Tumgik
#barrio fino
doculicious · 5 months
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Daddy Yankee is retiring from the music business to devout his life to Jesus.
Let's pour one out for the end of a Reggaeton era that started with "Gasolina".
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recliningbacchante · 1 year
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donggatto · 8 months
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El camino de las lágrimas
En el camino de las lágrimas, donde los senderos se tejen con las gotas saladas de los momentos vividos y perdidos, encuentro la senda de la verdadera humanidad. Cada lágrima derramada es un tributo a la intensidad de la experiencia, un testimonio silencioso de la fragilidad y la fuerza que habita en nosotros.
Las lágrimas son como perlas que se deslizan por las mejillas, llevando consigo las emociones que a veces son demasiado profundas para expresar con palabras. Son ríos de tristeza y alegría, corrientes que fluyen en nuestro interior y moldean el paisaje de nuestra alma.
En el camino de las lágrimas, descubrimos que no estamos solos en nuestra vulnerabilidad. Cada ser humano ha caminado por este sendero en algún momento de su vida, dejando tras de sí un rastro de lágrimas que cuentan historias de amor, pérdida, triunfo y derrota.
No debemos temer a las lágrimas, pues son el lenguaje puro del corazón. En ellas, encontramos una conexión profunda con nuestra propia humanidad y con la de los demás. Son el recordatorio de que somos seres sensibles, capaces de sentir y amar con intensidad.
En el camino de las lágrimas, aprendamos a abrazar nuestras emociones con valentía. Dejemos que las lágrimas fluyan cuando sea necesario, pues son como la lluvia que nutre la tierra de nuestra alma y nos permite crecer, sanar y seguir adelante en este viaje llamado vida.
Mario Lataban
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a-fix-of-muses · 1 year
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Currently Listening To: "Gasolina" by Daddy Yankee
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virgh0ee · 4 months
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Not me being so depressed even Barrio Fino can lift my spirits.
We really in it now, Daddy Yankee
#m
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rubimoon45 · 11 months
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EL RUIDO DEL RELOJ -Hobie Brown x Reader
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CAPÍTULO 4: Día soleado
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CAPÍTULOS: PRÓLOGO, CAP 1, CAP 2, CAP 3
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Verano de 2023, 3 de Agosto Hora: 17:20
La parada metro de Queens estaba llena de gente cuando salió por las escaleras. La gente caminaba en una misma dirección, gritando y recitando un cántico en inglés que el líder -o la persona que iba delante con un megáfono- iniciaba cada cinco o diez minutos. Solo llevaba diez minutos caminando y enfrentándose a esa masa furiosa cuando y ya estaba cansada.
Los padres de Khristina dejaron de ser hippies para darle una mejor vida. Antes, vivían fuera de la ciudad y apenas tenían estudios hasta que se quedaron embarazados y volvieron a la urbe. Los abuelos de Khris les ayudaron a pagar los gastos los primeros meses de recién nacida. Si alguno de sus abuelos viera aquello, pensaría que estaban volviendo a los años 70 y 80 donde la libre expresión dependía de un fino hilo por culpa de la Guerra de Vietnam.
Se dirigía al Distrito Financiero para solucionar unos problemas del banco. Si no le iban a dar la beca, al menos estaba bien conocer la situación financiera en la que se encontraba. Para ello, tenía que coger el metro. Moverse por Nueva York era una pesadilla no solo si eras turista y estabas perdido. Si vivías en Queens, lo más probable era que pensasen que no tenías oportunidades y te miraban mal dependiendo del barrio. Al menos no se habían instalado en el Bronx y la gente de ese distrito no salía mucho de su zona. Por algo eran conocidos.
Khistina miró la primera señal que pudo ver cuando la multitud no la estaba arroyando. Iba en dirección contraria a la parada a la que necesitaba ir. Miró a todos lados buscando el camino o una zona lo suficientemente tranquila para pararse y mirar en un mapa online hacia donde tenía que ir.
Hasta que vio el coche de un policía aparcado y a su piloto vigilando el paso de la masa. La policía debía de estar controlando que aquellas personas no se fueran de la zona acordonada o que no causasen problemas. Era Queens, ¿qué diantres pensaban que iba a pasar? Se acercó a él chocándose con los hombros de la gente, recibiendo alguno insultos de por medio los cuales ignoró.
El policía la vio venir y ya la advirtió con una mirada cargada de aburrimiento.
-El paso está cortado en esta dirección. Sigue la masa y busca otro camino.
-Tengo que ir por aquí. Si voy por el otro lado tardaré más.
-No es mi problema -se cerró en banda.
Khris estuvo a punto de gritarle lo capullo que estaba siendo, pero se reprimió porque meterse con la policía en un sitio como aquel era estar en medio de la guerra.
-Oye...
Pero se vio interrumpida por un hombre adulto y con una gorra verde.
-¿Qué coño te pasa, tío? ¿Ahora le niegan el paso a los ciudadanos por las calles de su propio barrio? Sois unos lameculos -se acercó a decir un chico. Debía de haberlos escuchado y parecido mal lo que discutían.
-Señor, cálmese y siga el recorrido...
-¡Y una mierda! -exclamó otro, que actuó por su propia cuenta y al contrario que sus compañeros manifestantes.
Khristina se tapó la cabeza cuando vio un golpe venir. El policía reaccionó antes y se apartó, pero el coche no tuvo esa misma suerte. La persona cayó directa sobre este, resultando el trabajo del oficial sencillo. Este sonrió con burla, lo que solo consiguió enfadar más a quienes lo habían visto. Los gritos y el revuelo alrededor de ellos inició.
-¡Cabronazos!
-¡Perros del Estado!
-¡Nos estáis matando! -gritó una mujer de mediana edad y con una pancarta que decía lo mismo que gritaba.
La misma mujer se acercó a ellos, y empujó a Khristina hacia donde la multitud empezaba a manifestarse. Hacia el grupo de coches de policía más cercanos que empezaba a revolverse y a tomar medidas. Mientras no tomasen las pistolas... Qué diablos. Eran policías. La mayoría eran unos corruptos cuando entraban en Queens. Sacarían las pistolas en cualquier momento que la cosa se pusiera más seria.
A Khristina le llegó la punta de un codo que no iba a por ella directo a la mandíbula. La punzada de dolor le recorrió toda la mandíbula y parte del oído. Se cubrió la zona antes de recibir otro que la obligara a echar sangre. ¿Pero a dónde iba? Estaba desorientada en una zona que no conocía y sin poder sacar el móvil porque lo perdería si se le caía. "Joder", pensó.
-Eh -escuchó que alguien decía a sus espaldas. Ese acento británico... Se dio la vuelta con dificultad, recibiendo algunos codazos y pisotones dolorosos.
Khris se encontró con un rostro cubierto por una máscara de color rojo y líneas blancas verticales y horizontales. Dos grandes ojos blancos con contorno negro chorreante, pues le recordaba a la típica corrida de rímel negro, la observaban. La parte superior de la cabeza estaba llena de picos a modo de peinado punk... Khristina lo reconoció, pero él fue más rápido en reaccionar. La cogió de la mano y la arrastró con él empujando a la gente y gritando por encima de todas esas personas nerviosas.
De nuevo, antes de poder decir algo y dándose en cuenta de que la situación se iba a poner peor si seguían allí, el Hombre Araña la tomó por la cintura y estiró el brazo por encima de sus cabezas. Una tira blanca similar a una cuerda en apariencia y grosor salió de la zona alta de su muñeca, la misma con la que la había atado al contenedor junto a los ladrones.
