- ANTRPOFAGIA RITUAL AMERICANA (Blanco Villalta)
- CONCILIÁBULO SOBRENATURAL (AA. VV.)
- MAGIA Y SECRETOS DE LA MUJER MAPUCHE (Ziley Mora)
- BRUJAS Y CURANDERAS DE LA COLONIA (María Luisa Laviana Cuetos)
- EL CULTO AL AGUA EN EL ANTIGUO PERÚ (Rebeca Carrión Cachot)
- EL NAHUALISMO (Roberto Martínez González)
- COSMOLOGÍA Y MÚSICA EN LOS ANDES (Max Peter Baumann)
- VIDA DE MARÍA SABINA LA SABIA DE LOS HONGOS (Álvaro Estrada)
- SUEÑO Y ÉXTASIS (Mercedes de la Garza)
- DIOSES DEL NORTE, DIOSES DEL SUR (Alfredo López Austin, Luis Millones)
- EL CONEJO EN LA CARA DE LA LUNA (Alfredo López Austin)
- TEXTOS DE MEDICINA NÁHUATL (Alfredo López Austin)
-EL TEXTIL TRIDIMENSIONAL (Denise Y. Arnold, Elvira Espejo)
- LOS SELKNAM DE TIERRA DEL FUEGO (Anne Chapman)
- DICCIONARIO DE RELIGIONES DE AMÉRICA LATINA (Roberto Blancarte)
- EL INFRAMUNDO DE LOS ANTIGUOS MAYAS (Roberto Romero Sandoval)
- EL MONTE (Lydia Cabrera)
- EL DIOS CREADOR ANDINO (Franklin Pease G. Y.)
- POPOL VUH (Anónimo)
- MITOS Y LEYENDAS DE LOS AZTECAS, INCAS, MAYAS Y MUISCAS (Walter Krickeberg)
- EL HOMBRE QUE VOLVIÓ A NACER
(Policarpio Flores Apaza)
- DRAGONES Y DIOSES (Miguel Rivera Dorado)
- NUEVA CORONICA Y BUEN GOBIERNO (I, II) (Felipe Guamán Poma de Ayala)
- LAS IDEAS COSMOLÓGICAS MAYAS EN EL SIGLO XVI (Laura Elena Sotelo Santos)
- IMAGINARIO MÍTICO EN LAS LITERATURAS ANDINAS PERUANAS (Carlos Huamán)
- DIABLOS, BRUJOS Y ESPÍRITUS MALÉFICOS (Holdenis Casanova Guarda)
- MANUAL DEL ADIVINO / TEXTO EXPLICATIVO DEL CÓDICE VATICANO B
(Anónimo, Ferdinand Anders, Maarten Jansen)
- TEZCATLIPOCA (Guilhem Olivier)
- HEREJÍAS Y SUPERSTICIONES EN LA NUEVA ESPAÑA (Julio Jimenez Rueda)
- TEÓNANÁCATL HONGOS ENTEOGÉNICOS DE NORTEAMÉRICA (Jonathan Ott, Jeremy Bigwood)
- GEOGRAFÍA DEL MITO Y LA LEYENDA CHILENOS (Oreste Plath)
- EL LIBRO DE LOS HOPIS (Fank Waters)
- LAS LANZAS DEL CREPÚSCULO
RELATOS JÍBAROS ALTA AMAZONÍA
(Phillipe Descola)
- MÉXICO Y VIAJE AL PAÍS DE LOS TARAHUMARAS (Antonin Artaud)
- BORRACHERA Y MEMORIA (AA. VV., Thierry Saignes)
- EL LIBRO DE LOS LIBROS DE CHILAM BALAM (Anónimo)
- RELACIÓN DE LAS FÁBULAS Y RITOS DE LOS INCAS (Cristobal de Molina)
- BREVE HISTORIA DE LA TRADICIÓN RELIGIOSA MESOAMERICANA (Alfredo López Austin)
- LOS OLMECAS (Jacques Sosutelle)
- AMÉRICA MÁGICA (Jorge Magasich, Jean-Marc de Breer)
- TAJÍN LA CIUDAD DEL DIOS HURACÁN
(Román Piña Chan, Patricia Castillo Peña)
- CIUDADES DE LOS ANDES. VISIÓN HISTÓRICA Y CONTEMPORÁNEA
(Eduardo Kingman Garcés)
- LOS MITOS DEL TLACUACHE (Alfredo López Austin)
- EL PEZ DE ORO (Gamaliel Churata)
- YATIRIS Y CH'AMAKANIS DEL ALTIPLANO AYMARA (Gerardo Fernández Suárez)
- EL HONGO SAGRADO DEL POPOCATÉPETL (Ramsés Hernández Lucas, Margarita Loera Chávez y Peniche)
- ANIMALES Y PLANTAS EN LA COSMOVISIÓN MESOAMERICANA (Yolotl González Torres)
- MÚSICA Y SONIDOS EN EL MUNDO ANDINO (Carlos Sánchez Huaringa)
- DESANA. SIMBOLISMO DE LOS INDIOS TUKANO DEL VAUPÉS (Gerardo Reichel-Dolmatoff)
- ZOTZ. EL MURCIÉLAGO EN LA CULTURA MAYA (Roberto Romero Sandoval)
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"Los Roberto Carlos"
Los buenos amigos son como los melones:
de cien que pruebas, sólo sale uno bueno.
