Tumgik
#lh: Colombia
a-pair-of-iris · 10 months
Text
El novio misterioso
Tumblr media
AO3 Wattpad
No era lo más atestado que habían visto el cine cerca del barrio, esa siempre sería la vez que consiguieron los boletos para el estreno de Toy Story 4; del cual salieron completamente emputecidos y llorando, así que intentaban nunca mencionarlo. Por eso, aunque fuera mitad de verano y estuvieran rodeados de personas por todos lados -con el aire acondicionado solo aumentando el bullicio y esparciendo el olor a sudor y bloqueador-, les era de poco interés la cantidad de gente, es más, la congestión servía a sus propósitos, pues estaban en mitad de una misión de espionaje.
- Deberíamos pedir una bolsa para cada uno, esto no nos va a alcanzar ni para los comerciales -exclamó Rodrigo, en medio de sus otras dos primas, el único que no tenía interés en mirar por los bordes del pilar detrás del que se estaban ocultando.
- No puedo creer que eso sea lo que te preocupa ahora… -respondió María, la pelinegra que aún llevaba los lentes oscuros bajo techo. A diferencia de su estilo habitual, aquel día iba vestida con chaqueta y pantalón deportivo, además de las zapatillas de gimnasia que jamás tocaba si no necesitaba correr en las mañanas para la profesora de gimnasia.
- Pues me preocupa bastante, siempre que me distraigo ustedes no me dejan nada… -Tenía muchos recuerdos de estar hambriento a mitad de película cada vez que se les ocurría salir en familia.
- ¡Mentiras! ¡Eso nunca ha pasado! -María se volteó en su dirección, y levantó sus lentes oscuros solo para dedicarle una mirada molesta.
- ¡Claro que sí! ¿De qué me estás hab…?
- ¡Se mueven!
La inminente discusión se vio interrumpida por la mayor de los primos, quien sujetó de los brazos a los otros dos, y a tirones los hizo avanzar con la masa de gente que comenzaba a formarse para ingresar a la sala de proyección. A propósito fueron quedándose al final de la fila, para seguir ocultándose de las posibles miradas de las dos personas a las que estaban espiando con tanta determinación.
- ¿Qué están haciendo? ¿Están mirando hacia acá? -preguntó María, de espaldas al inicio de la fila y con la cabeza gacha. Estaba convencida de que, de los tres, era la más reconocible a larga distancia, por eso no quería arriesgarse a echar un vistazo.
- No, para nada, Pancha aún está colgada de su brazo, parece que siguen conversando -Catalina intentaba verle el perfil al tipo con el que estaba su otra prima, pero hasta el momento, no había tenido suerte ni para verle la nariz, así que dio otro paso lejos de la fila, buscando un mejor ángulo. Con cada centímetro creía estar más cerca de descubrir si era más o menos atractivo que el novio anterior.
- Sigo preguntándome porqué aún no nos lo presenta, nunca se había tomado tanto tiempo con ningún tipo -comentó Rodrigo, tan bajito en la habitación atiborrada, que por poco ninguna de las chicas logró escucharlo.
- Eso mismo me preocupa ¡Quizás con qué bandido anda ahora la picaflor! Recuerdo al menos dos que necesitaban terapia urgente -agregó María. En verdad la tenía un poco preocupada su prima, pero era una mínima parte; el resto de ella no se podía creer que la santurrona de Francisca le estuviera duplicando el número de novios. Necesitaba respuestas, y saber si tenía otros prospectos secretos o qué pasaba.
- Tampoco se ve como su tipo usual, ¿Verdad? ¿Saben a lo que me refiero? -Catalina agitó la mano en dirección a la pareja. Rodrigo alzó la vista, María se volteó, y por una vez, los tres primos se encontraron observando directamente a quienes habían seguido furtivamente al cine.
Sabían a lo que se refería Catalina. El personaje a un lado de Francisca era un misterio, incluso sin contar que aún no podían verle la cara. Tenía una mopa despeinada de cabello castaño, piernas de fideo y llevaba un chaleco amplio de color rojo con rayas blancas; lo único llamativo del tipo, al menos desde atrás. No habría nada de malo, suponían, si el desfile de exnovios de Francisca no pareciera haber sido reclutado a las salidas del gimnasio.
- Quizás nunca nos presenta a los feos -musitó María, con algo de esperanza. Tanto Rodrigo como Catalina le dieron una palmada.
Continuaron con su espionaje improvisado y torpemente ejecutado, pero consiguieron entrar a la sala de proyección y ubicar sus asientos sin que la pareja notara su presencia. Aunque quedaron cuatro filas detrás, y por mucho que no necesitaran lentes, ninguno tenía super visión, por lo que continuaron avistando solo la parte trasera de sus cabezas, y de vez en cuando la punta de alguna nariz.
- Es bastante bajito, ¿Verdad? Se ven de la misma altura, nunca había tenido un novio tan bajito -comentó Catalina mientras pasaban los comerciales antes de la película. A pesar de que más de un adelanto de película le habría parecido interesante, no le despegaba la mirada a las dos cabezas, que cada tanto volvían a juntarse en medio de los asientos.
- Por eso les digo, a los patitos feos debe sacarlos a escondidas.
- Ya basta María.
- Quizás está tratando algo nuevo, puede que le hayan aburrido los bíceps y el olor a sudor -dijo Rodrigo, insertando su comentario en medio de la conversa de sus primas, así como se encontraba físicamente sentado entre las dos. Cuando éstas lo miraron, les ofreció un poco de las palomitas que sostenía sobre sus rodillas.
Habían caído en cuenta del enamorado secreto de Francisca por puro accidente. Al menos eso les había jurado María, quien, por lo que contaba, vio de casualidad el mensaje entrante de WhatsApp en la pantalla del celular de la menor, cuando esta estaba ocupada en otras cosas. No confiaban del todo en lo fortuito del asunto, pero la curiosidad los tenía en vela hace un tiempo, pues a pesar del sinnúmero de planes que habían hecho para el verano, Francisca no paraba de excusarse de la mayoría.
- No sé si le guste tanto, saben, no he visto que se den ningún beso ni nada -señaló Catalina a unos veinte minutos de haber comenzado la película. Los veía inclinarse regularmente y compartir las palomitas y el refresco, pero nada más.
- Quizás es tímido -sugirió Rodrigo, quien por una vez sentía la necesidad de defender a uno de los novios de su primita. La falta de besuqueos en verdad hacía que el nuevo sujeto le estuviera cayendo en gracia, a diferencia de las chicas.
- ¿Dónde está la pasión? ¿El entusiasmo? ¡La he visto dando nalgadas! No, aquí algo pasa, quizás sea una cita de lástima -María tomaba puñado tras puñado de palomitas mientras analizaba cada movimiento de la pareja. Cabe decir que no se había enterado de nada de la trama en esos veinte primeros minutos.
A los cuarenta minutos, Rodrigo finalmente había comprendido que la película era más de terror que de misterio, a diferencia de lo que le había dado a pensar el tráiler.
- Oh, no… oh no, no, no, no… -El chico se fue encogiendo en su asiento, en un inútil intento de sentirse protegido en la enorme habitación llena de extraños, con la enorme pantalla lista para mostrarle algo que no quería ver.
- Compórtate Rodri, aquí no puedes ponerte a gritar como en la casa -Catalina puso una mano sobre el brazo de su primo, mientras María fue más práctica que sensible, y rápidamente se hizo de la bolsa de palomitas, para mantener lo poco que quedaba a salvo del asustadizo del grupo.
- Si te pones a llorar, juro que me cambio de asiento, no me hagas pasar vergüenza de nuevo.
Cinco minutos después ocurrió el primer jump scare de la película, y el grito de Rodrigo retumbó en toda la sala, al igual que todos los otros que soltó durante el resto de la cinta.
- ¡Ni siquiera daba tanto miedo! -Gritó María, al tiempo que se deshacía de la bolsa vacía de palomitas en el contenedor justo fuera de la sala.
Habían esperado varios minutos durante los créditos a que la pareja saliera antes que ellos, mientras eso ocurría, varias personas de las filas cercanas les dedicaron más de una mirada a los tres adolescentes, que intentaban desaparecer en las butacas.
- No fui el único que se asustó -Rodrigo intentó defenderse, aunque ninguna de las dos le hizo mucho caso. Por una vez, tenían cosas más importantes que burlarse de él.
- ¡No los veo por ningún lado! María, ¿Dónde pudieron haber ido? -Catalina dio un giro completo, intentando ubicar a su prima y el desconocido, pero se habían esfumado.
- ¡Argh! -María alzó los brazos y dio un pisotazo al suelo alfombrado-. ¡No debimos tardarnos tanto! ¡Quizás a qué rincón se la llevó ese cretino!
- ¿Podríamos ir a ver a la parada de bus? -sugirió Rodrigo, ya bastante cansado luego de tantos sustos. Estaba listo para desistir e irse a dormir hasta el otro día y olvidarse de toda esta operación fallida.
- Aún es temprano, no creo que se hayan ido, deben estar en alguna tienda o por los árboles de afuera -Catalina tenía sus ojos puestos en la pizzería, creyendo que sería buena idea comenzar a revisar los puestos de comida, en caso de que hayan planeado una cita más larga.
- De hecho, pensábamos ir por papas fritas, quizás me convenza de dejarles las recocidas.
Rodrigo soltó un nuevo grito de terror, y las muchachas se voltearon tan rápido que sus cabellos oscilaron como látigos. Por detrás de uno de los pilares que habían usado antes para esconderse, apareció Francisca, con las manos en la cadera y un rostro molesto.
- ¿Se puede saber qué hacen siguiéndome como detectives de segunda? ¿Y cómo supieron siquiera que iba a estar aquí? -La chica de pelo corto se cruzó de brazos, y siguió mirándolos.
 Entre los tres se miraron por un segundo, antes de explotar en una cacofonía de voces.
- ¡Es que nos tenías locos de curiosidad!
- ¡Te estabas comportando muy extraño!
- ¡Ni siquiera quería estar aquí! ¡Ellas me obligaron!
Catalina y María decidieron ignorar aquel comentario de Rodrigo por el momento.
- ¿Por qué no nos dijiste que tenías novio de nuevo? -la cuestionó María, saltándose por completo la parte en la que se sentía culpable por espiar, y dio dos pasos más cerca de su prima- Porque ya van semanas que nos abandonas para andar con este, supongo… ¿Por qué no nos lo has presentado?
- Sí, eso mismo, chica, y digo, no lo he visto de cerca, pero parece algo lejos a tu menú usual -Catalina se colocó hombro con hombro junto a María.
 Luego de unos segundos, Rodrigo decidió imitar a sus primas, y se unió al frente que quería respuestas, con brazos cruzados y todo.
De un momento a otro, la mesa se dio vuelta en su contra, y Francisca se encontró con la cara roja de vergüenza y esquivando las miradas de sus familiares.
- Bueno, sí, tienen razón, los he dejado un poco de lado -Con dedos inquietos se reacomodó algunas mechas detrás de la oreja, y carraspeó un par de veces antes de atreverse a mirarlos a la cara otra vez- Y sé que no es del tipo con que usualmente salgo, pero por eso mismo quería ver cómo iban las cosas antes de hacer las presentaciones… ¡Pero hubieran esperado un poco más! ¡Ya lo iba a hacer!
- Oh, ¿Entonces sí te gusta? -preguntó Rodrigo, algo entusiasmado con la noticia. A diferencia de sus primas, que al nuevo modelo le faltaran músculos y unos centímetros de piernas no lo tenía tan perturbado.
Una sonrisita se posó en la cara de Francisca, y su sonrojo se hizo más visible.
- Pues sí… no sabía qué pensar al principio, pero ahora me gusta bastante -compartió la sonrisa con el muchacho, y a pesar de los rostros incrédulos de María y Catalina, continuó con igual entusiasmo- Es muy dulce, y tenemos varias cosas en común y hablamos todo el tiempo, más que con cualquiera de mis ex, creo que eso es algo bueno…
Mientras más contaba, sus primas parecían irse convenciendo de darle una oportunidad justa al sujeto. Rodrigo estaba más que listo de darle la bienvenida a la familia.
- ¿Y dónde está este pan de dios? -preguntó Catalina, pues no creía que estuviera esperando detrás del pilar a que Francisca le diera el pie para su entrada.
- Ah, justo entró al baño cuando los vi, pero ya debe venir en camino…
En efecto, no esperaron mucho, pues unos minutos después, en medio de una discusión para decidir si irían por la porción de papas o lo cambiarían por unas pizzas para todos, Francisca alzó la cabeza y le sonrió a algo en la distancia.
- Oh, ¡Ahí viene mi bomboncito! -exclamó, y los ojos se le encendieron de alegría.
Nuevamente sincronizados, los tres dieron media vuelta con la anticipación picándoles los pies.
- Uh… -dijo la única persona frente a ellos.
Que resultó ser una chica.
Bajita, delgada, con las mechas castañas y el chaleco a rayas que habían estado observando toda la tarde.
Y era una chica.
- ¡Manu! ¡Mira cariño, estos son mis primos!
Manu les agitó la mano, y al siguiente instante se sonrojó e intentó ocultarlo jalándose el cuello del chaleco hacia la cara.
- Oh por la virgencita… -murmuró María, sin apartar los ojos del fideo con pelo- Es adorable.
- ¡OH POR DIOS TIENES NOVIA! -Catalina dio un chillido que hasta a ella le sorprendió. Se tomó un momento para observar a la chica de pies a cabeza, y a continuación se lanzó a darle un abrazo asfixiante- ¡No me lo creo! ¡No me lo creo Fraaaan! ¡Ah!
- ¡Dámela! ¡Déjame verla bien! -María se acercó con los brazos extendidos, y sujetó lo primero que pudo agarrar de la muchacha, que por suerte solo fue su brazo-. Oh, cielos, olvida las pizzas, ¡Vamos a ir a probarte ropa! -comentó con algo de desdén hacia el enorme chaleco que traía.
Rodrigo se dio un minuto para sentirse desilusionado por el nuevo amigo que nunca existió, pero pronto se sumó a los esfuerzos de Francisca de recuperar a su novia de las manos exaltadas de María y Catalina. Al menos fue el primero en presentarse como la gente.
Tiempo después, cuando solo quedaban las sobras de las dos pizzas familiares que habían decidido pedir, los tres tuvieron que coincidir que esta era una pareja divina, y que Manuela untando los bordes restantes de masa con kétchup para Francisca, antes de que la rara de su prima pudiera hacerlo, era lo más tierno de la vida.