Khristina chilló cuando ambos salieron por los aires. Dos personas que habían estado a su lado chillaron con ella, pero al segundo de hacerlo dejó de escucharlos porque los oídos se le taponaron con la repentina subida a las alturas. Dejó de agarrarla por la cintura y contra su cuerpo cuando pisaron tierra...en la azotea curva de un edificio. Él le pegó la mano a un palo metálico en forma de cruz y ella pegó todo el cuerpo, consiguiendo sacarle una risotada.
-Utiliza todos los dedos.
-¡TÍO! ¿De qué coño vas?
Pero él la ignoró. Se sentó como los perros en la curva a sus pies mirando el espectáculo de abajo.
-Las cosas están difíciles ahí abajo -señaló a la masa de gente conflictiva que acababa de llegar y se enfrentaba a la policía. Y ese capullo había empezado todo. Se giró para mirarla, y casi pudo ver su tonta sonrisa-. No te has quitado el collar, eh.
-Bájame ahora mismo -le ordenó.
Sin embargo, él tenía una idea contraria.
-Puedes lanzarte. Cuidado al doblar las rodillas.
-¿Pero tú eres tonto del bote o qué?
Casi vio como abría la boca al estirarse la tela de la mandíbula. Era una expresión tonta, y se estaba burlando abiertamente de ella. Y ella se estaba aferrando a la vida para no caerse desde cincuenta metros.
-¿Y ese lenguaje? ¿Besas a tu abuela con esa boquita?
-Y tú debes hacerlo cuando te da la gana después de empezar una guerra. Si por ti fuera la Guerra Fría hubiera acabado con Europa debastada.
Se puso recto y se acercó a ella. Caminaba despreocupado, sin cuidado, y con un equilibrio espectacular para seguir teniendo un equilibrio humano. Mierda, joder. Las noticias nunca hablaban de los héroes o de los Vengadores con tanto detalle. ¿Este tío estaba entre sus filas o era un desgraciado más? Pensaba que era más lo primero.
-ACAB*, amiga.
*ACAB: All Cops Are Bastards.
-Vete a la mierda.
Entonces, el ruido de una melodía los pilló a ambos desprevenidos. Los huecos blancos de la cara, donde debían de estar los ojos,
-Hobie, te necesito ya. Hay problemas.
Khristina levantó la cabeza nada más lo escuchó.
Los oídos le pitaron unos segundos, y luego explotaron por la diferencia de altitud que habían tomado. Por fin, se había acostumbrado. Pero seguía sintiéndose como el culo. Varios mechones oscuros de pelo le bailaron por la cara en sentido contrario, empujados por el viento. Miraba al holograma naranja que acababa de aparecer en ese extraño reloj que desentonaba con el traje.
Hobie era un nombre que conocía. Uno que llevaba tiempo escuchando y con quien se había encontrado. Pero no podía ser. No existían ese tipo de personas, y ahora... Ahora estaban en lo alto de un edificio de más de veinte plantas hablando de fascismo y la policía.
El nombre de la persona que llevaba en la púa.
-¿Hobie? -se atrevió a preguntar.
-¿Eh? -Spider-Punk se giró en su dirección.
Khris apoyó la suela del zapato en lo que pensaba que era una superficie estable y se soltó de donde estaba agarrada. Spider-Punk apretó un botón del reloj y silenció a la persona con la que estaba hablando, pues dejó de escuchase su voz, pero la persona seguía ahí. Llevaba una máscara blanca y una capucha del mismo color.
No la reconoció. Pero mientras intentaba identificar de quien se trataba, sus ojos viraron hacia lo que había debajo de ellos. No el suelo. No los pájaros apoyados en las cornisas...Sino la diferencia de altura que había entre el suelo y ellos. Supo que no saldría viva de eso con tan solo verse flotando y cayendo. Hacia donde estaba la multitud.
-¡Khris!
Khirstina gritó por ayuda, aterrorizada. Las palomas apoyadas en las repisas salieron volando al verla caer, alguna ululando asustadas. ¿Quién estaba más asustada, ella o esas ratas del aire? Sacudió las manos en el aire, como si agarrarse a algo inexistente la fuese a salvar de una muerte asegurada. De una muerte digna de los documentales de investigación que su madre veía por la tarde cuando no trabaja con ella.
Y...de repente ya no. Una tensión en su pecho la obligó a abrir los ojos. Lo primero que vio, aparte de verse reflejada en una ventana que seguramente diese al despacho de un empresario, fue un precioso cielo azul celeste despejado de nubes. Lo siguiente, fue una cabeza asomándose desde lo alto y mirándola. La mitad de su cuerpo estaba pegado y en equilibrio a varios metros de altura de ella, con el brazo estirado. Sujetando la cuerda que la mantenía entre la vida y la muerte.
Khristina sollozó. La había atrapado. Estaba bien, ¿no? Mierda. Había estado a punto de morir. Y lo estaría dentro de poco también si esa cuerdita blanca se rompía.
La respiración de Khristina estaba acelerada, como los latidos de su corazón en busca de oxígeno. La reacción de cualquier otra persona habría sido ponerse a chillar que la bajara y que no volviese a ponerle la mano encima después de eso o llamaría a la policía. Pero la policía no podía meterse con los superhéroes por el Tratado de Sekovia sin una escusa. Y ese chico no parecía estar dentro del Tratado. Khristina solo podía pensar en una cosa: podría haber muerto.
-Khris...
Pero ya era tarde.
Ella ya estaba desmayada.
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girosnegros · 11 months
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Carlo Brown: Hip-Hop Simplemente
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México, CDMX. Carlo Brown nació en la caótica Ciudad de Neza, sede por excelencia del movimiento underground mexicano. "Crecí escuchando rock, pero no fue algo que me impactara, mi mamá escuchaba música Disco y por mi papá hederé el gusto por la salsa".
Intrigado por los ritmos, Carlo Brown conoció el rap a través de Control Machete, pero su iniciación en el hip hop sería en la escuela del graffiti mientras descubría a Jay-Z, Redman y Sólo los Solo.
Mientras Carlo Brown hacía sus pintas en la calle también aprendió el fino arte del hustlin', a cómo moverse por la ciudad y a escribir rimas. Sus primeros raps los hizo en el patio de la escuela con un amigo, así eran los días de Carlo Brown entre rolar por el barrio y escuchar música.
Sin embargo, la secundaria se terminó y durante la preparatoria y la universidad, Carlo Brown dejó los versos a un lado pero no abandonó el hip hop. Entre 2009 y 2012 empezó a escribir reseñas y artículos para Doble H, Cabezas Underground, Ritmos Gordos y Border Mag en donde actualmente colabora. "A pesar de que dejé de rapear, quería estar involucrado de una u otra forma, decidí compartir lo que sabía, lo que yo escuchaba".
Cuando se a une a Brez (SonidoLíquido/Summer Maddness) y DJ Q Masta Q (SonidoLíquido/Summer Maddness) como backup en vivo, la chispa de la creatividad volvió a él junto con una emoción renovada para rapear. En 2022 es invitado por Aukan (Phatdiggaz) beatmaker argentino radicado en España, a participar junto con otros mc's en una serie de sencillos publicados mensualmente llamada Veinte Veintidós MIXTAPE.
Hoy Carlo Brown se encuentra promocionando su maxi 'Simple-Mente' producido, editado y masterizado por Brez, y remezclado por el saltillense OHD∆GEE con cortes de DJ Zack Vader. También está trabajando en su primer álbum el cuál no tiene fecha de salida todavía.
Giros Negros: ¿Por qué Hip hop y no otro género?
CB: Primero me identifiqué en los ritmos, pero cuando empecé a conocer el hip hop, me encontré en las cosas que decían, en lo representaban, en sentir orgullo de uno mismo.
GN: ¿Por qué raps y no beats?
