| Pequeño Vigilante.
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Cellbit tenía apoyada su mandíbula en una de sus manos mientras observaba su mansión en construcción. En su mente la estaba visualizando ya terminada, pero por supuesto no era sencillo extraer lo que imaginaba a la realidad.
Todo era prueba y error.
Era oscuro por la noche, el mejor momento para ponerse a construir sin la presencia de sus queridos vecinos que pudieran interrumpir su trabajo. No era molesto cuando venían, pero precisaba terminar su casa para relajarse y disfrutar con su hijo Richas el mundo que tenía por delante, ese nuevo comienzo que le habían otorgado.
Sin embargo, desde hace unas cuantas noches atrás, sentía la presencia de alguien acechándolo. Sus sentidos se fueron agudizando mucho más por el tiempo que pasó en el Purgatorio, por lo tanto, no pasó por alto que lo estaban vigilando.
Pero lo ignoraba, ¿por qué? Por la sencilla razón de que no le resultaba una amenaza. Su vigilante se trataba de un pequeño niño de rizos castaños, lentes enormes para su cara, un conjunto enterizo de rayas rojas y blancas tan llamativos como para fallar en esconderse. De la mano tenía una oreja de conejo blanco que en ese momento arrastraba, lo cual le sorprendía porque cuidaba a ese conejo con su vida.
Se trataba de Pepito. El hijo de su esposo Roier.
Hijo de Roier…
Era tan… agridulce pensar en Roier nuevamente como un papá con un hijo propio, aunque ya era padre de Richarlyson, entendía que la situación no era lo mismo.
Aún no conversaba apropiadamente con él sobre ese tema en particular, ¿qué sentía al tener nuevamente la responsabilidad de cuidar un hijo propio?
¿Estaría feliz? ¿Tendría sentimientos conflictivos? ¿Estaría cómodo con este nuevo cambio otra vez?
Por lo que había observado de él en sus varios encuentros, lo veía tan… Feliz.
Sin embargo, en su corazón persistía una sensación rara, cómo si no fuera correcto algo.
Aunque era consciente que tener una conversación de sentimientos con Roier significaba tarea complicada, ahora le parecía más difícil que nunca.
Pero empujaba todas esas voces que le susurraban al oído que algo andaba mal hasta el fondo de su mente. Ignoraba completamente ese hecho y preferiría vivir engañado que todo se encontraba bien, lo necesitaba después de tanto tiempo alejado y luchando en una isla del infierno.
Regresando al presente, por el rabillo del ojo notó al pequeño niño que fallaba en esconderse, estaba en una esquina de la casa, asomando levemente un poco su rostro, no percibiendo que la mitad del conejo arrastrado delataba su posición.
Casi sonrió ante esa imagen, pero la contuvo porque el niño lo estaba observando.
Se dio media vuelta, dándole la espalda y caminó hasta la orilla donde tenía ese cauce que rodeaba el pequeño cerro donde ubicó su hogar.
Pepito, Pepito…
Al ser hijo de Roier, eso significaba que él era su… ¿Papá?
Arrugó el entrecejo al pensar en esa palabra, y a su audición llegaron los pequeños pasos de Pepito siguiéndolo.
Si era sincero consigo mismo, sentía miedo, no sabía si era correcto llamarlo su hijo después de aquella vez cuando tuvieron una reunión milagrosa con Bobby.
Su lado racional le decía que no había nada de malo, al estar casado con Roier, por ley era considerado su hijo. Pero por otro lado, todavía no habían convivido demasiado como para crear lazos de esa manera.
Le sorprendió y enterneció qué Pepito ya lo llamara de su Apa nada más conocerse. Por lo visto, Roier no dudó en dejarle claro que también era su papá.
¿Pero por qué le resultaba tan difícil llamarlo hijo en voz alta?
—Pepito… —lo llamó, terminó girándose para encararlo, el pequeño niño abrazó su conejo y lo miró sorprendido de ser atrapado.
Casi se rió porque pudo leer sus pensamientos en su rostro.
¿Cómo supo que estaba detrás de él?