Tengo unos conocidos a los que apodan “los Roberto Carlos”, porque como la canción de Roberto Carlos le gustarían tener un millón de amigos. Una cifra tan desproporcionada solo se puede lograr si en el mismo saco del “concepto amistad” metes a los vecinos, los conocidos, los clientes del mismo bar al que vas, los colegas de las clases de baile, los integrantes de la misma peña futbolística, los compañeros de pupitre, y los de trabajo, compañeros de viaje y compañeros de combate, además de los amigos, los amigos de verdad, los amigos de toda la vida y los amigos del alma.
Desgraciadamente el concepto amistad se está devaluando por días como la falsa moneda, en parte debido a las redes sociales, facebook, instagram, twitter...... donde los usuarios presumen de tener miles de seguidores. En el caso de “los Roberto Carlos” por considerar, consideran amistad hasta la relación que tienen con su carnicero.
No resulta extraño que durante cualquier conversación intrascendente e informal, mientras degustamos unas magnificas “Estrella de Galicia” bien frías, hablando sobre “fulanito”, magnifico cirujano, o zutanito excelente escritor, los Roberto Carlos digan “¡Uy!, pues fulanito o zutanito es muy amigo nuestro”. No me cabe duda de que tienen un concepto de amistad muy devaluado.
También existe un concepto de amistad mal entendida, como es el caso del llamado amiguismo, donde una relación interpersonal se emplea para la concesión de favores y otras ventajas a personas de confianza, sin importar si están cualificados. Por lo tanto, contrario a la meritocracia. Otro caso de amistad mal entendida es el de la amistad con derecho a roce, es una relación de pareja que intenta combinar la vinculación afectiva, los comportamientos y actitudes típicos de una amistad, con la posibilidad de mantener relaciones íntimas o sexuales. Los participantes de dicha relación se llaman naturalmente amigos con derechos, aunque también existen numerosos sinónimos más o menos informales como amigovios, amigos con beneficios, amigos con ventaja o simplemente follamigos.
⁂
La verdadera amistad es un pilar esencial de nuestra vida emocional. Tradicionalmente por amistad se entiende, una relación afectiva entre dos o más personas, construida en la confianza y el respeto, y que nos brinda apoyo, alegría y consuelo en todas las etapas de la vida. Se trata de una de las relaciones interpersonales más importante que la mayoría de las personas tienen. La amistad es algo que no surge de la noche a la mañana, como si fuera un hongo, para mí la amistad es algo que se va consolidando con el tiempo, que se construye con confidencias y se pierde por las indiscreciones.
Bastara que salte la chispa de la amistad, cuando se presentan dos personas por primera vez, para que surja cierta empatía entre ellos, y que esa relación fluya con naturalidad, se sientan bien, y tengan la sensación que se conocen de toda la vida. Desde ese momento hasta llegar a ser amigo del alma, hay un largo camino que recorrer, una pirámide que escalar.
