Tumgik
#y que sólo lo dijo para hacerlo caer más en desesperación
malkaviian · 1 year
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pensamiento medio agridulce, pero siento que el au donde golden y seba tienen mayores posibilidades de ser una familia sería en el au de dr, en un "what if" si seba sobreviviera a su ejecución
#efectivamente eso sería algo totalmente inesperado para eris--- ella misma diseñó el calabozo; en qué falló para que se salvara?#no estaba en sus planes; ahora qué? lo único que va a hacer que se haya salvado de una muerte asegurada es darle esperanza a esos dos#y dar esperanza no era la idea. además de que le mostró en cámara a golden para que viera al único padre que le queda vivo antes de morir#así que sabe a quién buscar. aunque espera que siendo que mató a fox injustificadamente no tenga interés en hacerlo#o ya haya perdido tanto la esperanza al ver el mundo destruirse que le de igual.#quizás crea que le estuvo mintiendo mientras él sufría y ella se burlaba y en realidad no es así; golden no es su otro papá#y que sólo lo dijo para hacerlo caer más en desesperación#pero no; seba le cree y sabe que es verdad. especialmente cuando se lo encuentra al final y lo ve ahí lleno de lágrimas#que primero fueron de desesperación y ahora son de alivio. su hijo sobrevivió una muerte asegurada!#y la verdad seba en ese momento no piensa en nada más que está vivo y se deja caer en sus brazos. siento que se dormiría casi al instante#está muy agotado; especialmente mentalmente. golden quiere dejarlo dormir pero lo despierta para que salgan de esa habitación del infierno#me imagino que por ahí joy estaba escondida en un sótano; así que ambos van ahí y le hacen primeros auxilios (lo mejor que pueden)#así que mientras seba está todo vendado tratan de calmarlo y golden le aclara las cosas a los dos#1- sí es su padre 2- sí mató a fox de manera injustificada; pero explica toda la movida que hicieron para que parezca real lo del abuso#y pues un padre obviamente reaccionaría así si le hacen daño a su hijo.#como dije seba estaría muy agotado así que estaría mucho más comprensivo y sería como '... ta bien' antes de desmayarse xd#y conforme pasan los días y siguen escondidos en el sótano; ambos empezarían a tener un mejor vínculo (o bueno; crear uno por parte de seba#y así van llevándose bien como un padre-hijo normal uwu tratando de evitar a fred; azrael y sobre todo eris que están buscándolos#en fin nada; sería lindo(?#oc talk#au talk
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myhelaxavier · 3 years
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Un poco Desvergonzado
21/22
Su respiración dejo de funcionar, Gyllenhaal corto sus palabras… Cuando voltearon sus rostros, fueron recibidos por la imagen de un cuchillo afilado empuñado por Armie presionado contra la garganta de Thomas... Joder... El hombre de negocios inofensivo y confundido había desaparecido en el acto dando paso a una persona completamente diferente, el rostro de 011 está completamente endurecido, sus ojos se oscurecieron con desafío, manteniéndolos fijos en el mafioso a su lado; Thomas permaneció muy quieto y con los ojos muy abiertos, ni siquiera parecía estar respirando.
Una pequeña gota de sangre comenzó a deslizarse por la piel pálida donde la punta del cuchillo presiona contra el cuello… Un pequeño movimiento de la mano del Agente y podría ser terminal para el chico. Gyllenhaal permaneció absolutamente rígido al lado suyo.
- ¿Lo arriesgarás?... Podría ser más rápido que tú, y Thomas terminaría muriendo por culpa de tu arrogancia.
- Puedo dispararle - Amenazó el mafioso con una voz casi inhumana mientras hace presión con el arma con más fuerza contra su sien… Su cuerpo se estremeció y solo la tensión apenas perceptible en la mandíbula de Armie es un manifiesto de la posibilidad, de que le disparen le resulta preocupante.
- Claro… Podrías... - Coincidió el Agente con el mismo tono aterradoramente amistoso - Pero si lo haces, le cortaré la garganta a tu chico - Gyllenhaal soltó una carcajada.
- Es una amenaza vacía Hammer y lo sabes, si es que resultas ser un agente del IC, y sé que muy seguramente lo eres, no puedes tomar una vida - La expresión de 011 no cambió.
- Ya no soy agente del IC, nadie puede controlar mis acciones ahora - Sus labios se torcieron en algo vagamente parecido a una sonrisa - ¿Fue Nietzsche quien dijo que puedes convertirte en un monstruo si luchas contra monstruos por mucho tiempo? ...  Si crees que soy incapaz de matar, estás delirando Gyllenhaal, probablemente haya matado a más personas que tú - La mirada de Armie es fría pero su tono es peligrosamente suave mientras lo declara - Podría matar a todos los presentes en este lugar y hacerlo parecer un accidente, no es nada que no haya hecho antes...Pero he aquí la cuestión, me importas una mierda Gyllenhaal, prefiero no seguir manchando mis manos de sangre más de lo que ya las tengo, vine por lo que es mío, ahora, suelta a Timmy y deja que se vaya; y todos nos olvidaremos de que esto ocurrió.
Su ceño se frunció confundido observando al… ¿Ex agente?… ¿Estaba si quiera siendo honesto? Esta seguro de que Armie no abandonaría el IC… Por Dios ¡Él Ama su trabajo!; Gyllenhaal soltó un bufido.
- ¿Y tú crees que puedes amenazarme en mi propia casa? Y después salir de aquí tranquilamente y seguir con tu vida – 011 parece divertirse con aquello, pero bien sabe que realmente no está entretenido, puede sentir la increíble tensión que irradia el cuerpo de Gyllenhaal.
Por primera vez, consideró la posibilidad de que el aparentemente desalmado mafioso, realmente ama a Thomas, pues no encuentra otra razón lógica por la cual aún no haya comenzado a disparar contra Armie, además, el mismo tiene un arma contra su sien y los guardias de seguridad vendrían con tan sólo un grito, tiene todas las ventajas a su favor, pero parece que el cuchillo presionado contra la garganta de Thomas lo desposee de toda ventaja.
- No te estoy amenazando Gyllenhaal - Repuso 011 con una expresión tan fría como la de Gyllenhaal - Sigo pensando que las personas como tú sólo pertenecen a un lugar y es la prisión, pero no tengo ningún interés en perseguirte, ya no formo parte del IC y no soy un Agente activo, lo único que me interesa es mantener a las personas que me importan a salvo – Armie observo a Thomas antes de volver a mirar a l mafioso - Estoy seguro de que nos entendemos en esa parte… Ahora baja tu arma y dale una patada hacia mí; deja que el niño se vaya - Un largo y tenso silencio se instaló en la habitación mientras que Armie y Gyllenhaal se miraban mutuamente desafiándose.
- Jake… – Susurro Thomas rompiendo el silencio – Comienzo a sentirme mareado.
Apareció un pequeño flujo de sangre corriendo por el cuello de Thomas, no le parece peligroso, pero es suficiente para influir en el mafioso, siseando algo que no alcanzo a comprender Gyllenhaal dejó caer el arma y la pateó hacia Armie antes de empujarlo fuertemente por la espalda en la misma dirección, tropezó con sus propios pies en el camino estando a punto de caerse de bruces si la mano de Armie no lo hubiera tomando con fuerza del brazo para hacerlo recobrar el equilibrio; el hombre aparto la pistola con otra patada, para después llevarlo casi arrastrando fuera de la habitación.
Lo último que vio antes de que la puerta se cerrara tras ellos fue la expresión de alivio en la cara de Gyllenhaal mientras examinaba el cuello de Thomas, con un brazo apretado alrededor de su amante… Tal vez ese hombre tiene corazón, después de todo.
Tan pronto como Armie y él se quedaron solos, se dio cuenta de que hay algo raro en el hombre, si no fuera por el fuerte agarre en su brazo, Armie no le habría prestado la mínima atención, sus ojos oscurecidos por la adrenalina recorren el pasillo, escrutando en todas direcciones menos en su dirección, habría afirmado que Armie solo busca alguna señal de peligro, pero puede sentir que no es solo eso.
- ¿Armz? - Susurró con incertidumbre, la mandíbula del hombre se tensó, ignorando su llamado por completo; con la garganta incómodamente apretada captó la indirecta y se calló, mientras sigue a Armie en silencio a través de los pasillos, para su sorpresa, se dirigieron hacia la puerta principal.
– La entrada esta llena de seguridad - Murmuró suavemente, el hombre no le respondió, simplemente se limitó a mostrarle que lleva escondida una pistola y un cuchillo bajo su abrigo – Gyllenhaal probablemente les ha dicho que eviten que salgamos – Él continuó ignorándolo.
Sus ojos se entrecerraron viéndolo de mala manera mientras sus labios se fruncen con una mueca de desagrado comenzando a enfadarse también, bien lo acepta, la jodio ¡Pero casi lo había logrado! fue pura casualidad que el mafioso hubiese regresado a casa ¿Por qué Armie lo trata de esa manera? ¿ni siquiera le daría una mirada? Se siente tan molesto por eso que ni siquiera puede sentirse preocupado cuando cuatro guardias armados los interceptaron a un par de pasos de la puerta principal, Armie solo suspiró con fastidio, e ignoro las armas que apuntan hacia ellos.
- Llama a tu jefe y déjame hablar con él – 011 hablo con fastidio, mientras los guardias intercambiaban miradas antes de que uno de ellos finalmente sacara un teléfono, dijo una secuencia de números y después se lo entrego a Armie - Si no regreso en una hora tendrás al IC llamando a tu puerta y no será para desearte una feliz navidad  – Advirtió sorprendentemente tranquilo - Estoy seguro de que tienes mejores cosas que hacer en Navidad que responder preguntas incómodas - No puede escuchar lo que Gyllenhaal responde, pero provoco que los músculos de Armie se tensaran - Es solo un rasguño, si realmente hubiese querido hacerle daño lo hubiera hecho, dile a Thomas que me disculpe…. ¿Eso es todo? - Devolvió el teléfono al guardia, este escuchó lo que sea que el mafioso le dijera y bajó el arma.
- Se pueden ir.
El hombre intensifico el agarre sobre su brazo, llevándolo fuera de la casa rápidamente, arrastrándolo hacia el automóvil aparcado frente a la entrada.
- Sube – Él hombre le gruño sin siquiera mirarlo mientras lo empuja al interior del vehículo, lanzándole un par de cautelosas miradas cuando se acomodaba en el asiento del copiloto en un profundo silencio.
Apretó los puños y dirigió toda su atención hacia la ventanilla, fingiendo que no puede sentir la sofocante y airada tensión en el interior del coche, además es muy consciente del cuerpo de Armie a unos cuentos centímetros del suyo, incluso entonces, a pesar de la actitud defensiva del hombre acompañada de ira y sumando su culpabilidad, le duelen las entrañas con ansias y desesperación, no le importa que su corazón estuviese enfadado con él, todo lo que su cuerpo quiere, son las manos de Armie sobre su piel anhelando cualquier contacto, ya sea suave o violento… Dios, ni siquiera le importa solo quiere que su deseo por ser tocado deje de asfixiarlo.
Después de lo que le parecieron horas, llegaron a su hogar, o lo que considero como suyo durante el tiempo que vivió con Armie, al ver las escaleras de entrada su pecho se apretó dolorosamente, no había sido su hogar por mucho tiempo, pero se había sentido más que feliz en esa casa.
No se apresuró a salir del coche, apenas había desabrochado su cinturón, pero al parecer fue lo suficientemente lento como para obligar al hombre a abrir la puerta de su lado y tomar su brazo nuevamente para arrastrarlo fuera de él, su piel hormiguea por el contacto a pesar de las capas de tela que se interpone entre ellos.
Vio el rostro duro y molesto de Armie, su estómago se contrajo con nervios ya que nunca lo había visto tan enfadado, el hombre desbloqueo la puerta y lo empujó al interior de ella, fue obediente al entrar de buena gana, pero se giró hacia él cruzándose de brazos sobre su pecho tan pronto como 011 cerró la puerta.
- ¡Lo siento por haber sido descubierto, pero no necesitabas intervenir! ¡Casi lo convencía! ¡Podía sentirlo! ¡Arruinaste tu tapadera innecesariamente! Si hubieras esperado unos minutos más yo…  -Chilló cuando el hombre volvió a tomar su brazo arrastrándolo hasta el sofá donde Armie se sentó, en un segundo se encontraba parado frente a él y al siguiente está siendo arrojándolo boca abajo sobre el regazo de 011.
- ¿Esperado para qué? …  – Interrogó el hombre, mientras tira de sus pantalones y ropa interior hacia abajo dejándolos atrapados sobre sus muslos, se estremeció al darse cuenta de lo expuesto que se encuentra su trasero frente a 011 - ¿Para qué Gyllenhaal te asfixiase? – Sintió una gruesa mano caer sobre su culo con fuerza, un gritó escapo de su garganta, más por la sorpresa que por dolor.
- ¿Lo estás haciendo en serio? ¡No soy un niño para que me azotes! ¡Y él no me estaba ahogando! Lo tenía bajo control…  - El segundo golpe le dolió un poco más.
- ¿Bajo control?... Debes estar bromeando - Gruñó 011, mientras le daba otro golpe seco, y luego otro más duro que el anterior dejando un ligero rastro de escozor- Tenías una jodida pistola contra la cabeza ¿Tienes la más remota idea de lo peligroso que es ese hombre? Podría haberte matado si así lo quisiera, y no habría significado nada para él… Joder ni siquiera huera podido encontrar los restos de tu cuerpo...
- Pero Gyllenhaal no lo hizo - Intentó replicar débilmente, tratando de ignorar la opresión en su pecho y el nudo en su estómago ante las últimas palabras.
- Tuviste la maldita suerte de que Thomas estuviera con él - Alegó el hombre, dándole otro golpe punzante sobre su nalga derecha - Ese chico es el punto débil de Gyllenhaal, si Thomas no hubiese estado allí… - Se preparo para otro golpe, pero la mano se detuvo siendo solo un gran peso sobre su culo, antes de que comenzara a disfrutar del suave roce de los dedos sobre su piel sensible, la caricia se convirtió en otro golpe - Joder ¿Tienes alguna idea de...? - Lo siguiente que supo fue que estaba siendo recostado sobre su espalda en el gran sofá marrón, con Armie encima de él, sólido, pesado y perfecto sobre su cuerpo, pero entonces unos brillantes ojos azules lo interrogaron - ¿Por qué te fuiste? - Deslizó la lengua sobre sus labios secos, con el corazón retumbando contra su pecho, es consciente de lo fuerte y agitado que está respirando, aspirando apetitosas oleadas del aroma de 011, como un drogadicto que ha sido privado por mucho tiempo de su droga favorita, Armie continuo hombre mirándolo fijamente - ¿Pertenecías realmente a la pandilla de Ronan?
- Tú ... ¿No lo sabías? - Se las arregló para hablar sobre el nudo que se había formado en su garganta.
- No te busqué - Con la garganta incómodamente dolorida, luchó por mantener a raya sus emociones, aunque justamente este había sido su peor temor, realmente no había querido creer que Armie ni siquiera se molestaría en buscarlo, vio como los labios del hombre se torcieron, lanzándole una mirada casi odiosa - Deja de mostrarte decepcionado Bambi, fuiste tú quien me dijo textualmente que no te buscase ¿o acaso querías que fuera uno de esos idiotas espeluznantes y controladores que acechan a las personas contra su voluntad? – Joder por supuesto que sí; se sonrojo ante la respuesta instintiva de su mente reteniéndola por poco para que tomara voz alta… Dios, aquello es más que vergonzoso.
- Quieres decir ... ¿Quieres decir que querías buscarme? - Consultó en voz baja temeroso de cual sería la respuesta, sorprendiéndose cuando Armie se echó a reír, con un sonido que es tan desagradable para sus frágiles sentimientos.
- Podría decirse eso - 011 cambio su peso de un codo a otro, llevando una mano hasta su rostro, la enorme mano se movió un centímetro sobre su mejilla, los dedos temblaron un poco, y la mandíbula de Armie reaccionó - Podría haberte encontrado en un par de días si realmente lo hubiese querido, habría sido tan fácil usar los recursos a mi disposición para acecharte, pero nunca he cruzado esa línea en todos mis años con el IC, nunca he tenido la tentación de hacerlo, pero joder… – Armie  detuvo sus palabras con los ojos oscurecidos vagando por todo su rostro, como si no creyese que estuviese realmente allí… debajo suyo, él lo miró, haciéndolo de verdad por primera vez en toda la noche, aunque 011 se viera tan devastadoramente apuesto como siempre, puede notar las líneas tensas y fatigadas alrededor de sus ojos que le hablan sobre las noches sin sueño ni descanso, llenas de estrés... ¿Había sido tan malo para Armz como lo había sido para él? ¿Podía ser posible? - Y luego recibo esa llamada del sangriento Gyllenhaal… ¿Por qué demonios creíste que era una buena idea entrar a la casa de un jefe criminal?
Quería enmendar mi error y obtener algunas pruebas para IC… Él debería decir eso… Él no… Él sí… debería contarle a Armie la verdad, la verdad sobre el hecho que había estado negándose hasta entonces - Fue una excusa para verte de nuevo - Las fosas nasales del hombre se ensancharon, la mano finalmente tocó su mejilla, el roce apenas permaneció ahí durante un instante, aunque resultó maravilloso, emergiendo un profundo gemido desde lo más profundo de su pecho; volvió su rostro para presionar sus labios temblorosos contra la palma de Armie, sintiéndose avergonzado por su necesidad de ser adorado, pero incapaz de controlarse - Lo siento mucho - Susurró con urgencia desbordada - Por arruinar tu misión y causarte problemas en el trabajo, quería dejar de ser un parásito, hacer lo correcto y mantenerme alejado, pero... pero… - Cerró sus ojos con fuerza, el autodesprecio los hacía arder con la necesidad de hacer escapar las lágrimas que ahora se acumulan tras sus párpados - No soy… No soy lo suficientemente fuerte, lo siento – Sintió como Armie unía sus frentes.
- Eres un chico tonto Bambi – Le dijo bruscamente, acariciando su mejilla y el cuello ligeramente - No sé de dónde sacaste la necia idea de que eres un parásito, pero si alguna vez vuelves a decirlo, te daré una paliza de verdad ¿Nos entendemos? – Acuno su rostro con la palma abierta, Armie beso primero su mejilla derecha y luego la derecha, con labios entreabiertos y una respiración superficial y rápida - Joder, Timmy, te quiero - Con un pequeño gemido, Armie unió sus labios de manera casi superficial comenzando a lamer el camino hasta su boca.
Hizo un ruido inhumano mientras su mente se vacía centrándose únicamente en el beso profundo y positivamente húmedo que Armie le está dando, ni siquiera puede seguir el ritmo del beso ni disfrutar de la cálida lengua que llena su boca, le resulta completamente abrumador todo lo que ha pasado, solo puede retorcerse bajo el pesado cuerpo del hombre y aceptar de buena manera el asalto en su boca, permitiendo que le hiciese lo que quisiera siempre y cuando no se detuviera, su mente ni siquiera puede entender qué significa esto entre su relación o por qué Armie le devora la boca como si hubieran pasado años separados y el tiempo se les acabara.
Se sintió demasiado ansioso para preocuparse, su mente es demasiado lenta y confusa nublada con deseo y alivio; finalmente, te he extrañado, necesitaba que me necesitaras; le llevó una cantidad de tiempo vergonzosa darse cuenta de que Armie lo lleva a algún lugar tranquilo y amoroso en el interior de su mente perdiéndose completamente en la sensación de sus bocas unidas…
Una cama... está sobre una cama desnudo… Y Armie también lo está, desnudo encima suyo, hay tanta piel al descubierto lista para ser acariciada que se siente mareado, perdió por completo la noción del tiempo de una manera que nunca antes había experimentado durante el sexo, no es como si jamás hubiera sentido deseo por alguien, pero lo que tiene con Armie es algo más, nunca se había perdido completamente en un hombre hasta que lo conoció, y la sensación es tan aterradora y abrumadora tanto como emocionante.
A lo lejos, como si se tratara de un sueño, captó el sonido de alguien gimiendo y lloriqueando antes de darse cuenta de que se trata de él, sus manos recorren la amplia espalda de 011 disfrutando de la dureza de los músculos, cavando en los músculos de las nalgas mientras Armie toma sus pollas en un firme agarre comenzando a acariciarlas juntas con movimientos lentos y cadenciosos, besándolo sin parar… Es glorioso, increíble, pero no suficiente, después de meses separados, se siente demasiado hambriento, necesita más, más y más, necesita sentir a Armie en cada parte de su cuerpo, en él, debajo de él, a su alrededor, dentro de él tan profundo como pudiera hasta que recuperaran cada uno de los meses que estuvieron separados.
- Armz… - Logró decir jadeando, con los ojos muy abiertos, pero sin ver realmente, mientras la mano lubricada de Armie detuvo el movimiento de sus miembros juntos, ¡palabras! ¡necesita palabras! - Eso no es… eso no es suficiente, te necesito mucho - Probablemente sus palabras ni tienen ningún sentido, teniendo en cuenta que 011 le está dando la paja de su vida.
- Sí… - Accedió Armie, chupando su cuello en respuesta, también suena como ido, tal y como él se siente - Lo sé, Timmy, lo sé… – Las grandes manos de 011 amasaron sus muslos separándolos suavemente - Quiero entrar en ti Bambi, follarte tan bien y profundo que nunca conseguirás que mi semen salga de ti… – Armie levantó el rostro de su escondite en su cuello para mirarlo, sus brillantes ojos azules lucen desenfocados, de repente la mirada se volvió divertida dirigiéndole una sonrisa torcida, sacudiendo la cabeza en negación - Joder, a veces solo escucho las cosas que sólo salen de mi boca – Sonrió aturdido, envolviendo sus brazos alrededor del cuello de Armie, arrastrándolo para otro beso.
No quiere hablar, no siquiera está seguro de poder hacerlo, solo puede gemir y besar a Armie desesperadamente, su piel se siente hipersensible, llena de hambre y necesidad… Fóllame, entra profundamente en mí, quiero sentirte en mi interior por días… No está seguro si debería decir esas palabras en voz alta, pero 011 debió leerlas en su rostro, porque un dedo hábil comenzó a empujar contra su entrada, él lo perdió completamente, lloriqueo, jadeo y exigió por más cuando un segundo dedo lo penetro, sus paredes se contrajeron en torno a ellos sin ser suficiente.
Para cuando la polla de Armie se deslizó en su interior, casi está delirando, retorciéndose sobre la polla del hombre con gemidos bajos y desvergonzados, sus propias piernas tan abiertas que le duelen los muslos, en un dolor agradable, que no tiene nada que ver con el placer que sacude su cuerpo cada vez que Armie sale de él y luego lo llena hasta el límite otra vez, la plenitud en que se encuentra su mente y cuerpo se siente increíblemente bien, pero el ritmo de la polla de Armie es demasiado lento, resultando una jodida tortura sensual.
- ¿Estás tratando de matarme?... – Gimió, balanceando sus caderas para enfrentar las estocadas de Armie - Más fuerte.
Inspirando profundamente, Armie tomo sus tobillos doblándolos hasta que sus piernas estuvieron contra su pecho, su entrada completamente expuesta a merced del hombre, permitiendo un necesitado cambio de ángulo, la enorme polla apuñalando directamente contra su próstata, machacándola  con empujones cortos e intensos que le hicieron ver estrellas de placer, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, es tan intenso que no puede hacer nada más que permanecer allí tumbado flácido e indefenso, empalado en la gruesa polla de Armie... Dios, ni siquiera está seguro de cuánto tiempo duró, pues todos los músculos de su cuerpo se esfuerzan al ritmo de la necesidad de tener más de Armie, más de su polla, más de su cuerpo, más de sus besos, más de todo, a pesar de que el hombre lo mantiene tan lleno que puede sentirlo por todo el camino hasta su vientre.
- Dios, mírate… - Declaró 011 mientras apretaba el agarre sobre sus piernas - Te ves tan malditamente hermoso con mi polla dentro en ti - Apretó sus ojos cerrados, gimiendo el nombre del hombre sin parar, absorbiendo cada empuje de la polla de Armie mientras lo clava en la cama, perdiéndose en el placer, pero maldita sea no puede venir, solo se equilibra en el borde del precipicio siendo incapaz de tropezar y dejarse ir - Joder, Timmy - Manifestó Armie roncamente, inclinándose sobre su rostro, mordiendo un lado de su mandíbula sin dejar de estrellar su polla contra su sensible y usada próstata - Dios, te amo tanto Bambi - Sus ojos se abrieron de golpe alcanzando el clímax sus labios se abrieron con un gemido estrangulado, su agujero se cerró alrededor de la polla de Armie, mientras su polla se contrae placenteramente derramándose en medio de sus cuerpos, su amante gruñó embistiéndolo de manera rápida y profunda un par de veces más antes de quedarse quieto y desmoronarse sobre él, su interior se inundó con el calor del espeso semen de Armie llenándolo hasta el borde, llegando a lo más profundo de su interior tal y como lo prometió.
Puede escuchar como su amante lucha por calmar su respiración, los latidos de su corazón recobra su ritmo menos frenético, es consciente de que el cuerpo de Armie lo está aplastando pero realmente no le importa, disfruta del calor que este irradia, de cada musculo que lo cubre como su fuera un escudo, disfruta de lo seguro que se siente estar debajo del hombre, este es su lugar feliz, justo aquí es su hogar - Lo siento, seguramente soy muy pesado – Murmuró Armie sacándolo de su ensoñación, mientras los rueda, situándolo encima de su pecho.
Apoyó su mejilla ruborizada contra el pecho del hombre, diciéndose a sí mismo que no leyese nada más en sus palabras, la gente dice cosas estúpidas durante el sexo, él también es culpable de eso, pero, ¿Y si Armie lo dijo en serio?
- ¿Armz? - Murmuró vacilantemente cuando los latidos del corazón de su amante se volvieron más constantes y lentos.
- ¿Sí? - Preguntó Armie con los nudillos acariciando su espalda de manera delicada antes de que su mano bajara y se posara sobre la curva de su trasero.
- ¿Lo dijiste en serio? - Consultó con un tono de voz más pequeño de lo que le habría gustado - ¿De verdad me amas? – El torso de Armie dejó de moverse por un momento para después reanudar su respiración.
