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eldiariodelarry · 1 year
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Clases de Seducción II, parte 16: Culpa
Temporada 1
Temporada 2: Parte 1, Parte 2, Parte 3, Parte 4, Parte 5, Parte 6, Parte 7, Parte 8, Parte 9, Parte 10, Parte 11, Parte 12, Parte 13, Parte 14, Parte 15
Sebastian y Matias tomaron un móvil del ejército que los estaba esperando en el aeropuerto de Arica para transportarlos hasta el regimiento.
Olivares ya no insistía en sacarle tema de conversación a Sebastian, y él lo agradecía. Sabía que después de todo lo que habían conversado, habían llegado a tal confianza entre ambos que los silencios ya no eran incómodos.
Al llegar al regimiento, Matias se presentó como el escolta de Sebastian, y los hicieron pasar a ambos a la oficina del Capitán Guerrero.
—¿Lo hizo pasar muchas rabias, Cabo? —le preguntó el Capitán a Olivares.
—No, Capitán —respondió con sinceridad Matías—. Él sabe que cometió un error, y está arrepentido.
Sebastian levantó la ceja levemente, sorprendido por las palabras de Matias, porque claramente estaba mintiendo: de lo único que estaba arrepentido era de haberle creído a su padre.
El Capitán resopló sonoramente, en señal de incredulidad ante las palabras de Matias, y miró directamente a los ojos a Sebastian, quien ya había recuperado su semblante inexpresivo.
—¿Es cierto eso, soldado? —le preguntó directamente.
Sebastian se demoró una milésima de segundo más de lo necesario para sonar convincente.
—Si, capitán —respondió finalmente.
—Parece que el pequeño paseo no le sirvió para sacar la voz de hombre y hablar fuerte, Guerrero —comentó con sarcasmo el capitán.
—Está cansado —lo defendió Matias—, no ha dormido nada desde hace dos días, me comentó.
—Bueno, se habría evitado ese problema si no se hubiese arrancado —argumentó con lógica el Capitán—. Como sea, muchas gracias por su servicio, Cabo Olivares —agregó, a modo de cierre de la conversación para despedir a Matias, y luego se dirigió a Sebastian—. Y usted, Guerrero, vaya a las barracas a darse una ducha y a vestirse. Lo espero en la armería en cinco.
Sebastian obedeció al capitán, y salió de su oficina apurando el paso. Al cabo de unos segundos se percató que el capitán no venía detrás de él y caminó con normalidad hacia las barracas.
—Oye —Sebastian escuchó la voz de Matias acercarse a él por la espalda—. Recuerda guardar bien lo que te pasé —le dijo, dándole unas palmaditas fraternales en el hombro, mientras disimulaba la falta de aliento.
—Gracias —Sebastian no atinó a decir nada más. Estaba abrumado por la amabilidad y empatía de Matías.
Olivares le sonrió, como indicándole que era lo mínimo que podía hacer, y luego dio la media vuelta y se fue.
Sebastian dio un suspiro de alivio, al saber que no estaba totalmente solo en el mundo. Aun había gente buena que valía la pena conocer y potencialmente a futuro poder llamar amigos.
Siguió caminando hasta llegar a las barracas, donde se dirigió rápidamente al baño para lavarse la cara y mojarse el pelo, y luego se fue al dormitorio, abrió su casillero y sacó su ropa de militar, aprovechando en el momento de guardar disimuladamente el celular que le había pasado Matías, envolviéndolo con un par de calcetines limpios. Se vistió rápidamente y al salir del dormitorio para dirigirse a la armería se cruzó con Andrés, quien lo saludó con alegría.
—¿Dónde estabas? —le preguntó, dándole un abrazo.
—Fui a comprar cigarros —respondió con sarcasmo.
Andrés se rió.
—Qué bueno tenerte de vuelta —le dijo el muchacho—. ¿Llegaste con Javier? —Sebastian negó con la cabeza—. Uy, su castigo va a ser más pesado entonces.
Como si a Sebastian le hubiese hecho falta ese comentario. El recordar que su amigo probablemente no volvería, y que tenía todo un castigo por delante, por su ausencia de dos días del regimiento le hizo revolver el estómago.
—Oye, hay algo que tienes que saber —le dijo Andrés, pero Sebastian no tenía ganas de seguir con la conversación.
—Sorry, Andrés, ¿podemos hablar después?, el capitán me está esperando —le dijo Sebastian, y sin darle tiempo para responder, se alejó del lugar.
Al llegar a la armería, estaba el capitán Guerrero junto a Ortega esperándolo.
—Guerrero, llega justo a tiempo —le dijo el capitán, con sorpresa, provocándole una leve sonrisa de satisfacción a Sebastian—. Sígame.
El Capitán comenzó a caminar por el amplio terreno del regimiento, sorprendiendo a Sebastian, que pensó que lo encerrarían en la armería a contar casquillos nuevamente, como la vez anterior.
Caminaron hasta una de las torres de vigilancia, que en la base tenía una puerta de metal cerrada con un candado. El Capitán le indicó a Ortega que abriera el candado y Sebastian esperó ansioso a ver qué había dentro.
Al abrir la puerta, desde donde estaba de pie, Sebastian solo vio profunda oscuridad, hasta que Guerrero iluminó una parte del interior con su linterna.
—Bienvenido a su dormitorio —le dijo el hombre, mientras alumbraba específicamente un viejo catre metálico sin colchón ni sábanas, con solo una gruesa malla de resorte del mismo material para soportar su cuerpo.
Aparte del catre, Sebastian solo pudo divisar que tanto el suelo como la pared eran de un color gris cemento, sin pintar.
Sebastian no dijo nada, e intentó mantener una expresión seria en el rostro.
—Aquí tendrá mucho tiempo para pensar en lo que hizo —comentó Ortega, y Sebastian lo odió por eso.
Lo que menos quería era pensar en todo lo que había pasado en las últimas 48 horas, el haberse escapado, con el único propósito de ver a Rubén, el enterarse que había tenido un accidente, y ser obligado a volver sin poder saber su estado. De todas maneras, aunque no lo quisiera, sabía que iba a pensar en todo eso durante la noche.
Guerrero le hizo una seña con la mano para que Sebastian ingresara a la habitación, y él obedeció. Cruzó el umbral de la puerta intentando acostumbrar la vista para descifrar qué más había dentro, pero la oscuridad se apoderó de todo el lugar rápidamente cuando Ortega cerró la puerta, y Sebastian solo pudo escuchar el candado cerrarse al otro lado.
Caminó lentamente en dirección hacia donde estaba la cama y se quiso sentar, sobresaltándose levemente al sentir el frío metal del catre. Dio un suspiro, y decidió tratar de descifrar qué más había en esa habitación. Volvió hacia la puerta y desde ahí comentó a caminar con ambas manos apegadas a la pared a modo de guía.
El corazón le dio un vuelco cuando sintió un chirrido al llegar a una de las esquinas del lugar. “Ratas”, pensó Sebastian, con un escalofrío recorriéndole la columna, justo en el momento que sintió que algo pasó por encima de su mano derecha, caminando por la pared hacia el suelo.
Sebastian dio un salto y se alejó lo más rápido que pudo de la pared, sacudiendo las manos y tratando de ubicar el catre, donde se recostó en posición fetal y con el corazón latiéndole a mil por hora, y con lágrimas cayéndole por los ojos, las que no tardaron en desencadenar un llanto real.
Rubén despertó con un profundo dolor en la mayor parte de su cuerpo. Apenas podía mover la cabeza gracias al cuello ortopédico, el que no evitaba que le doliera, y simplemente agregaba una gran incomodidad a su estado.
Pasó una pésima noche, entre dolores y sueños raros, no pudo conciliar el sueño como habría deseado para descansar de todo lo malo que había pasado en las últimas horas.
Se levantó a duras penas y salió de su habitación hacia el comedor, donde su padre estaba tomando desayuno con Darío, quien había llegado esa misma mañana desde Santiago.
Su hermano tenía los ojos llorosos y sonrió aliviado al verlo despierto. Darío se levantó con ímpetu y le dio un largo abrazo.
—¿Estás bien, enano? —le preguntó Darío, mirando cada moretón en las zonas visibles del cuerpo de Rubén, quien asintió, y usó toda su energía para esbozar una sonrisa—. No sabes lo asustado que estuve —le dio un abrazo con suavidad.
Rubén quiso decir alguna palabra para bajarle el perfil a todo el asunto, pero sabía que no tenía cómo, y que sería un estúpido por intentar hacerlo. Simplemente trató de responder con optimismo.
—Tranquilo, que al menos a mi no me pasó nada —dijo finalmente, algo avergonzado al saber que el regalo que le había hecho su padre había quedado prácticamente inutilizable.
Rubén se fue a servir un poco de cereal con leche fría, y se percató de la expresión de Darío, que tenía una actitud de querer ayudarlo, pero tampoco quería agobiarlo con su ayuda. Al menos eso intuía Rubén, y en el fondo lo agradecía. No quería que lo vieran como alguien frágil en ese momento. Seguía siendo funcional.
Mientras comía en silencio, pensó en el sueño que había tenido la noche anterior: “Vengo por Sebastian”, la frase en boca de una voz masculina que se repitió en sus sueños durante toda la noche.
Estaba seguro que el sueño estaba condicionado por la noticia que le había entregado su padre. Le había dicho la noche anterior antes de dormir que Sebastian lo había ido a saludar para su cumpleaños, pero ya había vuelto al regimiento, según lo que había dicho el padre de su amigo.
A pesar de todo, la frase de su sueño le generaba una sensación preocupante, como si ese “vengo por” fuese una especia de búsqueda para matar.
