𝐃𝐎𝐍'𝐓 𝐖𝐎𝐑𝐑𝐘, 𝐃𝐀𝐑𝐋𝐈𝐍𝐆. | 𝐯𝐢𝐭𝐨 𝐬𝐜𝐚𝐥𝐞𝐭𝐭𝐚 𝐱 𝐫𝐞𝐚𝐝𝐞𝐫
𝐌𝐀𝐅𝐈𝐀 𝐈𝐈
𝐬𝐢𝐭𝐮𝐚𝐭𝐢𝐨𝐧 ⨟ Cuando Lizzie se casó con Vito Scaletta aún era demasiada jovencita, pero la ilusión de estar enamorada de ese apuesto y temerario italiano le gano a todo pronóstico, y termino dando el ‘Sí’ ante Díos, convirtiéndose en su esposa, felizmente marido y mujer.
Pero ser su esposa le hizo darse cuenta cuan ausente tenía que ser Scaletta por su trabajo, y el constante peligro al que se enfrentaba, prohibiéndose de vivir un mundo que aún estaba descubriendo. Y que muy joven tuvo que dejar a un lado.
Trás divorciarse, y teniendo un bebé en común, debe aprender a no preocuparse tanto por su ex esposo, pero su corazón aún late con fuerza al tenerlo de frente, y el amor de Scaletta aún no se ha terminado por ella, Siendo un choque de emociones que tarde o temprano explotará.
𝐚𝐭𝐭𝐞𝐧𝐭𝐢𝐨𝐧 ⨟ significant age difference, divorce issues, mentions of depression, vito is such a loving daddy tt.
𝐧/𝐚 ⨟ ¡antes de comenzar! Quiero volver a recalcar la gran brecha de edad entre vito y el lector, y dejar en claro que es ‘ficción’ y lo hice dado al contexto de la trama, si no te gusta eso, una disculpa y si quieres dejar de leerlo, estás en tu derecho, sin más continuen su lectura tranquilamente.
(el lector tiene un nombre predeterminado, lector (24 yr) y vito (30 yr).
Lizzie, ese fue el apodo que el uso en ella desde el día que la conoció.
Aquella primavera de 1951 fue la temporada más importante en la vida de una joven Elizabeth de tan solo 20 años, que siendo tan joven y en parte un poco inocente e ingenua, se cruzo cara a cara con su mayor destrucción, una desdicha que que se presentó como aquello que más había imaginado en sus sueños más locos.
Ese alguien, de profundos ojos azules tales como el aterrador y profundo oceano, llegaron a su mundo para dominarlo por completo.
Aquel diablo de brillantes ojos, había capturado a ese pequeño ángel de ojos avellanas para poseerla en su totalidad, hacerla suya.
Tal vez fue esa profunda voz, ese acento italiano tan magnífico de oír, sus ojos azules o ese oscuro cabello lacio, pero cayó perdidamente enamorada de ese muchacho, que con solo sonreírle con esa sensual sonrisa, hacía sacudir su corazón sin control alguno.
Al principio nadie se lo tomó en enserio, era una niña más enamorada de un muchacho apuesto mayor que ella, ese joven italiano de cabello negro era muy solicitado por las mujeres, una chica detrás de el no era para sorprenderse.
Pero la actitud inocente de Elizabeth, la hacía parecer una niña a los ojos del mundo, y no está demás decir que ese muchacho no era uno normal, era Vito Scaletta.
Un ganster.
Elizabeth trabajaba en un café que era protegido por la Mafia, afortunadamente el dueño pagaba la protección sin retrasos cada mes, para evitar que Scaletta o sus hombros llegarán a su puerta con un arma en mano lista para ir a su cabeza.
Pero algo ahí, en su negocio le hacía a Vito querer regresar cada vez más y más, y ese algo era la más joven de sus chicas.
Muchos se lo advirtieron, sus amigas más concientes del peligro de esos tipos o la malicia de los hombres mayores, le dijeron a Elizabeth que no debía estar cerca de el, que tenía que estar lejos de hombres como Scaletta.
Querían protegerla del mal en ese mundo, que nada dañara su dulce corazón.
Pero cuando el italiano de ojos azules se presentó ante ella una tarde ofreciéndole llevarla casa, y posteriormente invitándola a cenar el fin de semana, Elizabeth no pudo creerlo.
Entre tantas mujeres más grandes, más sexys o más atrevidas, Vito la había escogido a ella.
Ahí comenzó todo, empezó a esperarla después del trabajo para salir o dejarla en casa, a darle obsequios caros y divinos, a llevarle a bailar los fines de semana siempre con un vestido o joyería nueva.
Comenzó a descubrir más allá de esos tiernos ojos avellanas, cómo esa niña bonita amaba que el la besara apasionadamente, cómo su piel se erizaba cuando le susurraba los halagos más hermosos al oído, la forma en que se ponía nerviosa cuando posaba su mano en su cintura.
La manera en como se sonrojaba cuando pasaba sus labios por su cuello, como apretaba su mano cuando estaba asustada, cómo sus ojos se iluminaban cuando estaba felíz, la manera tan delicada en que hablaba y como sus palabras siempre tenían un toque puro en ellas.
Había caído rendido ante los encantos de ese ángel y no había marcha atrás, completamente de rodillas ante su bella Lizzie.
La relación entre ambos seguía aún trás la insistencia de sus amigas en dejarlo, Simplemente Elizabeth no daba su brazo a torcer, estaba completamente hechizada por Vito Scaletta.
Y otros cercanos a Scaletta, creían que ella era hermosa pero demasiado inocente para su gusto, creían sin dudarlo que Vito con el paso del tiempo y más con su estilo de vida.
Terminaría destruyendo todo en ella, despojándola de su dulzura e ingenuidad, marchitndo a esa bella flor.
Pese a todos los pronósticos, llegó el invierno del 51’, específicamente a mediados de diciembre, cuando Vito y Lizzie se tomaron de las manos y así como estaban.
Firmaron un acta de matrimonio.
Su boda fue un completo secreto, teniendo de único testigo al los presentes en el registro civil a quien Scaletta les había pagado muy bien para proteger esa acta matrimonial y la extrema privacidad del asunto.
Salieron del registro civil siendo marido y mujer, ya no era más la pequeña Lizzie. Ahora era la señora Elizabeth Scaletta.
Su rápido matrimonio era parte del plan de Vito para protegerla, su organización había comenzado a crecer y con eso vendrían más enemigos a sus espaldas, Empire Bay estaba pasando por una temporada violenta y difícil para las familias, y la única manera de proteger a su chica era dándole su apellido.