- Antes de que te fueras – Su amante comenzó, pasando los dedos de la otra mano por su cabello desordenado - No sabía qué hacer con nuestra relación, lo que quería que fuera o hacia donde se dirigía, no sabía qué diablos quería de ti, seducir a objetivos masculinos siempre fue una tarea tan ardua y complicada, así estaba seguro de que era completamente sincero conmigo y no estaba interesado en ninguno de ellos, pero tú...  Siempre fue diferente contigo.
- ¿Diferente? - La mano que Armie mantiene sobre su culo le dio un pequeño apretón.
- Fue fácil tocarte, incluso desde el principio, nunca tuve que forzarme a desearte, la primera vez que te masturbaste mientras te abrazaba… ¿Sabes en lo que pensé?
- ¿En qué?
- Pensé que te veías demasiado bonito entre mis brazos, sonrojado y necesitado - Armie resopló, curvando sus labios en una sonrisa - Mirando hacia atrás, es obvio que hubo una atracción latente desde el principio, pero no lo reconocí de ese modo porque no creía que pudiera sentirme atraído por los hombres, por ejemplo, pasé horas tratando de encontrar algo que me resultara atractivo en Thomas para que fuera más fácil fingir atracción por él, pero me di cuenta en seguida que jamás tuve ese problema contigo.
- Pero… pero ¿Qué hay de tu mujer francesa? Tuviste una cita con ella en tu viaje de negocios - Armie soltó una risita.
- Timmy, pasé todo el viaje a Francia tratando de no llamarte a cada minuto como un adolescente enamorado, para ser honesto, esperaba que una cita con ella me distrajera, comenzaba a ponerse embarazoso como el infierno – Una sonrisa se dibujó en su rostro, mientras sus dedos se animaron a jugar con el pelo en pecho de Armie.
- ¿De Verdad?... Debiste haberme llamado cada minuto, no me habría importado, te eché de menos de un modo insoportable - Su sonrisa se desvaneció y sus dedos se detuvieron, al recordar esa semana sin Armie, había sido una jodida tortura, lo extraño cada segundo del día y la visita “improvisada” de Thomas solo lo empeoro todo, aunque no se compara ni un poco con los últimos seis meses sin él, retomo las caricias sobre su pecho, recordándose a sí mismo que los dos están allí juntos - ¿Y después que más cambio?
- Cuando me masturbé con tu voz, se hizo evidente que tenía un problema – 011 explicó secamente, mientras su mente recordaba a su última llamada desde Francia.
- ¿Tú también?
- Creí que te habías dado cuenta.
- No - Aclaró sonriendo de nueva cuenta - Estaba un poco ocupado en ese momento, pero, ¿Así fue cómo lo supiste?
- No - La diversión abandonó la voz de Armie y las caricias sobre su cabello cesaron, el brazo se deslizo hacia abajo envolviendo firmemente su espalda desnuda en un abrazo - Estaba enamorado de Amelie y me sentía mal después de nuestra separación, pero no se comparó en lo más mínimo sobre cómo me sentía después de que te fuiste, joder, Timmy - El brazo lo apretó aún más cerca del cuerpo de Armie, dificultando su respiración, pero no se quejó, está ocupado sonriendo como un loco enamorado.
- ¿Me extrañaste mucho? – Armie los hizo girar recostándolos de lado, se miraron el uno al otro, con sus rostros a escasos centímetros de distancia, sus cuerpos todavía enredados con tanta fuerza que le resulta difícil saber dónde termina uno y comienza el otro, los ojos azules que lo miran todavía son suaves y pesados, nublados por el sexo, pero la mirada se tornó tremendamente intensa mientras lo contempla.
- Estuve peligrosamente cerca de abandonar mi misión y regresar a New York para buscarte.
- Espera… ¿Estuviste en el extranjero? – Armie hizo una mueca con desagrado.
- Sí, Greta me dio una nueva por fallar en la misión de Holland y me envió a Siria, estoy seguro de que ella lo vio como un castigo, pero casi me alegré, me dio tiempo para pensar en mi futuro y darme cuenta de un par de cosas importantes, renuncié al IC tan pronto como regresé - Frunció el ceño confundido ante la declaración de… ¿011?
- ¿Por qué abandonaste el IC?
- Sabes mejor que nadie como me complica la vida, se ha vuelto más difícil hacer malabares con ambos trabajos sin poner en peligro ninguno de los dos, así que hice la elección - Una arruga se formó entre las cejas de Armie - Tal vez me estoy haciendo viejo y anticuado, pero mi trabajo en Northrop Grumman me da una sensación de estabilidad que es más atractiva a medida que envejezco, ya no soy el adicto a la adrenalina que una vez fui, y mentir todo el tiempo me ensucia la cabeza – La mano en su trasero subió hasta acunar su rostro, el pulgar delineo su labio inferior tranquilamente - Estaba demasiado ocupado viviendo vidas falsas que deje de preocuparme por la mía, y termine perdiendo la única cosa real que quería, así que renuncié.
- Crees... ¿Crees que soy real? - Se sonrojó ante su tartamudeo, odia lo inseguro que suena, pero se había acostumbrado a pensar que Armie nunca se retractaría sobre sus sentimientos sobre que era real y que no lo era, su amante apoyo su frente contra la suya, la grande mano acunó su nuca, riendo suavemente.
- ¿Conoces la expresión loco de amor? Pensé que solo eran palabras de basias que utilizan en las películas, pero definitivamente me siento un poco loco… - Le dio un breve pero codicioso beso, las grandes y calientes manos subieron y bajaron por todo su cuerpo urgentemente, como si Armie se convenciera de que él realmente se encuentra a su lado en la cama y no se tratara de una fantasía, eso le provoco un pequeño dolor en el pecho y busco abrazarse más al cuerpo de su amante- Joder, yo lo habría hecho, sabes - Se apartó un poco tratando de unir las palabras.
- ¿Hacer qué? - Algo sombrío apareció en la expresión de Armie mientras lo mira - Si Gyllenhaal realmente te hubiese disparado, habría cumplido con mi amenaza y hubiera cortado el cuello de Thomas, no me siento orgulloso de admitirlo, pero sé que lo hubiera hecho - Su boca se secó y sus ojos se abrieron ampliamente.
- No seas tonto, tu no lo eres, no eres ese tipo de hombre Armz.
- ¿No lo crees? - Armie presionó sus frentes untas una vez más, su respiración es áspera e inestable y una sonrisa sin humor torció sus labios - De alguna manera, Gyllenhaal y yo somos cortados con la misma tijera, Timmy, hubiera matado a Thomas sin dudar si él te hubiese apartado de mí… Ojo por ojo, y Gyllenhaal lo sabía, esa es la única razón por la que te dejó ir – Sabe que probablemente eso debería de inquietarlo, pero le resulta tremendamente difícil inquietarse por algo cuando se encuentra envuelto en los brazos de Armie.
- ¿Crees que estemos en peligro?
- Lo dudo - Contestó Armie contra su mejilla con su brazo apretando su espalda otra vez - No nos hubiese dejado ir si realmente hubiera querido venganza, no hay nada de qué preocuparse.
- ¿Nada? ¿Seguro? - Cuestionó con escepticismo.
- Él sabe que realmente no quería hacerle daño a Thomas y solo quería protegerte; Gyllenhaal es un maldito bastardo, pero entiende el deseo de proteger a sus seres queridos, además, ese hombre ha estado mintiendo desde que se mudó a New York; corre el rumor de que ha estado cerrando tratos relacionados el lado sombrío de su negocio, no parece que quiera problemas si puede evitárselos, de todos modos, no soy precisamente alguien a quien pueda hacer desaparecer fácilmente, por lo que nos dejará en paz - Armie lo besó en la nariz - No te preocupes Bambi, todo estará bien – Enterró su mano en el cabello rubio, asintiendo con una sonrisa tonta.
- No estoy preocupado, sé que estoy a salvo contigo - Armie retrocedió un poco para contemplarlo a los ojos, él devolvió la mirada, irremediablemente atrapado por esos ojos brillantes y devoradores - Joder, esto está jodiendo con mi cabeza - Declaró su amante, él parpadeó, confundido.
- ¿A qué te refieres? - Armie se rió entre dientes, besando sus labios rápidamente.
- A veces tengo ciertos pensamientos sobre ti... Sobre cómo me gustaría explorar tu cuerpo… Te harían correr lejos de mi Bambi… – Armie deslizó suavemente por el contorno de su mejilla - Pero me haces desear ser un mejor hombre, ser un buen hombre para ti – La mano se movió a su nuca tirando de él para un pequeño beso - Es un poco de mierda mental… Pero Dios, te amo tanto Bambi - Siente que su pecho está a por de estallar de felicidad, sonrió contra la boca de Armie.
- Yo también te amo, pero probablemente ya lo sabías – Su amante comenzó a reír.
- Por supuesto que lo sabía… "Es solo un enamoramiento"… ¿Se suponía que esa era tu confesión de amor? – Le frunció el ceño haciendo una mueca de indignación antes de reírse también.
- Oh, cállate, era tan obvio que resultaba vergonzoso - La risa del hombre murió, su mirada se volvió seria e intensa.
- Dilo, quiero escucharlo, Timmy - Sintió como el calor sube a su rostro sonrojándolo.
- Te amo Armie - Declaró, sintiéndose ridículamente tímido - Te quiero más que a nada en el mundo - Un suave rubor apareció en los pómulos de Armie, sus ojos azules brillan con algo así como satisfacción.
- Dios... Las cosas que quiero y voy hacerte – Armie lo beso dulcemente mientras es empujado sobre su espalda.
- Las cosas que quiero hacerte también - Le dirigió una perezosa sonrisa mordiendo su labio inferior.
- Soy todo oídos Bambi.
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neptunebox · 3 years
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Last Valentine’s
| 14.02.2017 20:38hs | Residence Halls, Colby-Sawyer College |
Fue el ruido de la puerta abriéndose lo que logró que Mary saliera del baño. Phoenix, quien recién entraba a su dormitorio en la residencia universitaria, detectó la figura femenina en su rango de visión pero no hizo más que ignorarla. Sin embargo, el fastidio de sentirse invadido se vio en su rostro tenso y se evidenció con el profundo suspiro. 
—¿Dónde has estado? —recriminó ella, igual de furiosa que con la angustia gobernando su voz. Tenía el rostro hinchado y rojo de tanto llorar. Pudo dejar de hacerlo sólo 3 minutos antes de que él llegara pero entonces verlo le hizo recrear las lágrimas.
Él, aguantando los impulsos, se ocupó de tragarse las palabras. Dejó la entrega de diseño de 1,5x1,5 que tenía entre las manos apoyada sobre una pared. Se veía agotado, en todos y cada uno de los sentidos. Al contrario de hacía un momento, se hizo de la máxima capacidad de aire que juntó en sus pulmones y se quitó el reloj que dejó en su escritorio antes de desabotonarse las muñecas de la camisa.
—Ya estoy aquí —musitó en respuesta Phoenix.
—Te pregunté dónde has estado —insistió en tono demandante Mary, quien no demoró en acercarse hasta él y acercarse a su cuello el cual olió en busca de algo menos inocente que su perfume. Él atinó a dar un paso hacia atrás en cuanto se dio cuenta lo que hacía pero la puerta se interpuso en aquella búsqueda de espacio —. ¿Te alejas? —aquel rostro entristecido de Mary pasó a verse violento en un santiamén. Él, en cambio, la vio entre incrédulo y molesto, con el ceño fruncido, como si desconociera a quien escrutaba.
—¿Quieres olerme para ver si tengo el perfume de otra? —estupefacto, todo rastro de ternura o dulzura con la que alguna vez la había contemplado desapareció para siempre. Una de sus manos, sumamente cuidadosa por evitar acusaciones falsas mas también ansioso por dejar de estar arrinconado, se apoyó en el hombro femenino como quien pide espacio.
—¿Tendrías tanto problema si no olieras a otra? ¿Por qué no dejas que te huela? —devolvió Mary, lo cual hizo que Phoenix cerrase los ojos como quien invoca la poca clemencia que le queda.
—Huéleme —farfulló, sin moverse un milímetro, asqueado por la actitud de su ¿novia? que efectivamente eso hizo. Y luego se acercó a su boca.
—Hueles a cerveza.
—Eso es porque bebí —con una ironía poco amigable, se apresuró en ser él quien volviera a hablar una vez que abrió los ojos y vio a Mary secarse las lágrimas de dos manotazos —. Si te preguntas con quien, con todo el grupo de Diseño III incluida la profesora. Si quieres evidencia, ve a Facebook —escabulléndose entre el poco espacio entre la puerta y Mary, puso librarse de aquel rincón. Fue hasta el baño, donde no cerró la puerta para lavarse las manos.
—¿Por qué me hablas mal?
—Wow. Mary… —el enojo se abría paso en el cuerpo de él, que se fue forzado a respirar más rápido. Secándose las manos, volvió al cuarto para poder verla a los ojos con los suyos entrecerrados —. Intento hablarte bien pero esto es una puta locura —dijo, ya perdiendo la cuenta de cuántas veces lo había dicho. Se tomó de la cabeza por un momento, como si tuviera que dejarla allí donde estaba por el bien de ambos —. Estoy cansado…
—Phoenix, nosotros estamos destinados a estar juntos.
La desesperación se hizo notar en la voz de ella, quien lo tomó de las mejillas para llamar por su mirada. Él, sin querer caer en trampas, se demoró en hacerlo. ¿En qué momento se habían convertido en eso? Sabía que todo lo que Mary estaba demostrando no eran más que sus limitaciones y debilidades. ¿Pero podía con todo eso?
—¿Cómo entraste aquí? —salió de la boca de él, que intentó alejarse del contacto pero ella lo afianzó al dar un paso más hacia él —. ¿Por qué me atropellas así? Te dije que iría a tu casa luego de bañarme. Mary, ya no estamos juntos, tienes que entenderlo —sólo por el cariño inevitable que aún le guardaba, Phoenix conectó sus ojos con más profundidad. Había dolor en los de ambos. Ahora él era quien la tomaba por las mejillas —. Lo lamento pero no podemos estar más juntos. No así. Quiero a mi amiga de vuelta, no quiero esta mierda.
—Phoenix… —imploró ella, comenzando a llorar de vuelta. Le resultó imposible a él no acercarse a abrazarla; sabía que todo aquello era producto de sus obsesiones que él hace tiempo se había declarado incapaz de combatir por más que lo intentara. Sin embargo, entre ellos había muchos años de amistad previa al vínculo y en momentos así, su talón de aquiles era bastante obvio —. Yo te amo, no puedo ser tu amiga después de todo esto. Tenemos que estar juntos. Resolver las cosas, ¿no? Yo confío en tí, sólo me pongo paranoica. Lo siento.
Fue Phee quien deshizo el abrazo para verla a los ojos. Le sonrió apenas, sin nada de gracia y de medio lado cuando escarbó en sus ojos con los suyos.
—No confías en mí…
—Claro que sí, lo que pasa es que no confío en el resto. Eres muy guapo —se excusó ella, a lo que él negó con la cabeza.
—Mary, te pido que te vayas, no puedo con esto ahora. No quiero romper más todo y estoy bastante molesto —se explicó en cambio Phoenix, que reunía la mayor calma posible para hablarle como correspondía. Alejándose, tomó asiento a los pies de su cama.
—Pero… ¿Seguiremos juntos o no?
Aquella pregunta hizo que Phoenix alzara el mentón para verla. Lo hizo con cierta preocupación porque dentro suyo se debatía en qué momento habían llegado a ese punto y cómo él aún intentándolo no lograba poner el límite. La escudriñó intercaladamente a los ojos, guardando un silencio sepulcral que sólo hizo que ella buscara el aire que le faltaba, con la boca.
—Eres mi hogar, Reed. Y yo el tuyo, ¿no?
Los labios de él se separaron como quien quiere decir algo, sin embargo acalló con la ayuda de dos de sus dedos que atraparon su propia boca, como si le pusiera bozal. Fue lo suficientemente valiente como para persistir su mirada sobre ella durante unos segundos en donde atestiguó cómo el corazón de ella se rompió en mil pedazos por no corresponderle.
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0nly-w0rds · 4 years
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Mon Ange(la)
Son las 4 de la tarde, acabó de despertar aún con resaca por la noche anterior, aún tengo reseca la garganta por los cigarros que fume anoche, aún así enciendo uno más, prendo la tele, y sirvo una birra más que sobró de anoche. ¿Cuánto más podré seguir así?
Enciendo la tele, busco algo para distraerme, pero no le pongo mucha atención. Encuentro una película francesa, a blanco y negro, recuerdo haberla visto cuando era más chico, Angel-A, la dejo por la increíble atracción que me genera Rie Rasmussen, esa rubia que parece gigante al lado del pequeño Jamel Debbouze (André), estoy seguro de que es exactamente la misma razón por la que la vi la primera vez.
La película empieza con una imagen estática de André debajo de un puente al lado del Sena, una Voice en off hace un monólogo que lo presenta, “mi nombre es André tengo 28 años, soy soltero y nací en estados unidos…”, en mi mente hago lo mismo, “Soy Daniel, tengo 23 años, soy soltero y nací en Colombia…”, “soy amable y generoso… puedo decir sinceramente que soy un buen hombre… yo sólo digo ser lo que sueño ser, porque estoy mintiendo, a mí, a todos, todo el día”
Un trago de birra, enciendo un cigarro más, André tiene problemas, le debe mucho dinero a un mafioso y tiene 24 horas para conseguirlo o van a matarlo, la película en un principio es graciosa, un tanto trágica, no le sale nada bien y en su desesperación piensa que lo mejor sería matarse, tirarse de un puente al Sena. Estar al borde del abismo es peligroso, es difícil salir solo de allí, “cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo también mira dentro de ti” decía Nietzsche, por suerte, André encuentra a Angela, por suerte yo encontré a Marie. Ambos al borde del abismo, a un pequeño paso de caer, pero decidimos intentar salvarnos.
Marie, alguien a quien quería salvar, sin importar que tuviera que saltar a un abismo para hacerlo. Dos personas rotas solo pueden hacerse más daño, me dijo una noche después del amor. Hace mucho que estoy perdido, no se quién soy o que quiero, vivo en un eterno conflicto, y aunque ahora son muchas más las dudas que las certezas, hay algo de lo que estoy seguro, Marie me quería salvar a mí, tanto como yo a ella.
Éramos dos almas solitarias bailando en las calles, rodando en el fondo de un barril, cuando caíamos en la oscuridad no queríamos salir de allí. Fue un caos mágico nuestra historia, en ese breve periodo de tiempo que compartimos, de allí quisimos sacarnos, pero sin darnos cuenta, nos hundimos más.
André y Angela se complementan, y a mí al igual que André me agobiaba ver a una persona a la que creía perfecta tan vacía, pero ese vacío era el mismo abismo al que tanto temo, ese abismo que me observa, esa oscuridad que está dentro mío y a la que no quiero enfrentar. Nosotros éramos un reflejo, aunque lo entendí muy tarde, nuestro vacío se reflejaba, y cierta noche ella lo noto, me dijo que debía pelear, aunque me costara la vida, pero no quise escucharle, y así como escapaba de mi oscuridad, escape de Marie.
Esa noche me persigue desde entonces, Angela le preguntó a André “¿Quién estaría muerto si no fuera porque había alguien a quien salvar?”, tal vez sería yo en vez de Marie, le importaba tanto salvarme que olvidó pelear por ella.
Ahora André está frente al espejo, y yo lo imito, ¿Qué veo al espejo?, no lo sé, antes veía basura, eso es un progreso, ahora no veo nada, necesito llenar ese vacío, ¿Qué veo?, veo persistencia, sinceridad, algo de belleza, y amor, hay mucho amor, demasiado, quisiera que Marie estuviera aquí para poder decírselo, igual que André se lo dice a Angela, pero ya no estás, te amo, y se que vos lo hacías aunque nunca lo dijeras, y ahora tengo que aprender a amarme, y me lo digo al espejo, te amo Daniel… te amo.
Se que nos volveremos a encontrar en algún momento amor mío, pero no será esta noche, hoy me doy un día más.