FIN
10 notes · View notes
monvria · 1 year
Text
16 Cartas.
Javiera:
  En momentos como estos me alegra haber estudiado con los jesuitas, me enseñaron a leer y escribir, y gracias a ello puedo seguir manteniendo comunicaciones contigo. Vea, aunque me hayan botado de la hacienda, me imagino porque su señora madre supo de lo nuestro, tenga por seguro que esto no acabará aquí. Por eso, corazón, extiendo mis saberes para ti por medio de estas cartas que le estaré enviando de a poquito, y en cambio, quiero que usted haga lo mismo para conmigo. Ponga su carta, por favor, en el mismo lugar donde yo deposito las mías, así cuando pase por las noches podré tomarlas y leerlas y después enviarles mis respuestas.
No las fecho porque, ya sabe, por la clandestinidad de esto.
____________________
Javiera:
  Me complace que me hayas hecho caso. Cuando pasé por la noche cerca de la ventana de su habitación y ahí vi la carta, debo de admitir que el aliento se me escapó. Más se me escapó cuando lo leí justo ahí. Lo sé, qué imprudencia la mía, pero las emociones me pudieron más. Su mensaje fue corto ¿es por el miedo a esto? Le comprendo, estoy igual. Pero mire, habrá sido corto pero igual me hizo sentir cosas. Y cuando llegué al final del mensaje, cuando me pedías que me cuidase, que comiera y durmiera bien, se me ha escapado la sonrisa boba. ¿Cómo lo haces, mujer? ¿Esto de hacerme sonreír con tan poco? Usted parece bruja ¿Qué maleficio me ha echado? Pero no importa, me gusta.
Usted que me deseó tantas buenas cosas, yo le deseo eso y algo más: sueña con los angelitos.
____________________
Javiera:
  Comprendo que queme las cartas por su seguridad. Yo las tuyas las tengo guardadas, me puedo dar ese lujo, usted no. No importa ¿sabe por qué? Porque usted tiene un gran corazón, el cual dicen que alberga todo esto a lo que llamamos sentimientos y sé que aunque queme mis escritos, ahí donde tiene el corazón, ahí está mi tinta como recuerdo. Creo en esto. Sabes, mi madre también tenía un gran corazón, uno demasiado grande, y era así. Daba igual cuánto pasara, recordaba a pie juntillas todas las veces que le dije “te amo”, y mi corazonada dice justo eso, que usted recuerda todo lo que le he escrito y lo recita como mantra, tal como yo, en mi trabajo, recito el suyo, porque esto que nos escribimos es un “te amo” aunque la frase no haga presencia.
____________________
Javiera:
  Hoy fui a misa, el Padre en su sermón dijo “todos los caminos llevan a Roma”. No me pregunte por el sermón, no presté atención, sabe cómo soy. En eso que iba para mi casa me topo con esta división de caminos. Uno va para mi hogar, el otro para el suyo. Ahí exclamé “¡oh!” porque justo me vino de nuevo esa frase cuando vi el camino. Yo digo que tú eres mi Roma, y sí, todos los caminos siempre me conducen a usted. Estoy seguro que puedo irme a la montaña más alta de por aquí, vivir ahí una temporada, y cuando baje, aun sin conocer el camino, sin duda terminaría frente a su hacienda porque eres Roma. La altiva, la recia y la necia. Esa Roma es usted.
____________________
Javiera:
  ¿Cómo puede decir que se le ha olvidado montar a caballo? Tanto que me costó enseñarle; eso nunca se olvida, cariño. Creo que me estás mintiendo. Cuando leas esto dirás “¿cómo?” pero no se haga. Es una trampa. Quieres que vaya allá y nos veamos, eso quiere. Se hace la tonta, pues, para vernos una vez más las caras. Sí, sí. Estate atenta la próxima semana y tendrá que estar en vela, iré allá y me verá, aún en la oscuridad de la noche, pero me verá.
____________________
Muchachita:
  ¿Te puede decir así? Verá, ayer soñé contigo y te volví a ver y caí en cuenta que eres bastante bajita. Me reí al verla. Le llevo una cabeza de alto, quizás una y media. Entonces para burlarme de usted le puse mi codo en su cabeza y apoyé ahí mi peso. Se enojó. Yo me reí, porque así mismo es usted en vida real.
A veces siento que mis sueños son realidades, que la usted de ahí es verdadera. Debe imaginarse mi decepción cuando me despierto y no es así. ¿Usted sueña conmigo también? Porque si es así, quizás sea cierto lo que me dijo el indio aquel, que a veces los sueños son realidades y estas se dan cuando dos personas sueñan con ellas al unísono. Si ayer soñó conmigo. . . Tengo el corazón en la garganta, mujer. Solo de pensar esa posibilidad.
____________________
Javiera querida, muchachita mía:
  No se preocupe por mí, le aseguro que el accidente no fue tan malo como lo describí en mi anterior carta. Creo que me entró la vena dramática y por eso lo redacté como tal. Pero no te enojes tampoco, por favor, que desde acá siento cuando estás hecha un huracán. Me quedó solamente una cicatriz en la frente, un tanto prominente pero nada catastrófico. Le juro que sigo siendo guapo, mujer, que no me volví el feo del pueblo. Tan así que le pedí a mi hermano Francisco que me retratara, ya sabe, él dibuja bonito, y ahí verá. Y después con ese retrato lo puede guardar o quemar, lo que mejor le convenga, pero yo insto a lo primero ¿sí? Temo a veces que se olvide de cómo me veo.
____________________
Mi corazoncito:
  Vea, anteayer andaba por la plaza del pueblo y por ahí había un artesano vendiendo sus cosas. No tenía absolutamente planeado comprarle algo pero vi una cuestión que me llamó la atención. Había una muñeca de porcelana y era igualita a ti, pero es que igualita se queda corto. Era tu viva imagen. Solo le faltaba un poco de rosa en los mofletes y eras tú. Se hizo el día el artesano conmigo. Ahí lo tengo bien guardado en una cajita para dártelo, no sé cómo porque las cartas pasan bien entre las ranuras de la ventana, no así una caja, pero usted lo tendrá más pronto que tarde y podrá confirmar lo que le dije.
____________________
Muchachita:
  Usted no sabe cuánto me complace saber que le ha gustado el regalo ¿vio que se parece a ti? Su comentario me hizo sonrojar, Dios mío, tenía los cachetes a candela viva. ¿Me da permiso para sonrojarme? Le pregunto porque dicen que esto de sonrojarse no es cosa de varones, y que ustedes las mujeres odian eso de nosotros, pero también dicen que pedirle permiso a una mujer es incorrecto, pero yo digo que sí quiero estar con usted, que lo nuestro trascienda, debo saber lo que piensas y lo que quieres, y cumplir (juntos) esos deseos.
____________________
Javiera, corazón:
  Sé que he tardado mucho en escribirle. No piense que me he olvidado de ti. Antes muerto que eso. Mire, me salió un trabajo a un pueblo más alejado de donde estás y por eso ha costado poder enviarle mis escritos. Calma, sí, es un trabajo temporal así que no se asuste, cuando vuelva a donde estaba seguiremos la correspondencia con la misma frecuencia de siempre. En esto que he estado más lejos de ti hice introspección sobre cuánto te amo. ¿Sabe a qué tan lejos estamos? Los cálculos que saqué fueron de 10 leguas. Entonces puedo decirte una cosa: mi amor por ti es tan grande como 10 leguas de distancia.
____________________
Amor mío:
  Quiero hacerte una pregunta retórica ¿Sabes cuántos llevamos en esto de las correspondencias? Nunca feché mis cartas, usted hizo lo mismo, pero recuerdo vívidamente el día en que escribí mi primera carta a usted. 16 de enero de 1871. No hay en absoluto nada especial en esas fechas, hasta ahora; ya dos años de eso es prueba suficiente como para decirte que el 16 de enero es de mis días favoritos porque recuerdo esto que hemos mantenido con tanto receloso entre ambos y es especial por ello. Mis hermanos se burlaron de mí la primera vez que les conté sobre estas correspondencias. Me dijeron “¡eso no va a funcionar!” y yo les dije que se mordieran la lengua los tres. Lo que más me llena es que justo no parece perecer este ejercicio, seguimos en lo mismo, con una frecuencia envidiable, eso me dice que aún no se ha aburrido de mí y ya sabe, yo no me he aburrido de usted.
Pero también otro pensamiento me ha invadido la cabeza. Eso que hemos durado me parece casi que inverosímil. Lo que le quiero decir es que nunca me consideré buen hombre. Usted si estuviera cara a cara conmigo me habría dicho que lo contrario, lo sé, pero me explicaré. No me considero buen hombre porque no lo soy. Para entrar a trabajar en su hacienda me valí de tretas para sacar del paso a uno que poseía más experiencias que yo. Antes de eso, con Ángel hacíamos cuatrerismo por ahí y de hecho, casi me meto a bandolero en una vuelta, sino fuera que Rodrigo me sapeo sobre que ustedes buscaban un caporal y que era mejor eso que acabar colgado de un árbol. Yo solo estaba ahí para ganar dinero, hasta que la conocí. Después de eso no he sido el mismo.
A usted le debo de agradecer muchas cosas; primero, su amistad; segundo, su amor; tercero, mi salvación por usted. Porque verá, cuando comenzó nuestras andadas me dije que cambiaría porque usted se merece algo mejor que ese diablillo que llegó ahí por puras artimañas y que quería seguir en esas sendas. Me dije que no se merecía eso. Por eso cambiaba, más buena gente quería ser, y sí vino de corazón, si no, no hubiera llegado hasta donde estoy. Y como un acto de esos, de buena gente, yo le confieso esto sobre mí a sabiendas que puede cambiar su percepción de mí, pero como la amo mucho mucho y sé que es lo correcto, no tengo más opción que hacer esta prueba de fuego y esperar su respuesta.
____________________
Javiera:
  Mi pregunta para ti es: ¿estás loca? He demorado en contestarle porque he estado analizando su propuesta. Es bastante osado. Si falla estaré yo colgado en algún árbol de la zona, lanceado por alguien de su escuadra o bien, muerto a hierro. Pero lo que más temo es por ti, lo que te pueda suceder. Pero si es así, habrá que irse lejos, muy lejos de estas montañas ¿Aguantarás el calor de las llanuras? Porque solo yendo para allá o lugares así estaremos a salvo.
____________________
Javiera:
  He logrado convencer a mis hermanos para raptarte, porque por más que lo quieras vender de otra forma, lo que haremos es un rapto. “Convencer”, bueno, no será la palaba correcta porque solo se los comenté y aceptaron de una vez. Ahora los quiero mucho. Pero en fin. Estate atenta en esta luna menguante que viene por ahí se hará esto. Ten a mano solo lo necesario. Eso es lo único que te recomiendo.
____________________
                                                                                     Moreno. 1 de agosto 1888.
Muchachita mía:
  Lastimosamente ha de esperar más. Este señor que no es más que un desgraciado aún no me paga las reses, así que le dije “aquí estaré” y heme aquí, día a día yéndole a cobrar. Pero pese a ello me puse a pensar en ti y me volvió a salir la risa boba. ¿Sabes qué recuerdo? Pues mire. Oficialmente me llamo Juan Jáuregui y usted Manuela del Cid, pero yo la conocí por Javiera Gonzáles y usted a mí por Andrés Gómez. Por cosas de la vida acá me han apodado André, que no Andrés, y he sonreído tan grande porque hacía tiempo que alguien que no fuese cercano mío se refiriese por mi nombre, o en este caso, algo cercano a mi nombre. Ahora que lo pienso, y es que ni gente cercana. Esos chiquillos endiablados tuyos me dicen “papá Juan”, pero me gustaría que me dijeran “papá Andrés” pero no se puede. ¿A usted le gustaría que le dijeran “mamá Javiera”? Me temo que sí, por los nombres eran necesarios para disipar cualquier persecución.  
Nos casamos como Juan Jáuregui y Manuela del Cid, pero para mí siempre serás Javiera y es el nombre con el cual te llamo sea aquí, en tinta, o allá, con voz. Cuando canto es el nombre que sale, cuando pienso en ti pienso es en Javiera. Mi vida la estoy edificando con Javiera Gonzáles. Por eso a veces cuando andamos en público me enerva no poder decir tu nombre a la otra persona, porque quiero decirles “sí, ella es mi esposa Javiera” y no eso de Manuela. Se me pasó por la cabeza rápido proponerte usar nuestros verdaderos nombres, pero caí en cuenta que ya ha pasado mucho tiempo y todos nos conocen por Juan y Manuela, solo nos queda ese nombre para nosotros, y mis hermanos supongo, y unos que otros amigos tuyos. Pero ya le digo y le repito que para mí eres Javiera. La altiva, la recia y la necia. Mi Roma. Mi bruja. La de muy gran corazón.
                                                                                                    —Andrés Gómez.
____________________
                                                                            La Espiga. 16 de enero de 1920.
Amor mío:
  Vieras lo que me pasó. Acá esperando a que el señor arregle la muñequita de porcelana me vino una niñita muy parecida a uno de los chiquillitos de tus endiablados chiquillos. Me dijo “¡qué pelo más blanco tiene, señor!” y yo me he reído y sonreído. Cómo pasa el tiempo, tanto que uno de mis hermanos ya no está con nosotros y cada tanto tengo que hacer un recuento de cuántos nietos llevamos porque siento que cada año salen dos más. El tiempo pasa muy deprisa y ahí me imaginé tu rostro y se me magulló el corazón. Estás como yo, con el pelo muy blanquito pero al menos mis cejas siguen siendo oscuras, las tuyas no. Y tu rostro, muy arrugado, como el mío también. Mas me alegra que podamos seguir caminando a la par; me gusta ir contigo a la plaza y sentarnos ahí a ver la gente pasar. Gracias a eso volvió a latir mi corazón, porque aún sigues conmigo a mi lado. Se me pudo haber magullado un poco el corazón pero siempre se recupera gracias a ti.
                                                                                                    —Andrés Gómez.
____________________
                                                                                           20 de octubre de 1926.
Mi querido:
  De todo lo que vivimos tengo una queja, quizás la única queja que te pueda tener: me consentiste mucho, demasiado. Como no estás espero paciente tus cartas, como siempre has hecho cuando no estamos juntos, pero no llegan. Creo que mis “endiablados” chiquillos se han dado cuenta de mi tristeza, sino no se explica que me haya visitado uno de tus hermanos. Hablamos un poco. Hablamos de ti. Me reí mucho con sus cuentos y sonreí bastante gracias a esas tertulias. Aún recuerdo cómo me hiciste “incivilizarme” (tus palabras, no las mías) solo para que calzara entre el campesinado porque según tú andaba muy de fina. No te mentiré, sí me costó, me costó pasar de mi casa de adobe a tu rancho de pencas que suelo de tierra poseía; me costó trabajar lo suyo el campo, me costó entender a las bestias y domarlas. Te maldecí una vez. Pero a las finales te lo agradezco. Sé más gracias a estar contigo a lo que sabría si me hubiera quedado allá. Gracias a ti puedo tocar la guitarra, y cantar algo, ¿recuerdas cuando canté para el cumpleaños número treinta de Ángel? Se me salieron los gallos pero no me dijiste nada, solo me sonreíste, pero no por gracia, sino por orgullo.