Que todos sepan que nadie podía joder a su esposa, a la señora Scaletta.
Los primeros meses fueron buenos, poco a poco sus socios se enteraron de la noticia, comenzado a ver a Lizzie con más respeto para no molestar a Vito, sus amigos más cercanos lo felicitaron, Joe fue quien más se dedicó a conocer mejor a la esposa de su mejor amigo.
Paseaba de la mano de su esposo, sintiendose completamente felíz y amada, cada día el italiano se aseguraba de conquistarla más y demostrarle su amor, llevándolos a ambos a una buena casa, un buen auto, y muchas comodidades refinadas y hermosas.
Pero con el buen tiempo, llegaron algunas consecuencias de dicho pronóstico, aún se veía con sus amigas, pero con el tiempo se vió obligada a verlas menos por temas de su seguridad, sus visitas se volvieron nulas a inexistentes.
Vito le insistía en quedarse cada vez más en casa, cohibiéndose de salir a pasear, trabajar o visitar a sus seres queridos, pasaba largos días dando vueltas en su sitio, quedándose con la idea de que su amado llegará por las noches para hacerle compañía, era lo único que tenía.
Pero su esposo comenzó a hacerse más ausente, estando fuera de casa por mucho tiempo, llegando a aparecerse en su hogar en la madrugada cuando ya Lizzie dormía triste de no verlo llegar por las noches.
Esto comenzó a destruirla poco a poco, matando todo su brillo interior y marchitando a esa rosa, lloraba tanto, se encerraba en la habitación sin ánimos de comer o tomar el sol, se había vuelto retraída y callada, las pocas veces que su esposo llegaba temprano, no estaba tan felíz como debería.
Dormía en sus brazos sujetándolo con fuerza, esperando ser lo suficientemente fuerte para no dejarlo ir a la mañana siguiente, para que estuviera con ella y entendiera su dolor por el abandonó y la restricción del mundo. Pero Vito no logro entender esas súplicas silenciosas.
Lizzie Collins como la conocieron muchos, había desaparecido completamente.
VERANO 1954.
It's been a long time, long time.
Las trompetas del maravilloso tema de Harry James llenaban las paredes de una pequeña pero acogedora casa, en un barrio tan sano como donde estaba ubicada, era normal el ruido de los niños jugar en la calle, ver a las señoras mayores sentadas en los frentes de sus casas o paseando en la acera.
Para Elizabeth, esos ruidos matutinos eran la mayor comodidad.
Caminó por su casa resonando el sonido de sus tacones por el suelo, subió al segundo piso con un objeto en la mano, tibio y recién hecho, camino a una habitación amigable a la vista sonriendo tiernamente.
Encontrando a su pequeña bebé jugar en su cuna con algunos juguetes, al verla la bebé sentada en sus cobijas, sonrió agitando sus manitos.
Su adorada Constanzia.
Cargo a su pequeña de dos años hablándole dulcemente mientras le daba su biberón, aún el leve sonido del tocadiscos desde la sala la seguía mientras se sentó en la mecedoras a darle su leche caliente a su hija.
Los ojos azules de la bebé recorrían varias partes de la habitación tomando con sus pequeñas manos los dedos de su mamá al rededor del biberón, ansiosa de querer estar sentada, para mirar y tocar todo.
Ya cuando los bebés están en esa edad, era imposible hacer que sus impulsos de explotar no salieran a flote.
Lo siguiente tras terminar con su biberón, fue estar en su coche de bebé mirando a la calle aún lado de su mamá, mientras tomaba una calida taza de té con sabor a frutos rojos.
Las niñas en la calle miraron a la pequeña bebé con su vestido y zapatos blancos, y los brillantes aretes de oro que portaba, inmediatamente se acercaron a la jóven madre para saludarla.
— Buenos días, Señorita Collins — Saludaron las niñas sonríentes llegando al frente de la casa de Elizabeth, está elevó la mirada y les sonrió.
— Buenos días, Niñas — Respondió Collins sonriente que ya conocía a las dos niñas, eran una vecinitas que les gustaba saludar y jugar con su pequeña hija.
— ¿Podemos estar un rato con usted?
— ¡Sí! Para jugar con Constanzia, por favor — Eran unas niñas muy tiernas, jugando a las princesas con Constanzia, bailando a su alrededor o simplemente contándoles si día.
Su pequeña hija muy apenas balbuceaba sin la posibilidad de hablar o entender sus conversaciones, pero a ellas no parecía importarles.
— Por supuesto, un rato estará bien — Contestó la jóven mirando a las niñas, que rápidamente tomaron asiento junto al coche de la bebé jugando con sus manitos.
Dejando un segundo a la bebé con la niñas, camino a su buzón y tomó el periódico matutino mirando las noticias del día, la primera plana llamó mucho su atención:
« Redada policial termina en la captura de miembros del crimen organizado. »
Observó la noticia mirando con angustia la imagen adjunta, mostrando a varios hombres de trajes caros y miradas feroces siendo arrestados por varios oficiales a sus espaldas, la noticia hablaba sobre los sientos de cargos que estos hombres tenían encima.
Apretó el periódico entre sus manos y lo pegó a su pecho suspirando, esa sensación horrible se apoderó de su corazón rememorando la noticia, esa horrible sensación que había desarrollado años atrás. Esa angustia por alguien.
Ese alguien que siempre tuvo su corazón colgando de sus manos, al igual que sus nervios de punta constantemente, aún después de varios años de no estar a su lado.
Miró a su hija junto a las niñas, cómo está reía agitando sus pequeñas manos, esa sonrisa, esos ojos azules... No podía evitar vivir asustada de que esa sonrisa se apagará para siempre.
O que el causante de la mayoría de sus alegrías desapareciera de su vida a tan corta edad, perder a su padre.
— Cuídate mucho... Por favor — Susurro para sí misma caminando de regreso al lugar dónde estaba, tirando el periódico lejos de su vista.
Intentando quitar esos pensamientos de su mente.
« ¡Vito! ¡Mi niño! ¡Has vuelto! »
El eco de sus palabras resonó en su mente, recordando con lujo de detalle el aire de felicidad que desbordó la voz de su madre al verlo ante ella cuando regreso a casa.
Han pasado tantos años desde la última vez que escucho su voz y aún seguía extrañándola.
« Te damos gracias Señor por los alimentos que vamos a recibir, danos salud para ganarlos, paz disfrutarlos y amor para compartirlos. »
Con los ojos cerrados, intento visualizar a su madre felíz y llena de vida, cómo el desearía recordarla constantemente, alejada de esa vida de miseria que tuvo que vivir hasta su muerte.
