mi vida un sueño hecho realidad," declaró Francisco sin ningún miramiento. Como si de repente todos los libros de poesía que dormían dentro de su casa lo hubiesen poseído, convirtiendo su lengua en una daga afilada por la dulzura.
"Pero," insistió Manuel con voz temblorosa, temiendo escuchar lo que seguía.
Fuese lo que fuese que viniese, esa conversación no podía terminar más que en la máxima desdicha o alegría. Y por ilógico que sonara, desde el momento que había puesto un pie en ese techo no había podido evitar sacudirse de encima la sensación de que el final se aproximaba. Si había algo que había aprendido en su vida era que jamás una felicidad tan grande era duradera. Así se lo reafirmaba el doloroso zumbido del pasado que insistía en deslizarse de los labios de Francisco, y así se lo repetía constantemente su cabeza, día tras día, en la agonizante espera a que su novio se diera cuenta de que merecía muchísimo más de lo que podía ofrecerle.
Solo habría deseado haber notado antes que las cosas no andaban bien entre ellos. O al menos que el quiebre hubiese sido mucho menos gentil de lo que estaba resultando. Pero bien sabía que no estaba en la naturaleza de Francisco dejar ir en malos términos a alguien que alguna vez había amado. Por más desgarradoras que resultasen sus acciones.
"Pero," repitió Francisco con voz risueña, siguiéndole el juego, "me temo que no puedo vivir ni un segundo más sin tener la certeza de que estarás a mi lado hasta el final de nuestros días."
Manuel parpadeó lentamente, confundido. Sin dudas, no era la clase de respuesta que estaba esperando. "¿Qué quieres decir?" Cuestionó, sintiendo lentamente como los colores le volvían al rostro.
"Manuel, mi más querido Manuel, el amor de mi vida, la luz de mis ojos," le llamó nuevamente, con una voz tan repleta de ternura que le puso la piel de gallina. Francisco se agachó hasta apoyar una rodilla en el piso, y soltando una de las manos de su pareja, rebuscó con esmero en su bolsillo derecho. "¿Me darías el honor de casarte conmigo?" Preguntó finalmente, exponiendo el anillo de oro y zafiros que llevaba semanas ocultando de sus ojos.
Manuel tuvo que tragar una bocanada entera de aire para no caerse de espaldas, y luego otra más cuando su corazón empezó a acelerarse demasiado, amenazando con dejarle sin aliento. De todos los escenarios que habían pasado por su cabeza desde el momento en que había puesto un pie en la azotea, jamás había considerado la posibilidad de una propuesta de matrimonio. Pero ahora que lo repasaba todo rápidamente, desde la delicada decoración, hasta la cena sorpresa para culminar en el discurso que acababan de ofrecerle, todo hacía más que sentido. ¿No habían hablado de eso unos meses atrás? Ahora caía en la cuenta de cuán ridículo e inseguro había sido.
No solo Francisco deseaba casarse con él, a pesar de todas sus locuras e histerias, sino que además le acababa de profesar sus sentimientos de una forma tan desgarradoramente sincera que Manuel no pudo evitar que la conmoción se apoderase de él, nublando sus ojos y colorando sus mejillas. Hasta ese entonces, había estado convencido de que su amor por Francisco sobrepasaba con creces todo el afecto que este podía sentir por él; asumiendo en silencio su agridulce destino. Ahora, en cambio, se reconocía plena y profundamente amado por el hombre que se había apropiado de su corazón, y la sensación era reconfortante y efervescente en partes iguales. Sin poder evitarlo por un segundo más, sus ojos se empañaron con toda la felicidad que estaba conteniendo.
"Sí," susurró finalmente, casi sin voz; devolviéndole el alma al cuerpo a Francisco, quien llevaba todo ese tiempo aguantándose la respiración y el temblor de sus manos.
"Sí, sí, sí, por supuesto que sí. Una y mil veces sí," confirmó, ayudándole a levantarse por las puras ansias de abrazarse a su cuello y no dejarle ir nunca más. Tan grande era su dicha en esos instantes, que podía sentir su cuerpo entero temblando de pies a cabeza, incapaz de contenerse.