Muchos se van quedando por el camino y pocos, muy pocos serán los que alcancen el vértice superior. Esos amigos del alma serán lo que realmente te prestaran su hombro para que llores sobre él, los que siempre puedes contar con ellos, y no te fallaran nunca, los tendrás cerca en las buenas y en las malas, te sorprenderá que aparezcan de la nada en los momentos más difíciles, como conectados por un hilo invisible, un hilo que les permite estar presente permanentemente, uno en la vida del otro.
⁂
Recuerdo cierta ocasión en la que de forma inesperada me vino a la mente el nombre de una amiga del alma. Aparentemente no había motivos para llamarla, pero algo dentro de mí, me decía que la llamara, y la llame. La pille en uno de los peores momentos de su vida. Hacía apenas una hora la habían llamado desde el Consulado de España en Valparaíso (Chile) para comunicarle que su marido se había despeñado por una enorme duna en el desierto de Atacama y estaba en un hospital debatiéndose entre la vida y la muerte, que tanto si fallecía como si salía adelante habría que repatriarlo y que ellos se encargarían de todo.
Ella era incapaz de quedarse en su casa, esperando noticias, su corazón le gritaba: “Tienes que estar junto a tu marido, te necesita”. Pero para eso, tenía que hacer un largo viaje sola y luego afrontar múltiples papeleos y solventar situaciones imprevistas. Así que le falto tiempo para decirme: “Se que puedo contar contigo. Me acompañas a Chile por mi marido”. Y claro que podía contar conmigo.
Unos años antes la historia fue al revés, mi hija ingreso en el hospital en estado crítico y a los pocos minutos recibía una llamada suya preguntándome: ¿Estás bien? ¿Te pasa algo?, aun hoy día me pregunto, ¿Cómo pudo presentir mi desgracia a cientos de kilómetros de distancia?
⁂
A medida que nos hacemos mayores, disminuyen las responsabilidades familiares y laborales, y las amistades adquieren mayor relevancia. Pero también vemos que el número de amigos disminuyen a medida que envejecemos, Carstensen lo explica en su teoría de la selectividad socioemocional.
A los “Roberto Carlos” les diría que esto va de calidad y no de cantidad, que la amistad se sustenta en valores fundamentales como: el amor, lealtad, respeto, solidaridad, compromiso y sinceridad; cultivado con el trato persistente y el interés recíproco a lo largo del tiempo, en un mundo más conectado que nunca pero a menudo solitario, y por eso las relaciones de amistad cobran aún más relevancia para nuestro proyecto de vida. La verdadera amistad es un tesoro invaluable que trasciende fronteras y enriquece nuestra existencia.
¡Feliz Navidad!
Erik el vagabundo
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Literatura y cine: El adolescente homosexual de “El juguete rabioso”
El personaje aparece en el libro “El juguete rabioso” (1926) y en las películas de 1984 (interpretado por Nicolás Frei, en el filme es identificado como Tristán) y 1998. Fue descripto por el autor argentino Roberto Arlt (1900-1942) en el papel como un adolescente afeminado y muy necesitado de afecto que se relaciona con el protagonista, Silvio Astier, un joven de dieciséis años, de mala vida y peor suerte.
Aquí tienes el extracto del libro en el que se narra con una milimétrica precisión psicológica todo su desgarrador drama existencial, además de ofrecernos un retrato interesante y descarnado sobre la visión que la sociedad argentina tenía de la homosexualidad hace casi un siglo:
Allí asomó el rostro.
Era un pedazo de frente abultada, una ceja hirsuta y después un trozo de mandíbula. Bajo el párpado arrugado estaba el ojo, un ojo de loco. La córnea inmensa, la pupila redonda y de aguas convulsas. El párpado hizo un guiño triste…
—Señor, eh, diga, señor…
Me incorporé sobresaltado.
—Se ha dormido vestido, señor.
Con dureza miré a mi interlocutor.
—Cierto, tiene razón.
El muchacho se retiró unos pasos.
—Como vamos a ser compañeros de pieza esta noche, me permití despertarlo. ¿Está disgustado?
—No, ¿por qué? —y después de restregarme los ojos, incorporándome, me senté al borde del lecho.