« Por Cristo nuestro señor, Amén. »
Abrió los ojos escuchando el ruido de las aves cercanas, que volaban por sobre el cementerio dejando atrás las sientas de lápidas, tristes y grises.
Miró por última vez el lugar de descanso de su madre y las rojas flores que el había comprado para ella, antes de darse medía vuelta y regresar por el viejo camino a la salida, subió a su caro auto mirando un segundo por el retrovisor por precaución.
Vito Scaletta, era alguien grande y de mucho poder, pero el poder o esas reglas de la mafia jamás le habían importado, desde un principio solo quiso ganar más dinero, darle una mejor vida a su madre y hermana.
Pero ahora, solo velaba por su propia familia, esa pequeña familia que había formado trás perder a lo único que le importaba en la vida, esa familia que le había dado un nuevo propósito de hacer lo imposible.
Ya no era un don nadie y en todos los rincones de Empire Bay lo sabían.
Familia, que temió perder tal y como ocurrió años atrás.
En el bolsillo de su elegante traje, saco una cajita de terciopelo azul, pequeña pero de apariencia costosa. Mirándola un segundo antes de volver a guardarla y tomar con más fuerza el volante de su auto con la mano izquierda.
Los rayos del sol reflejaron con intensidad un anillo brillante y dorado en su dedo anular en aquella mano sujeta al volante, detalle facil de pasar desapercibido en Scaletta si no eres muy observador.
Condujo por hasta un tranquilo vecindario mirando con atención a los niños jugando con sus bicicletas, señoras regando sus flores, hombres lavando sus autos, encontrando el sitio bastante en calma como lo era generalmente.
Se acercó a una de esas pequeñas casas hasta detenerse, suspiro bajando del auto mientras acomodaba su traje con la confianza de que se veía presentable.
Miró con cuidado esa casa antes de acercarse, observando a unas pequeñas hablando con la joven que vive ahí, la cual cargaba a una pequeña bebé, a su hija.
La muchacha se giro entre risas observando la calle, su sonrisa se borró al verlo ahí parado, viéndose sorprendida mientras Scaletta se acercaba jugando con las llaves de su auto.
El italiano se detuvo en el primer escalón enfrente de la casa posando su mano en la barandilla, mirando a la madre de su hija esperando a que está le diera permiso de seguir.
Pero está simplemente estaba en silencio intentando controlar sus nervios.
El jóven de cabello negro sonrió mientras alzaba a su bebé en sus manos, que reía a carcajadas a más su padre la elevaba más arriba, la risa de un bebé definitivamente es una de las cosas más únicas y dulces de escuchar.
En las orejas de Constanzia, habían unos brillantes aretes nuevos, eran unos pequeños redondos de bordes dorados con un diamante en el medio cara uno, espectaculares a la vista.
Elizabeth los veía a ambos que estaban en el sofá al costado de ella, estaba tensa en su sitio, algo nerviosa de tener al padre de su hija ahí, no lo mal entiendan. Aún después de su divorcio de llevaron relativamente bien por el bien de su hija, ella no deseaba apartar a Constanzia de su padre, y Vito tampoco la dejaría.
— Son hermosos, Vito — Expresó la joven agarrando la cajita de terciopelo azul en dónde venían los aretes para guardarla.
— Todo para mí pequeña — Respondió dejando a su bebé en su regazo tomándola con cuidado, ya que la niña se movía y balbuceaba, cosas de bebé.
Al escuchar su respuesta, la jóven Collins río levemente mirando sus manos, pensando que mejor padre como Vito jamás había conocido.
Scaletta no pudo asomar una sonrisa escuchando la risita de la jóven ante el, por un segundo rememoró en su mente las risas de Elizabeth en el pasado, recordando que hace tanto no la escuchaba reír abiertamente.
Se dió cuenta que de verdad echaba de menos escuchar sus risas.
— Quieres... ¿Quieres beber algo? Hice jugo de naranja ayer — Hablo para romper el frío silencio.
— Claro, estaría bien — Asintió mirándola.
Mientras servía el jugo en un vaso de vidrio, observó a través de la ventana de la cocina unos segundos escuchando como unos neumáticos derrapaban lejanamente, como si ese auto estuviera corriendo a todo lo que da.
Regreso a la sala pensando en lo que vió hoy en los periódicos, dudando si preguntar si Scaletta conocía a esas personas involucradas, tenía escalofríos de preguntar y escuchar un nombre familiar.
Aunque lo más probable es que el no le diga nada al respecto.
— Me imagino que viste lo que sucedió está madrugada — Dijo dándole el vaso a Vito — La redada contra miembros de la Mafia.
— Sí, lo ví — Respondió después de beber un trago del jugo — Están acabados.
— ¿Acabados? ¿Qué clase de negocios tenían?
— Eso no es relevante ¿Okay, Lizzie? — Expresó desviando el tema notando el tono nervioso de la jóven.
— Claro que lo es, cometieron un error y la policía los detuvo, o hubo un soplon entre ellos.
— Es lo más probable, pero no tienes que preocuparte por ellos. No tienes que pensar en eso.
— Tengo que pensar por ti — Le dijo poniendo sus ojos grandes y mirada severa a Vito — Tengo miedo de que eso te ocurra a ti ¿Qué pasaría si sucede?
— No va a pasar — Espetó Vito con seguridad frunciendo el ceño, su tono serio intimido a Elizabeth que permaneció en silencio unos segundos mirándolo con atención.
— ¿Quién te garantiza eso?
— Yo lo hago — Respondió rápidamente, totalmente seguro de sus palabras, Scaletta era peligroso e inteligente, siendo casi intocable.
Pero el mundo da demasiadas vueltas por desgracia.
El italiano dió otro trago de su jugo tomándolo por completo, la joven enfoco su mirada en la mano que sostenía el vaso viendo un anillo ahí, su anillo de matrimonio.
Perdió el aliento viendo la imágen de sus manos en su mente, específicamente el anillo en su mano izquierda.
— ¿Por qué aún lo usas? — Pregunto bajando la mirada, el mayor lo pensó unos segundos antes de contestar.
— Es importante para mí — Respondió sin vacilación tomando la mano de la bebé, que jugaba con sus grandes manos.
Se sintió conmovida, tanto así que un cosquilleo apareció en su vientre, esa misma sensación que sentía al verlo acercarse a ella, al verlo tan cariñoso con su hija, al verlo reír y verse preocupado por ambas.