Dijiste que tengo un muy gran corazón. Creo que ahora me está siendo contraproducente. Sí cariño, recuerdo todas esas cartas quemadas en la chimenea. Las releía muchas veces, tantas que me sabía línea por línea lo que decía. En efecto, eran “te amos” no puestos. Pero ahora ese gran corazón lo siento un poco quebrado. Cuando me despierto siento un peso en el otro lado de la cama y me volteó rápido pensando que eres tú. Mi decepción es mayúscula cuando no te veo. Quiero que estés aquí conmigo, pero eso sería muy egoísta ¿no? Porque me imagino que allá donde estés andarás muy feliz con tu madre y cantando con tu hermano. Aún me queda tiempo aquí. A veces quiero que sea poco y otras no, porque si no ¿quién cuidará de tus endiablados chiquillos y sus chiquillitos?
Así que heme aquí, escribiéndote aunque sé que no tendré respuestas, pero lo seguiré haciendo Andrés, ¿sabes por qué? Porque este ejercicio que llevamos haciendo más de cinco décadas solo puede morir cuando los dos ya no estemos aquí. Por tanto aquí estaré llenando esa cajita de madera con estas cartas mías y las tuyas, las que ahora sí guardé, ahí al ladito de la muñeca de porcelana.
                                                                                                 —Javiera Gonzáles.
__________________________________________________________________
@animeluci-98thpg Aprovechando que aún poseía un ápice de inspiración y que a la vez estoy desempleada así que tiempo tengo, le hice esto para emendar la trapeada que le he hecho a su OTP porque donde aparezca la Javiera es para andar de loca o tener más cuernos que un vena’o. Así que algo más feliz. 
Eso no quita que es mucho más entretenido pensar a Javiera con más cacho que un toro o que los poderes sobrenaturales de Diomedes sean tal que pueda volver cuck a Andrés. Por lo menos acá nos podemos reír un poco que los hermanos hayan dicho «hell yeah, raptemos a la cuñada» sin pensarlo dos veces. 
Más tarde subo esto a AO3 para mejor lectura.
Editado
Para mejor lectura »aquí«.
14 notes · View notes
bohemianfrijolito · 1 year
Text
Tumblr media
22 notes · View notes
ecuchi-finde · 10 months
Text
Tumblr media
✨ Recomendación del día ✨
Hoy les recomendamos un hermoso y dulce fanfic escrito por @espejoobsidiana para el promptaton de 2018 Disfruten!!
8 notes · View notes
espejoobsidiana · 1 year
Link
Pairing: Ecuper (Francisco/Miguel), Colombia (Catalina), Venezuela (María) y Panamá (Rodrigo) también están por ahí. 
Advertencia: Los personajes no me pertenecen. Uso recreacional de alcohol, musica vieja, relaciones familiares. 
Descripción: “Perú está borracho y solo con Francisco y sus hermanos mientras tocan canciones tristes. Por una vez, le toca callar y observar..”
5 notes · View notes
Text
US/European countries: I didn't know the Argentinian accent was so nice to hear
Other Hispanic countries: It is pretty nice, but Colombian accent sweeps
Argentina: What the fuck are you guys on about?? Rioplatense accent is the most annoying shit ever
Uruguay, with the same accent: Agreed
Argentina: See??
7 notes · View notes
kairusart · 4 months
Text
Tumblr media
4 notes · View notes
kaimaciel · 2 years
Text
Spain: This is a great day!
Portugal: Why?
Spain: Guess whose language was voted as the 'sexiest' in the world? I'll give you a hint. Not French.
Portugal: Congrats. I guess.
Argentina: And what makes you think it was YOUR accent that won?
Spain: What? Obviously it was mine! You don't mess with the original.
Argentina: Keep dreaming. You lisp when you talk. Mine is the sexiest accent.
Chile: I knew you were egocentric, Martín, but I didn't know you were delusional.
Colombia: All of you can shut up. It's obviously my accent!
*Intense arguing in Spanish*
Brazil: I love reunions!
Portugal: I need more wine for this.
80 notes · View notes
ladylushton · 9 months
Text
ONE-SHOT / SHORT FIC
🇨🇴ColoVene / VeneColo🇻🇪
✿"Recordaba tu Belleza"✿
Cada flor que era regada contava sua história.
As peônias, coradas, sussurraram declarações de carinho, sempre inaudíveis. As tulipas abraçaram a eternidade jurada. Cada girassol se espreguiçou, satisfeito, durante a tarde quente.
Cada pessoa que comprava flores também possuía uma história.
O homem loiro que comprou orquídeas possui alguém o esperando, e esse alguém nem sabe que ele está escolhendo um vasinho. O jovem incrivelmente grande com uma trança no cabelo escolheu as suculentas como presente para a irmã. A moça ruiva atrás de árvores frutíferas quer atrair a beleza animal, mas está buscando a resposta para algo. Pelo menos é o que Catalina dizia a si mesma, já que não costumava puxar tanta conversa assim com os clientes; não até o dia em que ela chegou.
A manhã estava surpreendentemente quente e úmida lá dentro, num dia de semana só se esperava as idosas em busca de vasos decorativos, donas de casa procurando flores para a mesa e os garotos que admiravam os arranjos antes de irem para a escola, sempre com o olhar vago de quem pensa em uma garota.
“Boa tarde, você trabalha aqui?” Uma voz feminina apareceu ali.
O sotaque leve dela mexeu com os ouvidos da vendedora que estava de costas, alterando os adesivos que indicavam o preço dos sacos de musgo
“Trabalho, sim…” Respondeu, antes de se virar por completo.
A mulher parecia ter a idade de Catalina e estava ajeitando o cabelo, cuja cor escura fazia as unhas curtas pintadas de roxo se destacarem. A vendedora desceu do banquinho, sendo atraída por aquele sorriso emoldurado pelos lábios carnudos.
“Como posso te ajudar?” Completou.
“Eu liguei pra cá esses dias” A jovem explicou “Perguntei se tinham mudas de primavera, aquela grandona. Falaram que só ia chegar hoje ou na quinta-feira. Elas chegaram?”
Catalina se lembrou, vagamente, das anotações que viu no mural de Julio, o gerente: Dia 15 - María - Bugainvillea - Pedir. Viu isso alguns dias antes de avisar que chegou um fornecedor no portão.
“Sim, claro. Me acompanhe que eu te levo até elas”
María agradeceu, baixinho, e acompanhou-a pelos caminhos de brita entre plantas grandes em vasos. A cada passo, Catalina esquecia o modo correto de andar, mas se mantinha firme. Se não conseguisse falar com a mulher nesse dia, invadiria a mesa de Julio e iria encontrar o número de telefone dela.
“São ainda mais bonitas vistas de perto” Admirada, María se agachou para encarar os vasos com mudas de plantas trepadeiras. As flores de primavera são minúsculas e brancas, mas as folhas em torno delas se alteram, formando uma proteção de cor vibrante.
“Pois é, né?” Catalina respondeu, sem perceber que olhava a mão tatuada de sua cliente contra uma pequena bráctea roxa. A cor parecia combinar com o vestido que María usava. “Elas… ficam lindas perto do portão ou do muro” Tentou se recompor.
O sorriso de María ficou maior, estreitando aqueles olhos de jaguar brilhando no sol.
“Realmente. Aliás, eu vou levar essa aqui, a roxa. Eu gosto dessa cor”
“Ela combina com você”
Catalina torceu para que María não a jogasse em um espinheiro ali mesmo.
Ao invés disso, ela se aproximou mais, ficando de pé. Era ligeiramente mais alta que Catalina.
“Assim que eu pagar, pode me ajudar a colocar a planta no carro?”
Catalina, flutuando por algum motivo bobo, foi até o caixa com ela. Ótimo, ela conheceu uma mulher há minutos atrás, uma mulher que apenas sorriu e pediu ajuda para carregar uma planta. Nunca se sabe quando vai aparecer alguém bonito na floricultura, mas também não há necessidade de exagerar.
María abriu a bolsa, puxando a carteira e tirando um cartão de dentro. Catalina calculou o preço da planta e do vaso que ela escolheu, colocando na máquina amarela para que o cartão e a senha fossem inseridos. Pagamento aprovado e via do cliente entregue, com o papel amarelado saindo como um pergaminho.
“Com licença, acho que nem perguntei seu nome. Eu sou María.”
“Catalina” Respondeu, fingindo que não sabia o nome dela.
“Belo nome. Catalina” Ela testou o nome na própria boca “Catalina, realmente não tem problema em levar esse vaso? Qualquer coisa eu falo com o…”
“Não, pode ficar tranquila. Eu ajudo a levar”
Usando toda a força adquirida por levar sacos de adubo de um lado para o outro, ajudou María a levar o vaso com a planta nova até o carro.
“O carro é do meu primo, pode deixar na carretinha que eu vou amarrar” Com uma velocidade surpreendente, a doce mulher amarrou um vaso contra as partes de ferro daquela carretinha sem placa, mas acabou tirando, acidentalmente, uma das flores.
Catalina teve uma ideia. Foi rápida ao pegar a flor antes que caísse no chão e ficar de frente para María, deixando a mão subir para perto, sentindo os cabelos macios contra a pele ao encaixar a flor atrás da orelha dela. Não foi impedida em nenhuma ação.
“Essa cor realmente combina com você” Disse, admirando seu trabalho.
Sorrindo com o rosto levemente corado, ela abriu a bolsa, puxando a via do cliente que havia pego, além de pegar uma uma caneta retrátil e apertá-la. Anota algo demoradamente, usando a carretinha como apoio para o papel.
“Me chame mais tarde, Catalina” Ela falou com a voz mais aveludada e absurdamente linda já ouvida na cidade.
“Eu vou, María, eu vou” Respondeu antes que ela fosse para a porta do motorista. “Se cuida!”
Com uma piscadinha como despedida, María foi embora com uma flor e um coração naquele carro.
4 notes · View notes
hockeyandhrsepwr · 9 months
Text
It’s the World Cup Baby!
*had this idea about some of my faves left in the world cup and other athletes I like. *
A series of quick insta edits following the Women’s World Cup
World Cup Bound (Owen Power)
Quarterfinals
Netherlands (MV) vs Spain (CS)
Japan (YT) vs Sweden (EP)
Australia (DR) vs France (EO)
England (LH) vs Colombia
76 notes · View notes
luckybyler · 2 years
Note
Tumblr media
(/lh)
Thank you!!! Happy Halloween month!
Here, have a Chocoramo (Colombia's favorite cake):
Tumblr media
And a Byler headcanon: In the van, Mike and Will didn't fall asleep and accidentally put their heads on the other's shoulder. They straight-up took turns sleeping with their heads on each other's laps. .
17 notes · View notes
a-pair-of-iris · 6 months
Text
Despedida de Soltero
by Aris Oneshot para la ecuperweek 2023 Francisco iba de chaperón en la despedida de soltera de su cuñada, pero acabó enredado en una noche de pasión con uno de los hombres que rescató de las garras de las mujeres. Esta es la mañana después de eso. 1.258 palabras. Ao3
—Gracias… —susurró Francisco al recibir la taza de café que el hombre, Miguel, le ofrecía. La vergüenza hizo que bajara la cabeza rápidamente y bebió de la forma más tranquila y silenciosa de la que fue capaz, aun cuando se quemó la lengua con el primer sorbo.
El sujeto, Miguel, se apartó de la cama luego de un instante y fue a ocuparse de lo que sea que tuviera sobre la estufa, que olía estupendamente bien, tenía que decir. Se le hacía agua la boca, pero lamentablemente debía salir de allí enseguida antes de que lo tentara a quedarse con la comida, o con más sexo.
Había perdido la cabeza. Eso era: las luces de neón, la música y los vapores del bar lo habían trastornado, sin mencionar los gritos y la falta de decoro de sus hermanas y las amigas de Fernanda, que con un poco de alcohol encima comenzaron a estirar las manos hacia cualquier hombre que se les pasara por enfrente luego de que les escondieran a todos los vedettos. Entre sus víctimas se contaba el joven frente a él, al que heroicamente había arrancado de las garras de las mujeres antes de que le quitaran algo más que la bandeja con los tragos. No supo en qué momento el agradecimiento del muchacho derivó en un mutuo coqueteo y en algún punto de la noche, cuando ya tenía demasiado alcohol encima, Francisco había abandonado su puesto como chaperón en la despedida de soltera de su cuñada, para tener una noche de pasión en el pequeño loft de Miguel. Ya con la cabeza más clara luego de varias horas de sueño se daba cuenta de la estupidez que había hecho.
La falta de paredes, y la pequeña distancia que separaba la puerta de entrada de la cama les había venido estupendamente en la prisa que llevaban la noche anterior, pero ahora le impedían esconder su vergüenza de los ojos curiosos de su anfitrión, que lo observaba detenidamente entre cada sacudida que daba a las verduras. Se veía divino, con la camisa negra ceñida al cuerpo y el paño de cocina sobre el hombro, maniobrando con tanta seguridad y precisión el sartén sobre el fuego.
Bajó la mirada antes de que el rostro se le coloreara por completo. Tenía que salir de allí. Dejó la taza de café sobre la mesita de noche y bajó los pies a la alfombra dispuesto a levantarse e ir por sus cosas. Pero no tenía idea dónde había acabado todo, además de los calzoncillos que por suerte se había vuelto a poner en algún momento de la noche. Hizo un barrido rápido de la habitación y encontró sus pantalones a los pies de la cama junto a un zapato, el otro había ido a parar cerca de la puerta del baño y su camisa…
—¿Buscabas esto? —Miguel le alcanzó la prenda que le faltaba para volver a ser un hombre decente, y acto seguido se recostó junto a él sobre las mantas revueltas.
—Gracias… —Se plantó la camisa lo más rápido que pudo para cubrirse de los ojos indiscretos del otro hombre antes de que terminara de afectarlo. Por un instante se contuvo de decir cualquier cosa, pero la vergüenza finalmente le ganó y se deshizo en excusas para disculpar su comportamiento—… Te juro que nunca me había pasado esto. Nunca hago este tipo de cosas.