—Voy a ir a la casa del Seba —comentó Rubén, a ninguno en particular, tras llevarse a la boca la última cucharada de cereal.
Su padre levantó la vista, pero no dijo nada para impedirlo, aunque Rubén sintió que quería hacerlo. A pesar de lo que Jorge le había dicho, Rubén esperaba que el padre de Sebastian le hubiese mentido, y que en realidad Sebastian estaba en ese momento en su dormitorio, aun indeciso si ir a verlo finalmente o no.
—¿Quieres que te acompañe? —le ofreció Jorge.
Rubén negó con la cabeza, aunque luego dudó de su respuesta, al pensar que no sabía cómo podría moverse por un trayecto tan largo con muletas. Apenas sabía cómo usarlas.
Finalmente se mantuvo firme con su respuesta. Se las ingeniaría.
Prefería ir solo, y no interactuar con Sebastian frente su padre o su hermano.
Quería mucho ver a Sebastian. Deseaba verlo con todas sus fuerzas, pero casi todas esas ganas de verlo eran para enfrentarlo, para gritarle por haberse marchado en la forma que lo hizo, por haber terminado con su amistad de toda la vida por razones estúpidas y sin sentido, y por haberlo dejado sufriendo su partida, quitándole todos los buenos pensamientos que pudo haber atesorado de no haberse marchado de esa forma.
Rubén salió de la casa en dirección al domicilio de su mejor amigo, mientras Darío lo observaba desde la reja.
Al llegar a la casa de Sebastian, después de andar a duras penas con ambas muletas, abrió la reja aparatosamente y se acercó a golpear la puerta de entrada, como hacía siempre.
—Rubén, qué sorpresa —lo saludó el padre de Sebastian, con un muy falso tono cordial.
—¿Está Sebastian? —preguntó Rubén, esbozando una sonrisa a modo de saludo.
—Sebastian está en el regimiento, en Arica —le contó el padre.
—Mi papá me dijo que estuvo aquí el otro día —desafió Rubén. No iba a aceptar que le mintiera.
—Si, estuvo aquí antenoche —admitió el hombre—, pero como se había arrancado del regimiento, lo vinieron a buscar y se lo llevaron. Ayer vino tu papá y le conté lo mismo.
Rubén sintió una impotencia enorme. Después de haber estado tan cerca de verlo y de decirle todo el rencor que había guardado por meses, Sebastian se había marchado nuevamente.
—¿Y como supieron que estaba acá? —interrogó Rubén, algo molesto.
El padre de Sebastian soltó una risita burlona y despectiva.
—Es protocolo del regimiento ir a buscar a los que se fugan a sus domicilios particulares —argumentó.
Rubén se mordió el labio por la rabia. Tenía sentido lo que había dicho el padre de Sebastian. Y realmente no tenía pinta de que estuviera mintiendo. No le daba la impresión de ser una especie de psicópata que tendría a su hijo encerrado en algún dormitorio de la casa, atado de pies y manos y con una mordaza en la boca.
—¿Y no dejó nada para mí?, ¿ningún recado? —preguntó Rubén, aferrándose a la última esperanza que le quedaba para tener algún tipo de contacto con Sebastian.
—Nada —el hombre se encogió de hombros y negó con la cabeza.
Rubén miró fijamente a los ojos al padre de Sebastian, intentando buscar alguna señal de que estaba mintiendo, pero finalmente tras largos segundos de silencio, aceptó la realidad.
—Gracias —dijo finalmente Rubén, asumiendo que su mejor amigo ya no estaba en la ciudad, y ya era imposible hablar con él.
Dio media vuelta y salió a la calle nuevamente rumbo a su casa, con una velocidad bastante imprudente para haber recién empezado a andar con muletas, lo que le provocó un tropiezo mientras iba cruzando la calle, cayendo de bruces al asfalto.
—Cresta —murmuró con rabia, tomando una de sus muletas y lanzándola con fuerza lo más lejos posible.
Le dolía todo el cuerpo y estaba ahí tirado en mitad de la calle, humillado, solo.
Se quedó tirado por largos segundos, mirando el cielo despejado, intentando vencer las ganas de llorar por la rabia. Cuando pudo dominar sus emociones se puso de pie, tomó la muleta que tenía a su lado, y con dificultad se fue a buscar la que había lanzado lejos, que se había torcido por el golpe.
Al voltear la esquina de su casa, vio a Darío que lo seguía esperando, y no le dijo nada, solo sonrió aliviado al verlo regresar en buen estado.
Felipe salió de clases al mediodía y se fue rápidamente a la clínica donde sabía que estaba internado su padre.
Tenía un profundo sentimiento de culpa después de todo lo que había pasado, el accidente de Rubén, las discusiones que habían tenido, y por último la llamada que había hecho para que fueran a detener al amigo de Sebastian, evitando por todos los medios que Rubén tuviera algún tipo de contacto con su mejor amigo.
Intentó convencerse por mucho rato que lo había hecho por el bien de su pololo. Esa persona era un total desconocido, y su presencia en el hospital donde estaba internado Rubén podría significar un riesgo para él.
Sin embargo, muy en el fondo, tenía claro que lo había hecho por celos y egoísmo. Rasgos que no eran propios de él, o al menos eso prefería creer, así que se propuso tomar las acciones necesarias para enmendar las causas que le habían provocado actuar de la forma que lo había hecho últimamente, y determinó que la principal razón era la relación con sus padres.
Tomó la micro con premura al cruzar la calle de su liceo para no darle tiempo a la posibilidad de arrepentirse.
Se bajó de la micro a dos cuadras de la clínica, porque sabía que en esa calle vendían ramos de flores, ideales para subirle el ánimo a los pacientes que permanecían ingresados en el centro de salud.
Recorrió varios puestos donde vendían flores, sin poder decidirse por ninguna. Las encontraba todas muy bonitas, ideales para llevarle a su padre, pero no era capaz de comprar alguna. Sabía que su inconsciente estaba aplazando el momento de verlo, y abriendo la posibilidad de desistir de su decisión, y sin quererlo Felipe lo estaba permitiendo.
Pero fue fuerte. Y se mantuvo firme con su decisión.
Compró un ramo de margaritas sin importarle mucho el precio, y se dirigió con determinación hacia la clínica.
Al cruzar las puertas de acceso la duda se apoderó de él al no saber dónde estaría su padre. No tenía detalles del piso, habitación o unidad en la que se encontraba. Esa pequeña duda hizo tambalear su determinación, proponiéndose ir mejor otro día, cuando supiera exactamente dónde estaba.
No.
Iba a ingresar ese mismo día, en ese mismo instante.
Se acercó al mesón de recepción, procurando mantener una actitud segura.
—Buenas tardes, ¿sabe cómo puedo encontrar la habitación de mi padre? —le preguntó a la señora al borde de la tercera edad que atendía el mesón.
—¿Cuál es el nombre de su padre? —le preguntó la mujer, con atención.
—Guillermo Ramirez —respondió Felipe.
Le pareció raro decir el nombre de su padre en voz alta, considerando que era el mismo nombre que tenía él de nacimiento. Un nombre que hace años se había prometido enterrar y olvidar.
Después de un par de tecleos en el computador que tenía la señora en el mesón, y un par de llamados telefónicos para contactarse con la unidad, le indicó a Felipe que su padre estaba en el quinto piso, ala sur, habitación 510.
Felipe agradeció la amabilidad de la señora, y caminó con paso decidido hacia las escaleras, prefiriendo esa via en lugar del ascensor porque le daría más tiempo para pensar.
Subió peldaño a peldaño, tomándose su tiempo, con la mente dándole vueltas al hecho de que estaba a punto de ver a su padre voluntariamente, después de todo lo que había pasado. Pensaba que ya había dado por olvidada a su familia, o ex familia en ese caso, que ya había cortado todo tipo de conexión con ellos a raíz de la forma en que lo habían rechazado. Pero se dio cuenta que estaba muy equivocado, inconscientemente seguía teniéndolos presente en su interior, por mucho que odiara la idea.
Llegó al quinto piso y comenzó a recorrerlo sin mucho apuro, mirando las señales al costado de cada puerta para ver qué numero de dormitorio tenía, hasta que encontró la que buscaba: 510.
Felipe se asomó al dormitorio y notó que en el interior habían dos camas separadas por una cortina plástica. En la cama que estaba más cerca de la puerta había un anciano acompañado de quien seguramente era su esposa: ambos hablaban en bajo volumen tomados de la mano, y en sus miradas conectadas entre sí se podía apreciar el infinito amor que se tenían.
La segunda cama, que estaba al otro lado de la cortina y junto a la ventana, Felipe no veía quien la ocupaba y quien se encontraba de visita, pero estaba seguro que era la cama de su padre. De hecho, no había otra alternativa, ya que era el dormitorio que le había indicado la señora del mesón.
Ingresó a la pieza, saludó a la pareja de ancianos con cortesía, y caminó con paso decidido hasta la otra cama, donde había un hombre sumamente delgado y demacrado recostado de espaldas: era su padre.
Felipe quedó impactado por el aspecto físico que mostraba su padre, y el cambio radical que había tenido desde la última vez que lo había visto hace un par de semanas. La piel del rostro le marcaba la forma del cráneo, como si ya no tuviese nada de materia grasa para darle forma al rostro.
El hombre estaba acompañado de la madre de Felipe, un hombre de lentes ópticos vestido con pantalón de tela, camisa blanca y chaleco de lana (a quien Felipe no conocía, pero suponía quién podía ser), y una mujer que usaba una blusa floreada y pantalón de color café.
—Hijo —dijo su padre al verlo, con una leve expresión de sorpresa—, viniste.
Felipe asintió con seriedad, mientras su madre se ponía de pie para acercarse a él.