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cazamentes · 4 years
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Idea creada a partir de un montón de imágenes al azar. Danny obtuvo muchos cambios completos en su vida luego de que sus moléculas se reformará y volvieran a componerse como un rompecabezas roto y vuelto a montar de otra forma. Sus amigos lo apoyaron lo mejor que pudieron aún si no podían hacer nada más que mantener silencio y proporcionar apoyo simplemente estando ahí con él cuando el dolor de ser mitad fantasma era demasiado para soportar. Su hermana se unió a eso un tiempo después, ella era muy inteligente incluso para descubrir un secreto que su tonto hermano menor intentaba esconder con desesperación de ella. No estuvo feliz o sorprendida cuando lo descubrió, y eso a pesar de que no era todo lo dejaba feliz, alguien de SU familia lo apoyaba. Pero cuando ella descubrió el tipo de cosas que tenía que soportar ADEMÁS de las batallas, bueno, quería decírselo a nuestros padres y ESO no se podía. Ella tendría que callar. __________________ No pasó mucho tiempo para que comenzará a coleccionar cicatrices por todo su cuerpo, las luchas no eran fáciles incluso si seguía creciendo y haciéndose más fuerte. No le importó incluso si eso dejaba de ser encantador demasiado rápido. Incluso cazar fantasmas perdía muy rápidamente puntos al comenzar a quitarme algunas cosas que NECESITABA: Como comer o dormir, pero ya sabes, salvar a una ciudad de fantasmas aunque todos te odien no es algo de lo que los HÉROES puedan quejarse. Todo por el bien mayor. __________________ Con todo y los constantes dolores de su forma física partiéndose y volviendo a unir los restos era algo con lo que pudo lidiar, aún si fuera solo. Pero.. Algo logró romperlo demasiado. Digamos que no era un santo del todo. Digamos que si había algo que escondía de sus amigos y su hermana, quienes eran los ÚNICOS que lo apoyaban… En realidad no lo eran. Quizás al principio y por los dos primeros años de tener sus poderes no podía ver a Vlad por nada más que un hombre que se negaba a seguir con su vida por una mujer, no la menosprecia pues era su madre, y su ex mejor amigo que se había casado con ella. Y quizás solo fue eso por unos años, pero en alguna parte del camino pareció CAMBIAR. Quizás para bien, quizás para mal, pero lo HIZO y estuve allí para verlo. Vlad cambió y acepte un tiempo después, ser ayudado por él. Era el primer y último Halfa que existía a parte de mi mismo, y eso significaba que era toda la ayuda que podría conseguir. Pude aceptarlo luego de un tiempo. Pues me enseñó el dialecto fantasma, algunas muy buenas técnicas de pelea, incluso a estabilizar mis ataques incluyendo el Ghostly Wail. Auuuunnnqueee… Quizás lo acepte demasiado aún si pasamos sólo tres años de llevar una mejor convivencia, en secreto. Quizás habíamos comenzado a salir, como pareja, los dos, a pesar de la diferencia de edad. Y no fue tan malo, era un buen apoyo emocional, incluso sospecho que la disminución de ataques fantasmas en ese tiempo se debían a él ya que pude volver a recuperar horas de sueño. Él era una persona comprensiva y muy amable una vez que lo conocías, me gustaba esa parte de su persona. La malicia sólo era resultado de estar mucho tiempo odiando a alguien, quizas deberia de haber aprendido algo de ÉSO pero no lo hice. Y quizás también tuvimos relaciones, consentidas por supuesto, Vlad era demasiado amable como para INTENTAR algo en mi contra. En esta parte del camino mis amigos y mi hermana no se habían enterado, pues me había vuelto muy bueno en el arte de mentir. El problema de mentir se volvió complicado un tiempo después.. Cuando mis padres pudieron capturarme. ELLOS ME DISECCIONARON VIVO. No pude desmayarme para evitar la cantidad de dolor que pude juntar, nunca, ni un poco. Mi núcleo se escondió en alguna parte y no se emocionaron por encontrarlo cuando me habían vaciado y encontraron algo más INTERESANTE. Puedo recordar tan VIVAMENTE esa noche. - Pero qué.. - ¿Jack? Una bola verde muy claro y del tamaño de un puño estaba sobre la mano de MI padre y aún pegada a alguna parte de mi interior AÚN. - ¿Es eso… Un feto..? - Eso parece… Sólo tardaron un segundo cuando buscaron un frasco repleto hasta el borde de mi Ectoplasma manchado de manchas rojas y cortaron de un tirón lo que no sabía que estaba viviendo en mi cuerpo, antes de ponerlo en el contenedor, cerrarlo y contemplarlo bajo las luces. Y como si mis lágrimas no hubieran sido suficientes en toda mi larga y dolorosa condena, ellas volvieron a caer cuando también contemple el pequeño cuerpo que comenzaba a formar pequeñas extremidades. Y la resolución me había caído más cruda que a ellos aún si mi hermana gritó desde arriba, no creo que haya entrado en el laboratorio pero sí estoy seguro de que dijo algo lo suficientemente importante como para que MIS padres dejaran el frasco en una mesa, ni me miraran, y salieran corriendo del laboratorio. Oh, así que yo podía quedar embarazado. Oh. ___________ Quizás me tome el tiempo de mirar el frasco cuando aproveché para liberarme de las cadenas aún si me hacía más daño con la poca vida que me quedaba. Ese frasco tenía algo importante e IMPACTANTE. ¿Vlad sabría de ALGO ASÍ? Porque era su HIJO también. O algo así. Cuando pase un largo rato cociendo mi dolorosa herida a cuesta de que llegarán de pronto mis padres y me terminarán matando o lo que sea que quisieran hacerme si me encontraban AHORA. Sólo pude pasar esa agonía en silencio. Cuando termine de cocer MI cuerpo, sólo pude actuar en piloto automático. Salí de la mesa de examinación con la piel de mi pecho y estómago uniéndose sin algo que realmente dentro le impida hacerlo. Caminé cojeando y perdiendo unas gotas de sangre y Ectoplasma hacia ESE frasco. Creo que obtuve un nuevo trauma. ______________ Destruí el portal de MIS padres con un Ghostly Wail antes de desaparecer sin poder llevarme ese pequeño que había conocido. En mi mente aún no podía entender qué era de mi, pero sabía que era muy importante para MI. Tenía tanto dolor y ya no sabía si era físico. Estaba tan adolorido y tan FURIOSO. Pero sólo me mantenía en silencio mientras intentaba llegar al último lugar seguro que me quedaba: VLAD. Cuando lo busqué no lo encontré, cuando lo llame no vino a mi. Cuando recorrí toda la mansión pareció que el mundo quería que entendiera algo. Y supe qué cuando baje al laboratorio. Allí estaba Vlad. Me daba la espalda y SABÍA que estaba allí, pero no me miraba aún si flotaba a uno de sus lados. Aún si sólo lo perseguía en silencio y no podía ignorarme aún si no me prestara atención. Creo que él no podía simplemente no ver la enorme y evidente herida mal cocida en mi pecho desnudo, él sabía muy bien qué sucedió, no era alguien que no entendiera, era Él. Pero a pesar de que me estaba ignorando, no podía sentir odio o ira hacia él, o simplemente había comprendido todo. No lo se. - Oye.. Mi voz sonaba como la de un muerto que se había levantado para pedir un vaso de agua, muerta. Allí quizás pareció querer verme directamente aún si tenía en sus manos una tableta llena de papeles. Pero aún así no dijo nada, sólo me miro al rostro. Y algo se sentía mal a pesar de todo. - Acaban de quitarme… - No podía describir en mi mente como llamar lo que me habían QUITADO, pero Vlad sólo me miraba como si la marca sangrante en verde y rojo en todo mi pecho y abdomen fuera algo que normalmente PASARÍA. - Mis padres… Me quitaron algo.. Algo pequeño.. Tan pequeño.. Y mis manos sólo podían intentar ahuecar el pequeño ser de tamaño tan pequeño que podía caber en mis manos y dejar espacio. Y no se si Vlad lo entendió o no, no me dio un cambio de expresión en absoluto, y simplemente volvió a lo que estaba por hacer cuando yo lo llame. Y allí algo se rompió además de el hilo que había encontrado por ahí para COCERME. Y simplemente comprendí que no tenía apoyo y crucé el portal a mis espaldas. Oh, necesito dormir. ________________ No volví a Amity Park de nuevo. No podía volver. NO quería volver. Sólo era un niño de diecinueve, no, era un hombre mitad muerto que necesitaba dormir. Necesitaba procesar. Y NECESITABA ayuda. Y quizás la isla de Frostbite estaba muy lejos si no podía diferenciar algo con la vista borrosa en toda la zona verde. No se donde fui a parar cuando me desmaye. _______________ Cuando abrí mis ojos sólo me encontré con mi reflejo en un espacio negro. Mi reflejo cambiado y aterrador para mi, si no estuviera tan arto en estos momentos. Mi mente estaba apagada o no podía sentir nada hacia mi reflejo que comenzó a acercarse. Me rodeó con sus manos y me acarició con lentitud el lugar que YO sabía era dónde estaba la marca de lo que había sido la peor tortura de mi vida. Los ojos de mi reflejo no mostraban nada más que la inmensidad infinita de la Zona fantasma, todo verde sin rastros de pupila o alguna forma que pudiera interrumpir. Y cuando entendí lo que flotaba sobre su cabeza, las manos sobre mi habían desaparecido y estaban sobre MÍ cabeza. Oh.. La corona del Rey. Y volví a dormir. Cuando volví a despertar sólo estábamos las inconmensurables texturas de la Zona fantasma y yo. El vacío de la Zona fantasma y yo. Nada más. _____________ El tiempo en la Zona era relativo, así que no podría contar el tiempo su aún quisiera. No volví a ver a conocidos del mundo de los VIVOS. Pero si pude encontrar a los MUERTOS. Luego de una espera que no se sintió como tal al entender que ahora tenía la corona y el anillo de Rey. Algunos fantasmas que no conocía vinieron a VERME. Podría decirse que no reaccione como lo haría normalmente, me sentía apagado aún en la inmensidad del tiempo indefinido. Lo único que entendía de los que comenzaron a llegar con el tiempo, era que ellos querían la corona y el anillo, aún si tenían que matarme en el proceso. No me importaría, hubiera dicho, pero de igual forma algo me empujó que luchar y ganar, SEGUIR CON VIDA. Salí herido y sangrando de forma constante de mis heridas anteriores y nuevas, pero no morí. No morí. __________ Frostbite apareció en alguna parte del camino. Él me ayudó con mis heridas y consiguió ropa para mi. Se quedó a cuidarme un buen tiempo. Incluso aunque apareció Clockword. No quería dejarme solo, eso dijo. __________ Tuve que pelear muchas batallas bajo el ojo de muchos aliados. Tuve que ganar poder por sobre mi estado mental desequilibrado. Frostbite fue mi mayor apoyo para superar todo lo que me había pasado. Porque ahora lo único que me rodeaba eran fantasmas que me habían aceptado como su Rey y ahora me seguían. Y me apoyaban. Porque Clockword supo cuando aparecer para cambiar mi forma de actuar para ser lo que la Zona necesitaba. Y con el tiempo pude superar todo lo que se supone que limitaba mi potencial. Porque los problemas limitan el potencial de crecer. ______________ Aún si tenía que pelear con fantasmas ancestrales por ser demasiado hostiles y limitar a los demás fantasmas de ir al mundo humano, nada fue más sorprendente que cuando Clockword me visitó un día sin mucho aviso previo y me abrió un portal frente a mi antes de decirme algo que realmente sólo me sorprendió un poco, ya que no me importaba demasiado. - Danny - Dijo él, con la voz infantil de un niño que quiera actuar como un sabio. - has hecho de la Zona fantasma un mejor lugar. - Y aunque me sonaba a algo fantasioso salido de una película infantil, debo de admitir que sí, lo hice. - Pero te voy a pedir un favor más, después de estos diez años. Oh, y sólo crucé el portal porque de alguna forma sólo me absorbió a mitad de una explicación que estoy seguro de que era muy importante. __________ El portal literalmente me escupió en su otro lado como un pez saliendo fuera del agua. Fue sorprendente no ver exactamente donde caí hasta que aterrice de cara contra el suelo en mi forma HUMANA. Oh, aún sentía mis poderes y mi núcleo de hielo, pero el protal me habia apagado y ahora estaba en mi lado humano, ¿Por qué sería? - ¿¡Quién eres tú!? - Y.. Oh.. Levanté lentamente mi rostro antes de sentir que se contaía ante lo que mis ojos están viendo. Y creo que algunas cosas sólo quedaron debajo del tapete y serían muy fáciles de sacar a la luz de nuevo. Esa era MI madre. Ella era la que me había quitado a MI descendencia. Oh.. Ella.. - Lo repetiré una vez más, ¿Quién eres? - La mujer se veía furiosa detrás de sus lentes y su enorme arma anti fantasmas que había conocido y probado en mi NIÑEZ. Si mis ojos me lo permitieron observe tan sólo un poco alrededor para notar que mis sospechas silenciosas eran ciertas, estaba en el laboratorio de la casa de mis PADRES, y no parecían estar los enormes frascos con mis órganos y mi pequeño. Además… Volviendo mi vista a ella, puedo notar que no envejecido ni un poco, sigue tal cual la recuerdo de la última vez, quizás enojada sí, pero yo ya tengo casi TREINTA años. Ella puede seguir siendo mi madre, si todas las sesiones de terapia con Frostbite lo aseguran, pero éste no es mi tiempo. Bien, entonces, antes de que mi MADRE me dispare.. - Disculpe… pero, ¿Dónde estoy..? Debería actuar con ingenuidad antes de que la mujer que me quitó mi descendencia me mate definitivamente. Ella sólo me observó incrédula un momento antes de bajar su arma. Soy el Rey de la Zona fantasma, no me matar un arma humana de ese calibre. Pero quiero ahorrarme las peleas por el momento. Ya no me gusta pelear. _____________ Y se que dije eso, pero simplemente no creí que.. Yo no pensé.. Que no lo había superado. Me golpeó el rostro y viendo la sangre roja normal los recuerdos simplemente pararon en mi guardia baja. - Hahaha, ¿Sabes qué? - Deje de observar mi mano con sangre y voltee a ver al hombre que había sido muy importante para mi, y al que creo que me dejó un peor trauma que el hecho de que MIS padres me diseccionaran. - ¡Yo extrañaba ésto! Él sólo me observó extrañado y enojado, una expresión que me había regalado por mucho tiempo cuando no lograba entender algo simplemente extraño. - ¿Extrañabas qué? - Sólo me respondía como si estuviera disgustado y no confundido, sabía lo que él sentía. Pero los recuerdos de una especie de traición pesaban más que la realidad de que nada de esto tenía que ver conmigo. Al menos no mi yo de ahora, sino que el que estaba por llegar, PODÍA SENTIRLO. - Cuando luchabas como si no me quisieras muerto. Porque el pasado era muy cruel, y Vlad jamás intentó matarme aun si éramos enemigos desde muy temprano. Pero creo que YO.. Si podría matarlo AHORA. ______________ Aún si mi contraparte apareció antes de lograrlo, cuando al fin tenía bajo mis manos el cuello de Vlad sin estar transformado, PODRÍA matarlo. Pero mi versión joven no sabía NADA, él AÚN no había pasado por lo mismo que YO. - ¡Tu quieres matar a Vlad! - Él se escuchaba muy asustado, aún si no volteaba a verlo. - Vete de aquí, antes de que yo te SAQUÉ. Si bien le ahorraría una parte de su sufrimiento, no quería que cambiara un infierno por otro. - ¡Pero tu no puedes sólo MATAR a Vlad! - ¿¡Por qué No!? - ¡Matar personas está MAL! - ¡Pero TÚ no entiendes cuánto daño va a hacer! - ¡Pero TÚ dijiste que el futuro puede cambiar! Aún si todo tenía algo de verdad, algunas cosas no podría ser evitadas. Aún si Clockword me mando al pasado para cambiar algo, Vlad era imperdonable en mi cabeza. ¡ERA ALGUIENA QUIEN REALMENTE NO LE IMPORTABA NADA! Por lo que tuve que voltear a verlo, mi transformación a fantasma finalmente mostrada a mi pasado, aún si no sabía si podía hacer eso, pero estaba tan ENOJADO. ESTABA TAN HERIDO AÚN. - ¡PERO NO VLAD! - Le grité al pobre niño, aún si él no tenía nada que ver y era inocente, toda mi ira lo golpeó como un iceberg con mi forma fantasma. Y aunque las cicatrices había subido en número con el pasar del tiempo, no creo que mi forma sea muy bonita de mostrar, él lo reflejaba en su rostro. - ¡VLAD JAMÁS CAMBIARÁ! ______________ Sólo podía mirarlo a través de mi casada vista, porque si volteaba a mis espaldas, tendría problemas ahora, y MUCHOS. - Jazz tendría un día de campo con todo esto. - Y aún si no era divertido, nada de esto tendría que estar pasando. - No quiero pelear conmigo mismo de nuevo niño.. - Y no solo se refería a la vez que tuvo que pelear con Dan, habían muchas cosas que dentro de sí mismo aún no se habían resuelto. - Yo jamás quise que esto pasara. - Suspire antes de mirarlo de nuevo, había algunas cosas que no quería decirle, porque aunque yo evitaría que sucedieran… Él podría imaginarlas. - Escucha.. Tienes un punto.. Y-yo sólo.. No puedo dejar.. que él te deje pasar por todo lo que he pasado.. - Cerré mis ojos con dolor por un instante pensando en lo que hubiera pasado si tal vez hubiera podido conservar.. Abrí mis ojos de nuevo para verlo. - No quiero que termines como yo.. Y aunque sabía que no todo era culpa de Vlad, porque también había sido resultado de mi debilidad, aún no podía perdonar que me JURO que no permitiría que nada me sucediera. Y que aunque nadie más estuviera ahí para mi.. Él estaría. Mi versión pequeña me observó por unos instantes como si repentinamente le hubieran dado todos mis recuerdos, pero la cambió al instante, observando detrás de mí. - Okey, bien pero podrías dejar a Vlad en el suelo mientras hablamos, él realmente es algo que distrae. - Y por un momento sólo lo observe a punto de matarme por pensar por un momento que quizás está es un línea alterna en la que yo me enamoré mucho más joven de Vlad, incluso antes de lo que pensaba. ¿Por qué..?
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estatizado · 4 years
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Más allá de la representación.
La sospecha cunde sobre aquel que quiere hablar de la “verdad”. Entre pruritos varios y el fantasma plausible de ser acusado de autoritario, es probable que se desista de hacerlo. Algo que bien podemos rastrear (del fantasma totalitario al fin de la Historia) pero no desactivar, trajo consigo que se naturalice eludir la discusión en esos términos: esto es así, es verdad. La aserción dura, sin atenuantes, cede a una profusión de eufemismos finamente gasificados, cincelando el sentido hasta volver la materia de algunas discusiones en apenas una cuestión de retórica.
Más espinosa aun es la situación de aquel que aventura abordar los vínculos que traman la relación entre verdad y política. El reproche airado, la acusación de querer silenciar opiniones en una perorata que tiene como ropajes la consabida reivindicación de las libertades individuales, y fundamentalmente la de expresión, abstractas, decimonónicas, no hacen sino empañar y empantanar cualquier opción sincera por el debate en torno a la verdad política.
¿Existe la verdad política? En principio se le desconfía a tal constructo como se lo hace ante las nociones de moral, ética, y cualquiera que revista la sombra de la solemnidad (oh, cómo tememos a la solemnidad). ¿Entonces, como gustan decir analistas y dirigentes embebidos de repentina semiótica, “todo es relato”?. El fin de la historia sugiere haber implicado también el fin de la verdad. Y sin embargo…
Y sin embargo algo de ese murmullo persiste, soterrado; pidiendo permiso como si debiera. Hálito que no es tal: la restauración del estado de debate político - a cielo abierto y sin tener que exhibir credencial alguna - que vive el país desde el comienzo de esta década larga, da cuenta que esa persistencia, esa disputa por el sentido con la verdad (parcial, relativa, temporal: democrática) como trofeo, lejos de retirarse de modo definitivo, no hizo sino sedimentar su sitio en la arena política.
Y la arena política, antes que un espacio físico, está hecha de la materia con la que la labran sus actores. La carne de sus verdades forma parte de ella.
***
A riesgo de ser esquemáticos y a los fines de practicar una caracterización provisoria, podemos delimitar dos tipos de verdades políticas. Por un lado, tenemos la verdad del militante, del sujeto del acontecimiento político. Hablamos de acontecimiento político como de aquel suceso o hecho cuya irrupción escapa a las leyes de una situación dada, en la que existe algo de azaroso, de incalculado y fundamentalmente novedoso. El acontecimiento, por lo tanto, no puede ser enteramente explicado ni predecido desde la perspectiva de lo dado. Un sujeto político cuya subjetivación acontece bajo las coordenadas que brinda el acontecimiento implica que el mismo ha tenido surgimiento en un momento político determinado que lo hizo nacer, arropado por un campo semántico que no teme sino que enarbola nociones como idealismo, ideología, programa. Se trata, en definitiva, de un sujeto para el cual la verdad se articula en futuro anterior, es lo que habrá de haber sido. El suyo es un discurso que incluye lo que está en potencia en el presente, lo no realizado.
Las verdades del llamado “realismo político”, por otro lado, aparecen ancladas en los movimientos de la agenda política, en el manejo de las relaciones de fuerza; la verdad es lo que es. El realpolitiker recepta como fuente fundamental y casi exclusiva a la “opinión pública“, tributa al mundo de las encuestas, etc. La cuestión pública aparece así maquinizada, automática, fruto de una naturalización anterior: una cadena que comienza en el reconocimiento a la existencia de la opinión pública como tal -y no un público artefacto, una suma de opiniones individuales representadas en un porcentaje-, al que le sigue la derivación de dicha agenda hacia las usinas tecnocráticas que todo resuelven.
La frontera de la política está dada por los límites iluminados mediante el faro de la gestión, palabra que aparece como piedra de toque al momento de ocuparse de, como se dijo, lo que es. Todo lo anterior tiene como telón de fondo ineludible una homologación entre realidad y verdad, donde la segunda es apenas una marca de agua sobre la primera. Y algo más, a diferencia del militante, este sujeto político no requiere de un suceso que lo haga irrumpir: siempre está, está en su esencia el no ser novedoso.
***
Estas verdades poseen una temporalidad propia. Hay un vínculo entre verdad y temporalidad para cada una de ellas. En la realpolitik, el tiempo que marca su pulso es el del presente, el de lo dado. La realidad es lo que sucede ahora mismo y que, en su urgencia presente, pugna por ser tenida en cuenta. Por otro lado el tiempo del militante es el del futuro anterior, el de lo que habrá sido, que localiza una falta y potencia en el presente y por lo tanto no se agota en él.
La verdad realpolitica así caracterizada tiene algo de celebración a todo rey, figuras a las que se auratiza, ya que lo dado, lo que triunfa, es necesariamente lo que “representa”. La verdad del militante, por el contrario, no está atada a esas hegemonías porque su propia temporalidad es distinta. El tiempo propio del militante político es un tiempo intempestivo: desoye la sentencia de que hay cosas que "pasaron de moda”, por lo que resulta ridículo que se lo señale. El realpolitik se erige como el conocedor del espíritu de los tiempos con el cronómetro en la mano, pero puede fallar: sin caer en la ingenuidad voluntarista, nadie tiene compradas las butacas del teatro de la Historia.
Por otro lado, conviene recordar que el terreno en que se desenvuelven estas verdades y los sujetos que las enarbolan y participan en mayor o menor medida es el de la democracia representativa, donde la disputa por el control del Estado y sus resortes de poder se resuelve a partir de la ficción consentida heredada de la tradición contractualista, en la que el que tiene más votos tiene la razón, la verdad restringida, temporal. Pero, en el caso del militante, su verdad no se acota en un mandato, hay una trayectoria de fidelidad al acontecimiento político.
***
Esta oposición espejada entre aquel que participa del realismo político y el militante aparece de manera clara en el poema Vittoria de Pier Paolo Pasolini. Alli el autor italiano sitúa de un lado a la figura del militante con su “rabia delicada” que exclama “toda política es realpolitik”; del otro lado, la política realista representada por “la prosa del hombre astuto” y “protector del clasicismo” como figuras de lo conservador. Pasolini expone la distinción entre el militante y el político que representa con el estandarte de lo “realista” y sus leyes, colocando al primero en situación de orfandad, abandonado a una "desesperación que no conoce leyes".
En páginas canónicas de la literatura política del siglo pasado, Jean Paul Sartre advertía en similares términos tal confrontación. Las manos sucias expone las desaveniencias entre Hugo, el intelectual militante, movido por un afán principista e intransigente, y Hoederer, el político clásico (¿o de la clase política?), permeable a un pragmatismo a la orden de como corran los tiempos.
En la escena principal de la obra se plantea dicho antagonismo:
Hoederer.- ¿Qué quieres hacer del Partido? ¿Una pista de carrera? ¿De qué sirve afilar un cuchillo todos los días si jamás lo usas para cortar? Un Partido nunca es sino un medio. Sólo hay un fin: el poder.
Hugo.- Sólo hay un fin: conseguir el triunfo de nuestras ideas, de todas nuestras ideas y sólo de ellas.
Hoederer.- Es cierto: tú tienes ideas. Ya se te pasará.
Más adelante, en otro momento del mismo diálogo:
Hugo.- Entré en el Partido porque su causa es justa y saldré cuando cese de serlo. En cuanto a los hombres, lo que me interesa no es lo que son, sino lo que podrán llegar a ser.
Hoederer.- Y yo los quiero por lo  que son. Con todas sus porquerías y sus vicios. Quiero sus voces y sus manos calientes que agarran, y su piel, la más desnuda de todas las pieles, y su mirada inquieta y la lucha desesperada que cada uno a su vez libra contra la muerte y contra la angustia.
Más acá en el tiempo y el espacio, advertimos que algo de esa oposición también se cifra en la novela de Damián Selci, Canción de la desconfianza. En una Buenos Aires reconocible y contemporánea, Selci dispone y caracteriza dos grupos de personajes cuyo nombre los delata: Empecinados y Esclarecidos. Pero si los Empecinados de Selci pugnan por una nueva pedagogía moral (simbolizada en la composición de un nuevo alfabeto que se reinventa de modo insistente a lo largo de la novela) que podría acercarlos a la verdad política del militante, los Esclarecidos participan de otra zona, también distante del universo del realismo político, aunque sólo en apariencia, porque se trata del sujeto aideológico de las clases medio urbanas contemporáneas, que aun en su bienpensantismo titilante es hablado por ese universo. Es la carne de la opinión pública que, aun advertida de lo que se monta sobre sus espaldas y a su nombre, se resigna a que sea así, quizá hasta siendo feliz con eso.
***
Entendemos que estas configuraciones de dos tipos de verdades pueden visualizarse en el último tramo de la década kirchnerista entre aquellos que participan de modo entusiasta de “la vuelta de la política” y entre quienes sospechan, desencantados, de la potencialidad transformadora de un proyecto político y su “relato”. Ambos coinciden en un punto nada menor, como lo es la disputa por el sentido de la figura política de Néstor Kirchner.
Kirchner sería para algunos aquel gran gestionador del caos, un natural heredero del duhaldismo, cuya hechura es resultado de las prácticas de la política tradicional y sus bajos fondos morales, de un altruismo ausente. Otros parecen privilegiar la irrupción de un político que introdujo en el primer plano de la agenda ejes que resultaron a su entender constitutivos de su legado, como la centralidad que adquirieron cuestiones como la inclusión (en un sentido laxo, abierto) y la política de Derechos Humanos, por citar sólo algunos ejemplos. De algún modo, acentúan dos direcciones que se encontraban en ese proyecto. Es indudable la dimensión que refiere a la cobertura de ese vacío de representación luego del 2001. Pero además, durante su presidencia ingresaron a la agenda política cuestiones que no estaban muy probablemente en las prioridades de la opinión pública de ese momento, tales como los supuestos mencionados. Son temas que introduce Kirchner que van más allá de la mera administración de aquel presente, ya que hacen referencia a una falta, a un área que no estaba contemplada en la cuenta de lo dado. Aparece ahí la lógica del habrá sido, ya que en ese presente no formaban parte del circuito de la representación, pero operando a la par de la atención de las demandas que la frankensteiniana opinión pública reclama.
Lo expuesto nos lleva a pensar qué sucede si esa verdad del militante toma los resortes del Estado. Habría que pensar si éste, frente al analista de la realpolitik, no corre el riesgo de suturar su verdad política a un tiempo político determinado, homologándola a un partido o situación política concreta. Como otro modo de coronar a un rey pero de manera extemporánea, descuidando la mirada estrábica que también le exige lo no contado en forma de resto. Aquello que anida en los bordes de la representación, en su periferia, y conforma la materia de la falta, lo que no es.
Si es que acaso la política se piensa sólo como representación hay que preguntarse por su resto. Siempre hay un resto no representado, no contado. La pregunta es si la verdad política se encuentra en lo dado o si, también, se encuentra en eso que, a la vez, sobra y falta, lo que habrá de ser representado, y que puede ser percibido como las sombras de nuestro tiempo
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erensimper · 5 years
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No me ames [Prusia x Chile]
Advertencias: Muerte
Inspirado en No me ames de Jennifer lopez ft. Marc Anthony
Nota: este one shot lo comencé hace un año, no lo he editado mucho del original, no me da, creo que quedó decente.
[. . .]
La lagrimas caían sin poder controlarlas, Manuel cubrió su boca tratando de no hacer mas sonoro su llanto, mientras en el fondo escuchaba los gritos de Gilbert. Su cuerpo temblaba, sin poder soportar su propio peso sus piernas flaquearon, cayendo arrodillado frente a la ducha. Se apoyó allí, tratando de recuperar su respiración, tratando de no ahogarse en su propia miseria. Se levantó, incluso si su cuerpo pesaba por el cansancio de la vida y el espejo reflejó su rostro decaído, sus ojos hinchados, sus labios rojos al igual que la nariz, llena de mocos. Arregló su cabello castaño de forma brusca y rápida, para salir del lugar al escuchar su nombre.
- ¡Manuel! ¡Manuel!
Corrió con todas sus fuerzas, desesperado por los gritos de su amado, pero los brazos de Ludwig lo detuvieron al verlo intentar llegar hasta la habitación.
- No -le susurró con la voz rota.- No puedes entrar, no
Los gritos de Gilbert le hicieron temblar, cediendo al forcejeo del rubio alemán y le miró a los ojos desesperado.
- ¿Cómo esperas que esté acá?-negó con la cabeza, tratando de controlar su corazón. Dolía, le dolía los gritos y la desesperación de no poder hacer nada. El rubio le dedicó una mirada cansada mientras Manuel cedía a la orden que seguramente les había dicho el médico. Se arrastró hasta unos metros alejado de la habitación, apoyado en la pared se dejó caer, mientras sus manos cubría su rostro lloroso. Sólo escuchaba, sólo aquello hacía sin poder soportarlo, pero estaba allí porque debía hacerlo.
Los minutos, eternos como el infinito y tortuosos como el infierno, hicieron más de lo debido y cayó rendido al cansancio, cerrando sus ojos por lo menos unos cuantos de aquellos.
- Manu- la voz tranquila de Feliciano le llamó, levantó la mirada, después de despertarse, el italiano estaba arrodillado frente a él con una manta entre sus manos.- Ven a comer
Se negó, incluso con la mirada de advertencia del hermano gemelo de Feliciano, Lovino, que se encontraba detrás de él.
- Si se despierta...-se levantó, caminando ahora hacía la habitación de Gilbert.
- No lo hará- anunció Lovino desde su lugar, con los brazos cruzados y apoyado en la pared de terciopelo-. Le han dado demasiada morfina, probablemente despertará mañana en la tarde, sabes cómo es esto.- Manuel asintió.
- ¿Ludwig?- preguntó.
- Está dentro, déjalo solo con su hermano- Feliciano lo envolvió con la manta con cariño-. Ven, vamos
Asintió, sabiendo que Ludwig necesitaba un momento con su hermano. Caminó junto con los gemelos hasta el primer piso, Elizabetha al verlo se acercó con una sonrisa y lo conducía al comedor, donde la comida le esperaba.
Era difícil, claro que lo era, para cada uno de los cercanos que Manuel conocía. Era complicado sobrellevar una vida sabiendo que uno de tus seres querido moría. Manuel no podía, enfermo hasta las fibras de sus vellos, Manuel necesitaba estar con él. Por ello mismo admiraba a Ludwig que salía con su novio italiano Feliciano, tratando de vivir sin el peso de su hermano mayor enfermo.