—¿Te refieres a ir a la cama con alguien que acabas de conocer? ¿O quedarte en su casa hasta el desayuno? —preguntó Miguel con una mueca divertida, mientras acercaba una mano a juguetear con los bordes de su camisa.
—Lo del sexo con extraños.
—Ya veo. —El joven entonces dejó en paz la ropa de Francisco, llevando la mano a descansar sin vergüenza sobre su muslo, acariciándolo suavemente con su pulgar—. Yo tampoco lo había hecho antes.
—¿En serio? —exclamó Francisco, con un tono de incredulidad demasiado evidente que hizo que Miguel levantara una ceja, indignado—. Disculpa, pero es que anoche te manejabas con tanta confianza que pensé... —Una nueva mirada de esos penetrantes ojos amarillos lo hicieron tragarse el resto de la explicación y bajar la cabeza, avergonzado—. Perdón.
—Bueno, tú tampoco eras precisamente la imagen de la timidez. —Bromeó Miguel. El moreno se levantó para quedar sentado junto a él. Su respiración le rozaba la mejilla erizándole la piel, más aún la mano que seguía reposada sobre su muslo y el brazo alrededor de su espalda que lo llevaba a recostarse.
Francisco no pudo evitar reírse de la naturalidad con que Miguel se acomodó nuevamente entre sus piernas, y se abstuvo de cualquier reproche contra sí mismo por la facilidad con que se lo permitió.
------
—Que no es un striper, es uno de los camareros… —Volvía a intentar explicarle a Rodrigo en el teléfono.
De sus tres hermanos, había esperado que fuera Catalina en su rol de hermana mayor quien acabara llamándolo para preguntar por su paradero y reprocharle la moral relajada de la que estaba haciendo gala al pasar toda la mañana en el departamento de un hombre desconocido. «Esos no son los valores que le inculcamos en esta casa», estuvo imaginando que le soltaría, pero suponía que tanto ella como María estaban conscientes que luego del espectáculo que dieron la noche anterior ya no tenían ninguna autoridad moral sobre él. Así que ahí estaba Rodri haciendo el trabajo sucio.
—De hecho, no soy camarero, solo llevaba unos tragos cuando esas mujeres me secuestraron. —aclaró Miguel, acomodándose a su lado en el sofá luego de terminar con los platos sucios.
—¡Ves! Ni siquiera es camarero, es solo otro civil inocente.
—¡¿Es que sigues con él?! ¿Sabes la hora que es, Francisco? ¡¿No tienes vergüenza hombre?! —Volvió a recriminarle su hermano.
—A él no le molesta que esté aquí. De hecho, no ha querido dejarme ir en todo el día —Los brazos de Miguel abrazándolo por la cintura mientras besaba su cuello no hicieron más que confirmarlo.
—Por favor, dime que no te la está metiendo mientras hablamos… —suspiró Rodrigo luego de escuchar sus risitas junto al teléfono.
—¡Ay! No tienes por qué ser tan vulgar. No veo qué tiene de malo que nos estemos conociendo mejor, si resultó ser un buen chico. —dijo, dándole palmaditas a la mejilla de Miguel esperando que del otro lado lo escucharan. Francisco alcanzó a oír las exclamaciones escandalizadas de sus hermanas y las risotadas de Fernanda al otro lado, confirmándole que estaban todas allí y atentas a la conversación.
—Espero que no se te ocurra venir con el cordero de Dios al matrimonio, no quiero tener que explicarles a mis hijos en diez años más quién era el aparecido que está junto al tío en todas las fotos.
—Migue, mi hermano pregunta si quieres ser mi acompañarme en su boda hetero con gente aburrida y mala música. — No sabía de dónde estaba saliendo tanta insolencia de su parte, tal vez era el apoyo de la novia lo que lo avivaba, pero francamente era interesante sentirse como el hermanito rebelde por una vez.
—Mmm, ¿Habrá barra libre? —preguntó Miguel, siguiéndole el juego.
—Creo que sí.
—Entonces iré, pero solo si puedo acostarme con el padrino —aceptó, dándole un sonoro beso en los labios, causando más gritos indignados de sus hermanos al otro lado del teléfono.
Por suerte Rodrigo no tuvo que preocuparse de relatarles esa escandalosa historia a sus hijos, siendo que para cuando llegó el primero de ellos el aparecido ya estaba bien instalado en la familia como uno de sus padrinos y marido de Francisco.
2 notes · View notes
monvria · 1 year
Text
Hermana mía, hermano mío.
Resumen: La fraternidad, bella como es, acopia odas para sí; pero ella es complicada, más aún entre inmortalidad condicionada.
____________________
Llegan a Cartagena y desembarcan rápido. El viaje, dentro de lo que cabe, ha sido ameno o por lo menos no tumultuoso, y han llegado en la hora cronometrada tal como se había planeado. Rodrigo está aquí porque ahora, tal como le han dicho, ha quedado subordinado a Nueva Granada. Le consta al chico que esto ha provocado pleitos en sus ciudades importantes, las autoridades están vaticinando un y mil hechos aún no sucedidos, temen que Nueva Granada no sea tan indulgentes como lo fue Perú y que corten esos grados de autonomía que han tenido a lo largo de los años.
Pero Rodrigo no está acá para resolver esos embrollos, ni siquiera discutirlos ni nada. Esta acá porque, por insistencia, debe ir a conocer a Nueva Granada tal como lo hizo antaño con Perú. Quien está a cargo de él en la pequeña comitiva le comparte un poco de lo que sabe; primero, no irán hasta Santa Fe, sino que el encuentro será en Cartagena; segundo, a quien le deberá pleitesía es a una mujer; tercero, no es más mayor que él.
No es mucho pero es lo suficiente, suficiente para hacerse ciertas ideas en la cabeza y ningunas de ellas logran cuajar en su imaginario. Solo espera que en trato sea igual que Miguel, sino mejor, y si es lo contrario no le queda más que apechugar.
Cuando entran a la vivienda no hay celebración ni ceremonia, no hay nada. Solamente quienes lo han estado acompañando y quienes, supone, viven y sirven en esta vivienda. Ellos rápidamente se presentan, se saludan solemnemente y hablan a mil de diferentes tema, pero rápido unos de los hombres le llama y lo direcciona al fondo del vestíbulo y ahí está, Nueva Granada, con dos personas al lado franqueándola. Lo han estado esperando, sabe.
Rápido se presenta, de forma bastante penosa, pero la chica no le recrimina ni comenta algo al respecto. Entonces se presenta ella, de una forma bastante mejor que él, mucho más, y medio se acompleja de eso.
Pero los encargados quieren que se conozcan como es, más a profundidad, y por eso le dejan a “solas” en una sala de la morada.
Ahí Rodrigo se da cuenta de la formas de la joven frente a él. Tiene modales impecables y por eso le da pavor; está todo tan mínimamente calculado que lo siente antinatural. Por ello es imposible que no venga a colación el recuerdo del trato de Miguel. Miguel también tenía modales impecables, pero cuando no había nadie lograba soltarse un poco de esa exigencia.
Quedan ahí metidos una hora y cuando sale solo sabe que ella se llama Catalina Gómez, pero que sin ningún problema puede referirse por su nombre y no por el apellido, que lo prefiere de hecho, y que le tratará bien, como debe de esperar. No hubo mucho más aparte de eso y presagia él que la relación que tenga con ella, cual sea que tengan, va a ser como mucho frívola, de subordinado a maestro, quizás más distanciada que la que tuvo con Miguel que solo existía por temas económicos, marítimos y portuarios y ya.
Pero esa visita no es la última y la siguiente queda es viviendo una temporada con ella, lejos de las tierras donde él tiene jurisdicción, cosa que se vuelve más cotidiano en él viviendo más en estas tierras que en las suyas, la cual visita apenas tres meses como mucho. El resto del año está bajo el techo de Catalina y así la conoce más.
Los domingos no se trabaja, es lo que dice el padre de la parroquia en el pueblo montañoso donde se han quedado esta temporada. Aprovechando ese día han ido a los potreros que colindan ya casi con la selva porque Catalina quería dar algún paseo por la zona, pero este paseo es de los que se interrumpen a cada tanto el paso, porque la muchacha cada que algo le llama la atención va y lo agarra y lo tantea en la mano; lo mira con una agudeza de gato porque algo que ha aprendido Rodrigo viviendo este tiempo con ella es que su curiosidad es mil veces más fuerte que la de él, por eso, piensa el muchacho, destaca tanto Catalina. Su empirismo la lleva a estar varios pasos por encima de él y no le sorprendería si esa fue una de las razones por la cual Antonio la nombró virreinato.
—¡Apaña!— Dice Catalina y toma casi desprevenido al chico que, por suerte, logra atrapar lo que le tiró. Cuando lo ve, del susto cae de culo porque en sus manos tiene una muda de serpiente. Catalina solo se ríe —¿No lo has roto, sí? No hay culebras en la zona, no se asuste— Pero Rodrigo le quiere replicar que si hay piel hay culebras, pero Catalina, sin voltearlo a ver, porque anda virando rocas a ver qué encuentra debajo de ellas, le dice que es raro que esté la serpiente justo donde ha mudado de piel.
Rodrigo no le puede replicar eso, porque desconoce si es cierto o no y, entonces, prefiere meter la piel en el zurrón que está cargado de todas las cosas que a ambos le han llamado la atención a lo largo del paseo. Si les pillan llevando basura a la casa más de una regañada les darán, pero Catalina es bastante perspicaz y sabe cómo esconderlo, si no, sabe qué decirle a sus cuidadores para salir endeble.
Catalina se para y se limpia las manos con la nagua y prosigue su camino. Está en su ambiente, en total plenitud, gusta más de estar en el campo y selva que del pueblo o ciudades, un contraste con él.
Se adentran en la selva y escuchan sus sonidos, pero lo que más se oye es una corriente de agua al fondo, posiblemente el río o la quebrada cercana al pueblo, donde su gente va y recoge el agua, y el cual llama poderosamente la atención a Catalina que ha salido corriendo hasta allá. Rodrigo grita y pide que le espere, que lleva el zurrón consigo y está bastante pesado, le hace ir más lento que ella a pesar de ella ir en nagua y le toma un par de minutos llegar hasta donde está.
Catalina está sentada en una roca a orillas del río, con las alpargatas fuera y los pies metidos al agua. La ve temblando, el agua está fría y aún no se acostumbra y ha quedado hipnotizada viendo el agua. Siempre hace eso ella, quedar en blanco cuando está en un río o una quebrada, incluso delante de un riachuelo; hay algo que la hace ponerse en ese trance y el cual él nunca ha podido desvelar el porqué, y ella tampoco le dice, porque eso es una maña que ha captado de ella, que resguarda fuertemente ciertas cosas de su forma de ser.
Y sigue aún muy inmiscuida para sus adentro que cuando el otro le alcanza y le posa las manos encima de los hombros hace sobresaltar a la chica, quien entonces contesta con agarrarle por los hombros y tirarlo hacia abajo, quedando bruscamente sentado al lado suyo. Pero quitando ese pequeño percance, al igual que ella, él ha quedado viendo al infinito, no hacia el agua sino allá, hacia la selva.
—Cuéntame algo, Rodri— Dice Catalina. Rodrigo se le queda viendo a lo boboleto.
—¿Qué?
—Me lo debes porque cada noche, cuando no puedes dormir, vas y me buscas solo para que te cuente cuentos.
Sí, tiene razón Catalina, pero Rodrigo no es un buen cuentista, no es su don y por más que piense es incapaz de inventarse todas esas historias que a Catalina le resulta tan sencillas de crear. Sea cual sea el cuento de ese día, es totalmente nuevo y refrescante.
—Si cuentas algo, lo que sea, le contaré algo personal mío— Fue la propuesta expedida de Catalina para con él. Le sorprendió y no quiso descartarlo; en todo lo que llevan viviendo juntos es raro que la muchacha diga algo de sí misma, cuestiones personales, es reacia a contarlo y lo poco que sabe han sido cosas tan banales que a veces le sorprende que se lo haya ocultado.
—¿Es así?. . . — Le dice, viéndola a la cara antes de volver a mirar hacia la selva recordando hechos de dos siglos atrás —Mi nombre. . . fue en honor a ese hombre que exploró mis costas— Pero piensa y después añade— Nuestras costas—
Pero para aquella época Catalina sabe que sus costas no eran suyas y, muy posiblemente, las costas de él tampoco fueran de él.
—Este señor— Prosigue el chico —No recuerdo el nombre pero sí el apellido; Núñez de Balboa es. Bueno, ese señor me dio el nombre, en honor a ese explorador llamado Rodrigo de Bastidas— Antonio poco lo vio en aquel entonces, sino que nada. Rodrigo estuvo más al cuidado de estos señores españoles que del propio España. Aun así recuerda una vez estando en Acla Antonio lo vio y se le acercó, y recuerda vívidamente el «¿Cuál nombre le dieron?» y él contestó «Rodrigo» y le sonrió —Ese fue el nombre, el apellido vino después, un siglo después cuando en Natá de los Caballeros, que es un poblado yendo hacia el oeste de mis tierras, había un cura que me cuidó un tiempo y le agarré tanto cariño que le dije que me diese su apellido—
Es cierto y al mismo tiempo no. En efecto, su apellido «Ayala» es por ese cura, pero él ya poseía un apellido para ese entonces. Su segundo apellido «Dávila» le es sencillo de rastrear, sabe muy bien quien se lo dio fue Pedro Arias Dávila que, que en su rivalidad con su propio yerno y viendo cómo el nombre de Rodrigo se lo dio él, quiso hacer lo mismo, pero como todos ya lo conocían por ese nombre no le quedó de otra que apellidarlo dándole su propio apellido y utilizarlo, en parte, como una burla para con el propio Balboa. Para ese tiempo, por edad, no captaba todo ese hecho rancio. Ahora, estando más grande y pensando en ello no le da más que un gran pesar.
Pero más pesar le dio compartir apellido con él, quien fue parte fundamental del porqué ya no recuerda si tuvo padre o madre, abuelo o abuela. Antes de España, Balboa y compañía no recuerda casi nada, como si el mero hecho de vivir bajo el yugo de Pedrarias fue lo suficiente como para intentar olvidar cualquier cosa antes de ellos. Quizás por eso queda tan anonadado viendo la selva y porque prefiere los pueblos y ciudades a éstas.
—¿Eso es todo? —¿A poco quiere algo más?