El hombre desconocido se aclaró la garganta para llamar la atención.
—Mucho gusto, soy el Pastor Ortiz —se presentó el hombre—, y ella es mi esposa, Marta.
Felipe asintió serio, incómodo por la presencia de aquel hombre que se quiso presentar antes de permitirle hablar con su propia madre.
—Yo soy Felipe —dijo sin dar más detalles, y por la reacción del pastor, que se esforzó por ocultar su cara de desagrado, Felipe se dio cuenta que sabía perfectamente quien era él: el hijo homosexual.
—Marcela —dijo el pastor dirigiéndose a la madre de Felipe—, creo que, para asegurar la salvación de Guillermo, es mejor evitar el contacto con las fuentes de pecado.
—¿Qué? —preguntó molesto Felipe.
Había entendido perfectamente qué había querido decir: Él era a los ojos de ellos la fuente de pecado, que podría poner en riesgo el destino celestial de su padre si es que se atrevía a perdonarlo.
La madre de Felipe se volteó a ver a su esposo sin decir una palabra. Después de unos segundos de comunicación no verbal, la mujer se volvió a sentar en la silla contigua a la camilla sin mirar a los ojos a Felipe.
—¿Esto es en serio? —preguntó enfurecido Felipe—, ¿y quien chucha se cree que es usted para venir a decidir a quienes puede ver o no mi papá?
—Es el Pastor jefe de la Iglesia…
—Me importa un pico que sea el mismísimo Papa —Felipe interrumpió a su madre—. El viejo se está muriendo.
—Guillermo, compórtate que tenemos visitas —lo retó su madre poniéndose de pie nuevamente, refiriéndose al pastor y su esposa—. Es un sacrificio que debemos hacer por la salvación de tu padre. No puedo creer que seas tan egoísta…
Felipe estaba sin palabras. Tenía un nudo en la garganta tan fuerte que le provocaba dolor físico, y pensó que incluso podía ser visible para los demás. Miró a su padre quien le devolvía la mirada triste, pero resignado.
—¿Yo soy egoísta? —desafió a su madre con sus propias palabras—, ¿eres tan cara de raja de decirle eso al hijo que abandonaste cuando tenía quince años?
—Tu sabes que lo que insistes en hacer está mal —argumentó la mujer.
Felipe miró fugazmente al pastor, quien tenía una mueca de satisfacción en el rostro, como si se sintiera orgulloso de lo que estaban haciendo los padres de Felipe.
—¿Y tú no piensas decir nada? —le preguntó a su padre, quien simplemente se encogió de hombros.
—Hijo, no me quiero ir al infierno —se excusó el hombre.
Con esas palabras Felipe sintió como una puñalada en el pecho. No podía creer que, después de todo lo que había pasado entre ellos, y ahora con la enfermedad de su padre, siguieran prefiriendo sus creencias por sobre su propio hijo.
La situación le provocaba mucha pena, pero se obligó a no llorar, y producto de reprimir esa emoción, la furia empezó a dominar su estado de ánimo.
—Lo único que queremos es que recapacites —intervino su madre
Felipe no quiso escuchar más a su madre, y la interrumpió acercándose a su padre, evitando el bloqueo de su madre.
—Deseo de todo corazón que te vayas al infierno —le dijo a su padre, mirándolo a los ojos, lleno de furia—. Tú y todos ustedes —se dirigió a todos los presentes.
El rostro de su padre se desfiguró por la pena, mientras que su madre se llevó las manos a la boca sin poder creer lo que su hijo había dicho.
Felipe salió de la habitación con el ramo de flores en la mano, pero se devolvió casi de inmediato para entregárselo al compañero de cuarto de su padre.
—Espero le guste —le dijo al desconocido, con un tono bastante agresivo.
La anciana estiró la mano para recibir las flores.
—Muchas gracias, hijo —le dijo la mujer, con expresión de lástima, mientras que el anciano dijo lo mismo, pero apenas audible.
Felipe no dijo nada más, bajó la mirada y se marchó.
Bajó corriendo las escaleras, para alejarse de ahí lo más rápido posible. La rabia y la pena lo estaban inundando y no quería llorar ni liberar la furia con violencia.
Salió de la clínica chocando con la gente a su paso, todo con el afán de abandonar el lugar con rapidez, como si acabara de plantar una bomba y necesitara arrancar antes de que explotara.
Hizo parar la primera micro que vio pasar en la calle, y se subió sin importarle el recorrido.
Felipe pensó que era una pésima persona, y sobre todo un pésimo hijo. Desearles el infierno a sus padres era lo peor que podría haberles dicho. Se arrepintió casi de inmediato por haberlo dicho, pero la rabia fue más fuerte.
“Merezco que me pasen todas las cosas malas de mi vida” pensó. Por eso sus padres lo habían abandonado. Tuvieron buen ojo, él no era una buena persona, por mucho que había intentado ser un joven maduro y bueno, simplemente su maldad era demasiado grande para permanecer oculta, que incluso llegó a manchar su relación con Rubén.
Felipe se bajó de la micro lo más cerca posible de la casa de Rubén. Tenía que verlo. Necesitaba verlo.
Con el corazón acelerado y la respiración entrecortada, caminó más de diez cuadras hasta la casa de su pololo y gritó desde la reja para anunciar su llegada.
—Vengo a ver al Rubén —le dijo Felipe a Jorge apenas salió a abrir la puerta.
—El Rube está durmiendo —le dijo su suegro—. Y la verdad dijo que no quería ver a nadie.
Felipe se sorprendió por lo que escuchaba.
—¿En serio? —preguntó, intentando ocultar su decepción—, ¿incluso yo?
Jorge asintió.
—Necesita descansar —le explicó Jorge—, descansar de verdad, después de lo que pasó.
Felipe asintió resignado.
—¿Te puedo pedir un favor, Jorge? —le preguntó Felipe, sintiendo unas ganas incontrolables de gritar por la impotencia—. ¿Me avisas cuando Rubén esté listo para recibir visitas, para venir a verlo?
—Por supuesto Felipe —respondió su suegro.
—Y otra cosa —Jorge escuchó atento—. Dile al Ruben que lo amo.
La ultima palabra salió un poco débil, quizás por el hecho de que nunca se la había dicho a Rubén, o porque sentía que las energías de su cuerpo se estaban acabando, pero una cosa era segura: realmente lo sentía.
Felipe se dio media vuelta y comenzó a caminar resignado a su realidad. Su pololo no quería verlo, justo en el momento que más lo necesitaba. Aceptó su destino, por la culpa que sentía por haber actuado tan mal en el último tiempo. Estaba pagando todo el daño que había hecho.
Después de enterarse que Sebastian había vuelto al regimiento, Rubén se sintió aun más desganado de como ya se sentía antes.
“Me voy a acostar, estoy cansado” le había dicho a su hermano después de explicarle que no había podido ver a su mejor amigo.
Su energía solo le permitió fingir buen ánimo para su hermano y su padre, pero por eso mismo evitó mantenerse en el comedor conversando con ellos.
Se acostó en la cama mirando el cielo raso de su dormitorio, pensando en lo poco oportunos que habían sido todos los hechos ocurridos los últimos días.
Intentó convencerse que, quizás había sido para mejor: después del accidente sentía un impulso incontrolable de complacer a los demás, de mantener una fachada de optimismo y vibras positivas, producto de la culpa y vergüenza que le provocaba haber tenido el accidente. No quería mostrarse deprimido o pesimista frente a su padre o hermano, y tampoco quería hacerle sentir a su pololo que había sido su culpa.
Pero con Sebastian era distinto. Quería que supiera lo molesto que estaba con él por la forma en que se había marchado, lo mucho que había sufrido con su partida.
Cuando despertó de una siesta de un par de horas, Rubén le dijo a su padre que no quería ver a nadie. Se sentía cansado física y mentalmente por todo lo que había pasado últimamente: sus peleas con Felipe, el accidente, la pérdida del automóvil en que su padre había trabajado por años. Por eso mismo necesitaba estar solo.
—Necesito descansar bien —argumentó Rubén, y su padre sin agobiarlo a preguntas aceptó su decisión.
—Igual quiero que sepas que estamos para lo que necesites —le hizo saber su padre.
Rubén siguió acostado en su cama, soportando los dolores que seguía teniendo en todo el cuerpo, y sintiendo ansiedad cada vez que pensaba que quizás esa posición en la que estaba acostado le podría hacer quizás más daño que bien.
Sebastian escuchó la puerta del dormitorio abrirse de par en par. No había dormido prácticamente nada, escuchando demasiado cerca los chirridos de lo que pensaba eran ratas, e intentando aguantar el frío que hacía en ese lugar.
El cielo aun estaba oscuro así que supuso que aún era más temprano de las seis de la mañana.
—Soldado Guerrero, puede ir a las barracas a asearse —le indicó Ortega, de quien solo divisó su silueta.
Sebastian se levantó y sin responderle salió del lugar y se dirigió a las barracas, donde sus compañeros seguían durmiendo. Pasó al baño a lavarse las manos y la cara, y luego se fue a recostar a su antigua cama, para ver si podía recuperar algo del sueño perdido. Sin embargo, apenas apoyó la cabeza en la almohada, las bocinas comenzaron a sonar dentro del dormitorio anunciando la hora de levantarse.
Se levantó nuevamente y vio que todos sus compañeros hacían lo mismo que él, con mucho más ánimo. Miró hacia la cama de Javier, que obviamente estaba vacía, y sintió un poco de pena al recordar que no estaba ahí con él. Luego miró hacia donde dormía Simón y se dio cuenta que tampoco estaba ahí. Se preguntó qué le había pasado, y asumió que estaba en la guardia nocturna, y que se sumaría al resto en la formación de la mañana, pero no apareció.