Sin dudarlo un instante, Francisco le agarró de la cintura, inclinándolo hacia atrás para darle un beso casto y dulce que hizo sentir mariposas en el estómago, tal como en las películas. Y justamente, en ese mismo instante, el cielo empezó a derramar las primeras gotas sobre sus cabezas, compartiendo con ellos su emoción.
"Oh-oh," murmuró Francisco, mirando hacia arriba.
"¿No dijeron que hoy llovería?" Cuestionó Manuel, imitándole. Desde la profunda oscuridad de la noche la lluvia caía como perlas, salpicando todo a su alrededor, tal como si los astros hubiesen decidido bajar a felicitarles en persona.
"Con los nervios ni me fijé," confesó Francisco, sonriendo avergonzado, y ayudándolo a ponerse derecho.
Manuel tomó su rostro entre sus manos, acercándolo para darle un nuevo beso tan profundo y apasionado que les hizo olvidar de las inclemencias del clima y la mala fortuna. "No importa," susurró recuperando el aliento, una vez se hubieron separado, "ya sabes cómo me encanta la lluvia."
Francisco sonrió embobado antes de agarrar su mano para colocarle finalmente el anillo. "Vamos para adentro, se ve que esto va para largo," le instó.
"Espera, la comida."
Para cuando ya habían logrado recuperar todo lo rescatable, estaban tan empapados que sus ropas destilaban agua por todos lados y el pelo se les pegaba a la cabeza. Por lo mismo, decidieron desparramarse sobre los escalones que llevaban a la azotea, esperando secarse un poco antes de devolverse a la calidez de su apartamento; Francisco con una cámara en mano y Manuel incapaz de despegar los ojos del anillo que ahora adornaba su mano.
"Espero que se haya grabado todo," suspiró Francisco, tras asegurarse que el aparato seguía funcionando.
"Siempre podemos esperar a que deje de llover y empezar de cero, esta vez fingiré sorpresa en vez de demencia," propuso Manuel.
Francisco solo rio, acercándose para darle un beso en la frente. "Jamás, no cambiaría nada de lo que hemos vivido, y menos aún de ti," declaró, logrando sonrojar a su ahora prometido.
"Pues tú te pierdes mis dotes de actor."
"Por cierto," susurró Francisco, "¿no me tenías una sorpresa?"
"¡Oh!" Exclamó, Manuel. "Verdad, con la emoción ya se me había olvidado," comentó mirando a su alrededor en búsqueda de la bolsa correcta. "Ok, quizás deba decir como preámbulo que mi sorpresa no es tan buena como la tuya," advirtió.
Francisco soltó una risita, "está bien."
"Pero la vi hoy día y no pude resistirme. Sé que le amarás apenas le tengas en frente así que, por favor, cierra los ojos unos segundos."
Francisco obedeció, preguntándose qué regalito le habría comprado esta vez. No era raro que su pareja llegase a casa con más de un cachivache, comida u objeto para regalonearlo, y tras todas las emociones vividas esa tarde, sentía que ese cariñito era más que merecido.
"Francisco Burgos," le llamó Manuel en tono solemne, "te presento a la nueva integrante de nuestro hogar: Gapi."
Francisco abrió los ojos con curiosidad, soltando al instante un jadeo ahogado en sorpresa. Frente suyo, una pequeña tortuga de tierra pataleaba entre las manos de Manuel, abriendo la boca en una pequeña sonrisa.
"No puede ser," exclamó tapándose la boca. "Hola," la llamó con suavidad, tomándola en sus propias manos para echarle un vistazo más de cerca; con el corazón desbordándole del pecho por segunda vez en tan solo unos minutos. "Hola hermosa, ¿cómo estás...eh? ¿Gapi?" Cuestionó, mirando de reojo a su prometido, mientras acariciaba la cabeza de la tortuga con su dedo.
"Algún bicho he de nombrar yo al menos," bromeó Manuel, ganándose una risa de parte de Francisco. "En la veterinaria me obligaron a inscribirla con un nombre si iba a adoptarla, y como era una sorpresa... Pero si no te gusta podemos ir a cambiarlo."