Le observé:
El ala de un hongo negro le sombreaba la frente y los ojos. Su mirada era falsa, y el resplandor aterciopelado de ella parecía tocar la propia epidermis. Tenía una cicatriz junto al labio, cerca de la barbilla, y sus labios túmidos, demasiado rojos, sonreían en su cara blanca. El sobretodo exageradamente ceñido modelaba las formas de su cuerpo pequeño.
Bruscamente le pregunté:
—¿Qué hora es?
Con urgencia tomó su reloj de oro.
—Las once menos cuarto.
Somnoliento yo vacilaba allí. Ahora miraba con desaliento mis botines opacos, donde se habían roto los hilos de un remiendo, dejando ver un trozo de media por la hendidura.
En tanto el adolescente colgó su sombrero en la percha. y con un gesto de fatiga arrojó los guantes de cuero encima de una silla. Volví a mirarle de reojo, pero aparté la vista de él porque vi que me observaba.
Vestía irreprochablemente, y desde el rígido cuello almidonado, hasta los botines de charol con polainas color de crema, se reconocía en él al sujeto abundante en dinero.
Sin embargo, no sé por qué se me ocurrió:
"Debe tener los pies sucios."
Sonriendo con una sonrisa mentirosa volvió el rostro y un mechón de su cabellera se le desparramó por la mejilla hasta cubrirle el lóbulo de una oreja. Con voz suave y examinándome al soslayo con su mirada pesada, dijo:
—Parece que está cansado usted, ¿no?
—Sí, un poco.
Quitóse el sobretodo cuyo forro de seda brilló en los dobleces. Cierta fragancia grasienta se desprendía de su ropa negra, y repentinamente inquieto lo consideré; después, sin conciencia de lo que decía, le pregunté:
—¿No tiene la ropa sucia, usted?
El otro me adivinó en el sobresalto, mas atinó la respuesta:
—¿Le ha hecho daño que lo despertara así?
—No, ¿por qué me iba a hacer mal?
—Es decir, joven. A algunos les hace daño. En el internado tenía un amiguito que cuando lo despertaban bruscamente, le daba un ataque de epilepsia.
—Un exceso de sensibilidad.
—Sensibilidad de mujer, diga usted, ¿no le parece, joven?
—¿Así que su amiguito era un hiperestésico? Pero vea, che, haga el favor, abra esa puerta, porque yo me asfixio. Que entre un poco de aire. Hay olor de ropa sucia aquí.
El intruso frunció ligeramente el ceño… Se dirigió a la puerta, pero antes de llegar a ella unas cartulinas le cayeron del bolsillo del saco al suelo.
Apresurado, se inclinó para recogerlas, y me acerqué a él.
Entonces vi: eran todas fotografías del hombre y la mujer, en las distintas formas de la cópula.
El rostro del desconocido estaba purpurino. Balbuceó:
—No sé cómo están en mi poder, eran de un amigo.
No le respondí.
De pie, junto a él, miraba con obstinación terrible un grupo. Él dijo no sé qué cosas. Yo no le escuchaba. Miraba alucinado una fotografía terrible.
Una mujer postrada ante un faquin innoble, con gorra de visera de hule y un elástico negro arrollado sobre el vientre.
Volví el rostro al mancebo.
Ahora estaba pálido, las pupilas voraces dilatadísimas, y en los párpados ennegrecidos rebrillante una lágrima. Su mano cayó sobre mi brazo.
—Déjame aquí, no me eches.
—Entonces usted… vos sos…
Arrastrándome me empujó al borde del lecho y se sentó a mis pies.
—Sí, soy así, me da por rachas.
Su mano se apoyaba en mi rodilla.
—Me da por rachas.
Era profunda y amarga la voz del adolescente.
—Sí, soy así… me da por rachas.
Una pena miedosa temblaba en su voz. Después su mano cogió mi mano y la puso de canto sobre su garganta para apretármela con el mentón.
Habló en voz muy baja, casi un soplo.
—¡Ah, si hubiera nacido mujer. ¿Por qué será así esta vida?
En las sienes me batían las venas terriblemente.
Él me preguntó: —¿Cómo te llamas?
—Silvio.
—¿Decime, Silvio, no me despreciás?… pero no… vos no tenés cara… ¿cuántos años tenés?