- Debes salir más- Martín chasqueó la lengua al ver como Manuel negaba con la cabeza-. Dale boludo, tenés que salir
- No puedo- respondió-. Debo de estar con Gilbert...- bebió su té hasta la ultima gota, movimiento su pierna derecha preso de la ansiedad que sentía por el hecho de haber salido de casa.
- Miráte- su hermano lo apuntó con desgano-. Te pude sacar de ese lugar practicamente porque tuve que pedirle a Lovino que te sacara y te reemplazara en el cuidado de Gilbert, esto no es sano
- No lo entiendes
- ¡Claro que lo hago!- Manuel se encogió en su lugar, preso de la ansiedad, sus ojos picaron y sus manos se movían nerviosas sobre la taza vacía de té-. Perdón, pero mirá hermano, si querés ayudar al Gilbert tenés que estar bien tú igualmente
- Yo estoy bien
- Dale y yo soy Maradona- Martín dejó de lado su mate-. Mirá, yo te pido un día a la semana... ¡Sólo!...- llevó sus manos al cielo al ver como Manuel intentaba reclamar.- Escúchame, tenés que estar bien mentalmente, tenés que demostrarle que te encuentras bien. Estando junto a él como una pulga no se lo vas a demostrar
Manuel se congeló, imposible, no se veía alejado de Gilbert por tanto.
- Manuel - apartó su mirada de la ventana, dejando de lado la conversación que tuvo con Martín cuando lo fue a ver hace dos dias y se lo llevó a una cafetería. Gilbert estaba en la cama, mirándole con cansancio.- ¿En qué piensas?
Se apartó de la ventana, sintiendo el sol de otoño, aquel que estaba siendo más frío que años anteriores.
- Nada- se acercó hasta su lado -. ¿Necesitas algo?
Gilbert negó.
- Te veía distraído- el Chileno se sintió estúpido.
- Perdón- Gilbert negó mientras estiraba su mano hacia él.
- Escuché a Lovino sobre que ibas a salir- el castaño gruñó bajo mientras se dejaba acariciar por su novio, apoyando su cabeza en la cama con su cuerpo sentado en el suelo.
- No creas aquello- susurró sintiendo los fríos dedos de su novio en su cabeza.
- Deberías salir- le dijo.
- No
- Manuel
- No- Gilbert apretó sus labios, apartando su mano de los cabellos de su novio. Manuel levantó la mirada extrañado de aquello, sintiéndose ajeno de él-. Gilbert
- Vete- al castaño se le secó la boca al escuchar la frialdad del Alemán y se levantó desesperado.- Vete
Negó con la cabeza, tratando de tomar su mano pero este la retiró bruscamente.
- ¡He dicho afuera!
El castaño se sintió mareado, débil ante la indiferencia de los ojos de su amado, no le miraba, solo lo rechazaba de forma cruel.
- Gilbert...
- ¡Fuera!- Manuel se intentó acercar cuando el cuerpo de Gilbert tembló bruscamente, tosiendo fuertemente, viendo la sangre en su mano. Pero el gesto de que se detuviera lo hizo retroceder-. Vete, ahora
Salió, aún si sentía su corazón hecho trizas, aún si se ahogaba en el llanto caminando por los largos pasillos de la casa, salió al patio sacando su cajetilla encendiendo un cigarro de forma desesperada. Las lágrimas del castaño cesaron, mientras observaba los jardines bien cuidados de la familia Beilschmidt.
-Si no quieres que sufra, deja de hacer eso- Gilbert cerró sus ojos al escuchar a Lovino-. Solo lograrás que llore, porque volverá
- Sí- afirmó viéndolo desde la ventana-. Siempre lo hace
- Eso te hace odiarlo, ¿no es así?- Lovino se colocó a su lado.
- Debe aprender a vivir sin mi- soltó una carcajada-. Pero al final soy yo quien está mas asustado que él en esto, soy yo quien no soporta verlo así. Imaginarme que él continuará con su vida después de mi muerte me hace sentir en paz, pero al pensar que se enamorará de alguien que no sea yo me hierve la sangre, soy yo quien lo arrastró a esta mierda, soy yo quien lo ha hecho miserable y eso no me lo puedo perdonar
...
Los siguientes miércoles Lovino se las arreglaba para hacer a Manuel salir con Martín. Manuel se sentía enfermo mientras la ansiedad lo consumía, pero aunque quisiera negarlo notó un cambio, solía irse en el medio día y regresaba para la cena. Pasar tanto tiempo con su hermano le hacía desprenderse de sus pesados cargos, no era vigilado ni juzgado, se sentía libre. En la noche llegaba y le contaba a Gilbert lo que había hecho en el día, el alemán le escuchaba con una sonrisa y luego solían dormirse abrazados hasta el siguiente día cuando Manuel se levantaba a prepararle un desayuno lleno de proteínas.
- ¿Así es cómo te haces cargo de mi hijo?- Manuel tragó duro al entrar a la habitación de Gilbert y ver a la madre de este allí. La señora Beilschmidt le miraba con profundo odio, eran las doce de la noche. Manuel había llegado mas tarde de lo normal porque a Martín se le ocurrió ir a ver una película a ultima hora. Pasó su lengua por los labios, recuperando la compostura.
- Mamá- advirtió Gilbert bastante molesto.
- No lo puedo creer- la mujer negó con la cabeza-. Mi hijo tuvo una recaída en la tarde y recién te dignas a volver. Seguramente andabas de prostituto como siempre has sido
Manuel no dijo nada mirando a los ojos a aquella mujer.
- Fuera de mi cuarto - Gilbert se levantó de cama, apuntando a la puerta-. No permitiré que insultes a Manuel en mi presencia, ve con Ludwig o alguna mierda
La mujer se levantó indignada, se acercó a la salida y antes de salir le dijo al chileno:- No te creas que esto acabó
Manuel soltó todo el aire contenido cuando la puerta se cerró tras él. Miró a Gilbert buscando una explicación, el acuerdo que tenía con Lovino de salir los miércoles también incluía que le avisaran cualquier cosa que sucediera con su novio.
- Yo le dije que no te llamara - explicó bajo la mirada del chileno y Gilbert soltó un suspiro-. Amor
- No, amor nada- dejó caer su chaqueta que tenía en su brazo, también la bolsa que tenía.- teníamos un trato Beilschmidt
- No quería preocuparte por nada
- ¡No puedes simplemente hacer algo así! -Manuel se llevó las manos a la cabeza-. ¿Que hubiera pasado si te morías, Gilbert?
- Pero no pasó - Gilbert se intentó acercar pero el chileno le lanzó una mirada de resentimiento.
- No confías en mi, ¿no es así?- negó con la cabeza indignado-. Piensas que no soy lo suficientemente fuerte para ello
- No es eso, amor - Gilbert se acercó incluso con las advertencias de su novio.
- ¿Entonces qué? - golpeó su pecho-. ¿Por qué intentas alejarme de tu vida, tú idiota?
- Solo quiero que seas feliz - lo envolvió en sus brazos sintiendo su pecho quebrarse mientras Manuel intentaba escapar.
- No puedes simplemente robarme, hacer lo que quieras conmigo y no tomar la responsabilidad - mordió su labio inferior escuchando el latido del corazón del mayor, tan dulce, tan potente reacio a dejar de funcionar.- Hazte responsable, tú grandísimo idiota
Lo besó con furor, Manuel le siguió de inmediato sintiendo que su corazón nuevamente era arrancado, pisoteado y expulsado a otro mundo. No podía contra el amor que le sentía al alemán, era mas grande, más potente. Esa noche no hicieron el amor, porque el alemán se sentía demasiado débil, pero sus almas sí. Abrazados y enredados su cuerpos amanecieron al día siguiente. Manuel se levantó como siempre, observando detenidamente si Gilbert seguía respirando y luego chequear sus pulsos durante un minuto. Salió de la habitación y al llegar a la cocina saludó a Catalina, una de las sirvientas de la casa. Ella le ayudó, como acostumbraba hacer el desayuno para llevar. El té de Manuel y su pan tostado, el jugo de Gilbert junto con la fruta picada y el yogur. Se despidió de la chica, subiendo las escaleras, abrió la puerta haciendo equilibrio con una mano para mantener la bandeja en una pieza, entró viendo la cama vacía. Sonrió al escuchar la ducha y dejó el desayuno en la mesita que poseían en el cuarto.
-Gilbert- llamó-. Amor, traje el desayuno
Se extrañó por el ruido de la ducha y la puerta inusualmente cerrada, así que se acercó para avisarle ya que seguramente no le había escuchado. Tomó el pomo y al internar abrirla se sorprendió cuando solo lo logró por unos centímetros. Por el pequeño espacio dado miró, su cuerpo se tensó al ver por el espejo el cuerpo de Gilbert contra la puerta, incociente, sangre en la boca y pálido.
- Amor- llamó-. Amor por favor, muevete
No podía, el peso de Gilbert contra la puerta le impedía abrirla.
- ¡Gilbert despierta!- se alejó de la puerta, sintiendose mareado y sin saber que hacer.
Se echó a correr fuera de la habitación hacia la habitación del alemán menor, entró sin tocar, sin soprenderse por los cuerpos desnudos cubiertos por las sabanas.
- ¿Manuel?-Ludwig le miró extrañado y algo avergonzado.
- Gilbert- solo logró decir aquello, mientras hacía movimiento extraños-. No puedo... yo...
El rubio se levantó de forma repentina, tomando sus pantalones junto a él despertando al italiano de paso.
- ¿Amore?
- Sigue durmiendo, vuelvo pronto- besó su frente y salió rápidamente.
Manuel y Ludwig corriendo hasta la habitación y Manuel apuntó a la puerta del baño, Ludwig intentó abrirla e hizo lo mismo que había hecho el chileno hace minutos, vio el cuerpo de su hermano contra la puerta.
- Bruder-la voz grave del alemán suplicó a su hermano mayor, mientras intentaba abrir la puerta de forma de no hacerle daño-. Por favor, despierta
Manuel miró con desespero como por el espejo Gilber pareció reaccionar.
- Hay que abrirla- Ludwig le miró con nerviosismo- No importa... no importa si le duele, tenemos que sacarlo de alguna forma
Manuel apuntó a Ludwig las manos de Gilbert que estaban ensangrentadas, hicieron una seña y ambos empujaron la puerta escuchando los gritos de fondo.
-¡Un espacio suficiente para que yo entre!
Manuel agradeció su contextura delgada, mientras hacía caber su trasero por el espacio. Al hacerlo se dirigió a Gilbert, cabizbajo y le ayudó a apartarse de la puerta, así Ludwig entró instantes después. Manuel acarició su rostro mientras Ludwig ayudaba a curar las heridas manos, el chileno tratando de ignorar el otro espejo roto, producto del golpe que Gilbert le había dado explicando los vidrios incrustados en sus nudillos sangrantes.
- Idiota- susurró, mientras acariciaba su rostro, pálido-. No te atrevas
Catalina había llamado a la ambulancia cuando Manuel le gritó, gracias a ello la madre de los alemanes apareció de su paseo matutino.
- Está bien, tranquilo- Ludwig acarició la espalda de Manuel mientras veían cómo se lo llevaban en la ambulancia, la madre de los alemanes se había subido y reacia a dejar que la pareja de su hijo mayor se subiera, Ludwig decidió acompañarlo.
- Vamos- susurró sin ánimo alguno-. Solo vamos
Mientras recorrían los pasillos del hospital Manuel recordó las veces que había estado ahí, por Gilbert. Le faltaban dedos para contarlos.
- ¿Estás mejor?- Manuel asintió a la pregunta de su hermano, Martín suspiró para después beber de su café. Eran ya las una de la madrugada, según lo que Ludwig dijo su hermano estaba bajo observación por lo cual nadie podía entrar por el momento, hasta que el efecto de la morfina acabara. Feliciano había llamado a su hermano Lovino quien no tardó en llegar junto con Antonio, el mejor amigo de Gilbert y una hora después apareció Francis, su otro mejor amigo. Manuel estaba ansioso, su corazón palpitaba de una forma brusca, casi saliendo de su pecho y sus manos temblaban sudando frío, Martín le observó en silencio.
Ambos, aunque eran hermanos, no eran de piel ni de palabras bonitas, eran bruscos y rudos a la hora de dar consejos y aquello les caracterizaban, porque incluso si solían discutir bastante no había una relación más extrañamente fiel que aquellos dos. Por eso el rubio se limitaba a colocar una mano en el hombro de Manuel apretandolo de vez en cuando. Observó el vaso vacío, se levantó tirando el desecho a la basura y se volvió dónde su hermano con las manos en la chaqueta de cuero.
- Eu- le dio una patada al castaño que levantó la mirada-, vení
El castaño mordió su labio para luego asentir y seguir al rubio arrastrando los pies, Martín le dedicó un movimiento de cabeza a Antonio que comprendió en el momento. En silencio el par de hermano se dirigieron al ascensor para llegar al primer piso, sin una sola palabra salieron del hospital escuchando los pasos de Martín y el arrastre de Manuel.
- Que cansancio, la verdad, que cansancio- Manuel habló sentándose sin importarle mucho las piedras bajo él a las afueras del recinto.
- ¿La recaída de Gilbert?- preguntó Martín apoyado a su lado contra la pared con las manos en los bolsillos.
- Que paja la vida, Martín, la vida- El nombrado observó a Manuel sacar los cigarros y comenzar a fumar, moviendo su pierna constantemente y lamiendo su labio como solía hacer-, nadie desea nacer voluntariamente, imagínate sufrir por eso...
- Re turbio, pero tenés razón- Martín se sentó a su lado y sin preguntar sacó un cigarro de la cajetilla de Manuel, el castaño se limitó a entregarle el encendedor- ¿qué pelotudo elegiría venir a este mundo de mierda?
- Entonces ¿por qué cuando uno quiere terminar con ese eterno sufrimiento no se le permite?- Manuel cerró los ojos con fuerza y apretó los puños destrozando el cigarro y las cenizas cayendo en su mano-, si Gilbert decidiera morir, Martín, yo lo permitiría. ¿Quién soy yo para detenerlo? Esto no es vida, Tincho, yo sé qué sufre pero se aferra a la vida y no por él mismo... estoy cansado, él más que nadie, Martín
El rubio dejó escapar el aire de sus pulmones mirando al cielo de la noche, luego dirigió su mirada al rostro de Manuel que estaba fijo frente a ellos. Sus ojos ya no parecían brillar como hace unos años lo pudo llegar a hacer, su pelo se había vuelto opaco y su piel un tono enfermizo y Martín se preguntó ¿por qué seguía con vida si está misma parecía comerle? Pero obvio, Gilbert llegó a su cabeza, era el sosiego de sus noches de insomnio, de las pesadillas y los malos recuerdos, Gilbert era la respuesta a las preguntas insaciables pero era el reloj de arena que marcaba el límite de Manuel. Parecía no importar el dolor de su presencia mientras que su mirada curaba el alma de Manuel.
- Ustedes son la perdición del otro- se dirigió a la entrada del lugar-. Y pareciera no importarles
Manuel sólo pudo observar a su hermano desaparecer en la entrada del edificio, mientras la madrugada le acompañaba en el sufrir de su alma. El cansancio de su cuerpo le ganó y las lágrimas nunca recorrieron sus mejillas, ya acostumbrado al vacío de su pecho, al temblor de sus manos y la comezon de su piel, Manuel se durmió en aquel lugar.
...
Manuel observó detenidamente a su amado, el vaivén de su pecho al respirar de forma tan pausada, calma como nunca. Acarició la mano del alemán, que en algún momento del pasado habían sido suaves que le acariciaban el alma, hoy se encontraban áspera al tacto e inusualmente frías.
- ¿En qué piensas?- levantó la mirada al escucharle y se encontró con su mirada cansada pero llena de cariño.
- Nada importante- se limitó a decir y le depositó un beso en sus pálidas manos y soltó una pequeña risa al ver la diferencia de tonalidades entre ambos-, deja de palidecer o serás invisible a la vista
Gilbert se carcajeo, su cuerpo moviendose de forma brusca y dejó escapar un pequeño quejido;- Soñé con algo esta vez
Manuel le miró, esperando a que continuase.
- Era extraño y mi lucidez no era mi amiga, estaba rodeado de luces de tonalidades que nunca había visto pero no recuerdo bien, era inexpicablemente hermoso y por un momento pensé que habiamuerto, que estaba quizás en lo que llaman el cielo- Gilbert estiró su mano al techo blanco y luego comentó;- pero recordé que si me muero, el cielo no es donde iría, definitivamente
Manuel negó.
...
Manuel estaba tranquilo.
Su angustia y ansiedad habían disminuido desde que salió del hospital, desde que el médico les había dicho que Gilbert moriría en los proximos meses, si no es que de inmediato. La madre de Gilbert no se pudo contener a llorar contra el pecho de su hijo menor Ludwig, parecía de alguna forma aliviado y Manuel... él se dirigió a la salida y no volvió hasta el otro día, cuando le dieron el alta a su amado.
Gilbert le habia dicho en el momento en el que entró al cuarto que viajaría y Manuel no pudo más que aceptar. En contra de los gritos de su madre, Gilbert se subió a la camioneta junto con el chileno una semana después de que le dieran el alta en el hospital.
Manuel sonrió cuando Gilbert lo rodeó von sus brazos y le besó el cuello, sin decir palabra alguna Manuel dejó de observar el lago desde la ventana de la habitacion y se dio vuelta, acariciando el rostro de Gilbert. Estaba pálido, sus ojos se veían cansados y su cabello estaba descuidado, pero era Gilbert y Manuel lo amaba con todo su corazón y el dolor que le provocaba.
Lo besó, sintiendo los labios acariciarle el alma, sus manos eran frias pero el tacto le hizo arder en el deseo de su cuerpo, Manuel lo amaba y Gilbert también. Terminó en cama, semi desnudo observando la sonrisa del alemán que le repartía besos por su pecho y con un suspiro Manuel se embriagó en la sensación que provocaba la sola presencia de su amor. Gimió contra su oído al vaivén de las caderas, besó su cuello, le susurró tantos te amo como su voz le permitió y cuando alcanzó el clímax Manuel le abrazó, sintiendo el pecho liviano y los ojos pesados, se durmió.
A la mañna siguiente, Gilbert no despertó.
- ¿Qué fue lo último que te dijo?- Manuel observó al alemán junto a su lado, observó a cielo y las nubes que se formaban, danzando sobre ellos.
- Que me amaba- se limitó a responder, Ludwig le observó por unos escasos segundos y comentó.
- Se terminó- se alejó a paso lento, Manuel observó al alemán tomar a su madre del brazo y llevarla por el sendero. Observó también a Martín, a unos metros esperándole, como siempre lo hacía desde que eran pequeños.
Se dio la vuelta y leyó por ultima vez.
Gilbert Beilschmidt
1985 - 2018
"Amado por su familia, no será olvidado ni por ellos ni por quien le conoció en vida"
Sonrió aliviado y le susurró a su amado;
- Espérame- el viento chocó en rostro y le susurró al oído.
- Siempre
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felicianonavarro · 5 years
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El Gaucho
Se sentía un afortunado porque la bestia que cabalgaba había resultado ser de lo más sumisa. De un negro absoluto y brilloso como si al equino lo hubieran encerado. Caminaba con gracia y docilidad, casi como si sintiera dichoso del jinete sobre sus lomos. El gaucho hincó sus espuelas con suavidad, y el caballo aceleró la marcha.
A la distancia se podía oír la furia del rio Wierna. Las lluvias de febrero lo habían provocado, y ahora las corrientes de agua corrían salvajes hacia el este.
El gaucho avanzó sobre su caballo, dirigiéndose al puente. El bramido del rio crecía con cada paso. El son de la música de las herraduras, combinado con el balanceo en los lomos de la bestia, tenían un efecto hipnótico. El oleaje de las verdes hojas de los árboles que se frotaban unas con otras en la danza del viento, y los rayos de sol que acariciaban la piel luego de atravesar las densas nubes con trabajoso esmero, creaban la ilusión de estar flotando en el aire si uno cerraba los ojos. El gaucho se dejó arrastrar por esas narcóticas sensaciones, mientras degustaba unas hojas de coca.
Creyó escuchar gritos de auxilio, cuando estaba a unos cortos pasos del puente que cruzaba el rio Wierna. Todavía le quedaba largo trecho hasta la quinta en El Gallinato, pero se detuvo para comprobar si verdaderamente había escuchado esos desesperados pedidos de socorro, o si lo había confundido con algún extraño sonido que quizás trajeran las aguas.
Volvió a escuchar un grito de auxilio, y hasta el caballo reaccionó con angustiado relincho.
El gaucho dispuso sus sentidos a ubicar el punto de origen de aquella persona desamparada. Sintiendo la insistencia de las espuelas, el caballo marchó con suave trote.
Una vez sobre el puente, el gaucho observó con detenimiento mientras se esforzaba por no perder de oído aquellos pedidos de ayuda. Finalmente, al mirar hacia el oeste, observó a una familia de cuatro personas sobre el techo de su vehículo. La trompa del carro de color rojo estaba sumergida en las aguas del rio, y sus ocupantes sacudían los brazos en dirección al gaucho.
Las espuelas volvieron a hincarse, y el caballo echó a correr en dirección de la desamparada familia. El gaucho observaba con escrutinio aquella desafortunada escena. En su cabeza ya estaba la idea, y en sus extremidades la sangre circulaba impulsada por el heroísmo. Y, como si el caballo compartiera las emociones de su jinete, sacudió su cabeza en plena carrera largando un relincho de premonitorio triunfo ante el arrogante brazo de la muerte que, con halo de victoria, desafiaba al hombre y a la bestia.
Caballo y jinete se detuvieron de súbito sobre la pedregosa orilla, al borde de los afilados dientes de la corriente de agua. Algunos hombres y mujeres sumergidos en la impotencia, observaban con desesperación aquella escena y, por sus ojos pasó una luz de esperanza con la llegada repentina del gaucho. Unos proferían ruegos y palabras de aliento, mientras que otros hablaban de locura. Todavía otros consideraban oportuno pasar revista de lo acontecido.
—¡Buscaban atajo!
—¡Hubo una crecida…!
—…y un desmoronamiento!
—¡Jamás se debe cruzar el rio!
—Es sabido…
—¡Mírenlos ahora!
El gaucho hizo un ademán con la mano, silenciando el innecesario parloteo. Se inclinó sobre el lomo de su caballo y susurró en su oído algo que no se distinguió. De momento, el rio era el único que se hacía oír. La familia en apuros y el gentío callaron expectantes. Se oyó un sonido proveniente de los labios del gaucho, como besos al aire, y el caballo avanzó hacia el agua. Hombre y bestia eran uno.
Las piedras ariscas bajo el manto de agua se movían con cada paso del caballo, pero este se asentaba firme y sereno. El gaucho confiaba en su animal y miraba a la familia sobre el techo de su vehículo con despreocupación, con la esperanza de transmitirles el mismo sentimiento.
El caballo llegó hasta el lugar, y el jinete observó los rostros de una mujer, un hombre y dos niños.
—Los pequeños primero —dijo.
Los niños subieron al lomo de la bestia con torpeza, producto de un brusco movimiento del vehículo que de a poco perdía batalla contra la corriente. Gaucho y caballo giraron sobre sí, y emprendieron el tramo de vuelta hacia la orilla. Con la misma determinación, las herradas pezuñas dieron paso firme y llegaron a la orilla. Los niños descendieron con ayuda, y el gaucho se dispuso a repetir la hazaña.
Al llegar hasta el vehículo otra vez, el matrimonio ya estaba en posición. La mujer extendió sus brazos, de la misma manera que habían hecho sus hijos. Sus manos ciñeron los hombros del jinete, quien ya estaba afirmado como un árbol desde las riendas, y se impulsó.
Hombre, mujer, y caballo llegaron a la orilla, y la madre fue al encuentro de sus hijos.
El jinete, sin perder más tiempo, volvió a adentrarse en las aguas para dar fin a la pesadilla de una familia. El caballo, ya confiado en un camino invisible trazado por él, avanzó con mayor rapidez. De la orilla salió una advertencia, pero el gaucho no la oyó, ya que el bramido del rio era ensordecedor. Nuevamente la advertencia intentó hacerse oír, pero no lo logró. Sin embargo, el hombre que faltaba rescatar, detectó la señal de alarma e intentó trasmitírsela a su rescatista, mas este no la recibió puesto que estaba compenetrado en la tarea que tenía por delante.
Al llegar hasta el vehículo por tercera y última vez, indicó al hombre que se subiera a los lomos de la bestia a su señal. Pero el hombre no lograba conseguir estabilidad, ya que el vehículo perdía agarre bajo las ruedas sumergidas. Cuando pudo hacerlo, dio un salto accidentado y quedó colgado del costado del caballo. La bestia, confundida ante el azar en medio de un acostumbrado proceder, se inquietó. Comenzó a dar pasos inseguros sobre piedras escurridizas, y parecía que el hombre terminaría por caer. El gaucho lo asió de sus ropas, y lo ayudó a acomodarse sobre los lomos del caballo mientras, hábilmente, calmaba al animal con silbidos. El equino terminó por tranquilizarse y recuperar la postura. El gaucho observó la orilla, y vio que la gente le hacía señas de alarma. El hombre detrás suyo comenzó a urgir a su rescatista para que se apresuraran. El gaucho, miró a su alrededor y observó que la corriente arrastraba un árbol arrancado de raíz. Venía directamente hacia ellos.
Sin desesperar, clavó las espuelas y el caballo avanzó con paso torpe. Parecía como si hubiera perdido la seguridad y la destreza con que había venido actuando. Sus pezuñas daban pasos accidentados, y perdía estabilidad. El gaucho observó que el árbol se abalanzaba sin remedio sobre ellos y que, en cuestión de segundos, los embestiría. Actuó rápido y hasta con cierta violencia. Hizo que el caballo volviera a girar sobre sí, de modo que la orilla quedó a sus espaldas, pero más próxima para el hombre.
Mandó al hombre a saltar del caballo con todas sus fuerzas, ya que caería sobre aguas menos profundas y más calmas. No hubo tiempo para terquedades ni reiteraciones. El hombre hizo lo que se le dijo. Saltó y, como se lo había dicho su salvador, cayó sobre aguas planas y aquietadas. Volteó con aire victorioso y el espíritu avivado para recibir al gaucho y expresarle su eterna gratitud, pero sólo se encontró con el oleaje correntoso y sublevado del rio Wierna.