"No, está bien. Gapi está perfecto," sonrió Francisco, dándole un último beso que terminó de empaparlos por completo. "Te amo tanto," susurró.
"Y yo a ti más," susurró Manuel de vuelta.
"No tanto como para pedirme matrimonio," bromeó Francisco, levantándose con la tortuga en una mano y varias bolsas en las otras, listo para dirigirse al ascensor.
"Pero sí lo suficiente para regalarte una tortuga," contrarrestó Manuel, tomando las bolsas que faltaban y siguiéndole de cerca. Una vez dentro de ascenso apretó el número de su piso.
"Tenemos que conseguirle un terrario para poder dejarla ahí cuando salimos, y comida apropiada, y juguetes," empezó a enumerar. "¿Crees que tú mamá pueda tejerle uno de esos chalecos que las hacen lucir como dinosaurios?" Preguntó Francisco, igual de emocionado con su nueva mascota que un niño pequeño.
"Si se lo pides tú te hará cualquier cosa," repuso Manuel, bajándose del ascensor junto a Francisco. "Aunque quizás debamos darle prioridad a la noticia del casorio primero," opinó, dándole vuelta a las llaves para la emoción de los peludos que les aguardaban dentro.
Francisco asintió, ayudándolo a controlar a los perros para que no se escaparan pasillo arriba.
"Deberíamos adoptar un lagarto después, para que no sea la única reptil en la casa," propuso Francisco, agachándose junto a la entrada para enseñarle a todo el mundo a Gapi. Los perros aprovecharon de olfatearla a sus anchas, mientras la pobre se refugiaba dentro de su caparazón, cohibida ante la atención. Por su parte, Ágata se dedicó a ronronear entre los pies de Manuel, reclamando su cena.
Manuel negó con la cabeza, tratando de aguantarse la risa, mientras iba a dejar las bolsas en la cocina y servir la comida a la gata. "Ni cagando," exclamó. "Te dejo traer un lagarto a esta casa y en dos meses más voy a terminar con una boa de 10 metros durmiendo en la cama con nosotros," negó Manuel, abriendo la lata para la cada vez más impaciente gata. "Por último pídeme algo lindo, como una gallina."
"Las boas también son lindas," comentó Francisco.
"No tientes tu suerte hoy," le amenazó desde el umbral, apuntándolo con el tenedor que estaba usando para vaciar la comida de gato en su plato, "¿o crees que no me he dado cuenta que me mandaste tres horas a webear a la veterinaria por nada? Ya me vas a tener que explicar cómo hiciste que la Lolita fuese cómplice de todo esto."
Francisco solo levantó la vista, sonriendo con culpa. "¿Te he dicho hoy día lo mucho, muchísimo que te amo?"
"No lo suficiente como para ganarte mi perdón."
"Eso es arreglable," espetó. Y dejando finalmente a la tortuga junto a Choclo, quien acostado en el piso no podía quitarle los ojos de encima, como enamorado; caminó hasta la cocina para besarle las orejas, y el cuello, y la nariz y los párpados a su futuro esposo mientras le susurraba una y otra vez cuán profunda e infinitamente le quería.
"Ya, oh, chupamedias," repuso finalmente Manuel, apartándolo para recuperar la compostura y sacudirse el cosquilleo que le subía por todo el cuerpo en borbotones de risa. "Mejor anda a secarte mientras yo recaliento la cena."
"Simón," asintió Francisco, dándole un último beso en los labios. "Mi marido hermoso."
Manuel solo sonrió en respuesta, suspirando de alegría.
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Obviamente en este universo  donde el ecuchi es canon nunca se canceló Me Late (y por ende, nunca contrataron a la Barriga), Tonka se fue presa, ganó el Apruebo y jamás murió Felipito. Es literal el mundo perfecto.
Espero les haya gustado este fluff sin mucho plot que hice para celebrar el Ecuchifinde 2023. Me da risa como de casualidad en ambos fics que subí para este evento terminaron casándose, juro que no fue a propósito. Probablemente me poseyó el espíritu del Panchito jajaj
Bueno, dicho eso. ¡Nos vemos en el futuro con más Ecuchi!