Se sentía aún como alguien aún infinitamente importante para Vito, pero al recordar que era la madre de su hija, pensó que solo se mostraba así por eso.
Es muy probable que no veía las señales enfrente de ella.
En el momento que Vito dejo de cargar a su hija para irse, está comenzó a llorar en los brazos de su madre extrañando los brazos de su padre, aún con el mayor pesar del mundo tuvo que irse escuchando su llanto.
Irse dejando a Elizabeth con el corazón en sus manos.
Al verlo subir a su auto y partir de su hogar, sintió un enorme vacío en su pecho y la garganta obstruida, intento consolar a la pequeña llevándola a su habitación paga que jugará, hablándole lo más dulce que pudo.
Pero sentía que le costaba hablar e incluso hasta ella tenía ganas de soltar algunas lágrimas.
Más tarde busco entre sus gavetas un pequeño objeto que creía que jamás volvería a ver, en una cajita empolvada yacía esa pieza cara, brillante y hermosa.
Miró el anillo con nostalgia recordando la felicidad pero posterior tristeza que le trajo la decisión de usarlo, las calles ya no eran tan peligrosas como antes y al no estar atada a nada, podía disfrutar de la libertad que perdió tan joven.
Pero en el fondo, extrañaba usarlo y presumir felizmente al increíble hombre que tenía de su mano, hombre que ya no estaba a su lado pero seguía usando ese sagrado anillo.
Lo dejo en su peinadora para no volver a sepultarlo entre sus cosas, juntando sus manos rezando que todo siga bien, y que lo sucedido hoy con esos mafiosos no se viera en mucho tiempo.
Y menos cerca de sus conocidos, de su familia.
varios días después.
Siendo casi media noche, muchos negocios y lugares nocturnos en Empire Bay seguían abiertos tales cómo restaurantes elegantes, teatros, burdeles, bares, etc.
El flamante negocio de Scaletta estaba en ese montón, siendo un club nocturno destacado y en teoría “totalmente legal”. Para un hombre como el no se podía esperar menos.
Era un sitio distinguido que dejaba sus negociaciones a puertas cerradas, pero que ante el publicó general era un sitio dónde se reunían varios tipos de hombres y mujeres a beber y buscar diversión.
No era su único negocio, pero si uno de los más rentables y conocidos.
Estaba en su oficina consumido por el insomnio mientras fumaba un cigarro mirando el techo, algo incómodo en su silla pero era mejor que ir a casa a estar exactamente igual, pero en peor soledad y silencio.
Tocaron su puerta llamando su atención.
Se dirigió al club con uno de sus hombres a un lado comentándole un problema que estaba sucediendo, al parecer había alguien que estaba hablando de más.
Encontró al susodicho invitado en la barra con un vaso en la mano, un traje de sastre y zapatos lustrados, teniendo un arma en su saco oscuro.
Scaletta ya había visto alguna vez conocía, entré las familias tendían a conocer los rostros más destacados o desconocidos de las mismas, pero no a ser exactamente buenos amigos si había alguna disputa de por medio. Y según el, no tenía problemas con nadie.
Este hombre se veía algo desaliñado en su postura y hablaba incoherencias, los hombres bajo Scaletta estaban preocupados ya que había hablado muy fuerte con cosas respecto a los negocios que solo ellos tenían conocimiento.
No sabían quien era el ¿Por qué decía todo eso? Si seguía así, los metería en problemas, teniendo en cuenta que algún político u otro mafioso estuviese en el club.
Con la mayor paciencia posible, Vito se acercó y estrecho su mano viéndose cómo un buen anfitrión, le invito a contarle de dónde había escuchado esas cosas aprovechando su estado alcohólico.
No le daba las respuestas que quería, solo vacilaba y balbuceaba hasta sacar su arma y apuntar directamente a Vito hablando con más fuerza, llegando a hacer mención de su matrimonio fallido y su hija con un extraño sinismo.
Se escucharon varios tiros por todo el club, hombres y mujeres se asustaron salieron de ahí despavoridos, mientras que los hombres de Scaletta que estaban lejos del bar corrieron a la ayuda de su jefe, temiendo que este haya recibido alguna bala.
Pero por el contrario, su jefe estaba en una pieza con su pistola en mano y algunas manchas de sangre en la cara, y el parlanchín en el suelo derramado sangre convirtiéndolo en un charco bajo su cabeza.
Ese azúl brillante de sus ojos se veía opaco y apagado, con una mirada terrorífica a la nada. Este mundo no te permitía ser totalmente bueno nunca.
Se dió la vuelta en silencio sin molestarse en dar la orden obvia de limpiar el desastre, esto le causaría problemas y estaba seguro, se pasó la mano por la cara molesto de estar lleno de sangre.
Siendo está mano la izquierda, observó cómo su anillo se ensució un poco en contraste con su mano y cara verdaderamente manchadas de esta sustancia roja.
Suspiró con el ceño fruncido yendo a limpiarse la cara y las manos, en el baño paso su cara por el agua fría del chorro, pasando sus manos mojadas por su cabello peinándolo hacia atrás, sus mechones negros desprendían gotas de agua que pasaban por su cuello y frente que caían en el lava manos mientras veía su reflejo en el espejo.
La angustia vivía dentro de su cuerpo como una llama ardiente e insaciable que constantemente quemaba su pecho, siempre trataba de mantenerse al margen de las situaciones aprendiendo del pasado para no dañar su futuro.
Ya había destruido muchas cosas y alejado a muchas personas, no podía seguir cometiendo esos errores. No ahora que lo unico que de verdad le importaba dependían de el y lo necesitaban con vida.
Pensó en Constanzia, y pensó mucho en Elizabeth, demasiado como hace tanto no lo hacia y vio el reflejo del pasado nuevamente rondar por su mente, en esa jovencita dulce y llena de sueños por delante.
jovencita que el habia destruido.
La dejo irse años atrás, pensando que era lo correcto ¿De verdad lo fue? ¿Fue lo mejor que pudo hacer? Siempre se cuestionaria su propia decisión.
Soñaba con el día en que se armaría de valor y le diría todas las cosas que tenia adentro a Elizabeth, quería hacerle saber que deseaba tenerla de su mano otra vez y criar juntos a su hija, quería estar siempre con ella para verla crecer.
Ser un mejor padre, Un mejor esposo.
Suspiro pensando demasiado, si de verdad quería cumplir todas esas promesas debía, tenía que realmente deshacerse de sus propios problemas y no enredar a su familia en nada de esta mala vida.
