Si los corazones no fueran bestias salvajes, nuestras costillas no serían una jaula.
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Mis piernas no sostienen mi peso, la daga de la indiferencia, en mi pecho se hunde cada vez más profundo y el latido sordo de mi corazón me recuerda una vez más que aunque sigo con vida, ya me he muerto por dentro.
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Te quiero muchísimo y quiero estar contigo, pero no sé si se pueda ni sé si lo logremos. Demonios, ni siquiera sé si somos una buena idea. Honestamente, no sé si esté dispuesta a correr el riesgo de perderte.
Sorata Ayumi
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—¿Qué te ha hecho ese hijo de puta? gruñe con una cara que da miedo.
—Nada, Kate.
En realidad, ese es el problema. Al pensarlo, sonrío con ironía.
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Y pensar que esa pequeña frase que para ti no es relevante, se repite en mi cabeza cada segundo por qué me la dijiste tú.
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Quien soy para decirte que no me quieres, si no me importa el dolor ajeno que se forma cuando solo quiero quererte.
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No te duele herirme, pero te duele que hiera a otros.
Dices que me quieres, pero me cortas con tus labios rotos.
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¿Cómo confieso el amor que me arde en las entrañas, si al exterior se asemeja a una ira incontrolable?
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Si quieres verme, dimelo.
Si algo te molesta, dimelo.
Si te acuerdas de mi, dimelo.
Si no quieres hablar más, dimelo.
Solo te pido que no te quedes callada.
Solo te pido que no me mates con silencio.
— ⅁
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Dije que dejaría de buscarlo entre las letras tristes de mis libros viejos.
Dije que dejaría de escuchar las canciones que me hacen evocar su recuerdo.
Dije que no iría al antiguo lugar de nuestro encuentro.
Y aquí estoy, en el suelo leyendo, con los audífonos puestos en aquel lugar donde ví por última vez su crudo recuerdo.
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Me he vuelto a herir.
Me he vuelto a lastimar al amar a alguien que no se ama, no por qué ella no me ame a mi, sino por qué su falta de amor propio me hiere ya que yo le amo sin pausa ni dolor.
He vuelto a herir mi carne ante la impotencia de su tristeza, pues las lágrimas que tiñen sus mejillas son las gotas rojas que llenan mi habitación.
Se ha vuelto a rasgar mi piel ante la presencia del sufrimiento ajeno de la persona a quien amo, pues, su dolencia aunque no es mía, es tan fuerte que me ha dolido a mi.
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