¡Un abrazo!
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pechiweek · 1 year
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¡Gracias por participar de la encuesta! Estos son los temas de la pechiweek. Recuerden usar el hashtag. Próximamente anunciaremos los premios. Todos los fandoms son bienvenidos.
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latinotiktok · 7 months
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ustedes que son bien versados en eso del hetalia de latam, como queda bolivia en todo esto, se le shipea con algún país o algo? me da curiosidad 🥺
Lo único que me acuerdo de Bolivia en el latinhetalia era que se llamaba Julio Paz (DIOS) así que lo busqué y encontré un POSTEO DE 2013 DE LIVEJOURNAL!!!!!!!!!!!! Una reliquia, empecemos:
"Tiene complicadas relaciones con Argentina y Chile.
Con el segundo se lleva mal por la Guerra del Pacifico. Cada vez que lo ve no solo le recrimina lo del mar, sino que busca alguna forma de molestarlo. No obstante, han intentado llevarse mejor, lo cual ha fracasado al punto de demandar a Chile ante la corte de la HAYA.
Por Argentina no siente mucha empatía; lo ignora la mayoría del tiempo y disfruta burlarse de él cuando está pasando por algún mal momento. Sin embargo, esto no quiere decir que nunca se hayan llevado bien, ya que durante un tiempo Bolivia fue parte del Virreinato del río de la Plata (junto a Paraguay y Uruguay).
A Brasil lo ve con algo de indiferencia, aunque también con cierta amargura y hasta xenofobia, por todos los roces que han tenido a lo largo del tiempo."
TODO ESTO ES UN MONTON????????????????????????????????????????????? IM LOSING MY MIND
Por si quieren leer el original <3
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squad-usavene · 5 months
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HEY YO' ✨
Guess who's back? Back again~ ✨
ESTO ES UN PROGRAMA EN ESPAÑOL /le da hueva traducir.
Me complace anunciar que estamos de vuelta, con nueva fecha, nuevo formato y nuevo nombre (porque venus suena mucho mejor, ¿no creen?)
Sin más preámbulo...
LA SEGUNDA VERSIÓN DE LA VENUS WEEK ESTÁ AQUÍ 🇺🇲❤️🇻🇪
Del 11 al 17 de diciembre con 7 temas opcionales por día (aunque serán obligatorios si quieres ganar premios, más info de esto más adelante.¿)
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✨¿Qué es esto?✨
Pues, varias parejas tienen una semana especial para subir contenido de ella, ¿por qué no darle una a estos dos? No seremos muchos sus fans, pero acá estamos y yo estoy dispuesta a hacer lo que sea para expandirla y ese es precisamente el objetivo de este evento. ♡
Por supuesto es un evento por y para el fandom de #Hetalia y su subfandom #LatinHetalia. Se pueden usar cualquier versión de la ship; Nyo, 2P y Nyo 2P. También se pueden mezclar nyos con 1Ps, 2Ps y 1Ps. ¡Todo vale!
Pero si gustas usar un diseño alterno de alguna de las representaciones o incluso tienes el tuyo propio, también puedes utilizarlo en tus aportes. ✨
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La lista de prompts fue escogida por votación en Discord y sugiere un tema por día para la realización de cualquier tipo de fanwork.
Si bien cumplir con los temas por día es opcional y de hecho es posible hacer aportes con temas que no están en la lista, quizás recibas una sorpresa por cumplir con todos... ~
Los fanworks o aportes pueden ser de cualquier tipo: fan arts, one-shots, edits, playlist, etc. Cualquier cosa sirve y no hace falta hacer algo muy detallado. Incluso un sketch o un drabble de 100 palabras sirve (aunque esto no se aplique para competir por la posibilidad de ganar uno de los premios), lo importante es participar. ✨
¡Pero eso no es todo!
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Sí, ya lo vieron, tenemos premios.
Si bien el evento quiere ampliar el contenido de la ship, desde la administración queremos premiar tu esfuerzo al participar otorgándole un premio a aquellas personas que logren uno de los tres objetivos que serán explicados más a detalle a continuación✨
🏆 Mayor cantidad de aportes.