El gaucho sintió un fuerte sacudón, y despertó de súbito.
—Eso fue un acto muy heroico— anunció una voz anciana—, seguro que sí.
—Heroico, pero poco inteligente —agregó un segundo.
—Todos los actos heroicos dejan de lado la inteligencia —dijo el primero—. La razón huye para resguardar la vida.
—Resguardarla… ¿de qué? —cuestionó el segundo—. ¿Acaso vas a extrañarla si la pierdes? ¡Claro que no! Tu muerte es algo que les sucede a los otros.
—En cuyo caso, resguardar la vida, implicaría preservarla para el bien de esos otros.
—Ahora estamos de acuerdo.
El gaucho se puso de pie y observó al dúo que lo acompañaba a la orilla del rio. Estaba mojado, y tenía piedras dentro de sus botas. Quiso hablarles, pero sus palabras no surgieron porque la sorpresa que lo invadió fue mayor. Jamás en su vida había visto hombres tan extraños como aquellos allí. De estatura corta y semblantes que no se correspondían con las voces ancianas que escuchaba. Hizo un paneo general a aquel lugar, esperando ubicarse.
—Estamos en tu tierra —le aseguró uno de los hombres—. Unos cuantos kilómetros al este del puente.
—Una gran pena lo de tu animal —anunció el otro —. No le queda mucho.
El gaucho vio que su caballo estaba postrado, con medio cuerpo dentro del agua y medio cuerpo afuera. Respiraba agitadamente y sus ojos eran dos bolas brillantes, aterrorizadas y confundidas.
—Hay pocos como ellos —dijo el primero—. Y hoy habrá uno menos.
—¿Vas a decirnos algo? —inquirió el segundo.
El gaucho, volvió a mirarlos con expresión soñolienta.
—Gracias por sacarme del agua —dijo—. Espero haber sido de ayuda para esa familia. El hombre…—hizo una pausa observando corriente arriba— no vi que pasó. El árbol…
—Se salvó —dijo uno de ellos—. A diferencia tuya.
El gaucho frunció el ceño
—¿Quiénes son?
—A mi puedes llamarme Viento, y a mi compañero aquí puedes decirle Hierba.
—Esos no son nombres para personas —contestó el gaucho.
—¿Acaso somos personas? —dijo el que se hacía llamar Viento, mirando al que se hacía llamar Hierba.
—Seguro que no —contestó Hierba —. Pero el gaucho tiene razón en algo, y es que no nos llamamos así. Es sólo que nuestros nombres son muy largos e imposibles de pronunciar si no conoces la lengua original.
—¿La lengua original? —dijo el gaucho.
—La que se hablaba antes de la llegada de ustedes, las personas —dijo Viento—. Pero no tenemos tiempo para historias. ¿Cómo es tú nombre? No vamos a llamarte “Gaucho” para siempre.
—¿Por qué le preguntas su nombre? —cuestionó Hierba—. Nosotros lo sabemos.
—¿Cuantos miles de años más tendrán que pasar hasta que no tenga que enseñarte algo, Hierba? —Volvió a dirigirse al Gaucho—. ¿Y bien? ¿Su gracia?
—Demóstenes —contestó el gaucho.
—Seguro que sí —convino Viento.
—Debo volver a casa —dijo Demóstenes—. Es un largo trecho hasta…
—Pero esta es tu casa, ahora —dijo Hierba—. Ya no puedes volver al lugar de donde viniste.
—Dijeron que esta era mi tierra —contestó Demóstenes—. ¿Qué están tratando de decir?
—Puede que esas personas a las que ayudaste sobrevivieran —dijo Viento—, pero no fue tu caso.
El rostro de Demóstenes se ensombreció, y comenzó a negar con la cabeza.
—Mi esposa, mis hijos. Tengo que volver a ellos.
Viento y Hierba cruzaron miradas de compasión. Observaron al animal moribundo, y volvieron a mirarse entre ellos.
—Hay una manera —dijo Viento.
Hierba lo asió del brazo.
—No estás hablando en serio.
—El hombre quiere volver a su casa —respondió Viento, liberándose del agarre de Hierba—. Todavía recuerda su nombre. Eso nos da una posibilidad. ¿Cuánto tiempo hemos esperado para esto?
—Pero no será lo mismo —cuestionó Hierba.
—¿Quieres volver a tu casa, Demóstenes? —dijo Viento—. ¿A tu esposa y tus hijos?
—Por favor —respondió el gaucho.
—Seguro que sí —dijo Viento —. Sabrás que podrás volver, cuando hayamos desaparecido de delante de ti.
Viento comenzó a hablar en lenguas extrañas. Demóstenes podía oír su anciana voz, como si la tuviera dentro de la cabeza. Los ojos de Viento se tornaron blancos, y su voz se convirtió en un susurro. El mundo alrededor parecía girar, acercarse y alejarse otra vez. Las aguas del rio fluían lentamente y, de repente, hubo un sonido parecido al que hace un corcho al ser extraído, y se alejó haciendo ecos.
Demóstenes vio que el mundo había vuelto a detenerse y la corriente del rio Wierna fluía con normalidad. Los extraños visitantes se esfumaron delante de él. La cabeza la sentía ligera, como si hubiera despertado de un profundo sueño. Y lo creyó así.
Seguía sintiendo el cuerpo mojado, y un tanto pesado. Pensó en su casa, en su esposa y sus hijos, y la nostalgia lo impulsó a volver. Buscó a su caballo, pero este no estaba. Entendió que la corriente se lo había llevado. Lamentó la perdida de tan prodigioso animal, pero lo consoló el hecho de que con el precio de su vida había comprado cuatro más, rio arriba.
Dio un paso hacia adelante, pero se detuvo. A sus oídos había llegado el sonido de pezuñas sobre las piedras. Tal vez su caballo no había muerto después de todo y estaría pastando entre la hierba.
Esperó, pero no volvió a escucharlo. Habría sido el viento.
Avanzó hacia la orilla, y nuevamente escuchó los pasos de pezuñas herradas. Su caballo podría haber muerto, pero tal vez se hallaba otro escondido. Si podía dar con él, lo tomaría para regresar a casa, y luego lo devolvería a este lugar. Pillar un caballo era tarea ardua y peligrosa. Debería actuar con cautela y determinación.
Necesitaba agua. Había sido arrastrado por el torrente del rio y casi moría en él, pero aun así sintió sed. Caminó a la orilla, sintiendo los pasos inquietos de aquel animal. No lograba verlo aún, pero estaba ahí. Seguro que sí.
Demóstenes inclinó su rostro hacia el agua, y en el reflejo cristalino conoció la verdad. Había un caballo cerca, seguro que sí. Coexistiendo a orillas del rio Wierna con él, seguro que sí. Y el caballo era él.
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esuemmanuel · 5 years
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La Fachada.
Primera Parte
Segunda Parte
Tercera Parte
Cuarta Parte
V.
Pudo haber terminado de otra manera, no estoy seguro... Sinceramente, lo que más anhelaba era deshacerme de mi pasado y todo lo que tuviera que ver con él. Desconozco si lo planifiqué, todo sucedió tan rápido. Fueron pocos meses los que estuve saliendo con Rebeca, sin embargo, fue suficiente para hacerme cambiar totalmente. Dejé de ser el hombre sumiso que tanto amaba mi mujer, al grado de no respetarla. Las confrontaciones no se hicieron esperar, las vacaciones que se había tomado tuvieron un efímero resultado positivo en nuestra relación, lo que mejoró a su regresó, se echó a perder en pocos días. Volví a perderme en mi mundo con Rebeca, no me importaba nada, sólo ella, siempre ella... Era mi faro, mi brújula, mi razón de ser. En una conversación que tuve con ella, me confesó que había estado buscando vestidos de novia... "Fue una locura", así llamó a ese momento de emoción al mirarse junto a mí toda su vida. Cuando me lo dijo, sentí que debía hacer algo por cumplirnos ese sueño, porque no únicamente era su ilusión, sino la mía. Desde ese día que atravesó el umbral de la oficina, con la compañía del viento haciéndole danzar los cabellos y la luz del Sol cayendo en su presencia, me decidí por hacerla mía, aún sin conocerla, sin saberla, sin haber cruzado palabra con ella; algo era seguro en mí, ya la amaba, y no podía contenerlo; debía expresarlo, por eso la busqué, por eso no dejé de hablarle ni de presentarme ante su cubículo, cada invitación para salir era volverme loco de alegría; me revolcaba en mi egoísta felicidad como un chiquillo que recién comienza a conocer el amor. El día de su confesión estábamos festejando nuestro tercer mes, estaba totalmente enajenado por nuestro amor y todo lo que había traído consigo; esa libertad tan ansiada y que, de repente, se estrelló en mi cara al terminar esa noche de sábado. Nos despedimos con un beso en los labios, ése que se había vuelto un símbolo ya desde nuestro primer encuentro; me tomó de las manos, me miró a los ojos y me dejó con una sonrisa mientras se dio la vuelta y entró a su departamento. Eran las diez de la noche. Miré el celular, había dejado a mis hijas con la niñera, ya que mi esposa estaba de viaje, pero regresaba esa madrugada. Tomé un profundo respiro, el último de la noche, y regresé a casa con una extraña pesadez. No me sentía del todo bien, traía como un nudo atorado en el pecho, mismo que ascendía por mi garganta mientras me engarrotaba las extremidades. No, no estaba nada bien. Hice media hora en volver a casa, para ser sábado por la noche era raro que no hubiese tanto tráfico. Al llegar, despedí a la niñera, me comentó —antes de irse— que las niñas ya estaban dormidas y se habían portado de maravilla. Le sonreí, le agradecí por su trabajo y la dejé ir. Subí las escaleras con una lentitud que me hacía arrastrar los pies, deseaba tanto salir de ahí y no volver jamás. Quería dejarlo todo y no mirar atrás, nada me importaba ya. No obstante, ahí seguía, subiendo las escaleras y encaminando mis pasos hacia las habitaciones de mis hijas. Me asomé a cada una para mirarlas dormir y, extrañamente, algo dentro de mí parecía decirme que ésa iba a ser la última vez que lo haría. Temblé un poco, tenía un gélido presentimiento o, quizás, era mi sobrecogedora ambición hablando a través de todo mi cuerpo. Sentí que los ojos se me llenaron de agua y las manos se me endurecían, me retiré de ahí y me metí a la habitación que compartía con mi mujer. Me metí a la cama e intenté dormir, sin embargo, había demasiado ruido en mi cabeza. Estaba siendo presa de una ansiedad que ya no podía soportar, así seguí dando vueltas, buscando apartar esa horrorosa sensación que ya me había amargado la lengua. Así pasaron dos horas, quizás dormité un poco, ya no lo recuerdo, todo se ha comenzado a desvanecer... Abrí los ojos y miré el reloj que descansaba en mi buró... "1:30 a.m", parpadeaba la hora en un azul suave. De repente, escuché la puerta principal abrirse, ya estaba en casa mi esposa, y ni en cuenta había tomado su mensaje. No quería saber nada de ella, ya no. Pero, continué tratando de fingir que me importaba su llegada, me quedé acostado en la cama, ni siquiera pude levantarme. La miré entrar, se veía cansada, tenía los ojos hinchados, estaba algo pálida, algo me decía que había llorado. No era raro ya a esas alturas, estas dos semanas se la pasó derramando agua; sabía que estaba mal, desconsolada, preocupada por nuestro matrimonio y por mí. Me miró y no pudo contenerse más, se soltó en llanto y caminó hacia mí. Me levanté pesadamente para quedarme sentado y la miré venir, se sentó a mi costado y me abrazó con todas sus fuerzas; así, abrazada a mí, se desmoreció. Me llenó los oídos de te amos, me preguntó, una y otra vez, con la voz entrecortada y doliente, qué era lo que estaba pasando conmigo, por qué no hablaba ya con ella, qué había hecho para que me comportara así; sacó el tema de mis padres y la disculpa que no había recibido aún, me dijo que no le importaba ya, que si eso era el problema lo iba a dejar pasar, pero que volviera a ella, que me necesitaba, que no podía más, que si seguía alejándome se iba a morir. La tomé de los hombros y la separé de mí, la miré fijamente a la cara; mis ojos estaban secos, no sentía nada por mirarla llorar, me disgustaba siquiera escucharla y sentirla así, pegada a mí. De pronto, me envolví en un manto de frialdad que me llegó a calar hasta los huesos y, así, mirándola, le dije —sin titubear— que ya no la amaba. Se quedó impávida ante mis cortas, pero profundas y muy reales palabras. Creo que jamás me había escuchado hablar con tanta seguridad. Sin despegar los ojos de mí, siguió derramando agua, la escuché decir muy quedamente, casi sin aliento, si había otra mujer. Sin dudarlo, asentí. En ese momento y, sin darme cuenta, tenía su cuello entre mis manos y la apretaba tanto que percibía en mis dedos el latir de su sangre. Apreté tanto y tan fuerte, mientras ella sólo me miraba con los ojos enrojecidos y los labios amoratados. No se resistió, ni siquiera hizo el intento de salvarse, sólo se me quedó mirando y yo... no pude dejarla respirar más... su último aliento fue un "te amo" con la lengua paralizada. La dejé caer, lentamente, en la cama y me puse de pie. Elevé la mirada y caminé, arrastrando los pies, hacia la habitación de mi hija mayor. 
Era tan hermosa, su piel era pálida a mi tacto, su blancura sobrepasaba a la de los mismos ángeles, y su inocencia no era la excepción. La estuve mirando por largo rato dormir, respiraba tan plácidamente. Sus párpados bailaban al compás de sus sueños, su boquita estaba ligeramente entreabierta, podía escuchar el sonido del aire al entrar a su nariz y al salir por sus labios. No sé cuántas veces suspiré ahí, sentado a su costado, con las manos heladas peinando sus rubios cabellos y acariciando sus mejillas sonrosadas. Sonreía como un loco, no quería despertarla, no podía hacerlo, la necesitaba así, dormida, perdida profundamente en sus más hermosas fantasías; me acerqué a su oído y le pregunté, quedamente, qué estaba dibujando en ese espacio destinado a las niñas bonitas como ella. La sentí moverse un poco, pero no abrió los ojos; descansaba con una soltura y una seguridad envidiables. Posé mis manos sobre las suyas, estaban tibias, las tomé y las llevé a mis labios, dejando, en cada una, un beso. La recorrí, una vez más, con la mirada, tratando de darme una razón para no continuar con lo que ya había empezado, pero, no encontré ninguna. Lo único que me martillaba en la mente era Rebeca, el vestido de novia, ella y yo juntos, eternamente, siendo felices, teniéndolo todo. Deslicé mis heladas manos hacia su cuello, la acaricié lento y muy suave, para luego, comenzar a apretar con fuerza. La vi abrir los ojos asustada, llevó sus manitas a mis brazos, a mis muñecas, tratando de liberarse. Oh, mi niña, ella sí que peleó por su vida... Me arañó con esa desesperación que es dejar ir a la vida cuando más la estás viviendo, sus labios se volvieron azules mientras su pequeña lengua sangraba en su interior. No sé a quién le dolió más, si a ella, a mí o a los dos, terminar así. Cuando dejó de moverse, la envolví en su cobija favorita y salí para la habitación de mi hija pequeña. Ya no importaba nada, me lo decía con cada paso que daba. Estaba en medio de la nada, no había sonido ni luz, ni calor ni frío, sólo había nada. Mi mente estaba detenida, en pausa, sólo podía sentir a mi pequeña hija quedarse sin aliento bajo la pequeña almohada a la que me aferraba. ¿Podía haber otro infierno ajeno a ése? No, no lo creo... El infierno estaba en mis manos, en mi ambición, en mi deseo, en el amor que le tenía a Rebeca... No había otro más que ése, y lo estaba creando yo.​
— Esu Emmanuel©
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whiteraven7life · 5 years
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§ ℰl llorar del violín de una ℳusa. ℛevelación de los ℰcos§ [ℋistoria - Parte II]
♪ Play: Serenade ⁞ Franz Schubert. https://www.youtube.com/watch?v=L3UzgFIWlN0
    Sus parpados se levantaron con pesadez mientras las empapadas pestañas dejaban caer desde el ángulo externo de sus ojos algunas perlas translucidas de agua que trazaban una estela salina en su recorrido. Rafael llevo su mano para tratar de capturar alguna gota antes de su muerte en el borde de la mandíbula, al hacerlo observó el desvanecer de la misma en la piel cálida de los pulpejos de sus dedos.
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    —¿Por que?… —
Logró musitar cuando despertó, se había quedado dormido en el suelo de su habitación.
Desde hace un tiempo, luego de su resurgir en esa fisonomía, Rafael soñaba cada mañana escenas de la vida mundana de Azarías. Jamás en su etérea vida de ángel había necesitado dormir, descansar el cuerpo y la mente, ahora si… para su vasija, su contenedor, era una necesidad fisiológica; sobre todo por permanecer despierto durante las guardias en la enfermería. El cansancio ya no era desconocido para el Arcángel.
          【  Fragmentos del sueño de Rafael  】
                     「Cнangѕнa - Hυnan - Cнιna
                            ₁₉₉₈
    Corrí, corrí y corrí descalzo, desde mi humilde hogar dejando atrás a mi abuela que había pronunciado aquel nombre, el de mi madre. Las lágrimas en mis ojos nublaban mi visón, la gente del pueblo parecía no observarme y sólo me dediqué a correr sin rumbo hasta que una voz me llamó por primera vez, dijo mi nombre con tal claridad que tuve que frenar de manera violenta.
    —Azarías… —ne llamó con dulzura.  
    Giré para encontrar a alguien, pero solo me topé con la exquisita vegetación del bosque.
    —¡¿Mamá?!
    Llamé con trémulos labios a esa mujer que no estaba a mi lado desde hace dos años atrás, pensé en que nunca mas volvería a sentir su aroma, ni recibir su cariño y mucho menos su protección, o escuchar el sonido celestial del llorar del violín a través de sus finas manos. La necesidad de sentirla cerca desencadenó un profundo dolor en mi pecho.
Con desesperación y con los pies lastimados perseguí entre los árboles el ‘eco’ de la voz que retumbaba en mi cabeza, pensé que era su voz, era demasiado dulce y armónica que traté de cazar la ilusión de esa esencia de mujer que me faltaba. Le estaba agradecido a mi abuela por tomar su lugar con tanto amor, pero el deseo de sentir su calidez, se hacia fuerte en mi.  
    El sonido del bosque y los rayos de luz que se filtraban entre las infinitas hojas esa tarde de primavera danzaban a mi alrededor a manera de carrusel gracias al suave céfiro, el mareo me llevó a caer de rodillas, alcé la vista y logré ver un cuervo tan negro como el ébano que yacía en el suelo, me arrastré hacia él debido a que no juntaba la fuerza suficiente para lograr ponerme en pie, la tristeza me derrumbó el alma y como si pudiese salvarlo con mi misero toque descansé mi pequeña mano sobre las brillantes plumas que cubrían su pecho.  
La voz me llamó una vez más y un niño, aparentemente de mi edad, se hizo presente ante mí. Sus centelleantes ojos azules iluminaron mis pupilas colmando mi insignificante ser de una celestial paz.
    —No llores, hermano —pronunció y sosegó mi alma.
El ave de plumaje azabache… había levantado vuelo… ¿cómo?  
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               【 Fin del Sueño 】
    Una revelación a través de los sueños, la primera vez que escuchó esa voz infantil como eco que retumbaba en su cabeza y lo llamaba por su nombre durante sus ventitres años pasados, el mismo eco que lo había protegido toda su vida hasta su resurgir como Arcángel. Ecos que lo llamaban para prevenir, para proteger y para guiarlo hasta el encuentro con su verdadero ser.
    —Miguel… ese niño eras tú. —
Rafael todavía sentía la presión en el pecho del dolor de Azarías pero una sonrisa nostálgica se le dibujo en el rostro por descubrir que era su hermano mayor quien lo había protegido.
    Su madre había sido una excepcional violinista. Debido a ella Azarías pensaba que el mejor sonido del violín era cuando éste lloraba, así lo había denominado desde niño y solía comentarle a su abuela: “Ese violín no llora… ” cada vez que alguien mas interpretaba una pieza en un instrumento de ese estirpe, generalmente no lograban satisfacer a su percepción del… sufrir o llorar, al cual se refería. No un llorar desesperado de angustia y desconsuelo, si no, uno que buscaba salvación y paz.
Esperaba alguna vez lograr oír ese llorar de un violín para volver a verse embriagado de felicidad.
Azarías aún guarda esa caja sonora de madera tallada a mano en su estuche original y no deja que sus cuerdas, de las cuales faltaban dos, se vean olvidadas, o sus hebras rotas en el fino arco. Pero no recuerda su llorar.
Ocluyó sus parpados nuevamente y sonrío entre lágrimas, una simple imagen en blanco y negro fue su salvación mientras tarareaba las notas de una melodía de violín que recordaba y él solía tocarla en el piano extraña vez, cada vez que su pecho dolía al recordar ese borroso rostro de mujer.
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mvalvega · 5 years
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                                                       LAZARUS
Jane odió la imagen que le devolvía el espejo. 5 mg de diazepam descendieron por su garganta y redujeron a cenizas el incendio que la cafeína y la absenta habían provocado en su sistema nervioso. Bajo las bombillas amarillas, los círculos oscuros eran más notables. No podía ocultar que portaba en su vientre una llama infernal. La bilis negra crecía en su interior, marcada a fuego en sus ojos felinos. Una melancolía demasiado profunda para alguien tan joven. Abrió la botella de bourbon y bebió del tapón. Tenía rastros de lápiz de labios de alguna de las chicas. Tomó aire. Una respiración pesada. A duras penas podía mantenerse en pie. Fijó su mirada en la botella y vaciló un segundo. ¿Y si la lanzaba contra el espejo del tocador? Todo estallaría en mil pedazos de cristal. Brillad, diamantes, sobre la moqueta. Sujetadores de encaje, una cajetilla azul de American Spirit, colillas, tangas de rayas bretonas y de colores fluorescentes, unas tenacillas y manchas de alcohol, se arremolinaban bajo sus botas de piel en un torbellino de inmundicia. Reprimió el impulso. Tendría que correr con los gastos y la deuda aumentaría. Maura había conseguido, al fin, echar una soga a su cuello.
Salió a la parte trasera del local y se encendió un pitillo. El sol inició su descenso. Se escondía tras la línea infinita que dibuja la carretera y que marca el término del municipio y el comienzo de las tierras áridas. Un buen lugar para perderse. Jane sostuvo el cigarrillo en los labios, se frotó las manos. En la hora del ocaso, el viento arrastra la arena y las salsolas sobre el asfalto, la temperatura baja once grados. Los días de diciembre nunca fueron tan cálidos como aquel invierno, ni las noches tan frías. Pensó en seguir la trayectoria de las nubes rosas y añiles, caminar en busca de los ardientes rayos, y adentrarse en el desierto del Sit para no volver. Los franceses querían colonizar Argelia con delincuentes, soldados rebeldes, cortesanas y hospicianos. Se confundieron de continente y así fundaron el Agujero de Dios. El redoble de la batería de I Put a Spell on You sonó desde el jukebox de la sala. Al caer la noche se encienden las luces de la ciudad y el cartel de neón del Blue Moon anuncia el desfile de la carne humana. Los silbidos, carcajadas e improperios, de una lascivia caduca y senil, envilecen las últimas estrofas del clásico interpretado por Creedence Clearwater Revival. Un grito de pánico, un taconeo apresurado y el ―¡maldita Jane!, ¿estás ahí?‖, arquearon sus cejas. Maura apareció ante sus ojos iluminada por el fluorescente de la puerta del almacén, que hacía guiños, al punto de fundirse, como todo en aquel lugar. Ataviada con un vestido de terciopelo granate, y unos aros de oro que podrían haber pertenecido a Marilyn Monroe, Jane expulsó la última bocanada de humo en su cara.
— Te necesito ahí dentro. — Yo no curro los viernes. Es noche de ―chicas‖. Sólo he venido a…
— ¿A beber gratis?
Jane tiró la colilla y la pisoteó hasta que el polvo negro se confundió con la arena que ensuciaba sus botas desgastadas. La intervención lacónica y mordaz de Maura había herido el poco orgullo que le quedaba. Antes de que pudiese volver a abrir sus labios, pintados de un color teja que sobresalía por las arrugadas comisuras, Jane replicó:
— No voy a hacerlo. — Tienes que salir a la barra. A Brittany le ha dado un chungo y Quinn ha tenido que bajarla. — No voy a quitarme la ropa. — ¿Te he dicho que lo hagas? — ¿Por qué no sale Chelsea?, ¿dónde está? — Eso querría saber yo. No ha venido, y no ha llamado. Luego se inventará algo de su hijo. La semana que viene tendrá que venir gratis o buscarse otro sitio. — Qué difícil elección… Jane no levantó la vista de sus botas. — Deberías comprarte unas nuevas. La suela izquierda ha empezado a despegarse. — ¿Con el dinero que te debo? No pienso entrar, si no… — Por Dios bendito, ¡está bien, está bien! – Maura movió la cabeza. – Sólo sube y di que se ha acabado, pero que sigue el descuento hasta las doce. Y que mañana habrá doble sesión. — ¿Sin Chelsea? — Ya me ocuparé yo de eso. Vamos, pajarita. Hay alguien que te espera. — ¿Qué, quién? — Ya lo verás. — ¿Cuánto va a ser?
Maura se tocó el lóbulo derecho y se mojó los labios. Alzó la mirada hacia el cielo vespertino. Jane observó el turquesa de sus ojos. Parecía una estrella de cine de los años cincuenta venida a menos. Su belleza serena estaba enmascarada por los años, el maquillaje barato y las pestañas postizas, pero conservaba los rasgos delicados de una Madonna renacentista y la cabellera color fuego, heredada por sus tres hijas, que caía sobre su nuca como acariciada por una suave brisa marina. Se llevó una mano a la cadera y la otra la acercó a la mejilla de su nieta.
— Te doy la mitad de lo que me debes. – Cogió la barbilla de Jane y apretó su mandíbula con fuerza. – Ni se te ocurra volver a hacer una tontería.