Ser tan injusto como lo habían sido con el, Hacerles pagar a todos.
« Múltiples disparos se oyeron en las calles centrales la noche de antier en Empire Bay, Se rumoreaba que habían provenido de un club nocturno de un importante hombre de sociedad. »
Levaba horas llamando ¡Días! y no pudo comunicarse con Vito. Estaba realmente preocupada.
Desde que supo lo del suceso del club, supo inmediatamente que era el suyo y llamo varias veces a su oficina, a su casa, pero no recibía respuesta, Intento estar tranquila y confiar en la palabras que Scaletta siempre le repetía, No te preocupes.
Llegada la noche de hoy, ya estaba completamente angustiada y fuera de si, rezo mucho por saber en donde estaba el padre de su hija, donde estaba el hombre que tanto quería.
Si estaba bien y en libertad.
Llevo a dormir a Constanzia antes de bajar a la cocina y tomar un poco de té de limón, pensando fuertemente en el paradero de Vito y su salud, ni siquiera había buscado su pijama en el momento que se hicieron las diez y media de la noche, ya con su taza de té vacía y fría de tenerla en la mesa.
Estaba lavando el delicado objeto en lo que escucho que tocaban la puerta de su casa, Miro la puerta unos segundos antes de caminar con cuidado extrañada de que alguien este a estas horas en su puerta, siendo cuidadosa de hacer ruido se asomo por la mirilla observando al exterior.
Al ver quien era, solto un suspiro que tenia reprimido quitando todos los seguros de la puerta.
— ¡Vito! Dios mio — Expreso mirándolo con ojos de cachorro, inmediatamente se abalanzó a su cuerpo rodeando su cuello con sus brazos con fuerza, sintió una gran sensación de alivio verlo ante ella en una pieza.
Scaletta paso una de sus manos por la espalda de la jóven comprensivo, entendiendo que ella estuvo genuinamente preocupada por el, se sentía bien ser abrazado por Elizabeth después de tanto tiempo.
— Me tenías preocupada Vito, desde hace dos días estoy intentando hablar contigo — Hablo rápidamente mirándolo con toques de nerviosismo, lo jaló del brazo cerrando la puerta con sus respectivos seguros nuevamente.
— Se porque estabas preocupada, pero no tenías que estarlo. No pasó nada — Respondió posando sus manos en su cintura, se veía transpirado con el sudor corriendo por su frente, sin el saco de su traje y los primeros botones de su camisa sueltos.
Elizabeth al escuchar eso miró al mayor pasando de angustia a molestia.
— ¿Qué no pasó nada? ¡Te estás escuchando! — Hablo con firmeza alzando la voz — ¡Hubieron disparos en tu condenado club hace dos noches! Temí por ti y solo me dices que no pasó nada ¡Por favor, Vito! Estoy cansada de escuchar eso.
— ¿Qué es lo que quieres oír? — Hablo Scaletta levantando levemente su voz sin llegar al tono de la joven.
— ¡La verdad! — Le confesó abriendo sus ojos de forma amenazante — Siempre te he pedido la verdad, que confíes en mí y me lo cuentes todo ¡Ya no soy una niña! Ya no esa niña estúpida con la que te casaste.
— Si lo eres Elizabeth, sigas siendo la misma chica terca que no me escucha — Afirmó Scaletta pasando su mano por su cabello — Te lo repetí hasta el cansancio, hasta el día que nos separamos. No voy a hablarte de esa parte de mí vida, no quiero que salgas perjudicada.
La jóven se cruzo de brazos y se dió medía vuelta evitando la mirada de Vito, molesta por escuchar esas palabras otra vez, palabras que conocía de memoria.
— Esa falta de comunicación nunca me daño físicamente, pero daño mi mente, mis emociones ¡A nuestro matrimonio!
— Nos casamos jóvenes, Elizabeth. Aún eras demasiado joven para entender lo que lleva estar en mis zapatos, y sigues sin entenderlo.
— ¿Cómo lo haré si no me lo explicas?
— Sabes perfectamente lo que estar en esta vida, pero no tienes que saber los detalles sobre eso. No puedo destruirte así.
— Tu y yo ya estamos destruidos, Vito — Respondió la jóven bajando la mirada, negando levemente.
Scaletta suspiro cerrando los ojos algunos segundos intentando buscar un poco de calma, en cambio Collins camino un poco al rededor de la sala evitando en todo lo posible llorar.
— Eras una niña, Lizzie — Hablo el italiano usando su apodó en ella, con una voz suave y más calmada — Te saque de tu hogar, de tu mundo y te arrastre al mío sin darme cuenta de lo que estaba haciendo, creía que era lo correcto. Pero me equivoqué y solo conseguí que te fueras.
La jóven lo observó comprensiva sin dejar de estar de brazos cruzado, solo algo perpleja de sus palabras.
— No te permití seguir descubriendo el mundo, te obligue a correr cuando solo dabas tus primeros pasos. Y no tomé tu mano al tropezar.
— No te permití hacerlo — Confesó Elizabeth tomando la palabra.
— Lo se — Contestó Vito pasando una mano por su rostro — Pero de lo único que no me arrepiento... Fue casarme contigo.
La mano en su rostro resultó ser la izquierda, dejando claramente a la vista su anillo, anillo que desde el día que lo uso por primera vez, jamás se quitó.
Las últimas palabras de Scaletta tocaron el corazón de Lizzie, ambos se observaban sin moverse o decir nada.
Vito sintió que a pesar de sus sentimientos, hablo demasiado y tal vez Elizabeth no quiera tenerlo nunca en su vida en ese sentido que el desearía, sintiendose herido y con el peso encima de dejar escapar a la madre de su hija.
Suspiró viendo como la joven se apresuró a las escaleras subiendo al segundo piso, dejándolo solo abajo.
Bajo la mirada a sus zapatos maldiciendo para sí mismo con gran impotencia, escucho nuevamente el sonido de las zapatillas de la jóven, está vez lentamente por las escaleras.
— Vito... — Llamo tímidamente con una mano en la espalda y otra en la barandilla, al momento que alzó su mirada para verla vió su mano salir de detrás de su espalda.
Observó abriendo sus ojos con sorpresa, cómo en la palma de su mano reposaba su anillo de matrimonio, aún seguía tan brillante y hermoso como en el día que el mismo lo escogió.
— Yo tampoco me arrepiento — Confesó sintiendo cosquilleos en su estómago, cómo muestra de sus palabras. Tomo el anillo y lo colocó en su dedo anular sin ninguna complicación.