Era lo que probablemente estaba pensando Pepito.
—¿Cómo supiste que era yo? —preguntó Pepito, ladeando la cabeza tiernamente.
Cellbit quiso agarrarse el corazón porque ese niño era endemoniadamente lindo e ingenuo.
¿Cómo se atrevía a estar cerca de un ser tan puro?
Agradecía enormemente que Richas estuviera atento a él porque tendría la tranquilidad de que nadie se metería con él al ser protegido por su hermano mayor.
—El conejo te delató —respondió, agachándose a su altura.
Pepito frunció el ceño y levantó al conejo para mirarlo con enojo, tenía esa mirada acusatoria.
Cellbit esta vez sonrió tenuemente, reprimiendo las ganas de abrazarlo y besar sus mejillas.
—Pepito, ¿por qué te escondes? ¿Me temes? —Hizo las preguntas que rondaban en su cabeza desde que descubrió a Pepito espiarlo varias veces.
Pepito agrandó los ojos y lo observó casi con pánico, negó muchas veces con la cabeza, se acercó unos pasos y puso su mano en su antebrazo, como queriendo afirmar que para nada le temía.
—¿Entonces? —instó a que le diera una respuesta al ver que continuaba sin decir nada, sólo lo miraba como si esperara que le leyera la mente.
—Pepito te quiere mucho —respondió en voz baja y tímida, bajó la cabeza un tanto avergonzado.
Cellbit alzó las cejas y ladeó la cabeza, su corazón se llenó de un sentimiento cálido y una comisura de su boca se levantó.
—¿Te escondes porque me quieres mucho?
Aún así, quería oír de verdad esa respuesta.
—Es que… —Lo vio morder su labio inferior y su mirada se desvió a las flores que había alrededor—. Tengo mucha curiosidad sobre ti. —Sintió que la pequeña mano que lo sujetaba apretaba su antebrazo, como si temiera que se alejara—. Pero no quiero incomodarte, ni invadir el espacio tuyo y el de Nito.
Cellbit parpadeó varias veces y suspiró levemente.
—Pepito, eres bienvenido en venir. No debes esconderte.
Pepito por fin levantó la cabeza para encararlo y frunció el ceño con confusión.
—No soy tu hijo —pronunció sin malicia, pero que aún así fue una daga para su corazón escucharlo.
—¿Cómo no? Me llamas apa —replicó con voz suave.
Pepito negó con la cabeza como si Cellbit no entendiera, alejó la mano y Cellbit se sintió mal al verlo tomar una pequeña distancia.
—Eres mi apa, pero no soy tú hijo, tú… no me llamas de filho como Nito —murmuró, abrazando con fuerza ese conejo blanco—. Por eso yo… temo estar molestando si vengo sin apa Roier. No quiero ser una molestia para ti, Apa Cellbit.
Cellbit sintió cómo su corazón se partía en miles de pedazos por esa percepción que tenía Pepito sobre ellos. Y sabía que era culpa suya, desde el principio notó que Pepito quería acercarse a él, pero de algún modo andaba con cuidado a su alrededor por temor a lo que Cellbit podría decir, e inconscientemente el investigador también actuaba de esa forma.
Cellbit no dudó y atrajo en un abrazo a Pepito, acarició su cabello y cerró los ojos.
—No, Pepito, lo siento, ¿sí? —susurró—, eres mi hijo también, mi filho —resaltó esa palabra para que no tuviera ninguna duda.
Pepito al oír esto, dejó caer el conejo y abrazó con mucha fuerza el torso de su padre, sintiéndose protegido en sus brazos.
—No debes esconderte más, ¿sí? Nunca serás una molestia para mí —aclaró cualquier pensamiento dudoso que tuviera.
Pepito asintió y apretó sus manitas en la camiseta de su Apa.
Cellbit ya no le importaba si su relación con Pepito de padre a hijo debía construirse lentamente, eso era mejor dejárselo a los adultos, para los niños, blanco era blanco y negro era negro.
Si Pepito lo consideraba su Apa, entonces él lo consideraría su filho, ni más ni menos.
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