CB: Intenté hacer beats, bajé Fruty Loops, pero no soportaba estar tanto tiempo sentado, me gusta más escuchar música que hacerla, en cambio escribir no me pide estar todo el día encerrado y ningún otro tipo de herramientas, sólo necesitaba una pluma y unas hojas, o ya ni siquiera eso, con el celular mismo.
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GN: ¿Tienes algún método para escribir?
CB: Tengo varios procesos, pero no necesariamente concentrándome en una canción, a veces voy por la calle, estoy leyendo o veo algo y se me ocurre una frase, entonces hago una pequeña nota, una rima sencilla con las palabras que estoy pensando. Después voy bajando las ideas y les doy algún sentido entonces las acomodo en algún proyecto como hice con Aukan.
Pero cuando se trata de algo en concreto me enfoco en ello, a veces saco ideas de lo que anoto.
GN: Tu voz suena natural, no hay forcejeo y tirones en el flow ¿Cómo trabajas las cadencias?
CB: Me gusta escribir sobre el beat, me permite conocer la pista, moldear los flows antes de grabarlos. Cuando no tengo beat lo imagino, hago una acapella con las frases que tengo agregando lo que se me ocurra al flow.
Si después tengo el beat empiezo a cambiar cosas porque hay partes del ritmo que se necesitan acomodar. Así es como le hago.
GN: ¿Cuál es tu próximo proyecto?
CB: Me encuentro trabajando en un álbum que llevará por nombre "Soundtrack de un Siddhi" el cuál aún no tiene una fecha, pero he avanzado la mayoría de los tracks. Estaré soltando un par de sencillos en formato de maxi, el primero sale el próximo viernes 14 de julio en todas las plataformas y se llama "Simple-Mente (Co-beat 19)" producido por Brez, la neta es una joya de beat, tienen que escucharlo.
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hlurz · 1 year
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@gloryforthegreedy necesito tu veredicto:
Estaba viendo un TikTok con el audio de Bella Y Sensual de Romeo Santos, esa de
Uno de nosotros es de barrio fino, un tipo muy real
Nos jugó una apuesta, que ni te miremos que te va a robar
El otro es medio loco, con veinte tatuajes y ese swing de calle
Y en su Lamborghini con labia salvaje, quiere impresionarte
El tercero es un poeta, trae serenatas, brilla como el sol
El chico de las poesías, atentamente, tu servidor
Y pensé en Aleksi, Joel y Niko, en ese orden...
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howieabel · 2 years
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“I Explain Some Things” from Residence on Earth - Pablo Neruda
You will ask: And where are the lilacs? And the metaphysics laced with poppies? And the rain that often beat his words filling them with holes and birds? I'll tell you everything that's happening with me. I lived in a neighborhood of Madrid, with church bells, with clocks, with trees. From there you could see the dry face of Castilla like an ocean of leather. My house was called the house of flowers, because everywhere geraniums were exploding: it was a beautiful house with dogs and little kids. Raúl, do you remember? Do you remember, Rafael? Federico, you remember, from under the earth, do you remember my house with balconies on which the light of June drowned flowers in your mouth? Hermano, hermano! Everything was great voices, salty goods, piles of throbbing bread, markets of my Argüelles neighborhood with its statue like a pale inkwell among the carp: oil flowed into the spoons, a loud pulse of feet and hands filled the streets, meters, liters, sharp essence of life, piled fish, texture of rooftops under a cold sun that wears out the weathervane, fine delirious ivory of the potatoes, tomatoes repeating all the way to the sea. And one morning everything was burning and one morning the fires were shooting out of the earth devouring beings, and ever since then fire, gunpowder ever since, and ever since then blood. Bandits with airplanes and with Moors, bandits with finger-rings and duchesses, bandits with black friars making blessings, kept coming from the sky to kill children, and through the streets the blood of the children ran simply, like children's blood. Jackals the jackal would reject, stones the dry thistle would bite then spit out, vipers the vipers would despise! Facing you I have seen the blood of Spain rise up to drown you in one single wave of pride and knives! Traitor generals: behold my dead house, behold Spain destroyed: yet instead of flowers from every dead house burning metal flows, yet from every hollow of Spain Spain flows, yet from every dead child rises a rifle with eyes, yet from every crime bullets are born that one day will find the target of your heart. You will ask why his poetry doesn't speak to us of dreams, of the leaves, of the great volcanoes of his native land? Come and see the blood in the streets, come and see the blood in the streets, come and see the blood in the streets!
“Explico algunas cosas” de Residencia en la tierra
Preguntaréis: Y dónde están las lilas? Y la metafísica cubierta de amapolas? Y la lluvia que a menudo golpeaba sus palabras llenándolas de agujeros y pájaros? Os voy a contar todo lo que me pasa. Yo vivía en un barrio de Madrid, con campanas, con relojes, con árboles. Desde allí se veía el rostro seco de Castilla como un océano de cuero. Mi casa era llamada la casa de las flores, porque por todas partes estallaban geranios: era una bella casa con perros y chiquillos. Raúl, te acuerdas? Te acuerdas, Rafael? Federico, te acuerdas debajo de la tierra, te acuerdas? de mi casa con balcones en donde la luz de junio ahogaba flores en tu boca? Hermano, hermano! Todo eran grandes voces; sal de mercaderías, aglomeraciones de pan palpitante, mercados de mi barrio de Argüelles con su estatua como un tintero pálido entre las merluzas: el aceite llegaba a las cucharas, un profundo latido de pies y manos llenaba las calles, metros, litros, esencia aguda de la vida, pescados hacinados, contextura de techos con sol frío en el cual la flecha se fatiga, delirante marfil fino de las patatas, tomates repetidos hasta el mar. Y una mañana todo estaba ardiendo y una mañana las hogueras salían de la tierra devorando seres, y desde entonces fuego, pólvora desde entonces, y desde entonces sangre. Bandidos con aviones y con moros, bandidos con sortijas y duquesas, banditos con frailes negros bendiciendo venían por el cielo a matar niños, y por las calles la sangre de los niños corría simplemente, como sangre de niños. Chacales que el chacal rechazaría, piedras que el cardo seco mordería escupiendo, víboras que las víboras odiaran! Frente a vosotros he visto la sangre de España levantarse para ahogaros en una sola ola de orgullo y de cuchillos! Generales traidores: mirad mi casa muerta, mirad España rota: pero de cada casa muerta sale metal ardiendo en vez de flores, pero de cada hueco de España sale España, pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos, pero de cada crimen nacen balas que os hallarán un día el sitio del corazón. Preguntaréis por qué su poesía no nos habla del sueño, de las hojas, de los grandes volcanes de su país natal? Venid a ver la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles!
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amiguiz · 2 years
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Primero soñé que Codelo usaba unos tenis de rapero que eran como sandalias de hule fino de ese de los Crocs y yo le decía que ya no podía ponerse calcetines coloridos porque se veía ridículo, que mejor usara blancos.
Luego soñé que me decía que quería visitar dos iglesias, acá en el barrio, que tenían murales o efigies o alguna cosa chingona para ver.
Tengo un diario de sueños, pero como ya casi nunca sueño llevo semanas sin actualizarlo. Estos sueños me parecieron muy formaditos, como Aimeé antes de salir, hechecitos, delineados, y por eso mejor los traje acá.
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jartitameteneis · 2 years
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Por Javier Aroca
En la calle Jilguero o Gorrión no dan mítines, se dan por vencidos; aquí no hay cuartel ni para la extrema derecha, ellos dan los mítines en la calle Asunción, muy finos; de una calle a otra de Sevilla, o de toda Andalucía, hay una enorme brecha de desigualdad
— La Andalucía pobre no llega a las urnas: los barrios más desfavorecidos se abstienen y las rentas altas se movilizan
Dos Hermanas tuvo que ser. Últimamente allí comienzan los grandes proyectos, algún batacazo premonitorio y los buenos augurios. Un pavo, un pavo real ha sido el protagonista de la esperanza izquierdista.