Miró a Vito agarrando sus mismas manos esperando alguna reacción de su parte, con ojos temerarios observo como se fue acercando lentamente hasta el primer escalón de las escaleras.
Solo colocó su pie ahí poniendo su mano en la barandilla, parecida a la forma que hacía al venir a ver a Constanzia, esperando el permiso de Lizzie. La jóven solo termino de bajar los escalones restantes siendo recibida por los brazos del mayor en un fuerte abrazo.
La elevó unos segundos en sus brazos dejándolos a ambos en el suelo apartados de las escaleras, la abrazo con tanta fuerza pero con la mayor delicadeza y añoramiento posible. La jóven solo podía reposar su cabeza en su hombro cerrando sus ojos disfrutando el mágico momento.
— Debes aprender a no preocuparte tanto — Le susurro Scaletta contra su cabello, que desprendía un dulce olor a frutilla.
— No puedo — Le respondió fragilmente la jóven derretida en sus brazos — Nunca pude hacerlo.
Se separó de ella tomando su rostro entre sus manos, alzando levemente su mirada para que lo observara directamente.
— Aprenderás a hacerlo — Dijo poniendo un mechón de su peló detrás de su oreja, por los nervios Elizabeth solo pudo mostrar una media sonrisa, tierna a los ojos del mayor.
En este momento, tenía tantas ganas de besarla como nunca antes, extrañando ese sabor de sus labios y estaba desesperado de probarlo otra vez, se acercó poco a poco a su rostro, sintiendo como Lizzie estaba pensando lo mismo que el.
Estando tan cerca, Escucho unos leves llantos provenientes del piso de arriba.
La jóven volvió al mundo real al escucharlos, completamente sin aliento y decepcionada de que el momento se haya interrumpido, estaba tan ilusionada como una adolescente por besarlo.
Quitándose las manos de Vito de su rostro con pesar, se dió la vuelta subiendo las escaleras a la habitación de su hija, sintió a sus espaldas como el la siguió de cerca.
Entró a la habitación yendo inmediatamente a la cuna donde lloraba la bebé, cargándola al instante susurrándole que todo estaba bien mientras la mecía en sus brazos.
— Es casi media noche, siempre se despierta a está hora — Le explicó a Vito intentando calmarla, pero solo lloraba y se removía inquieta en sus brazos.
— Quiero hacerlo — Hablo el mayor mirando a Constanzia llorar, no quería que ella llorara más, le partía el alma escucharla.
Dudosa, le extendió la bebé a Vito que la tomo con firmeza y seguridad, viéndose completamente seguro de lo que hacía, los observó a ambos nerviosa de que Constanzia no cooperará.
Al sentir el calor familiar de los brazos de su padre, la bebé se calmó un poco mirando a Vito con sus grandes ojos azules, con su pequeña nariz y mejillas rojas de tanto llorar. Pero aún se removía y un ceño fruncido destacaba en su rostro.
— ¿Por qué estas molesta, mi pequeña? — Le pregunto su padre mirando esas cejas fruncidas, meciendola lentamente en sus brazo.
— Tiene muchas cosas en la cabeza — Hablo en un susurro la jóven recostando su cabeza en el brazo de Scaletta, pegando su mejilla a la tela de su camisa.
— ¿De verdad? Una niña tan terca como su mamá. Cómo lo era su abuela — Respondió sonriendo levemente, hablándole a su bebé con paciencia, que había comenzado a cerrar sus ojos poco a poco — No te preocupes, Cariño. No lo hagas más.
Elizabeth observó por algunos segundos a Vito antes de volver a reposar su mejilla de su brazo mirando a su hija quedarse dormida, escuchar como el le decía eso a su pequeña le estrujaba el corazón.
Pero sinceramente, el le había dicho que ella tenía que aprender a no preocuparse tanto por el, pero incluso el tenía que aprender otras cosas, Vito estaba completamente dispuesta a aprender como llevar mejor las cosas, cómo cuidarlas a ambas mejor y dejarlas ir nunca más.
Tenían que aprender a caminar una vez más, está vez juntos sin soltarse de la mano.
— 𝐭𝐡𝐞 𝐞𝐧𝐝 —
‹ 07. 04. 2023 ›
credits for : @iamcxlleigh
¡hola gente! felíz viernes santo a todos y espero estés pasando bien sus vacaciones de semana santa (si lo celebran). ♡
espero les haya gustado mucho el relato de hoy, cómo siempre para mí fue un gusto escribirlo con todo el cariño:) Acepto pedidos por si están interesados !!
Si quieren leer más de la saga mafia, aquí les dejo el link de mi lista maestra ↓
calleigh angelo ──── ‘lista maestra’
Lamento cualquier tipo de error gramático u ortográfico.
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Hortensia
En el trópico nunca se le enseñó a nadie a temerle al calor. Al contrario, era visto como una bendición, un privilegio. Gente de todas partes visitaba al trópico para poder vivir en carne propia las maravillas de tener al Sol lo más cerca posible sin consecuencias ásperas. La gente iba y venía y las décadas pasaron una por una, sin prisa y minuciosamente. El calor siguió aumentando y las décadas se tornaron en un siglo. Ya nadie aguantaba el calor, ni los que nacían aquí, ni los que tanto querían visitar. Los turistas dejaron de venir, optando por ocultarse cerquita de los polos, donde el hielo ya no existe y las flores florecen para la élite. Y nosotros nos quedamos en el trópico, con temperaturas de hasta 135º F y la tasa de delincuencia está en su punto más alto desde que tengo memoria. El gobierno tampoco existe, pero recuerdo que en la escuela nos enseñaron lo que era—o lo que se suponía que fuera. Hoy en día quienes están a cargo son los adinerados, las celebridades y los descendientes de los viejos políticos, que nunca pararon de sonsacar cada beneficio que pudieran de la clase trabajadora y sus tantas falsas esperanzas.
Yo soy Hortensia, hija de la más pequeña de las Antillas mayores. He vivido toda mi vida en esta Isla, optando por permanecer en el agua más tiempo que en la arena, que se calienta tanto que se puede cocinar sobre ella a través del día. Aprendí a nadar desde los cinco años gracias a mi madre, que falleció hace unos años en una de las viejas protestas. Mi padre vive lejos de casa, por allá por uno de los cincuenta. De él sólo tuve cuentos y anécdotas que mi madre me contaba de sus vivencias juntos. Nunca habló de él con malicia, pero muy fácilmente pude deducir que mi padre nunca fue un hombre bueno. Ni en general, ni con mi madre, ni conmigo.