Enronquecido le contesté:
—Dieciséis… ¿pero estás temblando?…
—Sí… querés… vamos…
De pronto le vi, sí, le vi… En el rostro congestionado le sonreían los labios… sus ojos también sonreían con locura… y súbitamente, en la precipitada caída de sus ropas, vi ondular la puntilla de una camisa sucia sobre la cinta de carne que en los muslos dejaban libre largas medias de mujer.
Lentamente, como en un muro blanqueado de luna, pasó por mis ojos el semblante de imploración de la niña inmóvil junto a la verja negra. Una idea fría —si ella supiera lo que hago en este momento— me cruzó la vida.
Más tarde me acordaría siempre de aquel instante. Retrocedí huraño, y mirándolo, le dije despacio:
—Andate.
—¿Qué?
Más bajo aún le repetí:
—Andate.
—Pero…
—Andate, bestia. ¿Qué hiciste de tu vida?… ¿de tu vida?…
—No… no seas así…
—Bestia… ¿Qué hiciste de tu vida?
Y yo no atinaba a decirle en ese instante todas las altas cosas, preciosas y nobles que estaban en mí, y que instintivamente rechazaban su llaga.
El mancebo retrocedió. Encogía los labios mostrando los colmillos, luego se sumergió en el lecho, y mientras yo vestido entraba a mi cama, él, con los brazos en asa bajo la nuca, comenzó a cantar:
Arroz con leche, me quiero casar.
Lo miré oblicuamente, luego, sin cólera, con una serenidad que me asombraba, le dije:
—Si no te callás, te rompo la nariz.
—¿Qué?
—Sí, te rompo la nariz.
Entonces volvió el rostro a la pared. Una angustia horrible pesó en el aire confinado. Yo sentía la fijeza con que su pensamiento espantoso cruzaba el silencio. Y de él sólo veía el triángulo de cabello negro recortando la nuca, y después el cuello blanco, redondo, sin acusar tentaciones.
No se movía, pero la fijeza de su pensamiento se aplastaba… se modelaba en mí… y yo alelado permanecía rígido, caído en el fondo de una angustia que se iba solidificando en conformidad. Y a momentos lo espiaba con el rabillo del ojo.
De pronto su colcha se movió, y quedaron al descubierto sus hombros, sus hombros lechosos que surgían del arco de puntilla que sobre las clavículas le hacía la camisa de batista…
Un grito suplicante de mujer estalló en el pasillo al cual daba mi habitación:
—No… no… por favor…
Y el sordo choque de un cuerpo sobre el muro, me arqueó el alma sobre el espanto primero, cavilé un instante, después salté del lecho y abrí la puerta en el preciso instante que la puerta de la pieza frontera se cerraba.
Me apoyé en el marco. De la vecina habitación, no surgía nada. Me volví dejando la puerta abierta, sin mirar al otro, apagué la luz y me acosté…
En mí había ahora una seguridad potente. Encendí un cigarrillo y le dije a mi compañero de albergue:
—Che, ¿quién te enseñó esas porquerías?
—Con vos no quiero hablar… sos un malo…
Me eché a reír, luego grave continué:
—En serio, che ¿sabés que sos un tipo raro? ¡Qué raro que sos! En tu familia, ¿qué dicen de vos?
¿Y esta casa? ¿Te fijaste en esta casa?
—Sos un malo.
—Y vos un santo, ¿no?
—No, pero sigo mi destino… porque yo no era así antes, ¿sabés?, yo no era así…
—¿Y quién te hizo así, entonces?
—Mi maestro, porque papá es rico. Después que aprobé el cuarto grado, me buscaron un maestro para que me preparara para el primer año del Nacional. Parecía un hombre serio. Usaba barba, una barba rubia puntiaguda y lentes. Tenía los ojos casi verdes de azules. A vos te cuento todo eso porque…
—¿Y?…
—Yo no era así antes… pero él me hizo así… Después, cuando él se iba, yo salía a buscarlo a su casa. Tenía entonces catorce años. Vivía en un departamento de la calle Juncal. Era un talento.
Fíjate que tenía una biblioteca grande como estas cuatro paredes juntas.