Ese pavo no se come. Se comen los otros: cómo los guisaba mi mare con vino de Jerez, cómo olía tor bloque... ¡Ay! su menudillo de pavo con arroz. Este es otro, es un animal totémico, imperial, símbolo de la potencia. No viene de América sino de la India. Faltó que desplegara su cola tuneada con los colores republicanos; en eso se notó que no estaba preparado. Ese augurio hubiera sido el colmo.
Menos mal que la derecha no ha reinado en la canción de José Luis Rodríguez ,“El Puma”, (hablando de bichos, había otro en mis tiempos en el PP): “Ese corrío venezolano que se llama pavo real”. Lo tengo claro, habrían dicho que ese pavo lo ha mandado Maduro. “Numerao, numerao. Viva la numeración”.
La derecha mesetaria siempre ha tenido problemas para comprender Andalucía
Aunque para pavo, el de Feijóo. Ya se le notó de campaña con los amaneceres de Granada, pero ahora la maldad de la hemeroteca ha recuperado otra perla. Según el líder emergente de la derecha, Pablo Picasso es catalán y, como pintaba toros, pues ahí está la razón de la resistencia de la tauromaquia y la incoherencia de la izquierda.
La derecha mesetaria siempre ha tenido problemas para comprender Andalucía. Moreno Bonilla, como ya le pasó a Arenas, tiene que parar a los suyos. De todas maneras, don Alberto, para su conocimiento, nuestros antepasados ya pintaron toros en la prehistoria. Visite, señor Feijóo, la Cueva de Ardales; no se confunda, en Málaga. Merece la pena.
Y Moreno Bonilla que sigue con su ataque de amnesia. Vox, ¿qué Vox? Pues ese que está en la foto. Son cuatro: Moreno Bonilla, que es ahora Juanma, García Egea, Ortega Smith y el presunto Serrano. Esa foto hizo posible que sea presidente. Ahora han descubierto que la extrema derecha quiere acabar con el Estatuto de Autonomía de Andalucía. Cosas de la edad del pavo, cuatro años han tardado.
En la calle Jilguero o Gorrión no dan mítines, se dan por vencidos. Aquí no hay cuartel ni para la extrema derecha, ellos dan los mítines en la calle Asunción
Con el concurso necesario de Juan Marín, otro Juan. Juan está de ofertas, que se lo quitan de las manos, todo un futuro barato. En realidad, Moreno Bonilla le ha cogido cariño, quién no, y quiere que Marín conserve el escaño. Sabe que lo tiene para lo que haga falta. Es un hombre servicial, que se lo pregunten a Susana Díaz. El precio puede cambiar pero será por la guerra de Ucrania. Al tiempo.
Volviendo a usted, Feijóo: le costará sacar el curso de andaluz, pero piense en Los Pajaritos (Sevilla) para su tesis. En estas mismas páginas se ha contado que ocho de los diez barrios con más paro de España están en Andalucía y apenas uno de cada cuatro de sus habitantes censados no vota. Es fruto de la desesperación. Han pasado muchos gobiernos por Andalucía, España, la Humanidad y Sevilla y siguen siendo de los más pobres. Se llama desconfianza en la política.
En la calle Jilguero o Gorrión no dan mítines, se dan por vencidos. Aquí no hay cuartel ni para la extrema derecha, ellos dan los mítines en la calle Asunción. Muy finos. De una calle a otra de Sevilla, o de toda Andalucía, hay una enorme brecha de desigualdad. Hablando de pájaros, el PP no da aquí un mitin ni en la calle Gaviota. Por cierto, noten ustedes que las gaviotas cada vez son más grandes y gordas.
Hay nerviosera en la derecha, puede pasar cualquier cosa, además de lo pronosticado. La izquierda está efervescente y animada
Hay nerviosera en la derecha, puede pasar cualquier cosa, además de lo pronosticado. La izquierda está efervescente y animada. Va de Juanes. Juan Espadas dice en Hoy por Hoy de la SER que la campaña de Moreno no es como la suya, que el líder de la derecha tiene un discurso enlatado. Es verdad, no se sale de la lata, desde hace tiempo tiene su discurso y su prensa enlatada, precocinada, risas y aplausos incluidos. En el Canal Sur se han olido algo, cosas de lo suyo, y hasta van a parar.
Hay pavo en lata, y no está malo, pero como el que guisaba mi mare, ni hablar de la peluca. Lo fresco siempre es mejor.
https://www.eldiario.es/andalucia/desdeelsur/edades-pavo-pajaros_132_9089796.html?fbclid=IwAR2-Ip-FlKmTMM765CbXmhCeExCeXl9Q_o0lmntK3Rk8df6fOvqRmcNWs18
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super-cannes · 2 years
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la casa de adela (un cuento de Mariana Enríquez)
Todos los días pienso en Adela. Y si durante el día no aparece su recuerdo —las pecas, los dientes amarillos, el pelo rubio demasiado fino, el muñón en el hombro, las botitas de gamuza—, regresa de noche, en sueños. Los sueños con Adela son todos distintos, pero nunca falta la lluvia ni faltamos mi hermano y yo, los dos parados frente a la casa abandonada, con nuestros pilotos amarillos, mirando a los policías en el jardín que hablan en voz baja con nuestros padres.
Nos hicimos amigos porque ella era una princesa de suburbio, mimada en su enorme chalet inglés insertado en nuestro barrio gris de Lanús, tan diferente que parecía un castillo, y sus habitantes, los señores, y nosotros, los siervos en nuestras casas cuadradas de cemento con jardines raquíticos. Nos hicimos amigos porque ella tenía los mejores juguetes importados, que le traía su papá de Estados Unidos. Y porque organizaba las mejores fiestas de cumpleaños cada 3 de enero, poco antes de Reyes y poco después de Año Nuevo, al lado de la pileta, con el agua que, bajo el sol de la siesta, parecía plateada, hecha de papel de regalo. Y porque tenía un proyector y usaba las paredes blancas del living para ver películas mientras el resto del barrio todavía tenía televisores blanco y negro.
Pero, sobre todo, nos hicimos amigos de ella, mi hermano y yo, porque Adela tenía un solo brazo. O a lo mejor sería más preciso decir que le faltaba un brazo. El izquierdo. Por suerte no era zurda. Le faltaba desde el hombro; tenía ahí una pequeña protuberancia de carne que se movía, con un retazo de músculo, pero no servía para nada. Los padres de Adela decían que había nacido así, que era un defecto congénito. Muchos otros chicos le tenían miedo, o asco. Se reían de ella, le decían monstruita, adefesio, bicho incompleto; decían que la iban a contratar en un circo, que seguro estaba su foto en los libros de medicina.
A ella no le importaba. Ni siquiera quería usar un brazo ortopédico. Le gustaba ser observada y nunca ocultaba el muñón. Si veía la repulsión en los ojos de alguien, era capaz de refregarle el muñón por la cara o sentarse muy cerca y rozar el brazo del otro con su apéndice inútil, hasta humillarlo, hasta dejarlo al borde de las lágrimas.
Nuestra madre decía que Adela tenía un carácter único, era valiente y fuerte, un ejemplo, una dulzura, qué bien la criaron, qué buenos padres, insistía. Pero Adela decía que sus padres mentían. Sobre el brazo. No nací así, contaba. Y qué pasó, le preguntábamos. Y entonces ella contaba su versión. Sus versiones, mejor dicho. A veces contaba que la había atacado su perro, un dóberman negro llamado Infierno. El perro se había vuelto loco, les suele pasar a los dóberman, una raza que, según Adela, tenía un cráneo demasiado chico para el tamaño del cerebro; por eso les dolía siempre la cabeza y se enloquecían de dolor, se les trastornaba el cerebro apretado contra los huesos. Decía que la había atacado cuando ella tenía dos años. Se acordaba: el dolor, los gruñidos, el ruido de las mandíbulas masticando, la sangre manchando el pasto, mezclada con el agua de la pileta. Su padre lo había matado de un tiro; excelente puntería, porque el perro, cuando recibió el disparo, todavía cargaba con Adela bebé entre los dientes.