Catalina se ríe. Le está vacilando, pilluela que es —No, no. Está bien, ganas por hoy— Vuelve ella a ver al agua, ve su reflejo y las pequeñas ondas que nacen por mover su pie aquí y allá. Hay alguno que otro pececillo nadando por ahí, acercándose cada vez más al pie de la joven que, cada que mueve, asusta al animal y se esparce por ahí —Le podría ser recíproco y contarle sobre mi nombre, pero le diré sobre otra cosa. Me gustan los ríos—
—Como si no se notara.
Pero Catalina rápido le pega a la espalda con la palma abierta, acción que suena, para hacerlo callar o mejor dicho interponer su autoridad a la de él. Le dio la palabra y nunca le interrumpió, exige lo mismo para con ella —Y los lagos, y los riachuelos, las quebradas también. El mar un poco, no mucho— «Me da miedo» quiere agregar, pero prefiere guardarlo —Porque me recuerda a alguien importante—
Su acompañante le mira con interrogación. Catalina en cambio se debate si decirle o no, no se lo ha dicho a nadie más, ni a sus superiores y no tiene por qué decirle al chico al lado suyo. Por mera jerarquía incluso lo puede castigar si se sobrepasa en preguntarle, pero cree ella que quizás sea eso necesario, decirle a alguien sobre ella y su relación.
—Madre, a mi madre me recuerda— Añade Catalina y vuelve a ver al agua, más cerca de lo que ha estado en todo este transcurso —Si miro al agua siento que la puedo ver, ella, su rostro, todo. Ella está ahí, viéndome también— Eso quiere creer, incluso quiere creer que esa mujer que recuerda con tanta efervescencia es su madre. Ve a los niños de diferentes poblados y algunos tienen padre, pero todos tienen una madre y desde siempre se ha preguntado cuál es la suya. Esa doña, quien cuando ve al agua a veces se le aparece, si hace eso significa algo y quiere creer ella que es una conexión entre ambas, y si es eso, una conexión, quiere pensar que es una de madre e hija como ve en los pueblos y sus habitantes.
Rodrigo se acerca más al agua, copiando lo que ha hecho Catalina, a ver si puede visualizar lo que sea que ve dentro de allí pero Catalina, quien por fin ha salido de su trance y ahora le invade el miedo porque ha sobrepasado el dar información más de lo necesario, quiere evitar que el otro indague más y como acción solo se le ocurre meter rápido una mano, agarrar agua y tirárselo a su acompañante para que se le quite cualquier atisbo de pregunta que pueda tener. Y le funciona, porque él se embravece y hace exactamente lo mismo y acaba en una guerra de tirarse agua a las orillas del río. Es un método muy infantil para evitar hacer frente, piensa Catalina, pero a las finales aún sigue siendo muy joven y el otro igual y aquí nadie les ha visto, solo han sido ellos dos y como mucho, espera ella, su madre también.
Cuando terminan su guerra de echarse agua, se piden no volver a contar sobre ello, porque ambos ahora quieren que esa información que se han compartido no sea oída por otros aparte de ellos. Ahora sí, ya jurado lo dicho, han salido huyendo de ahí porque ya es tarde y no quieren meterse en problemas, sobre todo Catalina quien en su posición le pesa más. Pero como si la vida les odiase, justo cuando intentan cruzar la cerca, puesto que en la vivienda donde han quedado es la única en todo el pueblo con el perímetro cercado, se ha molido los dedos de su mano derecha al escalar el portón de cañazas. Ambos quedaron trasquilados. Rodrigo en un acto de caballerosidad se ha querido tirar la culpa pero Catalina no cede y se echa la culpa ella, diciendo que todo ha sido su plan, desde salir de aquí hasta escalar las cañazas y tal para entrar, y que por consiguiente el castigo solo a ella debe ser.
Quedaron igual de castigados, más a la susodicha que al otro, pero terminó con ambos volviéndose más cercanos. Para Rodrigo ya le ha disipado en parte el temor que le socaba ser subordinado a Nueva Granada. Para Catalina es más el hecho que ya no se siente tan sola como antaño.
____________________
Ha quedado un buen tiempo viendo y reviendo la hoja en mano, como si del cielo le fueran a caer las respuestas. Sabe que su emancipación de España será bien recibida por su hermana, pero es consciente cómo le ha llamado durante esos diez años cuando prefirió ir por las sendas realista y no unírsele, denegando las solicitudes de Bogotá y Cartagena, incluso reventándole los barcos cuando mandó a una serie de incursiones para desterrar a cualquier realista del istmo e independizar el área como tal; quizás sea ella quien debería pedirle disculpas después de todos esos problemas.
Pero aquí está, buscando las palabras correctas para redactar la carta. Se ha decidido, claro está, de las tres opciones por la más plausible. Su élite le ha dejado claro que dinero no hay, en las arcas solo hay polvo y que debe de decantarse por una unión ante estos tres: México, Perú o Colombia. Rodrigo no sabe cuántas esperanzas haya tenido los dos delegados mandados por el Imperio Mexicano, pero sabe bien que no les debe de sorprender el no ponderar su solicitud; México le es tan ajeno como le fue su lealtad a España hace nada, poco conoce a los gemelos y lo mismo para aquellos que conformaron la Capitanía General de Guatemala quienes se les ha unido.
Sus autoridades eclesiásticas en cambio pugnan fuerte por Perú. Hablan y hablan maravillas del susodicho. «Recuerde don Rodrigo, que Panamá y Lima están más cerca entre sí que de Santa Fe». Hacen alusión a la historia y los hechos, que lo del siglo diecisiete fue un error y tiene la oportunidad de enmendarlo, si es que debe enmendarse.
Pero el resto, quienes en verdad tienen el poder, la economía y lo militar, insisten por la tercera opción y al muchacho también empieza a aceptarlo; tiene una corazonada y, en parte, están ahí sus hermanos, con quienes ha convivido a lo largo de estos siglos y quienes, quiera o no, lo conocen mejor y viceversa. El proyecto también le resulta convincente. Entonces, a pesar de la división entre opciones, casi no recibe ninguna negativa por decantarse en ésta, mas le han dicho que redacte la carta a ya sabe quién.
La cuestión es que no halla las palabras, porque siente que esto ya es una carta más personal que diplomática.
Tamborilea los dedos en la mesa y cree que se le ha ocurrido el mensaje perfecto. Con pluma en mano escribe y escribe. A veces borra una línea que no le gusta, o no ve menester, y prosigue con su prosa hilando palabras, ideas, hechos. Está tan absorto que se le pasa el tiempo y cuando termina, ya la tarde hace presencia, pero tiene entre sus manos la carta perfecta y vuelve a transcribirla, esto sí, para quedar en una hoja pulcra en totalidad.
El mensaje está redactado de tal forma que no importa a cual hermano le llegue la carta, quien en verdad podrá captar el verdadero mensaje es Catalina.
Entonces no le debe de sorprender que sea ésta quien le responde, ya sea porque fue a la única que le llegó la carta o la única que se tomó la molestia, pero lo que en verdad sí no le debe de sorprender es la brevedad de la respuesta. Es un simple «Me complace» proseguido de un manchón todo extraño en la hoja, como un tachón, tan impropio de ella, de algo que es ahora ilegible. Pero a pesar de lo breve, sabe, todo lo que ha vivido así lo demuestra, que el júbilo que debe tener Catalina por la noticia es inmensurable.
____________________
Los resoplidos que anteceden a las muecas es lo único que han hecho ambos hombres durante unos largos minutos. Llevan así, intentando detenerlo pero les es imposible. Francisco porque lleva desde hace cuatro días sin creer lo que ha hecho, y ver al responsable en la condición en la que está como castigo, no ha hecho más que intentar salir desde los labios una buena carcajada que hasta el momento ha hecho bien en evitar emitir. A Rodrigo no le importa que Francisco esté obteniendo gracia a costa suya, al contrario, están en las mismas que él de intentar no carcajear, más por verle la cara con mueca toda rara que hace su hermano en su dura batalla contra la risa.
Se lleva las manos y ladea la cabeza de un lado a otro para calmarse. Cuando cree que lo ha hecho, alza la mirada y ve a Rodrigo y vuelven a empezar de nuevo las muecas y resoplidos. Rodrigo solo puede sonreír de lado mientras cruza los brazos a la altura del pecho y ve hacia arriba, hacia el techo y sus vigas de madera.
Escucha un respingo, por el moquillo seguro —No lo puedo creer— Dice Francisco, Rodrigo sigue viendo al techo —Usted ha cometido tal salvajada. ¿Creyó que iba a funcionar?— Añade y no le importa esperar una respuesta, tiene todo pero es que todo el tiempo del mundo.
Rodrigo exhala y se toca el mentón, lo rasca, pensando en una respuesta correcta —Si le digo que sí miento— Responde —Pero no me arrepiento— Prosigue y se encoge de hombros.
Lo que no sabe Francisco es que él no ha hecho nada aún. Su pecado fue comentarle a Catalina que esto de Colombia era un fangal, que la ha hecho más mal que bien y que prefería constituirse como un país hanseático en una forma deliberada para corregir su metida de pata porque ahora, se pregunta, si no era mejor irse con Perú cuando sus clérigos se lo comentaron en aquella reunión hace cinco años atrás.
Entonces no le sorprendió que hace tres noches atrás, cuando andaba tirando pata por el monte de por ahí, le hayan retenido porque pensaron que intentaba irse del lugar. Aún con el aliento atorado en la garganta trata de aclarárselo a Catalina y aunque al final ella titubea en una intento de reconocimiento ante el error, termina igualmente por “castigarlo” por sublevación y como muestra de ejemplo, que no perdona a nadie aunque sea hermano suyo. Su castigo es privarlo de libertad durante un tiempo, en un cuchitril de celda, hasta que haya pagado por su insolencia.
Pero Rodrigo no se puede quejar, en parte, porque aún en su intentona de castigo ejemplar es nada comparado a otros. Reconoce que Cundinamarca le ha sido laxa y tiene más comodidades que alguien en su igualdad de condición. Solo se ha cebado en una cosa y cuando salga se lo hará saber, pero mientras tanto es como si estuviera encerrado en su cuarto, solo que mucho pero mucho más pequeño.
Por fin deja de ver al techo y mira a la cara de Francisco quien no le ha quitado mirada desde entonces. Ve también cómo en esa cara serena ahora cambia a preocupación, porque el Istmo se ha levantado de su lugar y se le acerca, se le acerca y sabe que no será para nada bueno. Cuando está en los barrotes le hace señas para que venga.
—Pancho.
—No.
—¿No? No de qué, sino te he dicho nada.
—No, no quiero. Cuando se refiera a mí como “Pancho” es porque algo trama.
Ahora es Rodrigo quien resopla y hace muecas. Tiene razón Pancho en parte. Desde esto de Colombia han dejado de lado referirse por sus motes que tuvieron durante la colonia. Coco, Cata, Pancho, Roro, Rodri no existen en sus vocabularios porque se han inmiscuido en este proyecto y ahora tratan de actuar siempre como adultos pensando que, eliminado ciertos atisbos de su niñez, dígase en este caso los apodos o recortes de nombres, les han conferido más madurez. Cuando son utilizados ahora es porque alguna vivarachez quieren hacer.
—Cómo somos los más desvalijados, los más pequeños y nuestro poder político es basura, digo yo que nos sale mejor separarnos de esta cosa, unirnos usted y yo y conformar un nuevo país. Al menos estaríamos en igualdad de condiciones, creo yo— Le comenta Rodrigo y éste sólo ve como Quito se vuelve a tapar la cara con ambas manos, encorvarse y, por fin, reírse sin impedimento. Rodrigo le acompaña con la sonrisa más ancha que ha lanzado en meses; se estira y vuelve a reclinarse de costado contra los barrotes. Saca un brazo para abanicar a su hermano, no vaya a ser que quede sin aire.
—¿Sabe qué significa cuando dos entidades conforman un país en “igualdad” de condiciones?
Rápidamente el Istmo vuelve a estirar el brazo entre los barrotes, a ver si puede alcanzar a Quito para propinarle un buen cascote por intentar entrever que él no sabe, pero como está lo suficientemente lejos se ha quedado el primero con las ganas —Por supuesto, y no se preocupe, no es necesario que compartamos lecho matrimonial; camas separadas hasta alcobas, que somos muy machos para que dos varones compartan cuarto aunque estén “casados”— Ahora carcajea Francisco y Rodrigo ríe.
—Tentador, tentador— Responde Francisco mientras restriega sus dedos en los ojos enjuagando las lágrimas de la risa e intentado que el moqueo no empeore.
Pero no añade más porque han recobrado rápido la compostura. Han escuchado pasos afuera y en cada segundo este se amplifica. Saben que alguien viene para acá y por ello han tomado sus posiciones originarias, se han quitado el habla y hasta las miradas.
Cuando entra Catalina no les sorprende, ni tampoco cuando no le dirige mirada alguna al Istmo mientras le pregunta a Quito cómo se ha comportado el retenido. Quiere Rodrigo burlarse de ello pero no está aquí para sumar una noche más en la chirola. Al menos Francisco es un buen cómplice y alaba el “buen” comportamiento que ha tenido su hermano todo este tiempo, sin añadir más ni menos información, lo suficientemente aceptable para que Cundinamarca por fin le de libertad bajo amenaza de volver hacer algo similar si vuelve a repetir lo cometido. «Habrá más castigos, peores incluso».
—¿Peores dice? Más me he sentido castigado por usted negarme el derecho a bañarme que por estar encerrado aquí. Huelo a rata muerta.
—Huele peor que rata muerta— Le contesta Catalina, pensando que su hermano le replicará, pero no pensó que su réplica vendría en forma de abrazo para pegarle el olor inmundo que cargaba encima. Para más inri Catalina no puede con la fuerza del otro y le es imposible despegarlo de sí. Está a dos de volverlo a encerrar si no fuera que justo ahí entra María, que entre risas intercede por él e impide que Catalina se vuelva a cebar con él.
____________________
Hay un hecho que Rodrigo siempre dio fe de ello: Catalina no llora. No lo hizo de niña, ni de adolescentes y de adulta nunca lo vio. Máximo fue cuando en ciertas circunstancias poseía los ojos aguados, pero no escapó ninguna lágrima. Los únicos atisbos de vulnerabilidad eran esos, los ojos brillosos y el cambio de tono de voz por intentar que ésta no quiebre.
Para él, Catalina era infranqueable en ese aspecto. Felicidad, esperanza, irá, enojo, euforia, impaciencia, preocupación, culpa, todos eran sentimientos más que aceptables para su hermana ¿Pero tristeza? No, porque es la puerta a la vulnerabilidad, aquella que desde niña, cuando le dieron el Virreinato, ha hecho lo imposible por ocultar. Ha hecho de su propia persona una mitificación, de aquello que buscan y esperan de ella y lo ha cumplido a rajatabla.