—Tuvo un ataque de pánico, creo —le respondió Andrés cuando Rubén preguntó dónde estaba Simón.
—¿Cómo?, ¿Tuvo uno?, ¿o crees que tuvo uno? —presionó Sebastian para obtener una respuesta concreta.
—Es que nunca supimos qué pasó. Una noche le tocó hacer la guardia, como casi siempre, y al otro día ya no estaba. El capitán dijo que fue un ataque de pánico, pero en verdad varios dudan que haya sido eso.
—¿Y tú qué crees que le pasó? —Sebastian quiso saber su opinión.
—Yo creo que el Capitan nos dijo la verdad —respondió Andrés, y Sebastian pensó que su opinión era bastante predecible.
Sebastian no le preguntó a nadie más al respecto porque simplemente no tenía ganas de hablar con nadie. Sentía que todo su mundo se estaba desmoronando lentamente: estaba solo en el regimiento, con la incertidumbre del estado de salud de Rubén, y ahora con el desconocimiento de la situación de Simón. Solo esperaba que tanto Rubén, como Simón y Javier estuvieran bien y a salvo.
A pesar de todo, su preocupación por Rubén era lo principal. Sabía que había tenido un accidente automovilístico con potenciales consecuencias mortales, mientras él estaba encerrado en el regimiento.
Se escabulló hacia el dormitorio en las barracas todas las veces que pudo durante el día para revisar el celular que le había pasado Matías, en busca de algún mensaje con novedades sobre Rubén.
—Hasta que volvió La Novia Fugitiva —comentó Julio a las espaldas de Sebastian, haciendo que se sobresaltara.
Eran cerca de las seis de la tarde, y la hora de la cena se acercaba.
Sebastian se dio media vuelta y vio a Julio, Luis y Mario mirándolo desde la puerta del dormitorio, que acababan de cerrar tras ellos.
Se puso nervioso. Había evitado hablar con ellos durante todo el día porque no los soportaba: eran unos matones homofóbicos que ni siquiera se esforzaban en ocultarlo.
—¿Qué pasó?, ¿te comieron la lengua los ratones? —le preguntó Julio, buscando una respuesta, provocando las risas forzadas de sus dos amigos.
Sebastian se puso serio y no respondió, se dio media vuelta dándoles la espalda, guardó el calcetín con el celular en el fondo del casillero, y luego cerró la puerta de su casillero.
Se volvió para salir del dormitorio, pero el trío de idiotas estaba a menos de metro y medio de distancia de él, sobresaltándolo porque ni siquiera había escuchado sus pasos acercarse.
—¿Qué tenías ahí? —preguntó Mario con prepotencia.
—¿Qué te importa? —respondió Sebastian, sintiendo una breve ráfaga de euforia.
“No son más que tres pobres idiotas que hablan mucho pero no hacen nada. Perro que ladra no muerde”, se decía Sebastian en su mente.
—Esas no son formas de responder —le dijo Julio acercándose, y Sebastian aprovechó la oportunidad para evadir el contacto físico y pasó por su lado, derecho hacia la puerta—, ¿o acaso quieres terminar como la Simona?
El corazón se le detuvo a Sebastian. Las palabras de Julio indicaban que la ausencia de Simón se debía a que le habían hecho algo. La rabia se apoderó de sus impulsos, y se acercó rápidamente para enfrentar a Julio.
—¿Qué le hiciste a Simón? —le preguntó, quedando a escasos centímetros del rostro de Julio.
Los tres matones soltaron una risa burlesca.
—¿Qué crees que le hicimos? —le preguntó con sorna Luis.
—Es interesante igual lo vulnerable que queda la gente cuando se les va su guardaespaldas —comentó Mario con sarcasmo.
—Cuando los maricones se quedan sin defensores, es súper fácil sacarles la chucha, a tal nivel que son físicamente incapaces de decir qué pasó realmente —añadió Julio.
Sebastian se imaginó a Simón internado en un hospital, completamente desfigurado, imposibilitado de hablar.
El corazón se le aceleró tanto que pensó que los matones lo escucharían desde la distancia en que estaban. Su cuerpo temblaba de terror, y quedó completamente paralizado, incapaz de responder, o de siquiera aventar un golpe a alguno de los abusadores.
—Así que ten harto cuidado, princesa —continuó Julio, dándole una palmada agresiva en el trasero a Sebastian, que se mantenía inmóvil—, porque en cualquier momento te toca a ti.
Sebastian se mantuvo dándole la espalda a la puerta, escuchó cómo la abrían para salir, y el murmullo de las voces lejanas de los demás soldados entró de forma casi inmediata.
Bajó la cabeza, y miró sus manos que estaban empuñadas y le ardían. Las levantó tembloroso, mientras lágrimas de impotencia y miedo caían por su rostro. Abrió los puños y las palmas las tenía bañadas en sangre. Había presionado con tanta fuerza que se había herido con sus propias uñas.
Se dio media vuelta para mirar hacia la puerta, para comprobar que Julio, Luis y Mario ya se habían ido: efectivamente se habían marchado, y él se encontraba completamente solo.
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mikazuki-juuichi · 2 years
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Diario de lectura.
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- El vampiro de la colonia Roma. Luis Zapata.
Cerca del final de la década de los 70, el chichifo ‘Adonis’ narra sus aventuras, desventuras y sueños en una serie de ocho cintas magnéticas a petición de un silente narrador. La vida de Adonis, abiertamente homosexual desde la infancia, es una colorida odisea que pasa por la adolescencia prematura, la presión social, la prostitución de lo más bajo a lo más alto, las enfermedades, el hastío — y una increíble constancia de vivir y de gozar la vida pese a todo.
Novela clave para la literatura gay, sea mexicana que latina o que universal. No fue la primera de su tipo en el país pero sí fue la que más popularizó el tema entre los críticos de la literatura dicha a secas. El reto de las cintas magnéticas (narración sin ninguna puntuación) y siguiendo el ‘stream of consciousness’ (esto es, la narración conforme se recuerda o fingiendo serlo) como técnicas literarias. Y la historia que se narra tiene la particularidad de ser a la vez todos y ningún homosexual de los tiempos previos a la aparición del SIDA. Aunque las enfermedades venéreas están siempre presentes, pero tan sólo como una de muchas molestias a sortear.
El personaje Adonis sigue las pautas de la literatura picaresca, que narrando con aparente desparpajo diversos tabúes realiza una certera crítica a la sociedad de su tiempo y entorno. Desde los medios educativos hasta la policía, por no hablar de las diferencias de clase y de prejuicios profundamente arraigados.
Una lectura sumamente importante y con la cual concluyo (con unos días de atraso) el mes patrio, la lectura de libros Mexicanos.
Y comienzo un mes de lecturas de terror.
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jafffarah · 2 years
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Acabo de abrir un canal en Telegram donde estaré subiendo libros con temática gay:
https://t.me/LibrosG4Y
Éste es el enlace, únanse y sean parte de la comunidad🌈 lectora✨🫰🏼
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tastaturean · 2 years
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¡Hoy me he enterado que han traducido HIM y US a español! Se titula "Siempre él" y "Siempre nosotros" y todavía estoy en estado de shock. HIM (Siempre él) es uno de mis libros M/M favoritos, no sé cuántas veces me lo he leído y releído mis escenas favoritas. Me encanta el tema de la apuesta que los separó y cómo se reencuentran en el campamento de hockey en el que pasaron los veranos de su adolescencia, esta vez como monitores. Me encanta Jamie y cómo el bicurioso termina siendo el que le echa huevos a todo, frente al guay de Wes, que al final es el más dramas y cagao. US (Siempre nosotros) me lo leí durante el confinamiento y, aunque me gustó, me dio los mil males porque uno pilla la gripe aviar u otra que fue muy contagiosa en su momento, y le tienen aislado en el hospital como con el COVID, y de verdad que no fue agradable desconectar de la realidad con el mismo tema. Además, no me gustó la idea de Jamie como "esposa" de deportista famoso. Me gustó la aceptación de los compañeros del equipo de Wes, y la relación del compañero con la hermana de Jamie era muy divertida, pero recuerdo que el libro no me terminó de convencer. No sabía que había una historia corta, EPIC, con más complicaciones. Quizá le dé una oportunidad algún día, los comentarios la ponen bien. Me quedo con HIM. Me encanta. Os lo recomiendo. ❤️ HIM y Check Please! dan una visión muy positiva del mundo del hockey, pero todavía sigo afectada por una noticia que lei hace tiempo sobre las "novatadas" / torturas traumáticas en los equipos profesionales. No sé cómo estará la cosa en la actualidad, pero por suerte en estos libros no se refleja. Y la Novatachella de Check Please! es de traca: Bitty les hace bailar a los novatos el Single Ladies de Beyoncé. 😂
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quienesoliverterrones · 3 months
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Bajo el sol sonoro tal vez aún soy un adolescente; pero en la oscuridad traspasada de presagios, inundada de llamados y de voces, mi corazón envejece y desconozco mis manos fuertes. Bajo el sol atronador del valle tal vez soy joven y en la cima de la montaña radiante; pero cuando la oscuridad aprisiona mi cuerpo, lo siento sin edad, cargado de siglos, constelado de estrellas
Abahel, 1964; Luis González de Alba.