Mi hermano no creía en esta versión.
—A ver, ¿y la cicatriz dónde está?
Ella se molestaba.
—Se curó rebién. No se ve.
—Imposible. Siempre se ven.
—No quedó cicatriz de los dientes, me tuvieron que cortar más arriba de la mordida. .
—Obvio. Igual tendría que haber cicatriz. No se borra así nomás.
Y le mostraba su propia cicatriz de apendicitis, en la ingle, como ejemplo.
—A vos porque te operaron médicos de cuarta. Yo estuve en la mejor clínica de Capital.
—Bla bla bla —le decía mi hermano, y la hacía llorar. Era el único que la enfurecía. Y, sin embargo, nunca se peleaban del todo. Él disfrutaba con sus mentiras. A ella le gustaba el desafío. Y yo solamente escuchaba y así pasaban las tardes después de la escuela hasta que mi hermano y Adela descubrieron las películas de terror y cambió todo para siempre.
No sé cuál fue la primera película. A mí no me daban permiso para verlas. Mi mamá decía que era demasiado chica. Pero Adela tiene mi misma edad, insistía yo. Problema de sus papás si la dejan: ya te dije que no, decía mi mamá, y era imposible discutir con ella.
—¿Y por qué a Pablo lo dejás?
—Porque es más grande que vos.
—¡Porque es varón! —gritaba mi papá, entrometido, orgulloso.
—¡Los odio! —gritaba yo, y lloraba en mi cama hasta quedarme dormida.
Lo que no pudieron controlar fue que mi hermano Pablo y Adela, llenos de compasión, me contaran las películas. Y cuando terminaban de contarme las películas, contaban más historias. No puedo olvidarme de esas tardes: cuando Adela contaba, cuando se concentraba y le ardían los ojos oscuros, el parque de la casa se llenaba de sombras, que corrían, que saludaban burlonas. Yo las veía cuando Adela se sentaba de espaldas al ventanal, en el living. No se lo decía. Pero Adela sabía. Mi hermano no sé. Él era capaz de ocultar mejor que nosotras.
Él supo ocultar hasta el final, hasta su último acto, hasta que solamente quedó de él ese costillar a la vista, ese cráneo destrozado y, sobre todo, ese brazo izquierdo en medio de las vías, tan separado de su cuerpo y del tren que no parecía producto del accidente —del suicidio, le sigo diciendo accidente a su suicidio—; parecía que alguien lo había llevado hasta el medio de los rieles para exponerlo, como un saludo, un mensaje.
La verdad es que no recuerdo cuáles de las historias eran resúmenes de películas y cuáles eran inventos de Adela o Pablo. Desde que entramos en la casa, nunca pude ver una película de terror: veinte años después conservo la fobia y, si veo una escena por casualidad o por error en la televisión, esa noche tomo pastillas para dormir y durante días tengo náuseas y recuerdo a Adela sentada en el sofá, con los ojos quietos y sin su brazo, mientras mi hermano la miraba con adoración. No recuerdo, es cierto, muchas de las historias: apenas una sobre un perro poseído por el demonio —Adela tenía debilidad por las historias de animales—, otra sobre un hombre que había descuartizado a su mujer y había ocultado sus miembros en una heladera y esos miembros, por la noche, habían salido a perseguirlo, piernas y brazos y tronco y cabeza rodando y arrastrándose por la casa, hasta que la mano muerta y vengadora mató al asesino apretándole el cuello —Adela tenía debilidad, también, por las historias de miembros mutilados y amputaciones—; otra sobre el fantasma de un niño que siempre aparecía en las fotos de cumpleaños, el invitado terrorífico que nadie reconocía, de piel gris y sonrisa ancha.
Me gustaban especialmente las historias sobre la casa abandonada. Incluso sé cuándo comenzó la obsesión. Fue culpa de mi madre. Una tarde, después de la escuela, mi hermano y yo la acompañamos hasta el supermercado. Ella apuró el paso cuando pasamos frente a la casa abandonada que estaba a media cuadra del negocio. Nos dimos cuenta y le preguntamos por qué corría. Ella se rió. Me acuerdo de la risa de mi madre, de lo joven que era esa tarde de verano, del olor a champú de limón de su pelo y de la carcajada de chicle de menta.
—¡Soy más tonta! Me da miedo esa casa, no me hagan caso.
Trataba de tranquilizarnos, de portarse como una adulta, como una madre.
—Por qué —dijo Pablo.
—Por nada, porque está abandonada.
—¿Y?
—No hagas caso, hijo.
—¡Decime, dale!
—Me da miedo que se esconda alguien adentro, un ladrón, cualquier cosa.
Mi hermano quiso saber más, pero mi madre no tenía mucho más para decir. La casa había estado abandonada desde antes de que mis padres llegaran al barrio, antes del nacimiento de Pablo. Ella sabía que, apenas meses antes, se habían muerto los dueños, un matrimonio de viejitos. ¿Se murieron juntos?, quiso saber Pablo. Qué morboso estás, hijo, te voy a prohibir las películas. No, se murieron uno atrás del otro. Les pasa a los matrimonios de viejitos, cuando uno se muere, el otro se apaga enseguida. Y, desde entonces, los hijos se están peleando por la sucesión. Qué es la sucesión, quise saber yo. Es la herencia, dijo mi madre. Se están peleando para ver quién se queda con la casa. Pero es una casa bastante chota, dijo Pablo, y mi mamá lo retó por usar una mala palabra.
—¿Qué mala palabra?
—Sabés perfectamente: no voy a repetir.
—«Chota» no es una mala palabra.
—Pablo, por favor.
—Bueno. Pero está que se cae la casa, mamá.
—Qué sé yo, hijo, querrán el terreno. Es un problema de la familia.
—Para mí que tiene fantasmas.
—¡A vos te están haciendo mal las películas!
Yo creí que le iban a prohibir seguir viendo películas, pero mi mamá no volvió a mencionar el tema. Y, al día siguiente, mi hermano le contó a Adela sobre la casa. Ella se entusiasmó: una casa embrujada tan cerca, en el barrio, a dos cuadras apenas, era la pura felicidad. Vamos a verla, dijo ella. Los tres salimos corriendo. Bajamos a los gritos las escaleras de madera del chalet, muy hermosas (tenían de un lado ventanas con vidrios de colores, verdes, amarillos y rojos, y estaban alfombradas). Adela corría más lento que nosotros y un poco de costado, por la falta del brazo; pero corría rápido. Esa tarde llevaba un vestido blanco, con breteles; me acuerdo de que, cuando corría, el bretel del lado izquierdo caía sobre su resto de bracito y ella lo acomodaba sin pensar, como si se sacara de la cara un mechón de pelo.
La casa no tenía nada especial a primera vista, pero, si se le prestaba atención, había detalles inquietantes. Las ventanas estaban tapiadas, cerradas completamente, con ladrillos. ¿Para evitar que alguien entrara o que algo saliera? La puerta, de hierro, estaba pintada de marrón oscuro; parece sangre seca, dijo Adela.
Qué exagerada, me atreví a decirle. Ella solamente me sonrió. Tenía los dientes amarillos. Eso sí me daba asco, no su brazo, o su falta de brazo. No se lavaba los dientes, creo; y, además, era muy pálida y la piel traslúcida hacía resaltar ese color enfermizo, como en los rostros de las geishas. Entró en el jardín, muy pequeño, de la casa. Se paró en el pasillo que llevaba a la puerta, se dio vuelta y dijo:
—¿Se dieron cuenta?