Actualmente vivo en una choza junto a la playa, lejos de la gente que aún queda en la Isla, que, la mayoría, se esconde en el fresco de la montaña. Cada mañana puedo sentir cómo la arena me quema la planta de los pies y no me provoca reacción alguna. Mis pies ya se han acostumbrado al constante ataque. Vivo de la pesca, aunque ya casi ni quedan peces en estas aguas. Cada semana logro ganar menos y cada día considero irme de este país sin más. Pero jamás me lo perdonaría, no después de ver cómo mi madre pasó toda su vida defendiendo este terruño, la mayoría de las ocasiones en vano.
Siempre sospeché que la vida me llevaría por los mismos caminos que a mi progenitora. No me sorprendió hallarme indagando sobre las próximas codicias de los adinerados en mi Isla a través de las noticias en el televisor del pequeño restaurante, Catarsis, que aún sigue abierto cerca de mi playa. Don Timoteo, el dueño, me recibió con el mismo café frío con jarabe de avellanas y leche de almendras que llevo ordenando desde que conozco de la existencia de este lugar. Le agradecí y le pedí un sándwich de pastrami en lo que veía las noticias con los pocos otros visitantes en el restaurante.
“En la mañana de hoy se reportaron unos quince asesinatos en el área Metropolitana Noreste, todos aconteciendo en las horas de la madrugada en la mansión de los Vivaldi, familia borincana billonaria reconocida por aportar a la lucha contra el cambio climático. Se desconoce aún quién haya realizado tales atrocidades, pero el principal detective en el caso, Javier Bonilla, especula que podría tratarse de las consecuencias de los supuestos negocios turbios llevados a cabo en dicha propiedad de los Vivaldi, quienes fueron concedidos el amparo por el Sistema Jurídico Nacional. No obstante, Tatiana Vivaldi, cabecera de la familia, propició a la revista “El Avispero” con una entrevista única en su calibre, respondiendo cada pregunta sobre los rumores de los negocios de su esposo, Otto, quien se rehúsa a dar la cara al público en todo este enredo publicitario. Otto Vivaldi, también, es rumorado de ser el jefe criminal de la organización ilícita Dolce Vita, conocida en cada esquina del planeta como la número uno en el tráfico de drogas internacional, pero dicho rumor jamás ha sido confirmado de manera concreta. Y ahora, el clima. Como de costumbre, las temperaturas siguen en aumento…”
Mi café se calentó en lo que Don Timoteo preparó mi sándwich. Me lo bebí de todas maneras, necesitaba la energía. Me aguardaba un largo día de nadar por los arrecifes muertos en busca del actual oro: comida fresca.
− ¿La pesca es ilegal aquí?
La pregunta la hizo un hombre extraño parado en la entrada del restaurante, como si acabara de entrar, a lo que Don Timoteo le respondió:
−Casi. Pero no, vaya y pesque a su propio riesgo. Aquí Hortensia es una experta, si tiene duda le puede hablar a ella.
Yo me encogí de hombros. El hombre asintió y tomó la silla a mi lado. Parecía tener unos cincuenta y tantos, pero yo nunca supe identificar bien la edad de las personas, podría haber tenido cuarenta o sesenta. Sabrá Dios. La cuestión es que el tipo se sentó a mi lado y no masculló palabra alguna hasta que terminé de comer y solo fue para preguntar para dónde quedaba la playa.
Caminamos en silencio, mis botas desgastadas hundiéndose en la cálida arena. Al ir llegando a mi lugar preferido para pescar, fui removiendo cada prenda de ropa que traía excepto por mi traje de baño. El Sol me quemaba la piel casi de inmediato y yo lo ignoraba. El hombre siguió mi ejemplo y dejó caer sus cosas a la arena también. Al remover su capucha y gorra solo quedó una camisa sin mangas color blanca muy fina y un pantalón de esos de playa. El hombre agarró solo lo que necesitaba de sus cosas: la red de pesca, una jaula para langostas y sus anzuelos e hilo. Yo hice lo mismo y luego me dispuse a entrar mar adentro cuando el hombre me detuvo.
− ¿Y el bote? −Preguntó, estupefacto o confundido.
− ¿Tengo cara de celebridad o ricachón? −Sacudí la cabeza y señalé mis gafas de natación y tubo respiratorio, –Esto es todo lo que necesito.
El hombre, a pesar de su confusión, asintió. Se acercó a sus cosas nuevamente para agarrar sus propias gafas y tubo respiratorio. Luego, partimos.
El mar nunca había sido amable conmigo. Generoso, sí, ¿pero amable? Jamás. Las olas amenazaban con azotarnos contra el coral muerto, pero ambos parecíamos saber nadar bastante bien. Me dirigí a la pequeña cueva sumergida que había encontrado hace par de semanas, donde se ocultaban, todavía, una que otra langosta y ostras. El hombre tomó acción de inmediato; puso su jaula en el suelo marítimo justo cuando llegamos y mientras íbamos pescando se fue llenando de escasos camarones, poco a poco. Sabía pescar con lanza, también, y logró capturar varios peces.
Estuve distraída todo el rato que pescamos. Algo había mal en el agua, no sabía qué hasta que vi al hombre dirigirse al vacío más allá del arrecife. Había orcas cerca, podía ver sus formas grisáceas a lo lejos. Traté de advertirle, pero él me hizo caso omiso. Por poco infarto cuando se desvaneció de un momento a otro, dejándome sola con mis ganancias y las suyas.
Cuando regresó se me hizo casi imposible registrar lo que ese hijo de puta traía en manos. Un delfín. Aún vivo, gastando sus últimas fuerzas en intentos fútiles para alejarse del hombre. No supe cómo expresarle que me repugnaba lo que estaba haciendo, considerando que estaban casi extintos. Dudo mucho que le importara mi opinión.
Al salir del mar, no tuve mucho que decirle al hombre. Únicamente quería saber su nombre, así que le pregunté.
−Oye, ¿cómo te llamas?
−Octavio.
− ¿Octavio qué?
− ¿A caso vas a reportarme por el delfín? −Sutilmente alineó su lanza para que me apuntara al cuello.
Negué con la cabeza, diciendo que era simple curiosidad. El hombre se veía escéptico, pero me confió su verdad. Quién sabe por qué. Yo solo sé que sí me arrepentí de haber preguntado.
−Octavio Córdova, pa’ servirle.