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queerbookstherenides · 9 months
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✨ Hace un mes asistí a esta maravillosa presentación del libro "De querer así" del autor Queer Argentino "Gustavo Pecoraro" (@gustavopecoraro) publicado por la editorial @editorial_egales 📖🌈
💜
Aquí podéis escuchar y leer un fragmento de la novela narrada por el propio autor y por Luca Andrea (@el.chico.del.portico), autor Argentino Queer que también habló de su novela "Después de cada incendio", publicada por @editorial_egales y que subiré el fragmento dentro de poquito 🌈
📚🏳️‍🌈🏳️‍⚧️
La presentación y lectura de la novela fue en la icónica librería LGBTIQA+ de Barcelona "Antinous" (@libreriaantinous )❤️
📽️
La lectura está acompañada de fragmentos de la preciosa película chilena "Los fuertes" (@losfuertesfilm) del director #omarzúñiga y que podéis disfrutar en @primevideoes 📺
🌈
#literaturaargentina #librosgay #argentina🇦🇷 #librosqueer #queeebookstagram
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Pra quem tá de #férias dos estudos, recomendo ler meu romance gay chamado THEUS: Do fogo à busca de si mesmo aqui amzn.to/3NZxDQB Ele é gratuito pra quem tem Kindle Unlimited. Meus outros livros (alguns LGBTs e outros premiados) no link da minha bio! #livro #livros #dica
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3jotas1a · 1 year
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Las múltiples obsesiones de una mente insegura
Las múltiples obsesiones de una mente insegura
Cuando piensas en mí, ¿Piensas también en la manera que voy a morir? Hay algo en su mirada que me hace odiarlo. Avanzo las stories de su fiesta de Halloween con personas tan populares y bonitas como él. Definitivamente es un chico tan afortunado al tener una sonrisa perfecta, cabellos sedosos que permanecen estilizados y una piel que no está llena de manchas de acné. Su contenido en redes…
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jonasemanuelhp · 19 days
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Oh,No!
Orfeo and Hugo have infiltrated animated movies
Orfeo y Hugo se han infiltrado en las películas de animación
El viaje de Orfeo y Hugo está enamorado son dos libros ilustrados que narran las aventuras de un principe que se enamora de su mejor amigo y se embarca en una aventura para salvarlo de una bruja
🔴Hugo está enamorado https://amzn.eu/d/fZ2Y0NR
🟡El viaje de Orfeo https://bit.ly/3rWHOfo
🔵Coloring Book https://amzn.eu/d/58WdoMs
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eldiariodelarry · 2 years
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Clases de Seducción II, parte 12: Comunicación
Temporada 1
Temporada 2: Parte 1, Parte 2, Parte 3, Parte 4, Parte 5, Parte 6, Parte 7, Parte 8, Parte 9, Parte 10, Parte 11
Rubén se despertó pasado el mediodía. No había escuchado las veces que su padre había abierto la puerta de su habitación para asegurarse que estuviera bien, así como tampoco sintió la vibración de su celular al recibir los mensajes de texto que le había enviado Felipe.
Se levantó y salió de su habitación hacia el living de la casa, y se dio cuenta que su padre estaba en el patio, trabajando en algún nuevo arreglo para el Chevrolet Aska que tanto trabajo demandaba.
Sintió el impulso de salir al patio y pedirle a su padre que dejara de trabajar, que entrara a la casa y descansara el fin de semana completo, y que estuviera con él, apoyándolo emocionalmente. Sin embargo, no lo hizo. Se dirigió a la cocina, se sirvió un bowl de cereal de chocolate con leche fría, y se sentó a comer viendo la televisión en el living.
Tenía cierta angustia, después de lo ocurrido la noche anterior. Si bien, no había peleado con Felipe, sí se sentía un poco traicionado al verlo besando a Gabriela. Sabía que no tenía razón de ponerse celoso, después de todo, Felipe era completamente gay (por lo que él sabía), pero igualmente, un beso era un beso, y se sentía fatal por eso, así como se sentía mal por haber besado a Tomás días atrás.
El seguir dándole vueltas en la cabeza al hecho tampoco lo ayudaba mucho. Cada vez que lo recordaba, el beso de Felipe con Gabriela se volvía más y más fogoso, como una especie de juego del teléfono en su propia cabeza, donde el recuerdo se desvirtuaba hasta prácticamente creer haber visto a su pololo a punto de tener sexo con Gabriela.
Después de comer fue a su dormitorio y tomó su celular.
“Dónde estás?”, “Rubén, no te encuentro”, “Llegaste bien a tu casa?”.
Decían los primeros mensajes de Felipe, que se intercalaban con llamadas perdidas.
“Llegué bien, no te preocupes” escribió Rubén, y presionó el botón verde que decía “enviar”, sin embargo, a los segundos le llegó un mensaje de texto indicándole que no tenía saldo suficiente para enviar el mensaje.
No le importó.
Jorge, el padre de Rubén entró por la puerta de la cocina a la casa y vio a Rubén de pie en el marco de la puerta de su dormitorio, con el celular en la mano.
—Hasta que por fin despertó —exclamó con sarcasmo.
Rubén levantó la mirada, y esbozó una sonrisa a modo de saludo.
—¿Dormiste bien? —le preguntó su padre.
—Sí —mintió Rubén—. Creo que descansé bien.
—Te llamó el Pipe más temprano —le contó su padre.
—Ah, ¿si? —Rubén intentó disimular su sorpresa—, ¿qué quería?
—Quería saber si estabas bien —le contó su padre, mirándolo con suspicacia.
Rubén se puso nervioso. Intentó disimularlo, aunque sabía que no podía engañar a su padre.
—¿Estás bien, hijo? —le preguntó su padre directamente, con preocupación.
—Si, estoy bien —respondió Rubén de inmediato, con una sonrisa—. Es que anoche no me sentía bien, y por eso me vine temprano —de alguna forma, no estaba mintiendo, y sin saberlo, estaba confirmando la coartada de Felipe.
Jorge sonrió aliviado con la respuesta de Rubén.
—¿Quieres que te prepare algo?, ¿una limonada? —le ofreció su padre.
Rubén negó con la cabeza, sonriendo.
Cuando su padre volvió al patio a seguir trabajando, Rubén decidió ir al cementerio a ver a su madre. Consideró invitar a su padre, pero sabiendo que siempre se permitía ser extremadamente vulnerable con ella, pensó que era mejor estar solo. No quería que su padre supiera todo por lo que estaba pasando.
Rubén tomó una ducha y luego se alistó para ir al cementerio. Hace meses no iba a verla, porque sentía que al hacerlo iba a recordar todas las veces que había ido con Sebastian, su mejor amigo, que lo acompañaba incondicionalmente cada vez que él se lo pedía.
No se equivocó.
Cuando iba en la micro, recordó todos los viajes hacia el cementerio que había hecho con su mejor amigo, quien incluso si hacían el recorrido en silencio, le hacía sentir su compañía, que no estaba solo.
Rubén se bajó de la micro y compró un ramillete de claveles en la entrada. Ingresó al cementerio y se dirigió con parsimonia hasta donde se encontraba la lápida inscrita con el nombre de su madre.
De su mochila sacó una botella con agua de la llave y un paño que usó para limpiar la lápida. Eliminó las flores que estaban ya marchitas en el sencillo florero transparente y puso dentro los claveles recién comprados, para luego verter el agua de su botella desechable.
Se arrodilló de frente a la lápida y cerró los ojos, aguantando las ganas de llorar.
—¿Qué estoy haciendo, mamita? —murmuró en voz baja.
Continuó con los ojos cerrados por un buen rato más, mientras el mentón le temblaba, luchando por contener el llanto.
Rubén sentía que su vida se había transformado en un enredo desagradable. Desde la partida en malos términos de Sebastian, su mejor amigo, hasta las últimas peleas con su pololo Felipe, con ciertos eventos que no se atrevía a calificarlos de infidelidades, pero se sentían como tal; pasando, además, por sus problemáticas relaciones sociales en la universidad, donde se había peleado incluso con Marco.
A ratos realmente pensaba que, si finalmente se aislaba de todo el mundo, probablemente podía neutralizar toda la negatividad en su entorno. Ya no estaría él molestando con sus peleas, malas actitudes y celos. Le bastaba ver como su pololo se veía radiante cuando estaba con sus amigos, y cómo cambiaba su semblante cuando estaba con él.
Y lo peor de todo: la forma en que se había marchado Sebastian, completamente superado porque había sido un pésimo amigo, decía bastante.
La única que seguía a su lado sin ningún tipo de conflicto era Catalina, pero aun así, sentía que la estorbaba cada vez que le contaba todos sus problemas.
Rubén sintió la suave brisa en su rostro, enfriando la humedad que habían dejado un par de lágrimas derramadas, caídas a pesar de toda su fuerza de voluntad.
Después de varios minutos, abrió los ojos. Se llevó los dedos a los labios, y transmitió un beso a través de ellos al nombre de su madre en la lápida.
Se puso de pie, recogió sus cosas, y caminó de vuelta hacia la entrada del cementerio, con una sensación muy amarga, a diferencia de sus visitas anteriores, cuando se marchaba aliviado, con optimismo.
Tomó la micro camino hacia el centro comercial, ya que le tocaba turno en el cine esa tarde.
Al ingresar al mall, se topó de frente con Felipe, quien al verlo se puso nervioso.
—¿Cómo estás? —le preguntó, algo incómodo.
—Bien —respondió Rubén, sucintamente, aguantándose las ganas de llorar y gritarle por lo que había hecho la noche anterior.
—Te busqué —le dijo Felipe, como buscando las palabras con las que era mejor expresarse.
Rubén lo sentía raro. Felipe siempre había sido bastante elocuente a la hora de expresar una idea, a pesar de que por lo general hablaba poco.
—Si sé —le respondió Rubén—. Vi tus mensajes. No me quedaba saldo.
Felipe lo miró con expresión de premura, como ansioso por decirle que podía haberle avisado por otras vías que estaba bien.