No esperó nuestra respuesta.
—Es muy raro, ¿cómo puede ser que tenga el pasto tan corto?
Mi hermano la siguió, entró en el jardín y, como si tuviera miedo, también se quedó en el pasillo de baldosas que iba de la vereda a la puerta de entrada.
—Es verdad —dijo—. Los pastos tendrían que estar altísimos. Mirá, Clara, vení.
Entré. Cruzar el portón oxidado fue horrible. No lo recuerdo así por lo que pasó después: estoy segura de lo que sentí entonces, en ese preciso momento. Hacía frío en ese jardín. Y el pasto parecía quemado. Arrasado. Era amarillo y corto: ni un yuyo verde. Ni una planta. En ese jardín había una sequía infernal y al mismo tiempo era invierno. Y la casa zumbaba, zumbaba como un mosquito ronco, como un mosquito gordo. Vibraba. No salí corriendo porque no quería que mi hermano y Adela se burlaran de mí, pero tenía ganas de escapar hasta mi casa, hasta mi mamá, de decirle sí, tenés razón, esa casa es mala y no se esconden ladrones, se esconde un bicho que tiembla, se esconde algo que no tiene que salir.
Adela y Pablo no hablaban de otra cosa. Todo era la casa. Preguntaban en el barrio sobre la casa. Preguntaban al quiosquero y en el club; a don Justo, que esperaba el atardecer sentado en la puerta de su casa, a los gallegos del bazar y a la verdulera. Nadie les decía nada de importancia. Pero varios coincidieron en que la rareza de las ventanas tapiadas y ese jardín reseco les daba escalofríos, tristeza, a veces miedo, sobre todo miedo de noche. Muchos se acordaban de los viejitos: eran rusos o lituanos, muy amables, muy callados. ¿Y los hijos? Algunos decían que peleaban por la herencia. Otros que no visitaban a sus padres, ni siquiera cuando se enfermaron. Nadie los había visto. Nunca. Los hijos, si existían, eran un misterio.
—Alguien tuvo que tapiar las ventanas —le dijo mi hermano a don Justo.
—Vos sabés que sí. Pero lo hicieron unos albañiles, no lo hicieron los hijos.
—A lo mejor los albañiles eran los hijos.
—Seguro que no. Eran bien morochos los albañiles. Y los viejitos eran rubios, transparentes. Como vos, como Adelita, como tu mamá. Polacos debían ser. De por ahí.
La idea de entrar en la casa fue de mi hermano. Me lo sugirió primero a mí. Le dije que estaba loco. Estaba fanatizado. Necesitaba saber qué había pasado en esa casa, qué había adentro. Lo deseaba con un fervor muy extraño para un chico de once años. No entiendo, nunca pude entender qué le hizo la casa, cómo lo atrajo así. Porque lo atrajo a él, primero. Y él contagió a Adela.
Se sentaban en el caminito de baldosas amarillas y rosas que partía el jardín seco. El portón de hierro oxidado estaba siempre abierto, les daba la bienvenida. Yo los acompañaba, pero me quedaba afuera, en la vereda. Ellos miraban la puerta, como si creyeran que podían abrirla con la mente. Pasaban horas ahí, sentados, en silencio. La gente que pasaba por la vereda, los vecinos, no les prestaban atención. No les parecía raro o quizá no los veían. Yo no me atrevía a contarle nada a mi madre.
O, a lo mejor, la casa no me dejaba hablar. La casa no quería que los salvara.
Seguíamos reuniéndonos en el living de la casa de Adela, pero ya no se hablaba de películas. Ahora Pablo y Adela —pero sobre todo Adela— contaban historias de la casa. De dónde las sacan, les pregunté una tarde. Parecieron sorprendidos, se miraron.
—La casa nos cuenta las historias. ¿Vos no la escuchás?
—Pobre —dijo Pablo—. No escucha la voz de la casa.
—No importa —dijo Adela—. Nosotros te contamos.
Y me contaban.
Sobre la viejita, que tenía ojos sin pupilas pero no estaba ciega.
Sobre el viejito, que quemaba libros de medicina junto al gallinero vacío, en el fondo.
Sobre el fondo, igual de seco y muerto que el jardín, lleno de pequeños agujeros como madrigueras de ratas.
Sobre una canilla que no dejaba de gotear porque lo que vivía en la casa necesitaba agua.
A Pablo le costó un poco convencer a Adela de que entrara. Fue extraño. Ahora ella parecía tener miedo: se turnaban. En el momento decisivo, ella parecía entender mejor. Mi hermano le insistía. La agarraba del único brazo y hasta la sacudía. En el colegio, se hablaba de que Pablo y Adela eran novios y los chicos se metían los dedos en la boca, hasta la garganta, haciendo gesto de vómito. Tu hermano sale con la monstrua, se reían. A Pablo y Adela no les molestaba. A mí tampoco. A mí solamente me preocupaba la casa.
Decidieron entrar el último día del verano. Fueron las palabras exactas de Adela, una tarde de discusión en el living de su casa.
—El último día del verano, Pablo —dijo—. Dentro de una semana.
Quisieron que yo los acompañara y acepté porque no quería dejarlos. No podían entrar solos en la oscuridad.
Decidimos entrar de noche, después de la cena. Teníamos que escaparnos, pero salir de casa tarde, en verano, no era tan difícil. Los chicos jugaban en la calle hasta tarde en el barrio. Ahora no es así. Ahora es un barrio pobre y peligroso, los vecinos no salen, tienen miedo de que les roben, tienen miedo de los adolescentes que toman vino en las esquinas y a veces se pelean a tiros. El chalet de Adela se vendió y fue dividido en departamentos. En el parque se construyó un galpón. Es mejor, creo. El galpón oculta las sombras.
Un grupo de chicas jugaba al elástico en medio de la calle; cuando pasaba un auto —circulaban muy pocos—, paraban para dejarlo pasar. Más lejos, otros pateaban una pelota y donde el asfalto era más nuevo, más liso, algunas adolescentes patinaban. Pasamos entre ellos, desapercibidos.
Adela esperaba en el jardín muerto. Estaba muy tranquila, iluminada. Conectada, pienso ahora.
Nos señaló la puerta y yo gemí de miedo. Estaba entreabierta, apenas una rendija.
—¿Cómo? —preguntó Pablo.
—La encontré así.
Mi hermano se sacó la mochila y la abrió. Traía llaves, destornilladores, palancas; herramientas de mi papá que había encontrado en una caja, en el lavadero. Ya no las iba a necesitar. Estaba buscando la linterna.
—No hace falta —dijo Adela.
La miramos confundidos. Ella abrió la puerta del todo y entonces vimos que adentro de la casa había luz.
Recuerdo que caminamos de la mano bajo esa luminosidad que parecía eléctrica, aunque en el techo, donde debería haber lámparas, sólo había cables viejos, asomando de los huecos como ramas secas. Parecía la luz del sol. Afuera era de noche y amenazaba tormenta, una poderosa lluvia de verano. Ahí adentro hacía frío y olía a desinfectante y la luz era como de hospital.
La casa no parecía rara por adentro. En el pequeño hall de entrada estaba la mesa del teléfono, un teléfono negro, como el de nuestros abuelos.
Que por favor no suene, que no suene, me acuerdo de que recé así, de que repetí eso en voz baja, con los ojos cerrados. Y no sonó.
Los tres juntos pasamos a la siguiente sala. La casa se sentía más grande de lo que parecía desde afuera. Y zumbaba, como si vivieran colonias de bichos ocultos detrás de la pintura de las paredes.