Víctima y verdugo emprendieron el camino hacia el cadalso, acompañado por una melodía de órgano y sintetizadores. Pink Floyd, pensó Jane. De vuelta en el camerino se reencontró con su reflejo. Los ojos inyectados en sangre, el iris multicolor más verde que nunca. Aquella noche de luna creciente una frialdad mortal se había colado en su espina dorsal. No había oración ni plegaria que pudiera aniquilar aquel mal. ―Anda, dame eso‖, dijo Maura antes de arrancar de su cuello la bufanda que cubría su pecho, y de quitarle la chaqueta vaquera gris que llevaba sobre una camiseta del mismo color. Estaba llena de agujeros de quemaduras de cigarrillo. Le recortó las mangas con las tijeras que había sobre el tocador. Quedaban a la vista las pronunciadas clavículas bajo los tirantes de un sujetador negro. ―Tampoco es que haya mucho que enseñar, pero así está mejor‖. Jane le devolvió una mirada envenenada. Maura miró de arriba abajo la mercancía. Meneó la cabeza al reparar en los shorts vaqueros deshilachados y las medias con una carrera que avanzaba desde la rodilla al muslo izquierdo. ―Espero que con lo que te he perdonado tengas más que suficiente porque, cariño, también necesitas unas medias nuevas‖. Jane suspiró. ―No me digas que es moda. Los 80 ya pasaron.
Maura abrió la puerta de la sala y la empujó hacia la barra. Sintió el nudo corredizo oprimir la piel de su garganta. La náusea subió de golpe, de su estómago a su cabeza. Qué bien lo había orquestado todo aquella vieja bruja irlandesa. Robert Plant se desgañitaba sobre notas eléctricas. Deseaba que enmudeciese a los presentes, los cuatro viejos gatos a los que servía cada noche. Deseaba que todo acabase de girar, que los focos rojos y naranjas, semáforo saturnal, explotasen sobre sus cabezas y el techo se desplomase, sepultándolos en su impotente lujuria. Se sentó en la madera de la barra para impulsarse con las manos hacia arriba. No le quedaba pulso en las muñecas. Hacía días que no se alimentaba de otra cosa que de maíz, centeno y cebada destilados en Tennessee. Había decidido morir, pero le faltaba valor para empujar la banqueta bajo sus pies y esperar al crujido del cuello. Lo mejor era dejarse ir. Sucumbir. Como todas las plantas hicieron el pasado verano. Consiguió ponerse en pie y contempló a su audiencia. Rostros descarnados que llevaban escrita una vida de miseria, sus fechorías tatuadas en el cuerpo. Un puñal clavado en un corazón sangrante sobre la carne marchita, el nombre de una mujer vapuleada en el pecho. Hienas hambrientas que hacían corro alrededor de jarras de cerveza. ―¡Es Jane!‖, dijo uno de ellos. ―Anda, hiéreme nena, hiéreme‖. Iba a acabar con aquella majadería y pronunciar el mensaje de Maura cuando, entre todas las caras empapadas en sudor y libertinaje, sintió una mirada latir en su pecho. ―Desde que te amo‖, gritaba Plant en un arrebato. Cantaba a un amor de los que golpean en el vientre. El mismo dolor profundo penetró en Jane cuando entre la penumbra rojo oscura vislumbró el azul metálico de aquellos ojos. Ojos de los que había luchado por deshacerse durante cuatro años. Por las noches contaminaban su sueño, hacían que despertara y que tuviese que ahogar su desesperación bajo la almohada. La observaban desde el fondo de la habitación tras una neblina del color de la nieve sucia. Aquellos ojos se encontraron con los suyos cuando abrió los labios, y no fue capaz de articular palabra. ¿Había regresado Dean Branwell de entre los muertos?
Jane se tambaleó sobre la barra. ¿Dónde estaban su sudario y su máscara de huesos y sangre? ¿Era un delirio? Los recuerdos galopaban desbocados. ―Janie, tú y yo, somos dos piezas mal colocadas en el tablero de ajedrez que es el Agujero de Dios, este abismo cósmico‖. Recordó aquellas palabras, y muchas otras, pronunciadas en las tardes etílicas en el ático. La voz, profunda, resonó en sus oídos mucho después de que se hubiera marchado. En el susurro del viento, entre el murmullo de los niños que jugaban en el parque, en el silbido de los botellines de vidrio, en el eco de su propia voz. Había días en que pensaba que Dean sólo había sido una invención de su mente. Otros, creía verle en cada joven, en cada hombre que se acercaba a la barra. El verso de Ginsberg tatuado en el antebrazo derecho. El cuervo en el izquierdo, sobre las prominentes venas. El valle estaba emponzoñado con su ausencia. Levantó la cabeza para apartar el flequillo de su frente. Entre el hedor a marihuana y a cerveza derramada, sintió su olor. Denso, embriagador. A tierra mojada. Estaba allí. Otra gélida noche de diciembre condujo en mitad de la niebla para llamar a su puerta. Había recibido una carta de su hermano desde Sitka, Alaska. La única vez que vio caer una lágrima por sus mejillas. La primera noche en que estuvo dentro de ella y convergieron bajo las estrellas. Sus ojos azules brillaban a la luz de las velas. Sentía los latidos de su corazón en su pecho, en sus labios, en sus venas. Cuando el cielo empezaba a teñirse de rojo hundió los dedos en su piel. No era un buen momento para que saliera el sol.
―¿Por qué te has alistado?, le preguntó cuatro años atrás. En la Wurlitzer sonó, de forma profética, Babe I’m gonna leave you. ―¿Por qué no? Tengo que verlo, para entenderlo. I ain't no fortunate son‖. Jane sabía que ésa no era la verdadera razón. Dean necesitaba escapar o acabaría absorbido por aquel lugar, atrapado en el espacio-tiempo. Fue la última noche que estuvieron juntos en el Blue Moon. La visión de Dean con Led Zeppelin de fondo en aquel antro, una vez más, sólo podía ser una broma cósmica.
El viejo Chevy rojo pasó por delante de sus ojos. Se perdió dando brincos sobre la bachateada carretera, dejando tras de sí una nube de polvo. La última imagen que conservaba de Dean era al volante de aquella camioneta, el cabello rubio trigo agitado por el viento. En la televisión pasaron unas imágenes, captadas desde una base militar estadounidense, de una tormenta de arena que ocultó el sol durante más de cuarenta minutos. Se erguía como una ola sobre la tierra. El polvo que se filtraba por las mosquiteras de las ventanas y las puertas, el que se posaba en sus botas y que recogía al barrer su habitación, podía ser el mismo que llenaba los pulmones de Dean. Imaginó su cuerpo sepultado en el desierto iraquí y rezó, rezó y rezó, de rodillas ante su cama, aunque nunca antes lo había hecho, porque no fuera cierto. Un escalofrío recorrió su cuerpo como el rayo atraviesa el cielo borrascoso. Era Dean. No era ningún espectro de la noche plutónica. Era Dean a quien veía caminar bajo la luz escarlata. La tormenta iba a comenzar. ―He llorado, mis lágrimas caen como la lluvia, no escuchas, ¿no las escuchas caer?‖, decía Plant. Eran sus ojos, el hoyuelo en el mentón cubierto por una incipiente barba rubia, la chaqueta de la guerra de Corea del viejo Leonard. Después de todo, estaba vivo. La ira creció en sus entrañas, hasta explotar en su cavidad torácica y exhalar un suspiro de abatimiento, precedido de un alarido sordo, en su larga caída hacia el infierno.
“Cuánto te amo, cariño. Estoy enamorado de ti, pequeña. Pero nena, desde que te amo Estoy al punto de perder la razón”.
Dean se había hartado de escuchar aquella canción en su adolescencia. Las primeras estrofas acallaron el chirrido de la desvencijada puerta del Blue Moon. Las campanas de la iglesia acababan de tañer. El tercer toque. Descendería en busca de Jane.
Media hora antes observó el cartel encenderse desde la carretera. La luna llena titilante, las letras en cursiva. Luces de neón azules y rosas que enviaban una señal de recreo disoluto a los transeúntes. El que se atreve a mirar en su interior es porque espera encontrar lo que andaba buscando. El Blue Moon había existido desde demasiado tiempo atrás. El mal residía en él, en sus paredes, en la barra y los taburetes de madera, en el reloj al que Quinn siempre olvidaba cambiar la pila, en la bandera roja, blanca y azul que coronaba los estantes llenos de botellas sobre los que había unas pinturas pop. Cowboys y cowgirls, caballos, una ermita, carretas, y otras escenas que rememoraban el Viejo Oeste. Todo el que había bebido allí tenía alguna historia que contar. A quién le había partido la mandíbula cerca de la barra, a quién había desplumado en su mesa de billar, las tetas de quién había visto una noche de viernes. Como la de aquel 17 de diciembre.
Dudó en girar la llave, apretar el embrague, y conducir carretera abajo hacia el abandonado parque industrial. Camino del Blue Moon había pasado por delante de los almacenes cerrados y de la acería. Letreros y puertas oxidados. Candados echados hasta que con la orden de embargo llegase un comprador o se produjese un sospechoso traspaso y cambio de nombre. El viento discurría entre las estructuras gargantuescas que proyectaban su sombra en la carretera polvorienta. Un cementerio de acero y hierro. Dean tomó el desvío de regreso a la civilización subsistente. Las farolas se encendieron y arrojaron su mortecina luz sobre un escuálido gato pardo. Rebuscaba entre los desperdicios a los pies de un contenedor en la puerta de la Taquería. Encendió la radio y buscó una emisora de música. Una prostituta daba vueltas en círculo junto al paso de cebra. Se acercó a la ventanilla del copiloto cuando el semáforo se puso en rojo. ―¿Una mamada? Ponle precio‖. Dean sonrió y negó con la cabeza. Subió al coche de atrás. Comenzó a sonar la versión de una canción que le costó reconocer, contaminada por sonidos robotizados. Sin embargo, las líneas del bajo eran inconfundibles: ―Dejé que te usaran para sus propios fines‖. La niebla comenzó a crecer y a inundar el valle. Al bajar del viejo Chevy, en el parking del Blue Moon, sintió el frío pegarse a sus huesos. En la ventana parpadeaban los neones rojos: GIRLS, GIRLS, GIRLS. ¿Cuántas noches de vigilia fueron, las chicas, el único tema de conversación? En el desierto no había mucho más que hacer. Esperar. Jugar al fútbol. Recordar. Hablar de casa. Un término vago para Dean. ¿Estaba su hogar en la península de hielo?, ¿o en aquel agujero? Una extraña fuerza gravitacional le había devuelto a aquella endiablada tierra desértica.
I Put a Spell on You y un clamor de expectación llegaron hasta sus oídos cuando pisó el Blue Moon. Quinn recogía billetes arrugados de los hombres que se apiñaban en la barra. Una mujer pelirroja aplaudía y se servía un vaso de whisky. Dean se fijó en sus uñas color sangre. Le costó reconocerla. El tiempo había hecho mella en su rostro y su figura, pero la manicura y los aires de grandeza eran los mismos de siempre. Y sus piernas. Nunca llevaba pantalones. Jane las había heredado.
— Dios me guarde la vista. Dean Branwell. — Maura… — ¡Yo soy la resurrección y la vida! ¿Sabes que hoy es San Lázaro? Cuatro días tardó en regresar con los suyos. ¿Cuánto has tardado tú?, ¿eh, Dean? — No lo sé… me fui en… — Yo juraría que fue hace cuatro años cuando te largaste a matar talibanes. Dean guardó silencio. ¿A cuántas personas había matado? Bajó la vista. ¿A cuántos mató Sansón con la quijada del asno? Se mordió los labios en un gesto de desaprobación que Maura no comprendería. — ¿Qué quieres? — He venido a ver a… — Shhh, frena. Ya sé a quién buscas. ¿Qué quieres beber? — Ah, whisky está bien. — Quinn, pásame un vaso para el muchacho. — Branwell. Quinn hizo un gesto con la cabeza que Maura interpretó al instante. Dean y él ya se habían visto. Llenó el vaso con la botella de whisky que acababa de abrir. — Jane no está. No trabaja hoy. — Lo sé… Quinn me ha dicho que estaría aquí, dentro de un rato. — ¿Eso ha dicho? Nunca me entero de nada. Entonces debe de ser ella, y no las ratas, la que anda haciendo ruido ahí atrás. Quinn se alejó como si no acabara de escuchar el tono de reprimenda de su jefa. Apagó las luces de la barra para encender los focos rojos y los silbidos comenzaron. — Has llegado justo a tiempo para el espectáculo. Va a salir Brittany. — ¿Puedes decirle a Jane que estoy aquí? La esperaré fuera. Maura soltó una carcajada.
— Al soldadito le avergüenza nuestro show. — No me avergüenza. Prefiero esperar fuera. Fumarme un cigarrillo. — ¿Quieres uno? – le ofreció su pitillera plateada. – Puedes fumar aquí. — No, gracias. Tengo el mío. — ¿Aquella mierda con olor a césped mojado que te solías liar? – Dean asintió. – Cuando acabe Brittany, iré a buscarla. Chelsea no ha venido.
Echó un vistazo al local antes de salir. Una chica rubia se movía de manera trágica sobre la barra. El tanga de vinilo con la bandera de Estados Unidos brillaba en medio de la oscuridad escarlata. Se lió un cigarrillo y esperó a escuchar la voz de Jane. Pero sólo escuchó la de David Gilmour desde la sala. Las campanas de la iglesia tañeron. El segundo toque. Escuchó un grito. El tercer toque. Las seis de la tarde. Dio una profusa calada y tiró la colilla. Sintió un leve mareo, el aire frío se metió en sus oídos. Se reanudaron los silbidos y unos riffs que debían provenir de la guitarra del dandy oscuro.
Abrió la puerta y, en medio del humo, surgió la melena cobriza. Una llamarada de fuego en el horno. Los labios carnosos, entreabiertos, relucían. Vislumbró en su mente el cuadro de la hija de Herodías. El gesto de éxtasis. La pequeña cicatriz en el labio superior. La melena se movía sobre los pequeños hombros, salvaje. ―Todos intentan decirme que no me haces bien‖, continuaban Led Zeppelin. Sus caderas no seguían el ritmo de la música. Un ardor bajó por la garganta de Dean hasta más allá de su vientre. Sintió el peso de Jane. Vio su cabeza apoyada sobre su pecho. La vio descansar en su cama. Desnuda. La melena cobriza sobre la almohada. Bajo el estallido de la batería, su cuerpo se estremeció con violencia. Los ojos abismales de Jane se encontraron con los suyos. Escuchó el trueno y vio su cuerpo tambalearse.
Jane cayó sobre los vasos y los botellines de cerveza. La sangre comenzó a discurrir por la piel. Quieta en el colchón de pedazos de vidrio. Destellos verdes emanaron, como luces del norte, de la madera sucia de la barra. Dean sintió el dolor punzante y el calor de la sangre. Corrió hasta ella. Imaginó al gusano del Nilo hundir los dientes, pequeños y afilados, desgarrar la media por completo e iniciar la erosión. Rememoró el tacto de sus rodillas, su mano en ascenso hasta su interior. Las glándulas comienzan a segregar. El veneno se cuela en el torrente sanguíneo. Detiene su corazón licántropo. ¿Dejaba de latir cada vez que buscaba su cuerpo en la cama y sólo encontraba un espacio vacío? A través de las medias rotas pudo ver cicatrices que no recordaba. Advirtió las costillas, demasiado marcadas. Cicuta, acónito y opio envenenaban su mirada. Había sucumbido a un odio visceral hacia la raza humana. Quiso alargar la mano, alcanzar sus tobillos y suplicarle perdón. Cuatro años atrás, debieron haber escapado de aquel lugar donde todos los desgraciados parecían haberse puesto de acuerdo para encontrarse. Le dijo a Jane que eran dos piezas lanzadas al vacío de aquel agujero cósmico. Ahora era demasiado tarde para ponerse filosóficos.
Lo comprendió cuando su presencia causó una herida más profunda que su ausencia. Jane consiguió incorporarse en un movimiento furioso, propio de un animal herido. No aceptó la ayuda de ninguno de los hombres que se ofrecieron a levantarla. Dejó caer su cuerpo hacia adelante y cogió la solapa derecha de la chaqueta de Dean con la fuerza que pudo extraer de sus entrañas. Con su mano izquierda, por la que circulaba la sangre, presionó su nuez. Dean cerró los ojos y esperó a la caída del filo sobre su cuello. Imaginó que luego besaría sus labios fríos. Salomé y Jokanaan. Lo único que sintió fue la suave caricia de su mano en su frente. Bajó por su mejilla hasta llegar a su boca, donde el olor a herrumbre de la sangre que la manchaba se coló por su nariz. Abrió los ojos y se encontró con su gélida expresión. Medusa de jade y cobre. Quiso despetrificarla y comenzó a decir su nombre, ahogado bajo los sollozos de Robert Plant. Y aunque no llegó a escucharlo, Jane lo leyó en el aire y respondió con la anhelada y ronca voz: ―Tú no eres Dean. Dean murió en el puto desierto.
Quinn apareció detrás de la barra, rodeó la cintura de Jane con sus brazos y la arrastró hacia el suelo. Se batió con él y volvió a mirar a Dean con una rabia desmesurada. Quinn susurró en su oído y consiguió que su diafragma dejase de subir y bajar a la velocidad que lo había hecho hasta entonces. Agarró su muñeca y se la llevó de la barra. La canción terminó. Los abucheos del público continuaron. Maura gritó desde el fondo de la sala algo que satisfaría su sed. Los ánimos se calmaron. Dean rodeó la barra y pasó por debajo hasta llegar a la puerta que comunicaba con el almacén. Al final del pasillo estaban Quinn y Jane. Escuchó los tacones de Maura detrás de él y el sonido de una nueva canción. La Wurlitzer no dejaba de girar. Maura los alcanzó. ―Sabía que lo harías. Si no fueras de mi sangre, estarías en la puta calle. ¡No deberías volver a esa barra, nunca más!‖. Dean observó la reacción de Jane con recelo. Apretó el cuello de Maura con sus manos y la sostuvo contra la pared unos segundos. ―Cállate, vieja zorra‖. Quinn gritó basta y le obligó a soltarla. Maura tosió antes de continuar. ―Deberías estar en la calle. Eres una desagradecida, como tu madre.‖ Jane levantó la mano para abofetearla pero Quinn lo evitó. Abrió una puerta y la empujó adentro. ―Quédate ahí y no salgas hasta que te hayas calmado, ¿ok? Maura masculló ―puta loca. — Tengo que volver a la barra. Alguien tiene que atender la barra… Branwell, haz que se limpie y luego la llevaré al hospital. ¡Maldita sea! – Quinn se pasó la mano por el largo cabello. – Maura, no entres ahí dentro. Déjala en paz. — No iba a entrar. Que se maten entre ellos, si quieren. Dean se quedó sólo en el corredor cochambroso, vagamente iluminado por un tubo fluorescente que emitía un irritante zumbido eléctrico. Parpadeaba. Debía estar agotado, o en aquel condenado pasillo había menos de diez grados. El papel verde desvaído que cubría las paredes de madera comenzaba a levantarse. Algunos trozos habían sido remendados con pintura roja. Había un par de flechas, borrones y letras. Indicaciones de los pintores, o mensajes satánicos. Golpeó la puerta dos veces. No hubo respuesta. Jane jugueteaba con dos brochas. La mesa del camerino estaba llena de botes: laca de uñas, pintalabios, y cajitas transparentes de bordes plateados y negros que parecían acuarelas de todos los colores perceptibles por el ojo humano. Tenía enrollado un pedazo de tela en la pierna, y apoyaba su frente en su mano derecha, los dedos hundidos en el cabello revuelto. Se volvió hacia él con una expresión de indiferencia hasta que arrugó la frente, y estiró los labios, en un claro gesto de dolor. Se llevó la mano al muslo. La herida debía de escocer, pensó Dean. — ¿Qué quieres? – preguntó en un hilo de voz. — Jane… Sweet Jane en la sensual voz de la cantante de Cowboy Junkies sonaba en el bar en el que pidió un café y una porción de tarta de queso al salir del hospital. Una extraña nostalgia se apoderó de su corazón cuando vio un anuncio en la pequeña televisión que había al final de la barra. Tres hipsters entraban en un bar y pedían unas Modelo Special. El spot era ridículo. Pero le trajo a la memoria el día que fueron al rodeo con Harley. Le hizo una foto a Jane con una lata de Modelo en la mano. Cuando vio que se acercaba a ella con la cámara, le quitó el sombrero texano a su padre y se lo puso. Salió con la mirada perdida en sus botas. El ala ancha sólo dejaba al descubierto su sonrisa de niña y la nariz pequeña. Trató de evocar su rostro. Sus ojos verdes se volvían difusos. No conseguía recordar la última vez que la vio. De manera intermitente regresaba a su mente una imagen. Tumbada sobre una toalla con aquellas gafas ridículas de su tía y un bikini de color mostaza. Le estaba pequeño en la parte de arriba, pues lo usaba desde que tenía catorce años. La toalla tenía soles dibujados. Recordaba el color del bikini y aquellos soles porque cada vez que veía al astro salir, por encima de las dunas, sentía que tenía una razón para volver. Le dejó un billete de dos dólares de propina a la camarera por haber elegido esa canción y se fue en busca del primer Greyhound en dirección al Agujero de Dios. — Janie… — No me llames Janie. Ya no soy una niña. Sólo John me llamaba así. — Quinn me ha dicho que está en Forca. — Sí. ¿Cuándo has hablado con Quinn? ¿Te ha dicho él que vinieras, o estabas de paso? — Jane, he venido porque quería… — ¿Querías darme la noticia en persona? — ¿La noticia? — ¿De que no volaste por los aires? — ¿Por qué dices eso? Jane rió con sorna. — Dios… Eres increíble. No escribes, no llamas… ¿Cuánto hace que volviste? El subnormal de Martin vino y me dijo que no sabía nada de ti. Volvió hace dos años. ¿Lo sabías? Cuando me vio aquí, la otra noche, me dijo: ¿no seguís en contacto? Así que quise pensar que habías muerto. Era mejor que pensar que no… Dean no la dejó terminar. — Para. No había ni una sola noche en que no me fuese a dormir pensando en ti. Veía… veía tu melena sobre la almohada. Veía eso sólo porque había empezado a olvidar tu cara. — ¿Qué mierda es ésta? ¿Lo has sacado de alguno de tus libros? No me jodas, Dean. ¿Sabes qué? Vete a la mierda. Tú y tus visiones. Si de verdad hubieses… si eso fuera verdad te habrías quedado, ¿no? — ¡Te ibas a ir a la universidad! — Sí, ¡no al puto Marte! Hubiera vuelto los fines de semana y podías haber venido a verme… ¡No me jodas! No compares esto. No me digas que te fuiste al puto Irak porque yo iba a ir a la universidad. Dime, dímelo de una vez. ¿Por qué te alistaste? — No lo sé… Dean retrocedió. Miró su reflejo en el espejo y metió las manos en los bolsillos de la coreana. Apretó los labios. Caminó hacia la puerta antes de volverse a mirar a Jane. Se había levantado de la silla. — ¿Por qué te alistaste? Avanzó de nuevo hacia ella, hasta poder sentir su respiración. Su cabello parecía rojo bajo la luz amarilla de las bombillas. Dean dirigió su mirada al espejo. Evitaba encontrarse con la mirada de Jane pero giró la cabeza y, por encima de su hombro, clavó sus ojos en los suyos. En ese breve instante en que volvieron a encontrarse, a través del espejo, recordó al Dean que conocía. — Quizá sólo quería volverme loco allí. Sonó sincero. — Tenía que escapar. — ¿De mí? Dean se llevó las manos a los ojos y las arrastró por su cara hasta acariciar su barba. Rió con amargura. — Dios mío, Jane. No, mierda, no. Claro que no. De esto. De este lugar. ¿Sabes lo que me esperaba aquí? ¿Qué iba a hacer yo?, ¿cortar el césped de Harry? ¿Vivir de su pensión? ¿Trabajar en la acería… que ahora está cerrada? ¿Volver al maldito polo norte? No había nada. ¿Recuerdas cuando acabamos el instituto? Todos aquellos sueños se fueron. ¿Recuerdas aquella noche en el monte, cuando te besé y me pediste que parase? Jane bajó la vista. — Sabes que no podía… — Me di cuenta de lo que iba a pasar. Y tú también lo supiste. Dean tragó saliva antes de continuar. — Cuando me fui, sabías por qué lo hacía, Janie. Lo vi en tus ojos. No podía seguir aquí. Hubiera acabado en el lago. Quinn apareció y el silencio escaló de sus gargantas a las paredes. Se quedó bajo el marco de la puerta. Era consciente de que cruzar su umbral sería una profanación. Lo supo al inhalar el aire enrarecido. El mismo que se respira en las sábanas revueltas que dejan los amantes en el lecho tras el sexo. Pero la posición de los cuerpos que observaba era la de una intimidad ajada. No le hizo falta abrir los labios. Jane caminó hacia él, no sin antes, con la vista perdida en la moqueta, dirigirse a Dean: ―Nos vemos por ahí‖. Quiso tener la última palabra. Siempre quería hacerlo. Aunque después sintiera el frío eco del vacío. Quinn le preguntó si estaba bien y se limitó a asentir con la cabeza. Le puso su chaqueta de cuero alrededor de los hombros y la ayudó a subir al coche. Perdió la vista en la tierra árida, iluminada por el fluorescente azul que colgaba sobre la puerta del almacén. Quinn echó el candado y se sentó al volante. Preguntó de nuevo si estaba bien, pero Jane no se molestó en contestar. Encendió la radio y se recostó en el hundido asiento del Ford. Quinn suspiró, apartó la mecha de cabello que caía sobre su frente y puso las llaves en el contacto. — Estoy bien. Quinn asintió sin dejar escapar la preocupación que empañaba sus ojos. Un destello color café brillaba en ellos. — Gracias. — ¿Por qué? Jane sonrió. Cerró el puño y le propinó un suave golpe en el hombro. — Conduce. Quinn le devolvió la sonrisa y arrancó. El lenguaje no verbal entre ellos crecía como tela de araña. Envolvía sus silencios. Quinn abrió ese canal porque en un mundo adulterado por psicofonías electrónicas, pantallas de óxido y estaño, Jane era real. La observó encoger los hombros en uno de sus gestos felinos y, antes de meter tercera, la escuchó suspirar. Leía en voz alta el nuevo cartel de neón del motel más cercano al Blue Moon: ―Un motel barato. Para tener relaciones sexuales con un desconocido‖. Quinn dejó escapar una risita antes de decir: ―En el Americana ofrecen HBO‖. Jane apoyó la cabeza contra la ventanilla y perdió la vista en la oscuridad plomiza. La noche, a las afueras de la ciudad, brilla desenfocada. Manchas, curvas y ráfagas de luz rojas, amarillas, azules y verdes. Círculos que atraviesan las pupilas.