—Me alegra ver que estás bien —le dijo Felipe, acomodándole el cuello de la polera del cine, que Rubén se la había puesto en la micro de camino al centro comercial.
Rubén sonrió, como un acto reflejo por el gesto de su pololo.
—Perdón por… no avisarte —se disculpó—. Estaba con la cabeza en otra parte.
Felipe asintió, y bajó la mirada.
—¿Podemos vernos cuando termines? —le preguntó Felipe.
—Si, obvio —le dijo Rubén, sintiendo algo de alegría en su interior—. Termino a las diez hoy.
—Ya. Te paso a buscar —programó Felipe, con entusiasmo.
—¿Y vamos a mi casa? —ofreció Rubén.
Felipe pensó unos segundos antes de responder.
—Bueno —le dio un fuerte abrazo a Rubén y luego ambos se despidieron.
Rubén pasó todo el resto de la tarde y el inicio de la noche trabajando. Esa semana se había estrenado Thor, así que el cine estaba repleto con clientes llenando las salas para ver la nueva película, sin permitirle a Rubén mucho tiempo de descanso.
—¿Estás bien? —le preguntó Catalina a Rubén cuando subieron al estacionamiento a sacar la basura que ya llevaban acumulada hasta esa hora tras la alta afluencia de público—. Te noto apagado.
—No sé —respondió Rubén, tras pensar varios segundos qué decir.
—¿Qué te pasó? —Catalina lo miró seria, tras tirar una de las grandes bolsas de basura al contenedor.
—Anoche vi al Felipe besando a la Gaby, mi compañera de la u —le contó Rubén, desganado.
A Rubén le costó descifrar la expresión del rostro de su amiga, que seguramente reflejaba sus pensamientos.
—¿Por qué hizo eso? —le preguntó finalmente, y Rubén se encogió de hombros—. ¿No le preguntaste?
—No hemos hablado. Anoche me fui de la disco cuando los vi. No quise hablar con nadie más —le explicó Rubén.
—Pero Rube… —Catalina seguía pensando en qué decir—. Yo habría hecho un escándalo. En realidad no —lo pensó mejor—. Si viera al Marco besando a otra mina, me pondría muy celosa, estaría furiosa —pensó en voz alta—, pero no es tu situación. Es como si viera a Marco besando a otro hueón, y francamente no me molestaría para nada —se rio al imaginarse la posibilidad de que eso pasara.
—Cata —le llamó la atención Rubén.
—Lo siento, Rube —Catalina volvió al planeta tierra—. ¿Cómo te sientes con eso?
—La verdad no sé cómo sentirme —respondió Rubén tras dar un suspiro—. Independiente que haya besado a una mina, me siento pésimo, es como si me estuviese siendo infiel, pero no puedo decirle nada.
—¿Por qué? —preguntó Catalina, pero rápidamente captó la indirecta. No dijo nada y esperó a que Rubén se explayara.
—Hay algunas cosas que no te he contado —comenzó a decir Rubén—. Te había dicho que él estaba un poco… no sé si distante es la palabra, pero hace tiempo que no teníamos sexo —Catalina asintió, reconociendo que recordaba esa última conversación.
Rubén procedió a contarle los últimos sucesos de su relación con Felipe, la tarde que lo fue a ver a su casa y tenía los moretones por la pelea que había tenido en el liceo, la forma en que le dijo que no quería estar con él en ese momento, y la “reconciliación” que tuvieron la mañana siguiente, después de que Rubén se había drogado con Tomás, y lo había besado.
—Me retracté y le dije que era mentira lo del beso, cuando él me explicó que lo que había dicho también era mentira —concluyó su relato—. De verdad preferiría que me hubiese seguido mintiendo, así yo no hacía esa estupidez de mentirle después.
—Rube, siento mucho que estés pasando por esto —comenzó a decirle Catalina—, pero creo que lo más importante es lo que siempre te he dicho: la comunicación. Conversen, cuéntale todo cómo te sientes, y cuéntale esa estupidez del beso con Tomás.
—¿Estupidez?
—Si, es una estupidez —le dijo convencida Catalina—. Estabas voladísimo y lo besaste y punto. No lo hiciste porque te atrae física o emocionalmente. Simplemente fuiste estúpido —Rubén no le respondió nada, así que Catalina suavizó el tono—. Y también fuiste estúpido al mentirle.
—Es que… —Rubén dio un suspiro—. No quiero pelear más con él por mi culpa.
—¿Por qué va a ser tu culpa si pelean? —Catalina soltó una risita.
—Porque la última vez que habíamos peleado me dijo, que el dejar de pelear solo dependía de mí.
—Pero qué imbécil —exclamó molesta, cerrando con fuerza el contenedor de basura—. ¿Por qué te dijo eso?
—Porque me había enojado cuando prefirió ir a la casa de Alan y sus amigos en vez de ir a carretear conmigo.
Catalina caminó de vuelta hacia la puerta de entrada con Rubén siguiéndola.
—Qué imbécil —volvió a murmurar—. Diciéndote eso lo único que hace es poner una barrera entre ustedes. Tú vas a evitar hablar con él para no pelear mientras él puede hacer lo que quiera. O incluso, si él está en tu misma posición y quiere hablar, no va a poder hacerlo porque tú mismo vas a evitar esas situaciones para no sentir que estás provocando una pelea.
—Bueno, quizás lo dijo sin pensarlo o algo —comentó Rubén.
—No lo justifiques, Rube. Tú sabes lo inteligente que es Felipe. Si lo dijo fue por algo.
—¿Crees que deba terminar con él? —preguntó Rubén.
—No, no —respondió de inmediato Catalina—. No aun al menos. Debes hablar con él, sobre esto, sobre todo lo que me dijiste. Hazle saber cómo te sientes. Si él insiste que todos sus problemas son por tu culpa, lamentablemente tendrás que replantearte la relación.
Catalina abrió la puerta de ingreso al cine, dejando a Rubén con una sensación extraña.
—Vamos, que el Jona debe estar necesitando ayuda en la boletería —le dijo Catalina, sosteniéndole la puerta a Rubén para que ingresara.
Cuando el reloj marcó las diez de la noche, Rubén simplemente dejó lo que estaba haciendo y fue a buscar sus cosas, completamente agotado.
Salió del cine, y Felipe lo estaba esperando al pie de la escalera mecánica, en las terrazas. Rubén lo encontraba bastante tierno cuando estaba con su ropa del trabajo, lo que le llamó la atención porque pensó que estaba terminando su turno cuando se encontraron en la tarde.
—¿Llegaste hace mucho? —le preguntó Rubén después de saludarlo con un beso en los labios, como hacía siempre.
El estrés del trabajo lo había hecho olvidar momentáneamente todo lo que tenía pendiente conversar con él.
—Si, me llamaron a cubrir a un compañero, así que me devolví. Terminé hace media hora —respondió Felipe.
Felipe le tomó la mano a Rubén y fueron a tomar la micro.
Rubén notó que Felipe estaba raro. Evitaba hacer contacto visual y hablaba mucho más de lo que acostumbraba. Él por su parte, también estaba nervioso por tener la conversación que Catalina le había recomendado, y que realmente necesitaba tener.
Cuando se bajaron de la micro, Rubén siguió notando la actitud de su pololo, como si estuviese conteniendo mucho nerviosismo.
Esperó a llegar a la casa para preguntarle si pasaba algo, pero no pudo hacerlo porque estaba su padre en el living viendo un partido de fútbol en el cable, que por la hora que era, Rubén supuso que era una repetición.
La pareja saludó al padre de Rubén, quien empezó a comentarle a Felipe sobre el partido que estaba viendo.
Rubén por su parte, al no manejar el tema, se fue a la cocina a preparar algo para comer.
Hizo tres sándwiches con queso y jamón, preparó una fuente con papas fritas y sacó un par de cervezas para Felipe y para su padre, mientras él se sirvió un vaso de jugo en caja.
Se sentó en el sillón al lado de Felipe, que seguía comentando entusiasmado el partido con su suegro.
Rubén notó que su pololo se veía más relajado, sin los signos de nerviosismo que alcanzó a vislumbrar antes de llegar a la casa.
Felipe deslizó su brazo por detrás del cuello de Rubén y le acariciaba el cabello y el lóbulo de la oreja a ratos. Con ese gesto, Rubén se relajó tanto que se quedó dormido al rato, sin alcanzar siquiera a darle un mordisco al sándwich.
A la mañana siguiente cuando despertó, Felipe dormía a su lado en la cama. Se veía completamente plácido, con una leve sonrisa, como si estuviera soñando algo agradable.
Rubén le acarició el brazo, y luego se acercó a Felipe y apoyó la cabeza en su pecho. Como un acto reflejo, Felipe aun dormido se acomodó para abrazarlo, y en esa posición, sintiéndose de alguna forma protegido, Rubén volvió a quedarse dormido.
Cuando despertó nuevamente, Felipe se estaba despidiendo de él, porque tenía que ir a trabajar.
—¿Tan temprano? —le preguntó, aún desorientado.
—Son casi las doce —se rió Felipe, mostrándole su celular.
Rubén se dio cuenta de lo agotado que había quedado después de la jornada del día anterior en el cine.
—¿Nos vemos más tarde? —le preguntó Felipe, y Rubén asintió, provocando un esbozo de sonrisa en el rostro de su pololo.
Rubén sintió cierto alivio por no haber tenido la conversación. En el fondo sabía que tenía que preguntarle por último de qué se trató el beso con Gabriela, pero temía tener que contarle de su beso con Tomás, y hablar de cómo se sentía, y finalmente terminar peleados por su culpa, por ser inmaduro emocionalmente. Además que todo ocurriera muy cerca de su padre le daba mayor ansiedad.