También era un demonio, ¡pero cómo me quería! Yo iba a su casa, el mucamo me hacía pasar al dormitorio… fijate que me había comprado todas las ropas de seda y vainilladas. Yo me disfrazaba de mujer.
—¿Cómo se llamaba?
—Para qué querés saber el nombre… Tenía dos cátedras en el Nacional y se mató ahorcándose…
—¿Ahorcándose?…
—Sí, se ahorcó en la letrina de un café… ¡pero qué zonzos sos!… ja… ja… no te creas… son mentiras… ¿No es verdad que es bonito el cuento?
Irritado, le dije:
—Vea che, déjeme tranquilo; me voy a dormir.
—No seas malo, escuchame… qué variable sos… no te vayas a creer lo de recién… te decía la pura verdad… cierto… el maestro se llamaba Próspero.
—¿Y usted ha seguido así hasta ahora?
—¿Y qué iba a hacer?
—¿Cómo qué iba a hacer? ¿Por qué no se va a lo de algún médico… algún especialista en enfermedades nerviosas? Además, ¿por qué es tan sucio?
—Si está de moda, a muchos les gusta la ropa sucia.
—Usted es un degenerado.
—Sí, tenés razón… soy chiflado… ¿pero qué querés?… mira… a veces estoy en mi dormitorio, anochece, querés creerme, es como una racha… siento el olor de las piezas amuebladas… veo la luz prendida y entonces no puedo… es como si un viento me arrastrara y salgo… los veo a los dueños de amuebladas.
—¿A los dueños, para qué?
—Natural, eso de ir a buscar, es triste: nosotras nos arreglamos con dos o tres dueños y en cuanto cae a la pieza un chico que vale la pena nos avisa por teléfono.
Después de un largo silencio, su voz se hizo más entonada y seria. Diría que se hablaba a sí mismo, con toda su tribulación:
—¿Por qué no habré nacido mujer?… en vez de ser un degenerado… , sí, un degenerado… , hubiera sido muchacha de mi casa, me hubiera casado con algún hombre bueno y lo hubiera cuidado… y lo hubiera querido… en vez… así… rodar de "catrera" en "catrera", y los disgustos… esos atorrantes de chambergo blanco y zapatos de charol que te conocen y te siguen… y hasta las medias te roban. ¡Ah!, si encontrara alguno que me quisiera para siempre, siempre.
—¡Pero usted está loco!, ¿todavía se hace esas ilusiones?
—¡Qué sabés vos! Tengo un amiguito que hace tres años vive con un empleado del Banco Hipotecario… y cómo lo quiere…
—Pero eso es una bestialidad…
—¿Qué sabés… si yo pudiera daría toda mi plata para ser mujer… una mujercita pobre… y no me importaría quedarme preñada y lavar la ropa con tal que él me quisiera… y trabajara para mí…
Escuchándole, estaba atónito.
¿Quién era ese pobre ser humano que pronunciaba palabras tan terribles y nuevas?… ¿que no pedía nada más que un poco de amor?
Me levanté para acariciarle la frente.
—No me toqués —vociferó—, no me toqués. Se me revienta el corazón. Andate.
Ahora estaba en mi lecho inmóvil, temeroso de que un ruido mío lo despertara para la muerte.
El tiempo transcurría con lentitud, y mi conciencia descentrada de extrañeza y fatiga recogía en el espacio el silencioso dolor de la especie.
Aún creía sentir el sonido de sus palabras… en lo negro su carita contraída de pena diseñaba un visaje de angustia, y con la boca resecada de fiebre, exclamaba a lo oscuro:
"Y no me importaría quedarme preñada y lavar ropa con tal de que él me quisiera y trabajara para mí."
Quedarse preñada. ¡Cuán suave se hacía esa palabra en sus labios!
"Quedarse preñada."
Entonces todo su mísero cuerpo se deformara, pero "ella", gloriosa de aquel amor tan hondo, caminara entre las gentes y no las viera, viendo el semblante de aquél a quien sometíase tan sumisa.
¡Tribulación humana! ¡Cuántas palabras tristes estaban aún escondidas en la entraña del hombre!
Y aquí, por si lo desean, la película completa, dirigida por Aníbal Di Salvo y José María Paolantonio:
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