Entonces le sorprende que cuando entra a su alcoba la ve hecha una bolita en la cama. Pareciera que no ha captado que hay un intruso en su cuarto porque no lo larga ni emite comentario alguno ni da muestras de reconocimiento a su presencia.
Aún tiene un poco de respeto a la privacidad de su hermana así que cierra la puerta detrás de él y se le acerca a la cama. Se sienta en los bordes de la misma y le toca el hombro pero ella sigue sin reconocerlo. Casi que parece un cadáver, porque no hay movimiento alguno más allá del sube y baja del pecho. Sabe que Catalina está en shock o en fase de duelo, porque no hace mucho se han largado Quito y Venezuela. Ha sucedido lo que los cuatro sabrían que sucedería tarde o temprano, ya desde el atentado contra el Libertador.
Admite que le sorprendió que los primeros días haya estado ella impasible, al menos por fuera, porque la conoce bien y sabe que ira es lo que burbujea desde sus adentros, pero lo ha ocultado lo suficientemente adecuado para que nadie más que él sepa de ello. Pero al parecer todos tienen un punto de quiebre y por fin el de Catalina ha llegado.
La agarra por los hombre y la moviliza de tal forma que la hace parecer casi que un muñeco de trapo. Están casi que de frente en un abrazo, y la mujer sigue sin verle la cara pues lo ha escondido en el pecho de su hermano, pero sus manos se aferran fuerte en donde están posadas. Escucha por primera vez quejidos. Son bajitos, casi que debe pegar su cabeza a la de ella para captarlos, pero ahí están. Ahora sabe que Catalina sí llora. Igual no la detiene por más que esté destrozando la camisilla que lleva puesta entre lágrimas y mocos de la susodicha; no tiene palabras para decirle tampoco porque él no sabe consolar, nadie le ha enseñado eso y si lo hace sabe que lo hará torpemente.
Solo le queda acompañarla que, para su gran sorpresa, ahora él también está en las mismas pero por razones diferentes. Mientras que Catalina llora por el fracaso de este proyecto llamado Colombia y lo que ha implicado, él llora por la destrucción de la imagen mitificada que tenía sobre ella, porque la imagen que ella vendió a sus mayores y jefes él también la compró.
Cundinamarca se aferra con más fuerza a él, tanto que seguro habrá dejado marcas en las áreas de la espalda del otro donde se ha agarrado. Rodrigo intuye que es una petición, que no la deje, que sigan juntos en un nuevo proyecto. Si Cundinamarca hubiera alzado la cabeza en ese instante y le hubiera visto a los ojos, sabría que el Istmo le dio una negativa a su solicitud. Por eso le sorprende que una semana después de aquella noche le hayan compartido la información que él se ha ido y que seguro intentará constituirse república tal como lo han hecho sus hermanos.
____________________
A Rodrigo no le sorprende que cuando se acerca al balcón, allá en el segundo piso, vea abajo a su hermana practicando esgrima con su sable. La casa donde están es relativamente grande, pero no lo suficiente para seguir alargando este juego que es evitarse lo máximo posible el uno del otro.
Catalina, quien es ahora la República de la Nueva Granada, no le hizo gracia el último intento de separación de su hermano. No puede creer en parte que haya aprovechado la guerra civil para irse. Pero ahora, nuevamente, está bajo su techo. A su hermano no le sorprendió nuevamente un castigo por ello, pero vaya que sí el método.
Como antaño se la cortado libertades, pero en vez de recluirlo en un cuartito, lo ha hecho en la vivienda que llevan compartiendo desde hace más de tres décadas. Se podría pensar que es una situación mucho mejor, pero para el hombre no es así, porque al menos en un cuchitril sabe que no tiene libertad pero en la casa, todo libre para él y algo de sus alrededores, no, es un espejismo solamente. Lo sabe bien porque no puede irse más allá de las inmediaciones del mismo, porque cuando lo ha intentado lo ha parado en seco el caporal.
Su hermana quiere que esté siempre al lado suyo, tanto así que ya parece sombra suya. Solo ha salido de aquí cuando ella se va muy lejos del área. Confirmó esto una vez, cuando ella se largó de la casa por un mes entero. Le resultó raro y cuando pidió respuestas le han contado que no está muy lejos, a solo un día a caballo como mucho.  
Recuerda bien que esa vez el aburrimiento fue tan atroz que pensó que cayó en la locura, manifestándose en como él se dejó crecer el vello facial. Algo que comenzó como un arranque de locura (y curiosidad, en parte) lo dejó totalmente perplejo cuando vio que creció uno lo suficientemente satisfactorio, entonces se lo dejó. Por tanto casi se ríe cuando llegó su hermana de aquel viaje y lo vio. A la pobre le cogió un patatús y el hombre hizo bien en aguantarse la risa porque sabe que, al no reírse, hará rabiar más a su hermana; sacará conjeturas que se ha dejado esa pelambrera en la cara para joderla y ya, pero como no lo ha hecho, esto de reírse, ahora no sabe qué pensar la mujer.
La locura le salió bien y fue un buen vacilón y vio como en las comidas Catalina no podía  dejar de verlo, aunque lo intentara disimular. Para salvaguardar la salud de su hermana decidió cortarse la barba, pero se dejó el bigote y ahora es una constante en la mesa.
Una constante en la mesa porque es el único lugar donde se ven seguido. Se han evitado lo máximo posible, tanto que a veces es cómico. Si uno está en la planta principal el otro estará en el segundo piso. Si uno está al norte de la vivienda el otro seguro andará por el sur. En el este, en la biblioteca, al oeste en uno de los tantos cuartos que tiene la casa. Y así con cada recoveco de la morada.
Pero a Rodrigo ya le está pasando factura esto del aburrimiento, entre la libertad de mentiritas y evitar su hermana lo máximo posible, no tiene mucho con qué entretenerse. Ya la biblioteca se la ha pateado de arriba abajo, y debe admitir que tampoco es un hombre de letras, no al grado de su hermana. Solo le queda su queridísimo rabel, que por suerte se lo han podido traer. De sus posesiones es la que más atesora, más aún que lo adquirió por mano propia, antes de independizarse de España, cuando fue a Veraguas y un campesino de las montañas le vendió dicho instrumento. Desde entonces se ha dedicado día y alma a tocarlo, y le ha sorprendido que haya sobrevivido tanto tiempo en sus manos. Entonces se lo ha pasado en todo este cautiverio tocando su rabel, día sí y noche también, diferentes toques que recuerda cuando estaba en sus pueblos, cuando la muchedumbre se ponía a palmear y cantar.
Apoyado en el barandal del balcón ve como Catalina por quinta vez desde que presta atención estoca un tronco de madera. Está cansada la mujer, puede ver, la piel está brillosa del sudor y es bastante notable la respiración de la susodicha aunque él esté a esta altura y un tanto lejos. Cuando ella se voltea cruzan miradas. Ninguno de los dos osa quitarla y han quedado así, viéndose en todo lo que no se han visto durante este tiempo.
Cuando dejan de estar en ese duelo de miradas, su hermana desaparece de su vista; ha entrado a la morada y por algún motivo, por algún gusanillo del interior seguro, él permanece donde está.
Ha demorada bastante pero a las finales llega. Rodrigo supuso que la demora tiene una excusa simple: se fue a bañar. Porque Catalina quizás no sea tan caprichosa de su imagen comparada con María, pero aun así gusta de estar pulcra en todo momento y jamás permitiría estar con él estando toda sudada si el momento no lo amerita. Por tanto llega, bien aseada e incluso puede captar el olor a jabón de ceniza y se siente al lado de él, en este banco de dos plazas de madera.
En su mano lleva el rabel y sorprende a su hermano, quien tiene los ojos abierto de par en par. Catalina se lo cede pero aún no dice del porqué ha traído consigo el instrumento. Está mirando al horizonte, como pensando qué decir, hasta que por fin halla las palabras.
—¿Puedes tocar?— Le solicita y el hombre solo puede alzar la ceja, porque esa no es la respuesta que esperaba. Ve a Catalina mordiéndose el labio, buscando nuevamente en su mente qué decir —Siempre lo he estado escuchando, aunque no nos veamos, aunque esté en otro cuarto, siempre llega a mí lo que tocas. Me gusta. No sé qué música es, pero me gusta—
—¿Le gusta la música en rabo de micho?— Le contesta y la mujer voltea rápido la cabeza, para verle con la cara de incógnita más grande. Ante un «¿Cómo?» y riéndose seguido, el hombre también se ríe con ella —Rabo de micho, como el animal, así se llama el instrumento—
—Micho, micho. . . Así les llamas a los gatos, creo. ¿A dónde ve que esto tenga forma de cola de gato?
—Por la voluta, esto de aquí— Le enseña Rodrigo —Que en conjunto con el mango le da esa imagen de cola de gato. Incluso aquí, ve — Se acerca más, para enseñarle —Si ve, pareciera cuando los gatos caminan y enrollan sus colas, cuando están felices pues. Por eso le dicen rabo de micho—
Pero deja de alargar el tiempo y le concede su petición. Toca una canción, no tiene nombre pero su autor se llamaba Eusebio Gallardo, un indio civilizado de La Mesa, quien le acompañó aquella vez en Veraguas. Si el Señor es misericordioso seguirá vivo el indio. Recuerda bien los acordes, porque todo el día el indio tocaba, y Rodrigo anonadado le pedía que repitiera una y otra y otra vez, hasta que quedó grabado a fuego en su memoria. Es una canción más alegre que triste, y en un sonido agudo. Cuando Rodrigo termina de ejecutar la pieza ve que Catalina tiene la cabeza apoyaba en las palmas de las manos, y que tiene los ojos cerrados, pero sabe que le ha escuchado en todo lo que lleva tocando, su mera sonrisa la delata.
—Bien escondido lo tenías. No me mire con esa cara, sabe a lo que me refiero. Veinte años atrás Rodrigo, veinte años.
Capta lo que quiere decir y casi modula el «¡ah!» de impresión. Por la vergüenza se rasca el bigote —Ahora ya sabe porque apestaba tanto al tocar la guitarra— Ve posado el rabel de forma solemne en su regazo, antes de empezar a girarlo de un lado al otro en su eje, viendo cada una de sus partes —No puedo tocar ningún instrumento de cuerda que posea más de cuatro—
—No guitarras, entonces. Solo eso.
—Usted tiene el requinto, María la bandola, de Francisco no recuerdo qué instrumento; yo tengo el sovacón, pero nunca me lo vieron porque no traje instrumento conmigo, solo éste, y no lo sacaba por miedo a perderlo y por eso tampoco me lo vieron. Así que sí, esto y lo otro, es lo único que puedo tocar. Ya ve porqué lo manco.
Catalina se ríe, es bueno saber la razón piensa —Incluso en eso discernimos, pero ya verá, un día usted y yo tocaremos a dúo una pieza, con el mismo instrumento. Lo sé— Lo dice tan convencida que hasta el hombre le cree. Pero ve entonces que Catalina vuelve a ponerse seria, hasta que cierra los ojos para añadir —¿Puede tocar otra?
Por suerte puede decir que posee un buen repertorio. Le complace y vuelve a tocar, otra canción sin nombre y tono nuevamente alegre. Han quedado hasta la noche, uno tocando y la otra escuchando; se cometan y añaden historias. Pese a todo, la música sigue siendo el puente que los une a ambos.
____________________
Era la primera vez que el Istmo estaba en frente con Alfred F. Jones, personificación de los Estados Unidos de América, quien andaba por sus tierras. Cuenta él que estuvo por la capital colombiana y antes de regresar a su casa ha venido acá a pasar unas semanas. Al Istmo no le convencía del todo el cuento echado por el rubio, pero independiente del qué hará de buen anfitrión, lo mejor posible al menos, porque aunque antes no se han visto las caras Rodrigo conoce bien a su gente y ya años atrás le han sido un problemón y si tuviera las suficientes agallas los catalogaría casi que de ladillas.
Alfred tiene un porte altivo, una postura un tanto peculiar que algunos podrán tachar de falta de educación y una sonrisa constante, tanto así que parece antinatural. Es bastante risueño pilla Rodrigo, y parece no molestarle ensuciar sus lustrosos zapatos mientras camina por las calles de tierra de Ciudad de Panamá. Incluso cuando no es tanto él quien lo hace, sino un chiquillo sin padre que corre por las calles y pisa un changual salpicando al rubio. Dándose la vuelta el chirre ve su error y sabe que el susodicho es gringo y cuando se disculpa no hay más que horror en su cara, pero Alfred no parece molestarse y asiente al niño en reconocimiento aceptando las disculpas, dejando que éste salga corriendo lejos de ahí.
Por eso el Istmo se torna cauto con él. El gringo no se ajusta a la previsión que tenía de él, adquirida de tanto tratar con su gente y de las jugarretas que le ha hecho desde que se firmó ese tratado y las cuestiones del ferrocarril. Hasta parece diferente a las cartas que el rubio le ha mandado, bastante concisas pero amenazantes. Acá en cambio Alfred es bastante amistoso, concede el castaño, tiene un interés en todo lo que ve y no le hace asco incluso indagar en los recovecos de la ciudad viendo a su gente hacer cosas. Parece el tipo que es capaz de hacer oficio de mierdero por un día solo para vivir la experiencia de recoger mierda de las casas y depositarla en el lugar designado para ello.
Al menos no todo es disidía en su ciudad y puede alojar al visitante en el Central Hotel, que parecer ser del gusto de Alfred. Quizás por eso nunca lo veía por acá, porque tiempo atrás le han remitido que él andaba por Colón («Aspinwall le dicen, señor») más nunca le dio por pasar acá, seguro, a sabiendas que esto era más un pueblón que ciudad; no presentaba las comodidades con las cuales se había encaprichado ya hace tiempo. No está a su altura. Pero al menos este hotel es lo suficientemente bueno para él.
Una vez llegado al hotel piensa que por fin podrá despegarse del gringo e irse para su casa, allá en Santa Ana, sino a descansar o bien ver qué nuevo trabajo le han dejado en la mesa. Pero el rubio, cortés él, lo invita y Rodrigo para seguir manteniendo la hidalguía (no vaya a desencadenar otro incidente de machete y plomo) accede siendo la única muestra de que no quiere su rostro cansado.