Ese día no se volvieron a ver, ya que Felipe terminó su turno tarde en la heladería y al otro día tenía clases temprano en el liceo, lo que se repitió a lo largo de la semana.
Felipe apenas terminaba sus clases en el liceo se iba a la heladería a cubrir turnos hasta el cierre del local, sin dejarle tiempo de ver a Rubén, que apenas lo podía ver cuando ambos coincidían en sus respectivos trabajos, pero Rubén terminaba mucho antes que Felipe.
El martes Rubén llegó temprano a la universidad, así que se sentó afuera de la sala a esperar que llegara la profesora, y al rato llegó Constanza, su compañera con cierta afición para las relaciones públicas.
—¿Escuchaste los rumores? —le preguntó ella, sin saludarlo ni mirarlo a los ojos, casi como si no quisiera que alguien más supiera que estaban hablando.
—¿Qué rumores? —preguntó Rubén, intrigado.
—Esta semana se vota si nos vamos a toma —le dijo ella, algo angustiada.
—Buena, así nos evitamos estudiar para la prueba de cálculo de la otra semana —bromeó Rubén.
—No seas tonto, Rodri —le espetó ella, errando en su nombre—. ¡Vamos a perder todo el año por culpa de los flojitos que no quieren venir a clases!
Rubén se rio por su reacción.
—No vamos a perder el año. Como máximo vamos a estar una semana sin clases y volveremos.
—Se nota que no has visto las noticias —exclamó molesta, y se puso de pie al momento que venía llegando el resto de sus compañeros.
Rubén se quedó pensando en que al menos si se iban a paro, la próxima semana podría tener su cumpleaños libre y celebrarlo como quisiera, sin tener que dedicarle horas al estudio. Obviamente no pensaba realizar una fiesta de cumpleaños, pero la idea de tener el día completo para él mismo le agradaba.
Primero llegó Marco conversando con Lucas y Tomás, y al rato llegaron Bárbara junto a Gabriela.
Gabriela saludó a Rubén con normalidad, como si nada hubiese pasado. Su actitud descolocó a Rubén, y lo puso de muy mal humor, sobre todo porque él mismo la saludó de vuelta y no le dijo nada respecto a Felipe.
—¿Qué onda? —le preguntó Marco a Rubén más tarde, a la hora de almuerzo, tras notar la cara de desagrado de su amigo.
—¿Qué onda de qué? —Rubén se hizo el tonto.
—Que por tu cara da la impresión que te dijeron que estás reprobando todos los ramos y tendrás que venir a clases todos los domingos de por vida para pasar —intervino Lucas.
Rubén se rio por la descripción de Lucas. Los tres estaban sentados en la misma mesa del casino a la hora de almuerzo, mientras Gabriela, Barbara y Tomas seguían en la fila.
—No es nada —respondió finalmente—. Es sólo que… olvídenlo.
Rubén no se pudo decidir entre querer contarles y ocultar lo que había ocurrido la noche del viernes. Pensaba que Marco probablemente ya sabía (considerando que era muy amigo de Roberto, y que además estaba en la discoteca), pero al parecer no.
—¿Qué opinan de Gabriela? —les preguntó finalmente.
Marco y Lucas se miraron extrañados.
—Es… simpática —respondió Marco.
—Me cae genial —dijo por su parte Lucas.
—¿Qué harías si algún amigo tuyo besa a la Cata? —le preguntó Rubén a Marco, y luego se dirigió a Lucas—, ¿o a tu pololo?
—Dejaría de ser mi amigo, de inmediato —respondió Lucas, bromeando—. Igual depende del contexto.
—¿Hay algún contexto justificable? —preguntó sorprendido Rubén—. Si lo hacen a escondidas tuyo da lo mismo el contexto.
—Bueno, entiendo entonces que la Gaby se comió a Felipe, ¿es así? —dedujo correctamente Marco, sorprendido.
Rubén no confirmó la suposición de Marco, y en su lugar se quedó pensando que lo mismo que le había hecho Gabriela, se lo había hecho él a Lucas.
—No, olvídenlo —negó finalmente Rubén, intentando retractarse.
—No hueí —dijo Lucas—, ya la soltaste, así que cuenta todo. Cuándo, dónde y cómo fue.
—No pasó nada, ya les dije —respondió Rubén justo cuando llegaban Gabriela con Barbara y Tomas a sentarse con ellos a almorzar.
Rubén se quedó en silencio todo el rato que compartieron la misma mesa en el almuerzo, terminó de comer rápidamente y luego se paró con la excusa de ir al baño, pero se llevó todas sus cosas.
Salió del casino y se dirigió al estacionamiento que se encontraba a la vuelta, y pensó que le vendría bien ser fumador para al menos tener una excusa para estar ahí solo.
Se sentó en el borde de la acera y se quedó ahí de brazos cruzados por un par de minutos.
—No voy a dejar que te vayas así sin contar todo el chisme.
La voz suave de Lucas sobresaltó a Rubén que se estaba acostumbrando al silencio.
—Eso, y no me apetecía estar en la misma mesa que una potencial roba maridos —agregó.
Rubén se debatió unos segundos si contarle o no, pero finalmente se dio cuenta que no tenía alternativa. Lucas no lo dejaría tranquilo hasta saber la verdad.
—El otro día en un carrete de la UA, la Gaby besó a Felipe —le contó finalmente Rubén, ante la sorpresa de Lucas.
—¡Malditos! —exclamó Lucas—. Supongo que lo pusiste de patitas en la calle.
—¿Qué?, no —se rió Rubén, ante la idea hipotética de que podía vivir junto a Felipe.
—No me digas que sigues como si nada con él.
—No hemos tenido la oportunidad de hablar al respecto —se justificó Rubén—. Aparte no es el punto de la conversación.
—A mí si me hacen eso, no le hablo nunca más, a ninguno de los dos —dijo con total seriedad Lucas.
Rubén se sintió culpable al escuchar las palabras de Lucas, sabiendo que él había hecho lo mismo, besando a su pareja Tomás hace unas semanas.
—Lu… —le dijo Rubén, recordando como le decía Tomas—. ¿Te puedo llamar así?
—Obvio, ese es mi nombre —aceptó Lu, con un brillo de alegría en su mirada.
—No soy quién para criticarla —admitió, empezando a sincerarse—. He estado en la misma situación que Gabriela.
Lu lo miró y sonrió.
—No seas tonto —le dijo riéndose—. Todos hemos sido ella en algún momento, sabiéndolo o no, pero no por eso vamos a dejar que nos hagan daño.
—Supongo que tienes razón —coincidió Rubén, para no seguir con el tema.
—Yo sé que besaste al Tomy —le dijo de repente.
Rubén lo miró sorprendido, buscando en su cabeza las palabras correctas para disculparse, ante la risa tímida de Lu.
—Tranquilo, él me contó —Lu le puso la mano en el hombro a Rubén para tranquilizarlo—. También me dijo que te contó sobre lo nuestro.
—Lo siento —se disculpó Rubén—. Si hubiese sabido que tenían algo serio te juro que no lo habría besado.
—No te preocupes. De hecho, incluso yo no tengo claro si quiero formalizar una relación con él —se sinceró.
—¿Por qué? —preguntó sorprendido Rubén.
—No sé —Lu dio un suspiro—. Me da miedo que se enamore de una idea de mí, que finalmente no llegue a ser lo que él espera.
Rubén tenía muchas preguntas en mente, pero no quería agobiar a Lu.
—Bueno, por lo que he podido hablar con el Tomy, después del beso —agregó Rubén—, me dio la impresión de que está dispuesto a jugársela por ti, sin importar nada.
Lu miró a Rubén a los ojos y sonrió con timidez, agradada por las palabras que acababa de oír.
—¡Ahí están! —les gritó Marco, apareciendo desde el costado del casino—. ¡Apúrense que vamos a llegar atrasados a clase!
—Después seguimos hablando sobre la Gaby-situation —le dijo Lu, tomándolo del brazo para ayudarlo a pararse—. Y gracias, Rube, por llamarme por mi nombre.
—Es lo mínimo que puedo hacer —dijo Rubén, sin entender del todo la frase.
Lu le dio un fuerte abrazo, demostrando su profunda gratitud, y luego ambos se reunieron con el grupo y se dirigieron a la clase.
Rubén no tuvo oportunidad de hablar con Gabriela antes de que anunciaran que su universidad de iría a paro para apoyar las demandas de los estudiantes universitarios a nivel nacional, y realmente tampoco tuvo ganas de hablar con ella después de eso.
La idea de tener varios días libres le entusiasmaba mucho, pero tampoco era que tuviera muchos panoramas posibles. Un día se juntó con Catalina y Marco en una cafetería en el centro para conversar.
—¿Y ya tienes pensado qué vas a hacer para tu cumpleaños ahora que están en paro? —le preguntó Catalina—. Me imagino que vas a tirar la casa por la ventana.
—No, nada que ver —se rio Rubén.
—No seas fome, Rubencio —intervino Marco—. Son tus dieciocho años, ¡tienes que hacer algo memorable!
—Supongo que haré algo piola en mi casa —se encogió de hombros—. Pedir unas pizzas y ver algunas películas.
—Bueno, si me invitas, yo feliz veo películas comiendo pizzas contigo, Rube —le dijo Catalina, con su habitual sonrisa encantadora.
—Qué fome —murmuró Marco, ante la mirada reprobadora de Catalina y Rubén—. ¡Es broma! —se retractó riendo, evitando que lo retaran—. Mi mami va a estar en Arica visitando a mi tía la otra semana, por si quieres hacer algo en mi casa —le ofreció a Rubén—. A pesar de que no vas a hacer un mega carrete, pero por si quieres estar más cómodo, no sé, sin tu viejo presente.