Adela se adelantaba, entusiasmada, sin miedo. Pablo le pedía «esperá, esperá» cada tres pasos. Ella hacía caso pero no sé si nos escuchaba claramente. Cuando se daba vuelta para mirarnos, parecía perdida. En sus ojos no había reconocimiento. Decía «sí, sí», pero yo sentí que ya no nos hablaba. Pablo sintió lo mismo. Me lo dijo después.
La sala siguiente, el living, tenía sillones sucios, de color mostaza, agrisados por el polvo. Contra la pared se apilaban estantes de vidrio. Estaban muy limpios y llenos de pequeños adornos, tan pequeños que tuvimos que acercarnos para verlos. Recuerdo que nuestros alientos, juntos, empañaron los estantes más bajos, los que alcanzábamos: llegaban hasta el techo.
Al principio no supe lo que estaba viendo. Eran objetos chiquitísimos, de un blanco amarillento, con forma semicircular. Algunos eran redondeados, otros más puntiagudos. No quise tocarlos.
—Son uñas —dijo Pablo.
Sentí que el zumbido me ensordecía y me puse a llorar. Abracé a Pablo, pero no dejé de mirar. En el siguiente estante, el de más arriba, había dientes. Muelas con plomo negro en el centro, como las de mi papá, que las tenía arregladas; incisivos, como los que me molestaban cuando empecé a usar aparatos; paletas como las de Roxana, la chica que se sentaba delante de mí en el colegio. Cuando levanté la cabeza para alcanzar a ver el tercer estante, se fue la luz.
Adela gritó en la oscuridad. Mi corazón latía tan fuerte que me dejaba sorda. Pero sentía a mi hermano, que me abrazaba los hombros, que no me soltaba. De pronto, vi un redondel de luz en la pared: era la linterna. Dije: «Salgamos, salgamos.» Pablo, sin embargo, caminó en dirección opuesta a la salida, siguió entrando en la casa. Lo seguí. Quería irme, pero no sola.
La luz de la linterna iluminaba cosas sin sentido. Un libro de medicina, de hojas brillantes, abierto en el suelo. Un espejo colgado cerca del techo, ¿quién podía reflejarse ahí? Una pila de ropa blanca. Pablo se frenó: movía la linterna y la luz sencillamente no mostraba ninguna otra pared. Esa habitación no terminaba nunca o sus límites estaban demasiado lejos para ser iluminados por una linterna.
—Vamos, vamos —volví a decirle, y recuerdo que pensé en salir sola, en dejarlo, en escapar. .
—¡Adela! —gritó Pablo.
No se la escuchaba en la oscuridad. Dónde podía estar, en esa habitación eterna.
—Acá.
Era su voz, muy baja, cerca. Estaba detrás de nosotros. Retrocedimos. Pablo iluminó el lugar de donde venía la voz y entonces la vimos.
Adela no había salido de la habitación de los estantes. Nos saludó con la mano derecha, parada junto a una puerta. Después giró, abrió la puerta que estaba a su lado y la cerró detrás de ella. Mi hermano corrió, pero cuando llegó a la puerta, ya no pudo abrirla. Estaba cerrada con llave.
Sé lo que Pablo pensó: buscar las herramientas que había dejado afuera, en la mochila, para abrir la puerta que se había llevado a Adela. Yo no quería sacarla: solamente quería salir, y lo seguí, corriendo. Afuera llovía y las herramientas estaban desparramadas sobre el pasto seco del jardín; mojadas, brillaban en la noche. Alguien las había sacado de la mochila. Cuando nos quedamos quietos un minuto, asustados, sorprendidos, alguien cerró la puerta desde adentro.
La casa dejó de zumbar.
No recuerdo bien cuánto tiempo pasó Pablo intentando abrirla. Pero en algún momento escuchó mis gritos. Y me hizo caso.
Mis padres llamaron a la policía.
Y todos los días y casi todas las noches vuelvo a esa noche de lluvia. Mis padres, los padres de Adela, la policía en el jardín. Nosotros empapados, con pilotos amarillos. Los policías que salían de la casa diciendo que no con la cabeza. La madre de Adela desmayada bajo la lluvia.
Nunca la encontraron. Ni viva ni muerta. Nos pidieron la descripción del interior de la casa. Contamos. Repetimos. Mi madre me dio un cachetazo cuando hablé de los estantes y de la luz. «¡La casa está llena de escombros, mentirosa!», me gritó. La madre de Adela lloraba y pedía «por favor, dónde está Adela, dónde está Adela».
En la casa, le dijimos. Abrió una puerta de la casa, entró en una habitación y ahí debe estar todavía.
Los policías decían que no quedaba una sola puerta dentro de la casa. Ni nada que pudiera ser considerado una habitación. La casa era una cáscara, decían. Todas las paredes interiores habían sido demolidas.
Recuerdo que los escuché decir «máscara», no «cáscara». La casa es una máscara, escuché.
Nosotros mentíamos. O habíamos visto algo tan feroz que estábamos shockeados. Ellos no querían creer siquiera que habíamos entrado en la casa. Mi madre no nos creyó nunca. Ni siquiera cuando la policía rastrilló el barrio entero, allanando cada casa. El caso estuvo en televisión: nos dejaban ver los noticieros. Nos dejaban leer las revistas que hablaban de la desaparición. La madre de Adela nos visitó varias veces y siempre decía: «A ver si me dicen la verdad, chicos, a ver si se acuerdan…».
Nosotros volvíamos a contar todo. Ella se iba llorando. Mi hermano también lloraba. Yo la convencí, yo la hice entrar, decía.
Una noche, mi papá se despertó y escuchó que alguien intentaba abrir la puerta. Se levantó de la cama, agazapado, pensaba que encontraría a un ladrón. Encontró a Pablo, que luchaba con la llave en la cerradura —esa cerradura siempre andaba mal—; llevaba herramientas y una linterna en la mochila. Los escuché gritar durante horas y recuerdo que mi hermano le pedía por favor que quería mudarse, que si no se mudaba, se iba a volver loco.
Nos mudamos. Mi hermano se volvió loco igual. Se suicidó a los veintidós años. Yo reconocí el cuerpo destrozado. No tuve opción: mis padres estaban de vacaciones en la costa cuando se tiró bajo el tren, bien lejos de nuestra casa, cerca de la estación Beccar. No dejó una nota. Él siempre soñaba con Adela: en sus sueños, nuestra amiga no tenía uñas ni dientes, sangraba por la boca, sangraban sus manos.
Desde que Pablo se mató, vuelvo a la casa. Entro en el jardín, que sigue quemado y amarillo. Miro por las ventanas, abiertas como ojos negros: la policía derrumbó los ladrillos que las tapiaban hace quince años y así quedaron, abiertas. Adentro de la casa, cuando el sol la ilumina, se ven vigas y el techo agujereado y basura. Los chicos del barrio saben lo que pasó ahí adentro. En el suelo pintaron, con aerosol, el nombre de Adela. En las paredes de afuera también. ¿Dónde está Adela?, dice una pintada. Otra, más pequeña, escrita con fibra, repite el modelo de una leyenda urbana: hay que decir Adela tres veces a la medianoche, frente al espejo, con una vela en la mano, y entonces veremos reflejado lo que ella vio, quién se la llevó.
Mi hermano, que también visitaba la casa, vio esas indicaciones e hizo ese viejo ritual una noche. No vio nada. Rompió el espejo del baño con sus puños y tuvimos que llevarlo al hospital para que lo cosieran.
No me animo a entrar. Hay una pintada sobre la puerta que me mantiene afuera. Acá vive Adela, ¡cuidado!, dice. Imagino que la escribió un chico del barrio, en chiste o desafío. Pero yo sé que tiene razón. Que ésta es su casa. Y todavía no estoy preparada para visitarla.