Jones es el que toma las riendas de la conversación y habla de todo. Toca sus temas favoritos, habla de las ciencias naturales y la paleontología con tal entusiasmo que caracterizaría a la de un niño. Es bastante elocuente y da gusto escucharlo, algo así como da gusto escuchar a su hermana en su faceta de cuentista. Aunque el Istmo no mete mucha cuchara en la charla, sí añade uno que otro comentario e incluso preguntas, las cuales Estados Unidos contesta con toda la alegría del mundo, extendiéndose más allá de lo necesario a la hora de responder, pero al castaño no le molesta.
Tiene carisma, admite, tanto o más que el francés y lo acompaña esa viveza que parece caracterizar a cualquier país de este lado del hemisferio.
Mientras pasa el tiempo también lo hacen los temas de conversación, entonces no le debe de sorprender cuando de un momento a otro tocan temas de política. Con una cara de interrogante deja que el rubio se explaya, y vaya que lo hace, tanto así que ya empieza a tocar temas que le salpican directamente al Istmo pero éste, queriendo saber qué piensa el otro, no lo para y deja que siga.
Habla un poco de esto y un poco de aquello, con bastante soltura puesto que ahora son los únicos en el salón, no hay oídos franceses ni colombianos en la sala. De a poco va a más y llega en un punto que arremeter contra Colombia, su hermana, diciendo que no entiendo cómo carajos no le ha cedido a él la construcción del canal si ya ha hecho el ferrocarril y era implícito que también haría lo otro. Que se ha dejado engatusar por el francés otra vez, solo porque su población babea por él y porque tiene la suficiente cortesía para dejarse invitar a beber chocolate caliente santafereño.
Está a dos de decir cierto adjetivo hacía su hermana, que es justo la línea del cual no debe pasar, que lo ha dejado más que claro cuando el rubio lo ha visto levantarse rápidamente, tanto que ha caído la silla donde estaba por lo brusco del movimiento, y ha dejado el decoro a un lado poniendo dos puños contra la mesa, el cual hace sonar, como soporte al peso del hombre.
—¡Basta!— Dice el Istmo, en tono fuerte pero con calma, en contraposición a la acción que ha hecho hace segundos, pero aún su postura muestra lo contrario.
—¿Es su hermana, cierto?— Contesta en su inglés tan característico, aún con su sonrisa, que poco a poco va borrándose en el rostro —Mis disculpas por la insolencia—
Han vuelto como estaban minutos atrás, ahora con el ambiente tenso. También ha vuelto la sonrisa a la cara de Alfred, menos grande pero ahí está, y le sonríe con complicidad. Parece satisfecho consigo mismo, al menos, es lo que capta Rodrigo. Vuelven los temas inocentes y ahí siguen, solo que ya el castaño no participa y deja el otro decir cualquier cosa, más porque anda pensando en lo que acaba que suceder que en otra cosa.
Ya cuando por fin puede ir a su casa es que se inmiscuye en sopa de techo. Aquello que le ha dicho el gringo es suficientemente serio para contárselo a Catalina, no solo el adjetivo, que es lo de menos, sino la arremetida contra ella. El Istmo no piensa que Estados Unidos haya sido tan imbécil como para contárselo a bocajarro. Entonces capta, él le ha contado todo eso porque sabe que no le dirá a Colombia; le ha testeado y se ha salido con la suya. Así como él dejó que el rubio hablase para saber más de él, lo mismo hizo con él en contarlo todo aquello hasta llegar a la línea. Ha visto la laxitud con la que dejó quejarse y seguro captó las grietas entre la relación de ambos hermanos porque ante una relación consolidada no dejaría que llegase a quejarse hasta donde se quejó.
Lo peor del caso es que ha atinado el gringo porque Rodrigo no piensa contárselo a Catalina. Se lo guarda porque es información valiosa que sabe y seguro le servirá a posteriori.
____________________
El secretario no está convencido pero Rodrigo le insiste que no ha pasado nada, que no debe preocuparse y puede irse de ahí. Si algo necesita, le llamará, mientras tanto no. El secretario de simpático bigote duda, le da una última mirada y termina acatando lo solicitado por él. Cuando ve la puerta cerrar el hombre puede dar un suspiro grande.
«Ay Dios. Señor, señor» piensa para sus adentros. Qué vergonzoso que el pobre señor tuviese que entrar para verificar que todo estuviera bien. No pensó que su risa fuera tan estruendosa como para que alguien se preocupara. Pero no es de menos, sí que le causo gracia la carta que tiene en la mano.
Veintiún años, veintiún largos años que por su propia naturaleza le debió parecer un parpadeo, pero no ha sido así. Entonces a veces pilla que este año ha sido más largo en pasar pero el anterior no y vuelve a emboliarse en esto del tiempo. Pero retoma. Veintiún años ya. Desde que se separó de su hermana y ésta, con rabia y todo, se la ha jurado. Han tenido sus piques incluso, como el del 08, pero a las finales cada quien tienen sus propios dolores de cabeza y se han ignorado la mayor parte del tiempo. Más se ha enfocado en todo el calvario que supone tener a Alfred a dos que tres pasos de su casa y resolver lo de la frontera oeste, que ya lo ha llevado a pelearse con la vecina y tirarle plomo por consiguiente, ya sin inmiscuirse en todo el aquelarre de sus políticos y ver como se destrampan por el rampante personalismo que andan gestando y sus cismas. Así que no ha tenido tiempo de resolver las cosas con Colombia e imagina él que ella tampoco para con él.
Pero entonces le ha llegado una carta, una carta personal y otra diplomática. La primera solamente para él y, en una pequeña nota afuera del sobre que venía con ella, dejaba en claro que solamente él podía leer el contenido de esta carta, sin nadie más a sus espaldas, a solas pidió. Y cumplió.
Se imaginaba él una carta cuyo mensaje era quizás maldiciéndole, quizás siendo más diplomática pero con una que otra jurada en ella. Quería él, en parte, que fuera todo lo contario, no uno con un mensaje de condescendencia, pero al menos sí a partes iguales, que reflejara ya sus condiciones y dejar de lado esas tornas de señor y subordinado que han cargado tantos años atrás, desde el siglo diecisiete. Pero Colombia le sorprende porque su carta ni párrafo lleva, ni línea si quiera, son dos simples palabras: «Le reconozco». Es tan absurdo que ha tenido que reírse porque no lo cree. Le ha hecho la misma jugarreta que hizo el siglo pasado, cuando mandó lo que quedaban de realistas en el istmo a Sevilla y le notificó la independencia.
E igual no le debe de sorprender, debe sentirse tonto también, porque si hay una característica un tanto peculiar que lleva encima su hermana es el hecho que a veces puede ser bastante lacónica. «A veces decir poco es más» fue lo que le dijo una vez dentro de una carpa, siglo atrás, en estas expediciones de guerra de independencia. La recuerda con un manto en los hombros, por el frío, y él también poseía uno que no le ayudaba en nada, cosa que le hizo no escuchar lo que antecedía a esa oración. Pero entonces ella añadió que se estaba comparando con María (¡cuándo no!) y la forma en que daba órdenes a las milicias. María, como siempre, se explaya y explaya y, cuenta Catalina, podía ver los rostros de dudas entre la soldadesca porque no captaban bien lo que quería decir la pelinegra. No sabe si creerle eso a Catalina porque, aunque lo niega, sabe que a veces envidiaba ciertos aspectos de María y, en esos raros momentos que se sentía inferior a ella, solía decir cosas referente a ella degradándola. ¿Qué María era mejor soldado que ella? Pero al menos ella no llegaba toda desvalijada bañada en cortes y sangre ¿Qué María tiene más osadías en desarrollar los planes? Pero de qué le sirve si a las finales lo discute con ella y solo es aceptado si tiene su visto bueno ¿Qué María es, y siempre ha sido, más libre que ella? Pero, bueno, alguien debe ser el que los ponga en la tierra y echarse a los hombros esa responsabilidad, y eso le corresponde a ella.
Vuelve a suspirar y es que le ha entrado la añoranza de épocas pasadas. Le pesa el pecho también. Aprovechando que no hay nadie más que él en el salón se desparrama en la silla, como si estuviera en su casa y vuelve a mirar nuevamente la carta y su mensaje. Lee una, dos, tres, cuatro, varias veces que no puede contabilizar. Y se irgue, porque quiere contestarle aunque no haya mucho qué responder pero, cuando va redactando ya el segundo párrafo se rinde y evacua el plan. Es muy pronto. Han pasado veintiún años pero aún es muy pronto. Siente que, si se han de hablar nuevamente, el primer encuentro después de veintiún años, tiene que ser cara a cara más que en cartas que lo ve un tanto impersonal para el contexto en que los atañe.
____________________
Don Máximo viene de la estirpe de los cimarrones, eso cuenta él, usa todo su ser como muestra de ello; su piel negra, el cabello corto y crespo, la naturalidad con la cruza el monte sin miedo alguno; hasta les ha contado que sabe de toques con los que se solían comunicar su gente en la selva, toques de tambores de cuñas, pequeños, porque la movilidad en la selva era crucial para sobrevivir. Por eso le funge como baquiano, porque se sabe a pie juntillas el camino para llegar a la vieja Yaviza. Lo que no sabe don Máximo es que sus dos protegidos pueden llegar al poblado sin la necesidad de un guía, porque aunque puedan demorar más, tarde o temprano se orientarían a la dirección en la que es porque este terreno se les hace tan familiar que les anula el temor a perderse. Pero matan el ego en el momento y tampoco les negará su buena voluntad, ni las burras que les ha prestado como transporte, porque acá carretera no hay y aún la calle de tierra y piedra es lo normal.
El don está ansioso, dice que falta poco, no menos de media hora y que han llegado en buen día —Tú y tú — los señala a ambos, con dos dedos de la misma mano, en forma de tijeras y con ojos abierto como gato —¿Celebran Reyes? Acá lo celebramos, al Niño Dios también, todas las noches hasta el seis— Ahora ha sembrado la incógnita el cimarrón y parece ser que no quiere compartir más.
Colombia, que ahora y en todo el viaje solo se ha referido como Catalina, le manda una cara de interrogante a su hermano haciendo que éste simplemente se encoja de hombros. —Déjalo ser, no le mates el sentimiento. No seas mala— es lo único que comenta el hombre y como respuesta solo obtiene un pepo de corozo, que lo ha lanzado Coco, porque cómo se atreve a ponerla de mala. Pero no lo ha hecho de forma maliciosa, claro que no, si debe describirlo es más en la naturaleza de cómo hacían de niños cuando nadie veía y querían desquitarse de forma sana.
Tampoco es que se puede quejar, ella fue quien vino hasta acá, sin que el otro le invitara. Vino porque necesitaba un descanso del tumulto negro que se había formado en su casa, que por gracia divina su superior lo ha controlado, incluso le recomendó unas vacaciones y, de todo lo que podía escoger, lo hizo acá. Se lo comentó en una carta cuyo remitente iba a su hermano, no el del sur, el otro, pese que han sido casi ya cincuenta años sin verse. Aún hay cierta animosidad entre los dos, lo siente, pero se revela más en forma de torpeza en cómo tratarse. Sigue dándole vergüenza recordar cuando le recibió en el aeródromo, se saludaron, ahí normal, hasta que quedaron viéndose las caras porque ¿qué es lo que prosigue? Entonces lo “enmendaron”, intentando abrazarse de forma lerda pero no es lo mismo y abortaron la acción. Y volvieron a verse las caras.
Qué mal que aún les quede unos cuantos minutos más de trayecto, porque no quiere recordar más nada de esos momentos hasta que le pidió una solicitud. Pensó que se lo negaría, porque quién es ella para andar solicitando cosas en casa ajena, pero el otro solo asintió una, dos, tres veces y le dijo que está bien. Este plan de venir acá es idea suya, parte de su escapatoria momentánea, y quizás de algo más.
Por fin entran al pueblo y el don ha salido corriendo calle abajo diciendo «¡Mama, mama!». Ambas naciones quedaron estupefactas y se ven los rostros buscando una explicación. Sienten los ojos posados en ellos, los ojos de los habitantes de este pueblo y por ello prosiguen su paso por donde ha ido su guía.
Catalina inspecciona el pequeño pueblo, le parece familiar, similar a unos que tiene a lo largo y ancho del país. Las casas son de madera, de tambo, una que otra de pencas tipo rancho; las primeras a veces como cuartos anexos también tiene estructuras de penca. Son de uno y dos pisos, algunas con balcón y otras no, y las que tienen son diferentes, con balcones largos que dan frente a la calle y otras con un pequeño balcón, de tipo cubículo, hecho quizás solo para dos sillas y poco más. Quienes tienen el privilegio de tener balcón en la vivienda lo aprovechan al máximo, ve, porque donde haya balcón ve vida y la gente, en su mayoría ya ancianos, los niños y mujeres, hacen vida social principalmente ahí.
Algunas de esas personas son amistosas, cuando cruzan miradas saludan y algunos incluso sonríen. Los niños son los más ansiosos y alzan ambas manos hacia arriba saludando enérgicamente. Los más mayores, quienes pueden corretear por ahí sin tener un adulto detrás de la nuca, los persiguen saludando y preguntando por su nombre y ella les contesta porque no hay necesidad de quedarse muda. Uno bastante vivaracho le señala el acento, diciéndole que es raro y de dónde es por eso y ella solo ríe, porque le hizo gracia en parte, y porque era la excusa perfecta para guardarse de información. Por el rabillo del ojo capta que su hermano vio este intercambio y sonrió antes de volver la vista al frente, haciendo un “aquí no ha pasado nada”, pero Catalina no ha querido quedarse con la duda y le va a preguntar, sino fuera que Máximo regresa, disculpándose, pero presentándole a su madre que con sus buenos años encima aún camina a paso rápido y tiene una lucidez envidiable.
Su presentación revela mucho de la señora. Es la partera del pueblo, también la más versada en la cultura de su hogar y quien preside las celebraciones de la vieja Yaviza, sabe sobre plantas y medicinas y es tan ágil con las manos porque de pequeña arreglaba las mallas de pesca de su padre. Tiene seis hijos, Máximo uno de ellos y es el segundo mayor, pero dos están fuera de aquí y del Darién. Hace par de años que ya no le llegan para el Día de Reyes visitantes que no sean de los caserones y pueblos circundantes a éste, y por eso está contenta, porque por fin le ha llegado gente extranjera y si algo le encanta es compartir sobre su cultura que tanto ha amado y protegido.