Rubén evaluó la sugerencia y terminó aceptando. Era verdad que en presencia de su padre no se iba a sentir tan relajado conversando ciertos temas con sus amigos, o consumiendo alcohol incluso.
—¿Vas a hablar con Felipe antes de tu cumpleaños? —le preguntó Catalina en privado, aprovechando el momento en que Marco se paró para ir al baño.
—Tengo que hacerlo —respondió Rubén con convicción.
—No puedo creer que no hayas hablado con él aun —murmuró ella.
—De verdad no hay tiempo. Se las ha pasado trabajando en todos sus tiempos libres —explicó Rubén.
—¿Tendrá alguna deuda que pagar o algo? —pensó Catalina.
—Prefiero pensar que está juntando plata para comprarme un regalo —bromeó Rubén.
—No te ilusiones con eso, porque cuando llegue con una foto en un marco hecho con fideos pegados con cola fría puede que te decepciones.
Rubén se rio.
—Sea lo que sea que me regale lo voy a apreciar.
Si bien a Rubén le daba miedo la posibilidad de hablar con Felipe seriamente sobre todo lo que había ocurrido, y la posibilidad de generar una nueva pelea, la forma en que no habían tenido tiempo de conversar desde aquella noche lo mantenía en una comodidad tensa. Sabía que tenía eso pendiente, pero prefería mantenerlo así.
Sin embargo, tenía clarísimo que tenía que hablar con su pololo antes de su cumpleaños, para evitar tener ese tema pendiente y no sentirse incómodo.
“Estudiantes de todo el país se movilizan exigiendo que la educación superior sea completamente gratuita y de calidad” se escuchaba el titular del noticiero en la televisión. El resto de la noticia fue ahogado por el ruido ambiente.
Sebastian siguió hojeando un ejemplar de Condorito, que calculaba ya había leído al menos unas cinco veces desde que había llegado al regimiento.
Se sobresaltó al escuchar los gritos de celebración de Simón, que al parecer acababa de ganar una partida de pool contra Javier.
Sebastian les sonrió, fingiendo entretención, y luego tomó otro ejemplar de Condorito, que calculaba sólo había leído dos veces antes.
—¿Qué hueá te pasa? —le preguntó Javier acercándose a él, dándole una palmadita en la cabeza.
Sebastian no respondió su pregunta.
—¿Te quedan? —le preguntó de vuelta Sebastian, en vez de responder.
Javier sin responder tampoco, le hizo una seña para salir al aire libre.
Sebastian se puso de pie y siguió a Javier, que había entendido su pregunta.
Caminaron en la frialdad de la noche hasta el macetero de cemento en el que fumaban todos los días.
Javier le extendió la cajetilla a Sebastian, para que sacara un cigarro, y luego prendió un fósforo para que lo encendiera.
—La otra semana es el cumpleaños del Rube —le contó Sebastian, respondiendo a su pregunta, después de dar la primera bocanada al cigarrillo.
—¿Primera vez que están separados para su cumple? —le preguntó Javier, encendiendo su cigarro.
Sebastian asintió.
—Cumple dieciocho ahora —le contó, emocionado.
A pesar de los meses que llevaba separado de Rubén, su amor por él no había disminuido, y mucho menos desaparecido.
—¿Qué harías si lo ves? —le preguntó Javier—, digo, considerando como te fuiste.
—Lo agarraría a besos —respondió Sebastian, con los ojos cerrados y una sonrisa soñadora, imaginándose el momento—. Lo besaría y le pediría perdón —agregó, abriendo los ojos.
—Vamos a Antofa a decirle Feliz Cumpleaños entonces —propuso Javier, como si no fuera gran cosa.
—¿Cómo vamos a ir, hueón? —preguntó Sebastian, botando humo por la boca.
—Nos arrancamos, vamos a ver a tu Rubén, y después volvemos —explicó Javier—. ¿Qué nos van a hacer aparte de castigarnos?
Sebastian miró fijamente a Javier, para comprobar que hablaba en serio.
De verdad hablaba en serio.
La respuesta de Sebastian fue una sonrisa cómplice, e inmediatamente su mente empezó a idear planes para lograr escaparse.
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mikazuki-juuichi · 2 years
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Diario de lectura.
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- La noche soy yo. Henri Donnadieu.
Donnadieu, fundador entre muchas otras cosas del legendario bar gay El 9, nos cuenta la historia de su vida y  de las miles de aventuras y empresas en que se involucró. También de su familia, de sus amantes, de los muchos lugares en que residió. Y comparte breves chismes sobre toda la farándula con la cual se ha codeado, desde Europa hasta Oceanía hasta América.
Más plática que biografía ni ensayo, resulta un libro entretenido, ameno —y que a menudo da la impresión de estar escuchando una historia exagerada, al estilo de lo que en estados unidos dan por llamar “tall tale”. Qué decir si no de un personaje que asegura haber sobrevivido por lo menos a tres intentos de asesinato —con lanzagranadas, con picahielo y con disparo a quemarropa. O que asegura haber no solo estado presente en donde se acuñaron los términos “drag queen” y “chacal”, sino que prácticamente se atribuye su creación. O el desfile interminable de amantes de los cuales apenas muy solapadamente nos confiesa todo lo que le contagiaron. Y de esos, solo un caso de herpes que además atribuye a los nervios. O nos dice que la cocaína en los ochenta era una droga inofensiva, natural y sana, nada que ver con la que ahora se consume. O la introducción de Rogelio Villarreal, cuya actitud lambiscona hacia los franceses queda clara desde la primera línea.
Pero no se piense que es un libro irritante. ¡Todo lo contrario! Es una enorme diversión que por ahí desliza algún que otro chisme histórico de más interés. De hecho se corresponde con el libro “Tengo que morir todas las noches”, de Guillermo Osorno, el cual cubre más o menos la misma época y lugares de moda. Osorno escribe como un tímido niño privilegiado que se asoma lleno de miedo al mundo real, y Donnadieu como el pícaro estafador que quiere convencernos de su natural bondad y simpatía. Nada que ver con escritores gay de suma relevancia como el chileno Pedro Lemebel o digamos el mexicano Wenceslao Bruciaga. Pero no le hace. Pues libros frívolos convencidos de su importancia también son parte de la cultura ya no solo gay y ya no solo mexicana, sino universal.
En fin, que es un buen libro ligero que puede ser un magnífico sorbete entre lecturas pesadas. Lo recomiendo, pues.
*
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youniverse-s · 5 months
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"Porque el amor no llega. La juventud se me escurre entre los dedos y el amor no llega. Sufro por eso. Sufro también por el rechazo. Pero la falta de amor es peor."
Las Malas - Camila Sosa Villada
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tastaturean · 2 years
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Me ha llevado tiempo hablar de este libro, porque tengo muchos sentimientos encontrados. Como veis, he empezado a usar marcadores de escenas favoritas, porque tiene varios momentazos que me encantan... ...hasta que se fastidian. Y siempre se fastidian de una manera o de otra. Óscar, el prota, es un dramas intenso que no para de recordar a todo el mundo dentro y fuera del libro que solo tiene "quince putos años"; Pablo es un tío bipolar que tan pronto le regala momentos felices de película como le deja tirado o lo ignora sin motivo aparente; y el tema principal de la obra es la homofobia más encostrada y el bullying escolar, algo que me angustió y decepcionó sobremanera. Porque al final Óscar le echa huevos y encuentra gente maja que lo apoya, pero por el camino vemos a sus padres y a sus amigas cercanas tratándole como una mierda apestada. Sólo Albert y tres chicas del insti salen en apoyo de Óscar. Ellos son el único rayo de esperanza del prota y del lector. Nuevos amigos, nueva situación fuera del armario, y una continuación en Wattpad que comienza con que Pablo le sigue haciendo ghosting inexplicable después del verano, hasta que le suelta rápido y mal antes de colgarle que "es que mi madre tiene cáncer". Cáncer, homofobia y bullying. Tres strikes. No tengo estómago para seguir leyendo. Me quedo con un par de escenas inolvidables ambientadas en rincones de Madrid. Y con Albert. ♥️ Podéis encontrar esta y dos novelas más en Wattpad, pero avisados estáis de que si sois sensibles a la homofobia y al bullying y a la gente que no sabes de qué va, lo vais a sufrir más que disfrutar. Sé que a muchos es lo que os gusta, pero no es mi caso. El realismo no es lo mío por cuestiones de alta sensibilidad. Yo necesito historias más positivas porque la vida real ya está ahí para amargar, como expresó tan bien ese chico cuya review incluyo al final de este post. Nota especial para las ilustraciones de Nagore Odriozola.Tiene varias dentro también y me gustan mucho. Es la misma dibujante que "El perdedor" y tiene un estilo muy agradable que encubre con tonos pastel el dramón gay de manual que esconde el libro.
Publicado en España por Random Cómics (Penguin libros).
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shimamitsu · 6 months
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i was reading the curriculum for this class i'm taking next year and why is fucking. call me by your name suggested reading 😭❓❓❓❓❓
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Obrigado aos amigos, leitores e seguidores. 18 mil inscritos no meu canal no Youtube.com/FabricioViana. Assim como o Onlyfans, Blog e outros projetos de conteúdo que alimento e gerencio, este é mais um dos cantinhos que mantenho com o maior prazer e nas horas vagas! 🏳️‍🌈📚❤️
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glauconaryue · 12 days
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The new issue of the Crónicas de la Diversidad contains stories from the LGBT+ fantasy writing workshop I gave in January, and an introduction by me. This is the fruit of long work with the community, and of course an example of all the talent and creativity of the people who participated. It's also the 10th aniversary edition and includes an interview with award winning comic artist Unicornio Azul.
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