Pasaron por delante de the Tavern, Hal’s Hamburgers, la gasolinera Texas, Weiss Liquors, y el Diner 24 horas de la siguiente avenida, junto a la mueblería de Ed. Entre el día está muerta, pero al ponerse el sol se enciende una gran luz roja en el techo y los fluorescentes del gran escaparate iluminan los paneles que han colocado sobre el cristal y en los que se puede leer en pintura roja: ―Going out of business. Everything must be sold to the bare walls‖. Los siguientes negocios hacen anuncios parecidos. Liquidaciones totales, cierre inminente. Pero llevan así desde antes del verano. En la Taquería hay un par de motos y coches aparcados. Los automóviles que se cruzan en su trayectoria ciegan sus ojos, con sus faros blancos. Lunas llenas que alumbran la profunda desolación de la atmósfera nocturna que reina más allá del bulevar, de camino hacia el lago. El viento de los últimos días hizo jirones las vallas publicitarias.
Dean… ¿Era posible que hubiera vuelto? Jane sintió ganas de llorar, pero reprimió el impulso. ―Hubiera acabado en el lago‖. Quinn escuchó el moqueo de la nariz y sintió que algo andaba mal. Movió su mano hasta rozar su muslo, con dulzura, por encima de la herida. Al sentir el contacto de su piel Jane quiso sonreír, pero sus labios se curvaron en un tímido intento que acabó con un mordisco del labio inferior. Puso su mano izquierda sobre la de Quinn y se pasó la derecha por los ojos, en caso de que hubiera escapado alguna lágrima, antes de mirar a través de la luna delantera como el coche descendía por la carretera hacia el corazón del valle. Miles de luces, dispersas, provenían de las dos ciudades que rodeaban el lago. Brillaban bajo un cielo sin estrellas, cubierto por nubes de color violeta y ultramar que se habían tragado la media luna. Cerca de las montañas crecían cúmulos nimbos azafranados. Irrumpió un rayo. La cólera de Dios. — Nos va a pillar la lluvia. Comentó Quinn. El trueno se escuchó por encima de la radio. — Jane, ¿qué pasa? — Nada… Estaba pensando que todas las carreteras que llegan hasta el valle descienden de las montañas y acaban aquí. Es como si no apuntasen en dirección hacia afuera. Sólo hacia aquí. Caen allí dentro y terminan. No siguen. Quinn envolvió la mano de Jane y la apretó con fuerza antes de volver a ponerla sobre el volante. — Tienen que curarte. Una serie de momentos dolorosos se confundieron en su mente. La sirena de una ambulancia. Luces estroboscópicas. Árboles, borrosos. Estaban aparcados delante de casa. Quinn la ayudó a caminar hasta la puerta por si resbalaba. El suelo estaba mojado. ¿La medicación había hecho su efecto? Al encender la luz del cuarto de baño tuvo miedo. Su corazón latió convulso. No apartó la vista porque quería escudriñar la imagen. El pánico pasó a ser congoja. No eran las píldoras administradas por el médico de urgencias. Ni el alcohol de horas antes. Ni la tétrica luz que proyectaba la lámpara de la mesita de noche desde el dormitorio. Por la ventana del baño entraba el resplandor rojizo de la tormenta. El viento volvía a golpear con fuerza. Arrojaba las gotas de lluvia contra las ventanas. Era ella. No reconocía su propia imagen en el espejo. Desde que llegó el frío, en los primeros días de noviembre, había experimentado una sensación extraña ante su reflejo. Pero nunca tan angustiosa como esa noche. Al entrar al hospital y verse reflejada en las puertas de cristal, comenzó a sentirlo: ―Me miro a mí misma, pero no soy yo. Es una persona distinta. No soy yo. Me pesan los párpados. Estoy cansada. Muy cansada. Siento una neblina… en los ojos‖. Se dijo aquellas palabras, en la soledad de la estancia, para tratar de convencerse de que lo que veían sus ojos sucedía. Al menos en su mente. El estómago comenzó a retorcerse. Agarró la camiseta que llevaba puesta y la hizo un nudo sobre su pecho. ―Veía tu melena sobre la almohada… Dean… desgraciado, hijo de puta‖. Si había alguien que no quería ser, era la imagen proyectada de otra persona en una época remota. Abrió el cajón que había bajo el lavabo, sacó las tijeras y pegó un corte a cada uno de los lados de su cara. Sintió una satisfacción inaudita. Comprendió lo que Dylan debía sentir al tocar I shall be released. Lo sintió al ver caer los mechones cobrizos sobre el lavabo. Envolvió el cabello restante con su mano, como si fuera a hacerse una coleta, y volvió a dar otro corte. Lo soltó y vio como caía justo por encima de sus hombros, sin llegar a rozarlos. Dejó las tijeras sobre el mármol blanco. Alzó la vista, y no odió la imagen que le devolvía el espejo. Se sentó sobre la cama deshecha. Dobló el cuello al lado izquierdo y luego al derecho. Crujió. Movió la cabeza y se sintió liviana. Una claridad inesperada comenzó a atravesar los huecos de la persiana americana e iluminó sus manos sobre sus muslos. El reloj de pulsera de Quinn, sobre la cómoda, señalaba las 7:13. El viento y la lluvia habían cesado hacía tiempo. Ahora sólo se escuchaba el ruido de los disparos que llegaban desde el salón. Un hombre gritó: ―¡Sal, si todavía estás vivo!‖. Quinn se había quedado dormido en el sofá con el televisor encendido. John se le apareció de forma espectral. Cuando se levantaba para ir al instituto, le encontraba allí con la botella de Jameson en el regazo. En la tele, Kris Kristofferson suda con una escopeta entre las manos. Se le ha acabado el tiempo. Billy el Niño se rinde ante Pat Garrett. El sombrero negro, que Coburn porta con elegancia, le recuerda a aquel que John llevaba el día que fueron al rodeo. Dean le hizo una foto con él puesto. Rió para sus adentros con rabia. Aquellos días... Se preguntó si ése era el verdadero gusto de la nostalgia. No el deseo de volver atrás porque esos días fueran especialmente buenos, sino simplemente porque entonces todavía no había perdido la esperanza de que llegara un tiempo mejor. No sólo no había mejorado, había ido a peor. Jane se preguntó si era posible que algún día cambiase su sino. Si allá fuera, en el firmamento que comenzaba a desteñirse bajo los primeros rayos de sol, en las estrellas que desaparecían bajo los azules claros y los naranjas pálidos, no estaría escrita su fortuna, como creían los astrólogos babilónicos. ¿Irreversible? En vez de rendirse ante ella, como Billy, quizá debería coger el arma y disparar hasta quedarse sin balas. O sin alma.
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ofpaperandquills · 5 years
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Con el tiempo en contra {Monorol}
En el foro me ha tocado escribir una misión con Ianthe así que aprovecho la oportundiad para mostraros un poco más de ella.
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Algunas veces Ianthe se pasaba las tardes mirando el camino que llevaba a Mernea, su tierra natal, preguntándose cómo estaba su familia, si la echaban de menos o no recordaban su existencia. Se acordaba de sus hermanos y no podía evitar preguntarse si los rumores que surcaban el reino sobre nuevos peligros y una nueva era de decadencia los afectaría también.
En realidad no quería hablar muy alto, porque creía que un rumor se hacía real cuanto más se hablara de él, pero Ianthe no podía evitar dudar. La tradición de la Appet era aquella por la que menos apego sentía, creyendo que el sacrificio de una muchacha por el bien común no era ético y la diosa no querría aquello. Pero, ¿y si no era cosa del Appet, pero el hecho de que la diosa estaba en peligro? ¿Y si el equilibrio amenazaba por romperse?
Sacudió la cabeza. No podía pensar aquello. Volvió la vista al coral sobre el que descansaba sentada antes de aletear y levantarse con un estiramiento. Era ya tarde y lo mejor sería volver a la posada en la que descansaba, segura de que mañana sería otro día y los peligros se quedarían, como siempre, en las grietas que tantas veces había cruzado de pequeña.
Todo pasó demasiado rápido.
Una bandada de Grindylows, aquellos sirénidos de violentos comportamientos, surgió de una de las grietas persiguiendo un banco de peces para comer, con la mala fortuna de atrapar en el centro a una joven sirena que chilló asustada mientras las garras de aquellos seres arañaban su carne, aunque pronto la ignoraron al no reconocerla como su presa. Pero el daño ya estaba hecho. El cuerpo de la joven se deslizaba inerte hacia el borde de la grieta donde, si caía, otras criaturas menos amables terminarían con su vida.
Ianthe nadó y tomó su mano, logrando tirar de ella no sin esfuerzo. La cogió en brazos y volvió de vuelta a Tritonea, con la desesperación en el pecho. Bajó la vista para observar a la joven antes de aumentar el ritmo.
No había tiempo que perder.
Los guardias habían corrido a atender sus gritos de ayuda en cuanto estuvieron lo bastante cerca para escucharla. Llevaron a la joven a la casa de uno de los grandes doctores, que chasqueó la lengua en cuanto las vio llegar.
— ¿Ha sido mordida?— Preguntó, mirando directamente a Ianthe. Ella pensó en las garras de los Grindylows clavándose en la piel de la joven, en los chillidos y en uno de ellos, de ojos negros como el abismo y los labios cubiertos de sangre, mirando en su dirección antes de salir disparado en busca de una presa menos revoltosa.
— Sí. Al menos por uno de ellos.
Otro suspiro de angustia. Ianthe sabía que aquello no era bueno.
— Inyectan veneno en sus mordeduras, para atontar a las víctimas y hacer más fácil su captura. Y la cantidad de veneno que tiene una mordedura de Grindylow es enorme.— Murmuró, comprobando el pulso en la muñeca de la joven.— Tenemos poco tiempo. Tiene suerte de que estuvieras ahí.
Se apartó de su paciente para volver a una parte de la consulta donde guardaba las distintas pociones. Abrió el armario y revisó los frascos. Y volvió a hacerlo, solo que más frenético, apartando todos aquellos que no servían. Uno de los guardas se acercó.
— ¿Ocurre algo?
— El antídoto… ¡No está!
— ¿Cómo que no está?— Intervino Ianthe, volviendo a mirar desesperada a la joven Aëquor reposando sobre una camilla. Tenía las facciones contraídas por el dolor.— ¡Tiene que salvarla! — No puedo sin el ingrediente principal.— Explicó el hombre.— Un moho medicinar que crece en las orillas de Kell.— Era de noche y Kell estaba a varios días de distancia en el mejor de los casos. Cualquier comerciante de la ciudad ya se habría ido a dormir. Los guardias también parecían pensar lo mismo, pero intentarían encontrar la forma de conseguir el antídoto sin dejar Tritonea. Lo sabía.
A fin de cuentas, ¿quien en su sano juicio atravesaría el océano de noche?
— Iré yo.— Murmuró Ianthe.
No había tiempo que perder.
Su único arma era un cuchillo atado a su cinto. Viajaba casi a oscuras, dejándose orientar por el brillo de la luna en su ascenso. Ni siquiera se preocupó por las grietas, aunque sabía que debía hacerlo. De vez en cuando bajaba la vista allí donde la luz ya no llegaba, viendo pequeños puntos de luz que servían de cebo para los inocentes. Lo último que veías antes de enfrentarte a la muerte.
Tenía que haber buscado otro camino, lo sabía, pero el pulso débil de aquella joven inconsciente seguía resonando en sus oídos. Casi podía escuchar las palabras del doctor antes de partir.
— Le administraré unos calmantes y haré lo posible por retrasar el avance del veneno por su cuerpo.— Le dijo tras haberle repetido el aspecto del musgo al menos cinco veces. Ianthe había asentido.— Trataré de conseguirte todo el tiempo que pueda.
Apretó los labios. El viaje iba a ser largo por mucho que atajara y se pusiera en riesgo. ¿Y si no lo lograba? ¿Y si no valía la pena el sacrificio?
¿Viviría sabiendo que se rindió antes de empezar?
La respuesta clara era una negativa. No iba a ser capaz de soportar la idea de rendirse porque el trabajo fuera muy duro o su vida estuviera en peligro. La realidad era que había crecido jugando en las grietas y aunque ahora el peligro fuera mayor, y fuera de noche, y los rumores siguieran creciendo sobre los nuevos riesgos en los mares y la seguridad de que ahí al fondo había algo que tenía sus ojos fijos en ella… aunque tuviera todas las papeletas en su contra, Ianthe no podía permitirse parar.
La luna crecía en el horizonte cuando alcanzó la superficie, rompiendo la barrera entre el agua y el aire y cogiendo una bocanada de aire como si lo necesitara. En realidad el gesto era solo pura emoción. Sabía que las grietas se habían quedado cientos de metros por debajo, los suficientes como para que el riesgo de ser atacada por una bestia quedara reducido al mínimo posible. Miró arriba, a las estrellas y las constelaciones que conocía de sus viajes en barco, aquellas con las que se había familiarizado hasta el punto de saber cuáles eran en las que tenía que fijarse para conocer su posición exacta.
Kell aún estaba a varias horas de viaje hacia el sur.
Aprovechó las corrientes de camino a la ciudad de los Kelpies, surfeando las olas y descansando cuando su cuerpo no daba para más. El sol ya había salido cuando sus dedos rozaron la arena fina de Kell, logrando desplomarse sobre la orilla entre jadeos y risas de incredulidad. Le dolían hasta las escamas por el esfuerzo, pero ya había llegado.
Ahora solo quedaba encontrar el moho.
Hacía mucho que no pisaba Kell. Hacía tiempo que no visitaba sus playas ni jugaba entre las cascadas, pero hubo una época, cuando empezaba a explorar el mundo ella sola, cuando dejó de estar al cuidado de sus padres, que había conocido cada camino. Lo primero que hizo cuando pudo hacerse con una de esas pociones que le daban piernas para explorar la tierra fue adentrarse en su interior y conocer a la sociedad de kelpies que vivían ahí, asegurándose un buen número de amistades para cuando recuperó las escamas. La joven de Tritonea tenía bastante suerte de contar con ella, no porque fuera fuerte, sino por saber dónde buscar. Le habían señalado unas rocas de la costa en las que crecía el moho y, con la marea alta como estaba, no necesitaba ni usar una poción del caminante para acercarse a ellas. Se impulsó sobre una de las rocas buscando los recovecos que había entre las grietas, lugares húmedos con poca luz y poca ventilación de aire.
Y ahí, entre las rocas, estaba. No fue difícil localizarlo porque el color azulado era muy distinto a los mohos y musgos que crecían a su alrededor. Ianthe sonrió con alivio al ver que se había extendido por todo el borde. Usó la navaja para raspar la piedra poco a poco y dejar caer el moho sobre uno de los viales que había llevado en su bolsa, guardándolos en varios frascos y cubriéndolo con un corcho para evitar que se mojara en su descenso. Guardó varias muestras por no tener clara la cantidad de producto que necesitaría y después volvió a sumergirse.
El cansancio hacia mella en ella, sin duda alguna. Le pesaban los párpados y sabía que necesitaría descansar si pretendía llegar rápido de vuelta a Tritonea. Cometer la estupidez de no dormir ni comer sólo le supondría arriesgarse todavía más. Por aquello mismo se permitió echar una cabezada y después aprovechó para cazar su comida y recolectar algunas algas para aderezar el pescado. Al menos le bastaría para saciar el apetito.
Era media mañana cuando volvió a sumergirse y buscó una corriente marina que le guiara de vuelta a su casa. Era esa sensación, la de tocar las corrientes y poder saber su camino, la que más le gustaba de nadar. Sobre una embarcación disfrutaba siguiendo los rumores del viento, mirando al mar y sabiendo dónde estaban las fuertes rachas y la proximidad a tierra.
Y ahora, sin las estrellas para guiarle, era su instinto el que le decía el camino a seguir, atravesando las grietas siempre con los ojos atentos a lo que había en las profundidades, pero mucho más tranquila al saber que la luz del sol caía con intensidad sobre la superficie y muchas de las criaturas que temía no eran muy amigas de ese brillo. Sin embargo sabía que estaban ahí abajo y casi podía sentir los ojos de alguna de las criaturas sobre ella.
No tenía tampoco tiempo para fijarse en ella.
Fueron horas largas, pero al fin, cuando empezaba a desfallecer, vio a lo lejos las luces de la ciudad marina. Sonrió con alivio, recobrando unas fuerzas que estaba a punto de perder del todo y aceleró el ritmo.
No tenía tiempo que perder.
— Has llegado muy rápido.— Le dijo el médico nada más verla. Ianthe asintió, siguiéndole a la camilla donde la joven seguía descansando.— Te esperaba mañana, a lo pronto.
— He ido todo lo directa que he podido.— Admitió ella.— Y creo que he dormido unas dos horas nada más.
— ¡Dos horas!— El hombre estuvo a punto de tirar el frasco de moho que sostenía en sus manos, aunque finalmente se recompuso a tiempo, comprobando el estado de su interlocutora. Ianthe no había hecho caso al sueño más de lo estrictamente necesario y sus ojeras empezaban a cubrir la mitad de su rostro, aparte de parpadear de manera pesada y, ahora que todo el peligro había terminado, sentirse cada vez más agotada. El hombre dejó los frascos sobre una mesita antes de arrastrar a la sirena por los brazos hasta una camilla.— Échate aquí mientras preparo las compresas de moho.
— Estoy bien, de verdad.— Murmuró la joven, asegurándose que no iba a dormirse.
El doctor, sin embargo, sabía que la historia era distinta.
Cuando se dio la vuelta, Ianthe ya estaba dormida con la curva de una sonrisa en los labios.
Había llegado a tiempo.
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elblogdeabustina · 6 years
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Angustia, muerte y fe/licidad
“Angustia viene de angosto. Pero, ¿qué es lo que se angosta? Vivimos en un mundo que tiene respuestas para todo, y sin embargo siempre hay algo que no cierra. Algo queda abierto. Y lo abierto molesta. Molesta porque no puede ser comprendido. Angustia. ¿Es la angustia algo que podemos resolver? ¿O es un rasgo esencial de nuestra condición humana?...
...¿Por qué huimos de la angustia? ¿Nos duele? ¿Nos hiere? ¿Podemos morirnos de angustia? ¿O es al revés y nos angustiamos cuando nos damos cuenta de que vamos a morir? Y por eso, ¿qué tiene que ver la angustia con la muerte?” - Darío Sztajnszrajber en su capítulo sobre La Angustia en Mentira la Verdad.
La angustia
La primera vez que me invadió la angustia a tal punto de pensar en morir fue a los 22 años. No es que quisiera matarme, es que no podía pensar en otra cosa que en la muerte. La idea entró por las puertas de mi mente una mañana, o tal vez fue a la tarde, quizás a la noche, y no se fue hasta pasados unos meses. Era invierno, y la compleja angustia que sentía parecía bailar al ritmo del Danubio Azul de Johann Strauss todo el tiempo con mi rutina. No pasaba nada distinto a lo de siempre: tenía un novio que no me comprendía pero consolaba mis inexplicables llantos diciéndome que aún faltaban muchos años para que me muriera. Tenía compañeros y amigos que me miraban sin entender por qué me preocupaba más la idea de morir algún día que los próximos exámenes finales y las entregas de trabajos prácticos que estaban por llegar. Tenía una madre a la que siempre le escondí mis ojos hinchados de tanta tristeza utilizando kilos de cubreojera, comida y ropa y un pequeño hermano que me ataba responsablemente a la idea de que la felicidad era posible pues- después de todo- el día de su nacimiento siempre fue el día más feliz de mi vida; y un padre que me observaba silenciosamente.
Mis días se habían vuelto negros y parecía estar constantemente de noche. Pero me acuerdo que fue una mañana gris cuando, por alguna razón que ya no recuerdo, viajábamos en auto con mi viejo y él hizo la pregunta que jamás esperaba: “¿estás triste?”. Le dije que sí, a esa altura había decido dejar que mi tristeza se notara porque poco me importaban las cosas, y él me dijo “¿crisis existencial?”. Jamás olvidaré lo bien que se sintió esa pregunta. Hasta ese entonces, nadie me había entendido. Lo miré y por primera vez en mucho tiempo me brillaron los ojos y le respondí afirmativamente. Le dije que no tenía motivos reales pero que no podía parar de llorar y pensar en la muerte. En que nada realmente tenía sentido. Para qué iba a recibirme, para qué iba a trabajar, para qué me casaría algún día... quizás, sí, encontraría sentido a mi vida teniendo un par de hijos, a quiénes lastimaría y decepcionaría de mil maneras posibles mientras viviera y abandonaría cuando muriera. Mi viejo ni se alarmó y sólo me dijo “te entiendo porque a tu edad sentí exactamente lo mismo”.
Esa respuesta me devolvió la vida. O al menos las ganas de vivir. Seguía y sigo sin encontrarle sentido pero al menos sé, como dice Lennon, que no soy la única. De pronto los mil y un intentos de entenderme después de buscar horas y horas en Google se vieron eclipsados por una respuesta simple pero satisfactoria: alguien en el mundo me entendía.
La muerte
Cuando tenía 19 años trabajaba como secretaria en una institución. Era mi primer trabajo medianamente formal así que intentaba hacer malabares entre la rapidez y la eficacia. Una mañana, subí las escaleras a una velocidad mayor porque quien era mi jefe me llamaba, y le “pegué” a un escalón con mi pierna. Es difícil de explicar semejante pelotudez, lo sé, pero el tobillo me dolió como nunca nada me había dolido pero no me quebré. Tuve un “moretón” enorme al que le di poca pelota pero traté con unas cremas que me indicaron y parecía desaparecer. El tema es que nunca se fue del todo y por eso, a los 23 años dije: “es hora de visitar a una dermatóloga en serio”. Sin mucha expectativa saqué un turno y fui a ver a la médica que me atendió en un consultorio ultra pequeño, me hizo recostarme en la camilla y cuando subió mi pantalón para ver lo que tenía, llamó a una ayudante rubia de ojos celestes y con muchas cadenitas de oro en su cuello, que empalideció y le dijo: “’¿eso es lo que yo creo que es?”... cambio de planes. La boludez ya no era una boludez y comentaron algo por lo bajo que no escuché. Decidieron darme un próximo turno para realizarme una biopsia. En mi cabeza retumbaban las palabras “es lo que yo creo que es”, “biopsia”, “próximo turno”. Fiel a mi estilo realista le dije que necesitaba saber qué pasaba. Fiel a su estilo pesimista, la médica me dijo “de máxima es un tumor maligno, de mínima veremos”.
Abandoné ese lugar totalmente confundida y le di la noticia a mis viejos. El silencio se apoderó del auto. Ese mes de víspera me lo pasé googleando todos los pronósticos y -fundamentalmente- si el procedimiento de la biopsia era doloroso. Hasta que llegó el día, hacía calor y fui de minifalda de jean. Me recosté tranquila, me inyectaron algún tipo de anestesia, y sentí cómo el bisturí cortaba, cómo algo parecido a una pinza extraía y como el hilo me cosía. No, no me dolió. Sí, habría que esperar el resultado que estaría exactamente diez días después. 
Decir que la semana y media siguiente fue tragicómica es ahorrar en calificativos. En casa no se hablaba del cáncer, no se hablaba de la biopsia, no se hablaba de enfermedades. Se hablaba de cosas felices todo el tiempo. Se minimizaba la cuestión a más no poder y a mí me resultaba insoportable. Por suerte mis amigos me seguían la corriente con mi humor negro, diciéndome que ya estaban preparados para raparse de ser necesario así no me sentía tan sola. Pero a mis viejos no les hacía gracia. Me pasé- literalmente- noches enteras leyendo “Antes del Fin” de Ernesto Sábato, sentada en el patio de casa abrazada a Josecito, mi perro. Josecito fue fundamental. Me gusta pensar que olfateaba mi miedo y lo transformaba en miel, que desplegaba lamiéndome las manos mientras lo acariciaba. Otra vez, era placentero sentir que alguien me entendía, y no hacía falta hablar.
La médica abrió el sobre y me leyó los cientos de términos médicos a cara de perro que parecían indicar que iba a morir al día siguiente. Cuando concluyó, sentenció, “en definitiva no tenés nada”. Sentí que quería matarla pero también sentí que había ganado un Mundial. Mi vieja no se sorprendió, ella siempre supo que todo iba a estar bien. Yo salí feliz del consultorio a contarle la noticia a mi viejo que dejó caer un par de lágrimas. Con el tiempo me enteraría que ya había averiguado sobre los mejores médicos de Buenos Aires para tratarme y demás. Me enoja con un poco de gracia, lo bien que supieron disimular el miedo.
La Fe/Licidad
No existe ateo cuando el avión entra en turbulencia, antes de rendir un examen difícil o antes del resultado de una biopsia, puedo asegurarles. La parte que nunca cuento es que durante esos diez días, recé un par de veces. Bah, “rezar” es algo que nunca aprendí, a pesar de los fuertes intentos de mi madre de llenar esta casa de discretas vírgenes y algún que otro rosario en el respaldar de la cama porque su fe y su descendencia italiana así lo demandan. 
¿Qué hizo que mi madre estuviera tranquila durante todo el tiempo de espera del resultado de la biopsia? ¿Qué hizo que mi padre me entendiera en mi crisis existencial? ¿Qué hizo que hoy mi tía me enviara ese video del programa de Darío Sztajnszrajber por WhatsApp? la respuesta es bastante simple.
Mi tía, mi padre y yo somos ateos. En algún esfuerzo de sonar menos hipócrita diré que soy agnóstica. Mientras que, mi madre, es católica.
Ahora bien, ¿se puede dejar de ser ateo para buscar la felicidad? no, por la simple razón de que el ser humano puede traicionar cualquier cosa menos sus propias dudas. Y las dudas y la angustia van de la mano. No sentimos angustia una vez que decidimos, sentimos angustia antes de optar. Angustia, ansiedad, desesperación. 