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aroundtable · 15 days
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Oggi vi porto con me nel Barrio più bello del mondo o meglio del mio tavolo, perchè scopriremo assieme BARRIO, interessantissimo gioco da tavolo che come sempre ho trovato al day 1 da Hirtemis e che ovviamente mi sono portato a casa!
Barrio potrebbe sembrare l'ennesimo piccolo boardgame, ma in 2 mazzi di carte racchiude uno splendido lavoro di game design, che in un set di regole asciutto ed immediato permette di sviluppare strategie ampie, ribaltabili e sempre aperte!
In Barrio dovremmo costruire in nostri panorami di case, grazie ai materiali che dovremmo mettere in comune con gli altri giocatori, rischiando ad ogni turno di cedergli le risorse che necessitano al fine di reperirne anche per noi. Questo board game, si sviluppa proprio grazie alla griglia 5x5 in cui verranno depositate le carte materiali in cui ogni giocatore dovrà necessariamente mettere qualcosa, per prendere delle altre carte e poi costruire le proprie case. Con delle ottime idee di game designe Jorge Tabernara Redondo è riuscito a realizzare un gioco molto accattivante, sempre aperto, che necessita di controllo non solo delle proprie strategie ma anche di quelle degli altri.
Barrio è un gioco da tavola che si può giocare in solitaria e fino a 4 giocatori, per una durata di 20 minuti, consigliato dagli 8 anni in su, di Jorge Tabanera Redondo edito in Italia da Little Rocket Games!
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diariomacho · 21 days
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a-fix-of-muses · 1 year
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Currently Listening To: "Lo Que Pasó, Pasó" by Daddy Yankee
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aykutiltertr · 1 month
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Gasoline - Daddy Yankee - Ritim Karaoke Orijinal Trafik (Porto Riko Worl...  Ayrıcalıklardan yararlanmak için bu kanala katılın: ( Join this channel to enjoy privileges.) https://www.youtube.com/channel/UCqm-5vmc2L6oFZ1vo2Fz3JQ/join Şarkının Orijinal Versiyonunu Linkten Dinleyip Ritim Karaokesiyle Çalışabilirsiniz. https://www.youtube.com/watch?v=3tw2P65wv5E&t=3s Aykut ilter Ritim Karaoke Kanalıma Abone Olun Beğenip Paylaşın. STRUMMING There is no strumming pattern for this song yet. Create and get +5 IQ [Intro] B    C    B             C             Who's this?   Da-ddy Yan-kee! [Pre-Chorus] B Zúmbale mambo pa' que mis gatas prendan los motore' C  Zúmbale mambo pa' que mis gatas prendan los motore' B  Zúmbale mambo pa' que mis gatas prendan los motore' C  Que se preparen que lo que viene es pa' que le den      B ¡Duro! Mamita, yo sé que tú no te me va' a quitar      C ¡Duro! Lo que me gusta es que tú te dejas llevar      B ¡Duro! Todos los weekend'es ella sale a vacilar      C ¡Duro! Mi gata no para 'e janguear, porque [Chorus]          B                  C A ella le gusta la gasolina (Dame más gasolina)         B                    C Cómo le encanta la gasolina (Dame más gasolina)          B                  C A ella le gusta la gasolina (Dame más gasolina)         B                    C Cómo le encanta la gasolina (Dame más gasolina) [Verse 1]                   B Ella prende las turbinas, no discrimina C  No se pierde ni un party de marquesina B  Se acicala hasta pa' la esquina C  Luce tan bien que hasta la sombra le combina B Asesina, me domina C Janguea en carros, motoras y limusinas B Llena su tanque de adrenalina C Cuando escucha reggaetón en las bocinas [Chorus]          B                  C A ella le gusta la gasolina (Dame más gasolina)         B                    C Cómo le encanta la gasolina (Dame más gasolina)          B                  C A ella le gusta la gasolina (Dame más gasolina)         B                    C Cómo le encanta la gasolina (Dame más gasolina) [Verse 2]                 B Aquí somos los mejores, no te me ajore' C  En la pista nos llaman "Los Matadore'" B  Tú hace' que cualquiera se enamore D#  Cuando bailas al ritmo de los tambore' B  Esto va pa' las gatas de to's colore' C  Pa' las mayore', pa' las menore' B  Pa' las que son más zorras que los cazadore' C  Pa' las mujeres que no apagan sus motore' [Bridge] B  Tenemos tú y yo algo pendiente C  Tú me debes algo y lo sabe' B  Conmigo ella se pierde C  No le rinde cuentas a nadie B  Tenemos tú y yo algo pendiente C  Tú me debes algo y lo sabe' B  Conmigo ella se pierde C  No le rinde cuentas a nadie [Pre-Chorus] B Zúmbale mambo pa' que mis gatas prendan los motore' C  Zúmbale mambo pa' que mis gatas prendan los motore' B  Zúmbale mambo pa' que mis gatas prendan los motore' C  Que se preparen que lo que viene es pa' que le den      B ¡Duro! Mamita, yo sé que tú no te me va' a quitar      C ¡Duro! Lo que me gusta es que tú te dejas llevar      B ¡Duro! Todos los weekend'es ella sale a vacilar      C ¡Duro! Mi gata no para 'e janguear, porque [Chorus]          B                  C A ella le gusta la gasolina (Dame más gasolina)         B                    C Cómo le encanta la gasolina (Dame más gasolina)          B                  C A ella le gusta la gasolina (Dame más gasolina)         B                    C Cómo le encanta la gasolina (Dame más gasolina) [Outro] B    C   x5 B Gasolina Barrio fino albümünden Daddy Yankee single'ı B yüzü "Machete" Yayımlanma Ekim 2004 Tarz Reggaeton Süre 3.15 Şirket VI Music · Universal Music Group Yazar Ramón Ayala · Eddie Ávila Yapımcı Luny Tunes Daddy Yankee kronolojisi "King Daddy" (2004) "Gasolina" (2004) "No Me Dejes Solo" (2005) "Gasolina", Daddy Yankee'nin 2004 çıkışlı Barrio fino adlı albümünde yer alan bir şarkıdır. Albümün çıkış şarkısı olarak Ekim 2004'te yayımlanmış ve 2005'te çeşitli müzik listelerinde liste başı oldu. 6. Latin Grammy Ödülleri'nde Yılın Kaydı kategorisinde aday gösterilen şarkı, bu kategoride aday olan ilk reggaeton şarkısıydı. 2015'te, Billboard''un yayımladığı en iyi 50 Latin şarkısı arasında 9. sırada gösterildi. 2018'de, Rolling Stone'un en iyi 50 Latin pop şarkısı arasında 38. sırada yer aldı.[1] 2017'de, Billboard'un "12 Best Dancehall & Reggaeton Choruses of the 21st Century" ("21. Yüzyılın En İyi Dancehall ve Reggaeton Nakaratları" listesinin 8. sırasında gösterildi.[2] 2021'de, Rolling Stone'un "500 Greatest Songs of All Time" listesinde 50.,[3] ertesi yıl ise derginin en iyi 100 reggaeton şarkısı listesinin ilk sırasında gösterildi.[4] 2023'te şarkı, Kongre Kütüphanesi tarafından "kültürel, tarihsel veya estetik öneme sahip" olduğu gerekçesiyle Ulusal Kayıt Kaydı'na eklendi. Kaynakça ^ Estevez, Suzy; Exposito, Suzy; Casillas, Andrew; Raygoza, Isabela; Ochoa, John; Estevez, Marjua (9 Temmuz 2018). "50 Greatest Latin Pop Songs". Rolling Stone (İngilizce). 25 Nisan 2023 tarihinde kaynağından arşivlendi. Erişim tarihi: 8 Haziran 2023.
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