Este premio será otorgado a aquella persona que lo de todo por el evento y realice más aportes que los demás. No hay un número específico ya que depende de cuántos aportes reciba el evento, pero deberían ser más de 7.
Para este además tenemos dos categorías:
Mayor cantidad de aportes en fanart y mayor cantidad de aportes en fanfiction, así tanto artistas como escritores tienen la oportunidad de ganar✨.
Se está revisando la posibilidad de hacer una tercera categoría, la de mayor cantidad de aportes en "mixed media", o sea, que se podía premiarse a aquella persona cuyos aportes no sean de un solo tipo. Todo depende de cómo se termine de desarrollar el evento.
🏆 Maratonista.
Este será entregado a aquella persona que cumpla con la lista entera de prompts para la week en regla, ¿Qué quiere decir esto? Pues no debe saltarse ni un día y entregar su aporte antes de que el mismo acabe.
A diferencia del anterior, acá puede haber más de un ganador, pero seremos mucho más exigentes con el tiempo y la forma de los fanworks.
Para que un aporte cuente debe seguir los siguientes parámetros:
🎨En caso de fanart.
Independientemente del medio (tradicional o digital) preferiblemente debería ser un dibujo acabado, no necesita contar con muchísimo detalle, pero que no sea solo un sketch (hasta los sketch coloreados son válidos).
📝 En caso de fanfic.
Debe tener al menos 800 palabras.
Otros tipos de aportes no serán contemplados en esta categoría.
La entrega debe realizarse antes de que termine el día. La administración se maneja con el horario de Chile (GMT-3), pero para dar más tiempo se tomará en cuenta el huso horario GMT-6 que corresponde al de Ciudad de México.
Y último pero no por eso menos importante:
🏆 Fan favorite.
Este también se divide en dos categorías (porque la admin se odia).
La primera es el voto del público y se premiará al aporte que tenga más likes.
La segunda es del gusto personal de la administración, sin mucha ciencia detrás.
En ambas se tomarán en cuenta tanto fanart como fanfic, así que al final podrán haber cuatro ganadores (porque la admin se odia x2).
⚠️Los premios en todas las categorías corresponderán a un fanart o fanfic a elección del ganador hecho por la admin de esta cuenta (mis redes @mjxtsukino en todos lados¿)
Se avisará si alguien más quiere donar premios, pero por mientras todo cae sobre mis hombros, sí (?).
¡No olviden usar el hashtag! Espero se animen 💕
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losnordiquitos · 2 years
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have the idea for akinda funny joke but it means i have to show everyone my chile oc and i dont want to interact with the latinhetalia creatures since they had that collective epic racism moment on twitter in like. 2020
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fleshcube2000 · 3 years
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diseños del Manu, Martín y Miguel :]
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nitcross · 2 years
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Spicy PeChi que hice por el cumple de Mits este año. Link para verlo completo: https://privatter.net/i/6469802
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a-pair-of-iris · 1 year
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Sorry not sorry xP
Mi comparativa de lo que serían los estilos de crianza del Ecuper con Ciudad binacional v/s Argchi con Tierra del fuego.
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mitsukim07 · 3 years
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🇨🇱Felices fiestas patrias 🇨🇱
Aquí la chiruana deseándoles felices fiestas a todo chilito hermoso ❤️
Como siempre tarde, pero la intensión es lo que cuenta.
¿Que es mejor que un Manuel? 4 manuel
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ecuchi-finde · 10 months
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🥁¡Llegó el momento! 🥁 ¡Damos inicio al primer Ecuchi finde de la historia! Estaremos compartiendo todos sus aportes, y un par de cositas que les tenemos preparadas, tanto por esta cuenta como por Twitter 👀✨ Recuerden usar los tags #ecuchifinde2023 #ecuchifinde o #ecuchi para poder encontrarlos
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socializzz · 3 years
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Mexico: As your best friend–
Chile: You're not my best friend.
Mexico: AS YOUR BEST FRIEND–
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