Algunas personas calman su angustia con la religión. ¿Pensarán los creyentes en la muerte cuando apoyan la cabeza sobre la almohada? Algunas personas calman su ansiedad con drogas ilegales o legales, ¿llorarán estas personas alguna vez en la ducha buscando refugio en un toallón? 
He aprendido a convivir con mi angustia. Pero mentiría si digo que puedo explicarlo con facilidad. No es fácil, tal vez por diversa carga genética cercana a la psicosis, por mi neurosis más obsesiva que histérica o porque simplemente no son para mí, las drogas no son una opción. Pero si de algo sirven los ataques de pánico, es para descubrir que realmente no te querés morir aunque te angustie saber que algún día vas a hacerlo. Ni eso ni que le pase a un ser querido. La crisis de pánico es algo que no le deseás ni a tu peor enemigo.
¿Se puede tolerar la angustia en este sistema consumista sin caer en el consumo y sin creer en Dios? tal vez no sea fácil. Tal vez cada tanto todos necesitamos tomarnos un vino, gastar cifras estúpidas en una prenda de vestir, o enviar un mensaje por WhatsApp sin sentido. Tal vez todos necesitamos encontrarnos ridículamente rezando a algún dios sumamente personal, que está de acuerdo con la homosexualidad y la legalización del aborto y la masturbación.
Tal vez enamorarnos sea una forma de olvidarnos de la muerte por un rato, porque después de todo, más vale tener el corazón roto mil veces que no sentir nada. Tal vez, nunca tendré una pareja que entienda por dónde va mi mirada perdida cuando acompaña mis silencios que recorren como un hilo la costanera mientras miro por la ventanilla de un auto, pero está bien, no tienen porqué saber todo.
Lo que he aprendido es que el lujo no es vulgaridad, pero tampoco es felicidad. Que la paz no tiene precio y que abrazar a mi perro que hoy está enfermo es lo que más me conecta con el sentido de la vida hace años. Ayer por mí y hoy por él.
Después de todo, como dice Sztajnszrajber: “y si la consciencia de la muerte nos oprime... pero también nos libera?
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(archillect)
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neptunebox · 3 years
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Morning before París
||23/12/20 07:05hs. Charlie’s place | Brooklyn, New York||
Tan pronto América había cruzado el umbral de la puerta de entrada, Charlie entró en una fluctuación de actitudes hijas del esfuerzo que estaba poniendo por mantenerse optimista. Y no era que le costara, manejaba un optimismo peligroso, pero demoró un par de minutos en que este aterrizara por completo. Su fé en su amiga lideraba, como si sólo por el hecho de ser importante para ella fuese imposible que algo lamentable ocurriera. 
Tan temprano era que las grandes ventanas no eran suficiente para iluminar y entre la mezcla grisasea del amanecer entre nubes, una lampara junto al sofá la llevaba un poco más cerca al sol. El amarillo de la luz cálida iluminaba el rostro de la morena, el mismo que Charlie no dejaba de visitar con la mirada inquisitiva. El sonido de los platos reemplazó cualquier cháchara clásica entre ellas y fue cuando sacó el mini pastel del refrigerador que cayó en cuenta. El mensaje la devolvió a lo que debía estar haciendo, la distracción, y es que el silencio no era lo suyo pero aún así se había visto consumida por un poco de la preocupación. 
Resopló una risa silenciosa, casi como no queriendo que la morena la captara pero le fue inevitable cuando con cierto nerviosismo esa carcajada se extendió y acabó con el silencio. Charlie con el pastel entre las manos echó la cabeza hacia atrás y lanzó: —Por la mierda, escribí "carel" —alzó la voz con dramatismo y culpa pero con una risa que reflejaba lo cómico que le parecía haber hecho el error sin haberlo notado. —Diviértete en la carel, America —repitió con burla hacia ella misma y luego alzó la vista hacia ella haciendo un puchero casi como de disculpa. 
El pastel era circular con un glaseado blanco y letras naranjas hechas con buttercream, unas flores dibujadas erráticamente con la misma mezcla y unas cuantas chispas de chocolate repartidas encima.
El amague a risa de Charlie fue lo que quitó a América de su ensimismamiento. Había alzado la cabeza como quien quiere descubrir la razón de la gracia, como si acaso ésta fuera poco adecuada aunque en verdad era más bien el calor de sentir esa musicalidad asentándosele en el pecho. Porque, probablemente, ese desayuno no lo olvidaría durante mucho tiempo y ni hablar esos días. Su terapeuta, con quien había charlado de vuelta debido a la ocasión, le recordó lo importante de dejarse querer por sus amistades. No era un momento para cerrarse, aún cuando su mecanismo de defensa así lo reclamara.
Una mínima pero evidente sonrisa curvó los labios de Ames. Escrutó a Charlie en los ojos, desde abajo porque ella estaba sentada en el sofá y Charlie de pie junto al mismo. La observó como quien ve más allá de sus ojos: había encontrado una gran amiga después de mucho tiempo de miseria y soledad, que estaba haciendo todo lo posible para mantenerlas en pie en ese instante. La jugarreta con la torta le hacía justicia al sentido del humor de ambas, rozando lo ácido. Pero entonces su cabeza desplazó el juego para recordarle que en una hora tenía que estar en el aeropuerto. Iría directo a Francia, ya que le habían cambiado la fecha de la audiencia para el 26, cambio a último momento que no hizo más que empeorar las cosas.
Ames negó con la cabeza y con eso la disculpa de Charlie, como si no le perdonase ese error. Tiró de la muñeca de ella con suavidad, para hacer que tomara asiento y así observó la torta en detalle.
—Parece la de Harry Potter versión mandarina —fue el veredicto de América, que lejos de sonar a crítica dar cuenta de eso le había hecho extender la sonrisa —. "Carel" —repitió.
El error de Charlie, de alguna manera, suavizaba el impacto de las posibilidades. Pero naturalmente la mente de América ilustró "cárcel", de forma tan clara que ni pestañeando varias veces lo pudo dejar de ver.
—Soy médica, Charlie —dijo tras unos segundos en silencio en los que sólo pudo entregarse a la sensación de la angustia aprisionándole la garganta. Sus ojos no dejaron de ver el pastel —. Me defendí porque era él o yo pero estaba lista para ese momento. Y soy médica —volvió a repetir, dejando caer sus párpados para cerrar sus ojos. Se tuvo que recordar cómo respirar porque pudo sentir el abrumo acercándose de manera vertiginosa —. Clavé el cuchillo en la zona del bazo porque sabía que las chances de que sobreviva eran mínimas —sus narinas se dilataron al ir en busca del aire y enseguida se ocultó el rostro con las manos —. No iba a darle un rasguño para que luego me encuentre —admitió; su voz comenzó a estrangularse, torciéndose —. Y la corte sabe todo eso, lo sabe, lo hablamos y en su momento una jueza mujer fue la que estuvo a cargo de mi caso. Pero ahora hay un tipo. Y soy una mujer, médica, extranjera, que si bien se defendió, está en la fina línea de ser premeditado para ellos —un sollozo le agitó la espalda, pero antes de llorar, lo acalló presionando la muñeca contra la boca y controló la humedad de sus ojos —. Soy médica, me formé para sanar, no para matar gente. Pero también sé exactamente qué hacer para dañar. Y eso es un problema —explicó la situación, saliendo del escondite para alzar la cabeza y mirarla a Charlie —. No soy una asesina, ¿verdad? —le preguntó inevitablemente, movida por la emoción, sin siquiera en verdad esperar respuesta de eso. Por más que lo había evitado, ver a los ojos a la rubia le hizo arrugar el ceño en una mueca de profunda angustia que bajó hasta sus ojos, que la miraron con tristeza —. Recién recuperaba mi vida —las lágrimas alcanzaron los ojos de América, que se vieron inyectados con una derrota dolorosa. Era extraño presenciar una Jones vulnerable y se notó que se mostró desnuda ante ella —. Y esta mañana desperté metiéndome un ansiolítico a la boca porque sino no sé de qué otra forma lidiar con esta mierda —apenas pudo decir. Al pestañear, las lágrimas gordas atravesaron sus mejillas y dejó caer la cabeza contra el hombro de Charlie —. No tienes que decir nada sólo... —alcanzó a modular, con la voz afectada, mientras respiraba con tal de no romperse ahí mismo, en la íntima cercanía con Charlie, esperando con desesperación que no la estuviera juzgando en ese instante.
La risa de Charlie no duró más de lo prudente porque su luchó contra ese impulso cuando el semblante de América anunció lo que estaba por venir. En su garganta aún un rastro de risa nerviosa hacía temblar sus labios pero la rubia entendía que no era el momento. Lejos de sentirse mal porque el pastel podría haber quebrado el fuerte, ignoró éste dejándolo en la mesa frente al sofá y rápido atendió de la mejor forma que podía, con cercanía. Se mantuvo tan cerca de ella como pudo al mismo tiempo que inconscientemente negaba ante todo el embrollo mental que había desplegado frente a ella. Claro que no la creía una asesina pero le fue inevitable no pensar en que los puntos en su contra le hacían sentido. 
Quebró junto a ella mientras acomodaba su cabeza en el hueco de su hombro y acompañó el ritmo de su respiración como si así incitara a que la mantuviera, instruyendo en lo único que podía pensar: respirar. 
—Nadie sabría —dijo con certeza lo único de lo que estaba segura. —Así que tomate los ansiolíticos que necesites, esto que está pasando queda en paréntesis —continuó, bajito y con calma con un punto fijo en la mano de la morena que luego acarició con sus dedos. —Tu vida ya la tienes recuperada, nadie te va a quitar eso, America, ve hasta allá y di lo mismo que dijiste siempre, como si me lo estuvieras contando a mi —agregó ladeando un poco su rostro para poder ver apenas su perfil y sonreír fugazmente. Quizás encontraría ayuda en esa técnica que podía remitir al teatro. —Imagino al juez muy alto y me faltan centimetros pero puedes trabajar tu imaginación —quiso bromear pero con mesura, inocente. —Voy a estar contigo, será rápido, volverás aquí y todos te estaremos esperando —murmuró levantandose un poco de su hombro para poder agarrarla por el rostro y mover unos cabellos de sus costados. Silenció un poco y su boca volvió a temblar conteniendo el acongojo. —No eres una asesina.
La castaña, que había estado escuchando a Charlie en silencio a la par que procuraba calmarse, se dejó mover. En cuanto su rostro fue acunado por las manos de su amiga y sus ojos se cruzaron, los ojos de América se anegaron en lágrimas. “No eres una asesina”, se repitió en su cabeza a lo que miraba a Charlie tan vulnerable y profundamente como nunca, intercalando la vista en ambos ojos mieles. Charlie jamás la había juzgado y Ames, que de familias excepcionales sabía, sintió que frente suyo tenía otra hermana.
Como si hubiesen encendido un interruptor, el gesto de Jones se doblegó tanto como su fuerza, desapareciendo por los segundos en los que sollozó en volumen bajo pero con una congoja subterránea que encontró el momento de salir; una angustia que se había asentado hacía demasiado tiempo. La posibilidad de que su vida se vea más arruinada por haberla defendido alguna vez y terminado con la de Snake se entremezcló con el terror a no verla a Charlie por lo que la posible condena lleve. Se quedó quieta en el lugar, apenas pudiendo verla a la inglesa porque su visión estaba reducida por las lágrimas y las arrugas a los costados de sus ojos por el gesto apretado, mientras lloraba. Entonces, ni bien pudo moverse, hincó las rodillas en el sillón para acercarse todavía más a Charlie y abrazarla, de alguna manera quedando sentada sobre una de sus piernas. Como ella era la que más alto estaba de las dos, mantuvo la cabeza de Charlie contra su pecho y le acarició el cabello; ese contacto fraterno le permitiría aguantar la espera hasta el día de la audiencia.
Acalló en cuanto pudo hacerlo, aunque persistió unos segundos procurando ocultar el hipar.
—Te amo, Charles —soltó, con una calma en su voz que su cuerpo de a poco iba adoptando. Dejó un beso en su cabeza antes de dejar caer su trasero en el sillón, así despegándose de ella pero no por eso distanciándose.
América barrió sus propias lágrimas con la punta de sus dedos, sin ser capaz de deshumedecer la piel de su rostro. Dio una inspiración profunda, que retuvo al mirar al techo, poniendo en marcha su mecanismo de defensa que se alejaba kilómetros de cuan vulnerable acababa de ser.
—Estará todo bien, tiene que estarlo —quiso convencerse y no sólo eso: consolar de alguna manera también a Charlie.
Esta vez fue la mano de América la que buscó una de Charlie, con la cual se entrelazó. Y una sonrisa genuina, pequeña y aún débil, dobló la boca de la castaña a pesar de tener los párpados hinchados.
—Gracias por el pastel —dijo con cariño, volviendo a secarse la humedad de la cara con su muñeca libre —. No iré sola, Félix estará conmigo —le contó, refiriéndose a su guardián que se había vuelto un gran amigo —. El 26 a las 9am empieza la audiencia, no sé cuánto demorará pero en cuanto sepa algo, te escribo. Planeo pasar cada minuto hasta el 26 tomando vino —sabía que no era lo más saludable y por eso una risa culposa salió disparada de su pecho. Sabía que Charlie le entendería, por eso encogió un hombro. De a poco, el cariño se iba instalando en su rostro al ver a su amiga, en lugar de la angustia profusa —. Estaré bien. Lo sien… —iba a disculparse por haber llorado así frente a ella pero entonces agachó la mirada, mientras negaba con la cabeza —. No quería llorar pero… necesitaba largar angustia —se explicó aunque no hubiese sido premeditado, y se palmeó el pecho antes de acariciarlo, como si ella misma se diera consuelo. Afortunadamente había logrado ese cometido —. ¿Cómo surgió lo de México? ¿Hay algún plan de antemano? —preguntó al cambiar de tema. Su voz aún estaba sutilmente temblorosa pero volvió a mirar a Charlie con total naturalidad, aunque hubieran rastros del llanto e incluso sus ojos vidriosos —. ¿Cuándo volverían?
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kc-ri · 6 years
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Piensa, Deku (BakuDeku)
El villano había aparecido de la nada, sin previo aviso y nada más que en medio de los dormitorios de la UA de segundo año. No había habido señal alguna de infiltración, ni un sólo ruido fuera de lugar.
Era como si simplememte se hubiera materializado en el lugar de un segundo a otro.
Un enorme y aterrador Noumu, eso era. Su característica expresión plana y lo que parecía ser su cerebro a la vista eran evidencia suficiente.
Deku había tardado menos de un minuto en saltar desde la ventana de su habitación donde habia estado estudiando. Kacchan había llegado detrás de él, seguido por Todoroki y Kirishima.
Mientras alguien daba órdenes de avisar a los profesores, la batalla había comenzado. Y había sido caótica.
No sólo por el tamaño del Noumu, sino por los peligrosos quirks que poseía. El peor de todos estaba en su mano derecha, pues creaba unas extrañas esferas oscuras que, cuando crecían a un tamaño considerable, desaparecían todo lo que tuviesen en su interior.
Todos quienes habían decidido enfrentarse al villano, pronto se vieron acorralados y debieron luchar por sus vidas.
Deku había usado todas las estrategias que se le habían ocurrido con los quirks de sus amigos pero aún nada funcionaba. Excepto su propio poder.
Observando su propio brazo, cerró el puño con fuerza. La advertencia sobre la utilización de sus brazos que había recibido el año anterior, retumbó en su cabeza. Pero entonces Ashido gritó en su lugar al caer al suelo y pronto una de las esferas la alcanzó. Kirishima le salvó en el último segundo.
Mas allá podía ver a sus demás compañeros, todos con diferentes heridas pero sin rendirse, sin dejarse ganar y arriesgando todo.
Él debía hacer lo mismo.
Notó la mirada de Kacchan sobre él cuando se movió con saltos para posisionarse frente al Noumu. ¿Detroit Smash al %100 funcionaría?
No tuvo tiempo de averiguarlo porque cuando el Noumu pareció enfocarse en él y él mismo separó las piernas para tener un mejor balance antes de usar su mejor golpe, un fuerte tirón de la capucha de su chaqueta le hizo caer hacia atrás y luego fue arrastrado hasta detras de una pared semi destruida.
Los ojos furiosos de Kacchan encontraron los suyos.
"¿Qué rayos haces, maldito Deku?", escupió el chico en su rostro mientras le tomaba del cuello de su remera para acercarlo a él.
Deku forcejeó para que lo soltara cuando oyó una explosión a lo lejos. Kacchan se había enterado del predicamento que atravesaría si forzaba el poder en sus brazos una vez más durante uno de sus entrenamientos en conjunto, algo que, sorprendentemente, ya era casi una rutina.
Le miró con desesperación.
"¡Tengo que hacer algo y lo sabes! Con mis piernas aun no puedo usarlo pero con los brazos no tendré problema-"
"¡¿Y qué, pretendes quedarte sin brazos en medio de la pelea, ah?! ¡Qué ridículo!"
"¡Kacchan! ¡Todos están luchando lo mejor que pueden, tengo que hacerlo!"
"¡Cállate, maldito nerd!", le gritó, mientras le obligaba a sentarse en el suelo al ver que Deku se levantaba con la intención de salir hacia la batalla en cualquier momento de nuevo.
Exasperados ojos verdes se encontraron con unos furiosos ojos carmínes. Kacchan chasqueó la lengua y miró en dirección al Noumu que ahora repelía los ataques del maldito mitad y mitad.
"Si tanto quieres ayudar", dijo para luego girarse hacia Deku nuevamente, "usa esa maldita cabeza de nerd que tienes e idea un plan que todos podamos seguir".
Deku quiso protestar contra sus palabras pues ya se había quedado sin ideas. Kacchan lo fulminó con la mirada.
"No dejaré que el maldito sucesor de All Might sea un debilucho que no puede pensar más allá de sacrificar su vida, Deku".
Fue entonces cuando lo notó. Katsuki Bakugou estaba preocupado por él. Por su futuro como héroe si perdía la capacidad funcional de sus brazos, por el futuro del siguiente símbolo de la paz (aún si tanto le gustaba renegar de tal cosa).
Mientras una súbita felicidad invadía su cuerpo, Deku se obligó a tranquilizarse y pensar. Kacchan tenia razón. All Might estaría decepcionado si no se cuidara a sí mismo.
Inspiró profundo y concentró su vista en el enorme Noumu y sus demas compañeros que intentaban luchar contra él.
Debía haber una forma, algo que no se le había ocurrido.
Con tres de ellos-no, quizás con cuatro o cinco. Sí, eso podia funcionar. Si conseguía llegar hasta Momo y luego a Uraraka tendrían una gran oportunidad.
Deku se levantó, con la vista en la espalda de Kacchan quien se giró levemente para mirarlo de reojo.
Si hacía tres años atrás alguien le hubiese dicho que Katsuki iba a velar un día, muy a su forma, por su bienestar no le habría creído por absolutamente nada en el mundo.
Pero allí estaban. Quizás le había insultado en el proceso pero la forma protectora en que se había parado delante de él hablaba por sí sola.
"Tengo una idea", le hizo saber con un tono firme. Luego caminó hasta quedar a la par de Kacchan y pudo notar la enorme y desafiante sonrisa que el chico portaba en su rostro.
"Ya era hora, Deku".
Kacchan era el mismo de siempre pero el cambio entre ellos dos que se estaba dando de forma gradual era muy evidente.
All Might se sentiría orgulloso cuando le hablara de ello.
Ambos se dispusieron a atacar.
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«Criar ballenas», 向祚铁.
Caía la tarde y el humo de las cocinas se elevaba desde el tejado de cada casa. El líder de la aldea regresaba de un mercado con varios alevines de ballena para repartirlos y, entre todos, poner en marcha un negocio de cría de ballenas. Lo mejor llegaría cuando crecieran: entonces, les cortaríamos las cabezas y prepararíamos cabeza de ballena con pimientos picantes troceados. Las crías de ballena venían dentro de una botella de cristal translúcido. Tenían la piel oscura, brillante y lisa, el tamaño más o menos de un dedo anular y nadaban de acá para allá dentro de la botella como si fueran renacuajos. Tras repartirlas, cada cual se llevó la suya a casa para criarla. Las ballenas crecían muy rápido y, con ello, no tardaron en aparecer las complicaciones. En mi caso, la puse primero en un delicado frasco de colirio y, para evitar que las ratas la mataran a mordiscos, lo colgué en medio de la habitación. Al despertarme al día siguiente, descubrí que la cría ya no cabía dentro y que estaba intentando darse la vuelta dolorosamente. A toda prisa, rompí el frasco de colirio y la puse dentro de un cuenco. En los días que siguieron, empecé a buscar por casa toda clase de recipientes que se adaptaran al creciente cuerpo de la ballena: un bol de arroz, un cuenco para verduras, una olla sopera, la palangana para lavarme la cara, el lebrillo para poner los pies en remojo. En la búsqueda de los recipientes también obtuve una inesperada recompensa: me di cuenta de que todas esas necesidades orgánicas que antes me parecían sin ton ni son poseían de hecho ciertas categorías espaciales y, en la vida, se correspondían ordenadamente con una serie de recipientes. Pero la velocidad a la que crecía la ballena apenas me dejaba tiempo para mayores reflexiones. Día tras día tenía que apañármelas para buscarle un lugar donde ponerla. Al final, estúpido de mí, acabé metiéndola en la bañera. Ojalá no lo hubiera hecho. Por la tarde del día siguiente, tras recoger mis bártulos y volver a casa, vi mi cabaña de madera tensada con fuerza hacia fuera. Los tablones de madera rechinaban, hasta que, con un enorme estruendo, se vino abajo entera. Entonces pude ver a la ballena con la cabeza dejada de caer en un extremo de la bañera y la cola bamboleándose en el otro, y con su enorme boca abierta resoplando risueña hacia mí. En este momento todos en la aldea comprendimos que, para evitar que incidentes como este volvieran a ocurrir, teníamos que buscar aprisa una forma de llevar a las ballenas hasta el cauce del río para que, siguiendo la corriente, pudieran volver al mar. Aun así, lo que nos resultó muy, muy difícil fue encontrar una manera de llevarlas hasta el río. La carne de las ballenas está apenas cubierta por un pellejo tan fino como un pelo; si las atábamos con cuerdas para moverlas, era obvio que las podíamos lastimar, incluso matarlas. Además, como todo su cuerpo es graso y flácido, la grasa las haría resbalar de aquí para allá dentro de un arnés y, de usar cuerdas, tampoco quedarían bien sujetas. Al final, dimos con una manera de hacerlo: como si fuéramos a botar un barco nuevo en el muelle, colocaríamos un entablado largo de madera sobre el camino que conduce hasta el río, luego engrasaríamos las tablas y haríamos que las ballenas se deslizaran por el entablado hasta el cauce. Ay. Al pensar en la escena en nuestra aldea, parecíamos una colonia de hormigas cargando con una crisálida rechoncha, yendo de casa en casa rodeando a esas ballenas para voltearlas mientras los brotes de arroz se iban quedando abandonados día tras día en los campos. Finalmente, por fortuna, logramos poner sobre el entablado a todas las ballenas que había estado criando cada familia. Se deslizaron hasta el río y nosotros, en pie desde ambas orillas, las veíamos avanzar nadando en grupo. Fueron momentos de felicidad inolvidables. Las ballenas jugueteaban persiguiéndose jovialmente, soltando chorros de agua que refulgían bajo la luz del sol. Los aldeanos que pasaban soltaban las azadas y, de pie en la orilla, se divertían señalándolas y nos hacían preguntas sobre cómo habían crecido. En momentos así, nos olvidábamos de las complicaciones que esas ballenas nos habían causado y les contábamos los tragos que nos habían hecho pasar.
Aun así, lo que nos temíamos acabó por ocurrir. Las ballenas seguían creciendo y el agua del río ya no llegaba a cubrirles el cuerpo, así que ya no podían zambullirse a gusto. Días antes, cada vez que las ballenas asomaban lentamente sus redondas cabezas por la superficie, la gente en la orilla contenía la respiración, contemplando boquiabiertos cómo la espuma, de un blanco resplandeciente, iba resbalándoles por la cabeza; luego estallaban todos en vítores. Ahora, sin embargo, el agua del río parecía no ser lo bastante profunda: la boca de las ballenas sobresalía siempre por la superficie y, cuando lanzaban chorros, el agua se les desparramaba sobre el cuerpo. Todo esto nos hacía sentirnos mal. Para que las ballenas pudieran seguir zambulléndose libremente, apañamos unas medidas de urgencia: primero, abrimos unos boquetes en los bancales de ambas orillas y trasvasamos toda el agua al cauce del río. Luego, con el permiso de las mujeres, los hombres nos desabrochamos el cinturón y nos pusimos a mear, polla con polla, todos juntos en el río. Algunos viejos, para asegurarse de que el chorro fuera suficiente, tenían la cara roja de apretar. Incluso hubo uno que nos dijo, como arrepentido, que no debió haber ido al baño esa mañana. A pesar del esfuerzo común, la apurada situación de las ballenas no mejoró como hacía falta. Las últimas noticias decían que un barco de las fuerzas de salvamento de la ONU acababa de zarpar desde el Polo Sur con un cargamento de hielo. El problema era que, para cuando llegara a la aldea, ya sería invierno y los trozos de hielo no podrían derretirse como para reflotar a las ballenas. Así y todo, las ballenas aún no eran conscientes de que se encontraban en el punto de mira del infortunio. Como si estuvieran poseídas, seguían empeñándose en crecer, a pesar de la difícil situación en la que se encontraban, como si sólo supieran vivir creciendo. No tardaron en quedar todas varadas en el cauce del río, con la piel del vientre irremisiblemente apoyada contra las piedras y sus bocas grandes y amplias tragando aire con pesadez. Nuestra prolongada desesperación dio paso finalmente a una profunda angustia. No sé quién fue el primero en transmitir ese sentimiento. Luego, alguien susurró una frase, y esa frase pronto comenzó a correr entre la gente, todos cada vez más unánimemente convencidos. Al final, acabamos casi gritando al unísono el deseo que, desde hacía varios días, llevábamos confinando en nuestra mente: ay, si las ballenas…  pudieran…  volar…
Autor: Xiang Zuotie
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