Octavio Córdova era el nombre de mi padre. No tenía palabras para él después de eso. Solamente vi, en silencio, cómo guardaba toda su ganancia en una bolsa plástica negra, de esas de basura que matan cientos de criaturas marítimas al año. Cuando fue a ponerse en pie nuevamente, la bolsa parecía pesar demás. Cayó plantado en la arena, la bolsa junto con él, dejando derramar agua y mariscos por toda la arena. Pude oír cómo se cocían los animalitos en el intenso calor.
Entre los mariscos pude divisar un bloque blanco envuelto en plástico. Sí, de esos. Octavio me miró de reojo y yo simplemente me fui. Lo dejé con sus mariscos y su cocaína de dudosa procedencia.
No fue hasta la próxima tarde que lo volví a ver. Llegó sin avisar a mi casa, como si conociera el camino mejor que yo. Estaba hecho un desastre, su cabello gris y blanco revuelto como si un huracán lo hubiera peinado y cubierto de pies a cabeza en manchas rojizas.
− ¿Qué carajo haces aquí? Ni siquiera te conozco. −Intenté prohibirle el paso, pero empujó la puerta con brusquedad y no tuve más remedio que dejarlo pasar.
−Estoy en aprietos, Hortensia. ¿Tu madre dejó algo mío por aquí? Un arma, específicamente.
Se otorgó el permiso él mismo para rebuscar mis pertenencias, obviando mi presencia. Lo empujé para que cayera al piso, lo cual hizo, y lo señalé con mi propia lanza.
−Las únicas armas en esta choza se utilizan para la pesca, así que no. Mami nunca habló de ninguna arma tuya. Recoge tus puñeteras cosas mugrientas y lárgate de mi casa.
Octavio alzó una ceja y se puso en pie de nuevo. Me arrebató la lanza de las manos con un solo movimiento, usándola para amenazarme ahora. Esto era insólito. No podía creer lo que estaba pasando.
−Era un revólver, específicamente. ¿Todavía no te suena a nada? −Presionó la punta de la lanza contra la piel sensible de mi cuello, rasgándola levemente. Negué con la cabeza, sofocando los deseos de apuñalarlo con la daga que tenía en el bolsillo de mi nuevo delantal de trabajo. Don Timoteo se había apiadado de mí y me había contratado a tiempo parcial como mesera. No estaba a punto de dañar el bonito delantal verde con la sangre de este cabrón.
La verdad, sí sabía del arma que me hablaba. Salvo que, por razones obvias, mi madre la había ocultado y yo no sabía dónde.
−Bien. Excelente, −Octavio me rodeó con la lanza todavía en mano, −Otto Vivaldi muerto a manos mías y yo sin protección alguna de la bruja que tiene por esposa. Bueno, tenía. En fin, el muerto al pozo y el vivo al gozo. Fue bonito conocerte, Hortensia. Ahora te convertirás en huérfana de madre y padre.
−De padre lo he sido desde siempre. Es la parte maternal la que me afecta genuinamente hoy en día.
Octavio no vio la gracia en mis palabras. Al contrario, fue casi como haberle hundido el puñal. Se sintió mejor que eso, de hecho.
−No me darás la oportunidad de explicarte por qué estuve ausente, ¿cierto? −esperó a que me negara para continuar, −Cierto. Entonces, solo te pediré un favor. ¿Pudiera quedarme aquí esta noche? Me largaré antes de que salga el Sol.
Acepté sus términos, pero solo porque tenía la lanza en sus manos. De haber sabido dónde se encontraba su arma le habría disparado ahí mismo. Pero no, opté por abandonar la casa hasta que él se fuera en la mañana. Me fui a pescar.
Estaba terminando con mi objetivo de ganancias cuando me percaté de algo en el arrecife muerto. En la cueva que había encontrado, en lo más profundo de su interior, habían de esos bloques blancos. No sabía qué hacer. Tuve que contenerme, de lo contrario habría entrado en pánico.
−Dime una cosa, hija mía, ¿por qué tienes que volverlo todo tan complicado? −La voz provenía de la dirección general de la entrada de la cueva. Octavio estaba ahí parado, mirándome con ojos de lástima o arrepentimiento. Quizá ambos.
−Llévate tu porquería a otra parte. Toda. No estoy preguntando. −Lo señalé con mi lanza.
Mi padre, obstinado como mi madre lo había descrito, se negó. Me rodeó tranquilamente, analizando nuestra situación en silencio mientras yo sudaba frío, esperando a que él me atacara primero para defenderme.
−Esa “porquería” es la razón de la muerte de Otto Vivaldi. El muy egoísta la estaba ocultando aquí para que mis asociados y yo no lográramos robársela de sus embarcaciones. Y será la razón de tu muerte, también, si no sales de aquí ahora mismo.
Dudosa de su confesión, asentí. Me propuse salir de esa cueva, pero no pude. Lo último que recuerdo es un dolor agudo en el cráneo y luego desperté, ahí mismo en ese suelo húmedo y sucio, a la tarde del otro día. Octavio no estaba en ninguna parte, la cocaína tampoco. Con mucho dolor de cabeza y sangre propia en las manos logré nadar hasta la playa de nuevo, donde las cosas de pesca de Octavio estaban tiradas, burlándose de mí.
Comprendí lo que había sucedido cuando fui a Catarsis esa misma tarde. El último reporte de las noticias me lo explicó todo. Don Timoteo y los otros dos clientes en el lugar escuchaban en un silencio casi fúnebre. Se negaban a mirarme, como si supieran que ese hijo de puta era mi padre. Y probablemente así era.
“En las horas de la madrugada, un barco estadounidense se adentró en la costa en búsqueda del criminal internacional Octavio Córdova, quien logró escapar en una lancha en posesión de varios kilos de cocaína hacia mar abierto a eso de las 6 de la mañana de hoy. Se rumora que Córdova fue el autor del violento asesinato de Otto Vivaldi, quien fue empalado por una lanza de pesca en su propia cama mientras dormía junto a su esposa. Las autoridades marítimas dan certeza de que Córdova morirá en su escapada debido a la peligrosa tormenta que se avecina. No obstante, los Vivaldi han ofrecido una gran recompensa monetaria al primero que les traiga a Octavio Córdova con vida a la mansión…”
De todo lo que mi madre me contó, jamás pensé ser la hija de un criminal. Mucho menos de un asesino. Y me usó, al igual que a mi madre hace tantos años. Es casi poético cuando la vida te pone en situaciones como esta. Y yo me propuse lograr lo que cualquier persona racional en mi lugar hubiera hecho: iba a capturar a mi padre. E iba a reclamar la recompensa por su cabeza.
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