Un día de la época de lluvias, mientras arreglaba el armario, Haruko encontró varias prendas enmohecidas. Era algo que detestaba, así que estaba vaciándolo apresuradamente cuando alguien llamó. Antes incluso que la voz de la persona, escuchó el canto de un pajarillo. Era el maderero de Agematsu en Kiso. Había venido a Tokio de negocios y se había traído el carbonerillo.
Haruko, por lo que fuera, estaba más abochornada de lo normal. Sin duda el hombre se dio cuenta de que ella no era la mujer con la que Matsuo lo había visitado hacía dos años. Pero ¿qué estaría pensando mientras miraba a Haruko? A pesar de que le dijo que su marido no estaba, el tratante insistió en dejar el pájaro, diciendo que ya lo había llevado hasta allí.
—Si deciden que no lo quieren llámenme a mi hostal y vendré a recogerlo, me quedaré todavía dos o tres días en Tokio.
—Bien. Pero no es más que un capricho de mi marido. El nunca ha tenido pájaros.
El hombre la miraba receloso, como si pensara que no decía la verdad. Finalmente Haruko le pagó. El precio era veinte yenes, diez menos que en la historia de su marido.
Cuando volvió a casa por la noche Matsuo se volvió loco como un niño con el carbonero. No se apartaba del lado de la jaula.
—¿Seguro que es el mismo pájaro? Cuando se fue me quedé preocupada, pensé que podía haber traído otro distinto.
—No, es el mismo. No cabe la menor duda.
Pero el caso es que cuatro o cinco días más tarde se presentó otra visita, esta vez era el ebanista de Nikko. Traía dos carboneros. Haruko, sonriendo, aceptó sumisamente la entrega. Como antes, el precio era bajo.
Al volver del trabajo, Matsuo abrió la jaula sin darse cuenta, creyendo haber escuchado un canto, y los dos pajarillos escaparon.
—¡Mira lo que has hecho! —Haruko salió corriendo al jardín tras los pájaros.
—Esos pájaros no valen nada. Déjalos. —El tono de Matsuo era indiferente.
Haruko contempló un momento en silencio el cielo al que los pájaros habían huido. No podía quejarse, puesto que Matsuo se había pronunciado tan terminantemente, sin rastro de lamentarlo. Incluso se despertó en ella un impreciso sentimiento de respeto.
Le parecía extraño que, cuando ya su marido parecía haber olvidado el asunto de los carboneros, tanto el tratante en madera de Kiso como el carpintero de Nikko hubieran recordado ambos sus promesas y se hubieran desplazado con las aves hasta Tokio.
Y también le resultaba extravagante que fuera precisamente ella, la esposa, la que se ocupara cada día del pajarillo que, como los dos huidos, era souvenir de las escapadas eróticas de Matsuo.
Una vez que Matsuó salió, Haruko se sentó junto a la jaula y examinó atentamente al diminuto carbonerillo, que era pequeño incluso entre los de su especie. El canto de este estimadísimo pájaro, tan constante que resultaba doloroso, se derramaba puramente en el corazón de Haruko. Cerrando los ojos, se entregó a él. Era como si algo trasmitido desde el mundo de los dioses a la vida de su marido hubiera a su vez reverberado en ella, recto como una saeta. Asintiendo para sí misma notó como sus ojos se llenaban de lágrimas.
Kawabata Yasunari
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1912 José Moreno Carbonero - Victoria Eugenie of Battenberg, Queen of Spain
(Museu Nacional d’Art de Catalunya)
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José Moreno Carbonero (Malaga, 1860 - Madrid, 1942). The Conversion of the Duke of Gandía, 1884. Oil on canvas. Seeing the corpse of Empress Isabel of Portugal , the wife of Charles V, has a profound effect on Francisco de Borja , Duke of Gandía, who almost collapses in front of one of his knights.
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EN LA GARRIGA
Vagué en el olvido del valle
entre tamariscos floridos,
y robles hinchados de agallas;
vagué en desolada garriga,
donde entre marchito follaje
despuntaba azul la violeta;
vagué por hondón solitario,
viendo al carbonero del pino
bufar sus gruñidos pequeños
y argentinos.
Ora me siento solo, invisible,
entre breña y fraga: la tarde
no destempla un grito ni un vuelo.
Me siento invisible, en la umbría;
mas de la curruca las notas
por la muda selva resuenan.
Y allá en las secretas sombras
donde estoy sentado invisible,
con su voz de flauta repite:
«¡Que te veo!».
*
NELLA MACCHIA
Errai nell’oblìo della valle
tra ciuffi di stipe fiorite,
tra quercie rigonfie di galle;
errai nella macchia più sola,
per dove tra foglie marcite
spuntava l’azzurra viola;
errai per i botri solinghi:
la cincia vedeva dai pini:
sbuffava i suoi piccoli ringhi
argentini.
Io siedo invisibile e solo
tra monti e foreste: la sera
non freme d’un grido, d’un volo.
Io siedo invisibile e fosco;
ma un cantico di capinera
si leva dal tacito bosco.
E il cantico all’ombre segrete
per dove invisibile io siedo,
con voce di flauto ripete,
Io ti vedo!
Giovanni Pascoli
di-versión©ochoislas
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