Son los que le ceden techo también. Un cuarto un tanto pequeño en el segundo piso, tiene una cama de tambo y penca y hay una hamaca auxiliar. Un taburete hace de mesa para poner cualquier cosa encima suyo y arriba de la cama hay un chuzo colgado en horizontal, donde intuyen y ahí suelen colgar una que otra ropa. A ninguno de los dos le molesta esta modestia, al contrario, les hace revivir recuerdos ya no tanto de la niñez, sino de todo lo que han vivido a lo largo de los años donde a veces se dormía en la tierra, otras en bohíos, algunas en ranchos, casi siempre en casas de adobe y, ahora, en una casita de madera franqueada por el río y el Darién al fondo. Mamita Blasina les ha dicho que «mi casa es su casa» y que se sientan cómodos, que no teman caminar por ahí solo que respetando las alcobas personales, por supuesto, y que aprovechen el pequeño balcón de la morada. Dice también que aprovechen lo más costoso de esta casa, habla de las dos sillas de cuero curtido recién adquiridas, tan pulcras que las tachuelas ni óxido tienen, pero les hace el inciso que hoy no, porque ya está anocheciendo y deben ir al centro del pueblo a festejar el penúltimo día de Reyes.
Ninguno de los dos quieren hacer rabiara a los anfitriones, tampoco hay necesidad, y desde que Máximo habló sobre los Reyes y el Niño Dios a ambos les ha picado la curiosidad de saber de qué va esa celebración.
Van caminando solamente ellos dos, no se pueden perder porque el pueblo es chico y hay gente yendo para allá, por tanto llegan en minutos ya cuando el sol está casi por ocultarse y son las lámparas de queroseno las que alumbran el lugar. Pero antes de llegar ahí desde hace dos cuadras atrás ya escuchan toques al fondo, son sonido de tambores de diferentes afinaciones lo que han escuchado. A Catalina se le hacen tonos familiares, que no similar, como si ya lo hubiera escuchado en otra parte.
Se han sentado en uno de los bancos porque no son protagonistas de la festividad, como foráneos prefieren quedarse al margen y ver. Pero no les dura mucho el plan cuando un hombre de la multitud se le acerca, específicamente a Catalina, y le extiende la mano invitándola a participar. Duda pero siente un empujón en la espalda. No le hace falta mirar que es su hermano quien le incita a aceptar. Entonces cede pero en eso que se levanta y va le escucha decir «y no me la devuelva» y ella, sin mirar atrás, le dice al parejo «y no me regrese con él».
Antaño por la insolencia le habría dicho algo, un regaño o similar, una confrontación cara a cara y algo más. Pero mucha agua ha cruzado por debajo del puente y ya no es lo mismo, son otros tiempos; ella tampoco es la misma y para bien, se repite siempre, ha vivido tanto en tan poco tiempo que ha relegado la iracundia; más miedo ha tenido ella contra sí misma que contra España, más cerca ha estado (apuesta ella) de fenecer por su propia mano que por un tercero y eso ha volcado en ir en otra dirección.
La tambora indica el ritmo, las palmadas acompañan al primero. Son dos filas, mujer contra hombre y bailan al son de la música, frente al altar del Niño Dios. Las cantalantes, porque no hay una específicamente designada para ello, sino que toda mujer presente fungen como tal, evocan una canción de muchos temas: viajes, diario vivir, árboles y flores, Cristo y más. Catalina les acompaña en las palmadas en vista que no sabe la letra, y baila también, con su parejo del frente, pero a eso que termina el canto quienes tienen al lado salen de la pista y les dejan solo los dos ahí.
El ritmo, que anteriormente era de cadencia lenta, adquiere rapidez y ahora a la tambora, además de las palmadas, se le añade otros tambores que acompañan en la emisión de sonidos. Es como el sonido de horas atrás, aquél que le evocaba familiaridad. Ve al parejo bailándole en cortejo y ahí ya todo le hace sentido. Baila con la misma soltura que él, cada paso que hace va en sintonía con el hombre y pareciera pues que han practicado para este momento, porque todo movimiento es coherente y ninguno titubea en dar tal o cuál paso. Desde la multitud quienes no participan ni en canto comentan sobre ello. Tiene buen oído Catalina y escucha «qué bonitos pasos», «esa muchacha es de aquí» y alguien, que ella no ve, contesta «de Garachiné,  seguro»; pero un niño dice no, que ya habló con ella y su acento es raro y no es de estas tierras; otro de ahí confronta al chirre y entonces Catalina deja de prestarle atención a lo que dicen.
Más interesante es escuchar lo que dice la gente sentada a su costado, casi de espaldas. Son más comentarios de alabanzas pero hay uno en particular que le llama la atención. «Varios reales hubieran dado por ella, solo para bailar una pista» y uno, sabe muy bien quién, contesta «cotizada está, y mucho, y me halaga haber compartido pista con ella» y a Catalina le invade el orgullo.
Da una vuelta, y otra más, y ahí acabó todo. La ovación (dentro de lo que cabe) es grande y sus protectores, Máximo y su señora madre, se le acercan a felicitarle. Vuelve donde anteriormente estaba, en la banca larga, y por el cansancio e intentar calmar su respiración no ve que Rodrigo no está ahí, sino es hasta que le pone una mano en el hombro, como antaño y, como aquel entonces, se sobresalta pero no se desquita, ya no, más le presta atención lo que le extiende: un vaso con guarapo.
—Para la señora de Garachiné y máxima de reales.
—Y la más cotizada, no lo olvide— Le contesta Catalina y el hombre solo le toca reír.
Cuando Catalina despierta es más del mediodía. Se asusta y sale del cuarto, pero no ve a nadie hasta que se asoma al balcón y ahí está Rodrigo sentado, viendo el paisaje, no más. Cuando capta su presencia solo atina a decir «Eu» como saludo y ésta casi tiene un encuentro con su palma en la cara.
Bien desayunada y almorzada por igual regresa al balcón. Se le une a su hermano que sigue ahí y quedan un rato sin decirse nada, hasta que ésta lo ve de reojo y algo capta su atención. El hombre se asusta porque le viran la cara sin previo anuncio y ahora queda viendo es a su hermana y no, por décima vez, a dos loras cotorreando.
—Antes de irnos allá se afeita, ¿sí?
—Tú. . . ¿con qué autoridad?
—¿Desde cuándo me tuteas?
—Oh, disculpe usted, madame. Mandamás de los Andes, los llanos y los dos mares.
—Y el Darién.
—No. El Darién ya tiene uno, yo, su monsieur.
—Tanto suyo como mío es, no sea ridículo. Pero aféitese, hasta le haré el favor— Porque a Catalina aún no se le ha olvidado aquella vez cuando llegó a la morada y lo vió, con barba y bigote del más feo gusto adornando su cara, que gracias a la divina providencia se lo quitó y dejó el segundo, más aceptable. . . hasta cierto punto.  Y aunque ahora solo tiene los cañones de pelo quiere evitar por todos los medios que crezca más, por su bien, porque da igual cómo sea su relación siempre le hará la salvedad que debe ir bien presentado cuando esté en público.
—Favor, favor— Dice Rodrigo antes de levantarse y tomar rumbo adentro —Quédate aquí, vuelvo—
Cuando vuelve trae consigo un saco, objeto que conoce bien porque en todo este viaje lo ha visto solo que, queriendo dejar el chisme a un lado, no le preguntó el porqué de su presencia o qué traía adentro. Admite también que se olvidó del mismo.
Su hermano mete el brazo dentro del saco y de ahí extrae un acordeón, de botones, y se lo cede.
—¿Un presente? ¿Para mí?
—Sí, bien. Nunca pude serle recíproco. ¿Recuerdas lo último que me regalaste? Allá por el ochenta y ocho, o nueve, por ahí.
Hace memoria e intenta recordar. No recuerda exactamente la ocasión, porqué o qué, pero en ese entonces le regaló un zamarro de piel de jaguar, para cuando cabalgase o fuese a cazar o como mejor lo emplease, pero también recuerda otra cuestión. Que después del regalo y un poco de charla ésta llegó a discusión. Tan arribistas ambos, se sacaron los trapos sucios, hasta que en un punto como contrarréplica Catalina le dijo que para qué quería volver a ser estado federado, si sus gobiernos, bien debe saberlo porque fue prueba de ello, eran tan efímeros y degenerados, como él; que diese gracia a Dios que aún seguía con vida. Encolerizado Rodrigo le alza la mano, para pegarle, pero nunca baja; ha quedado suspendida al aire porque ambos han vuelto en sí, en shock, sin creer hasta dónde han llegado. Catalina con los ojos abiertos de par en par, y él también, pero es ella quien tiene la postura más tensa y quien le recorre un hilillo de sudor por la sien, en una posición más de ataque que de huida, pero sintiéndose más vulnerable a la par.
No hubo golpes, pero tampoco disculpas. El hombre recogió sus cosas, asintió a modo de despedida y se fue. Fue, en parte, la última vez que lo vio, porque desde entonces no se vieron más las caras y la única comunicación que tenían eran por cartas, más por obligación que por placer, y era todo tan lacónico entre ambos, tan impersonal, que todo dentro de la escrito parecía falso, si no es que lo era.
—Sí, ya recordé— Pausa y se irgue buscando mejor posición en la silla de cuero —¿Pero qué le hace pensar que sé tocar acordeón?
—De tus tierras me llega acá música de acordeón. Es increíble la radio, ¿no crees?
—Ajá. Haciendo memoria, mucha memoria, ¿Qué fue lo que me dijo aquella vez? ¿Qué era manco para ciertos instrumentos? Mire, yo también— Dice, mira el acordeón y le asusta; son muchos botones y cuál hace qué cosa —Mi gente del norte le gusta, sí, no significa que sepa.
—Entonces te enseño.
—No me hagas reír.
—Ríase, pero te enseño. Yo sé tocar; mandé al diablo al violín y ahora el acordeón es mi único amor, querida o amante, y te la quiero compartir.
—Eso no es muy cristiano de su parte— Pero ese comentario ha salido con tanta debilidad de su boca que Rodrigo sabe que ya ganó.
Ahí pegan más las sillas, casi a la par, y Rodrigo comienza haciéndole una demostración. Le indica, pues, que lo vea más como una armónica y así le irá mejor. Le enseña los tonos, cuándo o no abrir el acordeón, la posición más amable para tocar y así se van. Catalina lucha, porque tocar un instrumento de buenas a primeras no es fácil, mucho menos si es la primera vez, pero ahí ve que le es natural. No toca como experta y tampoco como para decir que se defiende, pero sale notas más claras de las que puede creer.
En eso que siguen Rodrigo le hace la salvedad que siempre se va por los tonos más graves y ella solo se encoge de hombros. Entonces él le sonríe a mitad y dice que es natural para ella, «es lo que toca tu gente al fin y al cabo». El hombre también ve las manos de su hermana, que ahora que presta atención nota los cortos furtivos aquí y allá. Se muerde la lengua, para no preguntarle sobre ello, tampoco es un enigma, sabe bien de dónde vienen dichos cortes tanto de ahí como el gran qué le adorna la frente. Para cuando se enteró lo que le pasó no hace mucho, ha querido escribirle para saber cómo está, pero por pura cobardía no lo hizo y ahora, teniéndola en frente, lo cobarde de nuevo sale a la palestra.
Aunque buen escenario lo tenso entre ambos aún sigue en el ambiente. Han tenido una cordialidad en todo este transcurso pero aún no es suficiente, no tanto como para hacer preguntas y contestaciones equivalentes de dónde salieron sus nombres o si creen haber tenido familiares antes de Antonio. Quizás, solo quizás, en otro momento será.
No saben cuántas horas llevan en esto, si es que llega a horas, pero a Catalina ya los dedos le piden clemencia y para por hoy. Cuando los toca con los pulgares puyan y, en la punta, está roja. Rodrigo se apresura a agarrarle las manos y sobar la punta de los dedos, aplicando una técnica de acordeonistas que ha conocido y que le han enseñado para aplacar el dolor de tanto tocar.
—Con más práctica verá como tocarás como Dios manda, y si hay suerte, se cumplirá lo que dijiste; usted y yo tocando al unísono una pieza con el mismo instrumento.
Sorprendida abre los ojos Catalina. Se le olvidó aquello y le impresiona que lo haya recordado, pero es cierto que lo prometió. Ve el detalle que le hace Rodrigo a sus manos y cuando éste se retira toca la punta de sus dedos, ya sin dolor. Se repite en su cabeza que así será.
—Pero antes de eso debo ver con mis propios ojos si usted en verdad es merecedor.
—Es al contrario— Rechista sin malicia, y señala el acordeón en su regazo para que se lo ceda y así hace. Pero antes de tocar voltea a verla, añadiendo —Igualmente si quieres escucharme tocar, solo pídelo ¿sí? Bien sabes que jamás te negaré eso, tal como espero que jamás me niegues un baile.
Entonces toca una pieza de ritmo moderado, ni lento ni rápido, con una estructura que a Catalina se le hace familiar, no, más bien sabe qué género es. El hombre toca con soltura, ni los botones debe ver, su mirada está puesta es hacia el frente, al sinfín. No mantiene el cuerpo rígido, sino que lo mueve aquí y allá al son de la música y en cierto punto parece bailar sentado. Se vale, a veces y en el momento concreto, del zapateo o el silbido para agregar un “sonido” más a la ecuación y que así la pieza se oiga completa. La mujer escucha atentamente y cuando termina la canción se ve en la obligación de decirse para sí misma que no pida repetición, por más que le duela, porque sabe que si no para seguirán acá hasta el anochecer.
—No es tan común escuchar un pasillo que lleve acordeón, porque eso que usted ha tocado es un pasillo, sé que atiné. Y los tonos, son agudos— Ahí ríe Catalina, no por gracia— Siempre se dice que los tonos agudos son “felices”, pero acá, mire usted, no me ha dado más que sensación de melancolía sino tragicomedia, pero algo bonito al fin y al cabo. ¿Cómo se llamaba la pieza?
—Panamá y Colombia.
__________________________________________________________________
Nota
Para mejor lectura »aquí«.
Una tesis —unilateral— de la relación entre estos dos.
Esta cosa tiene tantos datos históricos, pero la pereza me gana por tanto no cito y me disculpan. Pero hago la salvedad sobre una cuestión: los cortes/cicatrices que posee Colombia, haciendo alusión a las guerras civiles o confrontaciones armadas, está basado en el headcanon de @animeluci-98thpg o Nikis (desconozco su user acá), o ambas, porque no recuerdo quién era la autora original o si era algo compartido.
Panamá y Colombia - Alberto Galimany (ver. acordeón por Aceves Núñez) 
Aunque la verdadera canción «tragicómica» es el himno La Libertadora. 
16 notes · View notes
bohemianfrijolito · 1 year
Text
Tumblr media Tumblr media
two lovely ladies
23 notes · View notes
zu-art · 3 years
Text
Tumblr media
Catalina ♥
176 notes · View notes
evisma-15 · 3 years
Text
Tumblr media
34 notes · View notes